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Contexto histórico
Aspectos sociales
La organización social española durante el Renacimiento está basada en los esquemas
teológicos medievales del “cuerpo místico” (Dios es cabeza y los miembros sus fieles, cada
uno con su función) y de la “jerarquía angélica” (Dios en el supremo lugar y luego tríadas
más cercanas y más alejadas de él: serafines, querubines y tronos, dominaciones, virtudes y
potestades, principados, arcángeles y ángeles).
Según Le Goff (1983), estos esquemas se homologan en las divisiones sociales que
pueden agruparse en el famoso “triángulo” que, seguramente, han estudiado alguna vez:
1- en la cima se encuentra la figura del rey que equivale a “Dios en la tierra”. Agregamos
que esta es la figura más estable en el tiempo, hasta la actualidad.
2- Le sigue el grupo de los oratores, “los que rezan”, la Iglesia.
3- Los bellatores, los guerreros.
4- Los laboratores, los que trabajan, sobre todo la tierra.
5- Nosotros nos permitimos agregar un último grupo, en el lugar más bajo de la pirámide y
casi fuera de ella, al que vamos a llamar “los marginados”.
Los grupos no eran, sin embargo, homogéneos y observamos diferentes jerarquías en
su interior: en el caso de los oratores, por ejemplo, el Papa ocupa el primer lugar (entrará
constantemente en conflicto con el rey) y luego vendrán obispos, arciprestes, etc., hasta
llegar a los párrocos y simples sacerdotes; los bellatores irán desde los caballeros con
títulos de la más alta aristocracia hasta los hidalgos e infanzones de la “baja nobleza”.
Finalmente, también los laboratores se diferenciaban entre aquellos que poseían sus
propios aperos para el trabajo y los braceros y peones.
Aspectos políticos
También de Le Goff tomamos datos sobre el sistema feudal, que está centrado en el
contrato de vasallaje: un señor le da protección a otro, su vasallo, pero los beneficios son
recíprocos y exigen, como condición sine qua non, la fidelidad. El señor se compromete a
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proteger y el vasallo a darle consilium (consejo) y auxilium (ayuda de todas las formas
posibles: militar, económica, etc.).
El contrato se cerraba con un acto simbólico durante el cual el señor entregaba un
feudo, en general, una porción de tierra para trabajar.
Algunas consideraciones:
-si el vasallo rompía el contrato de fidelidad, el señor le quitaba el feudo. Pero el vasallo, a
su vez, podía entonces desafiarlo, esto es, quitarle la fides (fe);
-en un tiempo el feudo llegó a considerarse hereditario, lo que podía dar a entender que el
feudo era del vasallo, no del señor;
-los vasallos podían tener más de un señor, lo que generó serios inconvenientes en
momentos en que la necesidad de consilium y auxilium de varios era simultánea. Por este
motivo, se comenzó a aplicar el llamado juramento ligio, que determinaba la primacía de
un señor por sobre los otros;
-el señor feudal era considerado primus inter pares: “el primero entre sus iguales”. Este
concepto fue un arma de doble filo porque en algún momento otros señores, en reclamo de
la “igualdad”, podían reunirse y suplantarlo durante épocas consideradas de “anarquía
feudal”, que fueron el antecedente y la justificación de la deposición de muchos reyes.
de establecer nuevos pactos con otro estamento: el de los labradores. Los nobles
comienzan entonces a resultar problemáticos, sobre todo cuando su actividad principal, la
militar, se decanta en favor de su intervención en el campo político. Esto se da, sobre todo,
durante el reinado de Felipe II (1556-1598) cuando la alta nobleza comienza a conformar
élites que rodean al rey y suelen lograr “desplazamientos de poder” (Bennassar, 1983) y se
agrava durante el reinado de su sucesor, Felipe III (1598-1621). La medida inmediata será
el fortalecimiento de la figura del monarca que conducirá al absolutismo al anular
cualquier tipo de institución representativa y/o intermediaria y la promoción de los
“labradores ricos” que tanto protagonismo alcanzarán en el campo literario.
Todas estas situaciones constituyen el trasfondo de Peribáñez y el Comendador de
Ocaña de Lope de Vega.
“Y escribo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron, / porque,
como las paga el vulgo es justo / hablarle en necio para darle gusto” (vv.45-48)
“Darle gusto” implicaba presentar situaciones y personajes con los que se pudieran
establecer algunos lazos de identificación; por ejemplo, el uso de lectos y registros
diferentes para cada estamento permitía que este público se reconociera “en escena” de
alguna manera, pero formalmente marcaba y retenía la diferenciación social:
“Si hablare el rey, imite cuanto pueda / la gravedad real” (vv.269-270)
“El lacayo no trate cosas altas” (v.286)
Estas citas atienden al hecho de que Lope, pese a los cambios, no pierde de vista la
consideración del decoro, esto es, las normas de comportamiento de los personajes según
su condición. Bajo esto subyace la marca estable de la heterogeneidad estamental
defendida por la ideología del autor.
La analogía propuesta por Lope es clara para un espectador del siglo XVII y de la
época del reinado de Felipe III, cuando la figura de los nobles es fuertemente cuestionada
por sus abusos y por su injerencia en los asuntos de Estado: cualquier conflicto que atente
contra el poder absoluto del rey y contra el orden social debe acarrear algún tipo de castigo
y represión.
No es gratuito que en Peribáñez el causante del conflicto sea un noble, el
Comendador, lo que señala, desde el punto de vista literario, un rasgo original de Lope:
situar el origen de las dificultades en la cúspide y no en la base social. Queda claro en la
obra, sin embargo, que el enfrentamiento que este noble va a padecer es contra él solo
porque no se ha mantenido fiel a la conducta que debe llevar ni a sus principios, es decir,
no ha sabido cumplir con funciones tradicionalmente asignadas a los miembros de su
estamento:
1) su función política: el deber hacia el rey y sus pares. Como caballero de la Orden de
Santiago, que por tradición estaba asociada a la monarquía, no desempeña su rol militar; en
su lugar, está intentando seducir a la mujer de un labrador;
2) su función social: el deber hacia sus vasallos. En la obra, Peribáñez reclamará que este
que debe proteger su honra, en realidad se la quita.
A nivel de la representación dramática, estas funciones se revelaban formalmente en
códigos compartidos por los espectadores: el noble ideal en las piezas del siglo XVII se
distinguía por su equilibrio y su prudencia, su discreción y, sobre todo, por el dominio de sí
mismo; la pérdida en escena de dichas funciones era testimonio de inestabilidad y
desarreglo morales.
En la obra, Don Fadrique perderá progresivamente, evidentemente, estos rasgos, lo que
lo llevará a un castigo justificado hasta por él mismo. El personaje a cuyo cargo quedará
esta castigo será un labrador, Peribáñez.