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Editorial.

Aquí estoy, frente a usted, mon bon ami, preguntándole si lo que leyó le hizo
fruto, si alguna que otra palabra le hizo bien o mal, si le tomó el pulso a alguna
poesía, cuento o artículo, si todo este esfuerzo es real, si vale la pena creer tanto
en la palabra y, en últimas, si vale la pena escribir.

De mal gusto será tratar de hablar con usted tan íntimamente, sabiendo, a
ciencia cierta, que ni usted ni yo estamos frente a frente, que ni siquiera nos
conocemos y, muy probable, ni siquiera guardamos una amistad. Pero bueno,
sabrá que todo este intento por dialogar es deseo de mostrarle lo que somos, de
revelarle poco a poco el misterio de esta lucha, aún sabiendo que es una lucha
titánica contra la superficialidad, la frivolidad del mundo, contra la falta de
interés por las letras y sobre todo por la escritura.

Creo, en primer lugar, que la escritura no se limita a enseñarnos el mundo, la


escritura quiere añadirle más, no sólo mostrar lo miserable o hermoso que es
sino, a partir de las letras, crear realidad. Los escritores de origen
latinoamericano entienden lo que estoy diciendo -porque aquí no se habla del
escritor colombiano, argentino, chileno, peruano, etc, sino de lo únicos que
somos frente a los demás continentes, en últimas es una manifestación contra la
idea de frontera latinoamericana- El escritor de hoy representa la antiquísima
aspiración de derrotar a la muerte mediante la creación, o, por lo menos,
aplazarla una noche más, a fin de vivir mil noches y una noche.

Entonces ¿la escritura se limita a crear realidad, a vivir una noche más?
Claro que no mí querido lector, la escritura, y usted bien lo sabe, es una
manifestación del alma, es usar el lenguaje para un fin político, jurídico,
filosófico, etc. Pero aquí lo que se quiere es llegar a un fin catártico, un
levantamiento del hombre como hombre, no como máquina productiva que
espera que llegue el fin de semana para volver a lo humano, sino como un
elevamiento del alma para llenar el vacío del mundo.

Odiamos el silencio que se vierte por andenes, por alcantarillas, por plazas, por
las madre selvas, por noticieros. Por eso escribimos, porque es una manera de
pellizcarle la nalga a esta puta miseria, a la tristeza –si todavía nos queda-, a la
muerte, e, inclusive, a Dios. Bien sabemos que este grito es un eco perdido entre
tantos ecos, pero qué vaina, pienso que uno no elige la escritura, ella lo elige a
uno sin preguntar, además, como dice el maestro Llosa “uno no encuentra otro
modo de vida”. Definitivamente este es un espacio compartido pero inconcluso
en el que nos ocupamos de lo interminable y amenazado, la creación propia de
hombres y mujeres que no hemos dicho nuestra última palabra; la palabra aquí
no con un sólo sentido, sino con significados múltiples, con la grandeza de lo
universal y con la potencia de un mundo que se desborda de su orbita.

Ahora bien, la escritura está sana cuando mujeres y hombres saben que su
historia no ha terminado, ni lo han hecho las palabras que manifiestan
inconformidad, escepticismo, insatisfacción ante el orden actual, cualquiera que
éste sea. Somos seres inacabados, somos seres insatisfechos, somos hombres y
mujeres interminables. Nuestra historia y nuestro lenguaje aún no terminan
porque son historia y lenguaje múltiples, contradictorios, policulturales,
multirraciales e históricamente presentes.

Lo cierto es que muchas veces el trabajo que se presenta es para cerdos que se
bañan en su propia mugre. Espero, querido lector, que usted no sea uno de esos.
Todas estas palabras puestas en este papel no significan nada si usted no les da
vida, si lo dicho, al menos le disgusta, ya es algo, no queremos ser palabra
muerta.

Finalmente, debemos hacernos escuchar; tanto usted como yo debemos gritarle


al mundo lo que pensamos, lo que somos, lo que nos molesta, puede ser que en
el caso concreto de nuestra América Latina, la escritura contribuya
poderosamente a colmar el vacío más dramático y a realizar el proyecto más
exigente de nuestra historia: colmar el vacío entre nuestra extraordinaria
riqueza cultural y nuestra persistente pobreza política y económica.
Alberto fuguet
Mac-ondo
Finalmente, debemos hacernos escuchar, tanto usted como yo debemos gritarle
al mundo lo que pensamos, lo que somos, lo que nos molesta,

Potentes desgarramientos….al silencio que se vierte

nuestra mente debe hacerse escuchar,

Ahora bien, muchas veces el trabajo que se presenta es para cerdos que se bañan
en su propia mugre,

Así ha respondido la escritura al clamor humano de llenar los múltiples moldes


de la humanidad; así responde la nueva geografía de la nueva escritura al
clamor de la civilizaciones enteras: óigannos, léannos. Como dijo alguna vez
Carlos fuentes citando a Hegel “…Hegel define con sólo dos palabras a todo el
continente americano con un vasto y permanente “Aún no, aún no”. Quizá Hegel
tenía razón, en el sentido de que América es simbólica, de la tarea inacabada de
ser seres actuantes y parlantes, mujeres y hombre que no hemos dicho nuestra
“última” palabra”.

Pues en el origen mismo de la palabra, qué encontramos sino el origen mismo


del conocimiento gracias a la literatura, mito, fábula, epopeya, tragedia, poema;
la literatura como primera identidad que adquiere la palabra y la palabra como
primera identidad que adquiere la persona.

La palabra no con un sólo sentido, sino con significados múltiples.

Una sociedad está sana cuando sus mujeres y sus hombres saben que su historia
no ha terminado, ni han terminado las palabras que manifiestan
inconformidad, escepticismo, insatisfacción ante el orden actual, cualquiera que
éste sea. Somos seres inacabados, somos seres insatisfechos, somos hombres y
mujeres interminables. Nuestra historia y nuestro lenguaje aún no termina
porque son historia y lenguaje múltiples, contradictorios, policulturales,
multirraciales e históricamente presentes.

La literatura mantiene vivos la imaginación y el lenguaje; esa es su servidumbre


y es también su gloria; y será sin duda su contribución a una América Latina no
postrada sino de pie, en la que decir “democracia” signifique “bienestar”, en la
que superemos las vastas desigualdades que hoy destruyen nuestra convivencia
y envenenan nuestras acciones; en la que ante la confusión y desaparición de las
tradicionales jurisdicciones nacionales, regionales, internacionales y
supranacionales, los latinoamericanos sepamos crear y mantener la jurisdicción
soberana de comunidades creadas desde abajo, desde la familia, desde la
escuela, desde el municipio, desde el trabajo, desde la salud, desde el más
grande capital que tenemos en nuestra América Latina: nuestro enorme,
enorme capital humano y social, más importante que cualquier suma de capital
financiero, volátil, y desdeñoso.

Quizá en el caso concreto de nuestra América Latina, la escritura contribuya


poderosamente a colmar el vacío más dramático y a realizar el proyecto más
exigente de nuestra historia: colmar el vacío entre nuestra extraordinaria
riqueza cultural y nuestra persistente pobreza política y económica.

Ideas:

Más también se habla aquí en presente, en presentísimo, de un pasadísimo


pasado.

No me fío de la libertad de fin de semana de esa vuelta a lo humano que


sentimos el sábado en la tarde y el domingo. Creo en la libertad compuesta,
como puede serlo una obediencia fiel a lo que se ama.
Inútil obediencia solitaria “Ricardo E. Molinari”.

Mi mente debe hacerse escuchar, porque lo que está en mi mente es siempre


más interesante que lo que está sucediendo en el mundo fuera de mi mente.

Yo soy naturaleza…usted es arte, ahora podemos vernos en comparación, frente


a frente…Ahora véase a través de este rostro y en él lo encontrara sucio, el no
puede caminar y muy probablemente tampoco pueda afrontar el precio de su
comida…eso es lo que envidio de ustedes actores, hacen parecer que el tiempo es
importante, ¡ya debo cambiar mi vestuario ahora!, ¡ya debo estar en escena
ahora!, pero la vida no es una sucesión de ahoras urgentes, es una lista
truculenta de ¿y por qué yo?

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