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PROBLEMAS:
DIFICULTADES, OBSTÁCULOS Y EFECTOS DE
UNA TRANSPOSICIÓN
RESUMEN
En el año de 1993 se introdujo en la escuela primaria mexicana una reforma curricular
con la idea básica de que los niños aprendieran matemáticas resolviendo problemas. Los
primeros años de instrumentación de la reforma muestran una serie de dificultades y
efectos entre los que destacan: la complejidad adecuada de los problemas que se
plantean; el papel de las estrategias espontáneas de resolución o la imposibilidad de
transferir a los niños la responsabilidad de su aprendizaje. En esta conferencia se habla
de dichas cuestiones.
1. Plantear problemas que en realidad sean "un problema para los alumnos".
Una cuestión esencial del "aprender (y enseñar) resolviendo problemas" es que los
problemas no resulten tan fáciles que los niños ya tienen de antemano un modelo de
resolución, pero que tampoco sean tan difíciles que les resulten inaccesibles, es decir,
que no cuenten con conocimientos que les permitan imaginar una estrategia de solución,
construirla y ponerla a prueba. Esta cuestión, hoy discursivamente desgastada, en los
hechos resulta difícil de gestionar. Se escucha con frecuencia, y particularmente a
profesores de grados superiores, afirmar:
"He tratado de aplicar el nuevo enfoque, pero mis alumnos no pueden resolver
los problemas que les planteo si no les digo cómo hacerlo. Tal vez es porque
vienen muy atrasados. Por lo pronto, voy a trabajar con ellos como yo
acostumbro para que se emparejen, y ya que se hayan emparejado les plantearé
problemas sin decirles previamente cómo resolverlos".
Y bajo tal idea los profesores retoman su forma habitual de trabajo: explican y ponen
ejemplos, o interrogan si la opción asumida es que los niños descubran el conocimiento
en juego; luego los niños hacen ejercicios y, finalmente resuelven algunos problemas
para aplicar los conocimientos adquiridos. Y tal vez los problemas como vía del
aprendizaje nunca lleguen. Creo que en vez de considerar que los alumnos son
incapaces de resolver problemas porque vienen "atrasados", la pregunta que cabe es la
siguiente: ¿No será que el problema que se está planteando puede modificarse, hacerse
más sencillo (sin trivializarse) y ése sí lo puedan resolver los alumnos?
El problema genera escasa interacción, de hecho, hay una ausencia de respuestas: "¿Por
qué nadie opina?", dice la maestra; en respuestas al azar: "¡Veinticinco!", "¡Quince!",
"¡Tres!", "¡Treinta!", dicen los niños; en dispersión, desinterés: juego con el ábaco,
plática, franco desorden. La maestra llama al orden, lanza preguntas de otro estilo:
"¿Por qué 25?", pero ni aún así obtiene respuesta.
No es sorpresivo que esto haya ocurrido. Estudios diversos repiten el resultado: los
problemas de la forma x + b = c - aun con números que se presten al cálculo mental -
por lo general no son accesibles a niños de 6 años. Finalmente, un niño responde
adecuadamente: "¡Cinco!". La maestra siente alivio, pero los demás siguen sin entender.
La dificultad excesiva del problema - que podría haberse disminuído si hubiese
correspondido a la forma a + x = c - no permitió establecer sino escasa vinculación con
el objeto de enseñanza. La limitación, pues, provino de la situación, no de los alumnos.
Cuando termina su mostración dice: "[El hilo] Cabe"... (en un tono que indica a los
niños que deben completar la frase). Los niños responden a coro: "¡Tres!" o "¡Tres y un
cachito!" Y el maestro continúa su participación diciendo: "Los griegos de la antigüedad
descubrieron que: en todos los círculos el diámetro cabe 3.1416 veces (...) ese número
se llama Pi" ; concluye anotando la fórmula para obtener el perímetro del círculo.
¿Por qué se hizo necesaria una modificación tan radical? No fue porque los niños de ese
grupo fuesen incapaces de resolver problemas, sino por otras razones. La primera de
ellas ya la señalé: el problema planteado a manera de pregunta oral era demasiado
difícil. Pero la dificultad excesiva no es sino una respuesta parcial al por qué fue
necesario modificar el proyecto original. Hay otra respuesta a la imposibilidad de
resolver la cuestión planteada, está relacionada con la dificultad que comento a
continuación.
2. Dar a los alumnos los recursos necesarios para resolver los problemas.
A partir de esta pregunta, los niños van ofreciendo distintas respuestas. El pasaje se
desarrolla de la manera que ejemplifico a continuación:
No: (en respuesta a la invitación del profesor) Lado por altura sobre dos Mto:
Lado por altura sobre dos, vamos a ver, éste es un lado (señala un lado del
hexágono) dijimos que la altura es la perpendicular que va de la parte más baja a
la más alta de la figura, voy a ponerla (dibuja un triángulo dentro del hexágono):
Si multiplico lado por altura sobre dos, estoy calculando el área de esta figura
(señala el triángulo sombreado) y estas dos partes (las señala) quedan fuera (...)
Na: Lado por seis
Mto: (...) El perímetro es igual a lado por 6 y yo no pedí perímetro
No: Lado por lado
Mto: Lado por lado, algo dijo, vamos a ver que pasa si yo multiplico lado por
lado (traza la siguiente figura):
La clase continúa con la misma dinámica hasta que un niño hace la siguiente
proposición: "Lado por altura sobre 2, más lado por altura sobre 2, más lado por altura
sobre dos [...]" El maestro da por buena la respuesta argumentándola y justificándola
nuevamente mediante dibujos en el pizarrón: lo hace dividiendo en seis triángulos el
hexágono e indica que la suma de esas áreas daría el área total. Una vez hecha tal
justificación, solicita buscar otra forma de obtener el área (su interés es que los niños
utilicen la fórmula convencional). Y conduce un nuevo intercambio para que esto se
logre; una vez más, es él quien comprueba la validez de las sucesivas respuestas.
Es decir, nuevamente los niños proponen, pero es el profesor quien conserva para sí la
posibilidad de interactuar directamente con la situación-problema y probar así la validez
de las respuestas. Al no darse a los niños las condiciones suficientes para resolver con
sus recursos personales la tarea (pues el profesor media su acción sobre la situación-
problema), se introduce un segundo factor que limita el éxito en la realización de la
misma. Refiriéndome de nuevo al perímetro del círculo: la actividad alrededor de este
contenido hubiese sido exitosa en los términos del proyecto original si, además de que
los niños contaran con los conocimientos previos necesarios para imaginar una
solución, ellos hubiesen tenido las condiciones que les permitiesen poner a prueba sus
ideas y sus hipótesis acerca de cómo medir la circunferencia.
De acuerdo con el nuevo enfoque de enseñanza, los niños deben participar en las
decisiones en clase, deben expresar sus puntos de vista, poner en común y confrontar
sus formas de acercamiento y sus soluciones. Pero promover la discusión y
argumentación de manera que sean provechosas también presenta sus dificultades. Por
una parte, no es necesario discutir todo (hemos visto grupos en que el profesor
promueve la discusión de cuestiones como: quiénes formarán cada equipo, de cuántos
serán los equipos, en qué orden se harán las tareas, incluso si se quiere realizar la tarea).
También hemos visto poner en común estrategias de resolución y soluciones de
problemas cuya simplicidad no genera estrategias o respuestas diversas, tampoco
posturas encontradas. Al "confrontarse" este tipo de resultados, el profesor se justifica:
"Estos niños no están acostumbrados a discutir, vea usted, no hablan". Los niños, por su
parte, consiguen escaso provecho intelectual: si todos están de acuerdo, no habrá interés
en escuchar repetidamente una misma respuesta y una única estrategia de resolución; de
ello no se obtendrá ningún aprendizaje.
Hay en cambio oportunidades que resultan útiles para hacer evolucionar los
conocimientos de los niños. Son las que cumplen las siguientes condiciones:
Porque si todos los alumnos tienen una solución similar, obtenida con una estrategia
similar, habrá muy poco que discutir. El acuerdo se habrá establecido desde el principio
y lo demás saldrá sobrando. Esta cuestión puede parecer trivial, pero no siempre es
advertida por los profesores.
Según las explicaciones actuales acerca del aprendizaje, una forma de conocimiento es
la que se genera en interacción directa con la situación; este conocimiento se expresa a
manera de acción o de estrategia de resolución (cf. Broussseau; 1986; Vergnaud; 1977).
Idealmente, en los juegos con fichas se genera un conocimiento "en acto" vinculado a
los principios del sistema decimal: una ficha roja representa la unidad; una ficha
amarilla equivale a 10 de color rojo (representa un grupo de 10); 10 amarillas equivalen
a una verde (que representa un grupo de 100)... Pero este conocimiento "en acto" no es
sino una fase inicial en el proceso de aprendizaje. El conocimiento debe formularse,
comunicarse e institucionalizarse. Sin embargo, con frecuencia es sólo en el nivel de la
acción que se promueve el conocimiento y su explicitación no tiene lugar. Es pues un
proceso parcial, incompleto el que se promueve.
Una de las ideas centrales que sustentan el aprendizaje a través de las resolución de
problemas es que los alumnos establecerán un vínculo directo con el objeto de
conocimiento; ese contacto se traducirá en un primer momento en el desarrollo de
estrategias personales de resolución. Siguiendo esta idea, los nuevos programas y textos
sugieren ciertas secuencias para el acercamiento a cada uno de los contenidos en las que
en un primer momento, los niños responderán a la situación planteada generando sus
propias estrategias de resolución. Por ejemplo, en la secuencia para enseñar la división
inicialmente se incluyen situaciones en que se promueve el repartir objetos uno a uno (o
de n en n); luego, se promueve el uso otros procedimientos personales como por
ejemplo la multiplicación, hasta llegar al uso del procedimiento convencional para
dividir (cf. Avila y Balbuena coords; 1993; SEP; 1994).
Por supuesto que los niños no utilizaron el reparto uno a uno por una necesidad
intelectual, como único recurso del que disponían para llegar a la solución. Lo utilizaron
por otras razones: porque ellos en general buscan darle gusto a sus profesores; su
condición de alumnos los obliga (cf. Brousseau; 1986; Sarrazy; 1995; Avila; 1999). La
mayoría de los niños de este grupo contaba con recursos intelectuales y técnicos más
avanzados para resolver problemas de división (incluso algunos manejaban ya el
procedimiento convencional) pero el interés por complacer a su profesora los condujo a
utilizar el dibujo para resolver los problemas. Fue la maestra quien, probablemente sin
percatarse, orientó al uso de tal estrategia.
Yo no lo observé, pero me contaron de una profesora que, en su clase, pedía a los niños
resolver los problemas con tres estrategias diferentes. Seguramente habrá circunstancias
en que tal solicitud sea válida, pero creo que no siempre será así. Hay en todo esto una
contradicción y un efecto no previsto en la propuesta curricular: obligar a los niños a
utilizar estrategias "espontáneas". Acaso esto sea comprensible porque a veces las
soluciones que plantean los niños son muy interesantes, incluso sorprendentes, y quizás
por eso los maestros quieran conocer más de lo que pueden hacer sus alumnos. Pero si
no se actúa con cautela, puede distorsionarse el sentido que las estrategias espontáneas
tienen en el proceso de aprendizaje que hoy se preconiza.
A muchos maestros que toda una vida habían trabajado con la idea de que lograr que los
niños estén atentos, explicar bien, poner ejemplos claros y luego situaciones de
ejercitación y aplicación suficientes son rasgos que describen la acción del "buen
maestro", les es casi imposible aceptar que los alumnos pueden aprender sin que se les
trasmitan los conocimientos ¡Toda la vida los han transmitido! Es difícil aceptar que los
alumnos de carne y hueso, los que se tienen frente a sí al iniciar la clase son capaces de
resolver los problemas que se les plantean sin que les diga cómo hacerlo y sin que sea
necesario controlar "paso a paso" sus procesos intelectuales. Infinidad de episodios nos
remiten a esto, también infinidad de declaraciones. Referiré aquí sólo a guisa de
ejemplo, el momento en que una maestra de primer año les dice a sus alumnos:
Efectivamente, ésta habría sido una excelente oportunidad para discutir el por qué se
había obtenido 4 ó 5 como respuesta, incluso en términos de aprendizaje del español,
pues en el diccionario, el término sombrero define una "prenda de vestir que sirve para
cubrir la cabeza". Según tal definición, los niños que contaron la gorra del policía,
estaban en lo correcto. Hubiese sido didácticamente productivo trabajar con esta doble
interpretación. Pero en la maestra se sobrepuso el deseo de controlar linealmente el
aprendizaje. Y a mí me parece que al recuperarse el control la pérdida fue mayor que la
ganancia. Por ello planteo que otra cuestión necesaria en la actuación del profesor
(según las nuevas propuestas) es tener confianza en los alumnos y traducir esa confianza
en espacios de libertad. Es necesario aceptar que no por hacer más puntual el control de
los acontecimientos en clase se van a tener mejores aprendizajes.
Pero la cuestión no resulta trivial. Antes dije que aceptar "devolver" a los alumnos la
responsabilidad del aprendizaje me parecía de un orden de complejidad distinto al de las
cuestiones antes analizadas. Retomo ahora tal idea recuperando la noción de obstáculo
en el sentido de Bachellard (1979) y transferida por Brousseau al ámbito de la didáctica
(cf. Brousseau; 1983). Bajo una forma de acción docente que no permite a los alumnos
actuar fuera de control ni gozar de espacios amplios de libertad, "se adivina no sólo una
falta de destreza, una inhabilidad, se adivina también (y sobre todo) una forma de
conocer y de pensar. Es una forma de actuar ligada a una concepción característica,
coherente, que ha tenido éxito en un dominio de acción: en este caso el de la enseñanza.
Es, finalmente, un obstáculo que impide ver de otra manera, que genera conductas
persistentes, que en el caso que nos ocupa, remite al ámbito del conocimiento y de las
creencias". Es pues, como dije, un asunto distinto de la dificultad cuyo ámbito se reduce
al de la técnica y la destreza. Es por lo tanto una cuestión básica a superar como
condición de posibilidad de la enseñanza a través de la resolución de problemas.