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La antigüedad vería numerosas escuelas que desarrollarían una idea de un conocimiento que
trasciende lo racional y que requiere de un entrenamiento o purificación. Esto quizá era de
esperarse en civilizaciones como la griega y la romana, que durante más de un milenio fueron
iniciados a los misterios de Eleusis y estaban en contacto con tradiciones esotéricas como la
egipcia. Vemos que aparecen estas ideas de una percepción suprasensual en los neoplatónicos, en
los gnósticos, en los herméticos y por supuesto también entre los pensadores cristianos,
particularmente aquellos influenciados por el platonismo.
De manera importante, y también influenciados por el platonismo, esta noción aparece entre
algunos pensadores islámicos, particularmente entre los sufíes, que desarrollan la noción del "ojo
del corazón" y de una capacidad cognitiva sutil que yace en la imaginación. Esta facultad, que el
académico francés Henry Corbin ha llamado "imaginal" para distinguirla de lo meramente
imaginario, es una potencia de una inteligencia cuya raíz está en el corazón y no en el cerebro o en
lo discursivo; tiene su fundamento en las imágenes y se alimenta de las emociones, del amor y la fe.
La imaginación accede a lo celestial o angelical, al orden del cual nuestro mundo es un símbolo,
según los místicos sufíes.
Posteriormente, un pensador cristiano, Blaise Pascal, diría que "el corazón tiene razones que la
razón no conoce", frase que no debe entenderse como ha sido comprendida popularmente, como
una declaración de que el ministerio de lo emocional es distinto al de lo intelectual, justificando las
pasiones amorosas. Más bien, la frase en su contexto sugiere que la razón no es la mejor forma de
conocer a Dios, pues "es el corazón que siente a Dios y no la razón. Esto es lo que es la fe,
sensibilidad a Dios y no a la razón".
Aunque podríamos citar muchos otros ejemplos de importantes pensadores que han hablado de los
límites de lo racional o intelectual para acceder al conocimiento, una de las visiones más claras en
relación a este tema la encontramos en otra pensadora francesa, Simone Weil. Para Weil, el
intelecto es esencial para establecer cierto tipo de conocimientos y encontrar relaciones en el
universo, pero tiene un límite. Es necesaria una facultad espiritual para penetrar el misterio de la
existencia y conocer lo real:
En otra parte, Weil, quien sigue a Platón, sostiene: "En lo bello -por ejemplo, el mar, el cielo- hay
algo irreductible. Como en el dolor físico. Lo mismo irreductible. Impenetrable para la
inteligencia". Esto irreductible, que permanece una vez que dejamos de proyectar nuestras propias
ideas o conceptos sobre el objeto, es una imagen de la eternidad, de lo real, que se puede conocer
solamente a través del amor. "El único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el
amor". Aquí Weil une el hilo de una inteligencia del corazón, metarracional, con una noción
religiosa que afirma que solamente percibimos lo real cuando miramos las cosas con desapego y,
por último, con una noción casi kantiana de que no conocemos ordinariamente las cosas en sí, sino
nuestras propias categorías o modos de entendimiento.
Weil va más allá que Kant y sostiene que sí podemos conocer la realidad en sí misma, pero para
ello debemos eliminar la acción de la imaginación (o la proyección conceptual) sobre los objetos. Y
para ella esto significa fundamentalmente eliminar la estructura del yo desde la cual vemos el
mundo, pues es la primera ilusión, fabricación y apego que nos impide notar la existencia del objeto
en su desnudez. Para Weil, ver lo real, como en el budismo, implica deshacerse o descrear el ego, el
filtro que todo lo distorsiona. Y entonces, la visión es transfigurada a una participación: "Qué yo
desaparezca para que esas cosas que yo veo se vuelvan perfectas en su belleza por el solo hecho
que ya no son cosas que yo veo".