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Oszlak Sociedad y El Estado
Oszlak Sociedad y El Estado
La formación del estado es un aspecto constitutivo del proceso de construcción social. Se van
definiendo los diferentes planos y componentes que estructuran la vida social organizada.
La formación del estado nacional supone a la vez la conformación de la instancia política que
articula la dominación y la materialización de esa instancia en un conjunto interdependiente de
instituciones que permiten su ejercicio.
Estatidad = surgimiento de una instancia de organización del poder y del ejercicio de la dominación
política (grado en que un sistema de dominación social ha adquirido el conjunto de propiedades
que definen la existencia de un estado). El estado es relación social y aparato institucional.
La estatidad supone la adquisición por parte de esta entidad de una serie de propiedades:
Capacidad de internalizar una identidad colectiva, mediante la emisión de símbolos que refuerzan
sentimientos de pertenencia y solidaridad social y permiten el control ideológico como mecanismo
de dominación.
Estos atributos definen a un estado nacional. El estado nacional surge en relación con una
sociedad civil que tampoco ha adquirido el carácter de sociedad nacional.
El doble carácter del estado – abstracto y material a la vez – encuentra cierto paralelismo en el
concepto de nación. En la idea de nación también se conjugan elementos materiales e ideales. Los
primeros se vinculas con el desarrollo de intereses resultantes de la diferenciación e integración de
la actividad económica dentro de un espacio territorialmente delimitado. Los segundos implican la
difusión de símbolos, valores y sentimientos de pertenencia a una comunidad diferenciada por
tradiciones, etnias, lenguaje u otros factores de integración que configuran una identidad colectiva,
una personalidad común que encuentra expresión en el desarrollo histórico.
La existencia del estado deviene de un proceso formativo a través del cual aquél va adquiriendo un
complejo de atributos que en cada momento histórico presenta distinto nivel de desarrollo.
El ámbito de competencia y acción del estado puede observarse como una arena de negociación y
conflicto, donde se dirimen cuestiones que integran la agenda de problemas socialmente vigentes.
Hacia mediados del siglo XIX Europa vivía la era de las nacionalidades. Se producían la extensión
de la revolución industrial, la revolución en los transportes y el alza de la demanda de bienes
primarios.
En esta primera etapa los nuevos estados exteriorizarán su presencia como aparatos de represión
y control social. La cuestión del "orden" acaparó la atención y recursos del estado nacional desde
el momento de constitución. "Resolverla" representaba para el estado una condición básica de su
supervivencia y consolidación. Primero orden, después progreso.
Un estado capaz de imponer el orden y promover el progreso era, casi por definición, un estado
que había adquirido como atributos la capacidad de institucionalizar su autoridad, diferenciar su
control e internalizar su identidad colectiva.
Asignar sus escasos recursos al "orden" restaba posibilidades de facilitar el "progreso". Pero, por
otra parte, imponer "orden", efectivizarlo, creaba condiciones materiales para impulsar el progreso
y tendía a fundar su legitimación en su condición de agente fundamental del desarrollo de
relaciones sociales capitalistas.
Los estados que emergieron del proceso de internacionalización de la economía mostraron una
débil capacidad extractiva y una fuerte dependencia del financiamiento externo, lo cual sumado a
su papel en la formación de un mercado interno, la consolidación y ordenamiento jurídico de la
propiedad de la tierra, su apoyo a la producción de materias primas y manufacturas con escasos
requerimientos tecnológicos y la canalización de recursos hacia sectores primario-exportadores,
reforzaron las características de un sistema productivo y un orden social subordinado frente a los
centros del capitalismo mundial.
Durante el último tercio del siglo se hicieron importantes obras de infraestructura, para abaratar los
costos de transporte. Con la expansión económica se produjo un acentuado incremento en el valor
y la compra-venta de tierras, el volumen de importaciones y las operaciones financieras. A través
de la inversión directa, el crédito oficial, la legislación y la creación de unidades administrativas a
cargo de la producción de bienes, regulaciones y servicios, el estado pudo ofrecer seguridad a
personas, bienes y transacciones, facilitó las condiciones para el establecimiento de un mercado
interno, extendió los beneficios de la educación y la salud y contribuyó a poblar el territorio y a
suministrar medios de coacción extraeconómica para asegurar el empleo de una fuerza de trabajo
a menudo escasa.
Recapitulación
Este sistema de dominación – el estado nacional – fue a la vez determinante y consecuencia del
proceso de expansión del capitalismo iniciado con la internacionalización de las economías de la
región. Determinante, en tanto creó las condiciones, facilitó los recursos y hasta promovió la
constitución de los agentes sociales que favorecerían el proceso de acumulación. Consecuencia,
en tanto a través de múltiples formas de intervención se fueron diferenciando su control, afirmando
su autoridad y conformando sus atributos.
(En Argentina fue el período histórico que se inicia con la batalla de Pavón y culmina con la crisis
de 1890.)
Cuestión del "orden": institucionalización de los patrones de organización social, que crearon
condiciones favorables al desarrollo de relaciones de producción y dominación capitalistas. Cobra
aquí especial relevancia el tema de la constitución del aparato represivo y burocrático, la creación y
apropiación por el estado de ámbitos operativos, las modalidades con que se manifiesta la
penetración estatal en la nueva trama de relaciones sociales que paralelamente se estaba
conformando y las consecuencias de estos procesos sobre la constitución y desplazamiento de
actores políticos.
La cuestión del "progreso" se vincula a los mecanismos de reproducción del mismo estado, en
relación con la extraordinaria movilización de recursos que tuvo lugar en la Argentina durante la
segunda mitad del siglo XIX.
Con la inserción estable del país en el mercado mundial a mediados del siglo pasado comienza un
período creciente de expansión, ocupando en 1914 uno de los primeros lugares en el mundo. Ese
crecimiento basado en las exportaciones agropecuarias se derrumba en 1930 como consecuencia
de la crisis internacional., a partir de ese momento el relativo crecimiento económico combinado
con la inestabilidad política, y las distorsiones del sistema, impedirán que las nuevas fracciones
emergentes del proceso de industrialización puedan sentar definitivamente las bases de un orden
político estable.
Una vez finalizada en 1880 la conformación del Estado nacional, la fracción social dominante
logrará vertebrar un proyecto hegemónico, que se asentará en el modelo de desarrollo y en la
restricción política de la mayoría de la población. Entre 1862 y 1930 el país no conoció ningún
golpe de Estado y las instituciones funcionaron con continuidad. Durante la hegemonía oligárquica
el país conoció un progreso sorprendente a través de la inmigración, el capital extranjero y la
demanda internacional de materias primas.
La oligarquía no podrá fundar un orden estable y consensual. Este grupo social no podrá legitimar
su proyecto de sociedad a través del ejercicio del consenso y la apertura política, lo cual verterá un
ingrediente de debilidad a su poder hegemónico.
La crisis internacional hace perder a la Argentina la inserción estable en el mercado mundial. Con
el golpe de 1930, el Estado oligárquico liberal entra en crisis. Después del breve interregno de
Uriburu, la vieja clase conservadora procurará con el general Justo en 1932 reorganizar y
reacomodar la economía del país a las nuevas condiciones que imponía el sistema capitalista
internacional.
El viejo conservadorismo llega al gobierno merced al fraude electoral. La Argentina moderna nace
de la crisis de los años 30. Se definen cuatro características de la sociedad argentina:
El crecimiento industrial, La intervención estatal, sobre todo a partir de 1933 con Pinedo en el
Ministerio de Hacienda, El crecimiento de la clase obrera y El nacimiento de una nueva fracción de
la burguesía industrial.
Desde 1935 hay un crecimiento económico, pero no se impulsa una política de distribución social,
lo que permite la acumulación de reivindicaciones sociales y obreras.
El gobierno peronista de 1946 logrará organizar un orden político legítimo y estable. Con la
aplicación de un modelo de acumulación basado en la ampliación del mercado interno podrá
extender las funciones del Estado y modificará el patrón de distribución social.
La burguesía industrial se apodera del aparato del Estado. Este sector de la clase dirigente logrará
crear un sistema político consensual.
El Estado populista consistirá en ampliar no sólo la acción económica y financiera del Estado sino
también la esfera social. Es un Estado distribucionista que articulará con sus súbditos una nueva
relación a partir de la ampliación de sus funciones, organizando el conjunto de la actividad
económica de amplias capas de la sociedad y la política ideológica. Hará funcionar un mercado
político abierto y régimen con participación plena, sin restricciones ni fraude electoral.
El golpe militar de 1955 desalojará al peronismo del poder del Estado, pero no podrá desintegrarlo
como movimiento de masas y como dirección de los sectores populares.
En adelante, ni la vieja clase conservadora ni las nuevas fracciones sociales surgidas del
desarrollo industrial podrán llenar de manera estable el vacío hegemónico imperante en la
sociedad. Esta crisis de hegemonía se origina a partir de la crisis económica de 1952-1953,
expresión del agotamiento del modelo distribucionista, unido a la postguerra en Europa.
Pese que ha disminuido el poder de la oligarquía desde la década del 40, sigue conservando su
importancia en la vida política y económica del país (El agro sigue siendo determinante en la
estructura económica).
Las exportaciones no logran financiar las necesidades de importación del sector industrial. Ha
decaído la inversión privada y se ha estancado relativamente el crecimiento del PBI; el régimen
peronista reduce la acción social del "Estado benefactor", contiene el aumento de salarios, busca la
inversión de capitales extranjeros para preservar la caída de la ganancia y continuar financiando el
desarrollo del sector industrial.
La sociedad civil se verá de allí en adelante acorralada por la supremacía del Estado.
Existe un vacío hegemónico que sólo podrá ser llenado inestablemente, lo que agudiza el ciclo de
disputas fraccionales por la hegemonía del poder. Esta lucha entre las fracciones principales de la
clase dominante (la burguesía industrial monopolista, la oligarquía agroexportadora y la "burguesía
nacional") por imponer cada una un proyecto hegemónico fracasa experiencia tras experiencia.
El golpe de 1955 ratifica la crisis del sistema hegemónico. En adelante este sistema político
mostraría su debilidad para dirigir de manera estable la sociedad toda. No lograrán tampoco en los
años que vienen reunir la capacidad de organizar y construir una dirección político-cultural para el
conjunto social.
Desde 1952 hasta el golpe de 1976 ninguno de los cuatro gobiernos civiles pudo terminar su
mandato constitucional, como tampoco ningún régimen militar supo fundar el consenso social y
estabilizar el país en un proyecto coherente de poder à "tienen dificultades para restablecer el
equilibrio en una sociedad sin hegemonía" (Rouquié).
La disolución del sistema hegemónico quita cohesión y coherencia a la sociedad, lo que se refleja
en conflictos derivados en el vínculo político ideológico que une a los "representantes" y a los
"representados".
La base material
La crisis de hegemonía encuentra su raíz en la estructura económica. Los conflictos producidos por
el choque de los distintos proyectos económicos conforman la base material de la crisis de
hegemonía. De la relación y contradicción de esos dos sectores nacerá la especificidad del
desarrollo capitalista argentino, con sus limitaciones y distorsiones.
Las necesidades crecientes de la industria (insumos, equipos, tecnología, etc.) sólo pueden ser
adquiridos con las divisas provenientes de las exportaciones agrícolas. La disminución de la
capacidad de exportar va a limitar el desarrollo industrial.
La crisis económica
Los distintos planes económicos de la burguesía argentina desde la década del 50 han tenido
serias dificultades para transformarse en un verdadero proyecto hegemónico, capaz de imponer un
liderazgo – estable y legítimo – ene. Conjunto de la sociedad.
La Argentina se integra al mercado mundial a fines del siglo XIX con una economía primaria
exportadora. Hasta la crisis de 1930, el sector agroexportador es el elemento dinámico de la
expansión económica. El agro tiene un mayor peso y un valor estratégico en la economía.
Este sector continúa siendo, por sus exportaciones, prácticamente el único que provee divisas al
país, las cuales servirán después para la importación de insumos industriales, equipamiento
industrial, etc., elementos imprescindibles para el desarrollo de la actividad manufacturera. Por eso,
la disminución de la capacidad de exportación del país provoca serios déficit en la balanza de
pagos.
El sector industrial está ligado al sector agrario, como en el caso de la industria más importante de
la época, la frigorífica y también la industria alimenticia y de bebidas, las instalaciones de
ferrocarriles y otras obras de infraestructura imprescindibles para el transporte del ganado y los
cereales. El desarrollo industrial posterior (desde 1946) está basado en una política económica
diferente, industrialista, donde el Estado juega un papel fundamental. Está basado en una
redistribución del ingreso del agro a la industria, con la aplicación de aranceles protectores a esta
actividad, en los créditos baratos, etc.
(El sector agrario produce tanto para el mercado interno como para el externo, y no necesita
insumos importados; en cambio, la industria sí los necesita y sólo produce para el mercado interno)
Hasta 1930, la inserción en el mercado mundial no presentaba problemas en tanto la Argentina era
un país productor y exportador de bienes primarios (carne y cereales principalmente). La crisis
mundial afecta la división internacional del trabajo, modificándose el comercio de los productos
agropecuarios. Los precios se deterioran en relación con aquellos de los productos industriales. Se
origina en Argentina una tendencia a la disminución de las exportaciones.
La contracción de la demanda mundial por políticas proteccionistas de los países centrales (Gran
Bretaña principalmente), lleva a disminuir la capacidad de importación de la economía argentina.
El lento crecimiento de la actividad agropecuaria tiene que ver con la evolución económica de la
pampa húmeda, ya que la mayoría de las exportaciones provienen de esa zona. La crisis de esta
región influye directamente en el nivel de las exportaciones.
El lento crecimiento de la región pampeana se vincula a las técnicas de explotación utilizadas:
cultivo extensivo y poca mecanización de las tareas agrícolas, lo que resulta en un débil
rendimiento. Además influye en esto el desarrollo de la actividad ganadera, que tiene un mayor
crecimiento que la agraria.
En el resto del país prevalece la explotación intensiva, que otorga un rendimiento mayor.
La exportación de carne vacuna no ha llegado a los niveles tan bajos como la de los cereales, pero
se vio afectada desde 1974 por el Mercado Común Europeo, que restringe la importación de ese
producto llegado de países no pertenecientes a la Comunidad.
Contracción del mercado interno: por la crisis de 1929, la política proteccionista de los países
centrales, la formación de bloques, y la competencia frente a países que poseen un saldo
exportable.
Causa de fondo: el estancamiento del agro reside en la propia estructura económica argentina, es
decir, en el tipo de relaciones sociales de producción que existe en el agro.
La estructura agraria argentina basada en el latifundio constituye uno de los límites principales que
traban el desarrollo del capitalismo dependiente. La concentración de grandes extensiones de
tierra en manos de pocos propietarios determina el estancamiento de la producción agropecuaria, y
por otro lado, porque esa alta concentración de las mejores tierras determina que adquiera una
importancia fundamental la renta del suelo, lo cual es una traba para el crecimiento económico
global.
El proceso de industrialización comienza en el siglo XIX, como una actividad ligada casi
exclusivamente al sector agrario de cuya expansión dependía, es decir, de la demanda externa. En
la década del 30 la actividad industrial ocupa un lugar importante en la economía, hasta 1946.
1930-1945: La crisis mundial de los años 30 modifica la división internacional del trabajo y
disminuye la capacidad de importar de la Argentina, obligando a la clase dirigente a iniciar un
proceso de industrialización de "sustitución de importaciones". Esta industrialización se limita a
sustituir o reemplazar las mercancías que anteriormente se importaban, reduciéndose a la industria
liviana. Las inversiones serán del sector conservador del poder, pero más que nada del capital
extranjero, especialmente en el desarrollo de las nuevas ramas industriales (metalúrgicas, textiles)
después de 1933. El tipo de importación que se sustituye es el de la industria textil, como también
algunas ramas de la metalurgia, algunos productos farmacéuticos, artefactos eléctricos y derivados
del caucho. No se buscaba un desarrollo de todas las ramas de la industria, sino de aquellas que
no podían importarse. La clase conservadora no buscaba definir un nuevo modelo de desarrollo,
sino de resolver la demanda interna de manufacturas que antes importaba sin caer en el
desequilibrio de la balanza de pagos.
1945-1958: Aumenta el empleo industrial y crece la clase obrera. En 1946 el peronismo fomenta
la producción de bienes de consumo masivo, a través de la incorporación de los sectores
populares al proceso. Al aumentarse los salarios reales se incrementa la demanda de bienes. El
Estado juega un rol fundamental (aumentando el gasto público) por sus propias inversiones y por
su política industrialista que comprende cambios favorables los requerimientos de importación de la
industria, créditos a la actividad y una política proteccionista, con el aumento de los aranceles
aduaneros y la creación del IAPI. Se desarrolla la industria liviana que incorpora tecnología poco
compleja. El ingreso se concentra en un cuarto de la población.
La estrechez del mercado argentino, que limita la expansión de la industria porque ésta produce
casi exclusivamente para el mercado interno.
La economía se empieza a estancar a partir de 1948 y con ello se agota la etapa "fácil" de
sustitución de importaciones. Este estancamiento se explica por la insuficiente capitalización de los
sectores básicos de la economía, por el creciente atraso relativo del interior del país y por la
subsistencia de un régimen de tenencia de la tierra que obstaculiza el desarrollo del sector rural,
además del carácter dependiente del capitalismo argentino.
Braun à El crecimiento insuficiente de las exportaciones es la causa principal del lento crecimiento
de la economía. El "estrangulamiento externo" aparece como el freno "dominante" al desarrollo de
las fuerzas productivas.
Flirchnan à La renta del suelo es uno de los problemas fundamentales que traban el crecimiento
económico, y es una causa importante de la acumulación interna.
La economía está "limitada y deformada" por la dependencia, es decir, por la forma particular en
que la Argentina se integra o se inserta en el mercado mundial a través del tiempo. Este
capitalismo dependiente ha necesitado de la intervención creciente del Estado para poder darle
continuidad a su desarrollo. La intervención del estado se amplía en los países periféricos,
naciendo de esta manera una función suplementaria. Desde sus orígenes, la clase dominante se
ha ceñido a la acción estatal para su desarrollo. El Estado Argentino aparece como el refugio
permanente que cubre la debilidad política y económica de la clase dominante.
La compleja articulación del agro y la industria, con intereses particulares conflictivos, ha signado
también el desarrollo del capitalismo argentino. La industria ha estado, desde su nacimiento,
vinculadla crecimiento de las exportaciones agropecuarias. Cuando ocupa un lugar destacado en
el país, dependerá de la capacidad de importar del país. Si se estancan las exportaciones agrarias
se frenan las posibilidades de la actividad manufacturera.
Han sido las firmas multinacionales las que instaladas en los bienes de consumo durable han
influido decisivamente en el sistema económico. El ingreso masivo de sus capitales en la actividad
productiva del país tiene que ver con las características de la dependencia.
El período que comienza en 1862 (presidencia de Mitre) marca el inicio de la conformación del
Estado nacional, tras diez años de intento de "reorganización nacional". La falta de unidad política
divide al país en la Confederación por una parte, y Buenos Aires, por otra.
La lucha permanente y enfrentamiento armado entre los caudillos del interior y el poder central
dificultan la conformación de un Estado nacional. Cada provincia constituía un estado autónomo.
El escaso desarrollo del país impedía que la estructura económica pudiera garantizar la cohesión y
la unidad social del país.
Las fuerzas del interior son derrotadas por Mitre en la batalla de Pavón en 1861, sellando el triunfo
de la oligarquía de Buenos Aires que impone una hegemonía y una subordinación.
Entre 1862 y 1880 se estructura el Estado nacional. Hay seis elementos centrales que permiten la
concreción de ese propósito:
La formación del mercado nacional, favorecido por el ferrocarril y el telégrafo que unifican el
territorio nacional
La confederación del Ejército Nacional, que termina con los ejércitos provinciales de los caudillos
Se completa la estructura jurídica institucional del Estado nacional, con la división tripartita de
poderes y la sanción de los códigos nacionales y la ley de emisión del voto
Oszlak à os sectores dominantes del interior descubrían que a través de su participación en las
decisiones y la gestión estatal, podían incorporarse ventajosamente al circuito dinámico de la
economía pampeana.
Con la presidencia del Gral. Roca se consolida la república oligárquica, se acaban los
enfrentamientos armados y se inicia una época de expansión y modernización.
En 1880 se concluyó con la etapa de construcción del Estado nacional, aunque no con la
construcción de la nación.
Alrededor de este tipo de economía comienzan a generarse las condiciones materiales que harán
posible el surgimiento de un Estado nacional y, por ende, de un mercado nacional.
La naturaleza social del Estado está otorgada por la inserción de la economía en el mercado
mundial. Ese Estado tiene una naturaleza de clase capitalista, y es a través de él que la burguesía
agraria se organiza como clase dirigente.
El Estado distribuye las tierras del país, lo que posibilitó la formación de los grandes propietarios. El
Estado argentino tendrá una función primordial en la configuración de la estructura de clases.
La intervención estatal asume un carácter global. Existe una intervención masiva en la vida pública,
sea en el terreno económico como en el plano político institucional, mediante los golpes de Estado.
Al partir de 1935 la debilidad económica de la clase dominante al a par que aumenta la relación de
dependencia con el capital extranjero, requiere una mayor intervención del Estado en la producción
y a nivel de la circulación (crédito público).
Los estratos más concentrados en la clase dominante, carentes de un partido y de la capacidad
para fundar consenso, utilizan al Estado, principalmente a lo que es el núcleo del aparato represivo
como refugio de su debilitada hegemonía. Cuando el régimen democrático funciona con plenitud,
estas fracciones de la burguesía tienen poca "chance" de conquistar el aparato del Estado por vía
de las urnas. No les queda otro recurso que el golpe de Estado.
Durante el siglo XIX el Estado participa activamente en la formación de los "latifundios" o de las
grandes propiedades territoriales, mediante la venta de la tierra pública o por donaciones o
concesiones gratuitas otorgadas a militares como premio a las victorias logradas contra el indio (las
fértiles tierras de la zona pampeana fueron distribuidas entre un reducido grupo de propietarios).
El Estado participa en la formación de la naciente burguesía industrial en las décadas del 30 y 40,
a través de una política de distribución de ingresos, durante el proceso de sustitución de
importaciones.
El Estado ha sido el soporte del crecimiento de la clase dominante y actúa también como
empresario, o bien controlando la producción de energía, los medios de transporte y comunicación,
o realizando una actividad bancaria y financiera importante.
La crisis mundial lleva al Estado argentino a efectuar una mayor intervención, a aumentar su
acción económica a los efectos de contrarrestar la caída de la tasa de ganancia.
Período de 1880-1930.
La economía se estructura en torno a las necesidades del mercado capitalista mundial. Existe un
Estado liberal oligárquico. Es liberal porque su acción principal es dejar en libertad al mercado,
favorecer la libre empresa y el libre comercio. Es liberalista más que nada en el terreno económico,
porque en la esfera política crea un sistema elitista-restrictivo que reduce la participación de la
mayoría, limitando en consecuencia las libertades políticas, exceptuando el gobierno de Irigoyen
en 1916. El Estado crea obras de infraestructura, medios de transporte y comunicación.
Si bien se limitaba la actividad del Estado, sus recursos debían estar al servicio de la actividad
privada e individual. El Estado no sólo el árbitro y guardián del orden público, sino que tenía un
papel activo en la formación de las empresas privadas, principalmente en la promoción de las
extranjeras, como en el caso de la inversión inglesa para la construcción de líneas férreas. El
Banco de la Nación era un banco privado bajo tutela o el patrocinio del Estado.
Bajo la administración del gobierno radical merece destacarse la creación en 1922 de una gran
empresa pública: YPF.
El sistema político aplicado por el orden observador reducía el círculo de gobernantes a una ínfima
minoría de personas provenientes de la élite tradicional de Buenos Aires y las provincias. El
sistema se completaba con la necesaria exclusión de la actividad política de la mayoría de la
población.
No se daba cabida tampoco al creciente aumento de la población que provenía del flujo
inmigratorio. La preocupación de la oligarquía fue la de incorporar el inmigrante a la actividad
económica, no a la actividad política. La legislación argentina no preveía un régimen de
naturalización del ciudadano extranjero, y ellos tampoco tenían mucho interés.
También la propia población nativa se mostraba apática o desconfiante del sistema ante las
prácticas electorales viciadas. La primera ley de elecciones nacionales de 1857 establecía el voto
universal para los varones, sin calificación por posesión de bienes o por problemas de
analfabetismo. Sin embargo, el período que corre de 1857 a 1912 se caracteriza por la exclusión
política de la mayoría. Recién en 1890 el sistema desata su primera crisis. De ella surgen lo que
serán en el futuro los partidos políticos modernos como la UCR.
En 1912 se abren las compuertas de participación con la ley Sáenz Peña, que establece el voto
obligatorio y universal, lo que permitirá en 1916 el acceso del radicalismo al gobierno.
Algunos sectores marginados del sistema político, como las organizaciones obreras, actuaban o
como grupos de presión o bien defendiendo intereses sectoriales al estas excluidos de la actividad
política.
La clase dominante encuentra dificultades en organizar el consenso social por la exclusión que
promueve desde el gobierno.
Las elecciones de 1916 fueron las primeras en las que hubo una participación casi total de la
población, aunque el voto femenino estaba excluido. El movimiento radical, expresión de las clases
medias urbanas, produce una ruptura parcial del sistema oligárquico cuando incorpora nuevos
actores sociales a la vida política nacional. Sin embargo, en el terreno económico la acción del
gobierno fue contradictoria. No modifica la estructura agraria latifundista, como tampoco el modelo
de desarrollo en que se apoyaba. Deja intactas las bases económicas del poder liberal. No logra
captar en su verdadera dimensión la crisis económica mundial que se avecina, como tampoco las
repercusiones que traería en la economía argentina.
Período 1933-1943.
Con la caída de Irigoyen en 1930 se pone fin al Estado liberal de la república oligárquica y surge la
Argentina moderna. El crecimiento industrial, el crecimiento de la clase obrera y de la población
urbana y las nuevas modalidades de intervención estatal (desde 1933), se definen en esta época.
Los cambios en la economía mundial producidos por la gran depresión de 1929 repercuten en la
economía argentina, con el deterioro de los precios de los alimentos en relación con los de la
producción industrial, lo cual favorece el proceso de industrialización conocido como sustitución de
importaciones.
Este proceso pone el acento en la industria como elemento dinámico de la economía, modificando
sustancialmente esta actividad, principalmente la industria liviana.
Nace el Estado intervencionista, que define una política más clara en materia de obras públicas
como así también en el control de la producción y precios, creándose para ello Juntas reguladoras,
que adoptaron medidas de reglamentación de las principales actividades agropecuarias. El Estado
juega una "función anticrisis".
La principal función del Estado fue financiera, con la creación en 1935 del Banco Central y del
Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias, cuyos objetivos inmediatos eran la estabilidad
monetaria y el control de cambios.
El Estado acrecienta cada vez más su presencia en la producción militar, creando en 1914
Fabricaciones Militares, que concentra la producción de armamentos.
El Estado y la clase dominante siguen todavía identificándose; el Estado aún conserva un sistema
político viciado, basado en el fraude electoral y en la corrupción política. En 1943 un golpe de
Estado pone fin definitivamente a ese sistema incapaz de fundar un régimen político estable y
consensual.
Período de 1946-1955.
El gobierno peronista (1946) se basa en una nueva alianza de clases en el poder (patrones, CGT y
un sector de las fuerzas armadas), fundando un régimen político populista con la ampliación de las
funciones del Estado. La burguesía se apodera del aparato del Estado, definiendo y planificando
una verdadera política industrialista.
La participación del Estado en la actividad económica se acrecienta mediante una clara política
económica:
Financia el desarrollo industrial a través del traslado de ingresos del sector agrícola al
manufacturero, para lo que se crea el IAPI (Instituto Arg. para la Promoción del Intercambio), que
monopoliza las exportaciones
La acción social del Estado mejora radicalmente las condiciones de trabajo y de vida de los
trabajadores a través de una excelente legislación social y laboral, incrementando los ingresos a
través del llamado "salario indirecto".
Se funda un régimen político estable y seguro, basado no sólo en la fuerza sino fundamentalmente
en el consenso. Se trata de un Estado distribucionista que bajo las formas de asignaciones
familiares y sociales cubre los diversos "riesgos sociales".
El Estado populista pretende ser el "Estado del pueblo argentino", legitimando la dominación de
clases mediante su discurso ideológico.
Período 1958-1973.
El modelo comienza a agotarse en la medida en que esa política distribucionista trae aparejada
una disminución importante en la tasa de ganancia. La burguesía debe asociarse al capital
extranjero y debe buscar la reinserción de Argentina en las nuevas condiciones de la economía
mundial.
A partir de 1952, las exportaciones no logran financiar de manera suficiente las necesidades de
importación imprescindible para el crecimiento del sector industrial. Se necesitaba un plan de
contención de salarios y de los gastos públicos como la asociación con el capital extranjero para
detener la caída de la tasa de ganancias y para a la vez continuar financiando el sector industrial.
Esta etapa se caracterizó por el control que ejercen las firmas multinacionales y por su orientación
hacia el mercado interno. El gran capital internacional invierte directamente en la producción,
centralmente en los bienes de consumo durables, y también en química, petroquímica, siderurgia,
material de transporte, etc. El Estado apoya y amplía el esfuerzo industrializante, como en la
política de ingresos que reduce los costos salariales. El Estado invertirá en los sectores de
infraestructura pesada y de energía, en los productos de base y transportes del sector I que
contengan a los intereses de las grandes firmas multinacionales.
Por las inversiones extranjeras, la clase dominante sufre grandes cambios. Ahora el capital
extranjero será un nuevo agente socioeconómico: la "burguesía internacional" o
"internacionalizada", que liderará al empresariado argentino.
El Estado no puede ofrecer más que un mercado político semicerrado al restringir la participación
del peronismo, lo que dificulta la estructuración de un sistema hegemónico.
Este período se caracteriza por la debilidad del sistema de representación de partidos. (à Rouquié )
Desde 1930 se abrió par el país la era militar, los generales prometen al país "un destino de
grandeza".
La hegemonía militar ha adoptado modalidades muy variadas que no excluyen los gobiernos civiles
y de apariencias legales. De 1930 hasta 1980 ningún presidente fue libremente elegido sin
condicionamiento ni veto militar dentro de un proceso normal de sucesión. Sólo dos presidentes
electos permanecieron en la Casa Rosada hasta el término de si mandato: el Gral. Justo (1932) y
el Gral. Perón (1946), ambos apoyados por un sector militar.
Entre 1962 y 1930 ningún presidente fue llevado al poder por una sublevación armada y la
sucesión presidencial se efectuó conforme lo que dictaba la Constitución de 1853.
La gran depresión y las intervenciones reiteradas del poder militar, coinciden con un estancamiento
cíclico de la economía nacional, dentro de una tendencia a la declinación del dinamismo nacional.
Argentina abandona el progreso ininterrumpido de principios de siglo.
Para entender la Argentina de hoy es preciso recordar que la dominación militar no es ni nueva ni
coyuntural. Tiene rasgos propios dentro del continente, entre otras cosas por su
semiinstitucionalización.
Se pueden clasificar a los gobiernos civiles en tres categorías que se agregan a las dos variedades
de regímenes militares: el "provisional", a veces disfrazado de civil, y el "constituyente". Estos tres
tipos de gobiernos civiles serían:
Los que gobiernan neutralizando el ejército por tener cierta legitimidad militar propia
Nunca en la historia argentina contemporánea un golpe de Estado ha tenido por objetivo derrocar
un gobierno que amenazara directamente el statu quo social y que tratara de realizar importantes
transformaciones estructurales.
El general Justo fue el primer responsable del régimen representativo limitado. Su elección se debe
tanto a la prohibición de los radicales cuanto al fraude electoral más descarado, que los
conservadores denominaron "fraude patriótico".
En nombre del pueblo y de la justicia social para unos, de las libertades y de la democracia para
otros, neopopulistas y ultraliberales agrupan todas las fuerzas disponibles para enfrentarse sin
piedad y fuera de toda legalidad constitucional.
[Las fuerzas armadas que derrocan a Perón están lideradas por los sectores más activistas del
antipopulismo (los llamados gorilas).]
En 1958 Arturo Frondizi es electo presidente con el apoyo masivo de los votos peronistas, y es
derrocado en 1962 por la coalición de los radicales del pueblo y de los militares antiperonistas.
En 1963 el radical del pueblo Arturo Illia es elegido por una minoría de votantes, siendo el
peronismo siempre proscrito. Ahora el sector militar dominante es más desarrollista que gorila.
Frondizistas y militares antirradicales van a programar el golpe de Estado menos violento y mejor
planeado de la historia argentina en 1966. Esta intervención militar anunciada se organizó con
campañas de propaganda para desprestigiar el gobierno legal ante la opinión pública.
Los presidentes minoritarios acceden al poder bajo vigilancia de un ejército dividido en tendencias
cuyas finalidades civiles saltan a la vista. Las fuerzas armadas intervienen a modo de "partido
militar".
Perón simboliza la contestación total del sistema posperonista y demuestra que el país no se
puede gobernar sin su participación.
El gobierno militar que sucede al presidente Illia en 1966 no se considera como provisional.
Pertenece a la categoría de las dictaduras constituyentes. La "Revolución Argentina" pretende
realizar grandes transformaciones económicas y sociales que permitirán una redistribución de las
fuerzas políticas. Esta modernización que favorece las grandes sociedades industriales nacionales,
y sobre todo extranjeras, con proyectos neocorporativistas. Pero la sublevación de 1969 de varias
capitales del interior ("cordobazo" de 1969) arruina estos sueños antipolíticos.
Sin embargo, el auge de la violencia revolucionaria alentada por Perón hace temer a los militares
un "argentinazo" nacido de la convergencia del descontento popular y de la guerrilla. Y el propio
Perón se ofrece entonces para ahorrar al país el terremoto social que lo amenaza. Los
responsables de las fuerzas armadas se comprometen a organizar elecciones sin ninguna clase de
proscripciones y de respetar su resultado.
Una oportuna cláusula de residencia impide que Perón presente su candidatura para la
presidencia. Éste designa a su delegado personal como candidato del peronismo.
Las turbulentas juventudes peronistas amenazan con su movilización con seguir a los Montoneros
en la lucha armada si las elecciones no se verifican.
Una ola de terrorismo sacude el país durante el delicado interregno, cobrando las vidas de varios
militares mientras el presidente electo se niega a condenar explícitamente a las organizaciones
guerrilleras. El 25 de Mayo, día de la toma de poder y de la fiesta patria, los guerrilleros desfilan
con sus banderas en las calles de la Capital Federal. Las "juventudes" imponen a las nuevas
autoridades la medida más temida por los militares: una amnistía general, que permite la liberación
de todos los prisioneros políticos.
Los partidarios de la "patria peronista" estaban desbordados por las inquietudes activistas de la
"patria socialista", y la izquierda peronista se lanza en un movimiento de agitación.
En junio de 1973 retorna el líder a la Argentina, lo que provoca enfrentamientos sangrientos en
Ezeiza entre grupos armados que se reclaman de Perón. Los peronistas ortodoxos exigen si
ascenso inmediato al poder y la renuncia del débil Cámpora. Pero las fuerzas armadas deben
aceptar que entre de nuevo en la Casa Rosada. Perón se reconcilia con las fuerzas armadas frente
al peligro común, el comandante en jefe del ejército le devuelve su grado de teniente general.
Perón hace renunciar forzadamente las autoridades elegidas por el pueblo. El afianzamiento de las
instituciones democráticas restauradas se valió de un golpe de fuerza al que no fueron del todo
ajenos los militares.
Los militares van a encontrarse directamente envueltos en las luchas intestinas de la agitada
nebulosa peronista. Oficiales y jefes participan junto con las juventudes peronistas en operaciones
de emergencia y de acción cívica frente a catástrofes naturales o los Montoneros asisten al lado
del estado mayor militar a conmemoraciones político-patrióticas. Esta colaboración espectacular no
es del agrado del sector sindical del peronismo, poderoso adversario de las juventudes
revolucionarias.
Perón hace renunciar al Gral. Carcagno, comandante del ejército nombrado por Cámpora y
nombra al Gral. Anaya. El estado mayor adopta una actitud de preservación del ejército de las
luchas despiadadas que enfrentan a los peronistas entre sí. Asigna como comandante de la Marina
(que era un sector antiperonista) al alte. Massera porque lo iba a favorecer.
El Gral. Perón muere en Julio de 1974, y el país va a hundirse rápidamente en una crisis
precedente. La señora Perón, vicepresidenta sin experiencia ni capacidad política, asume
constitucionalmente la presidencia, y las fuerzas armadas acentúan su actitud de absoluta y visible
prescindencia. Algunos personajes poco recomendables comienzan a frecuentar el círculo que
rodea al rasputiniano secretario y ministro López Rega.
Los sindicatos peronistas aplauden ruidosamente este nuevo encuentro entre el pueblo y los
militares. Todas las guarniciones del ejército están en estado de alerta. Los sublevados ganaron
fácilmente: el Gral. Videla, defensor intransigente de la no participación al poder político, asume el
puesto de comandante en jefe.
Los militares llegaron a hacer olvidar su impopularidad de siete años de gobierno de las fuerza
armadas y su responsabilidad institucional en la aparición de la violencia política. Las fuerzas
armadas aparecieron así ante la opinión pública como sumamente deseosas, permitiendo así que
los partidos encuentren una solución legal al proceso de degradación del régimen o demuestren su
absoluta falencia.
Los planes golpistas que preveían una fuerte resistencia de las masas peronistas, tenían elaborado
un dispositivo represivo de inusitada violencia. Los sindicatos peronistas se muestran incapaces de
movilizar sus tropas para defender "el gobierno" de los trabajadores.
Se podría pensar que la politización permanente de las fuerzas armadas en Argentina procede
simplemente de la poca consistencia institucional de las mismas, que el aparato militar está
fuertemente penetrado por la sociedad global y que la distinción entre civiles y militares cuenta
poco.
Reglas del juego que corresponden al desarrollo de los valores pretorianos que plasman a la vida
nacional pueden sintetizarse en:
Las fuerzas armadas constituyen un actor legítimo del sistema. Las violaciones por el ejército de la
subordinación constitucional no provocan nunca la unión sagrada de las fuerzas civiles para la
defensa de las instituciones. La amenaza militar agudiza los conflictos. La oposición generalmente
se brinda a apoyar a los militares facciosos contra los transitorios ocupantes del gobierno. Los
vencidos del sufragio universal se aprestan a tomar revancha gracias a las fuerzas castrenses.
Todos los partidos buscan el oído de los militares para sus propios fines políticos. Nunca el ejército
es rechazado como una amenaza para el libre juego de la vida política o como un simple
instrumento de las clases dominantes. Nada se hace contra ellos o sin ellos. Las fuerzas armadas,
a pesar de sus evidentes tendencias conservadoras, no están consideradas como vinculadas por
definición o naturaleza a ningún sector social definido y limitado. Todas las formaciones políticas
esperan que el ejército responda a sus aspiraciones. El PC argentino da cierto tipo de apoyo crítico
al gobierno del Gral. Videla por miedo a un golpe "fascista-pinochetista" y favorece una
convergencia cívico-militar, capaz de restablecer los valores democráticos.
El militarismo es universal. "El sueño del coronel propio" (por la gestión del coronel Nasser en
Egipto que tomó el poder en un golpe de Estado y luego tuvo una política similar a la de Perón).
Civiles y militares no se enfrentan, son complementarios, y componen alianzas de recursos. Los
militares no son de ninguna forma los obstáculos al libre desarrollo de las instituciones
democráticas. No sólo los civiles rondan los cuarteles en busca de aliados uniformados sino que
las cabezas políticas de las fuerzas armadas están siempre al acecho de apoyos partidarios.
Con esta interdependencia entre civiles y militares, la estabilidad y regularidad institucional están
fuera de alcance. Esta tendencia se ha descrito como una variante de "Estado pretoriano
moderno".
Todos los grupos de interés defienden sus derechos o privilegios sin miramientos ni consideración
por el juego institucional. Todo ocurre como si la victoria del grupo fuese vital para su
supervivencia, o mereciera que se le sacrificara el edificio institucional que consagra la
coexistencia social.
Se podría pensar que la mediocridad del dinamismo económico que corre pareja con una inflación
tiene algo que ver con las discontinuidades políticas. Un crecimiento bastante bajo y una inflación
altísima tienen efectos desestabilizadores. Si las luchas intersectoriales para el reparto de un
producto estancado fueran responsables de las recurrentes intervenciones militares, se explicaría
que los diferentes actores acudieran a la fuerza y llamen a la puerta de los cuarteles.
Existe una posible coincidencia entre los períodos de menor expansión y por ende de más aguda
pugna distributiva y las rupturas del orden constitucional. No se ve sin embargo confirmada la
hipótesis de una incidencia directa de las depresiones económicas sobre los golpes y el
derrocamiento de los gobiernos. Corresponde más bien a la hipótesis contraria. Los años
inmediatos a los golpes de 1955 y 1962 son años de apreciable crecimiento. La interpretación de la
inestabilidad política por el estancamiento inflacionista desemboca en el Estado pretoriano no
corresponde a la realidad.
Tampoco tiene valor explicativo la interpretación del caso argentino como "crisis de participación".
La participación masiva y temprana de los argentinos en la vida política sería la mayor causa de
inestabilidad. Dado que las intervenciones militares tienen por consecuencia anular los resultados
del sufragio universal se podría inferir que las intervenciones desempeñan el papel de mecanismos
de desmovilización frente a una movilización política y social demasiado intensa para el equilibrio
del sistema. La integración de nuevos grupos sociales al sistema político tradicional destinada a
reducir las tensiones provocaría al contrario la crisis total del sistema representativo.
Muchas experiencias han demostrado que a menudo la extensión del sufragio ha podido tener un
efecto socialmente conservador. El recurso a mecanismos violentos de desmovilización para
oponerse a las funciones normales de un sistema pluralista legítimo y estable sale del marco
político. Sólo móviles sociales referentes a la composición y a las modalidades de dominación de
las capas superiores pueden motivar semejante fenómeno.
[Se ha podido señalar la ausencia de un gran partido nacional que tuviera la confianza de los
grupos económicos y de las capas sociales dominantes pero que fuera capaz de obtener un amplio
apoyo popular.]
De ahí se puede pensar que los intereses vinculados al statu quo, impotentes para asegurarse una
influencia política en consonancia con su importancia efectiva, prefieren actuar fuera del sistema
representativo y en contra de él (fraude electoral y proscripciones políticas). Primero, las
intervenciones militares no resultan siempre de una presión o de un llamado de los grandes
intereses. Por otra parte, la ausencia de un partido conservador no significa que la derecha en la
Argentina fuera débil y la izquierda fuerte, sino que tampoco existían movimientos de izquierda
poderosos y con raíces profundas.
Existe en la Argentina un bajo nivel de polarización real y de alternativas sociales presentadas por
los partidos argentinos (a principios de siglo, entre conservadores y radicales las diferencias son
escasas y no representan a sectores productivos inconciliables).
La intervención del poder militar pone en marcha los mecanismos de redistribución sectorial. Los
golpes de Estado de 1955 y 1962, lo mismo que la revolución de palacio de 1970 que derroca a
Onganía, están seguidos por devaluaciones decisivas del peso que favorecen las exportaciones
agropecuarias. Y también en 1959, cuando las presiones de militares gorilas orientan la política
económica frondizista en un sentido de ortodoxia liberal. En 1976, las primeras medidas de la
política económica consisten en mejorar los valores relativos de la producción agropastoral.
Después de tres años de fuerte depresión agrícola, los incentivos de tipo fiscal del nuevo régimen
crean una bonanza agrícola notable, mientras la industria entra en una crisis sin precedentes y
baja el salario real obrero.
En 1955 empieza un período largo de redistribución regresiva del ingreso a favor de los
empresarios. Los golpes de 1955, 1962, 1966 y 1976 se sitúan en fases de altas coyunturas
salariales o de rectificación de una situación desfavorable para el sector trabajo. En 1843, la
remuneración del trabajo estaba bajando cuando es derrocado el presidente conservador y los
salarios suben durante el gobierno militar.
Los casos de 1943 y 1966 prueban que no se trata de ninguna relación mecánica sino más bien de
tendencias, y que la política determina la economía y no lo contrario.
Existe un grupo dominante nacional relativamente homogéneo que detenta el prestigio y domina el
sector motor de la máquina económica. La Argentina moderna conoce una élite única y "natural"
que se reclama del grupo dominante que llevó al país a la prosperidad y lo reveló al mundo. Este
grupo se remonta a los constructores de la economía agroexportadora que administraron el
proyecto "civilizador" de la segunda Argentina, integrada al mercado mundial como proveedor de
trigo y carne.
Pero esta integración se hizo en condiciones excepcionales que explican la opulencia repentina. La
fertilidad y la disponibilidad de tierras unidas a la ausencia de obstáculos de clima o de población
permiten al país gozar de notables ventajas comparativas. El territorio semidesértico se abre a la
inmigración masiva. Una minoría que concentra la riqueza se esfuerza por modernizar al país. Las
ciudades se europeízan rápidamente. La prosperidad agroexportadora necesita una mano de obra
numerosa pero sobre todo las infraestructuras urbanas. La concentración urbana y el desarrollo de
las clases medias y obreras son dos fenómenos interconectados.
La élite dirigente, liberal y cosmopolita, ejerce una dominación ilustrada: defiende sus privilegios a
través de su rol histórico. Nadie amenaza su poder. Los industriales saben que la actividad
agroexportadora es la condición de su prosperidad. Clases medias y populares son sectores
consumidores que se oponen a cualquier política arancelaria que fomente las industrias a costa del
encarecimiento de los bienes de consumo. En el campo, los grupos dominantes ignoran los
conflictos sociales.
Hasta 1930 esta "fórmula de justificación" permite una indiscutible estabilidad política. La eficacia
del sistema es la fuente principal de legitimidad. Los excluidos del sistema sólo exigen participar.
Aspiran a integrarse a la prosperidad nacional sin discutir ni su dirección ni sus beneficiarios ni su
vulnerabilidad. Piden el perfeccionamiento del proyecto agroexportador, no su sustitución. Nada de
lo que hizo la riqueza del país es puesto en cuestión.
Los integrantes del grupo social que se apoderan de la mejor tajada de la "renta diferencial" no se
limitan a administrar sus estancias de la provincia de Buenos Aires y a ser los "dueños de la tierra".
Su dominio de la economía es más complejo y completo. Sus miembros son más comerciantes y
financieros que ganaderos o agricultores, también porque no siempre son de origen terrateniente.
Los hacendados puros no tenían el capital necesario para formar el sector dominante, mientras los
comerciantes sí pudieron, por su situación y sus capacidades financieras. La base de este grupo
era sobre todo fundiaria y ganadera.
No todos los nuevos grupos económicos emergentes están aceptados por la "comunidad de
negocios tradicional", ya que no en todos los casos representan el mismo tipo de intereses,
sensibilidad social e incluso tradición política que los más antiguos.
La guerra de todos contra todos es el destino de esta flexible y omnipresente "oligarquía" porque
tiene contradicciones estructurales con todos los grupos económicos y sociales. A su preeminencia
se deben los rasgos actuales de la economía nacional, en la que ni la industria ni el agro pueden
garantizar el crecimiento.
El grupo agroexportador dominante se enfrenta también con los asalariados fuera del campo
productivo en cuanto consumidores: no sólo porque éstos aspiran a un precio bajo de los bienes
alimentitos sino porque cada aumento de consumo reduce los excedentes exportables.
En 1930 la gran depresión que desarticula los flujos del comercio mundial coincide con el fin de la
expansión horizontal del país que aseguraba la estabilidad del conjunto y el funcionamiento
democrático de las instituciones. Ya no hay más disponibilidad de tierras y el control a distancia del
Estado no basta en la tormenta. El recurso a la fuerza no es dictado por imaginadas amenazas al
orden o al statu quo sino por la necesidad de tener las manos libres en la utilización de los
recursos y de echar mano a la maquinaria estatal.
Se utiliza a menudo el concepto de crisis de hegemonía para significar que el grupo o la fracción
dominante no tienen ya más el poder para orientar a la sociedad. Este grupo no tiene sobre las
clases medias el influjo que tuvo antes y su monopolio se ve atacado. La concentración del poder
económico y el exclusivismo social no permiten al grupo dominante "organizar el consentimiento"
sobre la base se alianzas estables y permanentes, es decir, de compromisos claros con otros
sectores sociales. Este grupo de corriente minoritario alterna en confrontación con casi todos los
estratos sociales internos. Argentina conoce así una dominación sin hegemonía, porque el grupo
minoritario no permite la formación de un partido multiclasista o polisectorial que responda a sus
intereses. Ese tipo de dominación y la inestabilidad económica de este grupo impidieron la
formación de un partido conservador.
No es la ausencia de un partido conservador lo que explica la inestabilidad política sino que las
causas de esta ausencia aclaran las rupturas. Rechazando cualquier elemento de rigidez
económico-financiera, la fracción dominante tenía que pagar el precio de negarse a anudar
alianzas con un mínimo de reciprocidad: el recurso permanente a la fuerza a través de la rama más
autónoma del Estado, el ejército. El grupo antiestatista por naturaleza va a fomentar en contra de
su voluntad la expansión del aparato estatal.
Las fuerzas armadas imponen al sistema vigente, y para mejor defenderlo, las adaptaciones que
les parecen necesarias en el campo económico, social y político. A veces toman la defensa del
statu quo oponiéndose a sus propios beneficiarios.
Pero también las fuerzas armadas constituyen un terreno y un objetivo de la lucha entre sectores
sociales y fracciones de las capas propietarias. Los militares se sienten frente a las corporaciones,
los grupos de interés o los partidos como "clase universal" sólo apta para resolver los conflictos
internos cuando parecen amenazar la existencia del sistema global. Así es como los militares
desempeñan en los períodos de crisis, es decir de presiones antagonistas fuertes de diversos
sectores sociales, una hegemonía burocrática de sustitución. Es decir, tratan de organizar en
cuanto Estado e institución coercitiva legítima el consentimiento de las capas subordinadas
alrededor de algún tipo de proyecto nacional. Estos períodos de hegemonía sustitutiva tuvieron
siempre como objetivo armonizar por la fuerza, imponiendo una única solución, la legitimidad
económica y la legitimidad política.
Entre las experiencias límites de esta hegemonía militar no restauradora podemos destacar los
gobiernos post 1943 y la "revolución argentina" de 1966. En el primer caso los militares intentaron
superar la contradicción entre el grupo minoritario dominante y el partido mayoritario por una
dictadura nacionalista de integración económica y social. En 1966 el ejército abre un proceso de
modernización económica para superar la exclusión política de los sectores sociales mayoritarios
que frenaban la expansión del gran capital industrial.
De modo más general, las intervenciones invierten el sentido de las transferencias sectoriales,
ponen término a los desequilibrios intersectoriales, restableciendo así el equilibrio. Los golpes son
procesos de redistribución política, favoreciendo alternativamente a cada sector social, y hasta los
consumidores y asalariados como en 1943, imponiendo un empate social que impide superar la
crisis hegemónica y permite a la minoría dominante seguir cabalgando.
El poder militar se opone a la dominación de algunos sectores sobre los demás que llevaría
necesariamente a transformaciones sociales de fondo. Pero estas intervenciones socialmente
estabilizadoras prolongan la crisis global de la sociedad argentina y reproducen la inestabilidad
política.
Los gobiernos peronistas después de 1973 n líneas generales favorecieron una importante
transferencia sectorial desde el agro a los sectores consumidores y asalariados mediante el
Estado. Pero también el peronismo se enfrentó a todo el sector empresarial argentino, siendo los
grandes propietarios rurales la punta de lanza de la coalición. Sin embargo, la violencia guerrillera
constituyó un enemigo común contra el cual se unieron la burguesía y las clases medias,
golpeadas brutalmente por la inflación. La disgregación del Estado populista y la guerra civil
parecían ofrecer las condiciones adecuadas para una vuelta al orden "natural" del liberalismo
reclamado por la mayoría agroexportadora. Todo apuntaba a una restauración del modelo
tradicional de la Argentina de principios de siglo.
Esta liberalización debe permitir un reordenamiento del aparato productivo que corresponda una
vez más a los designios de los grupos agrarios diversificados más fuertes. La agroindustria y las
"industrias verdes" en general o las que permiten la desvalorización de la tierra y de sus
posibilidades son las más favorecidas.
Esta política sólo estimula la sustitución de importaciones en los rubros en los que el país tiene
condiciones eminentemente favorables y desindustrializa sin piedad a los demás sectores. El
estrecho grupo dominante multisectorial busca industrias con alto valor agregado y que no
requieren un monto de inversión elevado.
Desde el punto de vista político, este proyecto tendría como resultado si no terminar de una vez
con los enfrentamientos intersectoriales o intrasectoriales entre campo e industria, por lo menos
limitar su impacto. La nueva industrialización contribuiría a atenuar las divergencias intersectoriales
en la medida en que toda la industria sobreviviente estaría vinculada al campo o por lo menos
produciendo sin necesitar enormes transferencias sectoriales.
Lo cierto es que por lo menos aseguraría de nuevo la hegemonía sin rival de la gran importadora-
exportadora, pero no permitiría la restauración de una democracia ampliada. Los beneficiarios casi
permanentes de la inestabilidad difícilmente podrán imponer una "democracia fuerte y estable"
prescindiendo de la sociedad avanzada y conflictiva en la que se establece.
Se considera que las tensiones sociales, económicas y políticas que en décadas recientes han
generado el tipo concreto de modernización dependiente y capitalista que ha experimentado
América Latina, han conducido a un colapso del antiguo esquema de política "populista". Pero a
este sistema le ha seguido un período de política "postpopulista" caracterizado por la aparición de
gobiernos represivos autoritarios que tratan de resolver aquellas tensiones eliminando la
participación del sector popular en la arena política nacional y forzando un movimiento represivo de
las rentas en ese sector.
[Se toma a partir de acá el análisis de Guillermo O’Donnell, sobre esta argumentación
populista/postpopulista, haciendo una resumen de sus ideas]
Se toman tres dimensiones distintas en la descripción de los distintos tipos de sistemas políticos: la
estructura del régimen político nacional, la composición de clase y sectorial de la coalición política
dominante, y determinadas políticas públicas cruciales. La distinción central derivada de estas tres
dimensiones es si el sistema es:
Incorporador: Busca a propósito la activación del sector popular, permitiéndole alguna voz en la
política nacional;
Oligárquico. La élite del sector exportador de productos primarios domina el Estado y orienta la
política pública alrededor de sus necesidades. Estos sistemas no son incorporadotes ni
excluyentes, porque el sector popular aún no ha estado políticamente activado. (Etapa de
hegemonía oligárquica anterior a la participación política popular en las elecciones de 1916)
Burocrático autoritario. Son sistemas "excluyentes" con énfasis no democrático. Los actores
principales son los tecnócratas de alto nivel, en estrecha asociación con el capital extranjero. Esta
nueva élite elimina la competencia electoral y controla la participación política del sector popular.
La política pública se centra en la promoción de la industrialización avanzada. (Período 1976-1983)
Las transiciones de un sistema al otro derivan de las tensiones políticas y sociales producidas por
la industrialización y por los cambios en la estructura social a nivel tanto de élite como de masa.
Hay tres aspectos cruciales en la modernización socioeconómica.
1. Industrialización.
Las diferentes fases de industrialización están vinculadas con el cambio político porque alteran las
coyunturas críticas económicas de los diferentes grupos de clase. La transición de la fase inicial de
industrialización ("sustitución fácil de importaciones" – producción de bienes de consumo) está
asociada con la transición de un sistema oligárquico a uno populista. La protección arancelaria y
los subsidios estatales reducen la presión para que la producción sea competitiva
internacionalmente, y la expansión de los ingresos de la clase trabajadora amplían el mercado
nacional de bienes de consumo. Todo esto permite una coalición populista "incorporadora", en la
que los trabajadores reciben importantes beneficios y se apoya a los sindicatos a cambio de su
apoyo político, reforzando la posición de los industriales en relación con la élite exportadora
previamente dominante.
Según O’Donnell, el autoritarismo burocrático deriva de una compleja serie de reacciones a los
problemas que surgen cuando se ha completado ya la fase de sustitución de importaciones de
bienes de consumo. Cuando el mercado nacional de productos manufacturados simples está
satisfecho, las oportunidades para la expansión industrial se limitan considerablemente. Es muy
alto el costo de la importación de bienes intermedios y equipo de capital necesarios para la
producción de bienes de consumo, con lo que se producen o incrementan los déficit en la balanza
de pagos, las deudas externas y la inflación. Las élites tratan de pasar a una política de desarrollo
"ortodoxa" más austera, que quite énfasis a la distribución al sector popular. La solución es la
"integración vertical" o "profundización" de la industrialización por medio de la fabricación de bienes
intermedios y de capital. Sin embargo, los niveles de tecnología, experiencia empresarial y de
capital necesario requieren empresas grandes, que con frecuencia están afiliadas a las empresas
multinacionales. La preocupación por atraer a este tipo de inversión extranjera estimula la adopción
de políticas económicas ortodoxas, con el fin de crear condiciones de estabilidad económica a
largo plazo que permitan satisfacer los requerimientos impuestos por las empresas multinacionales
y las agencias internacionales de créditos.
3. Roles tecnocráticos.
Los altos niveles de diferenciación social que acompañan a la industrialización condujeron también
a una ampliación del papel de los tecnócratas en la sociedad. Los tecnócratas tienen un bajo nivel
de tolerancia hacia las continuas crisis políticas y económicas, y los altos niveles de politización del
sector popular los perciben como un obstáculo al crecimiento económico. Entre los militares, esta
orientación se refleja en el "nuevo profesionalismo", dirigido a la intervención militar activa en la
vida política, económica y social. La comunicación entre los tecnócratas militares y civiles, y la
creciente frustración de ambos ante las condiciones políticas y económicas, estimula el surgimiento
de una "coalición golpista" que, en última instancia, establece un sistema "burocrático-autoritario"
represivo con el objetivo de poner fin a la crisis política y económica.
Estas crisis han jugado un papel central en el surgimiento del autoritarismo burocrático (1966). El
autoritarismo burocrático varía con el tiempo y los países. Los grupos que inicialmente apoyaron el
golpe, que incluyen a los empresarios nacionales y a elementos de las cases medias, sufren las
consecuencias de la política económica ortodoxa y de la preocupación por orientar la expansión
industrial alrededor y estatales. Esa preocupación conduce a una "desnacionalización" de la
coalición que apoya el Estado, pues la principal "clase" económica que sostiene al Estado es el
capital extranjero. Por la potente presión interna, surge finalmente una transformación del "dúo"
coalicional, el estado y el capital extranjero, en un "trío", en el que los empresarios nacionales
vuelven a jugar un papel más amplio.
El modo en que se produce esa transición es crucial para el éxito de estos sistemas en sus propios
términos.
En la Argentina de los años 60 la crisis previa al golpe menos grave que en Brasil, y por ello más
limitada la percepción de la amenaza. La cohesión de la élite después del golpe no fue suficiente
para resistir la presión del sector popular y de otros grupos sociales. El resultado fue un colapso
del autoritarismo burocrático, un resurgimiento de una coalición tipo populista de grupos
desafectos, una renovada crisis económica y política y el fracaso en atraer la inversión extranjera a
largo plazo y en mantener el crecimiento.