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"Devoraluces", de Ángel

Olgoso
José Antonio Santano

Es este siempre el inicio de un libro un


momento especial por cuanto desconoce
el lector qué hallará en sus páginas, hacia
qué lugares viajará o quienes serán los
personajes que guíen sus pasos hasta su
conclusión. En realidad todo libro es un
viaje, una exploración, un vuelo hacia no
se sabe dónde. Por ello que esa
incertidumbre primera, en las primeras
páginas y el mejor de los casos puede
satisfacer las expectativas del lector, o en
el peor, que la propuesta carezca de
interés y se abandone su lectura. El caso
que nos ocupa pertenece al primer
enunciado, es decir, que satisface con
creces al lector, de tal manera que ya
desde sus primeras páginas el lector
queda atrapado. Así es el último libro de
relatos, “Devoraluces”, de Ángel Olgoso
(Granada, 1961), en bella edición de
“Reino de Cordelia. Anuncia la faja del
volumen: “El esperado regreso de un
gran maestro del relato fantástico”, y
cierto es que Olgoso representa lo mejor
de la producción del relato en España,
como se puede comprobar si hemos
tenido ocasión de seguir su trayectoria
escritural.

En este libro, desde el principio, hallamos


al trascendente, riguroso y paciente
Olgoso desmenuzar las historias,
contener gramática y sintaxis hasta crear
un universo propio que engrandece su
discurso narrativo. Y si bien es cierto todo
lo dicho, también añadiría que en este
extraordinario libro encontramos al
Olgoso lírico, que es capaz de esculpir un
bello monumento al lenguaje haciéndose
valer tanto de una adecuada
sustantivación, como de una lumínica
adjetivación, elementos indispensables
para ensamblar un relato capaz de
conmocionar al lector, como todo buen
arte ha de originar.

La gran valía de Olgoso consiste en


trascender la realidad con su
poderosísima imaginación, con su
capacidad de fabular construyendo
desde un detalle, un objeto o un paisaje
una historia sorprendente y
enriquecedora por su continuo discurrir
por territorios desconocidos, exponiendo
situaciones o momentos jamás pensados
o imaginados. Esa es la gran virtud de
Olgoso, hecho que desde su primer
cuento “Las luciérnagas” (“el fuego de la
soledad, la amargura y la saña no han
conseguido evaporar el remotas noches
de verano”), pasando por “Hajdú”, el
soñador de sueños; “Fulgor”, el regreso
heroico de Ulises en “La Rosa de los
Vientos”, los avatares del abuelo marcado
con el Azul del número del campo de
concentración nazi en “Pelikan”; el
reencuentro con los poetas en “Villa
Diodati”; la historia del carretero japonés
“Okitsu”, “La arena de las historias”, “El
calendario quiméri o de lo que podía
haber sido”, “Medio real”, “Émula de la
llama”, hasta el último “Odres nuevos”,
Ángel Olgoso, una vez más, quizá más
distanciado de lo fantástico, que no del
enorme magisterio de la fabulación,
compone historias que dejan perplejo al
lector, precisamente por ese aluvión de
palabras y palabras, que no cesan de
florecer en cada página como verdaderas
luciérnagas, como frutos imperecederos
de un lenguaje depurado, sutil, sugerente
y capaz de emocionarnos hasta extremos
impensados. Porque da igual que Olgoso
se adentre en el microrrelato, narre
hechos extraños y turbadores, como que
simplemente escriba de una Villa, para
mostrarnos su gran virtud, que como
hemos dicho, no es otra que fabular,
trascender la realidad para crear otros
espacios literarios capaces de conmover
al lector. Y esto es lo que ocurre con
“Devoraluces”, un título que ya en sí
mismo podríamos considerar su credo.

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