Siendo necesario, aunque con plena independencia de sentido, comenzaremos
retomando el análisis sobre la crisis socio-económica, que a nuestro juicio, se vislumbra en el país de mi columna anterior, concretamente, en su final. Entonces dijimos conclusivamente: “Como sea, qué nimio deviene aquello (refiriéndome con “aquello” a la legitimidad gubernamental, y a la sostenibilidad de las finanzas públicas, en crisis, o al borde de esta, en las circunstancias históricas actuales) ante la emergencia sanitaria… La pandemia vuelve nuestro porvenir aún más incierto y sombrío, no obstante, la solidaridad y cooperación a la que su superación nos “obliga”, podría ensañarnos algo para componer al resto.” …Mejor sí yo mismo lo subrayo, la vaguedad implícita en aquel desenlace, da cabida o se presta a variadas objeciones y críticas, algo que sin duda, los lectores que suelen honrarme con su atención, percibieron e hicieron arribando al punto final o antes incluso. En efecto, lo dijimos sin evaluar el correlato fáctico de la solidaridad y de la cooperación a las que, presuntamente, la superación de la pandemia conllevaría; ni discutimos el tipo de acciones y conductas novedosas que implicarían; o cómo nuestra habituación a su ejercicio podría repercutir sobre un eventual ennoblecimiento de las costumbres morales que rigen nuestra existencia social, y que podría coadyuvar a sortear los problemas políticos y económicos endémicos del país, aunque no desprovistos de los matices propios del actual trance histórico. Cabe reiterar brevemente los potenciales causales de las crisis inherentes al contexto inmediatamente previo a la pandemia. Al término del mandato de Evo Morales, tanto la precariedad de la gobernabilidad e institucionalidad del Estado, como de la reproducción de nuestro aparato económico extractivista, parecen rebrotar con renovada virulencia, reproduciendo nuestra realidad semicolonial. Procurando no quedar como quien tira la piedra y esconde la mano, o naufraga en la pereza frente a la solución del problema que él mismo ha creado, y remediar el sabor empalagoso y cursi de la vaguedad en sí, a continuación brindamos algunas pautas. Aunque los virus no son racistas, ni hacen deferencias según jerarquías sociales, sin duda, los riesgos de contagio, crecen en relación directa con la pobreza y vulnerabilidad del pueblo. Por tanto, no cabría exigir prácticas solidarias y cooperativas de carácter totalmente unívoco y transversal entre las clases. No obstante, y apuntando a simplificar el asunto, o a verlo del modo más sensato posible, sólo discutiremos sobre aquellas que sí podrían y deberían serlo, o sea, lo más elemental. El respeto eficaz de las conductas comunes implicadas en la lucha contra el “enemigo invisible” (quedarse en casa, por ejemplo), ¿podría “contagiarse” a otros ámbitos de la vida cotidiana, en los que no existía la costumbre de hacerlo –es decir, respetar las normas? Bueno, al menos sentaría un precedente positivo. ¿Pero eso, está pasando?....Ciertamente, los socorros, o bonos, del gobierno, no alcanzan para retener a las mayorías informales en casa, abundan quienes circulan en sus carros recurriendo a permisos amañados, y la “suerte” de la flexibilización de la cuarenta, se debate entre intereses políticos, sobre todo los de un sólo bando, antes que técnicos. Con todo, cabe reconocer la labor de gran parte de la policía y de las fuerzas armadas, y en fin, del cuerpo sanitario, en los hechos contra la peste.