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Prejuicios oficiales. Esta postura del Estado permite empezar a entender las actitudes de algunos
sectores sociales, ya sean de clase media o pauperizados, como los habitantes de los barrios lindantes al
parque Indoamericano. Vecinos molestos, indignados por la “otredad” boliviana y sobre todo asustados.
Un temor que se plasma en el discurso de la inseguridad. “Los bolivianos tienen vínculos con la droga y
el delito”, se acusa. Sin embargo, según cifras oficiales, sólo el 5 por ciento del total de la población
carcelaria es extranjera. Este número incluye a los no residentes o extranjeros de paso, con lo que la cifra
disminuye aún más si se analiza a los presos extranjeros que efectivamente viven en el país, y se reduce
aún más en el caso de los bolivianos, ya que este colectivo, si bien mayoritario, es sólo una de las
nacionalidades del total de extranjeros presos. Miradas al Sur se comunicó con Alejandro Marambio,
director del Servicio Penitenciario Federal, quien dijo: “Es muy baja la cantidad de presos de países
limítrofes que tienen comportamientos violentos en un penal. Muchos ya saben oficios y cuando se les
da un trabajo tienen muy buena predisposición. Es evidente que en muchos casos están en la cárcel por
falta de oportunidades. Salvando las distancias, existe cierta similitud con la inmigración de nuestros
abuelos, en el sentido de que ambas inmigraciones llegaron con un bajo nivel cultural y educativo y al
mismo tiempo con un fuerte valor de la cultura del esfuerzo para ganarse el pan, para ahorrar de a poco
y así ir creciendo. La diferencia respecto de nuestros abuelos es que la inmigración de los últimos años
padece la exclusión social”.
Pero si la cantidad de delitos cometidos por la población migrante es efectivamente baja; si ya se sabe
que –según los censos nacionales– la migración se mantuvo en los mismos valores proporcionales desde
el siglo XIX y que la única diferencia es que ahora las poblaciones migratorias se concentraron en los
centros urbanos generando la ilusión óptica de que cada vez hay más bolivianos; si según un reciente
informe de la Sociedad de Estudios Laborales, los inmigrantes de países limítrofes ocupan sólo el 5 por
ciento del total de empleos existentes, cabe preguntarse qué es lo que tanto perturba a parte de la clase
media baja respecto de la presencia de los bolivianos. Para Sergio Caggiano, doctor en Ciencias
Sociales, investigador del Conicet y experto en temas migratorios, algunos sectores sociales toleran la
presencia de los bolivianos si evidencian la distinción social, en la que, por lo general, el boliviano se
ubica en una situación peor. “El problema para esos sectores medios, incluso los más pauperizados, es
cuando migrantes bolivianos comienzan a reclamar por sus derechos. En esos casos, se percibe que si los
inmigrantes obtienen una vivienda digna y no la casilla de una villa, esos límites de clase se van a
difuminar y entonces ellos mismos se van a ‘bolivianizar’, algo que no soportan por el estigma creado en
torno de los bolivianos”. Mientras las personas bolivianas hagan la comida, limpien la casa, críen a sus
hijos o estén encerradas en un taller clandestino más de 20 horas diarias, no ‘molestan’. Pero si
comienzan a movilizarse para vivir mejor, se activan todos los prejuicios larvados y en silencio,
poniendo en marcha un feroz mecanismo discriminatorio y xenófobo. Un sistema que aumenta en
velocidad si el combustible lo ponen los discursos de la máxima autoridad porteña.
“Cuando Macri habló contra la supuesta migración descontrolada se pudo leer entrelíneas un doble
mecanismo discriminador y racista. Un mecanismo de ‘elección’ del ‘nosotros’. Ese ‘nosotros’ puede
ser una nación, un grupo o una clase social elegida. Hay un ‘nosotros’ implícito que seríamos, según lo
que opina Macri, los que merecemos trabajar y vivir en la ciudad. De manera indirecta, se criminaliza al
migrante sin derecho a defensa alguna. Ese ‘nosotros’ de ‘los elegidos’ es indeterminado y por ello logra
interpelar a muchos sectores y los aglutina como aquellos que pueden sentirse bien distintos al ‘otro’, al
extraño, al que nos invade, al ajeno. Aunque no lo haga de manera consciente le está hablando al vecino
de Recoleta o Barrio Norte. Al mismo tiempo, hay un proceso de ‘selección’. Se selecciona al que está
dentro del nosotros, se lo ‘detecta’ y se lo señala para que ocupe su lugar en la villa, que es donde le
corresponde, sin que importe la necesidad de que viva en un lugar mejor. En ese caso, le habla al vecino
de los barrios lindantes a la villa”, detalla Caggiano.
El discurso de Mauricio termina así siendo un discurso anclado en el miedo al progreso ajeno y que
busca dotar de ilegalidad a los migrantes, tal vez porque un inmigrante ilegal es mano de obra más
flexibilizada, más descartable. Las mismas manos que, según denuncias realizadas, son las que se
utilizan en los talleres textiles clandestinos de la firma Awada, de la que la flamante esposa del jefe de
Gobierno es socia principal. Tal vez, cuando pronunció su apología al “control” de la migración, Macri
pensó en aquellos trabajadores clandestinos. Tal vez el parque Indoamericano le haya servido a Macri
para hablarle a la sociedad más reaccionaria. O tal vez se trate del más claro ejemplo del peligro que,
como sentenciaba Bertolt Brecht, encierra todo burgués asustado