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PRÁCTICA EDUCATIVA 2

Parte 1

1. Identificar categorías y prácticas (desde la observación)


2. Estudio de fuentes: para iluminar las categorías identificadas (recursos bibliográficos)
3. Ampliación de información: a través del uso de entrevistas, etc. para saber qué piensan los del
contexto sobre las categorías. Todo debe registrarse, incluso se puede pedir permiso para
realizar grabaciones.
4. Conclusiones parciales: informe de caracterización de lo analizado hasta aquí.

Parte 2
1. Construcción de un pensamiento crítico teológico frente a las categorías.

Criterios para elegir las categorías:

 Categoría-concepto
 Frecuencia
 ¿Por qué me ha llamado la atención esa categoría de la observación en específico?
 Rastrear categorías posibles de analizar en perspectiva teológica-pedagógica

A tener en cuenta para la programación:

 Técnicas de análisis de la información


 Contenidos temáticos
 ¿Por qué es importante analizar? Me permite acercarme más a la realidad. Sin el análisis se
puede hacer violencia, juicios, etc.
 No perder de vista el horizonte: dignificación de la vida.

Texto: Pensamiento crítico. ¿Cómo construirlo?

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RESEÑA

ELORDEN DEL DISCURSO DE FOUCAULT

En 1970 Michel Foucault lee “El orden del discurso” como acto inaugural del cargo que ahora ocuparía
sucediendo al filósofo francés Jean Hyppolite en la Cátedra de Historia de los Sistemas de
Pensamiento. De una manera metafórica y haciendo uso de un lenguaje filosófico valora el trabajo del
filósofo anterior y lo evoca tanto al inicio como al final de su ponencia. En las primeras páginas, hace
alusión a una voz que pareciera precederlo, y en los últimos párrafos, relaciona tal evento con las ideas
y propuestas de Jean Hyppolite. Lo interesante es que en medio de estas referencias hay un trabajo
analítico profundo sobre lo que ha caracterizado al discurso a través de la historia. Foucault, en la
medida en que desarrolla sus argumentos, trata ciertos temas en concordancia con los rasgos
discursivos y con el análisis propiamente del discurso, pero en todo momento hace una relación
constante entre este acto y el poder, la sumisión y la exclusión.

En la primera parte, el autor deja clara la tesis que sostendrá durante todo el texto y que, grosso modo,
consiste en reconocer que hay ciertos procedimientos que hacen del discurso un conjuro de poderes y
peligros. Para ello, centra su atención en los procedimientos de exclusión, que abarcan, en primer lugar,
lo prohibido. En definitiva, lo que se argumenta es que no todo puede decirse y que tal prohibición es
más recurrente en los campos de la sexualidad y la política: “Uno sabe que no tiene derecho a decirlo
todo, que no se puede hablar de todo en cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar
de cualquier cosa” (p. 14). El segundo principio de exclusión es la dicotomía entre razón y locura. En
este apartado se explica históricamente cómo los que no tenían el poder discursivo en la sociedad
medieval y aun así se expresaban eran considerados locos, y aquellos que especificaban los motivos de
la locura a partir del discurso prestablecido eran los que razonaban. El último principio de exclusión es
la contraposición entre lo verdadero y lo falso. En este punto, Michel Foucault hace una
contextualización histórica sobre el concepto de verdad que, a través del tiempo y del cambio cultural,
ha ido variando. En primera medida, era considerado como verdadero todo discurso proferido con una
suerte de componentes estilísticos, pero con Platón, se dejó a un lado tal sentencia y la verdad llegó a
ocupar el cuerpo de todo discurso expresado fuera del poder y del lenguaje sofista. Luego de hacer
algunas referencias históricas del siglo XVI al XIX sobre el concepto de verdad en relación con la
tendencia del saber, afirma que de los tres procedimientos de exclusión el que, tal vez, abarque a los
demás sea este último. El autor concluye el apartado haciendo alusión a que la voluntad de expresar el

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discurso verdadero es propia del deseo y del poder y, por lo tanto, esta voluntad tendría como propósito
la exclusión.

Ahora Michel Foucault centra su atención en los procedimientos internos del discurso que, de igual
manera, ejercen control en él. El primero de ellos es el comentario que, directamente relacionado con
los dichos populares, se configura como eje de los rituales políticos, religiosos y culturales. El
comentario permanece, va y vuelve; lo que lo hace renovable es su capacidad de retorno. El segundo
factor es el autor entendido no como quien escribe el texto, sino como “principio de agrupación del
discurso, comunidad y origen de sus significaciones, como foco de su coherencia” (p. 30). Esta
definición engloba aquellos actos discursivos como las conversaciones cotidianas, en las cuales el autor
se reduce o se transforma, tal cual lo afirma Foucault, en el origen de las significaciones. Después de
estas referencias, y en aras de explicar otro principio de limitación discursiva, expone los rasgos
comunes, a través de la historia, de lo que se considera la disciplina. En primer lugar, opone este último
concepto al de comentario y al de autor, debido a que la disciplina, por una parte, no permanece y no se
repite, y, por otra, por el hecho de que está al servicio del que quiera hacer uso de ella. De este apartado
Foucault concluye que, para que una proposición haga parte de una disciplina, es necesario que
permanezca en la verdad. Al respecto, complementa que un discurso puede ser verdadero, pero no estar
en la verdad; pone el ejemplo de Mendel que, aunque decía la verdad, no fue considerado con la
importancia que merecía en su tiempo, por el hecho de que no estaba en la verdad de lo que, entonces,
se creía.

Un procedimiento más que podría controlar el discurso es el que determina las condiciones de su uso.
De este modo, los hablantes deben comprender y aceptar ciertas reglas que son impuestas por
convención para que el acto discursivo se lleve a cabo. Foucault denomina ritual a los signos y
componentes proxémicos y cinésicos, propios del discurso, y asocia tal acto a las doctrinas religiosas,
filosóficas y políticas. Estas doctrinas, que tienden a la difusión y a la definición recíproca de la
cantidad invaluable de sujetos, no pueden considerarse sociedades del discurso, debido a que el número
de individuos de estas últimas son limitados y, por lo tanto, el discurso, tal cual lo afirma el autor,
puede circular y transmitirse.

Paso seguido, Michel Foucault, partiendo de que en el discurso se ponen en juego los signos, considera
que este acto está, por tanto, al servicio del significante. Por tal razón y teniendo en cuenta los párrafos
anteriores, pretende basar sus propuestas como sucesor de Jean Hyppolite en el replanteamiento de la

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voluntad de verdad, de la restitución del discurso como acontecimiento y, finalmente, de la posibilidad
de borrar la soberanía del significante.

Lo anterior lleva consigo unas exigencias. La primera de ellas es el trastocamiento, concerniente al


reconocimiento del juego negativo de un corte y de una rarefacción del discurso, que lo haría, por
siguiente, menos denso. Junto a esta búsqueda de menor densidad, aparece la discontinuidad discursiva,
que configura el discurso como una práctica en constante yuxtaposición con otras del mismo estilo. Por
lo tanto, la búsqueda de una menor densidad no logrará la continuidad o el silencio discursivo. Otra
exigencia es la especificidad, entendida como el rasgo que hace del discurso una “violencia que se
ejerce sobre las cosas” (p. 53), y no un cómplice de nuestro conocimiento. El último de estos principios
es la exterioridad, que consiste en el enfoque de las condiciones externas que producen el discurso; de
ningún modo, se refiere al propósito de estudiar el núcleo o el interior del acto discursivo.

A renglón seguido, el autor expone cuatro nociones que pueden regular el análisis discursivo: el
acontecimiento, la serie, la regularidad y la condición de posibilidad. Luego de relacionarlas con la
historia de las ideas, vuelve al concepto de discontinuidad para describir de qué manera el instante y el
sujeto determinan acontecimientos distintos, a causa de una suerte de azar. Al respecto, concluye que
los discursos podrían ser considerados como “series regulares y distintas de acontecimientos”, en
relación constante con el pensamiento y caracterizadas por la materialidad, el azar y lo discontinuo.

Michel Foucault retoma la exigencia del trastocamiento, especificada ahora como la acción que
pretende cercar la delimitación o las formas de exclusión. Para ahondar en este principio de análisis,
centra su atención en el tercer sistema de exclusión expuesto en las primeras páginas del documento: lo
verdadero y lo falso. Otra vez contextualiza históricamente algunos eventos en torno a este tema, y
hace lo mismo con conceptos ya expuestos, tales como: el autor, el comentario y la disciplina. Todo lo
anterior va encaminado a lo que se denomina los procedimientos de control discursivo y a las
descripciones críticas y genealógicas, entendidas, respectivamente, como el señalamiento de los
principios de producción o de exclusión y como el intento de captar el discurso en su poder de
afirmación o negación de proposiciones falsas o verdaderas. Así las cosas, el autor pretende explicar el
análisis del discurso no como una continuidad de sentido o como una supremacía del significante,
como lo había expuesto arriba, sino como el acto que “saca a relucir el juego de la rareza impuesta con
un poder fundamental de afirmación” (p. 68).

Finalmente, Michel Foucault ofrece los créditos correspondientes a los filósofos en los cuales se basó
para formular las ideas expuestas en “El orden del discurso”. Entre ellos, están Dumézil, Canguilhem y
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Jean Hyppolite. A este último, que es también a quien sucede en el cargo de la Cátedra de Historia de
los Sistemas de Pensamiento, es a quien más se refiere con profundo agradecimiento por el legado y los
aportes filosóficos que dejó a la academia y, en especial, a esta cátedra.

Tal vez queden muchas cosas por decir. Lo cierto es que las propuestas que presenta Foucault rompen,
de cierta manera, los enfoques que consistían más en el reconocimiento del discurso como un acto de
monarquía sígnica interna y no como un hecho en el que se hallan inmersas ciertas acciones de poder
que tienden a la sumisión, no solo discursiva, sino también social. Un análisis del discurso realizado a
partir de los acontecimientos, de la discontinuidad y del azar es un indicio de comprensión del sistema
de poder que subyace en cada acto discursivo.

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