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Tomás Kantemiroff
En § 18, Marion vuelve al ejemplo de Don Juan: la seducción solo busca traer el amor para el
ego, pero no entregarlo. Ahora bien, a la inversa, Marion se pregunta: ¿puedo amar yo
primero? En este sentido, plantea tres puntos:
Claro, el amante no pide la reciprocidad ni la anticipa, sino que sólo postula que ese otro
no tiene rango de objeto. Lo comprueba al presuponer -sin garantía, ni certeza, ni
condición- que él también puede asumir la postura de amante, entrar en la reducción
erótica, en suma, amar. El amante decide que el otro merece su título de otro (amado y
no objeto). Hace pues el amor en el sentido también de que supone que el otro terminará
haciéndolo. (p. 103)
En la reducción erótica, [...] el menos desdichado parece el que ama más, porque no deja
de amar ni siquiera cuando el otro ha desaparecido, de manera que por sí solo mantiene
el amor a flote. No lo ha perdido todo, porque todavía ama. Ni siquiera ha perdido algo,
porque sigue siendo un amante. En la reducción erótica, si verdaderamente se quiere
ganar, hay que amar y persistir en ese avance sin condición -el último que ama se lleva
entonces la apuesta. ¿Qué apuesta? Amar precisamente. El vencedor es el último
amante, el que ama hasta el final. Porque el amante ama amar. (p. 104)
Inquietudes: El amante cree todo aún sin saber nada. El amante ama amar, pero ¿ama amar
a alguien? ¿Quién es ese alguien? El planteo de Marion es optimista: el amante gana
siempre. La reducción erótica es, finalmente, el ego conversando consigo mismo, jugándose
una apuesta en la que perder no es una opción. Amar amar es creer en todo pero también
creer en nada: es un juego de resistencia, un esfuerzo, es mantenerse y permanecer incluso
ante el rechazo o el olvido. Hablando solo o con alguien, ya no importa. Amar amar es
proponerse un sentido pero también es todo lo contrario: el sentido es solo un supuesto,
mientras que lo real es el ego que cree en ese supuesto. Al final, solo vence el ego ¿pero a
quién vence?
Le corresponde al amante hacer visible de qué se trata -el otro en tanto que amado, que
aparece en tanto que eróticamente reducido. El conocimiento no hace posible el amor,
porque deriva de él. El amante hace visible lo que ama y sin ese amor no se le mostraría
nada. Por lo tanto, estrictamente hablando, el amante no conoce lo que ama, si no en
tanto que lo ama. (p. 105)