Esta acción sistemática fue implementada mediante:
Los secuestros de personas consideradas “subversivas”. Estos eran
realizados por individuos de civil, que arrancaban a las víctimas de sus hogares o trabajos, o en la vía pública. Las detenciones eran realizadas en distintos centros clandestinos o “chupaderos”. “Los sobrevivientes iniciaban una detención más o menos prolongada en alguno de los trescientos cuarenta centros clandestinos - los chupaderos- que funcionaron en esos años. Se encontraban en unidades militares –la Escuela de Mecánica de la Armada, Campo de Mayo, los Comandos de Cuerpo-, pero generalmente en dependencias policiales, y eran conocidos como: el Olimpo, el Vesubio, la Cancha, la Perla, la Escuelita, el Reformatorio, Puesto Vasco, Pozo de Banfield…” (Romero, 2012). Las torturas eran realizadas con un cruel refinamiento y se prolongaban durante largo tiempo. En ciertos casos, las “sesiones” eran controladas por médicos, que indicaban cuándo debían interrumpirse para evitar la muerte del secuestrado. “La ‘picana’ y el ‘submarino’ […] y las violaciones sexuales eran las formas más comunes […]. La tortura servía para lograr la denuncia de compañeros, lugares, operaciones; pero más en general tenía el propósito de quebrar la resistencia del detenido, anular sus defensas, destruir su dignidad y su personalidad”. (Romero, 2012). Las ejecuciones fueron clandestinas, ya que la dictadura militar -que restableció la pena de muerte- no las hizo públicas, violando su propia legalidad.