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Revista Observaciones Filosoficas - El Psi - MacPro
Revista Observaciones Filosoficas - El Psi - MacPro
Resumen
Inicialmente se presenta un recorrido de las vivencias
sobre la memoria tomando algunos conceptos
brindados por Günter Grass, con el interés apenas
disimulado de hacer ver que muchos de los discursos actuales que circulan en la
bibliografía de las así llamadas neurociencias son desacertados en lo fundamental en
el despliegue del mundo de la vida. Se adscribe a la creencia de que la literatura en
este caso, al igual que en muchos otros campos, puede dar mayores luces sobre lo
singular e irrepetible de lo cotidiano que la operatoria retórica de la lengua
cientificista. Además, en el curso del avance del presente escrito se integran algunas
nociones del psicoanálisis freudiano a cerca de la memoria y el olvido que
innegablemente tienen una dimensión ética. Se incluyen algunos párrafos sobre el
olvido desde la peculiar posición de Rüdiger Safranski, ante todo sobre la amnesia de
la hora de la muerte. Como es previsible en el campo de la reflexión sobre el perdón y
sus diferencias con el olvido se brinda especial importancia a las obras de Vladimir
Jankélévitch y las de Paul Ricoeur.
Por tanto, este artículo consiste metodológicamente en un apartado que trata los
temas de la memoria, el olvido, la falta, el mal y el difícil perdón, en su dimensión
objetiva y subjetiva. El abordaje pretende ser literario, filosófico, psicoanalítico y
ético. Por tanto, se intenta reabrir la pregunta por el papel de la moral en la
actualidad de las humanidades y, en consecuencia, no se tiene prisa en concluir el
debate
Cabe aclarar que este artículo forma parte de una obra más extensa en la que el autor
trabaja el tema del cinismo moderno desde la perspectiva abordada por Peter
Sloterdijk y simultáneamente desde la ética del psicoanálisis.
Abstract
Initially it presents a survey of the experiences of memory taking some concepts
provided by Günter Grass, with barely concealed interest to see that many of the
current discourse circulating in the literature of so-called neuroscience are
fundamentally misguided in the deployment in the world of life. Subscribes to the
belief that literature here, as in many other fields, can give greater insight into the
unique and unrepeatable everyday that the operative language of the scientistic
rhetoric. In addition, during the progress of this writing are integrated notions of
Freudian psychoanalysis about memory and forgetting which undoubtedly have an
ethical dimension. It includes a few paragraphs about oblivion from the peculiar
position of Rüdiger Safranski, primarily on the amnesia of time of death. As expected
in the field of reflection on forgiveness and forgetting their differences with the
special importance is given to the works of Vladimir Jankelevitch and Paul Ricoeur.
Therefore, this article is methodologically a section that deals with themes of
memory, forgetfulness, lack, bad and difficult forgiveness in their objective and
subjective dimensions. The approach is intended to be literary, philosophical,
psychoanalytical, and ethical. Therefore, attempts to reopen the question of the role
of morality in the humanities today, and consequently, there is no hurry to conclude
the debate
It should be noted that this article is part of a larger work in which the author works
the subject of modern cynicism from the perspective addressed by Peter Sloterdijk
and simultaneously from the ethics of psychoanalysis.
Palabras clave
Olvido. Perdón. Memoria. Falta. Cinismo. Tiempo. Ética.
Keywords
Forgiveness. Memory. Damage. Cinismus. Time. Etics.
“Al recuerdo le gusta jugar al escondite como los niños. Se oculta, tiende a adornar y
embellecer, a menudo sin necesidad. Contradice a la memoria, que se muestra
demasiado meticulosa y, pendencieramente quiere tener razón.”2
En Günter Grass existe la distinción hábil entre recuerdo y memoria. Para él,
aparentemente, y con sobrada razón, no es lo mismo la función cognitiva de la
memoria que su resultado práctico. Puesto que el producto se muestra a sí mismo
rebelde y autónomo cuando así lo requiere: “El tiempo se va depositando capa a
capa. Lo que cubre se distingue a lo sumo por alguna grieta".3
Hasta aquí hemos visto algunos ejemplos de las diferentes maneras que tiene la
memoria de presentar sus caprichos a la conciencia, de tal suerte que no sólo se
muestra como una función fuertemente selectiva, sino también como incesantemente
creativa, dejando de ser, de este modo, una función meramente replicativa. Cabe
añadir que, la realidad de la memoria se fundamenta tanto en la innegabilidad de la
huella mnémica, como en la fantasía y su necesidad de búsqueda de placer. De todas
formas, asentiremos que el pasado, gracias a la memoria, participa del presente, es
decir, su grado de realidad se apoya en esa facultad de hacer existir en la actualidad
lo que ya no existe temporalmente. Así pues, el pretérito vive gracias a la memoria en
la facticidad de la hora actual. En palabras de Günter Grass, como ya lo vimos, el
ahora pasado se transforma en el “ahora ahora ahora”.
“Todo será olvidado y nada será reparado. El rol de la reparación (por la venganza y
por el perdón) será tenido por el olvido. Nadie reparará los daños cometidos, pero
todos los daños serán olvidados”. 6
Al respecto, Freud hace ver que hay una dimensión de la verdad que está en un plano
de inscripción más allá de la memoria y del olvido, con ello se refiere al registro de lo
inconsciente, es decir, una dimensión en la que no hay representaciones, ideas,
nociones, si no, simplemente marcas, huellas ilegibles por sí mismas, pero que
siempre fijan un sentido, una dirección. En consecuencia, la posibilidad de renovar el
sentido de dichas huellas es lo que brinda las condiciones de posibilidad de cualquier
intervención terapéutica. Así pues, el significado de las marcas se puede leer de
diferente forma, pero, su indelebilidad está fuera de toda duda; las huellas son
permanentes.
No está de más, hacer ver que cierta falacia cínica de la psiquiatría y de las
psicologías conductuales y cognitivas, desarrolladas en los años cincuenta, han
intentado encubrir la verdad de los Campos de Concentración de Europa Central y
de Rusia. En esa época el sentido del debate era planteado en líneas generales con
fórmulas simplistas del tipo: “De acuerdo, han habido traumas, pero la ciencia de las
psicoterapias químicas y verbales las pueden curar”. Entonces, problematizados así,
de mala forma, la banalización del daño y la verdad del trauma, se piensa que, se
podrían borrar mediante ciertos medicamentos y determinadas psicoterapias
estandarizadas y cuantificadas. De este modo, el tema ético fue puesto de lado por
una segunda vez. En la primera ocasión en la ejecución de crímenes horrendos y en la
siguiente a través del intento de la trivialización de sus secuelas. Justamente, en otro
contexto no muy lejano, que nosotros nos permitimos extrapolar aquí, Lévinas señala
que las huellas son imborrables, además, de que incluso el intento de deshacer o bien
de ocultar las huellas deja su trazo permanente.
Sin embargo, el juego del olvido, actúa no solamente en dirección del pasado, si no
del futuro. Rüdiger Safranski nos hace ver que el olvido de la hora de la muerte tiene
una función vital. El sentido de dicha expresión no es el de la futilidad de saber con
exactitud meridiana el cálculo médico del último instante de la vida. Más bien, su
sentido es radical, habla de la necesidad de la muerte. De modo que, como todo el
mundo lo sabe, todo recién nacido tiene una deuda con la naturaleza, le debe una
muerte, la suya propia. No obstante, como es obvio, para vivir, y sobre todo para
vivir bien, con proyecciones para el avenir, esperando el mañana con ilusión, es
importante aprender a olvidar nuestro futuro instante de la muerte.
De esta forma, el ser hacia la muerte sólo se puede sostener en la obligada amnesia de
la hora de la muerte.9 Pues éste es un requisito psíquico inherente del paso de la
determinación divina, en esencia inmortal, a la finitud humana y mortal. En cambio,
yendo mucho más lejos, la condición del olvido generalizado en la vida cotidiana, es
lo que el psicoanálisis llamó el mecanismo de la represión. Vale decir, que en éste
último caso se trata del uso indiscriminado del olvido para empobrecer la vida,
dando lugar al obstáculo epistemológico, que es en definitiva el deseo de no saber. Es
decir, el tiempo de la muerte futura, que siempre es un instante, debe en esencia
yacer en lo profundo del inconsciente. A ello, no está de más agregar, que en el
lenguaje psicoanalítico francés, éste necesario desconocimiento de dicho límite es,
psíquicamente, una presencia de la indicación de lo real.
No obstante, desde luego, ésta rememoración del instante final retorna muchas veces
en la vida del sujeto, como cualquier otra formación de lo reprimido, o bien en
momentos existenciales vitales como, por ejemplo, el duelo de un ser querido o más
aún, en las representaciones involuntarias del traumatizado. En cualquier caso, la
vida humana la construimos alrededor de este obsequio celestial.
Sin embargo, en el caso de las personas agredidas por una experiencia traumática en
la que algún otro ser humano produce el daño podremos decir que:
La falta es imperdonable:
En ese momento del argumento, Ricoeur confirma radical y lúcido: “La falta es por
esencia imperdonable, no solamente de hecho, sino de derecho.”12
No obstante, el rostro del mal, compañero constante del ser humano, muchas veces es
afásico, y contrario al tiempo de la rememoración. El mal, por tanto, no siempre está
acompañado por un elevado coeficiente intelectual o por la deslumbrante lucidez. De
tal modo, que se podría decir que inteligencia y maldad son variables
independientes.
“La dama tenía habitualmente la mirada perdida, muerta. Sólo la alumbraban los
subsuelos anegados de sangre, porque nadie tiene más sed de tierra, de sangre y de
sexualidad feroz que estas criaturas. La narradora relata que siguiendo los consejos
de su hechicera Darrulia, la condesa tomaba baños de sangre humana, pues creía en
los poderes reconstitutivos del fluido humano”.13
Las crónicas afirman, que la condesa Sangrienta, que mantuvo siempre la mirada
perdida, nunca entendió las razones de su posterior encierro perpetuo.
Por otra parte, cabe agregar que, en la historia de la noción de olvido, aparece una
palabra que algunas veces se confunde con ella misma; el perdón. En verdad, es
necesario indicar que se trata de dos realidades psíquicas diferentes; en la
idiosincrasia y cultura griega antigua, existía únicamente la palabra amnesia y por lo
tanto, su característica subjetiva, es decir, el ejercicio de la no–memoria: su propósito
inmediato era el de no recordar algo angustioso, y también el de desalojar
temporalmente de la conciencia una falta cometida a alguien. Su sentido moral era
algo así; que los malos recuerdos sean puestos de lado, para que la vida continúe. Sin
embargo, es sabido por todos, que la cultura helénica muy lejos de ser el paraíso
perdido en los albores de los tiempos, no descansaba sobre la moral del perdón sino,
más bien, sobre el empuje de la venganza.
De hecho, en la actualidad, desde el siglo veinte, el debate ético está marcado por la
experiencia masiva de millones de seres humanos que perdieron la vida en los
Campos de Concentración en Europa Central y en Rusia. El llamado debate
Goldahen fue otro testimonio de la susodicha tematización, iniciado por la
publicación del libro Los verdugos voluntarios de Hitler.15 Al respecto, es razonable
pensar que en cierto sentido, en ese momento, la discusión se devalúa teóricamente
porque en el lenguaje dominante del siglo pasado aparecen las víctimas y verdugos
por millones, además, la victimización y el sentimiento de culpa y la mala consciencia
se generalizaron al punto de convertirse en auténticas ideologías anónimas. Por
ejemplo, sobre el conocido asunto de la “culpabilidad alemana”, y las expresiones
equivalentes del tipo: “pueblo de verdugos” etc., éstas producen corrientemente una
cierta mala consciencia, que tal vez hoy día se ha extendido a toda la razón moderna.
Por contrapartida, quienes con parecida oscuridad se definen como víctimas por
millones, también caen en una postura parcialmente insostenible por su cosificación,
por lo tanto, de este modo se autopresentan, sin quererlo, muchas veces como objetos
pasivos de la historia. En efecto, de la victimización extendida a priori sus síntomas
son: la inhibición, la debilidad para encarar nuevos proyectos, la duda, la tendencia a
los autoreproches y la melancolización del duelo y la inautenticidad intelectual.
Sin embargo, la singularidad del mal está discretamente presente en la vida cotidiana.
Así pues, para ejemplificar esta afirmación tomaremos un caso periodístico
documentado a cabalidad:
Detenido en Bélgica después del secuestro de una jovencita de trece años, Michel
Fourniret ha sido extraditado a Francia, y fue juzgado en el curso del primer trimestre
del año 2007, en Charville - Mézieres, por el asesinato de siete niñas pequeñas y niñas
preadolescentes:
El difícil perdón
“La comprensión y la excusa son recíprocas. El perdón está más allá de lo excusable.
O inexcusable. Frente a lo injustificable, a lo inexcusable, a lo incomprensible queda
sólo el perdón. Pero el perdón no es un acto de la alegría del corazón, es un acto que
cuesta, valiente, que nos lleva más allá de nosotros mismos, contra el odio. Es casi
innatural. El perdón perdona al acusado, porque él es culpable. Y el perdón, por
ejemplo, es un hecho de lenguaje.
Entonces, para éste autor, en el transcurso de elaboración del perdón, habrá una
desproporción entre la profundidad de la falta y la altura del perdón. Ésta es una
exigencia infinita e ineludible. De hecho, si no hay perdón, hay casi siempre olvido,
venganza o castigo.
En cambio, si el agresor, no tiene una consciencia clara del daño causado, y confía
plenamente en la amnistía de la memoria puesto que ésta tiende a borrar las huellas
psíquicas y sociales, como si nada hubiera pasado, no solamente continuará en el
daño, sino que probablemente sufra de un sentimiento de culpa generalizado a todos
los aspectos de la vida cotidiana (el ejercicio de la expiación, mediante la puesta en
acto de la pena, de uso corriente en la edad media, explica en parte el punto central
de ésta faceta subjetiva). Entonces, la no - necesidad del perdón se da por su
condición contingente. Sólo en este plano está en el mismo nivel que el daño, puesto
que el crimen tampoco es imprescindible, es innecesario. En efecto, ambas entidades
habitan en la amplitud de la libertad humana. Puesto que, el significado último del
mandato del perdón, tal como rezan los libros sagrados, es que el perdón, como tal,
no descansa en el deber, sino en la gracia. De hecho, en el exceso de gracia, porque no
hay reciprocidad entre el daño y el perdón. Entonces, en efecto, ambos están fuera de
toda medida, ya que el perdón es un sentimiento, tanto como la
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