Está en la página 1de 26

1

PARA UNA HERMENÉUTICA HISTÓRICA: EL DECIR CLÁSICO A TRAVÉS DE


LA «REPRESENTACIÓN DE LOS HACENDADOS» DE MARIANO MORENO

PRÓLOGO
La razón que motiva este trabajo puede consignarse epistemológicamente como una explicación
entendida a manera de teleología por metas y funciones. Desde tal premisa, nuestro modelo
explicativo atiende a rememorar hermenéuticamente los aspectos nodulares de la argumentación
explanada por Mariano Moreno en un específico texto en el período de oscilación del saber
occidental hacia la Modernidad. Planteo que tiene como meta significar la lógica argumentativa de un
específico sujeto empírico en función de la «episteme» en que se encuadra. 1 En suma, las razones de
esta propuesta atienden a reconocer el marco epistémico clasicista, aquel que Michel Foucault nomina
como «episteme clásica», de cuyo encuadre epistemológico partimos mediado por la extensa
argumentación de un referente concreto.
Meta y función persiguen señalar cuáles son los códigos que permiten hablar de un sujeto que dice
de una «episteme clásica», o sea, subrayar su vigencia en la época estudiada. Se trata de colocar ante
la mirada reflexiva (a través de un específico mensaje discursivo) un modelo de saber con el que se
cierra definitivamente el pensamiento occidental en su auténtica ontología, aquel que, con el
Clasicismo ilustrado, alcanzó su expresión cimera. De allí en más se dejará ver el umbral de los
«singulares colectivos», aquellos que, desde la atalaya del abstracto «hombre» y de la omnipotente
«historia», rezuman ya Modernidad.
Nuestro caso-testigo (expresión de una época hablada en términos de crisis) nos permitirá recorrer
un suelo epistémico especialmente rico por las metas que lo definen. Importa, en suma , desde una
mirada hermenéutica, conocer no al que habla detrás del texto sino “aquello de lo que habla, la cosa
del texto, a saber, el tipo de mundo que la obra despliega de alguna manera delante del texto”. 2
Penetrar en el texto es (desde la distancia) construir un “arco hermenéutico”: de un lado la
interpretación vivida (intratextual), del otro, la nuestra (que es apropiación). 3
Época clásica definida en clave lingüística, pues se identifica con la «filosofía del signo» 4. Ello
nos decidió a transitarla a través de un método de carácter retórico y hermenéutico 5, lo cual dice
relevamiento del «juego de lenguaje»6 que (en nuestro trabajo) lo será a la vez del nivel gramatical y

1
Cf. Susan CONDOR y Charles ANTAKI, «Cognición social y discurso» (pp. 453-487), en Teun A. van DIJK
(comp.), El discurso como estructura y proceso. Estudios sobre el discurso I. Una introducción multidisciplinaria,
Barcelona, Gedisa, 2000, pp. 472-s..
2
Paul RICOEUR, Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II [1986]. México, Fondo de Cultura
Económica, 2000, p. 155.
3
P. RICOEUR, Del texto ... cit. , p.147.
4
Michel FOUCAULT, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Aires, Siglo
XXI, 1968, p. 72.
5
Cf. Rubén D. SALAS, El discurso histórico-jurídico y político-institucional en clave retórico-hermenéutica. Del
Clasicismo ilustrado a la Post-Modernidad, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 2004,
pp. 13-51. También: Mauricio BEUCHOT, La retórica como pragmática y hermenéutica, Barcelona, Anthropos, 1998,
pp. 116-146; P. RICOEUR, Tiempo y Narración (I). Configuración del tiempo en el relato histórico [1985]. México,
Siglo XXI, 1995, pp. 9-29.
6
Cf. Ludwig WITTGENSTEIN, Investigaciones filosóficas [1945]. Barcelona, Altaya («Grandes Obras del
2

de significación de la discursividad. El método retórico y hermenéutico nos autoriza a leer como texto
lo que desde otra dimensión historiográfica sólo resultaría mero registro arqueológico.
Finalmente: resulta válido esbozar un esquema epistémico partiendo del examen de una sola
muestra, en tanto la selección devino de un amplio relevamiento, pero efectivamente porque discurso
alguno escapa a las reglas generales de su época y de su «episteme».

I. CONSIDERACIONES PREVIAS
Hemos escogido una muestra para dar cuenta de la pervivencia de un encuadre epistémico que la
historiografía suele imperativamente interpretar concluido en torno a los inicios de la Revolución
Francesa: de suyo, hablar, v.gr., del proceso revolucionario y emancipador iberoamericano, sería
hacerlo de fenómenos acontecidos en el marco de la «episteme moderna».
Nuestro trabajo buscará demostrar, asentado en principios de lógica argumentativa (lo cual
supone hacerlo desde la perspectiva de una pretensión de validez y no de verdad), que el proceso
revolucionario e independentista iberoamericano se enmarca en el escenario de la «episteme clásica»,
precisamente dentro del denominado Clasicismo ilustrado. La muestra escogida dice en ese sentido.
¿Qué relevancia guarda plantear que un fenómeno histórico se inscribe dentro de un
determinado marco de saber? Un interrogante más: ¿acaso hablar de sistema representativo o balanza
de poderes, de declaración de derechos, de igualdad (no de igualdades), de libertad (no de libertades),
de opinión pública, no basta para advertir que ya transitamos por un suelo de saber distinto al
clasicista?
Su inscripción dentro de un orden definido del saber dice de un proceso de socialización, de
una representación del mundo y de una estructura mental que construye códigos que miran la realidad
desde una determinada y precisa perspectiva.
Las voces mencionadas se significan contextualmente: el pensamiento de una época (más
explícitamente el perfil epistémico) debe ser observado “en la esgrima retórica de la argumentación” 7.
Por tanto, dentro del registro político jurídico enarbolado en Europa Occidental en torno a 1830,
responden a un contexto o situación epistémica («Modernidad») que ha resemantizado su clásica
significación prístina y, esa mudanza semántica, dice de efectivos cambios cognitivos. Desplazamiento
epistémico que (dada su singular realidad), en el mundo iberoamericano, encontrará un imponente
«obstáculo epistemológico».
Entendemos que interpretar un fenómeno histórico exige previamente definir la red de
significados en que éste se mueve. Soslayar este proceder supone orientar erradamente las preguntas
que se dirigen a las reliquias documentales y de suyo arribar a conclusiones falaces.
La hermenéutica histórica supone proceder con cautela a la hora de examinar la masa
documentaria. Solamente dilucidando “el nexo vital” que une la individualidad en estudio con el todo
orgánico de que forma parte, se podrá construir una “imagen” satisfactoria del conjunto: sólo
mediante “la imaginación creadora” el intérprete puede ofrecer un cuadro de lo pretérito “cuya
Pensamiento Contemporáneo»), 1998, «Parte I (§ 7)», p. 25.
7
S. CONDOR y Ch. ANTAKI, «Cognición ...»... cit, p. 468.
3

originalidad estriba esencialmente en la forma de combinar los elementos sobre el lienzo.” 8

II. PRECISIONES ACERCA DE LA RETÓRICA CLASICISTA


1. Aristóteles definió la Retórica como «arte de la persuasión por medio del lenguaje». 9
Persuasión supone que el decir argumentativo no necesariamente se asienta en lo verosímil sino que
puede emplearse con la intención de engañar. Para el Estagirita, la Retórica era una disciplina situada a
distancia de la ciencia y de la filosofía, pues procura sólo convencer.
La Retórica arribó al suelo clasicista (siglo XVII) reformulada desde su fuente inmediata: “la
gramática escolástica”.10 El Clasicismo ilustrado recogió el trivium (Gramática, Dialéctica, Retórica)
entramando la Retórica y la Gramática con la Lógica. Para el clásico ilustrado el orden lingüístico se
regía por la lógica argumentativa; no se concebía separado del rigor aritmético que teñía todo saber
que mereciera ese nombre: el espíritu analítico consagrado por Newton (el conocimiento físico-
matemático) se convirtió “en el arma necesaria de todo pensamiento en general”. 11
En el siglo XVII quedó consagrado el camino iniciado en la centuria anterior que equiparaba a las
lenguas romances con el griego y el latín, para pasar a ocupar el prestigioso lugar reservado a las
lenguas clásicas. La Gramática General y Razonada de Antoine Arnauld y Claude Lancelot marcó el
comienzo de esa nueva realidad al interrogarse acerca de la verdadera naturaleza de la palabra, al
estudiar el mecanismo de la significación. Por vez primera Lógica y Gramática resultaron
indisociables; la lengua se convirtió en el ámbito donde asomaba el pensamiento y desde cuya
plataforma éste era examinado.12
Al arribar al siglo XVIII el lenguaje se convirtió en el centro de todo auténtico conocimiento. El
arte de pensar (lógica) y el arte de hablar (gramática) decían del camino que conducía hacia el habla,
hacia el ser del ente humano. Desde la plataforma lingüística francesa las lenguas naturales alcanzaron
su perfección, por eso podía concluirse afirmando que era “necesario considerar en la lógica las ideas
unidas a las palabras y las palabras unidas a la lógica”. Bien hablar era marca del buen pensar. 13
El humano del siglo XVIII era aquel que construía su «mundo» en clave lingüística, esto es, en
clave a la vez lógica y ontológica, ética y estética. Así construido, la gramática de superficie («forma
material del lenguaje»14) sólo importaba en tanto emanación de la gramática profunda («estructura

8
Wilhelm von HUMBOLDT, La tâche de l’historien [1821]. Lille, Presses Universitaires de Lille, 1985, p. 67.
9
ARISTÓTELES, Retórica (c. 335 a.C.). Introducción, traducción y notas de Quintín Racionero. Madrid, Gredos
(«Biblioteca Básica Gredos»), 2000, «lib. I, 1.6. Objeto de la retórica y relaciones con la dialéctica», «2.1. Definición de
la retórica y generalidad de su aplicación», 1355b, pp. 38-s..
10
Roland DONZÉ, La gramática general y razonada de Port-Royal. Contribución a la historia de las ideas
gramaticales en Francia, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1967, p. 5.
11
Ernst CASSIRER, La filosofía de la Ilustración [1932]. México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 27.
12
Antoine ARNAULD et Pierre NICOLE (1830). La Logique ou l’art de penser [1662] (pp. 158-595) («Première
Partie, contenant les réflexions sur les idèes, ou sur la première action de l’esprit, qui s’appelle concevoir [...], chap. IV.
Des Idèes des choses et des Idèes des signes». En Antoine ARNAULD et Claude LANCELOT [1660]. Grammaire
Générale et Raisonnée, contenant les fondements de l’art de parler, expliqués d’une maniére claire et naturelle; les
raisons de ce qui est commun a toutes les langues, et des principales diférences qui s’ y recontrent, etc. (pp. 1-108).
Paris, De L’Imprimerie D’Auguste Delalain, Libraire Éditeur, 1830, p. 219.
13
A. ARNAULD et P. NICOLE, La Logique ... cit., p. 199. Cf. R. DONZÉ, La gramática ... cit., p. 40.
14
Noam CHOMSKY, El lenguaje y el entendimiento [1972]. Barcelona, Planeta-Agostini, 1992, p. 40.
4

formal relacionada con el sentido»15); emanación del orden proposicional que era el orden del juicio.
Dentro de ese ámbito se encontraba un término denominado sustancia (sujeto), otro designado como
predicación (atributo) y una cópula (es) que los vinculaba y constituía la afirmación, o sea, la principal
manera de nuestro pensamiento.16 Todos los verbos se resumían en el verbo ser (verbo de “verdad
eterna”), así como todas las partículas de la predicación encontraban su fuente en la relación que.17
Leer un texto es hacerlo de una ideología gramatical 18 (de un discurso hegemónico que ejerce el
control “sobre los otros discursos”19). Ideología concebida, por la «episteme clásica», como
Gramática General y Razonada, lo cual suponía afirmar que existía un “lenguaje universal” a manera
de “patrimonio genético”20: Noam Chomsky lo llamó «estructura profunda» (forma invariante del
pensamiento). «Estructura»21 que se representaba en la «estructura de superficie», aquella que
difícilmente lograba apresar en su integridad a la primera pero que gustaba exhibirse con el rigor que
se entendía ella atesoraba.22
La ideología gramatical clasicista, en cuanto al tiempo de la acción y del movimiento, supone
siempre el compromiso de un ente que se juega en el lenguaje pues, desde el núcleo ontológico del
«Yo soy el que dice que...», construye una estructura siempre condicional, subjuntiva o concesiva,
donde toda afirmación indicativa es marca especular de aquel «yo soy» de la enunciación que asoma
en el texto para enseguida replegarse y devenir «yo enunciado». 23 Toda indicación verbal se investía
con la fuerza de la duda pudorosa, de la solicitud cordial, de la forma imperativa (como expresión

15
N. CHOMSKY, El lenguaje ... cit., p. 40.
16
Cf. A. ARNAULD et C. LANCELOT, Grammaire ... cit. («Seconde Partie, ou il est parlé des principes et des
raisons sur lesquelles sont appuyées les diverses formes de la signification des mots. Chap. Premier. Qui la
connaissance de ce qui se passe dans notre esprit est nécessaire pour comprendre les fondements de la Grammaire; et
que c’est de là que dépend la diversité des mots qui composent le discours»), pp. 23-s..
17
Cf. A. ARNAULD et C. LANCELOT, Grammaire ... cit. («Seconde Partie [...], chap. IX. Du pronom appelé
Relatif»; «chap. XIII. Des Verbs, et de ce qui leur est propre et essentiel»), pp. 48-51; 70-s.. También R. D. SALAS, El
discurso ... cit., pp. 326-345.
18
Hablar de gramática es hacerlo de ideología en dos sentidos: (1) Louis Althouser entiende la voz “ideología”
como “sistema (con su lógica y rigor propios) de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos según los casos)
dotado de una existencia y un papel histórico en el seno de una sociedad dada” (Georges DUBY, «Historia social e
ideologías de las sociedades» [pp. 155-177]. En Jacques LE GOFF y Pierre NORA, dir., Hacer la Historia, Barcelona,
Laia, 1978, v. I, p. 169). (2) Por otra parte, la gramática opera ideológicamente “en la medida en que las
representaciones implícitas en determinados elecciones gramaticales significativas contribuyen a la reproducción de
relaciones de dominación” (Norman FAIRCLOUGH y Ruth WODAK, «Análisis crítico del discurso» [pp. 367-404], en
Teun A. van DIJK (comp.), El discurso como interacción social. Estudios sobre el discurso II. Una introducción
multidisciplinaria, Barcelona: Gedisa, 2001, p. 374)]. En este último sentido empleamos en este trabajo la expresión
discurso hegemónico.
19
M. FOUCAULT, El orden del discurso [1970]. Barcelona, Fábula-Tusquets, 1999, p. 22.
20
Cf. Paolo VIRNO, «Historia Natural» (pp. 137-201). En ÍDEM, Gramática de la multitud. Para un análisis de
las formas de vida contemporáneas, Buenos Aires, Colihue, 2003, p. 147.
21
Cf. N. CHOMSKY, Lingüística cartesiana. Un capítulo de la historia del pensamiento racionalista, Madrid,
Biblioteca Románica Hispánica, 1984, p. 82. También: ÍDEM, El lenguaje ... cit., pp. 39-49.
22
Dice Beauzée: “La Gramática General es, pues, la ciencia razonada de los principios inmutables y generales del
lenguaje [...] es una ciencia, porque su último objeto es la especulación razonada”. Los “principios “ de la “ciencia
gramatical [...] son los mismos que los que dirigen la razón humana en sus operaciones intelectuales; en una palabra,
son de una verdad eterna”. “La Gramática particular es un arte, porque contempla la aplicación práctica de las
instituciones arbitrarias y usuales de una lengua particular a los principios generales del lenguaje.” («Grammaire
générale, on exposition raisonnée des éléments nécessaires du langage, 1767». En N. CHOMSKY, Lingüística ... cit., p.
114).
23
Algirdas J. GREIMAS, La enunciación. Una postura epistemológica, México, Universidad Autónoma de
Puebla, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades (Cuaderno de Trabajo 21), pp. 11-s..
5

trágica), de un humano que se sabía limitado en su finitud.


Lo condicional o subjuntivo, la concesión, siempre es sinónimo de la energía, de la potencia viril
del hablante que, en virtud de tal actitud, requiere de la humilde mitigación para compensar el peso de
los elementos reforzadores del texto (sentido de la simetría discursiva). 24 Ideal de simetría, de armonía
cósmica (en términos de Newton): signo denotativo del sentir (de la estética) clasicista.
Formas interrogativas, polifonía textual25 («discurso directo»), empleo de conectores de carácter
condicional concesivo, y siempre el espíritu analítico que dice de una actitud mental que requiere de la
explicación; exige precisar el por qué de las cosas.
El relato de Moreno describe un tópico específico pero (fundamentalmente) dice de un «juego de
lenguaje» cuyas coordenadas son las del universo de su «episteme». En él encontramos las claves de
una ideología (de una «visión del mundo») que, habiendo superado las distintas modalidades del orden
medieval, advierte la necesidad de dotarse de bases tan sólidas como las de éste. De cara al universo
teocrático medieval, el clásico diseña un universo natural pero mantiene sin fisuras la concepción
eleática del tiempo. El Clasicismo ilustrado pretende remontar el todo desde la observación o desde la
experimentación. Por eso, siempre es retorno a la unidad. 26
Pero Retórica no es sólo ámbito de la lógica gramatical sino a la vez del lenguaje figurado, aquél
que expresa el carácter afectivo de la razón y que también dice que las palabras guardan un sentido
derivado (simbólico) con la realidad.27
Lenguaje especulativo y lenguaje figurado se entrelazan en el discurso clásico, el cual, en orden a
lo figurativo, y cualquiera sea la figura específica en que se vierta el discurso, es lenguaje metafórico,
o sea, creador de realidades que dicen de tensión entre opuestos, en suma, de “concordancia-
discordante”.28
Leer retóricamente un discurso impone advertir la presencia implícita o explícitamente marcada
de cuatro planos-tipos: exordio (breve presentación del asunto: dominio del êthos), narración
(exposición de los hechos referentes a la causa: dominio del lógos), confirmación o demostración
(pruebas que dan fundamento a la argumentación y refutación de los argumentos adversarios: dominio
del lógos), epílogo (resumen de los argumentos: dominio del páthos).29
2. En el imponente cuadro que Michel Foucault trazó del orden del saber oc cidental en su obra
Las palabras y las cosas, denominó «clásico» a aquél comprendido entre los siglos XVII y XVIII y,
«moderno», al saber reinante a partir de la tercera década del siglo XIX. En rigor, habló de «episteme
clásica» y «moderna».
Nos ubicamos, pues, en suelo epistémico clásico, en el momento final de la oscilación que
24
Cf. sobre la estética verbal en el texto clásico: R.D. SALAS, El discurso ... cit., pp. 235-285.
25
Cf. Dominique MAINGUENEAU, Términos claves del análisis del discurso, Buenos Aires, Nueva Visión,
1999, s.v., «polifonía», pp. 77-s..
26
Cf. E. CASSIRER, La filosofía ... cit., pp. 67.72. Cf. sobre una estética del lenguaje como poder de la palabra:
Miguel METZELTIN, «El poder de la textualidad». En M. METZELTIN / M. THIR (eds.). El Poder. Análisis del
discurso político español e hispanoamericano, Wien, Institut für Romanistik der Universität Wien, Band 6 («Cinderella
applicata»), pp. 47-54.
27
Cf. M. FOUCAULT, Las palabras ... cit., p. 119.
28
Cf. P. RICOEUR, Tiempo ..., cit., pp. 97, 91-s..
29
Cf. O. REBOUL, Introdução à Retórica, São Paulo, Martins Fontes, 1998, pp. 54-62.
6

conducirá desde el orden universal de las identidades y diferencias, de la conciliación de los opuestos,
del sentir a-histórico, a esa otra dimensión puramente accidental, humano-histórica 30.
Todo orden del saber se define por vectores de significación, por una sintaxis que aprisiona en su
«juego de lenguaje» regularidades específicas. Perfilar el recuadro de esas regularidades epistémicas
es nuestra intención; de lado quedan en el presente texto las diferencias de la mundanidad31, v.gr.,
aquellas que hacen al dato anecdótico y procuran capturar modernidades en un suelo que le es extraño.
El vector de significación del Clasicismo (v.gr., ilustrado) es el lenguaje, la «filosofía del signo», la
dimensión lógica y ontológica; el propio de la Modernidad es la historia.
Comprender el sentir (que es el pensar) clásico es entrar en los dominios de la teoría de la
representación, aquella que dice que imagen es idea; aquella para la cual la palabra es espejo del
pensamiento y, en consecuencia, espejo de la regularidad, de la armonía, del deber ser. 32 Expresión
ético-estética; fluido temporal donde conviven todos los tiempos, pues el orden clásico se concibe en
gerundio, siendo.
El suelo revolucionario iberoamericano se construye en clave proposicional (argumentativa)
clásica. Este momento epigonal del mundo indiano ofrece un «obstáculo epistemológico» vigoroso
frente a las notas modernas, necesitados sus actores de operar de cara a la instancia agónica del
desmembramiento imperial con herramientas conceptuales conocidas. Para que los signos modernos
resulten denotados (reconocidos) habrá que aguardar a la tercera década del siglo XIX, cuando una
nueva subjetividad defina antropológicamente sus prácticas discursivas.
Clasicismo: discurso del tiempo eterno, escrito en términos de Naturaleza y de Derecho Natural;
discurso del imperativo categórico (êthos), aristocracia del pensar que es el decir y el actuar; reino de
la condicionalidad33.
Al decir de los lógicos y gramáticos de Port-Royal todo pensamiento (actitud mental condicional,
causal y teleológica) está siempre escrito (explícita o implícitamente) en clave del verbo «ser» y de la
partícula conectora «que»34. Con Port-Royal, por vez primera en la historia del lenguaje, éste se
entiende como expresión de un complejo de operaciones mentales («estructura profunda») que sólo
parcialmente captura la frase o «estructura de superficie». 35
Interrogación directa o indirecta (tensión trágica del discurso, pues «toda interrogación pone, por
esencia, la posibilidad de una respuesta negativa» 36), fusión ético-estética: en esta dimensión se
30
Cf. M. FOUCAULT, Las palabras... cit., pp. 213-217.
31
Cf. Martín HEIDEGGER, El ser y el tiempo [1927]. Barcelona, Biblioteca de los Grandes Pensadores, 2002,
(«cap. III, La mundanidad del mundo…»), pp. 66-74.
32
Cf. A. ARNAULD et P. NICOLE, La Logique ... cit. («Deuxième Partie, contenant les réflexions que les
hommes ont faites sur leurs jugements» [...], chap. XIV. Des Propositions où l’on donne aus signes le nom des
choses»), pp. 350-356. También: Roger CHARTIER, «Poderes y límites de la representación. Marin, el discurso y la
imagen» (pp. 75-99). En ÍDEM, Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin, Buenos Aires, Manatial, 1999, pp.
75-93.
33
Cf. Ernst CASSIRER, Filosofía de las formas simbólicas. El lenguaje [1964]. México, Fondo de Cultura
Económica, 1998, v. I, pp. 232-233.
34
R. DONZÉ, La gramática... cit. , pp. 12, 54, 152-s..
35
N. CHOMSKY, El lenguaje ... cit., p. 40.
36
Cf. sobre el alcance ontológico de la “interrogación”: Jean-Paul SARTRE, El ser y la nada [1943]. Barcelona,
Biblioteca de los Grandes Pensadores, 2004 («Primera Parte. El origen de la nada. Cap. I. El origen de la negación. I. La
Interrogación»), pp. 36-77.
7

resuelve el ser del Clasicismo, cuyo sentir interrogativo define su «episteme», suelo compartido de
especies y de géneros.
Ética del «deber ser moral absoluto», estética de la belleza 37: intención última de toda la
discursividad clasicista.

Corramos, Señor, un velo a meditaciones que anegan el corazón en amargura […] y preguntemos a los
enemigos [del libre comercio con Gran Bretaña]: ¿será justo que se envilezcan y pierdan nuestros preciosos
frutos? […] ¿Será justo que las abundantes producciones del país permanezcan estancadas? […] ¿Será justo
que [...] se decrete su ruina? (Representación …, p. 137)

Recorrer un orden gramatical es adentrarse en una forma de vida: el orden discursivo del
clasicismo nos permite encontrarnos con la intencionalidad que lo animó; nunca nos será dable atrapar
su ontología, pero a través de la atenta lectura de sus códigos podremos reconocer las líneas directrices
de su entramado cultural. Discursividad, red de significados, ella apresa (en estricto sentido) el todo de
una cultura; pues en la dimensión textual queda de manera singularísima atrapada una época, de la que
da cuenta también, pero de manera menos saturada, la semiología de las artes plásticas, de la música,
en tanto se nos ocultan para siempre la gestualidad, los ritmos de la escritura, los matices del decir, de
los silencios.
La estructura retórica del discurso clasicista ilustrado se destacó por su intento de reproducir
los lineamientos latinos de la oratoria ciceroniana. Recorrió, por tanto, los estilos tenue, medio y
elevado, en virtud del auditorio al que el narrador se dirigía. Retórica que, si bien no difirió
estructuralmente respecto de su antecesora barroca, exige, según la preceptiva dictada por la
Gramática filosófica del siglo XVIII, transparencia y severidad en la disposición lógica de sus
argumentos. El desafío retórico consistió en plasmar el apotegma cartesiano de claridad y distinción,
de suyo, huir de cualquier ornamentación afectada.
La Gramática especulativa, que sentó sus reales en la Edad Media (con fuerza en torno al siglo
XIII) y que luego de un largo crepúsculo reapareció 38 como Gramática “‘filosófica’ o
“’universal’” ,“floreció desde el siglo XVII hasta el Romanticismo”. 39 Moreno formó parte de las
generaciones moldeadas por ella, la cual bajo el signo filosófico de la Ideología (v. gr. Condillac,
Destutt de Tracy) se impuso académicamente en los claustros de Buenos Aires desde 1819 hasta
1842.40
Atendemos aquí a las notas que identifican al «estilo elevado» del discurso clasicista, o sea, a
aquel dirigido a un auditorio altamente jerarquizado. En palabras de Cicerón, se trata de aquel

37
Cf. José M. MARILUZ URQUIJO, «Adiciones a un refranero rioplatense del siglo XVIII» (pp. 89-111). En
Cuadernos de Estudios del siglo XVIII, nº 14 (Segunda época del Boletín del Centro de Estudios del Siglo XVIII).
Oviedo, Universidad de Oviedo (Instituto Feijoó de Estudios del siglo XVIII), 2004, p. 90.
38
Cf. J. FERRATER MORA, Diccionario ... cit., s.v. «Gramática especulativa»). Cf. E. CASSIRER, Filosofía ...
cit., pp. 89-98.
39
N. CHOMSKY, El lenguaje ... cit., p. 48.
40
El primer curso que incluyó la Gramática general y razonada o filosófica lo dictó en el Colegio de la Unión del
Sud en 1819 Juan C. LAFINUR con el título de Curso filosófico (Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Facultad
de Filosofía y Letras, 1938). Le siguió entre 1822 y 1827 el curso de Principios de Ideología dictado en la Universidad
de Buenos Aires por Juan M. FERNÁNDEZ de AGÜERO (Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Facultad de
Filosofía y Letras, 1940. 3 vols.). Le siguieron las Lecciones de Filosofía (1828-1842) al cuidado de Diego ALCORTA
(Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, s/d.. Selección de Santiago Kovadloff).
8

discurso cuyo narrador será capaz de hablar con «tranquilidad, suavidad, introduciendo
clasificaciones, definiciones y distinciones, todo con encanto»41.

III. ASPECTOS RETÓRICOS Y HERMENÉUTICOS DE LA «REPRESENTACIÓN A


NOMBRE DE LOS HACENDADOS ...»

1. UN PARADIGMA JUDICIAL Y EPIDÍCTICO


La Representación de los hacendados de pluma de Mariano Moreno, alegato ante el virrey en
defensa de los labradores y del libre comercio con Gran Bretaña contra los intereses monopolistas,
resulta una «alocución-tipo» de estilo elevado.
El narrador formó parte de aquella élite rioplatense (específicamente porteña) que protagonizó
(desde el sector más radicalizado) el Pronunciamiento de Mayo de 1810 dentro del marco del colapso
de la Monarquía hispánica. La cartografía histórica permite observar entre 1808 y 1810 reacciones de
variados matices de incertidumbre y desconcierto en todas las provincias imperiales: sólo en 1810 (en
virtud del dominio incontestable de Napoleón) la idea de preservar la integridad de cada región
ultramarina del Imperio soslayando la unidad de la Monarquía cobra fuerza. 42
La Representación (septiembre de 1809) es obra de un jurista de dotes sobresalientes dentro de su
ámbito, pero su relato no nos importa por resultar expresión de un reconocido agonista del drama
imperial, sino porque la relevancia de su materia significante nos deja subrayar que el texto explica al
texto mismo; aquello que se denomina contexto se encuentra siempre y primeramente en la misma
trama; en la presente muestra de manera superlativa.
Importa (desde nuestra mirada) rescatar las líneas en perspectiva que definen la «episteme
clásica» dentro de la cual la muestra es fiel exponente.
La riqueza de la materia significante resulta un desafío para la hermenéutica histórica pues esta
perspectiva impone trazar un mapa verosímil de un mundo pretérito. Aquí sólo exhibimos (dada su
extensión) algunos de los rumbos ofrecidos por el texto.
El narrador del texto clásico de estilo elevado siempre pretende ser el defensor de valores de
virtud que entiende vulnerados. La Representación es rescate del valor de la Justicia y, por lo tanto,
traduce a la vez el sentir de lo justo (propio del discurso judicial) y de lo noble (propio del discurso
epidíctico). Representación pertenece a la vez a los géneros judicial y epidíctico pues, en tanto la
acción propia del primero es la de acusar y defender, la del segundo es aprobar o censurar. 43 El
argumento-tipo del discurso elevado clasicista (no sólo el judicial) quiere mostrarse rigurosamente
deductivo (entimema), pero un imperativo epistémico impone a la vez un rumbo inductivo, en tanto se
entiende que sólo es dable asomarse a los valores supremos del saber desde el plano de la observación
o experimentación de una realidad empírica concreta. En tal sentido, Moreno que, como todo narrador,
procura agradar y conmover al destinatario, situado entre la demostración (propia de la ciencia) y la
41
CICERÓN, El orador [46 a.C.]. Introducción y notas de E. Sánchez Salor. Madrid, Alianza, 1997 (§ 99), p.
77.
42
Cf. dentro de una vasta bibliografía sobre el tema: Tulio HALPERÍN DONGHI, Historia de América Latina 3.
Reforma y disolución de los imperios ibéricos 1750-1850, Madrid, Alianza, 1985, pp. 122-124. No atendemos en este
lugar a las distintas miradas del fisiocratismo y del utilitarismo rioplatense.
43
Cf. O. REBOUL, Introdução... cit., pp. XXII, 47.
9

erística (éris: controversia), no ignora que todo argumento es potencialmente blanco de la refutación. 44
Ofrece el texto un encadenamiento de proposiciones enlazadas de manera sistemática que
persiguen alcanzar ‘la verdad’. Se encuadra en un marco retórico riguroso donde, después de un
extenso exordio, se despliega la narración a través del plano de la demostración que es a la vez un
imperativo retórico y topos jurídico por antonomasia, en tanto supone pruebas y refutaciones. Dentro
de este esquema, Representación se ofrece estructurado en tres grandes segmentos donde el narrador
se obliga a “demostrar [...] la justicia del plan propuesto” “analizando, en primer lugar, el Oficio de
V.E.; examinando, en segundo, los males que el apoderado del Consulado de Cádiz y comerciantes de
esta ciudad derivan del permiso propuesto” : refuta “los siete arbitrios objetados por el apoderado; y,
reformando, últimamente, [...] las condiciones y trabas que el Consulado propone y el Excmo. Cabildo
parece adoptar” (p. 116) .
Iniciada la «Primera Parte», Moreno interrumpe la linealidad de la disertación para adelantar
(prolepsis)45 cuestiones referidas a los “empréstitos” recomendados por el apoderado del Consulado de
Cádiz. En la «Tercera Parte» atiende al “examen de los medios con que el apoderado Agüero pretende
libertar de apuros a VE., sacándolos en obsequio de la claridad, del primer artículo de la primera parte
a que por un orden riguroso correspondían con más propiedad” (p. 167). Enumera, enseguida, los
“siete arbitrios” a los que agrega las consideraciones anunciadas respecto del “Consulado de Buenos
Aires y el Cabildo”. Actitud crítica (el referente ancla en Agüero) con la que construye la casi
totalidad de la «Segunda Parte» del relato. El epílogo es el momento a la vez de la “súplica” (ruego),
donde (como manda el orden retórico) sintetiza los argumentos principales motivo de la
Representación, a los que alinea otros acerca de la situación política de España y de la “nación
inglesa” “sin cuyo auxilio sería imposible la mejora que meditamos” (p. 179).
Texto de base jurídica con fuerza epidíctica, responde a la función apelativa pues, habiéndose
dado vista al expediente, el narrador hace una solicitud. La función apelativa se asienta (en la
presentación de Moreno) en verbos (denominados por John Austin) judicativos (v. gr., reclamar,
suplicar)46.
El verbo “suplicar” debe leerse (en el siglo ilustrado) como equivalente semántico de «recurso
antepuesto ante quien ha expedido una norma o resolución» e, igualmente, en términos de “merced”. 47
aquellos hacendados [...] me confirieron sus poderes, para que presentándome ante V.E. [virrey] reclamase
el bien de la patria, con demostraciones propias de la majestad del foro y dignidad de la materia (Concluye
el «Exordio»).
Mis instituyentes [...] hacen a VE la siguiente súplica: [...] (Comienza el «Epílogo»)

Texto clasicista es (desde el título mismo) expresión del espíritu analítico: Representación a
nombre de los hacendados de las campañas del Río de la Plata dirigida al Excmo. Señor Virrey Don

44
O. REBOUL, Introdução ... cit., p. 7.
45
Cf. sobre el efecto de prolépsis: Gérard GENETTE, Figuras III, Barcelona, Lumen, 1989, v. III, pp. 95, 121-131.
46
Cf. John L. AUSTIN, Cómo hacer cosas con palabras. Palabras y acciones. Barcelona, Paidós,
1971(«Conferencia XII»), pp. 200-s..
47
Cf. sobre el significado de la voz “súplica”: Víctor TAU ANZOÁTEGUI, «La ley ‘se obedece pero no se
cumple’. En torno a la suplicación de las leyes en el Derecho indiano» (pp. 69-143). En ÍDEM, La ley en América
hispana. Del Descubrimiento a la Emancipación, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1992, pp. 74-78.
10

Baltasar Hidalgo de Cisneros en el expediente promovido sobre proporcionar ingresos al erario por
medio de un franco comercio con la Nación inglesa.48
Título que resulta una síntesis del eje argumental dispuesta a manera de encadenamiento
deductivo que parte de explicitar el referente, el tipo de presentación, el destinatario de la misma, su
razón de ser y los medios para alcanzar la finalidad motivo de la presentación. Decimos que es síntesis
del eje argumental y no de la totalidad de los tópicos que aborda el texto, porque el texto clásico se ve
habitualmente recorrido por importantes desvíos (digresiones), entendidos por el narrador como
determinantes para su relato. El carácter de las digresiones tendrá distinta jerarquía convirtiéndose
algunos de los desvíos en el lugar escogido para atender a cuestiones sustanciales de la argumentación.
Otras (contrariamente) pueden ser requeridas a los efectos de explanar aspectos considerados
necesarios para elucidar mejor la materia significante.
Mariano Moreno en su Representación transita por varios niveles de digresión. Ésta generalmente
quita y ocasionalmente imprime tensión al discurso. Puede aparecer como elemento mitigador del eje
argumental o también reforzador cuando, v. gr., el narrador se propone hacer presente a su auditorio
hechos que sabe turbarán su ánimo (pâthos). Sin embargo la digresión nunca opera en Representación
como marca de decisivo desplazamiento temporal respecto del referente argumental del texto. La
estrategia discursiva (cognitiva) de la digresión opera como desvío respecto del género discursivo
enunciado por el título. Las materias jurídica, política, social, son géneros que se entrelazan con la
cuestión del libre comercio y la defensa de los labradores y hacendados, constituyéndose dichos
géneros en la auténtica digresión denotante de la intención del narrador, que consiste en convertir su
texto en representación de un teatro completo de situaciones: “empeño arduo [...] por la dificultad [...]
de combinar las innumerables demostraciones que ofrece la materia [...]” (p. 115) ; porque “la
multitud de ideas que ofrece la materia no permite producirlas con la rapidez que se agolpan” (p 128).
No obstante, “yo debo demostrar la necesidad, conveniencia y la justicia del plan propuesto” (p 116).
Un “yo” que “es constituido por el texto”, el cual “desarrolla el mundo que tiene delante”. 49 El texto, a
través del “yo” del narrador, siempre es captura de una manera de concebir el mundo. Para la época
(época de culto retórico) esta premisa es consigna inexorable: el narrador es envuelto por el lenguaje a
quien él presta su voz plasmando así aquello que el lenguaje como «representación del mundo» le
dicta.50
La alternancia entre géneros ilustra de la mejor manera el estilo clásico, pues se convierte en
reforzador de esa fictio que dice de mirada distante frente a los accidentes mundanos (lo histórico, lo
político, lo social, la riqueza) del continuum. La digresión opera en el discurso de Moreno a manera de
“memoria”51, como testigo de aquello pretérito que es significativo en su hora.
Hermenéuticamente, si una cuestión se nos impone en este alegato ante el virrey, es que la materia
significante resulta una fuerza cuyo peso se asienta en la estructura lógica de la discursividad. La
48
Mariano MORENO, «Representación ...» (Buenos Aires, 30 de septiembre de 1809)». En ÍDEM, Escritos
políticos y económicos. Prólogo de Norberto Piñero. Buenos Aires, «La Cultura Argentina», 1915, pp. 111-179.
49
P. RICOEUR, Del texto ... cit, p. 109.
50
Cf. M. FOUCAULT, El orden ... cit., p. 11.
51
Cf. D. MAINGUENEAU, Términos... cit., s.v. «memoria discursiva», p. 71-s..
11

operación cognitiva del sujeto Moreno frente a la materia significante se resuelve en el plano de la
demostración, de la meditación (disputatio), de los abundantes discursos referidos (directos), de las
expresiones metafóricas, de los estereotipos léxicos, de la «voz universal» que siempre encuentra un
«auditorio universal» (más allá del empírico virrey a quien el narrador responde).
[...] pero si quiere V.E. desvanecer este grande argumento [de nuestros mercaderes], que se deduce de la
libre admisión de negociaciones inglesas [...], que comparezcan los que lo proponen, que sean preguntados;
¿qué entienden por comercio del país? Y los verá V.E. confundidos sin atinar a una verdadera inteligencia,
con una juiciosa demostración de los males que lamentan (p. 151; cf. pp. 116 y 128)

La oposición estriba en tan débiles fundamentos, que ha sido bastante acercarnos a su examen para contar
con su triunfo [...]; pero habiéndose propuesto arbitrios y arreglos por el apoderado de Cádiz y el Real
Consulado, los indicaré con rapidez, notando su oportunidad o inconducencia. Con esta operación llenaré
la tercera parte de mi representación, para lo cual reservé expresamente el examen de los medios con que el
apoderado Agüero pretende libertar de apuros a V.E., sacándolos en obsequio de la claridad, del primer
artículo de la primera parte a que por un orden riguroso corresponden con más propiedad. (pp. 166-s.)

El verbo “demostrar” ocupa un lugar central en la discursividad clásica cualquiera sea el género
dominante. El texto jurídico lo supone necesariamente y habla de rigor absoluto de las «pruebas». No
obstante (aún los textos jurídicos) transitan por los carriles de una lógica argumentativa y nunca
matemática en tanto eluden cuestionar cada premisa.
El texto de Moreno necesita mostrarse como rigurosamente deductivo, consigna denotativa del
Clasicismo, «episteme» que ancla en los principios de las ciencias naturales. Sin embargo, importa
recordar que el “derecho de dar testimonio”, o sea, de “oponer la verdad al poder”, es la que dio lugar
a la “demostración: cómo producir verdad, en qué forma, qué reglas han de aplicarse”. En suma, en el
Derecho se encuentra la matriz de otros saberes, v. gr., el científico. “Indagar” sobre algo, ofrecer
pruebas empíricas, tiene su nacimiento en el Derecho. 52
Moreno da testimonio de una realidad ante el virrey, pero la acción de acusar y defender está
enmarcada en el «deber» que hace a la ontología del ser del ente. Toda su argumentación se vacía en
molde axiológico.
«Demostrar» y «deber», dos consignas de la ideología gramatical general y razonada para las
cuales todo argumento (que es juicio) vale silogísticamente, vale deductivamente (desde la base de la
observación o la experiencia). «Demostrar» es «mostrar el camino» que se «debe» seguir; camino que
impone al individuo del clasicismo su raíz epistémica. “Autocoacción o sentimiento moral” 53 que se
nutre escópicamente desde la plataforma de lo «evidente»: de allí que «Iluminismo» diga del sentir
que conduce al pensar, diga de la “luz” (“metáfora preferida para adquirir y representar la verdad”)
que da forma al “deber de virtud”. El perspectivismo cartesiano señala que lo que hay en la mente son
representaciones (el intelecto inspecciona “imágenes retinales”) 54; el «deber» se construye como

52
Cf. M. FOUCAULT, La verdad y las formas jurídicas (Cinco conferencias dictadas en la Universidad de Río de
Janeiro, 21 a 25 de mayo de 1973), extraídas de http://www.institutoarendt.com.ar/salon/MichelFoucault%20Laverdad
ylasformas jurididas.PDF, pp. 15-16.
53
Immanuel KANT, La metafísica de las costumbres [1797]. Estudio preliminar por Adela Cortina Orts.
Barcelona, Altaya, («Grandes Obras del Pensamiento»), 1997, («Segunda Parte. Principios metafísicos de la doctrina de
la virtud [...] IX. ¿Qué es un deber de virtud»»), pp. 248-s..
54
Martin JAY, Campos de fuerza. Entre la historia intelectual y la crítica cultural, Barcelona, Paidós, 2003, pp.
224, 254.
12

representación (“autocoacción»). «Deber ser» que es sentimiento y acción («deber hacer»).


Por tanto, una sagaz discursividad (raciocinio) basta para anunciar que el camino propuesto está
allanado. El tiempo material puede urgir, pero éste siempre encuentra el sustento del tiempo eleático
que le permitirá acomodar las consignas fácticas. Importa lo sustancial (el orden del juicio) pues allí el
texto es acción pura; lo accidental siempre encontrará alguna instancia para su acertada concreción.
Cuando la justicia clama, cuando la ciencia (que siempre es justa) se persigue, cuando el deber es una
consigna, nada puede oponerse a la concreción de lo pensado.
[...] convirtámonos a nosotros mismos, y aunque nuestro comercio no se ha reglado hasta ahora por [...] la
profesión y ciencia de los comerciantes ilustrados, tal es la fuerza de las primeras verdades que [...] las
encontraremos triunfantes y produciendo por la virtud misma de las cosas una demostración que en otras
partes fue fruto de las profundas meditaciones de sabios economistas. (p. 129)

Debiéramos condenar al desprecio [la] pueril oposición [...] (p. 144)

[...] la justicia no puede abandonar aquellas personas que la naturaleza misma enseñó a ser virtuosas y
rectas [...] (p. 142)

La Justicia, el deber que interacciona dentro del ser y que no es predicado sino esencia
predicante, el discurso con sello proposicional, todo opera dentro de la acción que es tal en el
momento de la concepción del texto. El discurso no es mera palabra, no traduce «luchas», «es aquello
por lo que se lucha».55
Aquello por lo que se lucha en Representación es el triunfo de la “Justicia” sobre el imperativo
de cualquier ley, topos que conforma el meollo argumentativo de discurso clásico que no quiere
aparecer como simple “voluntad de verdad” sino que quiere constituirse en “discurso de la verdad”. 56
El virrey debe prescindir de las “leyes prohibitivas” (pp. 119-s.) porque así lo impone la “Justicia” (p.
132), así lo impone el bien de la “Nación” (entiéndase Estado 57) y de la “Provincia” (p. 119) que está
en sus manos custodiar. Se trata de priorizar el primer tipo de deber que es el «deber de virtud» antes
que el deber de coacción externa (el deber jurídico). En suma, debe priorizarse la ley que autoriza el
“libre comercio”, porque esto es lo que recomienda la mesura en función del lugar, el momento, las
personas y las cosas; se impone observar la preceptiva que deviene de la excelencia del hombre que
manda y no de la excelencia de la ley. Con rigor jurídico, Moreno recoge en su argumentación el
principio humanístico que opone a la tradición jurídica (“ius commune”) el Derecho basado en la
“razón”, “debilitándose así la vigencia de lo que ha sido pensado en un distinto contexto histórico”. 58

A la imperiosa ley de la necesidad ceden todas las leyes [...] Esta máxima [...] arma al magistrado de un
poder sin límites para revocar, corregir, suspender, innovar y todos aquellos recursos que en un orden
común están prohibidos [...] (p. 116)

55
Cf. M. FOUCAULT, El orden ... cit. , p. 15.
56
Cf. M. FOUCAULT, El orden ... cit. , pp. 19-23.
57
Cf. sobre el significado de la voz “nación”: Jean-Yves GUIOMAR, «A Nação», en Michel VOVELLE (org.),
França Revolucionária, 1789-1799, São Paulo, Editora Brasiliense, 1989, pp. 435-437.
58
José M. MARILUZ URQUIJO, «’Ius commune’ y Nuevo Mundo». En “Panta rei”. Studi dedicati a Manlio
Bellomo, Roma, Il Cigno Edizioni, 2004, pp. 513-s.. Cf. V. TAU ANZOÁTEGUI, El poder de la costumbre. Estudios
sobre el Derecho Consuetudinario en América hispana hasta la Emancipación, Buenos Aires, Instituto de
Investigaciones de Historia del Derecho, 2001, pp. 242-248,254-260.
13

Jamás [...] hubo jefe a quien una necesidad tan notoria autorizase a obrar sin sujeción a los caminos de
la antigua rutina [...] (p. 118)

Sí, Señor, la justicia pide en el día que gocemos un comercio igual al de los demás pueblos que forman
la monarquía española que integramos [...] (p. 132)

[...] obre, pues, la justicia en todo su vigor para que empiecen a brillar los bienes que la naturaleza
misma nos franquea pródigamente. (p. 134)

Los términos temporales de este modelo de discursividad reniegan de toda mundanidad histórica,
de allí que en el discurso clásico el narrador, cualquiera sea la conclusión a la que arribe, siempre
resultará vencedor de la disputatio, porque se trata de la victoria de la palabra. Triunfar
argumentalmente (en el arte de la disputatio) es haber triunfado en la praxis, pues teoría y praxis son
una misma cosa (se entraman).59
En este plano temporal la cronología histórica habita como motivo libre dentro de los dominios de
la condicionalidad (el texto clásico se define en la interacción verbal de lo condicional-subjuntivo). La
fecha, el contenido del dato (v.gr., de una Real Cédula: v. pp., 146-s.) reciben la fuerza (no de ellos)
sino del «juego de lenguaje» tramado en proposiciones de rigor vario pero que se imponen en virtud
del ejercicio retórico (disputatio). El tiempo es fluyente, es siempre un «hoy» (un «instante») que
alberga un «pretérito» que culmina y un «futuro» que comienza. Es un discurso que encuentra en la
voz «horizonte» (en el «luego») su definición temporal. En tal sentido, todo cambio será entendido
como culminación de un proceso dentro del continuum. En suma, el modo subjuntivo (condicional)
que define la interacción verbal es el modo de la intimidad, del sentimiento, no expresión
cronométrica (metron).
Digresión redundante es la que evoca la situación agónica de la Monarquía, ya se trate de aquella
que afecta a la metrópoli, ya de la que conmueve a la región indiana. Materia que recorre todos los
grados de tensión discursiva: agonía que, porque no la ignora el virrey, quien tampoco ignora la
endeblez de su legitimidad, el narrador se complace en subrayar.

Decir que el real erario está sin fondos, es decir que los vínculos de la seguridad interior están disueltos, que
los peligros exteriores son irresistibles y que el Gobierno débil por falta de recursos efectivos, no puede
oponer a la ruina del pueblo sino esfuerzos impotentes. ¡Ojalá no fuese ésta una verdad tan patente! [...] (p.
117)

Obsérvense algunas consideraciones hermenéuticas: las formas infinitivas constituyen, en el caso


del verbo “decir”, una deixis apenas mitigada con un verbo de posibilidad (“puede oponer”).
Adviértase que una nota clasicista es la modalización que consiste en atenuar aquello que podría
significar el desborde pasional. La forma infinitiva sustantivada constituye siempre un poderoso
reforzador argumental (“Decir que ... es decir que”), pues “decir algo es hacer algo” 60; forma que no
sólo opera a manera de figura de repetición, sino que dicha figura se construye con el verbo que
implica al ser del ente (“decir”) 61. Por otro lado, la explicación (el clásico entiende que explicar más
59
Cf. Eduardo NICOL, La primera teoría de la praxis, Universidad Nacional Autónoma de México, 1978, p. 12.
60
J. L. AUSTIN, Cómo hacer cosas ... cit. («Conferencia II»), p. 53.
61
Cf. sobre “decir” y “ser” como «presencia mutua»: M. HEIDEGGER, «La palabra» [1958]. En ÍDEM, De
14

supone rigurosamente comprender mejor) se dispone a través de distintas relaciones con el pronombre
que. Proposición que sólo encuentra su simetría en la expresión desiderativa de exclamación
(“¡Ojalá ...”). Cláusula exclamativa que se vierte bajo la forma de la figura denominada «lugar
común»; figura que la retórica clásica entendió como referencia compartida por todo tipo de
argumentación (y no como opinión banal)62.
Del mismo orden, en tanto expresión agónica de la Monarquía, resultan los enunciados que
siguen:
[...] no puede nuestra Metrópoli remitirnos géneros que no tiene, ni llevar nuestros frutos que no puede
consumir; no tiene marina mercante suficiente [...] (p. 140)
Inundada nuestra Metrópoli por unos enemigos poderosos [...] ve concentrada su independencia en un corto
número de provincias [...] (p. 137)
Jamás se presentó en América situación más apurada [...] (p. 118)

El discurso de Moreno pinta (de manera explícita) una imagen fantasmal de la Monarquía. Hablan
en ese sentido las advertencias dirigidas por el narrador al virrey en procura de colocar a resguardo la
parte atlántica del Imperio. Obsérvese (en las digresiones que siguen) la más contundente de estas
advertencias y las sugerencias que denuncian el menoscabo de la autoridad virreinal, correlato de la
devaluación de la “causa del rey” (p. 177).

[...] no confirió el Soberano la alta dignidad de virrey de estas provincias para velar sobre la suerte de los
comerciantes de Cádiz, sino sobre la nuestra [...] (p. 146)

Señor: El orden público exige que cada ciudadano guarde los límites que le fijó en la sociedad su respectiva
carrera; hoy se dirige a V.E. un mercader abriéndole dictamen oficiosamente sobre el cumplimiento de las
leyes y modo con que el gobierno superior debe conducirse acerca de ellas [...] ¿Qué resultará de este
trastorno? Envilecida la dignidad de estas materias [éste] sería el menor mal de los innumerables a que
estaría expuesto el orden social. (p. 172)

Digresión significativa (producida la Revolución de Mayo constituirá una consigna) la constituye


la evocación al status jurídico de las Indias, mención que opera bajo la forma del par «reivindicación-
acusación»: el “espacio discursivo” 63 se construye, por un lado, como escenario que subraya la
plenitud de derechos de la provincia imperial americana pero (al mismo tiempo) ámbito donde se
deslizan acusaciones sobre la desigualdad que le cupo a América dentro de la antigua España (la
época de los Habsburgo). Se trata de un “posicionamiento” allanado por la nueva situación de la
Monarquía: adviértase que “el noble genio” de España “empezó a desplegar planes benéficos” para
América luego de “que la pérfida ambición de Francia causó en España violentas convulsiones” (p.
133).
Uno de los rasgos más justos [...], más políticos [...] de nuestra nación [derivados de la ocupación francesa],
fue la declaración de que las Américas no eran una colonia o factoría como las de otras naciones, que ellas
formaban una parte esencial e integrante de la monarquía española y en consecuencia de este nuevo ser [...];
y obró con la prudencia y política propias de un reino ilustrado, que en el abatimiento y destrozo a que lo
habían reducido sus enemigos, no podía considerarse en orden a su fuerza real sino como un accesorio de
aquella gran parte que elevaba a la apetecida dignidad de formar un solo cuerpo. (p. 133)

camino al habla, Barcelona, del Serbal, 1992, p. 176.


62
Cf. O. REBOUL, Introdução ... cit., pp. 52-s..
63
Cf. D. MAINGUENEAU, Términos ... cit., s.v., «espacio externo versus interno», « situación», p. 46, 91.
15

Confirmada por tan extraña ocurrencia una prerrogativa que, según las leyes fundamentales de las Indias,
nunca debió desconocerse ¿por qué títulos se nos podía privar de unos beneficios que gozan indistintamente
otros vasallos de la monarquía española, que no son más que nosotros? (p. 134)

2. LA CUESTIÓN DE LA RIQUEZA
Un texto (=discurso) es siempre más expresión de su época que de su narrador ocasional; de allí
que responda a códigos que son específicos de su «episteme» y que, a veces, no encuentren su
equivalente léxico-semántico fuera de ella.
Tal ocurre en el presente texto con el empleo de la voz riqueza que quedará desplazada por
economía en la práctica discursiva auténticamente moderna entendida dentro del orden de la
producción (“modo de producción capitalista” 64). Cuando el narrador refiere a la “economía política”
como parte del nuevo sistema imperante, resulta una señal identificadora de su gestor (el filósofo
Adam Smith) y de esa nueva ciencia que (con mirada ilustrada) teorizó sobre la riqueza de las
naciones pues, para el clásico, “en el orden del saber no existe la producción” 65.
Por otra parte, si bien Adam Smith enuncia la teoría de la producción, el planteo general de su
obra no abandona aún los fundamentos de la «episteme» en que se inscribe, de lo cual da cuenta su
obra. Obra cuyas líneas innovadoras deberán esperar a la segunda década del siglo XIX para comenzar
a ser descifradas en su patria de origen, allí donde había nacido una nueva realidad material 66. En
suma, “este dominio, suelo y objeto de la ‘economía’ durante la época clásica, es el de la riqueza” 67. El
discurso económico de Adam Smith aún está codificado como “moral” y ha pretendido fundarse sobre
una “teoría de las riquezas”.68
[...] aprovéchense los tesoros que la naturaleza nos franquea [...]; la tranquilidad será inseparable de un
pueblo laborioso, en que no tendrán entrada los vicios [...] (Representación, p. 143)
En momento alguno el relato de Moreno describirá al orden de lo económico imponiendo sus
reglas al Estado; tal afirmación (hoy de rigor) no encontraba lugar en el registro cognitivo clásico: no
cabía suponer que lo inferior gobernara sobre lo superior. Por tanto, puede afirmarse que
Representación recoge las impresiones de una singular coyuntura histórica, en la cual el poder político
yace en extremo debilitado y para cuya recuperación (por imperativo de la ley natural) será el mismo
dominio de lo político-institucional (no otro) el que ofrecerá la medicina indicada. La evocación del
filósofo británico, tomada además de las reflexiones sobre la ley agraria explanadas por “Jovellanos”,
apuntaba a subrayar que el rol “de los gobiernos en las providencias dirigidas al bien general, deben
limitarse a remover los obstáculos”. En el ámbito de la riqueza el accionar del Estado debía transitar
por los carriles del laissez-faire.
La teoría de la riqueza se mide en términos de escasez / abundancia. A lo largo de la época
clásica “es la necesidad la que mide las equivalencias. Es el alimento el que valora los precios, dando a

64
Cf. sobre la evolución de la voz “capitalismo”: Pierre VILAR, Iniciación al vocabulario del análisis histórico,
Barcelona, Crítica, 1980, s.v. «capitalismo», pp. 203-263.
65
M. FOUCAULT, Las palabras… cit., p. 164.
66
Cf. Maurice DOBB, Teorias do valor e distribuição desde Adam Smith, Lisboa, Presença (Biblioteca de Textos
Universitários), 1977, pp. 87-89.
67
M. FOUCAULT, Las palabras… cit., p. 164.
68
M. FOUCAULT, El orden ... cit., p. 23.
16

la producción agrícola, el privilegio que todos le han reconocido.69” Esta es, en síntesis, la tesis central
de la Representación de Moreno: nada de Modernidad la recorre.
Como lo quiere el pensamiento clásico, la medida de cambio es una medida interna, reconocible,
se basa en la fertilidad de la tierra y en las posibilidades de intercambio mercantil; estrictamente en ese
orden. Circulación y cambio son los emblemas de la riqueza; riqueza que se concibe como circulación
continua dentro del continuum temporal.
[la] naturaleza […] nos ha destinado al cultivo de sus fértiles campañas, y nos ha negado toda riqueza que
no se adquiera por este preciso canal. Si V.E. desea obrar nuestro bien, es muy sencilla la ruta que conduce
a él; la razón y el célebre Adam Smith […] apóstol de la economía política, hacen ver que los gobiernos en
las providencias dirigidas al bien general, deben limitarse a remover los obstáculos: éste es el eje principal
sobre el que el señor Jovellanos fundó el luminoso edificio de su discurso económico sobre la ley agraria
[…] (pp. 134-s.)

Adam Smith, Jovellanos, citas de autoridad con las que el narrador resguardaba su discurso
ante posibles objeciones del gobierno y (a la vez) respuesta a los argumentos esgrimidos por los
comerciantes monopolistas y sus defensores.
La autoridad de Jovellanos se reconoce explícita o implícitamente (de acuerdo con el estilo de un
siglo que evita citar fuentes) en más de un trayecto discursivo. Jovellanos (que contribuyó con su
Informe sobre la ley agraria a los requerimientos planteados por el rey a la Sociedad de Madrid para
ilustrar al Consejo de Castilla sobre la reforma de esa ley) hace explícito su interés por los escritos de
Adam Smith, entre ellos el que atiende a la riqueza de las naciones.70
Discurso donde se cruzan dos débiles líneas teóricas (ambas en clave reformista) vinculadas a los
fundamentos de la riqueza: línea fisiocrática (los Economistas) para la que sólo la agricultura
constituye riqueza y expresan acabadamente Turgot, Quesnay, Dupont de Nemours; línea de los
utilitaristas, más preocupados por lo que se recibe en el «cambio», interesados en el proceso que lleva
a alguien a desprenderse de algo para hacerse de otra cosa que entiende más útil y a la que concede un
mayor valor (y que no excluye el comercio), dimensión expresada por Condillac, por Galiani. 71
Entrecruzamiento del «valor» y del «cambio», del «valor estimativo» de las cosas (dirá Turgot) que
conduce al «valor apreciativo». Argumento que dice que el «valor» reside en la puesta en marcha del
cambio y que tal posibilidad tiene el fundamento subjetivo que nace del «valor apreciativo» que los
interesados en el objeto acuerdan para determinar el «valor estimativo». 72
Los argumentos esgrimidos por Moreno buscaban persuadir al virrey de las ventajas del libre
cambio con la Gran Bretaña para alejar los perjuicios que el comercio monopólico imponía a los
hacendados; juega su discurso procurando obligar al virrey a una identidad de estimación que permita
satisfacer no necesidades inmediatas, sino necesidades mayores que deriven en trocar la escasez del

69
M. FOUCAULT, Las palabras…, cit., p. 218.
70
Cf. Jean SARRAILH, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, México, Fondo de Cultura
Económica, 1957, pp. 281, 549.
71
Cf. sobre las tesis de “los Economistas” y defensores del comercio: Adam SMITH, Una investigación sobre la
naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones [1776]. Estudio preliminar de Carlos Rodríguez Braun. Madrid,
Alianza («El libro de bolsillo». Economía), 1999, (Lib. IV. «De los sistemas de economía política» [...] IX), pp. 646-
661.
72
Cf. M. FOUCAULT, Las palabras ...cit., pp. 194-196.
17

erario por la abundancia de riquezas.

[...] trato de fijar la opinión de que la libertad en las exportaciones de los frutos del país es conveniente a la
Provincia [...]; tal es en la economía política la gran máxima de que un país productivo no será rico mientras
no se fomente [...] la extracción de sus producciones, y que esta riqueza nunca será sólida mientras no se
forme de los sobrantes que resulten [...] de la abundante importación de las mercaderías que no tiene y le
son necesarias. (p. 128)

2.1. ACOTACIONES SOBRE ECONOMÍA POLÍTICA


Antes de comenzar este acápite recordemos que más allá del material significante de la trama
argumentativa de Moreno, de las teorías que despliega, de su articulación y de sus objetivos
argumentales, lo que importa es advertir la existencia de un sistema de pensamiento; que las metas del
narrador nos importan en función de la «episteme» en que se inserta su discurso porque da cuenta de
un sistema de representación que se encuentra ya en su momento de declive y que aquel que lo
relevará (Modernidad) supone la disolución, no sólo del momento epistémico que fue conciente del
imperativo ético que le cabía al humano, sino que abre un abismo epistémico («abismo
intransponible», al decir de Hans Kelsen) que rompe con una tradición de 2.500 años de historia.
La economía adquiere status de ciencia de mano de los fisiócratas dentro de los preceptos que
animan a la «episteme clásica», según los cuales el “sistema natural” contiene un “código de leyes”
adecuado al orden positivo73.
Respecto del mentado Adam Smith, por un lado, nos enfrentamos de manera rotunda con el
teorizador de la economía política, por otro, con quien comienza a otorgar entidad a un eslabón de
ésta: la voz trabajo. Al hacerlo deambula por la discursividad clásica alguna señal anticipatoria de la
Modernidad: aquella que habla de economía como producción, generadora de bienes que imponen
determinadas cuotas de trabajo disciplinado dividido entre individuos humanos cuyo «valor de
cambio» se traducirá en un salario que ya no entenderá de «fatigas» ni de «destrezas». Si bien en la
Gran Bretaña de su tiempo la oscilación epistémica es clara, Adam Smith se mueve aún en suelo
clasicista y de allí sus palabras:
la mayoría de las personas entienden mejor lo que significa una cantidad de una mercancía concreta que una
cantidad de trabajo. La una es un objeto claro y palpable; la otra es una noción abstracta que, aunque pueda
volverse suficientemente inteligible, en absoluto resulta tan natural y evidente.74

La riqueza juega discursivamente medida por la noción de necesidad (expresión del par
abundancia / escasez): los humanos intercambian porque experimentan «necesidades» y «deseos».
Pero este planteo de Smith, al inscribirse fuertemente en un período de oscilación epistémica,
enunciaba una medida de cambio externa al hombre: lo que avanzaba en importancia era la
producción y ésta se encontraba sometida al tiempo y a avatares externos sin importar la «destreza».
73
Cf. «François Quesnay, ibíd., ‘El Derecho natural, cap. III «De la desigualdad del Derecho natural de los
hombres’, cap. V ‘Del derecho natural de los hombres reunidos en sociedad bajo una autoridad soberana’». En R.
CUSMINSKY de CENDRERO (comp.), Los fisiócratas. Quesnay, Dupont de Nemours, Mirabeau y otros, Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina (Colecc. «Los Fundamentos de las Ciencias del hombre»), 1967/1991, pp. 35-
45.
74
A. SMITH, Una investigación ... cit., lib. I «De las causas del progreso en la capacidad productiva del trabajo y
de la forma en que su producto se distribuye naturalmente entre las distintas clases del pueblo» [...] 5. «Del precio real
y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y su precio en moneda», p. 66.
18

Se hallaba vinculada a una medida fija, el “trabajo”, “entendido como jornada, pena y fatiga”. 75 Lo que
cambió no fue “el trabajo en sí mismo”, fue “la relación del trabajo con la producción de que es
susceptible”: “antropología que habla de un hombre convertido en extraño para sí mismo y una
economía que habla de mecanismos exteriores a la conciencia humana”. 76
De la riqueza alojada en el Clasicismo en el marco del análisis de la representación, se pasó en la
Modernidad al concepto de trabajo mensurable por la cantidad de lo producido y por el tiempo
insumido en la producción. El trabajo definido bajo la forma de «trabajo productivo» o «división del
trabajo» (de trabajo como imposición calculada por un productor externo) devino la palabra-eje de ese
novísimo campo de estudio triunfante en la Modernidad denominado economía política.77
La experiencia británica entrama dos voces que hasta el siglo XVIII operaban en campos lexicales
diferentes (Economía y Política). La riqueza de las naciones acusa esta mudanza y (al hacerlo) se
anticipa embrionariamente una visión que encontrará en Karl Marx su expositor y oponente dialéctico
más agudo. Momento en que se consuma una ruptura epistemológica de cara a la tradición generada
en la Hélade, pues Economía nació identificada con la esfera privada y, Política, con la pública. Sólo
con el advenimiento de la concepción burguesa del liberalismo político y de su reverso económico,
voces que se excluían recíprocamente comienzan a convivir. Si oikonomía decía de familia entendida
como unidad de producción (agricultura, pastoreo, artesanado, intercambio de bienes entre familias,
etc.), nomos lo hacía de los acuerdos entre humanos. Los helenos gestaron la pólis (política) como el
espacio público de las leyes y del derecho para separarlo de la economía (del conjunto de las normas
de administración de la propiedad patrimonial o privada, dirigida por el jefe de la familia – despotes-).
La economía política impondrá una nueva concepción de la política que enlaza la Naturaleza al
Estado, resultando de esa singular ecuación los fenómenos económicos que, a manera de leyes físicas,
pero impuestas desde una nueva naturaleza (la humana), redefinirán la vida social. 78
Economía Política es (apunta Adam Smith) la “ciencia del hombre” que “se plantea dos
objetivos”:
en primer lugar, conseguir un ingreso o una subsistencia abundantes para el pueblo, o más precisamente que
el pueblo pueda conseguir ese ingreso o esa subsistencia por sí mismo; y en segundo lugar, proporcionar al
estado o comunidad un ingreso suficiente para pagar los servicios públicos. 79

Apenas iniciada la definición, la partícula disyuntiva interrumpe el decir clásico. De un lado de la


disyunción se trata aún de la antigua concepción del Estado garante de la riqueza que permite al
pueblo (a la familia) no detener el ciclo productivo. De otro lado, asoma el concepto individualista del
Estado. El segundo objetivo también se resuelve disyuntivamente: estado y comunidad no logran
converger semánticamente, al tiempo que el colectivo “servicios públicos” dice de sociedad

75
M. FOUCAULT, Las palabras ... cit., p. 219.
76
M. FOUCAULT, Las palabras ... cit., p. 221.
77
Cf. A. SMITH, Una investigación ... cit., lib. V («De los ingresos del soberano o del Estado»), I, pp. 717-s..
78
Cf. Marilena CHAUÍ, Convite à Filosofia, São Paulo, Ática, 1997, pp. 409-s.. Cf. Manfred RIEDEL, Metafísica
y metapolítica. Estudios sobre Aristóteles y el lenguaje político de la filosofía moderna (2 vols.). Buenos Aires, Alfa,
1972, vol. II, pp. 123-147.
79
A. SMITH, Una investigación ... cit., lib. IV («De los sistemas de economía política »), p. 539.
19

(“convivencia aparente”) y no de comunidad (“convivencia auténtica”). 80


En el alegato de Moreno la presencia de Adam Smith no se reconoce en las notas de Modernidad,
sino en aquellas que transitan por el ámbito de la economía de la riqueza con sus necesidades dentro
del par «escasez / abundancia».

3. LA FILOSOFÍA DEL SIGNO


3.1. LA MONEDA
Como la palabra en el lenguaje, la moneda es signo denotativo de la riqueza. Signo convencional,
que vale no por la preciosidad que pueda encerrar (tal como ocurría hasta el siglo XVI), sino por
representar el valor de las mercancías que coloca en circulación. Dentro del sistema de cambios,
dentro del sistema que permite «a cada una de las partes de la riqueza el significar las otras o el ser
significada por ellas», el valor representado en la moneda «es a la vez verbo y sustantivo, poder de
ligar y principio de análisis y atribución»81.
[…] la plata es un fruto igual a los demás, está sujeto a las mismas variaciones, y la alteración de su valor
proporcionalmente a su escasez o abundancia, sostiene en ambos casos la reciprocidad de los cambios […]
(Representación ..., p. 156).82

La plata no es riqueza, pues es compatible con los males y apuros de una extremada miseria; ella no es más
que un signo de convención con que se representan todas las especies comerciables, y sujeta a todas las
vicisitudes del giro, sube o baja de precio en el mercado según su escasez o abundancia, siempre que por
otra parte no crezcan o disminuyan las demás especies, que son representadas por ella (Ibíd.,p. 156).83

Vosotros, comerciantes [monopolistas] […] ¿Miráis en vuestras operaciones el bien del estado? No; el oro
es vuestro dios y el objeto de vuestras diligencias, como lo prueba el que siempre os he visto contentos de la
escasez y pesarosos de la abundancia (Ibíd., p. 152)84.

En el orden clásico, la moneda (como la palabra) representa, es un doble; medida de identidades y


diferencias. El valor de la riqueza se significa en la moneda, así como el valor en la economía moderna
se significa en el costo de producción, en el costo del trabajo, que asumen el rol de medida de valor. 85
La economía se explica en el molde de la historia; la riqueza en el orden de la representación que el
humano expresa como sentir comunitario. La representación es medida lógica y ontológica; la
80
M. RIEDEL, Metafísica ... cit., v. II, p. 125. La distinción entre “sociedad” y “comunidad” surge al concluir el siglo
XVIII (ibíd., p. 133).
81
M. FOUCAULT, Las palabras ... cit., p. 199. Cf. A. SMITH, Una investigación ... cit., lib. I «De las causas del
progreso en la capacidad productiva del trabajo y de la forma en que su producto se distribuye naturalmente entre las
distintas clases del pueblo» [...] 5. «Del precio real y nominal de las mercancías, o de su precio en trabajo y su precio
en moneda», pp. 64-85.
82
Cf. A. SMITH, Una investigación ... cit., lib. IV, pp. 540-547. Recuérdese que el mercantilismo prohibía la
exportación “de metales preciosos y de moneda, en la creencia de que existía una cantidad fija de comercio y de riqueza
en el mundo.” (Perry ANDERSON, El Estado Absolutista, México, Siglo XXI, 1978, pp. 30-s; 106). Cf. sobre
“moneda-signo” y “moneda-mercancía”: M. FOUCAULT, Las palabras ..., cit., pp. 178-188.
83
Cf. A. SMITH, Una investigación ... cit., lib. I «[...] 11. De la renta de la tierra [...] Parte III. De las variaciones
en la proporción entre los valores de los tipos de producción que siempre generan renta y de los tipos que algunas veces
generan renta y otras veces no [...] Concluye la digresión sobre las variaciones en el valor de la plata», p. 327. También
MONTESQUIEU, Del espíritu de las leyes [1745]. Prólogo de Enrique Tierno Galván. Buenos Aires, Orbis-
Hyspamérica (2 vols.), 1984, lib. XXII «De las leyes con relación al uso de la moneda», cap. VII-VIII «Cómo se
determina el precio de las cosas cuando varían las riquezas de signo», cap. IX «De la escasez relativa del oro y la plata»,
v. II, pp. 322-324.
84
Cf. A. SMITH, Una investigación ... cit., lib. IV, «III-VI», pp. 562-575.
85
Cf. A. SMITH, Una investigación ... cit., lib. I [...] 5. «Del precio real ...», p. 64.
20

historia es medida del abstracto «hombre».


La escasez o la abundancia se miden en términos de perjuicio o de beneficio para la comunidad,
no para el individuo aislado.
Sin embargo, el símil entre el signo moneda y palabra no puede llevarse más allá de advertir
cierta ley de correspondencia entre ambos: ambos son el doble de algo, pero la palabra es el ámbito
que define al ente humano (de manera singularísima en el Clasicismo ilustrado); no está sujeta a la
manipulación que supone el giro en el marco de los cambios mercantiles. Es plasma, definición,
principio y fin del humano.
Moreno frente al “tercer mal que más se pondera” y que dice que “el comercio con los ingleses
producirá una entera extracción de nuestra moneda” (p.155), contraargumentó en base a “principios
elementales de la ciencia económica” (p. 156), tomadas de las teorías en boga (tanto de los fisiócratas
como de los utilitaristas). El metal precioso es un “signo de convención” inserto dentro de aquello que
Adam Smith denominó “valor de cambio” (valor en tanto aquello que vale dentro del par «escasez /
abundancia», no en términos de «modo de producción capitalista»). Algo vale en razón de la utilidad
que pueda merecer para otro, de que pueda «servir para» resarcir al otro de la escasez de un bien. En
suma, Representación expresa una discursividad (una «visión del mundo») construida en términos de
«deber ser» (axioma que articula su discurso). Entiéndase que para el Clasicismo el «ser» es en el
mismo acto «deber ser»: el «deber» del ser no es algo a alcanzar por afuera de éste sino intrínseco a
éste. Sólo en suelo de la Modernidad, cuando la lógica y la ontología conformen dos dominios
empíricos escindidos, se podrá hablar de «abismo intransponible» entre una dimensión y otra.
Hablar de riqueza (para Moreno) era hacerlo de agricultura. No se trata de que riqueza sea
sinónimo de agricultura, pues para los gramáticos de la época “la enunciación exacta de las ideas casi
no admite sinónimos”, pues admitirlos requeriría de una prolija explicación de las voces enunciadas. 86
Riqueza es agricultura (“Tierra, agricultura, fuente única de riqueza” 87) y no es comercio, más allá de
que ponderó la necesidad del «libre comercio» por motivos estrictamente «utilitarios» (“lo que es útil
al país debe ser lisonjero a todo hombre de bien”, p. 154) .
Al comercio aún lo perseguía el estigma de lo engañoso, aquello que supone inseguridad, disputa
de precios, en suma, «cambio». Ofrecía un abanico de recelos para un orden que entendía que en la
celeridad estaba la marca del caos; para un orden que definía su «juego de lenguaje» como valoración
ético-moral. El comerciante (Moreno se esfuerza por salvaguardar al identificado con el libre
comercio) era aquel que «nunca miraba en sus operaciones por el bien del estado, porque tenía al oro
por dios, siempre contento de la escasez y pesaroso de la abundancia» (p. 152).

3.2. LA PALABRA

86
«François Quesnay, Extrait des Economies Royales de M. Sully, ‘Del comercio. Primer diálogo entre M.H. y
M.N’.» [1759]. En R. CUSMINSKY de CENDRERO (comp.), Los fisiócratas ... cit., p. 64.
87
«François Quesnay, ibíd., ‘Máximas generales de un Reino agrícola y notas sobre esas máximas [1759] [...] III.
Tierra, Agricultura, Fuente única de riquezas’». En R. CUSMINSKY de CENDRERO (comp.), Los fisiócratas ...cit., p.
47.
21

Morada del ser; expresión del pensamiento (Descartes) o su artífice (Condillac) 88, para el siglo
ilustrado todo lo humano se resuelve en el seno de la argumentación. Es por ello que lo acontecimental
histórico tuvo reservado un lugar marginal frente al orden proposicional que lo define. Es en el juicio
(en la esfera argumental) donde reside el verdadero sentido del decir, y es en ese suelo donde el
discurso se expresa absolutamente y se resuelven los hilos de la trama que es defensa de la justicia de
una causa: “Sí, Señor, la justicia pide en el día que gocemos ...” (p. 132). Lógica argumentativa cuyo
orden proposicional gira en torno al imperativo categórico que no es otro que el inscripto en el orden
causal de la naturaleza, ley que todo humano está conminado a obedecer. Representación es auténtica
expresión ético-jurídica, en tanto Naturaleza (y por extensión el Derecho que bebe de ella) menta
“verdades” que se reclaman “no sólo para el mundo físico, sino también para el mundo ético-
espiritual”89: “la justicia no puede abandonar aquellas personas que la naturaleza enseñó a ser
virtuosas”, apunta Moreno (p. 142).
Especie de su tiempo, Representación se define especularmente en dos sentidos: como imagen de
la enunciación y a la vez de la palabra delegada: simulacro del «yo» (pues se trata de un «yo» que se
apropia de la lengua) y, además, cuerpo desdoblado (el narrador es representante). Apunta Moreno en
el Exordio: “Exmo. Señor: El apoderado de los labradores y hacendados […] dice: Que […]”. Tercera
persona que resulta la formalidad obligada que oculta al «yo» enunciado, detrás del cual se encuentra
siempre un «Yo digo que» disuelto en el mismo momento de la enunciación 90. Esta reticencia anímica
articula el discurso clásico que es siempre expresión duplicada, pues la palabra nunca es la cosa y
porque los signos de la superficie se esfuerzan por capturar la estructura proposicional. Estructura que
expresa una disposición de ánimo atravesada por el sentir trágico, en un discurso donde, al decir de
Martín Heidegger, al «ser le va este mismo» 91.
Pero Retórica es no sólo dimensión gramatical sino también figurada. Figura que define al sentir
(que es el pensar) clásico es la simetría (antítesis)92. Leemos en Representación: “Un negociante a
quien la suerte de sus asuntos prepara un gran quebranto […] es justo se le dispense todo género de
consideraciones, como no se comprometa el bien general […]” (subrayada la simetría; p. 154).
Importante como efecto de simetría resulta el recurso cognitivo condicional cuyo paradigma es
“si”: “[…] se clama que el comercio con los ingleses producirá una entera extracción de nuestra
moneda […]; pero si se medita bien este punto se conocerán los vanos temores en que se funda tan
errado pronóstico […]” (p. 155).
El efecto simétrico logrado por alternancia de formas mitigadoras y reforzadoras93 es

88
Cf. Herman PARRETT, «Las teorías y sus ideologías esenciales»( pp. 13-38). En Teorías lingüísticas y enunciación,
Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras («Cursos y conferencias», 2ª época, 3), pp.
18-21.
89
E. CASSIRER, La Filosofía ... cit., p. 270. Cf. sobre el cambio de significado de la voz “naturaleza” en el siglo XVIII:
ibídem, 274-281.
90
Cf. A. J. GREIMAS, La enunciación ... cit., pp. 7-14.
91
M. HEIDEGGER, El ser… cit. (§ 41. El ser del «ser ahí»), p. 177.
92
Cf. M. BEUCHOT, La retórica... cit., pp. 87-100.
93
Cf. sobre recursos “mitigadores” y “reforzadores” lingüísticos: María L. PARDO, Derecho y lingüística. Cómo
se juzga con palabras. Análisis lingüístico de sentencias judiciales, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina,
1992, p. 91.
22

consustancial al discurso clásico, requerido como se encuentra de dotar de equilibrio homeostático a


su figura de mundo, más aún cuando se trata de abordar cuestiones controversiales donde merodean
«las pasiones del alma». Tal el caso que nos ocupa, pues se trata de confrontar argumentos del todo
opuestos (libre comercio versus monopolio).
Así se explica un filósofo que, meditando en la calma de las pasiones los principios y costumbres de los
estados, se ha engañado raras veces […] (p. 130).

Obsérvese que el sintagma, “meditando en la calma…”, enlaza analíticamente con su opuesto


simétrico de carácter reforzador (“se ha engañado…”), mitigado a su vez bajo la forma de lítote
(“raras veces”).
«Instruir» y «conmover» al auditorio (en Representación se trata de persuadir al virrey),
constituye una premisa de la retórica clásica que, a veces, articulada con el «deleite»94, resulta de rigor
en el discurso elevado: tal el empleo de figuras retóricas como la repetición (con su efecto de tensión
anímica) y la gradación (palabras dispuestas con ritmo ascendente que persiguen enfatizar una
situación). El enlace de ambas figuras refuerza doblemente el decir enunciativo.
¿será justo que se envilezcan y pierdan nuestros preciosos frutos [...]? ¿Será justo que las abundantes
producciones del país permanezcan estancadas [...]? ¿Será justo que rogándosenos por los frutos [...] se
decrete su ruina [...]? (pp. 137-s.).

La parte más útil de la sociedad, la más noble, la más distinguida eleva sus clamores […] (p. 142)

[…] y V.E. se desengañará, aunque tarde, que sus verdaderas ideas [de los comerciantes] son que siga el
contrabando, que el erario continúe aniquilado, que los hacendados perezcan en la miseria […] (p. 123).

El empleo del discurso directo resulta una figura de la que echa mano la retórica clásica, de
manera recurrente en nuestro «caso testigo». Se trata de un efecto polifónico, pues el narrador cede su
lugar a la entrada de otra voz (no siempre explicitada) que se convierte en cita de autoridad. Supone la
interrupción del ritmo del discurso, conformando una estructura reforzadora, generalmente transcripta
entre comillas.
El texto de Moreno se resuelve en el terreno de la relación con que, en el cual vuelca el clásico la
sustancia del “decir”95. La relación con que es la posibilidad de conexión con la estructura
proposicional («estructura profunda»).96 El que es puente hacia el dominio de las certezas, aquellas
que lo accidental histórico apenas reflejan. Discurso del que y del ser es narrativa de un humano que
se concibe como «causa eficiente», poseedor de un destino de causalidad virtuosa al que
inevitablemente ascenderá por efecto de sus acciones. El que hace a la esencia de los verbos de decir,
de pensar (“Mis instituyentes elevan a V.E. la siguiente suplica: Que [...]”). Partícula autorreferencial,
resume en ella todas las cosas. Huella residual de la aprehensión sensible en el interior de la forma
lógica, le cabe la tarea de «‘guiar la vista’ hacia una mirada autorreflexiva». 97

94
Cf. O. REBOUL, Introdução... cit., pp. XVII-XVIII.
95
Cf. M. HEIDEGGER, «El camino ...» ... cit., pp. 198-s..
96
Cf. A. ARNAULD et C. LANCELOT, Grammaire ... cit. («Seconde Partie [...], chap. IX. Du pronom appelé
Relatif», pp. 48-51. También N. CHOMSKY, Lingüística ... cit., 78-93.
97
P. VIRNO, Palabras con palabras. Poderes y límites del lenguaje [1995]. Buenos Aires, Paidós, 2004, pp. 131-
s..
23

El discurso de Moreno es expresión cognitiva de una «episteme» que se impone plantearse


reflexionando como estructura lógica de argumentación. Y es esa misma estructura de «transparencia
intelectual» la que evidencia (refleja) las flaquezas demostrativas de algunas conclusiones de la trama.
En Representación la fractura reflexiva asoma cuando (desde la lectura hermenéutica) el narrador
refuta a su oponente discursivo referencial (el apoderado Agüero) desde un argumento ad personam
adoptando para ello (como estrategia discursiva) la división del argumento en cláusulas subrayadas a
manera de leyes o axiomas. Esto se advierte en el trayecto final de la segunda parte: “Las provincias
interiores se arruinarán” (p. 162) con el libre comercio con Gran Bretaña y, por tanto, “es de temer
que a vuelta de pocos años veamos rotos los vínculos que nos unen con la Península española”,
consideraciones que (como confiesa el narrador) no es opinión en solitario del apoderado de Cádiz
sino “que hasta los pulperos repiten entre dientes” (p. 163). La debilidad se profundiza cuando el
narrador argumenta desde la figura de reticencia: “Es esta una materia sobre que no quiero discurrir”
(p. 163). Tampoco consigue inyectar verosimilitud a sus argumentos cuando delega en la voz de
autoridad («discurso directo») la respuesta, para evitar los “transportes a que provoca la gravedad de la
injuria”(p.163). La confesión “Yo me voy exaltando insensiblemente” (p. 165) pone fin a la polifonía
del discurso y al carácter reforzador de las cláusulas, comenzando (por exigencia epistémica) el ritmo
mitigador donde subraya la endeblez de los juicios de las partes (“apuro de compilar argumentos”);
estrategia cognitiva con la que el narrador, que cumplió con las premisas de la lógica argumentativa,
arriba a su victoria más allá de cualquier desnivel anecdótico.
Antes de concluir la segunda parte, expresa al virrey su deseo de ver publicada la Representación
para “agregar las reflexiones que ahora suprimo”, pues “la estrechez del tiempo no me permite dar la
debida extensión a mis ideas” (p. 166)98.
3.2.1. EL TIEMPO DEL DISCURSO
Tiempo eleático, eterno, continuo. Nada de cronologías materiales, mensurables, de recurrentes
cambios de progreso evolutivo. En realidad, dialéctica de tiempos que fluyen, expresión de un humano
para quien progreso menta regreso incesante pues, sus avances, están significados de restauraciones y
reformas, (como si se tratara de las revoluciones del Universo); modalidad reformista que será la nota
distintiva de las revoluciones iberoamericanas, desplegadas en el cuadro de la mathesis universalis.
Revolución es voz que entra tarde en el campo político desde su prístino enclave en la astronomía
(lento movimiento de un astro en todo el curso de su órbita) 99. Para verla circular con semántica
revulsiva (como cambio) habrá que esperar a la conmoción que arreció en Francia luego de 1789. “La
teoría del gobierno revolucionario (afirmó Robespierre) es tan nueva como la revolución que le ha
dado vida.100“ El tiempo de la historia (el tiempo cronológico del hombre) comenzaba lentamente su
marcha. Cuando este movimiento alcance su plenitud se podrá hablar en riguroso sentido de
98
Este alegato fue publicado después de la Revolución de Mayo en el folleto así titulado (1810). Su hermano
menor (Manuel) reeditó la pieza bajo el título de «Colección de Arengas en el foro, y escritos del Dr. D. Mariano
Moreno» (Londres, 1836), aunque el suelo moderno en que habitó dejó sus huellas en el escrito que se vio despojado de
su retórica clásica (Ricardo LEVENE, El pensamiento vivo de Mariano Moreno, Buenos Aires, Losada, 1946, p. 159).
99
Cf. Melvin J. LASKY, Utopía y Revolución, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 311-315.
100
Maximilien ROBESPIERRE, «Sobre los principios del gobierno revolucionario» [25 de diciembre de 1793]. En
ÍDEM, La Revolución jacobina. Prólogo de Jaime Fuster. Barcelona, Península, 1973, p. 123.
24

Modernidad; entonces cobrará entidad la historia del hacer del hombre que menta discontinuidad de un
suelo epistémico en el cual los seres vivos ya no se reconocen conviviendo, puesto que se des plazan
hacia distintas regiones empíricas.
En el orden de lo político-institucional los rasgos eminentemente clásicos del modo
revolucionario (su tiempo lento) asoman en más de un trayecto discursivo de la pieza de Moreno. Se
desliza a través de la genealogía de la legitimidad (del Derecho Natural); 101 conciencia de legitimidad
que cruje en el «mundo hispánico» “cuando los últimos sucesos variaron el ser político de España” (p.
132). Se observa la deriva en las precisas reconvenciones de Moreno al virrey: “no confirió el
Soberano a V.E. la alta dignidad de virrey […] para velar sobre la suerte de los comerciantes de Cádiz,
sino sobre la nuestra […] (p. 146). Igualmente el quiebre de la legitimidad monárquica surge de las
evocaciones que (marcadas con figuras de repetición y gradación) recuerdan a Cisneros los justos
derechos de las provincias indianas:
Uno de los rasgos más justos, más magnánimos, más políticos [de España], fue la declaración de que las
Américas […] formaban una parte esencial e integrante de la monarquía española y en consecuencia de este
nuevo ser […] (p. 133 )

El humano del clasicismo es (por definición) desgarro temporal. En el sentir clásico (que es
expresión de lo universal) nada se concibe vinculado a un concreto espacio y tiempo. La modalidad
indicativa de un preciso «aquí» y «ahora» o de alguna referencia pretérita, es simple marca
contingente desde donde parte el narrador para diseñar el futuro, lugar de efectiva solución de sus
aspiraciones.
Sólo si aceptamos las premisas de su discursividad, de su retórica de raíz ontológica y lógica, nos
es dable cruzar el umbral que conduce al sentido de la trama. En suma, en el planteo lógico-
argumentativo está la clave de esta especie discursiva, de la cual Representación es expresión
empírica.
Sólo respetando las premisas lógicas no se verán como «rellenos» las descripciones y el carácter
analítico del texto, pues nos dicen efectivamente sobre toda la «red de significados»: allí habla la
cultura clásica.
Inserta la Representación dentro del género judicial, Moreno se presenta como narrador
omnisciente, adoptando la extensa argumentación (consta de 165 parágrafos) un ritmo elevado de
carácter imperativo, bajo formas aspectuales subjuntivas, condicionales y potenciales. Se trata de
modalidades que enuncian la acción del verbo como pendiente del elemento subjetivo y, por tanto,
resultan potentes tiempos relativos. Destáquese que en el orden clásico el concepto de persona verbal
no se encuentra aún escindido del de persona real 102: la dicotomía subjetivo / objetivo planteada por
Immanuel Kant, sólo será epistémicamente reconocida (aunque modificando muchos de sus
presupuestos) en terreno positivista. Clásicamente, el objeto («realidad-en-si») es representación,
imagen o idea del sujeto: se define desde su identidad.
Para el discurso clásico, el eje subjuntivo sólo ocasionalmente puede significar irrealidad.
101
Cf. Francisco E. TRUSSO, De la legitimidad revolucionaria a la legitimidad constitucional, Buenos Aires,
Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1968, pp. 1-3.
102
R. DONZÉ, La gramática… cit., p. 96.
25

Contrariamente, la «visión del mundo» clásico es auténtica fuerza subjuntiva.


Los mercaderes que contradicen nuestro beneficio […] sufran ahora el castigo que se les habría impuesto si
no hubiesen conseguido burlar la vigilancia del gobierno; y avergüéncense de implorar ante la respetable
autoridad de V.E. que se sacrifique el pueblo para que ellos gocen […] el fruto de sus delitos. (pp. 154-s..)

Se trata en la muestra arriba citada del modelo de interacción natural del discurso clásico elevado:
el tono imperativo (específico de este período) se articula con formas de potencial compuesto, presente
y pretérito pluscuamperfecto del Modo Subjuntivo y en formas variadas de infinitivo. El juego
marcado por el movimiento verbal plantea el sentido trágico, de tensa expectativa, que recorre el
período y define a la alocución en su conjunto.
Rasgo denotativo de esta discursividad es la expresión del ser como entidad moral. Se trata de la
forma canónica «poder / deber + Infinitivo».
Poder es posibilidad de ser, perífrasis que dice de la posibilidad del «yo empírico» de apropiarse
del saber. Poder y deber suponen (en todos los casos) el verbo ser, pues, como quiere el Clasicismo,
todos los verbos residen en el verbo ser.
Solamente debe mirarse con horror el vacío de los mejores trabajos productivos del país […], el vacío en el
conocimiento de los verdaderos principios de la economía política. [...] Estos son los vacíos que debieran
temer nuestros mercaderes, y no el de un dinero […] que bajo el sistema prohibitivo nunca podrá influir en
la verdadera riqueza de la Provincia. (160)

Deber ser (ontológicamente) tiene su paralelo lingüístico en el llamado lenguaje prescriptivo. 103
Frente a la Modernidad que entiende al deber ligado lógicamente con el ser, el Clasicismo lo entiende
como fundido ontológicamente. No opera por afuera del humano, sino que se encuentra entramado en
el ser del ente.
EPÍLOGO
Todo epílogo quiere constituirse en «horizonte» incitativo de nuevos desafíos hermenéuticos. Este
trabajo pretendió acercarse a una trama histórica para dejar ver algunas notas de la «episteme» que la
contiene. Nos interesó asomarnos al decir de una centuria en la que los humanos seguían advirtiendo
que la fortaleza segura frente a los rigores del acaso era tomar “en serio la palabra”. 104
Desde esta perspectiva es preciso examinar el texto clásico, v.gr., la Representación. Sólo así es
posible asomarse a un relato cuyo objetivo va más allá del anunciado en su título. El carácter
sentencioso y admonitorio de la estructura textual define el propósito del narrador; mejor: define el
dictado de su «mundo». Las distintas coordenadas argumentales significan en razón de la trama que
las contiene. Históricamente el texto importa desde una doble hermenéutica: técnicamente, como
método nos permite penetrar en algunos surcos de una época pretérita; argumentalmente, nos acerca la
argamasa de un «mundo». Nos enriquecemos (fácticamente) por la minuciosa descripción obra de una
época donde los verbos ver y saber dicen una misma cosa: discernir.
La hermenéutica histórica impone al historiógrafo atender a la «red de significados» que encierra
cada «episteme» y, ésta, no dice sólo de una época, pues no se reduce a la mera mundanidad sino que

103
Cf. R. D. SALAS, El discurso… cit., pp. 345-347.
104
Jacques DERRIDA, «Notas sobre deconstrucción y pragmatismo» (pp. 151-170). En Chantal MOUFFE (comp.),
Deconstrucción y pragmatismo, Barcelona, Paidós, 1998, p. 152. Cf. E. NICOL, La primera ..., cit., pp. 27-34.
26

recala en los códigos que la definen. Clave hermenéutica: hablar de texto clásico es hacerlo desde la
perspectiva de una textualidad que siempre se entiende en el suelo de la «conciliación de los
contrarios» en el marco de la mathesis universalis.

También podría gustarte