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A LA MEMORIA DE DORIS RUBITH

La lluvia canta un triste adagio de tu partida en abril,

la primavera engalana la ciudad en la montaña,

el verde esmeralda del paisaje no brilla

sin la luz pletórica de tus ojos.

Hay un adagio suspendido en el tiempo

de tu mano ausente,

las horas son más lentas sin la magia de tu risa.

Diminutas notas de nostalgia retumban con la lluvia

entre campanulas, san joaquines, veraneras,

el rosal y la palmera que tanto cuidaron tus manos.

En el jardín, especias ayudan con tisanas a calmar

la ausencia de tu cálida voz,

ya no se mece tu dorado cabello

al viento en la gran ciudad,

en la que una vez se posó un hada rubia

quien cerró sus alas para amar

y cuidar un amor silencioso

en la esquina rosada de la gran montaña.

Aquel amor emprendió su vuelo

dejando su corazón con una eterna ausencia,

hasta que una mañana

mientras los girasoles coqueteaban con el sol,

escuchó el llamado de su amor,

sus alas envolvieron la alegría de estar juntos otra vez

y buscando el espiral de un caracol

se marcharon hacia el movimiento eterno

de la vida y el recuerdo.

María Bustamante

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