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REFLEXIONES EN TORNO AL CONCEPTO DE

OBLIGACIÓN Y A SU OBJETO EN EL NUEVO


CÓDIGO CIVIL Y COMERCIAL
Pizarro, Ramón D.
Publicado en: SJA 30/03/2016 , 1  • JA 2016-I 
Sumario: I. El concepto normativo obligación.— II. Réquiem para la obligación
natural.— III. El objeto de la obligación. Caracterización.— IV. Requisitos del objeto
Cita Online: AR/DOC/4143/2016
I. EL CONCEPTO NORMATIVO OBLIGACIÓN (1)
El nuevo Código Civil y Comercial define a la obligación, con claro sentido normativo,
en su art. 724:
"La obligación es una relación jurídica en virtud de la cual el acreedor tiene el derecho
de exigir del deudor una prestación determinada a satisfacer un interés lícito y, ante el
incumplimiento, a obtener forzadamente la satisfacción de dicho interés" (2).
La norma pone de manifiesto los rasgos más relevantes de la figura:
a) Trasunta adecuadamente los dos aspectos de la relación jurídica obligatoria, el crédito
como derecho subjetivo y la deuda como deber jurídico, armónicos e integralmente
considerados (3).
b) Evidencia cuáles son los elementos esenciales o estructurales internos de la
obligación (sujetos, objeto y vínculo) que sumados a la causa (elemento esencial, pero
externo) dan plenitud al fenómeno que nos ocupa.
El sujeto activo es el acreedor, aquél que se encuentra jurídicamente facultado y dotado
del poder jurídico pertinente para exigir cumplimiento de la prestación. El sujeto
pasivo es el deudor, sobre quien pesa el deber jurídico de realizar una conducta
determinada que procura satisfacer el interés del acreedor, so riesgo de soportar, en caso
de incumplimiento, el poder de agresión patrimonial que el ordenamiento jurídico
reconoce a este último. El objeto (art. 725), conforme habremos de verlo más adelante,
está dado por una conducta humana, susceptible de apreciación pecuniaria, orientada a
satisfacer un interés del acreedor no necesariamente económico. Ambos componentes,
conducta humana proyectada e interés forman el objeto de la obligación. El vínculo
jurídico es el elemento no material que liga, une, enlaza a ambos polos de la relación
obligatoria, que posibilita y justifica los múltiples efectos entre ambos que habremos de
analizar a lo largo de esta obra.
A estos tres elementos esenciales y estructurales de la obligación, que son los únicos
que ésta debe reflejar en su definición, se les agrega un cuarto, esencial pero externo (y,
por ende, no estructural): la causa fuente (art. 726), el presupuesto de hecho creador de
la obligación.
c) Remarca la verdadera estructura institucional de la obligación, en la que
armónicamente aparecen el débito y la responsabilidad como tramos de una misma
relación obligatoria (4). El fenómeno de responsabilidad adquiere plena virtualidad a
partir del incumplimiento de la prestación y abre las vías al poder de agresión
patrimonial del acreedor sobre el deudor, en procura de alcanzar la satisfacción de su
interés por medio de la actuación ejecutiva de su derecho sobre el patrimonio del
obligado (5). El poder efectivo del acreedor de constreñir al deudor para que cumpla, y
su derecho a ejecutar la prestación, aunque sea exterior a la estructura de la obligación,
hace a la esencia misma del concepto. No es posible, por ende, separar el derecho a la
prestación del elemento coactivo, porque este último es el que le otorga plena
juridicidad al primero. La obligación plasma, de tal modo, el derecho subjetivo del
acreedor a la ejecución de una norma de comportamiento debida por el deudor.
De tal modo, ambos aspectos, débito y responsabilidad, constituyen un fenómeno
unitario, que requiere la mutua integración de uno con el otro (6).
Lo señalado permite explicar la desaparición en el nuevo código civil y comercial de las
llamadas obligaciones naturales, que trasuntaban, en su esencia, una pretendida
obligación que no confería al acreedor derecho de exigir la prestación.
d) No pierde de vista la estrecha relación que existe entre la prestación debida por el
deudor y el interés lícito del acreedor que ella tiende a satisfacer. Deber del deudor y
derecho del acreedor son, por ende, dos facetas, anverso y reverso de una misma
relación jurídica, que no pueden ser ponderados aisladamente, aunque sean motivo de
frecuente disección con fines didácticos.
II. RÉQUIEM PARA LA OBLIGACIÓN NATURAL
La definición establecida en el art. 724 tiene profundo sentido normativo y desconoce la
existencia de las llamadas obligaciones naturales, que reglaba el código anterior en sus
arts. 515 y ss. (7).
Se entendía por obligación natural aquella fundada solamente en el derecho natural y en
la equidad que no confería acción para exigir su cumplimiento pero que una vez
cumplidas por el deudor, autorizan para retener lo que se ha dado por razón de ella.
El nuevo código señala como rasgo distintivo de la obligación el derecho del acreedor,
ante el incumplimiento del deudor, de obtener forzadamente la satisfacción de su
interés. Con lo cual, no puede ser conceptuada como obligación jurídica una relación
carente de exigibilidad (8).
Aprobamos el criterio seguido por el legislador, que niega la pretendida juridicidad de la
obligación natural y que encuentra en ella una mera causa de atribución patrimonial,
fruto del cumplimiento de un deber moral, social o de conciencia (art. 728).
De manera coherente con el concepto de obligación que hemos sustentado, afirmamos
que la obligación acuerda al acreedor derecho subjetivo para exigir al deudor el
cumplimiento de una conducta orientada a satisfacer un interés lícito y, ante el
incumplimiento, le otorga la potestad de obtener forzosamente la satisfacción de dicho
interés, sea en especie o por equivalente. Ella está integrada por dos
tramos institucionales —la deuda y la responsabilidad— que aparecen amalgamados
inescindiblemente a la hora de configurarla. Rechazamos, entonces, que pueda hablarse
de deuda sin responsabilidad o de responsabilidad sin deuda.
En la llamada obligación natural no existe vínculo jurídico: el acreedor no tiene poder
para exigir el cumplimiento de la prestación y, nos parece, consecuentemente, no pesa
sobre el deudor un deber jurídico calificado de cumplirla, propio de una relación
obligatoria.
La falta de acción que caracteriza a la llamada obligación natural constituye un factor
que impide que ella pueda ser considerada como obligación. La obligación, como
especie cualificada de relación jurídica patrimonial, requiere institucionalmente de dicha
acción, sin la cual conserva de tal solamente su nombre.
En la obligación natural no existe derecho subjetivo del acreedor y tampoco deber
jurídico del deudor. Obvio es decir que sin ellos no es posible hablar de una obligación.
El acreedor carece totalmente de derecho subjetivo desde una perspectiva sustancial. No
tiene poder sobre la conducta del deudor, ni acción para exigirla ante los organismos
jurisdiccionales del Estado, ni para alcanzar un equivalente.
Tampoco existe estrictamente un deber jurídico en la denominada obligación natural.
"¿Qué carácter jurídico puede concederse a un deber cuando la omisión de su
cumplimiento no provoca reacción alguna del ordenamiento? Lo característico del deber
es precisamente esto: que su incumplimiento constituye siempre un acto jurídico, una
infracción del orden que sea, pero infracción al cabo. El ordenamiento reacciona ante la
infracción de alguna manera. Por esto, un deber cuya infracción no produce alteración
del orden jurídico, un deber que impunemente puede dejar de cumplirse, no es un
verdadero deber jurídico"(9).
Advertimos, sin embargo, algunas inconsecuencias en el nuevo código, fruto, quizás, de
la premura con que fue sancionado, que para algunos podrían evidenciar resabios de la
obligación natural.
En materia de cláusula penal, el art. 803 del nuevo Código reproduce, casi literalmente,
el texto del art. 666 del código anterior, y dispone: "Obligación no exigible. La cláusula
penal tiene efecto, aunque sea puesta para asegurar el cumplimiento de una obligación
que al tiempo de concertar la accesoria no podía exigirse judicialmente, siempre que
no sea reprobada por la ley".
En el régimen anterior se consideraba como hipótesis de aplicación de esta norma, entre
otros supuestos, el de la obligación natural que era reforzada con una cláusula penal.
Nosotros creemos que la norma sólo permite que la cláusula penal garantice el
cumplimiento de una obligación, entendida esta última en los términos del art. 724. Por
lo tanto, debe tratarse de una verdadera obligación. Ello supone que aun no siendo
exigible en el momento de contraerse, pueda llegar a serlo en algún momento, tal lo que
sucede con una obligación sujeta a plazo suspensivo o a condición suspensiva. Aunque
ellas no sean exigibles judicialmente al tiempo de contraerse la obligación, pueden ser
garantizadas con una cláusula penal.
En materia de prescripción liberatoria, el art. 2538 dispone que el pago espontáneo de
una deuda prescripta no es repetible.
La norma tiene una redacción equivocada, pues una deuda que está prescripta, queda
extinguida (10). Por lo tanto, quien espontáneamente "paga" la misma, después de
operada la prescripción, en verdad no está pagando obligación alguna (porque ya no hay
obligación, esta se ha extinguido). Simplemente cumple con un deber moral o de
conciencia, que sirve de causa final a un acto de atribución patrimonial legítimo, que
deviene, por ende, irrepetible por aplicación del art. 728 (11). Es conclusión lógica del
principio de irrepetibilidad de las liberalidades cuando han sido realizadas conforme a
derecho.
III. EL OBJETO DE LA OBLIGACIÓN. CARACTERIZACIÓN
Diferentes líneas de pensamiento dividen hoy a los autores: por un lado quienes
propician que el objeto de la obligación está dado por el comportamiento debido por el
deudor, o sea por la prestación; por otro, aquellos que, con distintas variantes, buscan
emplazarlo en el bien debido, en las cosas que se deben entregar, en las obligaciones de
dar, o en los servicios, en las de hacer. Encontraremos, finalmente, ciertas posturas
revisionistas que, con matices diferenciales, procuran llevar la cuestión a planos más
equilibrados y realistas, aglutinando ambos componentes, aunque con alcances y
denominaciones variables.
a) La doctrina del comportamiento debido por el deudor
Conforme a ella el objeto de la obligación es la prestación, o sea conducta humana
comprometida por el deudor de dar, hacer o no hacer, orientada a satisfacer el interés
del acreedor (12). Esta concepción clásica guarda evidente relación con las doctrinas
subjetivas de la obligación.
¿Qué papel desempeña la cosa que se entrega en las obligaciones de dar o la utilidad del
servicio en las de hacer?
Para algunos no tendría ninguno relevante: el objeto lo constituiría sólo el
comportamiento del deudor. Para otros, representaría, a lo sumo, el objeto de la
prestación; o sea, el objeto del objeto de la obligación. Están quienes, con similares
ideas y distinta terminología, prefieren hablar de un objeto inmediato (la prestación) y
de un objeto mediato (la cosa); o de un objeto invariable (prestación), común a todo tipo
de obligaciones, y de otro variable (la cosa) que sólo estaría presente en las obligaciones
de dar (13).
b) Las teorías patrimoniales
Para otra doctrina, el objeto de la obligación no está dado por el comportamiento
debido, por cuanto dicha conducta es por sí misma incoercible e insusceptible de ser
materia idónea para que el acreedor ejercite su poder o señorío. Quienes adhieren a estas
ideas procuran emplazar la cuestión en torno al crédito y al poder del acreedor,
relegando a un segundo plano a la situación de deuda. La esencia de la relación
obligatoria pasa por el polo activo y por el poder de ejecución forzada que tiene el
acreedor sobre el patrimonio del deudor. Sobre esa premisa se trazan las directivas para
buscar el objeto.
Dentro de esta línea de pensamiento existen criterios no coincidentes en torno al objeto
de la obligación.
Para algunos, el objeto de la obligación es la utilidad procurada por el acreedor; para
otros, en cambio, el objeto de la obligación es el bien debido (14).
Se le ha observado a esta doctrina que su formulación, llevada a las últimas
consecuencias, elimina la posibilidad de distinguir el derecho real de la obligación, en
cuanto los identifica en un punto esencial: las cosas como objeto de una y otra clase de
relación patrimonial. La crítica, sin embargo, no parece decisiva pues las cosas que,
según esta corriente, tanto en uno como en otro supuesto constituyen el objeto, aparecen
emplazadas en posiciones diferentes. En tanto los derechos reales recaen en forma
directa e inmediata sobre ellas, en las obligaciones el derecho del acreedor sobre la cosa
es puramente mediato y sólo se realiza a través de la conducta del obligado.
Se le ha objetado, también, que no brinda una respuesta coherente cuando se trata de
obligaciones de hacer y de no hacer, donde la idea de cosa aparece insustentable. Los
defensores de ideas objetivistas han replicado que en tales obligaciones el objeto está
dado por los servicios, abarcando en tan amplia expresión a todo aquello que integrando
el objeto de la obligación no son cosas.
c) Las teorías revisionistas. La distinción entre objeto y contenido de la obligación
Para otra corriente muy importante, el objeto de la obligación está dado por el bien o
entidad que permite satisfacer el interés del acreedor, asignándose a la conducta humana
comprometida por el deudor (prestación) el valor de mero contenido de aquella (15). El
fin fundamental de la obligación consiste en conseguir el bien debido, a cuyos efectos es
indiferente que éste se obtenga a través de la actividad del deudor (prestación) o de un
sucedáneo (ejecución forzosa, cumplimiento de terceros).
A diferencia de las doctrinas objetivas antes analizadas, también asigna relevancia a la
conducta humana, aunque sacándola del campo del objeto y emplazándola en un plano
distinto, al que denominan contenido.
La prestación constituye el contenido de la relación jurídica obligatoria e importa
"un actuar del deudor como medio para procurar al acreedor el bien o utilidad que
constituye el objeto de la obligación"(16). El acreedor, de tal modo, no satisface su
interés con la conducta debida por el deudor (que podría, en caso de incumplimiento ser
sustituida por otros poderes de actuar que hacen al contenido de la obligación, v.gr.,
ejecución forzosa o por un tercero) sino con el bien o utilidad que constituye su interés.
Si bien esta corriente —al igual que la que nosotros defendemos— pondera, con distinta
relevancia y emplazamiento formal en la estructura obligacional, ambos aspectos —
conducta humana e interés, llamando a la primera contenido y al segundo objeto—, es
pasible de objeciones.
Creemos que la conducta debida y el interés se encuentran, in
obligatione, indisolublemente ligados, sin que esto impida que, en caso de mediar
incumplimiento, pueda la satisfacción del interés alcanzarse por otras vías. Cuando
opera el incumplimiento y se alcanza la satisfacción del interés del acreedor a través de
la ejecución forzosa en especie (directa) o por terceros, la satisfacción del interés del
acreedor se procura por vías subrogadas, cuya entidad, aptitud y relevancia sólo es
posible concebir a través de una valoración armónica de ambos componentes: la
conducta humana comprometida —que aparece, en buena media, subrogada por otra
que emana del poder judicial o de un tercero— y el interés. Y que cuando agotadas las
vías de ejecución en especie, el acreedor persiga el id quod interest, a través de una
ejecución forzosa indirecta, en procura de una suma de dinero que repare el perjuicio
(art. 730 inc. c]), lo que se busca no es otra cosa que la satisfacción del mismo
interés que componía la obligación incumplida, aunque por una vía equivalente. Ese
interés ha permanecido invariable a lo largo de toda vida de la obligación, desde su
nacimiento mismo hasta su extinción.
d) Nuestra opinión
Nosotros pensamos que el objeto de la obligación está dado por el comportamiento
debido por el deudor (prestación) y por el interés perseguido por el acreedor que debe
ser satisfecho a través de aquella. Ambos componentes —conducta e interés— forman
el objeto de la obligación, por lo que no es posible prescindir de ninguno de ellos.
El objeto de la obligación consiste, de tal modo, en un plan o proyecto de conducta
futura del deudor para satisfacer un interés del acreedor (17) .
La prestación es mucho más que la mera conducta del obligado. Esa conducta debe
satisfacer el interés del acreedor, que constituye, en esta materia, un elemento esencial,
tanto en la estructura como en el funcionamiento de la obligación.
El interés, por su parte, es un elemento objetivo e invariable; en cambio, la conducta
humana, es un elemento subjetivo, que debe estar presente a la hora de concebir
estructuralmente a la obligación, pero del que puede prescindirse funcionalmente en
ciertos supuestos de incumplimiento: cuando la prestación es fungible o cuando se
ingresa en la etapa de la responsabilidad.
Dentro de este orden de ideas, admitimos que desde una perspectiva cualitativa, el
interés desempeña un papel más importante —jurídica y económicamente— que la
conducta humana orientada a satisfacerlo. Su presencia permanece en buena medida
inalterada a lo largo de la vida de la relación obligatoria y su satisfacción puede, en
algunos supuestos, alcanzarse aun en ausencia de la conducta del obligado,
particularmente en los supuestos de ejecución indirecta o por terceros. Sin embargo, ello
no parece suficiente para desconocer el valor de la conducta humana como elemento de
la obligación, emplazado dentro del objeto y no fuera del mismo, a nivel de mero
contenido. Conducta e interés se integran armónica y equilibradamente a la hora de
configurar el objeto de la obligación.
e) La buena fe como elemento integrador del objeto de la obligación (18)
Dispone el art. 729 que "Deudor y acreedor deben obrar con cuidado, previsión y según
las exigencias de la buena fe".
La norma guarda armonía con lo dispuesto en los arts. 9º, 961, 1902 y concs. y pone en
evidencia la enorme importancia del principio de la buena fe, en la temática que nos
ocupa.
La buena fe, como cláusula general, es reglada como un principio aplicable al ejercicio
de todo derecho, patrimonial o extrapatrimonial. Se incluye tanto la buena fe subjetiva
(convicción interna de que se está actuando correctamente, conforme a derecho), como
la objetiva, caracterizada por el comportamiento correcto del sujeto que es percibido por
la contraparte o por los demás (buena fe lealtad, probidad, confianza o
comportamiento). Repárese que no se trata de dos clases de buena fe, sino de dos
facetas de un mismo concepto.
El principio de la buena fe presenta tres vías fundamentales de concreción:
1) Como parámetro hermenéutico en la interpretación, y conduce a una medida de lo
razonablemente justo. Importa un límite a la discrecionalidad del intérprete.
3) Como criterio al cual debe someterse el ejercicio de los derechos subjetivos.
3) Como estándar o criterio de conducta con arreglo al cual se determina y modula el
objeto de la obligación y su cumplimiento. La norma que nos ocupa pone énfasis en este
aspecto.
En nuestra opinión, la buena fe está dentro del concepto mismo de obligación, pues
constituye un elemento de vital importancia para calibrar y modular el objeto de esta
última. Ella integra el contenido de la prestación debida y se erige en un instrumento de
fundamental importancia para calibrar la ejecución prestacional, el cumplimiento y, en
su caso, el incumplimiento.
f) El interés como elemento constitutivo del objeto de la obligación
El interés del acreedor, junto al comportamiento del deudor, ocupa un lugar relevante en
la estructura interna del objeto obligacional. Su importancia se proyecta desde lo
estructural hacia lo funcional, donde este componente asume una dimensión
superlativa, que pone en evidencia, una vez más, la estrecha e inescindible relación que,
funcionalmente, existe entre la obligación y su causa generadora, particularmente
cuando ésta es un contrato.
Entendemos por interés una necesidad objetivamente valorable de bienes o de
servicios que la prestación conducta del deudor debe satisfacer.
El interés puede ser patrimonial o extrapatrimonial; dentro de esta última categoría se
incluyen relevantes aspectos que hacen a la existencia humana, cuya consecución puede
procurarse a través de relaciones obligatorias (intereses culturales, religiosos,
deportivos, artísticos, morales, etc.).
¿Cómo se determina el interés del acreedor?
Una primera aproximación, demasiado amplia e inaceptable, sería considerar que el
interés del acreedor comprende todos aquellos posibles finalidades o intenciones
perseguidas por éste a través de la prestación.
Tal solución es insostenible por cuanto se prestaría a la mayor vaguedad, dando lugar a
delicados problemas interpretativos y generaría, al mismo tiempo, una marcada
situación de incertidumbre respecto de los alcances de los derechos y deberes de ambas
partes. La obligación perdería su certidumbre jurídica si debiere depender de un
elemento exclusivamente atinente a la esfera interna del acreedor, de muy difícil
valoración.
Por tal motivo, prevalece la idea que el interés del acreedor debe ser buscado,
principalmente, dentro del propio título generador de la obligación. La causa fuente
generadora de la obligación se erige en un elemento objetivo revelador del interés del
acreedor. También pueden computarse las circunstancias del caso cuando, por su
entidad y exteriorización permitan determinar con suficiente grado de certidumbre la
existencia de otros intereses, igualmente relevantes para el acreedor, que
razonablemente deberían ser alcanzados y satisfechos por la prestación. El principio de
la buena fe está llamado a jugar un rol preponderante en este proceso selectivo.
Dentro de este contexto, particularmente en obligaciones que nacen de actos jurídicos y,
sobre todo, en materia contractual, la causa final de dicho acto jurídico (art. 281) juega
un rol determinante para precisar cuál es el interés del acreedor. Cuando una obligación
nace de fuente contractual, el interés del acreedor forma parte integrante de la causa
final del contrato (arts. 281, 1012 a 1014), desde el mismo momento en que es uno de
los componentes relevantes que permiten identificar la finalidad perseguida.
El interés no solamente tiene importancia en la estructura de la obligación como
componente del objeto de la obligación. Su correcta valoración presenta también
significativa relevancia en la propia dinámica funcional de la relación obligatoria, a
punto que nociones tan delicadas como el cumplimiento e incumplimiento obligacional,
o la resolución contractual, pasarán necesariamente por la ponderación de dicho
aspecto.
Es que el interés lícito del acreedor no solamente debe estar presente al gestarse la
obligación, como condición de validez, sino que debe también razonablemente
mantenerse a lo largo de su existencia hasta el momento mismo en que opere la
extinción.
De tal modo:
1) La extinción de ese interés puede, frecuentemente, devenir en causa extintiva de
relaciones jurídicas y, en ciertos casos, abrir las puertas a delicados problemas de
responsabilidad civil.
2) La subsistencia o no de ese interés es la pauta que determina que el acreedor, ante el
incumplimiento del deudor, opte por la vía del cumplimiento forzado o por otras
alternativas idóneas para satisfacerlo o, ante su frustración, acuda a las vías resolutorias
que la normativa le reconoce.
3) El interés del acreedor es el que da sustento a la idea de prestaciones fungibles y no
fungibles.
4) A veces, la ponderación del interés del acreedor puede ser decisivo para la propia
determinación de la prestación. Tal lo que sucede cuando aquello que no se ha
especificado en el título generador puede ser inferido, de buena fe, como un
componente adecuado para satisfacer el interés que razonablemente persigue el
acreedor. Las circunstancias del caso concreto, debidamente exteriorizadas, pueden
jugar, a la luz de parámetros de diligencia y de buena fe, un rol preponderante en esta
materia.
5) En materia resarcitoria, el interés del acreedor es el que determina si la reparación del
daño opera in natura (cuando ésta es posible material y jurídicamente) o en forma
dineraria (art. 1740).
6) El interés frustrado del acreedor es determinante para la configuración del daño
patrimonial y moral que pueda derivar del incumplimiento obligacional.
7) Los límites de legitimidad del ejercicio de los derechos del acreedor y de la tutela
normativa están estrechamente asociados al interés en el crédito. El ejercicio del
derecho que no corresponda a un interés concretamente apreciable de su titular nos
coloca en las puertas del abuso del derecho (art. 10).
8) El interés es el parámetro para determinar, muchas veces, si determinadas relaciones
se han cumplido v.gr., en contratos por tiempo indeterminado.
9) El interés es el que preside en materia de teoría de la imprevisión (art. 1091) y de
lesión subjetiva (art. 332) la acción a ejercitar por el afectado (resolución y reajuste, en
el primer supuesto; nulidad o reajuste, en el segundo).
IV. REQUISITOS DEL OBJETO
a) Posibilidad
c) Determinación
d) Patrimonialidad e interés
La prestación debe tener un valor patrimonial y ser, por ende, susceptible de apreciación
pecuniaria.
Una posición tradicional, que encontró su más caracterizado exponente en Savigny,
proclamó la necesidad de patrimonialidad de la prestación e, inclusive, del interés del
acreedor
Esta interpretación encontraba sustento en ciertos textos del Digesto, que determinaban
la conversión de la obligación en dinero (aestimatio) para que opere su exigibilidad
judicial.
Dicha concepción fue impugnada por Ihering y Windscheid (20), quienes interpretando
de modo diverso aquellos textos, negaron que la patrimonialidad de la prestación y del
interés fuesen requisito indispensable de la obligación, afirmando que el derecho
protege también intereses morales, afectivos, culturales, y no sólo aquellos
necesariamente económicos (21).
Con posterioridad Scialoja (22) puso las cosas en su sitio, distinguido claramente entre
el interés de la prestación y la prestación en sí misma considerada. El interés de la
prestación puede ser patrimonial o extrapatrimonial y dar cabida en su seno a intereses
morales, artísticos, humanitarios, deportivos, religiosos, científicos, etc. La prestación,
en cambio, debe necesariamente tener contenido patrimonial y ser susceptible de
apreciación económica, pues de lo contrario no sería posible la ejecución forzosa sobre
el patrimonio del deudor.
Tal cosmovisión aparece claramente consagrada en el art. 725 del CCiv.yCom.
¿Cuándo la prestación tiene contenido patrimonial?
Nosotros pensamos que la patrimonialidad debe ser ponderada como un requisito
objetivo de la prestación emanado del ambiente jurídico y social. No es una simple
consecuencia de haber previsto la sanción pecuniaria para el eventual incumplimiento
de un deber jurídico que no tiene valor económico objetivo. Dicho carácter no se
adquiere como correlato de la presencia de una contraprestación o de una cláusula
penal. Por el contrario, es objetivo y depende del grado de reconocimiento que en ese
momento se le asigne en el medio jurídico y social. Esa valoración puede, por cierto,
variar en función de circunstancias históricas, culturales, políticas, jurídicas,
económicas y filosóficas. Una prueba de ello la encontramos con la actividad artística y
literaria fue considerada durante siglos extra patrimonial y, por ende, insusceptible de
ser objeto de obligación, en clara diferencia a lo que ocurre en nuestro tiempo.
La patrimonialidad de la prestación es, de tal modo, un presupuesto necesario en orden a
la responsabilidad del deudor respecto del valor de la prestación traducido en dinero (id
quod interest, art. 730 inc. c]). Si la prestación es patrimonial, siempre se producirá
como un efecto anormal, la consecuencia prevista por dicha norma.
La exigencia normativa de patrimonialidad de la prestación no significa privar de valor
jurídico a aquellos deberes no patrimoniales. Ellos gozan de tutela normativa y son
aptos para merecer la protección del ordenamiento jurídico, que en muchos
supuestos será análoga a la que el código brinda en materia de obligaciones (art. 2º).
Pero no pueden ni deben ser asimilados a la obligación y a la tutela específica para ella
prevista sin una peligrosa distorsión del sistema.
En suma: el objeto de la obligación debe ser siempre susceptible de estimación
económica. El interés del acreedor que se procura satisfacer a través del mismo, en
cambio, puede ser patrimonial o extrapatrimonial.
(1) La bibliografía sobre el tema es inagotable. Puede consultarse con provecho,
Agoglia, María M. - Boragina, Juan C. — Meza, Jorge A., Responsabilidad por
incumplimiento contractual, Hammurabi, Buenos Aires, 1993; Bueres, Alberto J.,
Objeto del negocio jurídico, 2ª ed., Hammurabi, Buenos Aires, 1998; Cristóbal Montes,
Ángel, La estructura y los sujetos de la obligación, Civitas, Madrid, 1990; De Los
Mozos, José Luis, Concepto de obligación, en Revista de Derecho Privado, Madrid,
Octubre, 1980; Forest, Grégoire, Essai sur la notion d'obligation en droit privé, Dalloz,
2012; Gagliardo, Mariano, Tratado de obligaciones, Zavalía, Buenos Aires, 2015;
Giorgianni, Michele, La obligación. La parte general de las obligaciones, traducción de
Evelio Verdera y Tuells, Bosch, Barcelona, 1958; Hinestrosa, Fernando, Tratado de las
obligaciones, t. I, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2007; Leduc, Grégoire,
Essai sur la notion d'obligacion en droit privé, Dalloz, 2012; León, Pedro, "Rasgos
esenciales de la obligación", Cuadernos de los Institutos, Instituto de Derecho Civil,
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, 1957,
boletín III; Pizarro, Ramón Daniel, Acerca de la obligación, el crédito y la deuda, en
Homenaje a Dalmacio Vélez Sarsfield, t. II, Academia Nacional de Derecho y Ciencias
Sociales de Córdoba, Córdoba, 2000, p. 299; Pizarro, Ramón D. — Vallespinos, Carlos
G., Instituciones de derecho privado. Obligaciones, t. I, Hammurabi, Buenos Aires,
1999; nro. 3, p. 50; Zannoni, Eduardo A., Elementos de la obligación, Astrea, Buenos
Aires, 1996.
(2) El Código anterior, al igual que la mayoría de los códigos modernos, no define a la
obligación. En la nota al art. 495, Vélez expresó: "Nos abstenemos de definir, porque
como dice Freitas, las definiciones son impropias de un código de leyes". El nuevo
cuerpo normativo, en cambio, opta por definirla y lo hace con un claro sentido
normativo, que merece elogio por su precisión y proyecciones teóricas y prácticas.
(3) Bianca, Massimo, Diritto Civile. L'Obbligazione, Giufrè, 1991, t. 4, ps. 3 12/21;
Pizarro, Ramón Daniel, Acerca de la obligación, el crédito y la deuda, en Homenaje a
Dalmacio Vélez Sarsfield, t. II, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de
Córdoba, Córdoba, 2000, ps. 299 y ss.
(4) Díez-Picazo, Luis, Fundamentos del derecho civil patrimonial, 4ª ed., Civitas,
Madrid, 1993, ps. 61/62; Cristóbal Montes, Ángel, La estructura y los sujetos de la
obligación, ps. 68 y ss.; Breccia, Le obbligazioni, Milano, Giuffrè, 1991, p. 68; Bueres,
Objeto del negocio jurídico, ps. 32/38.
(5) La nota de exigibilidad que emerge del art. 724 requiere de algunas precisiones. Ella
se satisface cuando la obligación es susceptible de ser exigida judicialmente (por
ejemplo, una obligación pura y simple vencida), como en aquellos casos en los cuáles
no lo es inicialmente, pero puede llegar a serlo al vencimiento de un plazo suspensivo o
en caso de cumplirse con una condición suspensiva. Aunque en uno y otro supuesto, el
cumplimiento no pueda ser inicialmente exigido (por falta de vencimiento de plazo o de
cumplimiento de la condición), el requisito de exigibilidad que emerge del art. 724 se
encuentra satisfecho, pues una vez cumplido el plazo o la condición suspensiva, podrá
reclamarse el cumplimiento en sede judicial.
(6) Ver, Trigo Represas, Félix A., en Alterini, Jorge H. (Dir.) — Alterini, I. (Coord.),
Código Civil y Comercial comentado, t. IV, La Ley, Buenos Aires, 2015, comentario al
art. 724, ps. 3 y ss., quien considera que la definición contenida en dicho artículo es
acertada.
(7) Nos ocupamos del tema en Pizarro-Vallespinos, Instituciones de derecho privado.
Obligaciones, t. I, nro. 73, ps. 210 y ss.
(8) En contra, López Mesa, Derecho de obligaciones, t. I, ps. 825 y ss., quien considera
que se ha querido denominar de otro modo a las obligaciones naturales, "buscando no
llamarlas obligaciones y reemplazarlas por un deber moral". El prestigioso jurista
considera que las obligaciones naturales subsisten en el nuevo código, "aunque muy
menoscabadas". Por las razones expresadas en texto, nos permitimos discrepar. La
definición normativa del art. 724 cierra toda posibilidad a la existencia de pretendidas
obligaciones que no dan derecho a exigir su cumplimiento.
(9) Díez-Picazo, Fundamentos del derecho civil patrimonial, t. II, nro. 20, p. 76;
Zannoni, Eduardo A., La obligación (concepto, contenido y objeto de la relación
jurídica obligatoria), San Isidro, Buenos Aires, 1984, ps. 54 y ss.
(10) Es lamentable que un código tan propenso a definir, con sentido normativo, no
haya reproducido en materia de prescripción extintiva normas como el art. 4017 del
Código anterior.
(11) En contra: Alterini, Jorge y Alterini, I. E., en la obra dirigida y coordinada por
dichos autores, Código Civil y Comercial anotado, t. IV, p. 46.
(12) Por todos, Giorgiani, La obligación, ps. 35 y ss.; Cazeaux, Pedro N., en Cazeaux —
Trigo Represas, Derecho de las obligaciones, t. I, 4ª ed., La Ley, Buenos Aires, 2010,
ps. 89/90, nro. 56.
(13) Hernández Gil, Antonio, Derecho de obligaciones, Ceura, Madrid, 1983, nro. 28, p.
101.
(14) Carnelutti, Francesco, Derecho y proceso en la teoría de la obligación, en Estudios
de derecho procesal, vol. 1, Ejea, Buenos Aires, 1952, ps. 401 y ss.
(15) Por todos, Alterini, Atilio — Ameal, Oscar — López Cabana, Roberto M., Derecho
de obligaciones civiles y comerciales, 4ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2008, nro.
90 a 94 bis, ps. 53 y ss.; Zannoni, La obligación, nro. III; p. 46 y IV, p. 80.
(16) Zannoni, La obligación, III, nro. 19, p. 47.
(17) Díez-Picazo, Fundamentos, cit., t. II, ps. 236 y ss. Bueres, Objeto del negocio
jurídico, nro. 23 y ss., ps. 165 y ss.
(18) Bibliografía especial: Espinoza Espinoza, Juan, Introducción al derecho privado, 4ª
ed., Instituto Pacífico, Lima, 2015; Diez Picazo, Luis, Fundamentos del Derecho Civil
Patrimonial, I, Introducción, Teoría del Contrato, 5ª ed., Madrid, 1996; De Los Mozos,
José Luis, voz Buena fe en Alterini, A. A. — López Cabana, R. M., Enciclopedia de la
responsabilidad civil, t. I A-B, Abeledo Perrrot, Buenos Aires, 1996, p. 789.
(19) Sobre el tema, López Mesa, Marcelo J., Derecho de las obligaciones, B de F,
Montevideo — Buenos Aires, 2015, ps. 103 y ss.; Trigo Represas, en Alterini (Dir.) —
Alterini (Coord.), Código Civil y Comercial comentado, t. IV, art. 725, ps. 20 y ss.
(20) Ihering, Del interés en los contratos y la pretendida necesidad de valor patrimonial
en las relaciones obligatorias, en Tres estudios Jurídicos, Omeba, p. 987; Windscheid,
Diritto delle pandette, t. II, p. 86.
(21) Hernández Gil, Derecho de Obligaciones, nros. 33 y 34, ps. 111 y ss.
(22) Scialoja, Diritto delle obbligazione, p. 45.

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