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ESCAPE DEL

INFIERNO
ADMINISTRATIVO
12 CUENTOS DE HORROR, HUMOR Y HEROÍSMO

RoBERT D. GILBREATH

Traducción:

María Elisa Moreno Canalejas


Traductora técnica

Mcf~RAW-HILL

MÉXICO · BUENOS AIRES • CARACAS · GUATE:\L\L\ • LISBOA • .\H.DRID • NUEVA YORK


PANA"L\ · SAN JUAN • SANTAFÉ DE BOGOTÁ • SANTIAGO · SÁO PAULO
AUCKL\.c\D • lL\1\!BURGO • LONDRES • ~!ILL\ · ~!O.\TREAL
\UEVA DEU!l · PARÍS · SA.c\' FR:\.c\'CISCO • SL\'GAPUR
ST. LOUIS • SID\EY • TOKIO • TORONTO
Gerente de producto: Alexis Herrería Valero
Supervisor editorial: Sebastián Elizarrarás García
Supervisor de producción: Margarita Flores Rosas

ESCAPE DEL INFIERNO ADMINISTRATIVO


12 cuentos de horror, humor y heroísmo

Prohibid8 la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio,


sin autorización escrita del editor.

DERECHOS RESERVADOS© 1994, respecto a la primera edición en español por


McGRA W-HILL/INTERAMERICANA DE MEXICO, S.A. de C.V.
Atlacomulco 499-501, Fracc. Ind. San Andrés Atoto.
53500 Naucalpan de Juárez, Edo. de México
Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial, Reg. Núm. 1890

ISBN 970-10-0525-2

Traducido de la primera edición en inglés de


ESCAPE FROM MANAGEMENT HELL
Copyright© MCMXCIII, Robcrt D. Gilbreath, "First published by Berrct-
Koehler Publishers, San Francisco. Al! Rights Reserved.,.

ISBN 1-88105226-5

1234567890 PE-94 9087651234

Impreso en Colombia Printcd in Colombia

Se imprimieron l 000 ejemplares en el mes de agosto de l 998


Impreso por: Lito Camargo Ltda. Santafé de Bogotá, D.C. Colombia
;,.•

Todo escapista exitoso


necesita un cómplice.
Gracias, Linda.
,'

CONTENIDO

Prefacio lX

El autor xiii

Prólogo 1

l. Los huesos de Hammurabi 15


(Conozca al primer fanático del control)

2. Las asombrosas Cabezas de Dígito 29


(Una breve historia de toma de decisiones)

3. El café del Huevo Dorado 41


(Cómo el compromiso ahoga la innovación)

4. La carrera de carros de Calígula 57


(La calidad desafía al fraude)

5. El culto perdido del consenso 69


(Equipo de trabajo in extremis)

6. El laberinto del toro 81


(Donde reina la burocracia)

7. El télex revelador 95
(La vergüenza es una cualidad administrativa)

8. La mujer catarata 109


(Visiones de un líder)

9. El cambio de cultura de Constantino 123


(El maestro del cambio del infierno)

10. Los pensamientos de hambre de los esclavos 135


(El peligro del éxito)

vii
11. Abejas asesinas 149
(Cómo se inició la consultoría)

12. La confesión de San Agustín 159


(Llegando a los límites de la administración)

Epílogo 173

Vlll
PREFACIO

La mejor forma de detectar un patrón consiste en alejarse de los puntos


aislados de la experiencia y verlos a distancia. De este modo, los puntos em-
piezan a conectarse, a formar una imagen. Para muchos de nosotros, esto
sucede cuando un acontecimiento, repentino e inesperado, nos aparta de las
presiones y el ritmo del trabajo.

Podría ser un accidente o una enfermedad, unas vacaciones, o algo tan


simple como no llegar a tiempo para abordar un avión y verse obligado a
esperar el próximo, lo que nos daría la oportunidad de pensar. Esa es la clave:
pensar. O, más precisamente, reflexionar. Gran parte de lo que hacemos en
los negocios, que supuestamente es pensar, en realidad es un procesamiento
de información, reacciones, representaciones de papeles por reflejo o por
hábito. Cuando la oportunidad o el cambio nos obliga a retroceder y
reflexionar, las implicaciones de lo que estamos haciendo a menudo resaltan
en forma contrastada. Los puntos se conectan entre sí. La imagen resulta
manifiesta.

En la actualidad, la oportunidad y el cambio están obligando a millones de


nosotros a reconsiderar lo que es la dirección de una empresa. Los puntos en
la imagen incluyen una disminución del personal y con mayores demandas.
El observar la salida de amigos y colegas en circunstancias repentinas y en
ocasiones arbitrarias. Pedirles a subordinados desleales que crean en las metas
que usted ha establecido mientras, al mismo tiempo, los superiores tratan de
cambiarlas o eludirlas. Recibir las instrucciones de servir al cliente y venerar
la calidad, y a la vez exprimir la mayor utilidad posible al mercado -y rápido.
¿Está empezando a verse más clara la imagen?

Es una imagen del Infierno: el infierno administrativo. Un lugar en el que


las reglas cambian tan rápido que lo que antes era un ascenso en la carrera

lX
Prefacio

ahora es una caída libre. Lo que fue desafiante ahora es caótico. Lo que era
dificil, ahcra es tortuoso. Lo que tenía sentido, ahora es incongruente. Lo que
era impensable es ahora la norma; si es que "norma" todavía tiene algún
significado. El infierno administrativo.

Con este libro, espero sacarlo de su infierno administrativo, alejarlo la


suficiente distancia de las inconsistencias y confusiones diarias, a fin de que
surja una imagen clara; que tomen forma las implicaciones y que, en el mejor
de los casos, encuentre el camino de salida. Escape del infierno administrativo
es más que el título de un libro. Debe ser su meta personal y profesional.

Tom Brokaw, conductor del programa Nightly News de la NBC, comentó


una vez que independientemente del carácter de las noticias del día, sin
importar qué tan graves o triviales sean, lo primero que observa el público es
su corbata.

Yo he visto el mismo fenómeno personalmente. Sin importar el número de


seminarios que imparta, y he dirigido más de doscientos en más de veinticinco
países, las historias son lo primero y lo último que recuerdan los asistentes.
No importa cuán importantes o insignificantes sean las lecciones, lo detallado
o lo candente de las discusiones posteriores, ellos recordarán las historias años
después de que hayan olvidado los puntos que tanto me esforcé en exponerles.

Así, si examina el contenido de este libro, verá que no me pasó inadvertido


este aspecto. No encontrará listas de los asuntos clave, ni resúmenes de una
hoja, o diagramas de flujo. Aun cuando éste es un libro para directores de
empresas, tampoco encontrará estudios de casos de corporaciones excelentes.
Sé que estos elementos son tan efímeros como ~l polvo en el viento.

Las historias perduran. En especial si incluyen a personas en dificultades


similares a las suyas. Personas que se enfrentan a problemas espectacularmente
nuevos y desafiantes. Personas atrapadas en dilemas éticos y que luchan con
el incontrolable fenómeno de nuestro tiempo: el cambio. Personas que
reconocerá inmediatamente, porque ya ha tratado con ellas antes. En este
libro, estarán vestidas con prendas exóticas, se ubicarán en ámbitos extraños.
Podría parecer, en principio, que los colocamos a la distancia, con el posible
riesgo de hacerlos irrelevantes. No obstante, este hecho podrá brindar
objetividad, nuevas perspectivas que resultan en percepciones sorprendentes.

X
Prefacio

Cuando estamos demasiado cerca de lo cotidiano, con frecuencia perdemos


esta ventaja -necesitamos escapar de nuestros propios infiernos administra-
tivos para darnos cuenta de cuán magníficos y enloquecedores son en
realidad.

Entre los pillos y los santos, reconocerá al jefe que casi arruinó su carrera,
o lo ayudó a hacerla. Verá al cliente que perdió, el competidor contra quien
luchó. Los hombres o mujeres inteligentes que lo colocaron en el camino
correcto; los rivales que intentaron apartarlo de él.

En el camino podría encontrarse con alguien más. Alguien que comprende


que el trabajo está lleno de triunfos y tragedias y ha compartido ambos.
Alguien que todavía lucha, día a día, por encontrarle un sentido a este brutal
y algunas veces tedioso, pero no obstante, sorprendentemente satisfactorio
mundo de los negocios. Tal vez identificará a un mentor, quizá a un colega;
pero, lo más probable, es que ese alguien sea usted.

Duluth, Georgia Robert D. Gilbreath


Enero de 1993

XI
EL AUTOR

Robert Gilbreath es presidente de Administración del Cambio para Philip


Crosby Associates, Inc., en Atlanta, Georgia. Gilbreath dirige sus servicios
mundiales y es responsable de la capacitación para el cambio, planeación y
puesta en práctica de servicios para clientes en 35 países.

Es autor de cuatro libros previos, incluyendo Save Yourself! y Forward


Thinking (McGraw-Hill). Más de quinientas corporaciones de primer nivel,
gobiernos e instituciones utilizan sus videos Winning Through Change
(Ganando por medio del cambio), producidos por la American Management
Association. Ha dirigido más de doscientos seminarios a ejecutivos de
empresas sobre el tema de las transformaciones estratégicas y operacionales
que ocurren en el mercado global de hoy.

Gilbreath fundó el servicio de Organización del Cambio en Andersen


Consulting, ha sido columnista en New Management y ha escrito para The
Journal of Business Strategy, The Atlanta Journal Constitution, The Los
Angeles Business Journal y The International Finance y Law Review. Ha sido
tema de artículos en U. S. News and World Report, y el Washington Post, y
lo han entrevistado las cadenas de televisión CNN, ABC y NBC, así como Dan
Rather en el programa Evening News de la CBS.

Durante más de veinte años, Gilbreath ha ayudado a sus clientes a enfrentar


los desafíos del cambio estructural y organizacional en Japón, España,
Inglaterra, Suiza, Argentina, Brasil, Italia, Finlandia, Singapur, Noruega,
Canadá, México, Australia, Sudáfrica y muchos otros países. Entre sus
clientes se incluyen IBM, el servicio postal de Estados Unidos, Phillips
Petroleum, Jolmson & Jolmson, Carnation, Firestone, General Motors, el
gobierno de Gran Bretaña y la Engineering Advancement Association de
Japón. Ha dictado conferencias en la Escuela de Graduados en Administra-

Xlll
El autor

ción de Empresas de la Universidad de Harvard, el Instituto Tecnológico de


rvfassachusetts (Escuela Sióan de Administración), la Universidad Estatal de
Pennsylvania y la Universidad de México.

Educado en la Academia Militar de West Point, la Universidad de


Kentucky y la Universidad de Tennessee, Robert y su esposa Linda, viven en
las afueras de Atlanta. Su hijo, Bob, estudia economía en la Universidad Duke
y su hija, Alice, es estudiante de ingeniería biomédica en la Universidad
Vanderbilt.

X!V
PRÓLOGO

En la tarde del lunes 17, en medio de la amenaza de una tormenta de nieve,


un jet bimotor de servicios locales despegó de una pista en las montañas y
ascendió a los cielos sobre las Rocosas. A bordo iban doce pasajeros, todos
ejecutivos de importantes corporaciones, y quienes habían concluido poco
antes una conferencia sobre liderazgo que se llevó a cabo en un exclusivo
centro de deportes invernales.

Se habían reunido el viernes anterior, llevando esquíes y botas y costosas


vestimentas para la nieve, habiendo volado desde los cuatro puntos cardina-
les por cuenta de sus respectivas compañías. Tras una recepción-coctel de dos
horas, un desconocido profesor se colocó detrás de un atril y empezó a
describir principios de administración. Su asistente, de cabello canoso,
hombros encorvados por años de dolor, manejaba el proyector de diapositivas
desde la parte posterior del salón. Principios de liderazgo pasaban rápida-
mente a través de la lente del aparato e iluminaban una pantalla improvisada.

A los diez minutos de iniciada la conferencia, los ejecutivos se veían


notoriamente inquietos y desinteresados. El profesor subió ligeramente la
voz, en un intento por continuar con sus puntos clave. La atención y respeto
disminuyeron proporcionalmente.

En la parte posterior del salón, uno de ellos ojeaba abiertamente las


cotizaciones de la bolsa del The Wall Street J ournal. Otro abrió su portafolio
sobre la mesa que tenía ante sí y empezó a susurrar en una micro grabadora,
dictando un memorandum que había pospuesto por varios días.

Cuando el orador dio la espalda al grupo para exponer una gráfica en la


pantalla, un director en la fila del frente se volvió hacia los que estaban detrás
1
Prólogo

y simuló un bostezo reprimido. Un murmullo de risitas sofocadas corrió entre


quienes lo observaron. Otro le cuchicheó a su vecino, diciendo, "¡Cuentos de f
hadas! ¡No son más que cuentos para niños!"

El profesor continuó, absorto en su presentación. Pero cuando se dio


vuelta de la pantalla, no pudo evitar el observar tres asientos vacíos cerca de
la salida posterior. Se estaban yendo; uno a uno, cada vez que les daba la
espalda. Por la ventana, se podía ver que empezaba a caer la nieve. Pronto
estarían perfectas las pistas. Aquellos que aún permanecían sentados,
miraban ansiosos el exterior y empezaban a inquietarse, lanzando ostentosas
miradas a sus relojes de pulsera.

Derrotado, el profesor pidió a su asistente que apagara la luz del


proyector. En la oscuridad, sólo se podía oír el chirrido de las patas de la
mesa y el arrastre de pies. La puerta de salida se abrió y salieron los
rezagados, apresurándose hacia sus placeres privados.

El profesor olvidado se escabulló entre las sombras, caminó a tientas hasta


la parte de atrás de la pantalla y desapareció, dejando a su asistente la tarea
de disculparse con la última ejecutiva y acompañarla hasta la puerta.

Es posible que esta tenaz mujer se haya ido con la impresión de que el
orador quedaba sumido en la vergüenza, oculto detrás de la cortina -un
fracaso, totalrnente anticuado, totalmente irrelevante.

Sin embargo, la realidad era otra. Ni estaba resentido ni avergonzado.


Estaba pensando, echando pestes, enojado, planeando y urdiendo. Cuando
oyó que se cerraba la puerta y que su asistente se acercaba a la cortina, se
dirigió a él con una voz sorprendentemente confiada.

-¿Ya se fueron todos? -preguntó.

-Sí seíior, los doce. Y. .. seízor ...


, ')
-¿ Q uepasa:

-Si le sirve de consuelo, lo siento. Ésta fue mi idea, después de todo.

2
Prólogo

-No pienses en eso ni un momento más -dijo la voz sorprendentemente


alterada desde la parte de atrás de la pantalla-. Tengo otras formas de
enseñar, otras formas más efectivas. Lugares de reunión menos cómodos y
confrontaciones inevitables. No te preocupes por el público -agregó en tono
burlón--. ¡Qué se vayan al infierno!

Para esa hora, los ejecutivos ya se habían precipitado hacia sus suites, se
habían despojado de la ropa de viaje y puesto chaquetas rellenas con plumas
y prendas de fiera. Algunos atacaron las pistas con la ferocidad característica
de marineros llenos de ansiedad por tocar tierra y encontrar en el puerto la
taberna más cercana. Otros organizaron partidas de póquer con cuantiosas
apuestas. Otros más corrieron a sus habitaciones y abrazaron sus teléfonos
para establecer contacto con sus servicios de correo de voz con la pasión de
amantes que se reencuentran. Y unos más, se sumergieron en tinas de
hidromasaje, sus cuerpos y pensamientos desapareciendo en el vapor y la
rendición. Todos olvidaron al profesor y su asistente, y lo que fuera que
hubiese tratado de enseñarles.

Así, el largo fin de semana pasó para algunos de los más poderosos del
mundo. Cuando terminó, varios estaban bronceados por la penetrante luz del
sol de las colinas de cristal y azúcar. Unos eran más ricos, otros más pobres.
Unos cuantos se frotaban las rodillas suplicando siquiera una hora más en las
tinas de hidromasaje. Otros se crispaban nerviosos en sus costosos trajes de
negocios -visiblemente ansiosos por volver a la tensión y emoción de la caza
corporativa.

Se reunieron en el pequeño hangar de aviación general, abordaron un jet


de vuelos locales, se reclinaron en sus asientos y se acomodaron para el corto
vuelo hasta Denver.

En. fa torre de control de tráfico aéreo de Stapleton, la pequeña nave


apareció primero como un parpadeo constante, de movimiento veloz. Un
joven controlador vigilaba la pantalla con un ojo y con el otro observaba el
creciente tamaño y frecuencia de los copos de nieve por la manchada ventana.

3
Prólogo

Aves invernales en camino a casa, murmuró para sí mismo, después estrujó


el vaso del café y lo lanzó a través del pequeño local hacia un cesto rebosante.
La bola de pulpa húmeda chocó contra un escritorio gris de metal contiguo
al bote, rebotó en un ladrillo color crema de la pared y cayó en el cilindro.
Satisfecho, el controlador volvió su atención a la pantalla, a las aves
invernales, al parpadeo que se acercaba en el radar. Había desaparecido.

Oprimió los controles de resolución de la pantalla, brincó con una


descarga de adrenalina, se frotó los ojos y acercó más a la pantalla su silla
metálica. El AspenAir 409 se había esfamado.

Nuevas señales que surgían de los bordes de la pantalla distraían su


atención y quedaron a la vista más aviones que arribaban a Denver como
polillas atraídas a una llama. Más trayectorias que controlar, más personas
que proteger. ¿Pero dónde estaba el AspenAir 409?

El pánico es contagioso. En unos cuantos segundos, dos supervisores se


apretaron sobre el hombro del controlador, reprendiéndolo y ayudándolo al
mismo tiempo. Como si alguien hubiese aumentado repentinamente la
temperatura cien veces más, los tres hombres empezaron a gritar y sudar
desesperadamente. Uno de ellos arrancó el micrófono y envió un frenético
mensaje a la escalofriante y blanquecina atmósfera. -AspenAir 409, aquí
Staplenton, ¿cambio? AspenAir 409, aquí Staplenton. Hemos perdido contac-
to, cambio.

La bocina emitió cacareante estática y congeló sus corazones. Se sintió un


silencio tan pesado como el plomo. Se oprimieron más botones, se rascaron
cabezas, se lanzaron recriminaciones.

-En ese vuelo viajaban doce empresarios muy importantes -dijo entre
dientes el controlador. Resistió la acometida del humor negro. Rechazó el
apremio de preguntarle a su supervisor si los salvarían sus "paracaídas
dorados", todos los beneficios y prestaciones de una jubilación temprana.
Aguantó el impulso de preguntarles a sus colegas si el inminente impacto
provocaría un desplome o un alza en las acciones respectivas. Se limitó a

4 1
1
Prólogo

permanecer sentado, el nervioso aliento del supervisor calentándole la parte


posterior del cuello y se preguntó-: ¿Dónde diablos están?

U na docena de ejecutivos formaba una fila imprecisa, uno detrás del otro,
las cabezas girando de un lado a otro, las espaldas dobladas, como las de
muchos de los viajeros por negocios que están agotados. Reinaba la oscuri-
dad. El aire era pesado y fétido, inundado con el hedor a miedo. Los directivos
miraban de soslayo y se revolvían en una angustia desacostumbrada.

Una cadena de hierro corría de uno a otro de los doce, uniendo las esposas
que tenían puestas en la mano derecha. Cuando uno de ellos cambiaba de
posición, levantaba una mano para secarse una frente sudorosa o aflojarse la
corbata, el resto se sobresaltaba por reflejo y le reclamaba al ofensor.

Algunos eran industriales del medio oeste. Se les notaba por sus hombros
de jugadores de futbol y sus prácticos zapatos bostonianos de suela gruesa.
Por sus vientres abultados por la cerveza y sus sobrios trajes. Hombres del
acero, de los automóviles, del caucho, de los futuros de panza de puerco.

Los que trasladaban su peso de un lado a otro, murmuraban oh y ah, eran


sin duda financieros de Nueva York o Londres -sus ligeros zapatos Swiss
Bally trasmitían el calor del piso con toda la eficiencia del aluminio-.
Compradores de empresas -con o sin el consentimiento de éstas-, manipu-
ladores de la bolsa, negociadores en acciones y adquisiciones, cazadores de
márgenes accionarios. Sus pañuelos de bolsillo, de seda brillante y vistosa,
se deslizaban por sus rostros en un intento vano por reducir el sudor. Muy
elegantes, sin duda, pero nada prácticos -no en este' sitio.

Dispersos entre ellos, estaban el ocasional especulador en bienes raíces de


California, el magnate de líneas aéreas, el director de finanzas, el presidente
del consejo. Y, por supuesto, los que apuñalan por la espalda, los estafadores,
farsantes, aduladores, "barberos", los que "conocen a todo el mundo", los
traficantes de influenci'as, y también embusteros y traidores. No es sorpren-

5
Prólogo

dente que entre todos no se alcance la cifra de doce. La mayoría calificaba en


más de una categoría.

A sus lados, saltaban y centelleaban luces naranjas y rojas, avivando los


muros de la caverna, dando forma y movimiento a las sombras que ahí
bailaban. El grupo se movió y rechinó la cadena. Murmullos de maldiciones
se dispersaron entre ellos.

Sonidos silbantes, como de vapor de caldera, surgían en suspiros desde el


techo cavernoso. Desde alguna parte más allá en la oscuridad se podían oír
los penosos golpes continuos de un fuelle zumbante. El calor aumentó en el
vibrante piso de roca y empezó a brillar.

Las bufandas de cashmir, los guantes de piel de becerro, los ornatos de


seda -distintivos del éxito- salían volando de la fila en cuanto los ejecutivos
podían arrancárselos.

Lucharon infructuosamente por despojarse de los abrigos y los sacos de


los trajes italianos. Las prendas que poco tiempo antes habían sido dobladas
con todo cuidado por los sobrecargos del avión y se habían colgado en la
exclusividad de primera clase, ahora estaban suspendidas de los brazos
encadenados, torcidas, al revés, la escoria de excesos pasados.

Los zapatos los conservaron. El piso se agrietaba y, a través de las fisuras,


¡¡¡
chisporroteaban pequeños hilos de vapor a presión. Chasqueantes arcos
azules de electricidad se crispaban por todas partes, trazando burlonas venas
1
de poder y luz. 1
Por los muros sudorosos rodaba vapor condensado y crepitaba en el piso.
Nubes de hedor los atacaron. El aire estaba lleno de putrición. Y muerte. Y
1
condenación. La desesperación vendría más tarde, en cuanto se dieran cuenta 1
de dónde estaban. Y por qué. Y lo que se necesitaría para escapar.
1
U na diminuta placa atornillada a la piedra parpadeante les dijo que estaban r
en el nivel doce, en el sub-sótano. Con empujones mutuos y mirando por
encima de los hombros. empezaron a conversar. 1
~
~E

~
E
6 f
i
Prólngo

-¿Nivel doce? ¡Vaya, esto debe ser el estacionamiento! ¿Alguien ha visto


un Mercedes negro? ¿Con placas de Connecticut?

-¡Deja de tirar de la cadena! Tengo un codo de tenista que ya me está


matando.

-Recuérdenme que nunca vuelva a volar en líneas comerciales.

-¿Dónde diablos están los teléfonos aquí? Tengo que llamar para ver qué
mensajes he recibido.

-¿A propósito, qué se tiene que hacer para conseguir un trago en este
lugar? ¿Suplicar?

De repente, una retumbante voz sugjió desde la oscuridad. "¡No es


necesario suplicar!" La respuesta fue tan inesperada y la voz tan repugnante
que todos tiraron de la cadena y se coloca-ron las manos sobre las orejas con
dolor y miedo. Llamas abrasantes les saltaron al frente, mientras un vapor
sobre calentado salía de una grieta abierta en la superficie de la roca. Apareció
una enorme figura, realzada por detrás con la incandescente luz de un horno
rugiente. De su cabeza estalló una corona de criaturas con alas de carbón y
explotaron en la oscuridad, aleteando como un cascabeleo de muerte.

La figura parecía un hombre, viejo y de hombros encorvados. No obstante,


era difícil saberlo con certeza, ya que llevaba puesto un traje plateado.
Llamaradas y centelleos se reflejaban en el brilloso material, muy semejante
al uniforme a prueba de fuego de un trabajador siderúrgico o al traje protector
de un bombero. Un pesado casco de metal, una máscara de soldador, protegía
la cabeza, y de la parte posterior de un estrecho rectángulo de grueso cristal
ahumado, sobresalían dos puntos de luz, semejantes a rubíes, que señalaban
a los ejecutivos. Cuando se dio vuelta para examinar a los cautivos, se aclaró
el cristal ahumado y, en el interior, pudieron ver un leve movimiento de
cabello cano. De nuevo escucharon la voz, el quejido tonal de Darth Vader, *
mitad respiración, mitad aversión.

*Personaje de la película "Guerra de las Galaxias". (N. de la T.)

7
,'

Prólogo

-Las súplicas son algo muy común aquí -empezó-. No les servirán para
nada.

Todos los ojos estaban fijos en el que hablaba mientras los corazones
dejaban de latir, en espera. Nadie se atrevió a moverse o hablar. La figura se
acercó un paso más. -Permítanme presentarme. ¡Soy Reflecto! -anunció
orgullosamente-. Director de Operaciones de Satán. Y como he dicho,
suplicar no les servirá de nada.

-¡Están en el infierno, tontos! ¡Y se espera que supliquen!

Reyes y príncipes, artistas, superestrellas de Hollywood, magnates de


bienes raíces, leyendas de los deportes -todos suplican aquí-. El infierno
tiene una forma exclusiva para producir esa característica, la de extraer a la
superficie un exceso de humildad.

-Pero éste no es su infierno regular, de primera clase, amigos -con-


tinuó-. Miren a su alrededor. Aquí no encontrarán príncipes o mendigos, ni
estrellas, héroes, o leyendas de los deportes. Ellos tienen sus propios lugares.
Éste, amigos míos, es exclusivamente para las almas de ustedes -gruñó

sarcásticamente y levantó los brazos, extendiendo las manos en un cálido
ademán-. ¡Bienvenidos al infierno administrativo!

En ese mismo momento, un impetuoso prisionero gritó desde alguna parte


en el centro de los dolientes encadenados. "¡Dinero, entonces! i Si las súplicas
no me van a sacar de aquí, estoy dispuesto a pagar lo que sea!". Metió la mano
en el bolsillo de la cadera y sacó su billetera, esperando lucirse con una
pequeña American Express dorada, tal vez con el deseo de ascender, aunque
fuese al purgatorio nada más. Pero la cubierta de piel de anguila estaba
humeando y los hilos de plástico derretido escaldaron sus dedos. Lanzó la
billetera al aire y emitió un grito de dolor.

-¡No! -rugió la figura en el traje plateado-. El dinero no tiene ningún


valor para mí. ¡Me quema en el bolsillo! -Su propio chiste lo divirtió, se rió
disimuladamente y dio unos ligeros golpecitos en el azufre con la pesada bota
reluciente. Los ejecutivos encadenados temblaron y se miraron nerviosamen-

8
Prólogo

te unos a otros. Nunca se habían enfrentado a una respuesta como esa. ¿El
dinero no tiene valor? Estaban mudos de asombro, impotentes. Un hombre
apacible, tal vez contador en otro tiempo, se asomó entre ellos y planteó una
modesta solicitud.

-¿Qué es, entonces -preguntó-, lo que quiere que hagamos?

-No se trata de dinero -respondió el traje reluciente, la voz baja, las


palabras deliberadas mientras resonaban desde atrás la máscara de soldador,
como si llegaran desde el fondo de un corredor de más de mil kilómetros de
largo-. Ni se trata de sexo, poder, fama o seguridad, ni siquiera de una
oficina en la esquina. Tampoco requiero títulos o limosinas. No necesito
bonos u opciones de compra de acciones a precio fijo, ni les concedo ningún
valor a las jubilaciones tempranas con todos los beneficios ni a los apretones
de mano de cualquier clase.

Los directivos se encogieron y escucharon asombrados. Ésta era, en efecto


una experiencia nueva y desconcertante. Sin duda, se trataba de una situación
para la cual estaban totalmente impreparados. El hombre hizo una pausa, y
después dio un pisotón con una de las pesadas botas y agitó violentamente un
reluciente dedo enguantado sobre su encasquetada cabeza. -¡Sabiduría!
-vociferó-. ¡Necesito tener sabiduría!

Se estremecieron al unísono, y el terror ante el pronunciamiento provocó


que se juntaran unos con otros, ya que la palabra no significaba nada para
ellos. ¿Sabiduría? ¿Qué es esta, sabiduría? Nadie habló, ya que estaban
seguros de que el secuaz de Satanás pronto se los diría.

-Ustedes saben de presupuestos y precios y costos -los sermoneó-.


¡Saben de cadenas de mando y espacios de control y ventas y mercadotecnia,
y saben cómo interactuar y enlazarse y ponerse en contacto y sostener comidas
de negocios! ¡Saben cómo darle un giro positivo a un proyecto desastroso,
como adornar un informe anual para que una inversión estúpida parezca
brillante! -su tono de voz subía, su irritación aumentaba-. ¡Pero! -gri-
tó-, ¡están aquí porque carecen de sabiduría administrativa! ¡Su miopía, su

9
Prólogo

ambición, sus estilos empresariales bien intencionados y sus técnicas proba-


das simplemente ya no funcionan! -Esperó una respuesta que nunca llegó.

-Simplemente no lo entienden, ¿verdad?

Na die respondió. Sabían que esa cosa monstruosa no esperaba una


contestación. Estaba a punto de concluir y los consumía la ansiedad por saber
lo que era esta sabiduría, cómo obtenerla y, lo más importante, cómo usarla
para salir de ahí como alma que lleva el diablo.-

-Ustedes son doce -les dijo el demonio-, y doce son los pasos que los
llevan a la libertad. Cada uno de ustedes debe ganarse su propia salida del
Infierno. Cada uno debe dar un paso. Si todos pasan, todos escaparán. Si uno,
si tan sólo uno fracasa, todos perecerán. Su destino está vinculado con la
sabiduría con la misma solidez con que el hierro enlaza ahora sus cuerpos.

-¿Pero por qué? -preguntó un prisionero-. ¿Por qué no puede cada uno
salvarse a sí mismo?

-¡Maldita sea, porque lo digo yo! -bufó Reflecto-. ¡Éste no es un lugar


de vacaciones, basura! No son huéspedes, son prisioneros. ¡No pueden irse
a la hora que quieran, hacer lo que se les antoje y ofender a quien les plazca!
Éste es el infierno, idiota, ¡no un hotel!

El hombre que había preguntado, respondió: -Considerando algunos de


los lugares en que me he hospedado, es difícil distinguirlos.

Todos los demás se estremecieron ante esta imprudencia, con la seguridad


de que no se haría esperar la ira de Reflecto. Pero, increíblemente, se rió.

-Usted tiene sentido del humor -le dijo al hombre-. Eso está bien. Muy
bien. Verán, para escapar, para huir de este infierno, tienen que divertirnos
a mí y a mi jefe. Cada uno de una manera diferente. Tienen que instruirnos
acerca de sus errores y triunfos, ilustrar nuestras débiles mentes diabólicas,
por así decirlo. Deben impartirnos sabiduría empresarial. ¡Y sin tonterías, sin
basura del tipo de "cómo nadar con los tiburones!" ¡También he visto a
tiburones supiicar!

10
Prólogo

-El espíritu perverso quiere sabiduría perdurable, efectiva. Exige saber


cómo lidiar con el mundo actual aliá arriba, bajo las condiciones competitivas
de la actualidad, ya que, como se pueden imaginar, no hay nadie más
competitivo que mi jefe.

-Y no esperen tampoco que sea el diablo simplón de las pesadillas de su


infancia. No es una caricatura, ni un dibujo animado. Es mucho más
complejo, sus motivos son mucho más profundos. Mi amo es malvado, sí,
pero también es brillante. En ese aspecto, parásitos, no es distinto a cualquiera
de ustedes. Y, como muy pronto sabrán, para ver el interior del infierno,
tendrán que ver el interior de ustedes mismos.

-Enséñenle a la rancia @hanería sobre la calidad, el cambio y el control


de costos. Siente un deseo vehemente por aprender las reglas de la innovación.
Ustedes lo ilustrarán en cuanto a la ventaja competitiva, la administración por
participación, la descentralización, el potenciar el poder de los empleados, y
todo eso.

-De acuerdo, de acuerdo, ya entendimos -exclamó un pns1onero


ansioso-, sólo díganos cómo lo quiere y se lo daremos. Vaya, somos fáciles.
Lo compraremos, secuestraremos a algún profesor y se lo enviaremos por
Federal Express. Mandaremos una orden de compra por fax, lo que quiera.

-Quiere historias.

-¿Historias? -preguntó el inquieto prisionero-. ¿Historias?

-¡Exactamente! -respondió el asistente del demonio-. Y no cualquier


historia. Historias específicas. Relatos que demuestren la inutilidad de sus
pecados individuales. Historias que repudien sus errores. Que reflejen un
profundo remordimiento.

Un angustiado ejecutivo hizo un esfuerzo por acercarse más y habló en voz


alta: ¿Conoce el cuento de los tres tipos que entran a un bar y ...

-¡Cállese, estúpido! ¡No ha estado escuchando! Ya no están en Aspen,

11
,'

Prólogo

insectos. Aquí no pueden reírse de la sabiduría. Deben sentirla profundamen-


te y comp?.rtir conmigo su intensidad.

El grupo guardó silencio y el asistente de Satán procedió a describir el

-A cada uno de ustedes se le dará un tema, un block de papel tamaño oficio


y un lápiz. Cada uno dispondrá de dos semanas para elaborar un relato
significativo, entretenido, tal vez hasta divertido. Cada uno debe leer el relato
ante mi amo, el demonio mismo. Si le gustan todas las historias, si aprende
lecciones perdurables de cada una, se les concederá permiso para marcharse.
¡Así, gusanos, es como pueden escapar del infierno administrativo!

-¡Por favor! -gritó en tono agudo un ejecutivo agotado por la tensión al


final de la fila-. ¡Por favor! ¡Póngame en ei potro de tormentos! ¡Hiérvame
en aceite, lánceme a un foso lleno de lobos! ¡Cualquier cosa, aceptaré
cualquier castigo que me imponga! ¡Pero no me obligue a tomar un lápiz y
escribir algo original! Dios mío, hombre, ¿no tiene usted compasión?

-¿Compasión? -preguntó el asistente del demonio-. ¿Compasión?


Difícilmente, y en especial para gusanos como ustedes. Paciencia, eso es lo
que tenemos aquí. Mucha paciencia, ¿Y ustedes, capitanes de industria,
magos de las finanzas, constructores de imperios, directores corporativos?
-Hizo una pausa; ellos temblaron-. Ustedes tienen dos semanas.

Enseguida, una falange de guardias en uniformes plateados, surgió de las


sombras y, a empellones, llevó a la hilera de ejecutivos sudorosos y
conmocionados a través de una pesada puerta de acero tachonada con
relucientes cerrojos y chapas. Éste era el cuarto para la escritura: doce
diminutos cubículos, cada uno con un desgastado escritorio de acero gris y
una silla naranja de plástico como de sala de espera. En el Infierno
Administrativo no hay ~J2_en_da_~:

A cada prisionero se le condujo a un cubículo y se le empujó a una silla.


La cadena que los unía fue cortada y, con grilletes en los tobillos, cada uno
fue atado a la pata de su escritorio.

12
Prólogo

Todos ellos miraron tristemente la cubierta de metal. Ahí, como se les


había prometido, estaban los dos instrumentos de tortura: papel y lápiz. En
la hoja superior del block, cada uno leyó un tema especial, único. Lamentos
de reconocimiento y desesperación resonaban por encima de los cubículos.

En eso, se oyó un agudo chasquido, un látigo de asbesto serpenteó en el


aire desde alguna parte y estalló sobre sus cabezas. -¡Silencio! -aulló
Reflecto-. No debe oírse nada más que el sonido de lápices dando salida a
sus pobres ideas!

Doce humildes ejecutivos se enfrentaron al horror extremo: una hoja de


papel en blanco. El látigo estalló de nuevo, chasqueando en los espacios entre
sus febriles mentes. Doce puntos de grafito cobraron vida y corrieron sobre
los campos de amarillo canario, arrastrando sabiduría a su paso. Empezaba
la escapatoria del Infierno Administrativo.

13
CAPÍTULO UNO

LOS HUESOS
DE HAMMURABI
(Conozca al primer fanático del control)

"En lugar de la antigua y rígida ley, desde ahora el hombre


debe decidir por sí mismo, con el corazón libre lo que es bueno
y lo que es malo".

-Fedor Dostoyevski, El gran inquisidor

El prisionero número uno fue llevaao por un estrecho corredor que conducía
a un masivo y adornado pórtico. Cuando el guardia accionó la palanca de
bronce, el hierro enmohecido crujió y se abrió la puerta. El prisionero número
uno fue pateado hacia el aposento.

Se despatarró sobre las piedras ardientes. Se puso de pie tambaleante,


aferrando unfajo de hojas de papel amarillo como si en eso se le fuese la vida.
El demonio estaba en una plataforma elevada, tras una pesada cortina; pero
cuando el prisionero número uno miró hacia arriba a través del humo y los
vapores sulfurosos, no vio nada. Entonces, el demonio habló desde las
alturas.

-¿Qué se siente ser empleado? -preguntó la voz sorprendentemente


suave y calmada.

-¿Empleado? -preguntó el prisionero-. ¿A qué se refiere?

-Estás en la oscuridad, atemorizado. Estás escuchando órdenes de


alguien a quien no conoces. Tú estás ahí abajo y yo aquí arriba, escondido.
¿Te suena familiar?

15
Los huesos de Hammurabi

-¿Tiene algo que ver con la forma en que dirigí mi negocio? -sugirió el
aterrorizado ejecutivo.

-¿Naciste estúpido -preguntó con sorna Satanás-, o desarrollaste esa


deficiencia en una maestría en administración de empresas? /Claro que tiene
que ver! Dirigías tu compañia con puño de hierro, ¿no es verdad? Dictabas
órdenes e imponías el control desde la cima de una pirámide de poder. Te
aislabas a ti mismo. Gobernabas por edicto. Eras el clásico director de arriba
hacia abajo.

-Ninguna compañía puede funcionar sin cierto grado de control -sugirió


el sumiso prisionero. Después añadió-: Era mi trabajo. Yo hacía las reglas
y las aplicaba.

-¿Ves a dónde te llevó? -preguntó el demonio.

-Sí -musitó el prisionero, mirando sus humeantes zapatos.

-¿Tienes una historia para mí, entonces?¿ Un cuento acerca del control,
el poder, las leyes? ¿Una historia que corrija los errores de un fanático del
poder en el infierno?
"' de papeles y respondió:
El prisionero levantó el fajo

-Es un cuento acerca de huesos, señor.

-¡Ooooh! -llegó la respuesta desde el fondo de la cortina-. ¡Ya me


gustó! Espero que trate de muerte y destrucción y crueldad y todas esas cosas
agradables -chilló Satanás.

-En efecto, así es, -susurró el empequeñecido ejecutivo.

-¡Pues cuéntamela, hombre! -ordenó en tono agudo el demonio-. Y


-bajó la voz, pausando- ... ¡más vale que sea buena!

El prisionero número uno sostuvo el block cerca de su rostro, debido a que


era extremadamente miope. Los papeles temblaban y con voz trémula,
empezó.

16
Los huesos de Hammurabi

Esta es una historia que trata sobre huesos y sobre similitud y diferencia.
Puesto que la dirección de una empresa es una batalla constante entre el deseo
por cada una de éstas: consistencia en el sistema para todas las operaciones,
frente a la flexibilidad y la adaptación local. Las grandes corporaciones han
librado estas guerras civiles: centralización frente a descentralización,
uniformidad versus autonomía. Y grandes líderes han tenido que determinar,
diariamente, en qué casos resulta fatal el exceso de cualesquiera de ellas.

Hammurabi es conocido en la historia como el legislador, el primer


monarca que codificó reglas de comportamiento, y como tal, son muchos los
que le rinden reverencia. Este rey de Babilonia vivió desde 1792 hasta 1750
a.C. y los arqueólogos han encontrado su código. Es extraordinario en sus
detalles y particularidades. Cubre toda conducta imaginable, desde el precio
de las alas de pollo hasta el castigo por usar impúdicamente una túnica.

Hammurabi era un fanático del control.

No obstante, en sus días -y ante sus ojos- se le conoció como un gran


estratega, un hombre de principios e invariable dedicación. Esas cualidades,
se nos ha dicho, forman el perfil de un líder. Esto, sabemos, puede ser una
fórmula para el desastre.

-¡Cuenta la maldita historia! -gritó el demonio-. Llega a la muerte y


la destrucción!

El prisionero número uno se aclaró nerviosamente la garganta, hojeó dos


páginas, encontró un nuevo punto donde empezar y continuó la lectura.

En África Central, lejos de las costas y oculta entre la selva tropical, se


encuentra una maravilla natural, cuyos orígenes son especulativos. Es un
enorme cráter en la tierra, lleno de agua y muy hondo. Algunos sugieren que
un meteoro chocó con la tierra, lo cual ocurrió hace millones de años. Otros
dicen que fue obra de una raza fanática de adoradores del demonio, quienes
excavaron para encontrar el enlace con su antidiós. Sigue en duda cómo se

17
Los huesos de Hammurahi

creó, pero en la actualidad está comprobado el contenido del cráter, en las


profundidades de su turbio líquido. Está iieno de huesos. Las oscuras aguas
están saturadas con esqueletos.

Nuestros arqueólogos acuáticos descubrieron ahí miles y miles de esque-


letos, de todas edades, sexos y ocupaciones. No están atados como para un
sacrificio o castigo, y no se les enterró con rituales o rodeados con amuletos
o símbolos para un viaje a un nuevo mundo. Yacen al azar, en grandes pilas
revueltas, como si hubiesen saltado, a la vez, como lemmings al mar, en la '
.!
!
silenciosa fosa en esa selva. ¿Por qué? '
1
¡
El secreto tiene que encontrarse en el único registro escrito que se encontró 1

entre montañas de calcio submarino, un fragmento de piedra entre los huesos. 1

El agua ha borrado la inscripción que contuvo en algún tiempo, pero una 1


esquina está cincelada con una escritura remota. En esa esquina se lee una
palabra: Hammurabi. Y esa palabra nos remite a una tierra a cientos de
kilómetros al noreste. Más allá de Egipto, a través del Levante y hasta el valle
del Tigris y el Éufrates. Ahí encontraremos la cuna de la civilización:
Babilonia. Quizá ahí se halle la respuesta.

El trono de Babilonia lo ocupaba Hammurabi, el señor de Mesopotamia,


el portavoz de Marduk, dios del mundo. Y Hammurabi estaba afligido porque
ciertas tribus remotas de su dominio no enviaban conscriptos para las guerras
de dominio; en efecto, huían de sus reclutas. Así que Hammurabi envió el
aviso. Todos los pueblos de todas las tierras enviarían a sus gobernadores o
representantes a Babilonia. -Celebraremos una reunión -proclamó.

Dado que temían despertar la ira del déspota, todos acudieron al llamado.
Llegaron desde el Sudán y Egipto y Etiopía. Desde Arabia, Persia y desde las
costas del golfo. Y desde las islas también. U na variada colección de
embajadores, subordinados, jefes supremos territoriales, todos al servicio de
Hammurabi y a merced de sus ejércitos. Y una vez que se reunieron en el gran
Salón de Mandatos, apareció Hammurabi, acompañado por su séquito de
eunucos.

18
Los huesos de Hammurabi

El tirano recorrió con la mirada a los congregados y se quedó pasmado con


lo que vio. Ahí estaban hombres bronceados, eiegantes, con túnicas de lino
adornadas con plata. Y hombres ataviados con pieles de jabalí, engalanados
con dientes de animales y pintados con ocre rojo. Otros más, de aun otras
tierras con pieles curtidas y el cabello con rizos cuidadosamente arreglados.

Estaban presentes, asimismo, hombres semidesnudos, cubiertos única-


mente con taparrabos, con sus largas cabelleras atadas con cintas de todos
colores. Otros lucían plumas, algunos tenían barbas y otros estaban afeitados.
Algunos con la piel aceitada, otros empolvados, unos más envueltos en pieles,
o enfundados en seda. Cada uno de los cien variaba en vestimenta y apariencia
de acuerdo con las costumbres y el clima locales. Esto molestó a Hammurabi.
Esto no es un imperio, pensó, es una horda multicolor.

Por tanto, en vez de arengarlos sobre los principios de la conscripción y


demandar más hombres y caballos para proseguir sus campañas, Hammurabi
amplió la agenda. -Hablaremos de control -les dijo-, de consistencia,
garantía de calidad y uniformidad de conducta. Estableceremos estándares
mínimos y todos los obedecerán -advirtió-. ¡Tendremos leyes!

Hammurabi seleccionó a sus eunucos más quisquillosos y los aisló en una


cabaña de piedra. En ese sitio, deberían formular y registrar los mandatos que
darían algún sentido de homogeneidad a la barra de ensaladas de imperio que
dominaba. Debían redactar el Código de Hammurabi. Se disolvió la asamblea
y los representantes recibieron la orden de volver a sus puestos y esperar la
ley.

Mientras los eunucos escribían y soltaban risitas sofocadas en la cabaña


de piedra, un mercader le presentó a Hammurabi una nueva obra. -Se llama
En Busca de la Excelencia, oh gran señor -empezó-, escrita por dos
profetas llamados Peters, el del Suéter Abultado, y Waters, el Hombre. En
este libro hablan de imperios excelentes y sus características, e invitan a otros
tiranos a que los imiten y alcancen el éxito al hacerlo, exactamente como lo
hacen ellos. -Hammurabi quedó encantado con la obra.
'

19
Los huesos de Hammurabi

Llevaba el libro consigo a todas partes, absorto en las características de


los imperios excelentes. Lo llevó incluso al zoológico real, y mientras estaba
sentado en una roca hojeando el libro, le llamaron la atención dos vivaces
monos. Detrás del recinto de madera, ambos estaban sentados también en una
roca, y fingían examinar con detenimiento un libro propio. Son imitadores,
sin duda, pensó Hammurabi. En eso, su cerebro de tirano se encendió como
un olivo en llamas.

-¡Imitaré a los imitadores! -exclamó-. Copiaré lo que copiaron Peters


el del Suéter Abultado y Walters el Hombre. Jugaré a lo que hace la mano,
hace el de atrás. ¡Pero con un ligero cambio! ¡Jugaré a que lo que vio la mano
hacer al de atrás de la otra mano, hace el de atrás! -Y corrió a la cabaña
de piedra, sorprendió a los juguetones eunucos y les lanzó el libro-. Copien
las reglas -ordenó-, y conviértanlas en mi código. Después, inscríbanlas en
una lápida y ¡manden una copia a cada feudo, avanzada, colonia, baluarte y
territorio bajo mi mando!

Antes de dejarlos dedicados a su tarea, Hammurabi emitió tres órdenes


adicionales:

-Redáctenlas de modo específico -les dijo-. Y que sean obligatorias.


¡Y, por último, indiquen el castigo por desobediencia!

Así, los eunucos se pusieron a trabajar. Una vez que inscribieron todas las
reglas del libro mímico importado, se dieron cuenta de que no decían gran
cosa. Algunas eran vagas, otras no eran más que simple sentido común. Por
tanto, los eunucos añadieron especificidad y detalle, seguros de que compla-
cerían a Hammurabi. Y después de 30 días y muchas lápidas modificadas,
quedó encantado. Los edictos esculpidos se enviaron a sus destinos y se
erigieron en cada territorio. Bueno, casi en todos.

Las leyes eran tan específicas -y muchas eran sólo pertinentes dadas las
condiciones de Mesopotamia, además de que habían sido redactadas en
dialecto babilonio- que se presentó una gran dificultad para interpretarlas y
aplicarlas. De hecho, los portadores de las lápidas tuvieron serios contra-
tiempos.

20
Los huesos de Hammurabi

Por ejemplo, una de las leyes estaba diseñada para proteger a los burros
de ia crueidad de sus dueños, ya que estos animales eran extremadamente
frágiles y valiosos en la tierra de Hammurabi. A la letra, la regla 214
establecía, "Quien se desmonte para tomar agua durante un viaje, deberá
primero atar firmemente su asno (ass)* a un árbol". Y en el camino a las
regiones interiores, tres de los portadores de las lápidas llegaron a un oasis
en el desierto.

Impulsados por la sed, procedieron a cumplir con los dictados de la ley.


El problema fue que estos hombres eran de las regiones interiores, donde el
término ass tiene una connotación totalmente diferente y, además, montaban
camellos. Desafortunadamente, los árboles más cercanos estaban a 30 pasos
del agua y los hombres murieron mientras luchaban y tiraban entre el árbol
y el pozo. Y los camellos se abastecieron de agua, se rieron alegremente y se
marcharon. Así que las lápidas nunca llegaron a las regiones interiores.

No obstante, el resto de las lápidas sí arribaron a su destino y se obligó a


los pobladores a obedecerlas. Véamos primero lo que sucedió en Etiopía.

En esta tierra del este de África, la costumbre local dictaba que los
panaderos apartaran una hogaza de pan por cada seis como limosna para los
pobres. El pan recién horneado se colocaba en el borde de una ventana
especial de donde los mendigos, sabiendo que eran para ellos, pasaban y lo
tomaban. Esta benevolente costumbre se había seguido durante generaciones
y a ella se debía la paz y la tranquilidad entre los marginados.

La ley cambió esto.

La regla 764 estipulaba, "Quien tome lo que no haya comprado será


culpable de robo y perderá la mano empleada para tal acto". Y aun cuando
era contraria a la costumbre local, el gobernador insistió en su estricto
cumplimiento. Cuarenta mendigos fueron mutilados al día siguiente de la

*Juego de palabras intraducible, ya que en inglés ass significa asno y trasero. (N. de
la T.)

21
Los huesos de Hammurabi

llegada de las lápidas, con lo que llegó a su fin la colocación de hogazas para
los indigentes. Y miles de individuos necesitados, y sus respectivas familias
y animales, murieron.

Asimismo, otra costumbre establecía los matrimonios masivos, en los


cuales todas las parejas elegibles se unían en la cuarta luna llena del año. Los
etíopes eran románticos y al amor se le daba importancia aun por encima de
las artes marciales. El ritual requería que cada novio fingiera que hacía
desaparecer el corazón de su prometida, huyera a la cima de la montaña y
esperara la mano de la novia.

En la primera de esas ocasiones, unas cuantas semanas después de que


llegaran las lápidas, el gobernador asistió a la ceremonia. De pie en la cumbre
de la montaña local esperaban doscientos hombres jóvenes, rebosantes de
afecto y expectación mientras las futuras esposas ascendían penosamente para
unirse a ellos en la celebración del año.

-¡Esperen! -gritó el lugarteniente del gobernador-, es posible que


estemos violando la ley! -Y citó la regla 765, la cual decía, "Se modifica la
regla 764 para incluir el robo de emociones y afectos, ya que son hurtos del
corazón".

Por lo tanto, se canceló la ceremonia y no se celebraron los matrimonios.


Y, puesto que la regla 653 prohibía que un hombre y una mujer procrearan
fuera del matrimonio, el número de etíopes empezó a disminuir. Los hombres
agraviados se dedicaron entonces a las artes marciales y empezaron a matarse
unos a otros en cifras crecientes cada mes. En poco tiempo, todos estaban
muertos. La ley debe obedecerse. Sólo podemos intentar adivinar cúal de los
eunucos en Mesopotamia se habría sentido complacido.

Ahí estaba también el Sudán, un pueblo urbano con una gran ciudad
densamente poblada en las márgenes del río. Su problema habían sido las
ratas, enormes plagas que nadaban hasta la orilla en la primavera y llevaban
la peste negra. Pero generaciones atrás los sudaneses habían inventado
trampas infalibles y suficientes para estos roedores y las cebaban con miel.

22

i
Los huesos de Hammurabi

Podían llegar miles de ratas, pero a la mañana siguiente a la invasión, todas


estaban muertas.

Mientras los alguaciles de la ciudad se preparaban para cebar las trampas


para la acometida de ese año, observaron una pequeña inscripción en el
Código de Hammurabi. La regla 1253 estipulaba, "Todas la trampas para
roedores de todos tamaños se cebarán con queso de cabra".

Esto resultaba incomprensible, ya que los sudaneses no conocían ni el


queso ni las cabras. Tal vez algún eunuco en esa cabaña de piedra tenía un
rebaño de cabras y deseaba su prosperidad. En todo caso, los sudaneses fueron
derrotados por las ratas, todos sin excepción, y los arrasó la peste negra. Las
ratas estaban muy satisfechas. La ley debe obedecerse.

Ahora los persas, una secta floreciente distante de Babilonia y su


Hammurabi, si bien bajo su dominio. Aquí la costumbre había dictado durante
cientos de años un despliegue muy singular. A todas las mujeres entre 15 y
50 años de edad se las reclutaba como guerreros y con grandes esfuerzos
defendían las fronteras de su país contra invasores que no conocían ni se
interesaban en Hammurabi. Los hombres, por otra parte, permanecían en la
aldea, cultivando la tierra y cuidando de los niños. Las mujeres eran
temerarias e intrépidas y cazadoras excelentes.

Pero la regla 8470 estipulaba, "Todos los hombres entre 15 y 50 años de


edad serán guerreros y defenderán la tierra. Queda prohibido a las mujeres,
por su naturaleza y por esta ley, tomar las armas. Deben permanecer
indefensas".

Los persas trataron de adaptarse. A los hombres se les dieron las hondas,
los arcos y las flechas. Sin embargo, eran terriblemente ineptos en el manejo
de armas de guerra y hubo muchas heridas y muertes accidentales. Entonces
llegaron los arios, a cabaUo con excelentes tiradores. Mientras las competen-
tes mujeres observaban, sus hombres fueron aniquilados. Y, al fin, sin
armamentos o sorpresa u ocultamiento siquiera, se asesinó o secuestró a las
mujeres. Suponemos que algún eunuco en esa cabaña de piedra tenía algún
agravio contra las mujeres. En cualquier caso, la ley debe obedecerse.
23
Los huesos de Hammurabi

Pero no en todas partes. En las regiones interiores, debido a la agonizante


muerte de íos tres sedientos jinetes de camellos, las lápidas no llegaron a su
destino y, por ende, no se alteraron las costumbres locales ni las operaciones
exitosas. Los pobladores prosiguieron su trabajo y se entretuvieron y
prosperaron como sabían hacerlo, gracias al destino y a los equívocos
resultantes de la regla del asno en peligro de extinción.

De vez en cuando, en esta provincia centroafricana, en lo profundo de la


selva y en los alrededores del antiguo cráter, arribaban viajeros que
informaban acerca del desorden que las lápidas estaban causando al mundo.
La población de las regiones interiores se estremecía de miedo ante los relatos,
rogando día y noche que nunca llegaran los mensajeros con la ley. Y su
gobernante supremo, un hombre llamado DeCente, juró que, de darse el caso
de que aparecieran, nunca la obedecerían.

Pasaron los años y Decente falleció. Su Hijo, ComPlaciente, tomó el


poder. En ese entonces, se presentó un mensajero de Babilonia y dio
instrucciones al nuevo líder para que compareciera ante Hammurabi. El temor
invadió a las regiones interiores. ComPlaciente montó en un camello y partió
para el encuentro en el cuartel general. Atemorizados por su regreso, toda la
pobhciór: abar:dor:ó la aldea y acampó a la orilla del lago del cráter. Todos
los días, cinco mil seres humanos se tomaban de la mano, alrededor del
precipicio y mirando la reluciente agua verde. Suplicaban "No nos des la ley".
"Sabemos cómo manejar nuestros asuntos". Con la esperanza de que estas
oraciones colectivas apaciguarían a sus dioses, la gente de las regiones
interiores esperaba el regreso de ComPlaciente.

Y regresó, en efecto, sonriendo mientras ascendía entusiasmado al cráter.


Ahí, los cinco mil ciudadanos se tomaron del brazo y, primero se asomaron
por el borde del cráter y después, miraron hacia ComPlaciente por encima del
hombro. Un grito sofocado escapó de sus bocas conforme cada uno observaba
que traía consigo unas lápidas de piedra. La desesperanza los cubrió a todos
y volvieron a fijar la vista en las hermosas profundidades esmeraldas.
ComPlaciente pidió que le pusieron atención.

24
Los huesos de Hammurabi

-¡No teman! -gritó-. ¡No traigo la Ley de Hammurabi conmigo! -Los


ciudc.danos tuvieron un asomo de esperanza y sonrieron, mientras ComPlaciente
añadía-: En cambio, tengo la Revisión Número de la Ley. Y tengo más. ¡El
Plan Estratégico de Hammurabi y su Presupuesto Anual!

Al escuchar esto, las cinco mil almas -al unísono, con los brazos
entrelazados- saltaron al cráter y se hundieron a través de la superficie
reluciente en busca de la muerte inmediata. Las últimas palabras que oyó
ComPlaciente antes de que cayeran fueron -¡Hagamos lo que es mejor para
nosotros!

Así, el misterio de los huesos en el vientre del foso descansa en paz y los
críticos de Hammurabi señalan el error que cometió.

*
* *
-Muy buena -comentó el demonio-, muy buena, sin duda. ¡Me gustó
especialmente la parte acerca de los viajeros sedientos que ataron sus traseros
a un árbol!

El prisimzero número ww se sonrojó. -Nos dijo que deberíamos divertirle


a la vez que le ilustrábamos.

-Ilústrame ahora, señor fanático del control. Dime la lección. ¿Cuál fue
el error de Hammurabi?

-Trató de determinar acciones y objetivos y deseos y preferencias para


personas a quienes no conocía e impuso en ellas su particular sello de
sabiduría. Se les codificó hacia la catástrofe, regulados a la ruina. Todo en
nombre de la uniformidad y la consistencia, las cuales, en ausencia de todo
lo demás, parecen objetivos admirables.

-Pero la "ausencia de todo lo demás" nunca es absoluta -chilló el


demonio-. Los imperios y las corporaciones no existen como recipientes
vacíos estúpidamente esperando que alguien de la dirección general los llene.
Son viables por derecho propio, y diferentes. Y es así como debe ser.

25
Los huesos de Hammurabi

-El imponer el orden donde se necesita, es un acto justo. Lo contrario es


tiranía. El aplastar la variedad de los otros con una especificidad severa no
es creación de leyes, sino la obra de eunucos. Y el suicidio es el único proceso
que funciona de arriba hacia abajo. -El prisionero bajó los ojos, en espera
de si había terminado el demonio. A continuación, Satán emitió su juicio.

-¡Felicitaciones, peón! -gruñó Satán.

-¿Por qué?

-¡Te has convertido en el primer ex eunuco del mundo! -rugió con júbilo
y golpeó la mesa de piedra. El prisionero permaneció en silencio, confundi-
do-. Humor -bufó el demonio-. Algo que no entendería un fanático del
control. -Después añadió lo siguiente-: Por primera vez en tu carrera,
gusano, tu destino está totalmente faera de tu control. Está en las manos de
los once imbéciles que te siguen. Más te vale esperar que ellos hayan
aprendido tanto como tú.

El prisionero número uno resplandeció de alegría y empezó a deslizarse


hacia la salida. Al cruzar la puerta, se encontró al siguiente prisionero,
esperando entrar al aposento del demonio.

-Tiene sentido del humor -susurró el ejecutivo saliente con una


sonrisa-. ¡Estupendo! -suspiró la siguiente víctima-. ¡Tengo una oportu-
nidad!

-¡Manden al siguiente idiota! -gritó la voz de la condenación, haciendo


crujir la cortina con su potencia. El prisionero número dos perdió la sonrisa
cuando, de una patada, traspasó la puerta y cayó sobre el piso de azufre.

26
1
i
CAPÍTULO DOS

L;\S ASOMBROSAS
CABEZAS DE DÍGITO
(Una breve historia de toma de decisiones)

"Y lo que falta no puede ser numerado".

-Eclesiastés 1:14

Cuando el segundo prisionero se detuvo en el centro del oscuro aposento,


escuchó un sonido martilleante, como huesos secos castañeando sobre
piedra. Entonces los vio, dos cubos de marfil que rodaban hacia él; dados,
lanzados por el diablo.

-¿No es una buena forma de tomar decisiones, verdad? -dijo la voz


desde atrás de la tela.

El prisionero recuperó la sonrisa, y se arriesgó. -Se ha intentado, su


majestad. Le llaman adivinación, el proceso de toma de decisiones de los
antiguos.

-¿Cómo demonios esperas que el diablo sepa acerca de algo llamado


adivinación?

-Eh, sí, entiendo lo que quiere decir.

-Ensétzame, devorador de números -ordenó Satán-, ya que eso es lo


que eres, ¿no es as[? ¿Un devorador de números?

-Yo dirigía el servicio de encuestas más grande de la nación, oh perverso.


Manejaba los números arriba y abajo, hacia dentro y hacia fuera. Examinaba

29
Las asombrosas Cabezas de Dígito

y ponderaba y promediaba hasta que podía asesorar a los líderes corporativos


sobre qué era más conveniente, qué era más seguro.

-¿A eso es lo que le llaman adivinación, entonces? No me suena muy


divino que digamos.

-Oh no -respondió el prisionero-. Los antiguos usaban la adivinación.


Nosotros usamos datos.

-¡Explícate!

-Utilizaban presagios, sortilegios, augurios y adivinación espontánea.


Lanzaban huesos y leían los intestinos de cabras y seguían los desvaríos de
los lunáticos -explicó el solicitante-. Eran muy primitivos.

-¿Y a qué han llegado ustedes, los modernos ejecutivos? ¿Algo nuevo,
algo de alta tecnología? ¿Computadoras, tal vez?

-Precisamente, señor-respondió el prisionero-. Datos científicamente


derivados y estadísticamente puros.

-Suena demasiado bueno para ser verdad -sugirió el demonio.

El prisionero levantó sus papeles como si fuesen una prueba legal. -Lo
es -contestó.

-Cuéntame entonces una historia sobre decisiones -ordenó Satán-.


Dime, encuestador del infierno, cómo llegan a conclusiones los ejecutivos.

-¿Puedo llevarle a un nuevo escenario? -inquirió el prisionero número


dos-. ¿Podríamos tomarnos una especie de vacaciones en una isla?

-¡Por supuesto! -exclamó el demonio-. Agrégale un poco de misterio


y algo de romance, también. Necesito un descanso. ¡He estado metido aquí
abajo tanto tiempo que parece una eternidad!

El prisionero número dos, siempre en su papel de ejecutivo, sabía que


cuando el jefe se ríe, lo más conveniente es reírse junto con él.

30
,'

Las asombrosas Cabezas de Dígito

-¡Adelante, tonto! -rió con disimulo el demonio-. ¿A dónde me vas a


llevar con este cuento?

-A la isla de Pascua, señor. A una pequeña manchita de tierra perdida


en el océano Pac6ico. Un lugar rebosante con preguntas.

Dos dados más rodaron por los escalones, por debajo de la cortina y se
detuvieron a los pies del prisionero. -¡Empecemos! -vociferó el jefe.

El prisionero número dos borró la sonrisa del rostro y empezó su cuento.

Montan guardia por todas partes, estas grandes cabezas de piedra.


Enormes e idénticamente esculpidas por un pueblo desconocido, apuntan
hacia el horizonte, como abandonadas y anhelando el regreso de sus
creadores. Y el visitante también busca indicios acerca de los misteriosos
seres que alguna vez poblaron la isla de Pascua. ¿Eran polinesios, peruanos
o de otros mundos a los cuales regresaron en naves espaciales?

Después de años de incógnitas, ahora tenemos una teoría -y la evidepcia


que la respalda-. Pero debemos empezar con la llegada de esos pobladores
a la enigmática isla.

Eran refugiados de Micronesia, y llegaron a bordo de naves de hojas de


palma entrelazadas. Una vez instalados en la isla de Pascua, eligieron una
reina, cuyo nombre era Microvisión. Reinó durante dos generaciones; y
después, la población y ella desaparecieron.

Eran los Cabezas de Dígito, una tribu decente, y pasaron las dos
generaciones tallando réplicas de sí mismos y enterrándolas hasta el cuello en
las colinas y las playas. Cada estatua se numeraba y contaba, y cada una tiene
Ja boca abierta, como si hablara o respondiera.

Al principio, fue necesario tomar muchas decisiones: si instalarse ahí o


partir para otras islas, si plantar pastos comestibles o tubérculos, cuándo
enviar emisarios a otras tierras y qué tipo de dioses adorar. Y, como la toma

31
Las asombrosas Cabezas de Dígito

de decisiones era algo nuevo, Microvisión probó todos los métodos primiti-
vos: presagios, sortiiegios, augurios y adivinación espontánea.

Cuando Microvisión vio un éxodo masivo de tortugas marinas, por


ejemplo, lo tomó como un presagio: con toda seguridad los animales
abandonaban la isla debido a que, en un breve plazo, la isla haría erupción
como un volcán. Se ordenó a todos los pobladores que siguieran a las tortugas
al mar, y así lo hicieron. Después de dos días de nadar "de a perrito", fiel y
frenéticamente, se dieron cuenta de que en la isla no había un solo volcán, ni
siquiera una montaña alta. La creencia en los presagios llegó a su fin.

Después, Microvisión encontró un círculo de cinco piedras pulidas en la


playa y quedó fascinada con ellas. Cuando dejaba rodar las piedras desde su
mano, observaba patrones extraños. Había descubierto la práctica del
sortilegio.

Mientras jugaba en esta forma, por azar, las cinco piedras rodaron en línea
recta, una directamente detrás de la otra. Microvisión ordenó a toda la
población de varios miles de isleños que se formaran en una fila similar. Un
autobús mágico llegaría pronto, les dijo, y todos serían trasportados alcielo.

Así que formaron la fila y esperaron. Aves intrigadas volaban por encima
y los observaban, sudando de pie bajo el sol. Los delfines nadaban por la orilla
y se reían de ellos. Pero no pasó ningún autobús. -Es posible que no estemos
en la ruta -sugirió Microvisión y sus súbditos se dispersaron y desplomaron.
Dos días después recuperaron la compostura y volvieron a esculpir estatuas
Cabezas de Dígito. Era infinitamente más sensato.

El augurio, la siguiente técnica para la toma de decisiones, la descubrió


Microvisión por simple casualidad. Estaba cenando junto a un arroyo de un
bosque cuando, desde lo alto, un halcón dejó caer su presa por accidente.
Cuando la reina se llevaba un trozo de piña a la boca, una gran serpiente
enroscada aterrizó en su plato de hoja de palma. -¡Dioses supremos! -ex-
clamó-, ¡tiene franjas de la cabeza a la cola! -Con la convicción de que esto
era un buen augurio, ordenó a los ciudadanos que se envolvieran con cuerdas,
de la cabeza a los pies.
32
Las asombrosas Cabezas de Digito

No obstante la lealtad que le profesaban, la población se resistió a esta


absurda solicitud. -Creemos en ti -le dijeron-, pero hemos nadado "de
perrito" días enteros, hemos permanecido bajo el sol esperando un autobús;
pero sabemos que si estamos envueltos de la cabeza a los pies nos s·erá muy
difícil tallar las Cabezas de Dígito y alimentarnos y procrear -Microvisión
tuvo que ceder. Tendría que practicar la adivinación en otra forma.

Microvisión convocó a su tesorero, Dipso, quien se hallaba ocupado en la


selva contando cocos. Dipso, como no esperaba verla durante varios días,
estaba dándose un gran agasajo con leche fermentada y bastante embriagado.
Bebía y bailaba y retozaba con algunas chicas, una práctica llamada "retozo
en lo boscoso" y le fue muy difícil conservar la compostura para su audiencia
con Microvisión.

Así que cuando entró tambaleante en la choza de Microvisión y ella le pidió


que la ayudara con las decisiones, Dipso se puso a bailar y cantar -demasiado
ido para apreciar la sobriedad de las circunstancias-. Puesto que nunca había
visto este aspecto de Dipso, Microvisión lo tomó como una adivinación
espontánea.

-Dinos, oh, Dipso -imploró-, qué deben hacer las Cabezas de Dígitos
para complacer a los dioses?

-¡Vamos a darle al retozo en lo boscoso! -respondió Dipso con sonidos


indistintos, sonriendo y bamboleándose como una palmera al viento. Microvisión
tomó su caracol marino y emitió una retumbante nota por toda la isla.-. ¡A
los bosques -gritó-, donde ejecutaremos el retozo! -No tenía idea de qué
significaba esto, pero le complació ver que sus súbditos lo aceptaran con tanto
entusiasmo. Tal vez Dipso tenía una comunicación directa con los dioses
después de todo.

Por toda la isla se dejaron caer los martillos en la prisa por cumplir con
los deseos de la reina. Todo el tallado se detuvo y varias personas resultaron
heridas en el clamor y el ímpetu por dirigirse a la orgía de baile y bebida. No
obstante, después de tres días y tres noches, Microvisión se cansó de observar

33
Las asombrosas Cabezas de Dígito

tanto regocijo y juerga desenfrenada. Además, ningún hombre le había pedido


que retozara con éi. -Vuelvan a las Cabezas de Dígito -ordenó-. ¡Terminó
la fiesta! -Y enseguida, ajustó cuentas con Dipso el adivinador-. Ve a tirarte
a la playa hasta que se le pasen estos efectos.

Microvisión se dirigió también a la playa, para dar un paseo y pensar en


nuevas formas para tomar decisiones en los asuntos importantes. Ahí se
tropezó por casualidad con su sobrina, una chica solitaria, bastante tonta en
ocasiones. Estaba contando los granos de arena y, en ese punto ya iba en cifras
de siete dígitos. Pero esta sobrina tenía una idea, así que dejó de contar y habló
con Microvisión.

-Lo que necesitas, anciana -empezó-, es un sistema de información


gerencial. -La reina la miró perpleja y la chica prosiguió-. Un sistema de
información directiva, su alteza, o mejor aún, un sistema de apoyo para la
toma de decisiones. Eso te dirá exactamente lo que debe hacerse. Reúne tus
datos, encuesta a tu pueblo, integra los resultados y actúa conforme a ellos.
-Y le explicó todo el proceso a la reina, quien lo aceptó gustosa, y emprendió
inmediatamente el diseño e implantación de ese sistema.

En consecuencia, los Cabezas de Dígito se convirtieron en la población


más encuestada, estudiada, muestreada y analizada del Pacífico. Se elabora-
ron formas, se enumeraron las alternativas y los encuestadores las distribu-
yeron a todos los ciudadanos. Los datos se depuraron, se descartaron las
respuestas injustificadas y se trazaron curvas. El método de apoyo para las
decisiones inició su funcionamiento y se abrió paso entre los asuntos de mayor
perplejidad. Y Microvisión, igual que muchos ejecutivos después de ella,
suspiró con alivio. Aquí estaba la respuesta a sus plegarias. Ahora, liberada
de la carga de las decisiones, podría disfrutar las prebendas del poder sin
ninguna de las responsabilidades. Con la concíencia limpia y la rectitud de
alguien a quien nunca se le podría achacar ninguna falta, se limitó a actuar
según los dictados de los dígitos.

Una de sus primeras encuestas tenía el propósito de determinar la


necesidad de más estatuas, ya que sólo había diez en esa época. La pregunta

34
Las asombrosas Cabezas de Dígito

era, "¿Qué preferiría?" y las respuestas posibles eran: "(l) Tallar otra Cabeza
de Dígito de piedra; (2) ser ahogado en ía íaguna; o (3) casarse con
Microvisión". ¡Los resultados fueron sorprendentes! Noventa y nueve por
ciento de los encuestados favorecían el tallado de más estatuas. Así que se
ordenaron más estatuas. A seis varones que eligieron las alternativas dos o
tres, se les vio deslizándose por la playa a media noche, remando frenéticamente
en una canoa de carrizo.

Otro sondeo preguntaba, "¿Qué es lo que nos hace más falta?" y las
posibles respuestas eran: "(1) más estatuas; (2) el sacrificio de una mujer
honesta; o (3) otra emigración de tortugas". ¡Y oh sorpresa! Noventa y cinco
por ciento de los ciudadanos eligieron más estatuas! La noche siguiente se vio
a veinte mujeres que se alejaban remando de la isla en una nave construida
a toda prisa. Microvisión no se inquietó: diez eran virtuosas y diez tenían
piernas débiles. Además, estadísticamente no eran relevantes. Se ordenó que
más personas tomaran el martillo y el cincel.

Siguió una tercera encuesta. Las preguntas incluían: "Si se le diese la


oportunidad de elegir, preferiría: (1) tomar un autobús al cielo, o (2) seguir
martillando y cincelando". El 59 por ciento se inclinó por el cincel y el
martillo. -La mayoría gobierna -exclamó Micronesia-. ¡Esto es muy
divertido! -Pero el cincelado era más lento ahora, ya que doscientos
hombres, mujeres y niños estaban en fila bajo el sol. En tres días perecieron
por exposición a los elementos.

Microvisión, al observar este resultado, jugó con la siguiente encuesta,


determinada a probar definitivamente la resistencia de sus ciudadanos
escultores de estatuas. Reunió a los restantes talladores frente a su choza. Ahí
se congregaron, con los brazos caídos, trozos de piedra incrustados en la piel,
los ojos cubiertos por el polvo. Todos tenían miedo, pero estaban demasiado
cansados de tallar la roca para que les importara en realidad.

A Dipso, con sus ojos inyectados y manos temblorosas, se le había


concedido una dispensa especial del tallado de roca. Con el ánimo alterado,
ya que había estado bebiendo leche de coco fermentada durante doce días

35
Las asombrosas Cabezas de Dígito

seguidos, se situó tambaleante en su sitio favorito junto a la reina con un


poderoso erupto. Después pasó la mirada por la multitud, sonriendo impúdi-
camente a las mujeres jóvenes que estaban presentes.

-Celebraremos un concurso -anunció .tY1icrovisión- para determinar su


destreza en el tallado. -Enseguida explicó las reglas-. Mis asistentes
llevarán un minucioso registro de la cantidad de roca que retira cada uno de
ustedes. La persona con menos roca a su favor, será envuelta como una
serpiente y arrojada a la laguna. La persona con la mayor cantidad de piedra
contraerá nupcias con Dipso. El resto de ustedes nadará en el mar durante el
lapso que requieran Dipso y su esposa para consumar su matrimonio. ¡Esto,
hijos míos, deberá motivarlos a ustedes! ¡Tomen sus martillos!

Microvisión se retiró al interior de su cabaña a esperar el resultado, con


Dipso, sonriendo, a su lado. Cuando cayó la noche Dipso fue expulsado de
la choza por su hedor y modales groseros. Pero mientras la reina permanecía
acostada en su cama y Dipso tumbado sobre las hierbas en el exterior, no
escuchaban ningún martilleo a lo lejos, ya que nadie estaba tallando. Los
pobladores, en cambio, estaban tejiendo naves para huir. En la mañana, todos
se habían ido.

Sorprendida, la reina se levantó y deambuló hacia el pie de las colinas.


Estaban vacías, exceptuando los centinelas silenciosos y el alto pasto
meciéndose como el mar. Las herramientas habían sido abandonadas a toda
prisa en torno a monumentos sin terminar, con las Cabezas de Dígito a medio
hacer. En eso se incorporó trastabillando Diego, los ojos rojos y la cara
hinchada y rascándose.

-Me han dejado -dijo Microvisión llorando- y ahora tenemos una


población de dos. Estadísticamente, no es una muestra significativa -añadió
irritada- ¡y no puedo decidir qué debo hacer! -Y en su enojo, recogió Li.n
martillo que estaba a sus pies y lo arrojó contra una Cabeza de Dígito cercana,
arrancando una diminuta astilla de piedra de su rostro.

-¡Viva el ganador del concurso! -gritó Dipso, babeando sobre el pecho


y avanzando hacia la reina-. ¡Y viva mi novia~

36
Las asombrosas Cabezas de Dígito

Ignoramos cómo perecieron estos dos últimos habitantes de la isla de


Pascua. Sólo podemos especular. Tal vez sí se casaron, pero se ha sabido que
el consumo de leche de coco fermentada inhibe la virilidad. Es posible que
esto explique la extinción de la raza.

O pudiese ser el límite estadísticamente probado de la natación "de a


perrito", la cual se ha demostrado que falla después de periodos prolongados,
incluso en el caso de una reina. Y hasta donde sabemos ningún autobús se
detiene en la isla de Pascua, ni en dirección al cielo, ni hacia ninguna otra
parte.

Simplemente no hay datos

*
* *
-¿No hay datos? -preguntó la voz desde el oscuro trono. Era la primera vez
que hablaba durante toda la lectura-. Tal vez esa sea la respuesta -bufó-.
¿No lo ves, bodoque?

El prisionero número dos empezó a calcular la probabilidad de ascender


a la tierra de nuevo, de salvarse él y sus colegas de una eternidad en el
infierno. Los números no eran alentadores. Mientras continuaba sus cuentas
en silencio, Satán respondió su propia pregunta.

-Los Cabezas de Dígito tenían todos los datos del mundo, y estaban a la
disposición inmediata de su encargada de la toma de decisiones. Sin embargo,
el resultado fue miles de estúpidas estatuas, una población que desapareció
y un final demasiado repugnante para imaginarlo, incluso para mí.

-¡Diablos -continuó el demonio- el borracho con su teatro ese de


adivinación espontánea tuvo más sentido que Microvisión y todos los ejecu-
tivos modernos que han seguido sus estúpidos pasos! ¡Cualquier líder que
espera escapar de la toma de decisiones al depender exclusivamente de datos
no es mejor que Dipso! La administración por números no supera al retozo
en lo boscoso -murmuró entre dientes-. Y es endiabladamente menos
divertida.
37
Las asombrosas Cabezas de Dígito

-Maravillosamente dicho -le dijo el prisionero-. Usted debe ser un


líder muy sabio.

-No abuses de tu suerte, devorador de números. Tal vez no sea sabio,


pero puedo detectar a un adulador ¡a un kilómetro de distancia!

Se ordenó que saliera el prisionero número dos y que enviara el siguiente


ejecutivo. Mientras el prisionero se escabullía de puntillas hacia la salida,
oyó al demonio ordenar a su asistente: -Tráeme una jarra de leche de coco
fermentada. Y algunas bailarinas. ¡Ahora mismo!

38
_,

CAPÍTULO TRES

EL CAFE DEL
HUEVO DORADO
(Cómo el compromiso ahoga la innovación)

"De todas las palabras tristes de la lengua o pluma, las más


tristes son éstas: ¡Podría haber sido!"

-John Greenleaf Whittier, "Las palabras más tristes"

Cuando se sujetó a la prisionera número tres al abrasador escritorio de acero


asignado, la breve nota garabateada sobre el block amarillo de tamaño legal;
fustigó su conciencia como un látigo de nueve puntas. Había pasado casi una
década, pero el recuerdo y la memoria aún persistían. Esta prisionera había
sido directora de un gigantesco conglomerado de alimentos.

Ella se había hecho de un nombre y había progresado en su carrera


recortando no kilos, sino gramos de las raciones de comida rápida. Rebanó
segundos a los tiempos de cocción, untando la calidad en una capa tan
delgada corno mayonesa en un bollo con ajonjolí. La prisionera número tres
exprimía utilidades de las operaciones de servicio de alimentos como si la
conzpaFzfa fuese una gigantesca botella con salsa catsup. Si hubiera sido
cantinera, se la habría acusado con toda justicia de echar agua al bourbon.
En cambio,fonnulaba rellenos, emulsiones y empaques que hacían que lo que
era barato y rápido se viera saludable y suculento.

La prisionera había enterrado este proyecto particular, lo había ocultado


entre los archivos de la corporación. Había esperado que se olvidara. Si nadie
mencionaba su nombre nunca, tanto mejor. Pero ahí estaba, garabateado

41
El café del Huevo Dorado

sobre el block. El asistente del demonio sabía cómo lastimar, cómo reabrir
las viejas heridas. En la parte superior del block, la prisionera número tres
leyó, "El café del huevo dorado".

lvfientras la magnate de la comida rápida permanecía de pie frente al trono


de juez del diablo, sintió sus ojos a través de la cortina. Se percató de esa
antigua y familiar sensación, incluso aquí, en el infierno. Pero estaba
acostumbrada a sobresalir acostumbrada a sus sorpresas y a sus sospechas.
En su primer comentario, Satán confirmó ambas.

-Creí que todos eran hombres -señaló el diablo.

-También ellos -le dijo ella-. Todos lo creen.

En eso, sucedió algo totalmente inesperado. De repente, de la nada,


surgió un eructo nauseabundo. Y, más sorprendentemente aún, se elevó en el
aire un recipiente de cartón, voló por encima de la cortina, rebotó en el azufre
y cayó a los pies de la prisionera. El diablo había estado comiendo pollo para
llevar.

La prisionera se sobresaltó tanto que habló sin pensar. -No sabía que
entregaban aquí -suspiró sorprendida.

-Tienen una endemoniada penetración del mercado -respondió una voz


profanda desde detrás de la cortina-. Harán cualquier cosa por un dólar.

La prisionera número tres guardó silencio, en espera de que se le dictara


sentencia sin leer siquiera su historia, sabiendo con certeza que sus pecados
eran imperdonables. Pero parecía que Satán se estaba moviendo. La cortina
se agitó crujiente y por debajo, apareció una mano.

La prisionera esperaba que el demonio tuviese piel escamosa, de anfibio,


o al menos unas garras de hierro o huesos empapados en sangre. Sin
embargo, la mano era casi humana. Un poco quemada, pero eso era de
esperarse. Lo que no se esperaba era lo que apretaba la mano. Un hueso de
pollo, un hueso de la suerte.

42
El café del Huevo Dorado

-Adelante -la apremió el demonio, moviendo el hueso para atraer la


atención de la prisionera-. Jala. ¡Arriésgate!

El temor congeló a la prisionera, anclada a la piedra, inmóvil y en


silencio. El diablo se rió.

-Eso es, ¿verdad?

-¿Es qué, señor crujiente?

-Ese es tu rasgo fatal, hacedora de fortunas con comida rápida. No estás


dispuesta a correr ninguna clase de riesgo.

-No me agradan los juegos, su nefanda alteza. Prefiero conocer las


consecuencias, y los resultados predecibles son más manejables.

-Lo sé, lo sé. Y por ello que el hueso de pollo es una prueba idónea para
ti. Aquí en el infierno tenemos un dicho. Decimos que una buena idea nunca
muere de un solo golpe. En cambio, sufre una muerte lenta y por descuido.
La innovación nunca es ejecutada muere picoteada por gallinas.

-¿Has oído hablar de la prudencia temeraria? -preguntó el gran


inquisidor.

-No, señor. Suena como una contradicción. ¿Cómo puede ser temeraria
la prudencia?

-¿Ya te olvidaste del café del Huevo Dorado, cobarde? ¿No has
aprendido nada en las últimas dos semanas?

-Sí señor; quiero decir, no, señor ... Lo que quiero decir ...

-¡La innovación es el punto central aquí! -dijo el demonio- ¡no la


equivocación!

-¿Debo leer mi cuento, entonces?

-Por supuesto -respondió el demonio-, por una vez en tu miserable vida


¡atrévete!

43
El café del Huevo JJorado

-Debo explicarle primero que los acontecimientos históricos que condu-


jeron a este relato son reales. Intervino una CIA nzisteriosa, una fiebre del
oro, una tendencia hacia los alimentos naturales. Y desde luego, participaron
gallinas. Miles de gallinas.

--¡"Basta de advertencias y aclaraciones, mujer! ¡Cuenta la historia!

L a CIA fue el detonador de este drama cuando decidió entrenar a soldados


tibetanos. "La Compañía" deseaba que los montañeses se rebelaran contra los
chinos comunistas, e invitaron a los líderes separatistas a que enviaran tropas
para que se entrenaran en Estados U nidos. Pero el asunto tenía que
permanecer secreto. El enemigo no debía descubrir que Estados Unidos
estaba entrenando rebeldes para que atacaran y, en este caso, el enemigo era
doble: los chinos y el público estadounidense. Era necesario un escondite en
las montañas.

Se encontró uno en un campo del ejército abandonado en lo alto de las


montañas de Colorado. Aviones de carga llenos de montañeses tibetanos,
víctimas de choque cultural, aterrizaron en el campo Petersen, una base de
la fuerza aérea cerca de Colorado Springs. Autobuses con las ventanillas
cubiertas para evitar que los detectaran, fueron introducidos furtivamente al
campo y cargados. El viaje, y esta historia, empezó en la noche.

Se dirigieron hacia el oeste, y hacia lo alto de las montañas. Jeeps y


camiones con abastecimientos, provenientes del cercano Fuerte Carson, se
unieron al convoy, los faros con sólo un resquicio de luz y sus soldados
estadounidenses preguntándose qué demonios estaba pasando.

Este acoplamiento clandestino ascendió hasta el aire delgado de las alturas.


Eludiendo los caminos principales, se deslizaron a lo largo de estrechas
salientes y pasaron por pequeños pueblos olvidados aferrándose a los bordes
de las montañas Rocosas. Con las ventanillas empañadas, los viajeros se
pusieron las chaquetas. Cada vez hacía más frío, y la oscuridad y el silencio ,~

eran más profundos.

44
El café del Huevo Dorado

Se adentraron lentamente por los bosques nacionales, hasta Buena Vista,


pasaron por Granite, Leadville y después Stringtown y Red Cliff. El aire y
los habitantes escaseaban a cada kilómetro. El convoy dio vuelta en un camino
de tierra y entraron al Campo Hale, el emplazamiento secreto para entrena-
miento en la montaña. Secreto desde la Segunda Guerra Mundial. Esta noche,
volvería a la vida.

Mientras policías militares agitaban las manos para guiar a los camiones
y autobuses a través de un acceso para ganado, el soldado primero, Billy
Goetz, sacudió la cabeza para despertarse. Hacía seis meses que era soldado
y sabía cómo echarse una siesta cuando podía. Estaba vigilando el eorredor
del campo. Billy era cocinero. Era oriundo de Pueblo y sus compañeros del
ejército le llamaban mestizo.

Eso se debía a que el padre de Billy era anglosajón y la madre hispana.


Había cursado hasta el segundo grado de secundaria y nada, absolutamente
nada más. Cuando se le reclutó, recibió su primer par de botas, el primer
examen dental, el primer juego de ropa interior nuevo -recién salido de la
caja-. Ahora le estaba dando el primer vistazo a personas del otro lado del
mundo. El mestizo examinando a los mongoles. Los descendientes de Genghis
Khan ante el descendiente de Hernán Cortés, en el aire gélido de las montañas
excavadas. ¡Jesús, vaya que hacía frío!

Los tibetanos estaban hambrientos, así que Billy se puso a trabajar. Para
la hora en que terminó el primer desayuno, Billy descubrió muchas cosas
acerca de estos extraños hombres. Llevaban puestos sombreros de Mickey
Mouse con grandes orejeras colgantes y ostentaban enormes bigotes con las
puntas hacia abajo. Y no les gustaba la comida del ejército. Gruñían mucho
y escupieron el "rancho" que les había preparado, en la tierra plana rodeada
por altas montañas.

El campo Hale está aislado totalmente. Las señales de radio no llegan. Los
hombres no quieren llegar. Con montañas por los cuatro lados, era un
escondite perfecto. Empezó el entrenamiento y Billy experimentó con las

45
El café del Huevo Dorado

raciones, tratando de complacer a los malhumorados soldados de los Hima-


layas. Era una tarea difícil.

No obstante, en el transcurso de las semanas, entendió algunas palabras


de su idioma y llegaron los intérpretes. Y uno de los alimentos que comían
era de fácil preparación: huevos. Los cocía, los revolvía, los freía y los
preparaba como ningún manual del ejército lo había especificado jamás. Por
último, los hizo como los cocinaba su mamá, y los tibetanos se los comieron
de esa forma -y sólo de esa forma.

Los tibetanos los llamaban "pájaro en un nido", pero para Billy no era más
que un huevo frito colocado en el centro de una pieza de pan. Haz un hueco,
vacía ahí el huevo, déjalo freír. Voltéalo, sírveselos y obsérvalos sonreír.

Los tibetanos hablaron con él acerca de las mantequillas especiales que


usaban, mantequilla de cabras y vacas criadas en las cordilleras del Tíbet, en
las nubes frías y limpias. Y hablaron de los pollos que criaban y los alimentos
que les administraban y los que no. Billy copió la receta en la medida en que
se lo permitían sus provisiones. Le decían que estaban bien, pero que habían
comido mejores.

En cuatro meses, los tibetanos estaban de regreso en los autobuses con las
ventanillas tapadas y rodando hacia el aeropuerto de nuevo. Mientras habían
estado practicando el descenso con cuerdas, las caminatas y el campismo en
las Rocosas en el invierno, algún burócrata en Washington se atemorizó un
poco con este asunto. Se cancelaba el trato. Billy dijo adiós, terminó su
servicio y salió con rumbo a Pueblo con sus zapatos del ejército.

Viajando de "aventón" desde la puerta sur del fuerte Carson, llegó a unos
cuantos kilómetros de Fountain, población de 4000 habitantes. Ahí se
embriagó y gastó el dinero que recibió con la baja, en un antro llamado
Roundup Saloon. Trabajó dos días ahí, lavando platos, para reunir el costo
del billete del autobús hasta Pueblo. En eso, el cocinero se enfermó y Billy
fue a dar a la parrilla. Nunca llegó a Pueblo. Permaneció en el Roundup, atado
a un empleo temporal, durante veinticuatro años.

46
1
El café del Huevo Dorado

Inesperadamente, llegó su época dorada. El oro de África del Sur estaba


al alza porque los británicos estaban a la baja, en las Malvinas, combatiendo
contra Argentina. En Colorado y otros estados mineros surgió un miniauge.
Billy conoció a un hombre en el camino a Leadville, justo en las afueras del
campo Hale. Tenía algún dinero, quería abrir un restaurante para los mineros,
y necesitaba a Billy. Billy tiró la espátula en una hornilla grasienta y
emprendió la marcha.

Ahí se encontró en su elemento. Mineros hambrientos y un cocinero que


prepara huevos en un santiamén siempre son una combinación explosiva.
Abrió el Café el Huevo Dorado, donde se vendía cerveza y "pájaros en un
nido" y, prácticamente, tuvieron un éxito rotundo. Leadville estaba en su
apogeo, debido a los metales preciosos, y Billy Goat, como lo llamaban, tenía
su propia mina de oro.

Pero según se desarrollaron los acontecimientos, el auge fue efímero y


después de un año más o menos, los únicos que se sentaban a las mesas de Billy
eran los ocasionales cazadores de alces, hippies buscando la iluminación
en una montaña de las Rocosas, y turistas y periodistas que se extraviaban en
busca de los lugares de moda, como Telluride o Aspen. Leadville no aparecía
en sus mapas. Billy Goat se quedó casi sin recursos y muy cerca de la quiebra.

Los camioneros lo mantuvieron a flote, los que acarreaban piedra y los que
transportaban maíz y cebada a la fábrica de cerveza Coors en Golden. Con
el propósito de reducir costos, Billy empezó a criar gallinas y obtenía la
mantequilla de un extraño grupo de granjeros naturistas en la planicie, muy
cerca de la línea divisoria. Criaban al ganado sin hormonas o antibióticos,
dejando que se alimentaran en los pastizales y vendían los productos a un
precio un poco más alto de su valor nominal en el mercado del este del país,
un mercado preocupado por la salud. La mantequilla era buena, puesto que
provenía de vacas alimentadas con pasto, pero el ejército no la habría
aprobado.

Una tarde, Biily estaba lanzando maíz a sus gallinas en el patio, cuando
un camionero rechinó ios frenos de aire y se convirtió en un factor decisivo

47
El café del Huevo Dorado

en la vida de Billy. El sujeto quería una cerveza. Entablaron una conversa-


ción.

-¿Qué es esa mierda que se sale por la parte posterior de tu remolque?


-preguntó Billy.

-Es malta remojada, supongo. Acabo de recoger una carga en Coors. Son
los residuos de la fabricación de cerveza.

-Pues me está ensuciando el corral -dijo Billy.

-Sí -suspiró el camionero-, pero fíjate en los pollos. ¡Se la están


comiendo con gran entusiasmo!

Y en efecto. Los pollos se peleaban por ella, se picaban las plumas unos
a otros en sus intentos por engullir tanto derrame como pudiesen.

-¿Crees que podrías detenerte aquí con frecuencia? -le preguntó Billy
al camionero.

-¿Qué te parece una vez a la semana?

-Suena bien.

Y lo fue sin duda, ya que los pollos recibían alimentos gratis y los costos
de Billy bajaron una o dos muescas más. En eso, apareció la reportera.

Billy ya había visto tipos similares antes, ataviados con botas de excursio-
nistas, chalecos rellenos con plumas y mochilas de nilón marca Lands' End.
Había estado haciendo un reportaje sobre el estilo de vida en Telluride. Quería
añadirle cierto colorido local y se extravió en el camino hacia Leadville.
Estaba ansiosa por salir de ahí, pero tenía hambre y le faltaban varias horas
para llegar a Denver. Se le sirvió un pájaro en un nido. Gallinas alimentadas
con malta y ganado magro que comía pasto y le encantó.

-¡Esto es totalmente increíble! -le dijo a Billy mientras le daba la.


cuenta-. ¿Dónde aprendió a cocinar así?

48
1
.'

El café del Huevo Dorado

Billy pensó en decirle que en el ejército, o en el Roundup Saloon, pero


ninguno sonaba lo suficientemente impresionante. Así que se rascó la
escuálida barba de chivo y respondió, -En el Tíbet, hace muchos años.

-¡Sagrado karma! -exclamó-. ¿El Tíbet? ¿La tierra santa, el lugar


puro, el Horizonte Perdido, el Tíbet, donde el promedio de vida es de 120
años?

-La tierra de mantequilla de mongoles -gorjeó Billy, disfrutando la


conversación- y gallinas que se desviven por una segunda ración.

El reportaje se trasmitió esa noche por módem desde Denver. En dos


semanas, Telluride se trasladó a Leadville, al Café del Huevo Dorado. ¡Billy
Goat estaba de moda! A todo el mundo le encantaba este "pájaro en un nido"
y las tendencias en vigor que lo respaldaban. Personas con preferencia por los
productos naturales, gente que rechazaba la comida con grasa, personas en
busca de la longevidad, gente con convicciones anticomunistas o religiosas y
personas con dinero e influencia. No pasó mucho tiempo antes de que
aparecieran los expertos en cuestiones legales.

Rápidamente se llegó a un acuerdo. Billy Goat sería presidente, las


franquicias se extenderían de costa a costa, ¡la montaña de dinero ganado sería
más alta que el Pico Pike! ¡Olvídense del coronel Sanders, gritaban entusias-
mados, nosotros tenemos al soldado Billy! ¡Olvídense de las Big Macs,
blasfemaban, nosotros tenemos SOS: shit-on-a-shingle!*

Billy insistió en dos puntos: él usaría el nombre "Billy Goat de Leadville",


y controlaría la receta. Tú mandas, le dijeron. ¡Tú eres la gallina que pone
los huevos de oro! Todos rieron, encendieron puros y empezaron a hablar
acerca de camisetas con el nombre de Billy Goat, muñecas móviles y de
contratar al Dalai Lama para anuncios de 30 segundos en la televisión.

*En el lenguaje del cuartel, carne con salsa cremosa sobre una tostada, (N. de la T.)

49
El café del Huevo Dorado

Antes de que se diera cuenta, Billy estaba hablando por teléfono con su
representa:ite en Chicago. Había un probiema con el nombre, "Billy Goat de
Leadville".

-¿Has visto las repeticiones de Saturday Night Live*? -le preguntó a


Billy.

-De vez en cuando. ¿Por qué?

-¿Has visto esas parodias donde Belushi y Akroyd están en un restaurante


de hamburguesas y los cocineros se la pasan diciendo, "hamburguesa con
queso, hamburguesa con queso, no papas a la francesa, -papas fritas, no
Coca- Pepsi?

-Sí, era gracioso. ¿Y qué?

-Pues está basado en un café aquí en Chicago, un café de verdad. El lugar


se llama The Billy Goat. No necesitamos pleitos legales, amigo, y menos en
esta etapa. No queremos asustar a los inversionistas. De ningún modo.

Billy estuvo de acuerdo. Enseguida llegó el informe de mercadotecnia.


Resultó que Leadville era un obstáculo, un punto definitivamente negativo.
"En una época en que las personas le tienen fobia al plomq** -plomo en la
pintura, plomo en la gasolina, plomo en las tuberías de agua- no podríamos
venderle Leadville a condenados a muerte, y mucho menos al consumidor
dinámico, consciente de la importancia de la salud".

Por consiguiente, le llamaron "Café Huevo Dorado del Soldado Billy" e


hicieron que los trabajadores usaran uniformes tipo recluta y le dijeron a Billy
que ya no se pusiera sus nuevas botas de piel de víbora que había comprado
con descuento. Debía aparecer con zapatos del ejército -esa era la imagen
que querían-. Así era como querían posicionarlo. Billy tuvo que atarse esos
instrumentos de tortura, baratos con suela parecida al cartón, propios de una
prisión y empezó a desear estar de vuelta en el campo Hale.

*Programa de comedia semanai en ia TV estadounidense. (N. del R. T.)


**Lead significa plomo. (N. de la T.)

50
El café del Huevo Dorado

Después tuvieron dificultades para disminuir el tiempo de preparación.


Para que el negocio redituara utilidades, el alimento tenía que estar listo en
un promedio de 13 segundos desde la entrada de la orden hasta la entrega al
cliente. Si bien los adolescentes en uniforme de reclutas ponían todo su
empeño, no podían mejorar su promedio de 20 segundos por "pájaro en un
nido". Se convocó a una junta de directivos.

-Me gusta su corbata -dijo un sujeto de la avenida Madison cuando Billy


entró a la sala de conferencias-. ¡Parece fabricada por extrusión! -Todos
se rieron, tratando de aliviar la tensión. De pronto, un ingeniero industrial
levantó la mano y dijo-, ¡Eso es! ¡Podemos producir por extrusión!

El especialista en procesos tomó un vuelo nocturno a Charlotte, Carolina


del Norte, a la fábrica donde se extruía tubería para drenaje de plástico PVC,
y volvió con un arreglo que provocó una mueca en los expertos en alimentos.
-Rentamos una hilera de trescientos metros, y en vez de fabricar PVC, la
convertimos para que produzca pájaros en un nido. Después llenamos las
tolvas con yemas de huevo, claras y harina. Tenemos una tubería dentro de
una tubería dentro de una tubería. La tubería uno arrastra las yemas, la tubería
dos, las claras y la tubería tres la masa para el nido. ¡Estos amigos me dicen
que podemos extruir doce metros por minuto! ¡La materia prima pasa por agua
caliente y después por agua fría y se cuaja en un tubo sin fin!

A continuación sacó una muestra del producto, un gran cilindro gelatino-


so, poco firme y dejó que se deslizara por la mesa. Con un cuchillo que sacó
del portafolio, rebanó del extremo un disco de 1.5 cm de grueso. -¡Voila!
-exclamó-, ¡un interminable pájaro en un nido! ¡Y observen la consistencia!
Todas las rebanadas son exactamente iguales. -Billy recordó a los tibetanos
maravillados ante su versión real, quienes afirmaban que el centro dorado
rodeado por una corona bronceada les evocaba el recuerdo de los crepúsculos
tibetanos, cada uno igual, pero todos diferentes.

Convencidos, aceptaron la opción de la tubería. El producto se volvía


pegajoso, así que añadieron una tolva con caolín, y después le inyectaron

51
_¿

El café del EJuern Dorado

resina de madera para darle consistencia, y piedra caliza para rellenar y


hacerlo atractivo para el mercado de las mujeres que necesitan calcio.

-El vínculo con la cerveza es mortal -afirmó una mujer al informar sobre
los resultados de pruebas de mercado-. En una época en que tenemos caídas
en las ventas de alcohol, en que todo aquel que es alguien está en contra de
conducir en estado de ebriedad y hay etiquetas de advertencia en todos los
envases de cerveza, ¿realmente podemos ofrecer un producto cuya materia
prima proviene de gallinas embriagadas?

¿Quién podía discutir con ella? Se empezó a alimentar a las aves con
gránulos de esto o aquello.

Poco después, descubrieron que los japoneses alimentaban sus gallinas con
alimentos derivados de peces y cambiaron a éstos. Como resultado, los huevos
sabían a carpa y las yemas adquirieron un tono casi blanco. Pero a ninguno
le importaba, era más barato. Además, los japoneses lo hacían, así que tenía
que ser una medida brillante.

Cuando se enteraron de que los granjeros que producían ganado libre de


drogas sólo podían abastecerlos con la décima parte de la mantequilla que
necesitaban, recurrieron a sustitutos. Primero margarina, después aceite
vegetal hidrogenado, después aceite de palma congelado porque tenía un
punto de encendido más bajo y mayor viscosidad -las características clave
de la fabricación-. También lubricaba el proceso de extrusión; con eso
hubiese sido suficiente.

Billy permanecía observando todas estas maniobras, impotente para


detenerlas. Claro, se quejaba de que cada modificación estaba arruinando la
idea original, pero lo ignoraban. -Tú eres la gallina de los huevos de oro
-le decían- pero nosotros somos los expertos en extrusión o nosotros somos
los expertos en viscosidad, o los expertos en tiempos y movimientos o
expertos en emulsionantes o analistas de estilo de vida.

Al poco tíempo, Billy perdió la pista de qué era exactamente lo que iban
a producir y vender. Un simple huevo en una rebanada de pan tostado se

52
El café del Huevo Domdo

convirtió en una imitación de PVC, un tubo de extrusión gelatinosa en


rebanadas enanas, hidrogenadas, con olor a carpa, viscosas, con punto de
encendido bajo, de calidad controlada. Se sentaba en las salas de conferencia
con los pies en zapatos del ejército debajo de la mesa: la gallina que extruía
un cilindro continuo, sin fin y consistente de sustancia pringosa.

El primer restaurante se inauguró con gran fanfarria y un montón de


dólares en promoción. Desde luego, no pudieron conseguir al Dalai Lama
para los anuncios en televisión, por lo que decidieron contratar a un sujeto que
una vez había representado a un guía sherpa en un comercial de American
Express. En realidad era de Pueblo. Billy lo conoció en la secundaria.

Y cuando todo terminó, el sujeto que no era tibetano, y que había


representado a un guía en la televisión, obtuvo más del negocio que Billy
Goetz. Este hombre tenía un representante y recibió su dinero por adelantado.
Billy estaba por comisión. Excepto por lo que había gastado en las botas de
piel de víbora que no le dejaban usar, no percibió un solo centavo. En
apariencia, al público estadounidense no le atrajeron esas plastas de sustancia
viscosa de pez, parecidas a un frisbee, frías, palpitantes, pálidas, gomosas,
sobre un bollo con semillas de ajonjolí.

Billy volvió a tener la sensación de ser un cachorro de perro callejero


mientras pedía un "aventón" desde Leadville hasta la base de las montañas.
No tenía ni diez centavos y estaba lloviendo sobre sus zapatos del ejército.
Consiguió que lo llevaran a la fuente de su juventud y permaneció de pie en
el exterior del RoundUp durante unos cuantos momentos, preguntándose si
debía entrar. Estaba pensando en la CIA, los autobuses con las ventanillas
cubiertas, los fuertes aunque extraños hombres de las montañas, la fiebre del
oro, el camión de Golden, la gallina de los huevos de oro, la sustancia grasosa.

La puerta de tela metálica se cerró detrás del aspirante a innovador, el


chico pobre dispuesto a arriesgarlo todo, usado y desechado por los ricos
dispuestos a no arriesgar nada. Billy deambuló hacia la oscuridad y el
estruendo. Acabado. Engullido. Muerto a picotazos por gallinas.

53
El café del Huevo Dorado

*
* *
La prisionera número tres terminó su lectura, levantó los ojos del block y rniró
alrededor de la sombría caverna. El demonio estaba en silencio, o tal vez se
había ido a la mitad de la historia. Como era característico de ella, la pri-
sionera número tres empezó a preocuparse.

En eso, percibió un movimiento por el rabillo del ojo. Algo se movía bajo
la cortina. Un hueso de la suerte de nuevo. El diablo lo agitaba sugestivamen-
te, ofreciendo otra oportunidad. La prisionera decidió arriesgarse.

Reprimió su temor mientras se acercaba al hueso, oliendo el aliento del


demonio mismo. Emitía el calor y el hedor de un tubo de escape de diese!. No
obstante, la prisionera hizo acopio de su escaso valor, se puso de rodillas y,
como relámpago, agarró el grasoso hueso y tiró de él con toda su fuerza. El
hueso se rompió.

-¿Ganaste o perdiste? -preguntó el demonio invisible.

-No sé. No recuerdo, su alteza, si pierde el que tiene el segmento largo


o el corto.

-¡Ninguno!

-¿Qué?

-¡No importa si tienes el extremo largo o el corto, tonta! ¡El perdedor es


aquel que nunca rompe el hueso!

-¿Se refiere al que apuesta a lo seguro? -preguntó la prisionera número


tres, empezando a ver el vinculo entre la historia y el juego del diablo con el
hueso de la suerte.

-Prudencia temeraria -respondió el demonio-. La posición más peli-


grosa es el no tomar posición. En los negocios. el riesgo mayor reside en no
arriesgarse en absoluto.

54
El café del Huevo Dorado

-¿Es esa la lección de innovación? -preguntó la prisionera.

-Mira a tu alrededor -dijo Satán-. ¿Qué ves?

-Fuego -contestó la ejecutiva- y vapor y humo. Y huelo un azre


insoportable y oigo gritos de dolor y angustia.

-Es una escena interminable e invariable. Nunca es nueva, nunca


mejora. Todo lo que ves aquífae descrito por Milton o Dante hace siglos. No
tenemos innovación en el infierno.

La prisionera número tres escuchaba y consideraba. Satán continuó.

-No tenemos innovación en el infierno porque no tenemos innovadores.


Aquí no encontrarás a nadie como Billy Goetz.

-¿No hay innovadores? ¿Por qué?

-¡Porque el tiempo que les correspondía pasar en el infierno, lo están


purgando en la tierra! ¡Tratando de mejorar! ¡Tratándo de jugársela!
¡Tratando de que se arriesguen los cobardes como tú!

La prisionera se estremeció y empezó a sentirse presa del pánico.

-¿Significa eso que perdí? ¿Significa que no escaparé del infierno


administrativo?

-¡Fuera de aquí, mujer! -llegó el veredicto desde atrás de la cortina-


con más rapidez que un Huevo McMuffin. La historia no tenía nada que ver
con ello. Fue la prueba del hueso de la suerte. Lo intentaste. Por lo tanto,
ganas. Ahora vete -ordenó el demonio- y por cierto ...

-¿Sí señor?

-Dile a mi asistente que me envíe ensalada de col y unas cuantas


servilletas. ¡Tengo los dedos llenos de grasa!

55
i
CAPÍTULO CUATRO

LA CARRERA DE CARROS /

DE CALlGULA
(La calidad desafía al fraude)

"La competitividad, que es el instinto del egoísmo, es otra


palabra para la disipación de energía, mientras que la
combinación es el secreto de la producción eficiente".

-Edward Bella.."'Ily, Looking Bachvard

Reflecto escoltaba al cuarto prisionero rumbo a una estrecha caverna a su cita


con Satán cuando tres acólitos agitados corrieron hasta él y le bloqueron el
paso.

-¡Los lagos de magma están peligrosamente bajos! -exclamó uno de


ellos-. ¡Las bombas están gastadas y los pecadores que las manejan están
cayendo como moscas!

-Pon más trabajadores en las bombas -sugirió Reflecto- ¡y usa los


látigos!

-¡Pero si ya están trabajando tiempo extra!

-Organiza un turno nocturno. Toma algunos pecadores del equzpo


asignado a los fuelles y opéralo con una cuadrilla mfnima -le dijo Reflecto,
sabiendo perfectamente que estas medidas provisionales no resolver[an el
problema durante mucho tiempo. Después susurró al prisionero-: Estamos
operando este negocio con un mfnimo de recursos. ¡El viejo es tacaño como
el demonio!

57
La carrera de carros de Calígula

Un segundo asistente agitaba un listado de computadora, su rostro


enrojecido y con arrugas de preocupación. -Informe de los representantes
en campo -empezó, después de arrinconar a su superior en el túnel-. ¡Se
están quedando sin fondos allá arriba y amenazan con huelga!

Reflecto se obligó a sonreír. -¡Esos equipos de tentación realmente son


capaces de acumular cada cuenta de gastos!

-La inflación -exclamó el asistente-. En estos días es más difícil


alimentar la codicia.

-Diles que este mes se centren en el sexo o en la pereza -le contestó


Reflecto- o la glotonería. Diles que dejen de tratar de competir con Wall
Street. ¡Esos sujetos están fuera de nuestra liga!

El tercer informante sostenía una serie de planos. -La tubería de vapor


se está deteriorando -le dijo a Reflecto, agitando los dibujos como eviden-
cia-. Necesitamos cambiar cuanto antes las válvulas defectuosas.

-Esa reparación no está en el presupuesto -respondió Reflecto-.


Satanás nos tiene bajo un plan de austeridad, torpe. Deja que chorreen otra
semana más.

Cuando se alejaron los tres demonios disgustados, Reflecto se volvió hacia


su prisionero. -¿Te das cuenta de lo que tengo que aguantar aquí? -le
preguntó-. ¡Estoy harto! ¡Satán es tan agarrado con el dinero! Exprime a
nuestros proveedores, estafa a los subcontratistas, defrauda a nuestros
representantes en campo. -Después se llevó la mano a la boca y murmu-
ró-. Te ruego que guardes discreción, pero ya estoy buscando otro empleo.
lv!i currículurn ya está circulando.

Cuando estaba terminando este último comentario, estalló una tubería de


vapor que corría a lo largo del pasillo y disparó una descarga de líquido
supercandente sobre un lado de Reflecto, quien saltó y dio un alarido de dolor,
al tiempo que se frotaba el antebrazo. El vapor había encontrado una pequeFia
rasgadura en ía manga, quernándole el brazo antes de que pudiese apartarse.

58
La carrera de carros de Calígula

-¡Malditos trajes baratos! -exclamó-. Mira esta tela. El viejo insiste en


comprarlos al proveedor que ofrece el precio más bajo.

El prisionero número cuatro permaneció callado, aun cuando entendió la


frustración de Reflecto y empatfa con su predicamento. Lo había visto antes.
Diablos, lo había vivido. Al encontrarse por fin frente al demonio le diría al
viejo piel de yesca todo lo que se merecía.

-¿El tema de tu historia? -preguntó Satán, impaciente ante el retraso


para traerle al prisionero.

-La antigua Roma -respondió el prisionero-. Control de costos,


administración de proveedores, calidad.

-Suena bastante tedioso. Ya conozco todo sobre eso.

-¿Qué tal si lo condimento con un poco de codicia, glotonería, engaño,


robo, perversión, asesinato, falsedad?¿ Tal vez incluso con un poco de sangre
y fantasmas?

-¡Ahora sí tienes mi atención! -chilló Satán, incapaz de contener su


júbilo-. Suena como un programa de concursos en el infierno.

-Semejante, su putrefacción. En realidad, ocurre en la antigua Roma,


pero los detalles gráficos continúan hasta estos días, ahí arriba, en mi mundo
de los negocios.

-Que empiecen los juegos -gritó el demonio-. ¡Y no escatimes la


violencia innecesaria!

Cayo Calígula estaba sin duda alguna demente. Creía que era un dios y,
para probarlo, practicó el incesto con sus tres hermanas, afirmando que
Júpiter había hecho lo mismo con su propia hermana Juno. No obstante su
perversidad y degeneración, el hombre era una auténtica celebridad. El
secreto de ía popularidad de Calígula entre los romanos consistía en que,

59
La carrera de carros de Calígula

como emperador, los divertía. Las fiestas de Ca lígula eran realmente


bestiales.

Derrochaba dinero a manos llenas en las masas, y nadie se interponía en


el camino de las grandes competencias de gladiadores que se celebraban en
el coliseo para su entretenimiento. Cuando se le informó del alto precio de la
carne cruda para sus animales de su circo, por ejemplo, ordenó que se usaran
a cambio criminales insignificantes. Formó a los acusados en fila y ordenó a
sus soldados, -Maten a los hombres que están entre ese señor de la cabeza
calva y aquel otro -ellos obedecieron.

Un día, Calígula presidía un sacrificio en el templo. Debía golpear


ceremoniosamente a una bestia con un mazo de madera. Por un capricho,
Calígula se volvió hacia el sacerdote que sostenía el animal y le pegó con el
mazo en el cráneo, dejándolo inconsciente. Calígula consideró que eso había
sido muy divertido. Y, desde luego, los demás sacerdotes estallaron en un
coro de risa nerviosa.

La posición de sacerdote en tiempos de Calígula era un tanto precaria.

La invitación a uno de sus banquetes era, asimismo, un honor bastante


dudoso. En una de esas fiestas, Calígula e'tiipezó a reírse sin causa aparente.
Cuando un cortesano le preguntó el motivo de su regocijo, Calígula anunció,
-Se me acaba de ocurrir que sólo tendría que inclinar la cabeza y les cortarían
la garganta a todos ustedes -a partir de esto, el alborozo disminuyó bastante.

A pesar de todos sus defectos, Calígula sabía organizar una endemoniada


carrera de carros, la más importante de las cuales ocurriría en la celebración
del nacimiento de su sexto hijo. La concubina (y hermana) del emperador,
estaba embarazada y se esperaba que diera a luz a un varón, o se la ejecutaría.
Huelga decir que el estrés imperaba en esa época.

Edsel, un antiguo general de Calígula, dirigía los talleres de los carros


imperiales. Había sido contratado por Calígula para abastecer a todas las
iegiones romanas, Edsel había amasado una fortuna con la fabricación de

60
1
La carrera de carros de Calígula

millares de carros de diseño y utilidad similares. Edsel compartía los


perversos aires de grandeza y gustos de Ca lígula, de ahí que elaborara grandes
carros adornados que requerían tiros de caballos fuertes para movilizarlos.

Los carros oficiales de Edsel también eran famosos por su inconfiabilidad,


ya que muchos fallaban a la mitad de la batalla, precipitando a sus conductores
a la muerte. Pero a Calígula le gustaba su ornato, los falsos frentes y las
ostentosas ruedas y ordenó que se fabricaran más. Edsel siguió prosperando.

Con el propósito de obtener la máxima utilidad de cada uno de esos carros,


Edsel ejercía una gran fuerza de negociación entre los ruederos, toneleros,
carpinteros y los que elaboraban los arneses. Con pedidos tan grandes,
amenazaba a todos los proveedores y los obligaba a pujar uno contra otro para
obtener su favor. Baja el precio, les decía, u olvídate del trabajo. Y cuando
un proveedor aceptaba esos términos tan miserables, los compradores de
Edsel se dirigían al siguiente y le decían, - Y a tenemos un precio. Pero el tuyo
tiene que ser más bajo -de esta forma, proveedores de todo el imperio hacían
concesiones con sus productos, y la guerra de precios entre ellos era tal que
ellos mismos temían viajar en los carros terminados.

Para evitar la miseria, los ruederos sustituían con suave latón el hierro en
el centro de las ruedas. Los artesanos de arneses usaban pieles de perros y
gatos callejeros en vez de becerros finos. Los carpinteros empezaron a omitir
un clavo de cada tres y a rogar que los compradores de Edsel no notaran la
ausencia. El engaño cundía por doquier.

Incluso los herreros a quienes se pagaba para ponerles las herraduras a los
caballos imperiales, optaron por pintar las pezuñas con una mezcla de
mercurio y negro de humo para dar la impresión de que tenían herraduras.
Los compradores de Edsel estaban tan ocupados con el precio que no
sospechaban nada. Los pocos que notaban las anomalías se mostraban
ambivalentes. -¿A quién le importa? -se preguntaban a sí mismos-. De
todos modos, los aurigas habrán muerto antes de que los caballos empiecen
a espumar del hocico.

61
La carrera de carros de Calfgula

Cuando Calígula estaba considerando la inminente carrera, llegó a Roma


un aliado, a la cabeza de un pequeño destacamento de soldados. Un mensajero
comunicó a Calígula el suceso, quien caminó hasta la plaza, donde el carro
del extranjero le llamó la atención de inmediato. Era diferente de los que
construía Edsel, más pequeño y de diseño discreto.

-¿Quién construyó este extraño vehículo? -preguntó Calígula. Y el


extranjero le respondió: -Es obra de un esclavo liberado de Galia. Un
hombre que sólo construye un número reducido y surte a los centuriones. Los
centuriones saben que un carro debe ser fuerte y confiable, o podrían tener
problemas graves en batalla.

Calígula examinó de nuevo el carro y ordenó en tono de burla: -Que


traigan a este fabricante a Roma y compita con su mejor carro contra Edsel
¡Veremos a quién favorece Júpiter!

Sus órdenes se cumplieron. Técnico, el esclavo liberado, llegó con los


proveedores y artesanos de su confianza. Al contrario de Edsel, quien
solicitaba ofertas de cientos de proveedores, Técnico era más selectivo, y sólo
contrataba a los mejores, asegurándoles empleo continuo.

Mientras Edsel se apegaba al lema, "Espera el precio mínimo del máximo


de oferentes", cuando negociaba la obtención de materiales y servicios,
Técnico invertía esa filosofía, proclamando, "Espera la máxima calidad del
mínimo de socios", pues Técnico consideraba a sus proveedores como socios;
incluso cenaba con ellos y compartían conocimientos entre sí. Edsel, por otra
parte, se burlaba y engañaba a sus proveedores.

Conforme se aproximaba el día de la carrera y ambos constructores


trabajaban en sus carros, Calígula empezó a tener sueños inquietantes. En
uno, vio al gran dios Júpiter ante él. Y Júpiter le dijo a Calígula, "Las leguas
serán el legado". Calígula quedó muy intrigado y a la mañana siguiente
consultó a un tembloroso oráculo.

-Es un mensaje directo -explicó el oráculo-. Con leguas, Júpiter se

62
1
La carrera de carros de Calígula

refiere a la distancia para la gran carrera de carros. Y con legado, indica el


número de hijos que tendrás ese día.

Una vez que conoció el significado, Calígula cambió la distancia de la


carrera. No obstante que la tradición señalaba cinco leguas, él proclamó que
la extensión en leguas sería igual al número de hijos que había engendrado.
Y los ciudadanos, sabedores del esperado nacimiento, empezaron a apostar
sobre el resultado del concurso de seis leguas. Calígula, convencido de su
victoria, apostó enormes flotas y tierras distantes en la competencia.

Edsel estaba en éxtasis. -Sé que mi carro recorrerá seis leguas -afir-
maba-, ya lo he visto hacerlo en una ocasión -además, dio instrucciones a
los caballerangos para que extendieran la vida del carro con adiciones
menores-: ¡Seis leguas es todo lo que necesito -dijo- y ni una más!

Sin embargo, Técnico permanecía impert~rbable. Y es que técnico había


conducido sus carros por cientos de leguas sin incidentes. Una legua más no
afectaría el resultado.

La mañana del gran día, mientras las multitudes de plebeyos y patricios


inundaban el coliseo, Calígula proclamó que al ganador se le otorgaría un
contrato para suministrar cinco mil carros al ejército imperial.

Edsel mismo condujo su majestuoso carro hasta el campo. Estaba todo


engalanado con aletas de peces y efigies de águilas y arneses de piel de perro,
y la multitud se puso de pie y lo aclamó. Después apareció Técnico, en un
vehículo de líneas puras, sencillo y sólido y la multitud contuvo el aliento.

Justo en ese momento, un mensajero corrió hasta Calígula con buenas


noticias, ya que parecía que la concubina de Calígula había dado a luz
gemelos. ¡Y ambos varones! Calígula, recordando la aparición de Júpiter y
la interpretación del oráculo, ordenó que se aumentara la distancia de la
carrera a siete leguas.

Edsel y Técnico colocaron sus carros en la línea de salida y Calígula se


dirigió hasta el gran gong, el cual haría sonar para que empezara el

63
La carrera de carros de Calígula

espectáculo. Mientras el emperador sostenía el mazo en lo alto, Edsel lo


saludó dándose un golpe en el pecho con el puño. Y Calígula, fiel a su
costumbre, no golpeó el gong, sino la cabeza del juez de salida, quien cayó
de rodillas. Con esta señal prearreglada, Edsel fustigó al tiro de caballos y
salió de estampida. Técnico, tomado por sorpresa, lo siguió a una distancia
de media legua.

En tanto que la multitud aclamaba, bebía y agitaba los brazos en una ola
gigantesca de emoción, Edsel mantuvo la delantera durante cuatro leguas. El
polvo se levantaba de la arena cuando los carros giraban en cada curva.

En eso, el animal de punta del tiro de Edsel rompió el yugo de piel de perro
y se separó de los demás, lo que ocasfonó que Edsel redujera un poco su
velocidad. Técnico ganó ventaja. De la rueda izquierda del carro de Edsel
salieron disparados tres rayos hacia la multitud, empalando a un vendedor de
vino y agitando a las masas. ¡Con sólo dos leguas por delante, Técnico se
emparejó con Edsel!

En la legua final, Edsel encontró su caída. Pues mientras corría lado a lado
con Técnico ante la plataforma imperial, la orilla de la rueda derecha salió
volando y una lluvia de clavos y latón barato roció el rostro de Edsel,
haciéndolo sangrar.

Luego, un león tallado se desprendió del frente del carro. Esto ocasionó
que tropezara su tiro de caballos; y en su caída, Edsel voló por encima de ellos
hasta la tierra. Técnico continuó sin ningún incidente y ganó claramente.

Calígula, quien había estado devorando enormes cantidades de vino y


pescado, sufrió de espasmos, le dio aplopejía y regurgitó. Se apretó el pecho,
gimiendo, mientras su rostro adquiría el color de uvas de primavera. Al ver
el giro de los acontecimientos, y al escuchar el rugido de aprobación para
Técnico proveniente de la multitud, el sacerdote del templo que había estado
atendiendo a Calígula levantó un mazo de madera y lo despachó al más allá.

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1
La carrera de carros de Calígula

*
* *
-Esa historia casi dio en el blanco -comentó Satán-. Tengo que reflexio-
naría un rato.

-¿Me puedo ir, entonces? -preguntó el prisionero.

-No te vayas todavía. Tengo unas cuantas preguntas. Primero, ¿Sabes


lo que significa "el más allá?"

-Infierno, hades, aquí. Éste es el más allá.

-Y -continuó el demonio-. ¿Crees en verdad que Calígula fue despa-


chado para acá?

-Sólo añadí esa frase. para darle un efecto dramático -afirmó el


prisionero-. Sólo fue un recurso en el argumento.

-Oh, no, no lo fue. Es verdad. -El demonio se estaba poniendo sombrío,


casi taciturno.

-Calígula lleva siglos aquí -confesó Satanás-. Ya tiene la planta y es


irremplazable, aunque circula un rumor de que ha presentado su currículum
en varias partes. Sin embargo, no nos referimos a él por su antiguo nombre.
Le llamamos Reflecto.

-¿Tu asistente? ¿El hombre con el traje plateado?

-El mismo. Un trabajador incansable y, no obstante, conserva un sentido


del humor deliciosamente perverso. ¿Alguna vez te has preguntado por qué
usa ese casco de soldador? Está cansado de que lo golpeen en la cabeza con
un mazo de rnadera.

No hubo respuesta. El prisionero, todavía atónito, no dijo nada. El


demonio tampoco habló. Afuera, de pie, escuchando a través de la puerta,
Reflecto notó el prolongado silencio y se inquietó. Con cautela, abrió la

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La carrera de carros de Calígula

*
* *
-Esa historia casi dio en el blanco -comentó Satán-. Tengo que reflexio-
narla un rato.

-¿Me puedo ir, entonces? -preguntó el prisionero.

-No te vayas todavía. Tengo unas cuantas preguntas. Primero, ¿Sabes


lo que significa "el más allá?"

-Infierno, hades, aquí. Éste es el más allá.

-Y -continuó el demonio-. ¿Crees en verdad que Calígula fue despa-


chado para acá?

-Sólo añadí esa frase para darle un efecto dramático -afirmó el


prisionero-. Sólo fue un recurso en el argumento.

-Oh, no, no lo fue. Es verdad. -El demonio se estaba poniendo sombrío,


casi taciturno.

-Calígula lleva siglos aquí -confesó Satanás-. Ya tiene la planta y es


irremplazable, aunque circula un rumor de que ha presentado su currículum
en varias partes. Sin embargo, no nos referimos a él por su antiguo nombre.
Le llamamos Reflecto.

-¿Tu asistente? ¿El hombre con el traje plateado?

-El mismo. Un trabajador incansable y, no obstante, conserva un sentido


del humor deliciosamente perverso. ¿Alguna vez te has preguntado por qué
usa ese casco de soldador? Está cansado de que lo golpeen en la cabeza con
un mazo de madera.

No hubo respuesta. El prisionero, todavía atónito, no dijo nada. El


demonio tampoco habló. Afuera, de pie, escuchando a través de la puerta,
Reflecto notó el prolongado silencio y se inquietó. Con cautela, abrió la

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La carrera de carros de Calígula

puerta y metió la cabeza en el aposento, todavía frotándose con la mano la


creciente hinchazón en su antebrazo.

-¿Está todo bien, señor? ¿Señor?

-Reflecto.

-Sí señor. A sus órdenes.

-Reflecto, tu traje se está viendo un poco andrajoso hombre. Pero estás


de suerte. Verás, me encuentro en un repentino estado de generosidad. Toma
unos cuantos dólares de la caja chica y cómprate uno nuevo. ¡Y quiero decir
que te lo gastes todo en un bonito traje! Aléjate del vino y el pescado, ¿me
oyes?

Reflecto maldijo entre dientes y tomó al cuarto prisionero por el brazo.


-Ven -masculló-. Vámonos mucho al diablo.

66
CAPÍTULO CINCO

EL CULTO PERDIDO
DEL CONSENSO
(Equipo de trabajo in extremis)

"¿ ... debe ocasionar que cualquier grupo de personas, ya sean


hombres libres o esclavos, se dividan en facciones, en conflicto
unas con otras e incapaces de cualquier acción conjunta?"

-La República, Platón

Tan pronto como el quinto prisionero entró al salón del trono del demonio,
de la oscuridad surgió una orden contundente. -Siéntate. ¡Ahí, en la banca!

El prisionero miró a su alrededor y la encontró, la única pieza de


mobiliario en el tenebroso aposento. Era austera, utilitaria, sin adornos y sin
seiiales de ofrecer alguna comodidad. Un diseño muy discreto, pensó el
prisionero, muy aceptable. Se sentó y esperó.

-He estado leyendo -dijo Satanás-, leyindo sobre las civilizaciones


perdidas y misterios del pasado. Y me he estado haciendo preguntas, también.

El prisionero número cinco se murió en el asiento de madera pulida,


preguntándose. ¿A dónde quería llegar la bestia?

-Me extraiia el hecho de que algunas civilizaciones florezcan en la tierra


y después desaparezcan sin dejar rastro alguno. ¿Qué sucedió con los
Anasazi, los nativos de los desiertos de Arizona? ¿O los o/mecas mexicanos,
los que construyeron grandes pirámides siglos antes de los aztecas o los
mayas?

69
El culto perdido del consenso

El prisionero número cinco era ejecutivo de recursos humanos, responsa-


ble espec0icnmente de la creación de equipos, sesiones de grupo y la creación
de consenso en una enorme corporación. Y no tenía la menor idea de lo que
el malvado estaba hablando. Decidió continuar escuchándolo.

-Aparte de unas cuantas macetas y algunas piedras talladas, no sabemos


nada de estos pueblos.

-Tampoco sé nada de ellos, príncipe oscuro. Yo estudio civilizaciones


modernas: equipos, grupos de trabajo, sesiones de grupo, cultura corpora-
tiva.

-¿Te gusta la banca sobre la que estás sentado?

El prisionero sacudió confundido su cabeza. El demonio iba demasiado


aprisa, saltando de un tema a otro. Sería difícil seguirle el paso. Por último,
asintió, sí. La banca era muy práctica.

-Es una banca Shaker, pobre experto en recursos humanos. Es toda


función y nada deforma. Puro uso, nada de arte. Sin adornos; ningún toque
personal, individual, en absoluto.

-Muy bonita -murmuró el ejecutivo en RH, deslizando la mano sobre las


sencillas tablas-. Pero se me dijo que usted quería oír sobre creación de
equipos y lograr consenso en el contexto de las corporaciones modernas.
¿Qué tiene que ver la banca o los antiguos y misteriosos aztecas con ello?

Satanás siseó con desdén. Aquí, pensó el depravado genio, está una
prueba viviente de la corrupción administrativa. Aquí está un especialista en
cultura corporativa sin conocimiento de otras culturas. La respuesta fue un
gruñido. -¡Los Shakers, torpe! Están perdidos también. ¿No sabes nada de
los Shakers?

-No, señor, debo confesar que no tengo ningún conocimiento ni opinión


sobre ellos.

El demonio reprimió su exasperación y emprendió, con aire de superio-

70
El culto perdido del consenso

ridad, una arrogante explicación, muy semejante a la de un profesor


aburrido.

-Los Shakers fueron un culto religioso, idiota. Se originaron en Inglate-


rra en 1747, pero, un siglo más tarde, formaron una gran colonia en
Kentucky. Los Shakers faeron una secta milenaria que practicaba el celibato
y una ascética vida comunitaria. No se necesita un ejecutivo en recursos
humanos para determinar la causa de su desaparición.

-¿Cuál fue la causa? -preguntó el prisionero.

-Empieza con la palabra celibato, cerebro de fango. La separación de


hombres y mujeres es excelente para el control social, pero tiende a reducir
generaciones futuras. No obstante, como puedes ver, esos Shakers producían
unos estupendos muebles hechos a mano. Los ejemplos abundan en los museos
y las residencias más elegantes hasta nuestros días. Ahora sabemos por qué
un grupo de unos cuantos cientos de almas produjeron más de cien mil sillas
-añadió Satán-. No había sexo. ¡Se desahogaban con la madera!

-Mi cuento es similar, señor -exclamó el prisionero, eufórico ante la


posibilidad de que se estuviese formando rápidamente una especie de
consenso con el ejecutivo-demonio-. Le contaré de otra secta muy poco
conocida, los Consensii, con una creencia igualmente antinatural. No
dejaron grandes pirámides, ni una asombrosa astronomía. Pero fueron
únicos, ya que si bien incas y aztecas, mayas y otros pueblos mesoamericanos
antiguos nunca aplicaron la rueda al comercio y la industria, los Consensii
inventaron la mesa redonda.

Hizo una pausa, esperando que el demonio demostrara su agrado, o su


acuerdo, al menos.

-¿La mesa redonda, eh? -preguntó el demonio-. Tal vez la mesa


significó para ellos lo que el celibato para los Shakers.

-¿Sí señor?

-Muy bonitos muebles, pero ningún faturo. ¡la, ja, ja!

71
El culto perdido del consenso

-Creo que tiene razón, señor. Creo que es probable que tengamos una
interesante dinámica de grupo en acción, aquí mismo, en esta conversación.

-¡Suspende tu seudocharla y empieza a contar la historia!

El prisionero núrrzero cinco se aclaró nerviosamente la garganta y empezó


a recitar de sus notas.

Empezamos esta búsqueda de información sobre el culto perdido de


Consenso con restos. Algunas excavaciones han recuperado su arte, si es que
se le puede llamar así. Es tan trivial e insípido. Sin colores, sin características,
sin nada que pudiese considerarse ligeramente ofensivo. El arte que hacían
los Consensii agradaría a todo mundo. Esto explica su consistente monotonía.

Sus moradas parecen de altura uniforme y tamaño invariable, ya que se


consideraba ofensivo que una familia tuviese una vivienda más cómoda que
las demás. Sin embargo, sus figurillas son inusitadas. Cada una de ellas está
sonriendo. Animales, dioses, estatuas mitad bestia y mitad hombre, con
frecuencia feroces, pero todas muestran una afable sonrisa. En Consenso
parece que era pecaminoso estar enojado o ser desagradable.

En cuanto a su dieta, el patrón que emerge es similar. ¿Cómo describirla?


¿Flemática? Tal vez sería mejor sugerir que esa dieta haría aparecer la cocina
inglesa como condimentada, estimulante. Comían en forma comunal, ve
usted, y, para no ofender los gustos de uno solo de sus miembros, se
alimentaban con gachas y maíz crudo siempre.

La evidencia confirma su creencia en el mínimo común denominador, sin


importar cuán vacío e insulso. Se puede uno imaginar su música y rituales:
Algunos sugieren que, entre los Consensii, una orgía era igual a un velorio.
Y una orquesta de Consensii debe haber consistido en un tamborilero dando
golpecitos en una roca con una vara, staccato y discretamente. ¿Por cierto,
cómo empezó esta banalidad?

72
El culto perdido del consenso

Su fundador, un hombre llamado Inocuo, se separó de los aztecas


alrededor de 1500 a.C. Esto es comprensible, ya que los aztecas eran salvajes,
vengativos y sumam~nte volubl.es. Cubrían sus ciudades, México en particu-
lar, con la sangre de sacrificios humanos. Y se vestían con coloridos man-
tos de plumas de loros y pieles de jaguar. Usaban vistosas cuchillas con puntas
de obsidiana para decapitar a sus prisioneros de guerra y construían monta-
ñas de cráneos para apaciguar a los dioses. Repugnado, Inocuo prefirió darse
por escapado.

Huyó a la selva y unió a un millar de prisioneros y esclavos, junto con


algunos jefes aztecas descontentos. Construirían una nueva sociedad, una en
la que nadie sería mejor o peor que el otro, en la que se repudiaban los
ostentosos y donde destacar era ser rechazado. Donde todo se compartiría en
partes iguales y todos estarían de acuerdo en cualquier decisióa que se tomara
o no se llevaría a cabo. La llamarían la comunidad de Consenso.

Los líderes Consensii serían elegidos por voto unánime, y deberían


cumplir con todos los requerimientos y caprichos de cada uno de los
ciudadanos. Toda idea o proyecto nuevo se expondría en la mesa redonda y
se discutiría. Cada ciudadano, de cualquier creencia y aptitud, opinaría según
su criterio. Los argumentos en favor y en contra se inscribirían en rocas
cercanas para que todos los viesen y comentaran al respecto.

Los cultivadores de flores, por ejemplo, sugerirían que se les diese más
terreno para sus plantas que a los que plantaban maíz. Se sacaba la mesa
redonda, y toda la comunidad dejaba caer herramientas y armas y corría al
lugar de reunión. Pasaban los días. La votación se tomaba y retomaba. Y las
flores se marchitaban y el maíz se secaba.

O, se le pedía a Inocuo que nombrara un cierto día para festejar a uno u


otro dios menor. Aparecía la mesa redonda, se abandonaba el trabajo y se
iniciaba el interminable debate para alcanzar el consenso. Al término de un
mes, se acordaba que cada ciudadano podría nombrar un dios para que se le
honrara. Ésta es ia razón por la cuai, aun cuando en ese entonces el año estaba
formado, como ahora, por 365 días, los Consensii tenían 1174 días festivos.

73
El culto perdido del consenso

Y, desde luego, ningún dios podía ser de mayor o menor importancia que
los otros, ni su estela más alta o más baja, ni su color más brillante o más tenue.
El mínimo común demoninador reinaba en Consenso, exactamente por igual,
para todas las cosas y para todas las personas.

¿Cómo se explica entonces la desaparición de un culto tan amable y


conciliador? Recientemente se han publicado cuatro libros populares con este
preciso propósito. Sus conclusiones son todas creíble~, pero cada una es
diferente.

Teoría Uno: El jaguar hambriento.

Un voraz jaguar saltó sobre un centinela apostado en la orilla del campamento


de los Consensii. Antes de que los que se hallaban cerca pudiesen ponerse de
acuerdo sobre cómo salvar a su compañero, el animal le había arrancado el
brazo derecho y había desaparecido entre el follaje.

En la siguiente junta programada de la mesa redonda, se acordó que el ser


manco era una clara desventaja para el centinela. A fin de lograr la igualdad,
y dado que no podían colocarle un nuevo brazo, todos los ciudadanos
acordaron atarse el brazo derecho en la espalda (la amputación les recordaba
demasiado a los aztecas).

Una vez ejecutada esta acción, los Consensii mancos siguieron con sus
tareas, si bien con una eficiencia un poco menor, hasta que un picapedrero
quedó prensado entre dos piedras que se cortaban para la imagen de otro dios
más. Desafortunadamente, perdió el brazo izquierdo. Salió la mesa redonda
y las cuerdas. ¿Cuánto tiempo se requirió para que los Consensii sin bnzos
se murieran de hambre? Tres días, máximo.

Teoría dos: La venganza de Moctezuma.

Encolerizado por la deserción de los Consensii, Moctezuma, el líder azteca,


envió un grupo de ataque a través de las húmedas selvas hasta su poblado.

74
El culto perdido del consenso

Alarmados, los habitantes convocaron una junta urgente y se reunieron


alrededor de la mesa para planear la estrategia defensiva. Los aztecas, al
encontrarlos agrupados en un claro y ocupados con la discusión, acabaron con
ellos con la misma facilidad con que una guadaña de obsidiana corta el trigo
de pie.

Teoría tres: ¿No se nos olvidó algo?

Los Consensii se encontraron ante un asunto particularmente difícil, algo


como el número total de loros que cada familia podía tener como mascotas,
y se convocó a una discusión en la mesa redonda. Ya que estaban involucrados,
se invitó a los loros y participaron en la discusión. Pero, al igual que sus
dueños, los loros eran repetitivos e inflexibles en sus comentarios. Sobrevino
el equivalente lingüístico a un ciclo sin fin en una computadora.

Los meses trascurrieron en un debate circular y la cosecha de maíz, sin


nadie que la atendiera, se pudrió en los campos. Desesperados, los hambrien-
tos Consensii se llevaron otra semana para tomar la decisión de comerse los
loros. Pero los loros disintieron vehementemente, por lo que se dio carpetazo
a la moción y el pueblo se murió de hambre. Y los loros se alejaron volando.

Teoría cuatro: Un asunto delicado.

Esta teoría es un tanto escabrosa, aunque no demasiado inverosímil si se toma


en cuenta a los Shakers de Kentucky. Se cree que la cuestión de destreza y
prácticas sexuales fue incluida en la agenda de una mesa redonda. Los
Concensii ofrecieron sus opiniones respecto a cómo y con cuánta frecuencia
debía ocurrir la cópula entre marido y esposa. Se llamaron testigos y se
tomaron testimonios con gran impaciencia.

Surgieron notorias discrepancias en cuanto a las prácticas individuales,


metodología y resultados. ¿Cómo debería efectuarse la unión entre hombre

75
El culto perdido del consenso

y mujer? reflexionaron; y, como es fácil imaginarse, esto condujo a argumen-


tos y explicaciones terriblemente largas y detalladas.

Finalmente se llegó a un bloqueo precolombino. A fin de interrumpir el


debate y volver a los campos de maíz, ya que se enfrentaban a la posibilidad
de morirse de hambre, Inocuo, en su único acto de firmeza, proclamó que se
aplazaba el tema. Nadie practicaría el sexo hasta que el asunto no quedara
resuelto a satisfacción de todos. Y los Consensii siguieron la misma decep-
cionante senda que tomarían más tarde los Shakers -la de convertirse en los
frustados y los olvidados.

*
* *
-¿Son ésas las únicas teorías? -preguntó Satán.

-Sí, amo malévolo. Y de las cuatro, la última es la que ha vendido más


libros.

-Sin duda. ¿Y qué me dices del mensaje que dejó el culto perdido de
Consenso? Es universal, cerdo. Y actual. Incluso tú, un simple mortal,
deberías saberlo. El señuelo del consenso no está restringido a la penínsu-
la de Yucatán o a la época de este cuento. Abunda en las empresas moder-
nas de hoy. Todo lo que has hecho es divertirme, que es más de lo que la
mayoría de los pelmazos de recursos humanos han podido hacer alguna vez.
¿Pero no has extraído una lección del cuento?

-¿Cuidado con el consenso? -ofreció el tímido ejecutivo.

-¡Lotería! -exclamó el diablo-. El consenso puede ser una divina


helada en la selva competitiva, puede ser refrescante, pero congelará al
grupo en la inactividad. Recuerda esto: cuando se usa en exceso el bálsamo
del acuerdo, se convierte en el coagulante del progreso. Las cosas se
detienen. El aceite del compromiso puede conducir a la oxidación de la
responsabilidad individual.

76
,'

El culto perdido del consenso

-En ese caso, gran parte de lo que he estado haciendo: la creación de


equipos y obtención de consensos y sesiones de grupo, ¿no ha sido más que
una labor sin sentido? -preguntó el ejecutivo de recursos humanos.

-No del todo -respondió el diablo-. Es como la fabricación de muebles:


benéfica hasta cierto punto. Si se rebasa ese punto, como nos dirían los
Shakers, se interpone en el camino de la acción real. Es similar al celibato,
también.

-¿Cómo es eso?

-Es mejor cuando termina.

Mientras el demonio se reía y daba pataditas regocijado por esta última


muestra de su sabiduría, se condujo a la salida al prisionero número cinco.

Una vez solo, Satanás meditó sobre la monotonía de su entorno, la


invariabilidad del dolor y la angustia, inalterables, interminables. Y com-
prendía que así debería ser, para siempre. El Comité de Decoración Infernal,
reuniéndose semanalmente durante décadas, manejaba el diseño interior. El
Comité Directivo sobre el Pecado tenia que aprobar todas las conductas
pervertidas y el mal que en un tiempo fue extravagantemente novedoso, ahora
era simplemente aburrido. Y el Grupo Especial para la Infamia Moral seguía
debatiendo los vicios que había discutido por siglos. ¡Aún pensaban que la
pereza y la usura eran emocionantes! -No me sorprende que le llamen
Infierno a este sitio -concluyó. Luego, se irguió en el trono, abandonó estas
reflexiones depresivas y decidió actuar.

-¡Reflecto! -rugió-. ¡Cancela todas las juntas de comités programa-


das! Disuelve todos los grupos especiales y directivos. ¡Deshaz las sesiones
de grupo y elimina la mesa redonda de liderazgo!

Reflecto resplandeció de alegria y no pudo reprirnir la respuesta al


demonio: -Maravilloso, señor, simplemente maravilloso! ¡Creo que tenemos
una estupenda dinámica entre la gerencia y el staff de linea en este momento!

77
El culto perdido del consenso

-Cierra la boca, cabeza dura. Yo me encargo de las ironías aquí


-restalló el demonio con una sonrisa-. Cada vez que oigo esas bobadas
huecas y confusas, no puedo decidir si reírme o vomitar!

-En ocasiones, cuando hace una suena como la otra -murmuró entre
dientes Reflecto.

-¡Oí lo que dijiste! -devolvió rápidamente el demonio-. ¡Vete de aquí


ahora mismo! ¡Tráeme otro recurso humano!

78
1
CAPÍTULO SEIS

EL LABERINTO DEL TORO


(Donde reina la burocracia)

"En las grandes crisis de la vida y en los grandes problemas de


conducta y convicciones, nos confiamos en nuestros
sentimientos en vez de en nuestros diagramas".

-Juan Jacobo Rousseau, Confesiones.

Tan pronto como el sexto prisionero dejó el lápiz sobre el escritorio, un


s-ubalterno del demonio lo tomó del cuello de la camisa y lo levantó de la silla.
Mientras el asistente del traje plateado manipulaba torpemente tratando de
abrir el grillete sujeto al tobillo del prisionero, otro ayudante le colocó una
venda sobre los ojos. El prisionero número seis fue llevado a empujones,
tirones y tropezones, desde la celda donde había cumplido con la tarea
asignada, a lo largo de una serie aparentemente interminable de tortuosos
pasillos y galerías semejantes a un laberinto.

Las vueltas y cambios de dirección lo aturdieron. Empujones y gruñidos


eran sus únicos guías; rudos manotazos y patadas la única respuesta a sus
preguntas. -¿Dónde estamos? -inquiría sin cesar-. ¿A dónde voy? -La
réplica consistía en otro empujón.

Después de horas de desconcierto y magullones, el prisionero número seis


oyó un crujido misterioso, seguido por un estruendo metálico. Sin saberlo,
acababa de entrar a la sala del trono del diablo. El sonido de pisadas que se
alejaban le indicaron que se estaba quedando solo ahí, y el siniestro rzúdo
sordo de cerrojos asegurados se lo confirmó. Permaneció de pie ahí, sin ver,
confuso, aterrorizado_

81
El laberinto del toro

-Bienvenido a mi mundo -dijo una voz espeluznante, de tono áspero,


amenazante.

-¿Dónde estoy? -gimió el prisionero.

-Te deberías sentir en casa -escuchó. Luego se le erizó la piel al llegarle


un tenue lamento desde alguna parte en la oscuridad-. ¡Camina hacia
delante!

El prisionero número seis dio tres pasos ciegos, tentativos, al frente y fue
arrojado de espaldas sobre el piso. Una puerta se había cerrado en sus
nances.

-¡Ponte de pie! -ordenó la voz-. Gira a la izquierda y da cuatro pasos.

El atemorizado ejecutivo obedeció, contando cada paso. Sin embargo, el


cuarto paso terminaba en un vacío. El pie se hundió y lo siguió su cuerpo.
Había caído en una fosa pestilente. Cosas resbalosas se le pegaban y agitó
los brazos en la oscuridad, tratando desesperadamente de orientarse, de salir
del agujero, aunque fuese aferrándose con las uñas.

Cuando encontró la forma de ascender por el resbaladizo muro y salir del


pozo, la voz le ordenó que fuese hacia ella. Titubeante, inseguro a cada paso,
el hombre obedeció.

-Extiende la mano derecha -se le dijo-. Hay un regalo para ti.

El prisionero levantó lentamente el brazo y lo tendió hacia lo invisible, sus


dedos sentían el aire candente, abriendo y cerrando el puño, mientras
avanzaba a tientas en el vacío desconocido. De pronto sintió algo duro, frío;
luego oyó un ligero chasquido, un súbito ruido seco. Rayos de dolor le
recorrieron el brazo y lo retiró con un sufrimiento indecible. El prisionero
número seis había introducido la mano en una trampa de acero para ratas.

Saltó convulsivamente a su alrededor, sacudiendo y tirando de la trampa


para liberar su mano. Por fin, pudo desprenderse, y la lanzó en la inter-
minable oscuridad, resonando sobre la piedra.

82
El laberinto del toro

-¿Por qué me está haciendo esto? -suplicó al verdugo invisible-. ¿Qué


he hecho para merecer este castigo?

El demonio respondió inmediatamente. -Veamos si esto se registra en tu


torpe cabeza: No inventado aquí.

El prisionero no dijo nada.

-Hola -continuó Satanás, golpeando el trono con los nudillos-. ¿Hay


alguien en casa?

El prisionero número seis, aun cuando seguía con los ojos vendados,
empezó a ver la luz. En la tierra, el hombre había construido una burocracia
de primer orden. Una pirámide de poder tan incomprensible e impenetrable
que, si bien le proporcionabacomadidad y satisfacción, estaba prácticamente
congelada en la inactividad. Y él mismo era el maestro del síndrome de No
inventado aquí.

Cuando se halló encerrado en la organización del diablo, cuando se


encontró encadenado dentro de un cubículo poco más grande que una de las
casillas de sus intrincadas gráficas, el prisionero número seis empezó a
preocuparse. Luego, descubrió el tema de la tarea que se le había asignado.
En la primera página de su block estaba escrita una palabra: "Toro"_.*

El demonio le dijo que se quitara la venda para que pudiese leer la historia.
Pero primero, le advirtió Satán, tendría que responder a una o dos preguntas.

-Tú eras un campeón de la estructura -empezó la voz-. Fuiste un


maestro de la complejidad y el embrollo. ¡Estructura! ¡Estructura! ¡Estruc-
tura! Era tu ídolo, ¿no es verdad, zoquete?

*En inglés, la palabra bull significa toro y en el lenguaje del ejército se refiere
particularmente a una excesiva reglamentación de formalidades innecesarias. (N. de la T.)
También es la forma abreviada de Bullshit. que significa, entre otras cosas, mentira,
engaño, exageración y palabrería barata. (Trámites engorrosos y discursos huecos.) (N. del
R. T.)

83
El laberinto del toro

-Pero señor, la estructura es primordial en las organizaciones modernas.


La estructura apoya la eficiencia.

-¿En qué momento deja de ser apoyo la estructura y empzeza a


estrangular? -replicó el demonio-. ¿En qué punto las organizaciones se
vuelven tan intrincadas que se osifican y se rompen al contacto con el cambio?

El prisionero número seis consideró su respuesta muy cuidadosamente,


como siempre, y decidió no comprometerse, como siempre.

-Oh, señor perverso, tú debes decírmelo. Yo sólo estoy aquí para


aprender de ti.

-¡Palabrerías! -gritó el demonio enfurecido instantáneamente-. ¡Estás


aquí para darme sabiduría, lacayo! Quítate ahora esa maldita venda y
háblame de burocracia y trámites intrincados, y cómo en cualquier organi-
zación la complejidad no es más que una forma de construir el infierno en la
tierra.

El prisionero número seis, tranquilizado con el fin del interrogatorio, se


esforzó por enfocar los ojos bajo la penumbra de las llamas del infierno. En
cuanto empezó a leer, las palabras se volvieron nítidas. El mensaje, producto
de la confusión, adquirió una claridad cristalina.

E1 toro siempre ha sido un símbolo de gran peso y pensamiento torpe, y


he elegido usar esta metáfora en dos formas. Y es que el toro no es únicamente
un animal irreflexivo, obtuso y sin destreza, sino la institución que le da
cobijo. Hablaré de ambos. Empezaré en el mundo de hace muchos, muchos
años.

En la mitología griega, la isla de Creta era el hogar del toro y del rey que
pensaba como tal.

Recientes excavaciones cerca de Knosos, en Creta han revelado miles de


tabletas que describen rígida jerarquía y administración sistemática. Y los

84
1
El laberinto del toro

arqueólogos han descubierto grandes estatuas de toros, por todas partes. El


centro de esta civilización real era un laberinto, un intrincado palacio de
pasadizos diseñados para desconcertar a los mortales. La burocracia y el toro
se unen, como el hecho y el mito. Y la estructura resultante es abrumadora.

Los minoanos tenían Creta, tenían Chipre y miles de islas en los mares
Mediterráneo y Egeo. Y tenían un rey afable y bondadoso: Minos I. Planeaba
cuidadosamente y proveía para la educación y el bienestar de todos los
ciudadanos, quienes por ello le amaban. Fomentó el comercio y apoyó las
artes. En todos los aspectos, Minos I era sabio. Pero Minos I cometió un error.
Minos I engendró a Minos II. Nació el toro.

Minos II era un tipo diferente de rey. Era tan posesivo como un niño y,
además, temeroso. Dio por sentado que la riqueza de sus pueblos era fija y
que su tarea consistía en protegerla del exterior. Adoptó una actitud
defensiva. Construyó el más radical mecanismo de defensa: el laberinto.

¡Qué palacio tan impresionante ! Enorme, extendido, lleno de pasadizos,


entradas y habitaciones pequeñas sin números. Se pidió a los arquitectos y
contratistas que construyeran pasajes y recovecos que no condujeran a
ninguna parte, y una desconcertante colección de accesos y vestíbulos. Visto
desde el cielo, el laberinto era una maraña incomparable. La leyenda dice que,
una vez dentro, ningún mortal podía escapar. Minos II habitaba completamen-
te a salvo en su interior.

Era, también, el centro del gobierno. Y así, a sus salones sin números
acudían administradores sin numerar. Estaban separados por medio de
reglamentos complejos y arcanos, mismos que estipulaban que aquellos que
realizaban una función particular se ubicaran en un sitio particular y en ningún
otro.

A estos sitios se les dieron nombres siniestros: divisiones, departamentos,


despachos, oficinas, comisiones, secciones. Y a los elegidos que trabajaban
ahí, se les llamaba secretarios y subdirectores, asistentes, funcionarios,
agregados, coordinadores y, algunas veces, varias combinaciones, como
subdirector-asistente y funcionario-ejecutivo-coordinador.

85
El laberinto del toro

Esto es sólo el principio, ya que las personas así clasificadas ejecutaban


exóticos rituales. Interactuaban, coordinaban, revisaban y aprobaban. Se
sabía que consultaban y se involucraban e incluso participaban en enormes
comités directivos. Pero su mayor deleite provenía de otras actividades.
Daban carpetazos y posponían y urdían completos planes personales ocultos.
Los minoanos eran muy imaginativos.

Todo esto era dirigido por Minos II, que se sentaba en el gran salón del
trono en el centro del laberinto. Minos II tenía un toro especial, también.
Acechaba por los rincones, defendiendo el Status Quo, es decir, estado actual
de las cosas. Era el secreto de Minos II. Si alguien lograse penetrar las
inverosímiles defensas, el toro lo embestiría.

Si bien él mismo no hacía nada, Minos II constantemente ordenaba más


muros, más administradores, más subdirectores asistentes. Como consecuen-
cia, con el transcurso de los años, el laberinto se volvió tan intrincado que ni
Minos II ni todos sus colaboradores hubiesen podido salir, de haberlo
deseado. Desde tiempo atrás, la ruta de salida se había perdido. El palacio-
rompecabezas estaba completo. Se sentían a salvo en su interior, pues ahí
estaba su mundo. El exterior, en cuanto a lo que a ellos se refería, no existía.

No obstante, sí existía, más allá de los muros y del centro de trabajo. Y


una noche, provenientes del exterior, llegaron tres sabios que buscaban
comerciar con los minoanos e impartirles conocimientos del resto de la tierra.

Cuando Minos II se enteró, estalló en enojo. -¿Quiénes son? -vociferó


a su asistente-ejecutivo-adjunto-portador-de-mensajes.

-Uno de ellos se llama Houdini, y se le aclama como un artista de la


evasión. Tiene ingenio y destreza y se escapó de Atenas, donde se le mantuvo
en cautiverio. Houdini se compromete a liberarte, querido rey, de tu encierro.
Y ofrece traer hasta tu mente el mundo del conocimiento, a través de los
laberintos.

-¡Tonterías~-gritó-. Eso no se puede hacer. Y además, ya tenemos


bastantes evasivas aquí! ¿Y quiénes son los otros?

86
El laberinto del toro

-El segundo es un navegante que proviene de los mares del norte. Se llama
a sí mismo Magneto, y trae consigo un extraño artilugio.

-¿Un arma? ¿Un tesoro? ¿Qué es ese aparato que porta?

-Lo nombra detector de toros, mi señor. Afirma que indica la dirección


de la que surge el toro y la usa para escapar de los toros de embestida feroz.

-¡Toro! -vociferó Minos II. Y estaba indignado, ya que nadie sabía por
cuál pasadizo o cuál corredor embestiría el toro en el laberinto.

-El tercer sabio, señor, es una mujer.

-¿Sí? ¿Y por qué viene a molestarnos?

-Se la conoce como la experta en resolver acertijos, su alteza, y afirma


que posee un talento especial para descifrar procedimientos y simplificar lo
que se ha hecho enigmático.

-¡Ésta es la mayor amenaza que haya enfrentado nuestra tierra en toda su


historia! -gritó Minos II a todos los presentes-. No podemos admitir
conceptos extranjeros, ideas nuevas o sistemas innovadores! j Ninguno de
estos instrumentos o talentos se han inventado aquí! -enseguida, escupió una
blasfemia-: ¡Son NIA! -los cortesanos abrieron la boca atónitos. NIA,
sabían, era No Inventado Aquí, ¡una maldición tan horrible que superaba a la
blasfemia¡ NIA era el mal. NIA era más bajo que el excremento de toro.

Minos rugió una orden: -¡No debemos permitir que esos enemigos
perturben el laberinto! -hizo una señal con la cabeza al subdirector asistente
del presidente adjunto y susurró-: Dales el tratamiento, acorde a la amenaza
-el cortesano sonrió, y frotándose las manos regocijado, salió.

Fuera del perímetro, los tres sabios aguardaban con una afable confianza.
Habían oído hablar del Laberinto y sabían que en su interior se necesitaban
sus servicios. En eso, de pronto se vieron envueltos en una red de papeleos
y Cinta roja* arrojada desde un parapeto.

*Cima roja, o "Red tape", es una forma coloquial de referirse a la burocracia. (N. del
R.T.)

87
El laberinto del toro

Atados y luchando por soltarse, se les colocó en salones separados, en


espera de sus destinos.

El juicio del navegante empezó casi de inmediato. En t,m gran círculo


dentro de una inmensa sala de conferencias, se reunieron 360 administradores
ejecutivos adjuntos en funciones. Una vez ubicados en cada punto de la
brújula, un cortesano en cada grado, se colocó al navegante en el centro.

-¡Aquí hay toro! -anunció un subdirector de la coordinación de


, comunicaciones. Los 360 cortesanos sonrieron. Enseguida, el de la voz lanzó
el supuesto detector de toros hacia el centro del círculo, donde lo atrapó
Magneto-. ¡Localiza al toro en dos minutos! -dijo en tono brusco el
subordinado del rey-. ¡O prepárate a morir!

Magneto, con toda confianza, retiró la cubierta protectora del detector de


toros y miró su cuadrante. Pero en vez de oscilar levemente, como una aguja
de brújula, y colocarse en una alineación definitiva, la flecha direccional del
detector empezó a girar, cada vez con mayor velocidad. Daba vueltas y
vueltas y al desconcertado navegante le era difícil seguirla con los ojos. En
unos momentos más, estaba girando más aprisa que la hélice de un avión,
señalando primero a un laberíntico y después a otro, y a otro, para luego,
aparentemente, apuntar a todas las direcciones a la vez.

Los cortesanos permanecían, mofándose, en el insultante círculo. El


navegante giró en su centro y de pronto cayó muerto, con una flecha que le
atravesó el cuello. Nadie sabía quién la había disparado. Pero puesto que su
tiempo había terminado, todos se acreditaron el tiro. Los 360 corrieron a sus
cubículos para escribir memoranda para el expediente aclarando su singular
valentía y aludiendo a la posibilidad de un aumento en salario por méritos.

Al día siguiente, al artista del escape se le llevó a un gran patio iluminado


por el sol, las manos desatadas y sin ropa. Los mismos 360 cortesanos
rodearon el área, sentados en sillas plegables, sosteniendo cada uno una
piedra del tamaño de un puño. -Afirman que puedes escapar a cualquier
perseguidor -gritó una voz desde la multitud. El sol caía intensamente, ya

88
El laberinto del toro

que esto ocurría poco después del medio día, y Houdini tenía que entrecerrar
los ojos para ver al que hablaba.

-Tienes el resto del día para eludir al perseguidor a tus pies -le gritó
alguien-, o morir en el intento.

Houdini miró a su alrededor y no vio a nadie. Aparte de los cortesanos en


el perímetro, el espacio estaba totalmente vacío, excepto por él. ¿Dónde
estaba ese misterioso perseguidor? Bajó su mirada al pavimento bajo sus pies
y lo vio. Su sombra.

Y por supuesto, cuando se movía, la sombra lo hacía también. Brincó y


dio vueltas de campana, saltos mortales, se paró de manos, hizo todo lo que
se pudo imaginar, pero como no había una sola nube en el cielo, la sombra
permaneció con él.

Todo este tiempo, los cortesanos reían a carcajadas. Y, como lo dicta la


naturaleza, el oscuro perseguidor de Houdini se fue alargando conforme
avanzaba la tarde. Por último, desesperado y derrotado, Houdini suplicó a la
multitud. -Me rindo -gritó-. ¡Nunca podré escapar de mi propia sombra!

Justo en ese momento, como en un acuerdo preestablecido, desde el


perímetro se arrojaron con violencia 360 piedras sobre el frustrado cautivo.
Su efecto acumulado, desde luego, fue mortal. Y cuando se derrumbó sobre
el piso in extremis, el cuerpo cubierto por las piedras, por fin desapareció
realmente su sombra.

Nadie había dado órdenes de matar al forastero, pero según lo anunció el


teniente coronel lanzador lapidario, no se había violado ninguna regla en este
caso. Ninguno de los 360 había matado al hombre. Nadie se muere por una
sola pedrada, les explicó a todos. Nadie infringió ninguna norma. Nadie era
responsable. Todos respiraron aliviados por esta conclusión. Tal vez Houc'tini
no pudo eludir su sombra, pero todos ellos habían quedado magistralmente
libres de cualquier responsabilidad. Todos se alegraron.

La experta en acertijos fue la siguiente.

89
El laberinto del toro

-Rogamos porque seas la mujer mago -empezó el vocero adjunto para


estudios del cautiverio-. ¡Te tenemos un desafío que merecerá tu respeto!
-Las carcajadas que respondieron a estas palabras expresaban regocijo y
belicosidad y luego apareció una gran carreta cargada con tabletas.

Miles de tabletas, todas inscritas con minucioso detalle. Todas vinculadas,


con referencias cruzadas e índices y algunas en tres partes, y otras que se
referían a tabletas en otras habitaciones y otras tierras. -Éste es nuestro
triunfo -alardeó el funcionario encargado de asignar trabajo para mantener
ocupadas a las personas-. ¡Éste es nuestro procedimiento para respirar! Te
daremos treinta días para entenderlo y seguirlo y después verificaremos tu
cumplimiento.

Enseguida, hizo una pausa, aspiró el aire viciado, y añadió una condición
final. -Pero, puesto que eres decodificadora de acertijos, te amordazaremos

y te llenaremos con cera las ventanillas de la nariz. ¡En esa forma, tendrás un i
incentivo para seguir correctamente el procedimiento! ¡No obstante, tienes
treinta días, así que no hay prisa! -bufidos y risas frenéticos siguieron a este 1
último comentario y se ató y amordazó a la mujer.

Y, por supuesto, falleció. Los investigadores se habían pasado toda una


l
¡
;
vida redactando el procedimiento y era hermético. Nadie podía entenderlo y
por eso lo consideraban un éxito.

Una vez terminada silenciosamente la tortura, por todo el laberinto se


reanudaron el trabajo y el juego. No apareció ningún visitante, ni salió
ninguno de los habitantes. Los muros eran demasiado fuertes, los procesos
demasiado bizantinos.

Y, de repente, el toro perdió la razón.

Nadie sabe qué fue lo que precipitó esta calamidad. Algunos sugieren que
olfateó a una vaca que pasó el Laberinto. Otros, que se cansó de Minos II.
Otros más, que por fin el toro se dio cuenta que la vida ofrecía algo más que
deambular por callejones sin salida y atrapar burócratas que hacían llamadas

90
El laberinto del toro

personales por teléfono o leían novelas románticas. En cualquier caso, se


destrampó.

Miles de cortesanos resultaron atacados y clavados contra las paredes o


apisonados en el piso o cornadas. Docenas se acurrucaban en habitaciones
olvidadas con la ilusión de que el toro no los buscara ahí. Sin embargo, la
bestia encontró a cada uno de ellos. Por medio de ataques al azar y sus instintos
animales, extinguió a toda la población de minoanos atrapados. Todos, menos
Minos II. Al final, seguía con vida, acechando en los vestíbulos y dando
traspiés de departamento en departamento sin idea de dónde se hallaba. En
eso, el toro lo descubrió.

El gigantesco toro bajó la cabeza y empezó a embestir hacia Minos II,


rugiendo a su paso por el pasillo. Minos II lo esquivó a través de una entrada
y por otro pasadizo, pero el toro lo siguió, más cerca ahora. El rey y el toro
corrieron por el laberinto de un extremo al siguiente, el toro bufando y
jadeando y el rey gritando mientras tropezaba con los cadáveres.

-Ayúdenme -suplicaba-. ¡Ayúdenme a salír de aquí! -Pero, desde


luego, nadie podía escapar del laberinto del rey. El mismo se había asegurado
de ello.

-¡Tráiganme al navegante! -rogaba mientras corría, el toro oculto al


acecho, en alguna parte-. ¡Dame el detector de toros y podré evadir a esta
bestia voraz! -Pero, por supuesto el detector de toros era NIA y, tiempo
atrás, había girado hasta romperse.

-¡Experta en acertijos! ¡Experta en acertijos! Te suplico descifres el


laberinto, ambos quedaremos libres. -Pero, por supuesto, ella también era
NIA y no había aspirado aire por años.

-¿Dónde esta Houdini, mi artista favorito del escape? ¿Dónde está ese
genio, ese hombre maravilloso a quien haré rey tan pronto como atravesemos
la última puerta? -pero, por supuesto, Houdini también había sido NIA y
estaba más muerto que una piedra.

91
El laberinto del toro

Desesperado, el rey se dio vuelta y se enfrentó al babeante toro. Y agarró


firmemente ios cuernos de la bestia con ambas manos y los apretó con todas
sus fuerzas. -Tengo al toro por los cuernos -gritó orgulloso-. ¡Por fin
agarré al toro por los cuernos! -Pero el toro no se tragó esa· afirmación-.
Tengo al rey por las manos -rugió el toro.

El toro retrocedió la cabeza y sacudió a Minos II y lo vapuleó contra la


pared. Y siguió impulsando la cabeza y ondeando los cuernos, aplastando al
rey contra cada división y separación del laberinto, golpeando a Minos II, aún
aferrado a los cuernos" hasta que lo hizo pedazos.

Después, rebosante de orgullo, los cuernos todavía cubiertos con la


escoria sangrienta que quedaba de Minos II, el gran toro empezó a hablar.

-Soy inmortal -gritó, su nueva voz resonando por los interminables


salones-. Saldré de este lugar y encontraré a mi especie y me multiplicaré
y cubriré la tierra. ¡Y seremos los soberanos supremos para siempre!

*
* *
-Un cuento maravilloso -dictaminó el demonio-, lleno de estupidez y
orgullo, temor y crimen. Me gusta esa clase de historias.

-Me honra el que le resulte de su agrado.

-Sin embargo, tengo una pregunta -respondió Satanás-.¿ Es la historia


realmente de origen antiguo, o es una fábula moderna?

-Es parte historia y parte mito, señor. Tan vieja como la piedra.

-En eso estás equivocado, insecto -gruñó Satán-. ¡El toro está en todas
partes, vivo y multiplicándose hasta estos días! El toro que destruyó el
laberinto tenía razón: nunca muere. Las corporaciones gigantescas han
construido laberintos de confusión y acertijos de procedimientos. Tenemos
gobiernos e instituciones de todos tipos. Y los cortesanos aún habitan en

92
El laberinto del toro

pequeños segmentos definidos, con pequeños puntos de vista definidos.


Continúan reclamando crédito por tareas que no han hecho y evaden la
responsabilidad por lo que han hecho.

-En estos laberintos -continuó Satán- cualquier cosa que provenga del
exterior se trata como inferior, es NIA: ya sea cliente, consumidor, compe-
tidor. Con la misma lógica, lo que está dentro de esos laberintos se considera
superior, ya sea torpe, peligroso o destructivo. Y las paredes siguen
ascendiendo alrededor de estos lugares. Y el toro deambula entre ellas, como
soberano supremo.

-¡Reflecto! -gritó en cuanto salió el prisionero-. Mándame al siguiente


cautivo. Pero que sea alguien diferente. Estos idiotas quejumbrosos me están
poniendo nervioso. Quiero ver a alguien nuevo e inesperado, alguien
particularmente repulsivo, ¡alguien realmente NIA!

-Como usted guste -contestó el psicópata del traje plateado. Tengo en


mente justo lo que solicita.

93
f
l
l
j
!

1
CAPÍTULO SIETE

EL TÉLEX REVELADOR
(La vergüenza es una cualidad administrativa)

"Escuché muchas cosas en el infierno. ¿Cómo?, entonces, ¿yo


estoy loco? ¡Atención! y observen cuán sana, cuán
calmadamente puedo contarles toda esta historia".

-Edgar Allan Poe, El corazón revelador

Desde una silla alta en la esquina del salón para escribir, justo al lado de la
puerta, Reflecto vigilaba el trabajo del resto de los penitentes. Unos arañazos
delicados, que se detenían y reanudaban, hacían eco de cubículo a cubículo.
Los ejecutivos estaban escribiendo, algunos con rasgos elaborados, otros
vertiendo historias con el abandono de los condenados.

Sin embargo, desde un rincón llegaba sólo el silencio, después sollozos.


. . l
Reflecto ladeó su visión casi de láser desde un espejo en el techo y espió al
hombre.

Con los codos apoyados en el escritorio, la cabeza en las manos, este


hombre era presa de la angustia. Reflecto concentró la atención en el bíock.
Estaba ondulado por humedad, manchado con sudor. En eso, el tema de la
historia saltó a la vista. Una sola palabra: Vergüenza. El hombre no sudaba
en absoluto. Estaba llorando. Reflecto se levantó de su lugar y se acercó
a él.

-Sentí su llegada -le dijo el prisionero a Reflecto cuando entró al


cubículo-. Sentí su mirada, malvada, atisbándome con desagrado.

-¡Y no has escrito nada, cretino! -le gritó Reflecto-. ¡Estás de$perdi-
ciando el tiempo, hombre! ¡A este paso, nunca saldremos de aquí!
'95
El télex revelador

-¿Nunca saldremos de aquí? -preguntó el prisionero.

-¡Quiero decir que ustedes nunca saldrán, ni tú ni tus asociados! -corri-


gió Reflecto, molesto por la torpeza con que había puesto al descubierto sus
verdaderas intenciones-. ¿Cuál es el problema?

-Sencillamente no puedo escribir acerca de eso -se lamentó el prisio-


nero.

-¿Acerca de qué? -preguntó Reflecto.

-Acerca de mí. De mis actos vergonzosos. Sé lo que he hecho y sé que está


mal. Pero soy un hombre de negocios, no un escritor. Necesito ayuda -su-
plicó-. Necesito ayuda urgentemente.

Reflecto gruñó disgustado y salió del cubículo. En un momento estuvo de


regreso y dejó caer sobre el escritorio, junto al húmedo block, un volumen
encuardenado en piel,

-Usa esto como guía -le ordenó-. Es su autor favorito.

El prisionero levantó el pesado libro y examinó cuidadosamente el título:


Las Obras Completas de Edgar Allan Poe. Lo abrió y observó una nota de
venta utilizada para marcar la página. Qué raro. En el recibo estaba impreso
Aspen, Colorado. Hojeó el contenido, susurrando los títulos.

-El pozo y el péndulo. El entierro prematuro. El doble asesinato de la


calle Morgue; no es de extrañar que le agrade Poe -dijo-. Estos temas son
justo su estilo.

-En efecto, así es -respondió Reflecto-. Lee la introducción -ordenó-


y entenderás la razón. -El prisionero abrió el libro y empezó a leer en voz
alta.

"En octubre de 1849, se encontró a un hombre semiconsciente en una calle


lateral fuera de una casilla de votación en Baltimore. Estaba incoherente,
andrajoso. Hediondo a licor, fue llevado a toda prisa a un hospital. Pero
desafortunadamente, después de varios días sin recuperar el conocimiento,

96
1
El télex revelador

falleció. Fue uno de los más grandes escritores y pensadores de la literatura


estadounidense. Era Edgar Allan Poe, muerto a los 40 años.

Poe es el padre del cuento de horror psicológico, y un brillante, si bien


profundamente atormentado, romántico. ¿Qué ciudadano educado no ha
leído Su corazón revelador, El cuervo, o El doble asesinato de la calle
Morgue? ¿Quién no ha sentido nostalgia y melancolía al sonido de su
inolvidable 'Annabel Lee'?

¿Ypor qué es Poe tan atemorizante, aun para nosotros, en la época actual?
Presenta pocos monstruos, ningún mutante ni bestias voraces. Se ocupa
principalmente de seres humanos, su culpa, su vergüenza. Eso explica el
poder de su horror. Y su universalidad. Y es que Poe ha exhibido la vergüenza.
La extrajo de los ocultos nichos de la psique y la describió en blanco y negro.
Su genio reside en que propició que cada lector, de todos los tiempos, la
reconociera como suya. Es el monstruo con que dormimos, y Poe le dio
tamaño y forma y una voz.

La vergüenza se ha descrito como una fuerza selectiva en la evolución


humana. Nos resguarda de accciones aberrantes y amenazantes para la
especie. Nos impide regresar a la selva, con un apetito codicioso e irrefrenable
por cualquier cosa y por todo. Algunas veces".

-Pero la vergüenza no es aplicable en los negocios -sugirió el prisione-


ro, mientras colocaba el volumen sobre el escritorio y alzaba los ojos hacia
la mirada fija de su guardia con traje plateado-. La vergüenza es un
obstáculo, una irrelevancia. El dinero lo es todo, ¿Y qué sabe Poe, un triste
deprimido de la época victoriana, del comercio y la tecnología actuales?

-Ahora sabes por qué las historias son importantes -respondió Reflec-
to-. Las historiasproporcionan una sabidurfa que nunca se puede proyectar
en la pantalla de una sala de conferencias.

El prisionero sacudió la cabeza, intrigado, pero Reflecto continuó, a punto


de agotarse su paciencia. -Lee El corazón revelador -ordenó-. Y luego
escribe sobre la vergüenza.

97
El télex revela.dar

Cuando el prisionero acabó de escribir su relato muy personal, Reflecto


estaba nuevamente de pie junto a su hombro, impaciente por escoltarlo a la
cámara de inquisición del diablo. Y una vez ahí, Satanás mismo estaba
igualmente impaciente por proseguir con la narración de las historias.

-lvfe dice mi asistente que me gustará este cuento -siseó desde los
oscuros recodos de su cubil-. Ruego que confronte crímenes atroces y
malvados. Y -añadió- ruego los confronte en tu alma.

El prisionero reprimió su temor, adoptó la voz de un narrador y empezó.

Por favor, permítame presentarme. Soy un hombre de fortuna y prisa. He


destazado muchas compañías para aumentar las utilidades y eliminar el
despilfarro. Tal vez piensen que soy inteligente, pero no es así; soy ha-
bilidoso, de la calle. Yo no leo libros, yo exprimo activos para sacarles hasta
la última gota de provecho. Los últimos libros que leí fueron las caricaturas
clásicas, versiones infantiles de las viejas aventuras irrelevantes de men-
digos.

Yo compro y adelgazo compañías. Yo corto la grasa, optimizo el resto.


En la carrera de ratas, soy la más rápida. Y la más esbelta.

Eso se vio en Baltimore, donde di media vuelta a un hospital enfermo,


exprimiendo los casos de caridad tanto que, en seis meses, la tinta pasó de roja
a negra. Rojo es el color de los corazones sangrantes. El mío es de color negro
y lo aiilico a los resultados finales. Eso es todo lo que importa. Me aclaman
por ello.

Desde ese pobre inicio, me hice de un nombre. Y dejé mi huella en


compañías con grandes activos y productos sub valuados. Yo, amigos no estoy
loco, soy habilidoso.

Y la lista sigue creciendo. Primero fue en la petroquímica, una industria


madura sin espacio para crecer. ¡Ja! ¡Espié el tesoro escondido por todas
partes! Las piantas procesado ras las trasladé a tierras amistosas, tolerantes

98
1
El télex revelador

con los negocios. Instalé nuestras operaciones químicas en Burma, un país con
mano de obra de diez centavos y un gobierno que se hace de la vista gorda.
El mínimo ~n activo, aunado a cero mantenimiento es igual a una utilidad
máxima. La fórmula de la habilidad.

O tomemos la agroindustria. Desperdicio, almacenaje, un inventario alto


-los signos de la ignorancia-. El flujo del producto es el flujo de efectivo,
así de fácil. Y o sostengo tres teorías sobre la velocidad del activo, amigos:
¡Muévanlo! ¡Muévanlo! ¡Muévanlo! Y lo hicimos.

Cuando, en Estados Unidos, las leyes federales bloquearon la venta de


nuestra fórmula infantil contaminada, de todos modos la movimos: al Tercer
Mundo. Ahí no les importa. Los bebés que se están muriendo de hambre no
son delicados. Las bodegas se vaciaron en un instante. Soy un mago: ¡hago
que desaparezca la basura y que levite el dinero hacia mí!

La agroindustria moderna, ¡por favor! ¿A quién le importa si funciona con


los granos de más bajo precio de las grandes planicies? Yo alimento a lo más
alto de la cadena alimenticia. A mí, denme productos de alto valor agregado,
cítricos, plátanos, mangos. Denme los campesinos descalzos de América
Latina, que saben quién es el patrón. Convierte entonces los mosaicos de
campos de cultivos nativos en mares de productos similares. Oleadas de
árboles, todos de la misma especie, devolviéndome oleadas de dinero. El
volumen es el rey y los europeos saltarán como changos con la fruta que les
embarco a un costo ridículo. ¡Déjenme contarles más sobre la habilidad!

El banquillo en el cual me sostengo sólo tiene tres patas. Juntas, forman


las siglas POE (Productos Oceánicos Empresariales). Ese es mi reino, aunque
no sé absolutamente nada acerca de la metiloxidina, la Liga La Leche o
repúblicas bananeras. Yo conozco lo concerniente a la velocidad del activo,
ef flujo de efectivo y respuesta de mercado. Soy un gimnasta en la competencia
mundial y esos mis trucos.

Mi alcance es total, mis órdenes instantáneas. Y siempre tengo la oreja


pegada al suelo, buscando tendencias, debilidades; del momento para saltar.
No obstante, el permanecer atado al indicador de cotizaciones de la bolsa, o

99
El télex revelador

el fax, o incluso el teléfono celular, es demasiado presionante, aun para mí.


De vez en cuando, me escapo. Aigunas veces con una mujer, otras veces no.
Cuando es no, es por una mejor razón. Necesito escaparme del ojo.

El ojo, los medios, los tontos en el otro extremo de los cables y la


transmisión por aire. Los instrumentos que ayudan a hacerme lo que soy, y
a quienes uso para continuar mi juego. Cuando quiero exprimir a un sindicato
u obtener un permiso especial del gobierno, de inmediato grito que están
jugando sucio. Piensen en los empleos perdidos. Piensen en los negocios
familiares que perderán sus clientes. Las historias llegan a su destino. La
planta evita el aumento de salarios, la licencia es aprobada. Aumenta el
rendimiento de los activos.

Y los medios, el ojo estúpido, piensan que están dando a conocer la verdad.
¡Tontos! No son más que torpes herramientas del negocio.Yo los manejo
como si fuesen focas que ladran. Soy un genio para desarmar y desinformar.
Util,izo el ojo, a pesar de que lo odio.

Y cuando el ojo se sale de control, corro y me escondo. Como lo hice esta


noche. Muy lejos del alcance de los teléfonos y faxes y mensajeros y
reporteros. Me dirijo a este lugar, hasta esta cabaña en el lago Corazón, en
la parte norte del estado de Nueva York. Más allá del centro de convenciones
de Sagamore en el lago George, lejos de los caminos principales.

Así que aquí estoy, solo. Fuera del alcance de todos porque la cosa está
que arde. Si no pueden localizarme, no tienen historia. Si no hay historia,
estoy a salvo. El saqueo puede esperar.

Lenore es la única que sabe que estoy aquí, y sabe cómo mantener la boca
cerrada. Sabe que puedo cambiarla de asistente ejecutivo a mesera de
cafetería en un abrir y cerrar de ojos. En mis manos está que tenga que mover
el trasero para conseguir la~ propinas. Que sus hijos vendan periódicos en la
calle lo puedo hacer. Ella sabe muy bien lo que le conviene.

Conduje mi auto desde la ciudad y llegué aquí al final de la tarde. Encendí


la chimenea y cerré las cortinas, buscando soledad. Y el bar está surtido como

100
!
El télex revelador

a mí me gusta. Especifiqué, asimismo, que no quería nada electrónico, ni


teléfonos, faxes, ni luces siquiera. No hay electricidad en ninguna parte. Si
quieren algo conmigo, tendrán que enviarme una paloma mensajera. ¡Ja!

¿Qué, fue eso? ¿Habrá ratones en este sitio? ¿Mapaches? Ahora ya no se


oye nada, sólo el chisporroteo de los leños en la chimenea. Pero ahí está de
nuevo. Sé que escuché algo. Más vale que revise el sótano.

Dios, sí que está oscuro aquí. Un momento, esa ventana en lo alto deja
pasar un delgado rayo de luz. Debe venir del muelle, de algún farol. La luz
ilumina hasta el rincón más distante y la sigo. ¡Oh, dios mío! ¡Hace años que
no veía un aparato de éstos!

Es un aparato de télex, una enorme, rechinante y pesada terminal de


comunicaciones. Quien sea que dirige ia compañía que alquila este lugar lo
debe haber instalado hace una barbaridad de años, un intento de los años
setenta por mantenerse en contacto. ¡Ja! Esas viejas matracas impresoras
estruendosas, sonaban como taladros neumáticos desde entonces, vomitando
montones de papel, una ruidosa carta a la vez, de algún idiota en el otro
extremo de la línea. Parece una reliquia de un servicio cablegráfico. ¿Dónde
dejé mi copa?

Ya está mejor, el fuego va calentando más. Me imagino a esos imbéciles


en la ciudad, corriendo de un lado a otro, buscándome. Cabría suponer que
ya deberían estar acostumbrados a esta rutina. ¿Acaso es la primera vez que
a un barco petrolero se le rompe una unión y unos cuantos pajaritos se llenan
de aceite? De inmediato sueltan a una serie de mentecatos que cubren las
playas con paja y unas cuantas chicas escuálidas limpian del aceite a las
gaviotas y vociferan en demanda de cascos dobles. Les encantan las frases
hechas. Ellos ...

Un momento. ¿Toqué esa cosa? ¿La encendí? No, no, ni siquiera bajé
hasta el pie de las escaleras. Sin embargo, ahí está de nuevo, ese golpeteo,
ese traqueteo. No estoy seguro de si lo oigo o me lo imagino. Suena como el
ruido que se oye cuando algunos chicos universitarios se sientan en primera

101
El télex revelador

clase en un avión, con un walkman colocado en la cabe/~. \-0 se


la música, pero se oyen las notas graves, sus vibracione~ ~. 1 rti

SSShhh-SUnk, ssshhh-sunk, a dos asientos de distancia. ¡ Lv , . _;dve a


n--
Revisaré ese télex, por si acaso. Cuando abro la pue1 :~ ~ ·ctetg

de luz alumbra todavía, pero hay algo diferente. ¿Es eso 1 :~.,cl? ¿
antes?

¡Sí es papel! ¡Dios mío, se movió! ¿Qué es esto, una bHntJ.'.de


¿Dónde está mi encendedor? Oh, aquí está, veamos qué ~- ~to.

encabezado, sólo una frase o dos. "Baltimore: Fuga de Ga.'..~ Bu


huyen. Empleados denuncian Mantenimiento Deficiente y hltJ. d~­
miento".

Puede haber estado ahí desde hace años. ¿Cuánto tiemp<, ;evo a
observando esta cosa? ¿Cinco, diez minutos? No se ha rtn~"ido n'
metro. Vaya, ni siquiera está conectado. ¿Dónde están las ~,z.;1:kra
voy de aquí!

Una vez en la parte superior de las escaleras, en la OSCU:'°;:'.<d. r~.


que escuché la impresión de otra línea. Ese sonido de gor.,_.~et i y t
sordo. Ese sonido metálico, como de percusión. ¿Me esta;~ -,,Jvlt:. ·
Démosle otro vistazo a esa vieja reliquia.

¡Dios mío! ¡Ahora sí estoy seguro de que no estaba ahí<:.;.:.::-:>!


Plaga en Honduras Arrasa la Economía. Los }.fonoculL.-s y,¡f
Hambruna Inminente'"". Debo haberlo pasado por alto la p::~ ..:-:-;i. v1r1d:
:·~'

es. Este aparato está más muerto que un teléfono girator>.

No obstante, aquí sentado junto al fuego de nuevo, fr. ~ 11 edfi

preguntarme. ¿Es una noticia vieja? ¿Estará esa maldita n:~:lin:1 ¡; __


a una línea exterior? Tal vez sólo se olvidaron de descf::~:~ 1 ri-i ·

funciona con baterías o algo así. ¡Hey'. ¿Qué demonios está ~:<:rnd1 ,J j.
duda de que lo estoy oyendo, estoy se guro!

Aprisa, aprisa, a las escaleras y baja a la oscuridad. ¡E:::t'.U'.:'rt. -


ojos~ ¡miren! Hay más. No estaba alucinando, ¡sé que no es:;:.::_ it :¡td

102
El télex revelador

"Baltimore: Aumentos en Precios Golpean Naciones Pobres. Fórmula


Infantil Inaccesible para Muchos. Impera la Desnutrición Debido a Madres
que Diluyen la Fórmula Estadounidense".

¡Los malditos campesinos! ¿Acaso esas madres no saben amamantar?


¿Acaso no saben ... ? Ahí está otra vez, ese golpeteo es inconfundible.
"Imposible localizar a Edgar Allan, Presidente de POE para Comenta-
rios".

¡Dios todopoderoso! ¡Ahora sé que me están buscando! El ojo, el maldito


ojo estará peinando cada cabaña en las montañas, tratando de dar con mi
pellejo. ¡Seguramente estuvieron atormentando a Lenore para que les dijera
dónde localizarme! ¡Espera! ¿Es un helicóptero lo que se oye allá afuera?
¡Dime que estoy oyendo cosas!

¡Corre, sube las escaleras y abre las cortinas! ¡Busca las luces en el cielo!
Ahí, ahí está. Están subiendo por el camino, vienen tras de mí. ¿Qué es eso,
una furgoneta de enlace via satélite? ¿Servicio de Mensajería RA VEN? Es la
última vez que le digo a Lenore a dónde voy. ¡Nunca más!

Dale cinco pesos, toma el maldito paquete y cierra la puerta. Y agradece


que no era CBS o ABC. ¿Pueden creerlo? Hasta las piernas me temblaban y
no es más que un sobre que me en~ía Lenore. Pero, el mensaje ... "Pronto
llegarán a entrevistarlo, señor. Traté de detenerlos, pero deben haber puesto
a alguien a seguir su auto".

¡En cuanto regrese a la ciudad, la mato! ¿Bien, quién será esta vez? ¿Safer?
¿Jennings? ¿Geraldo? Espera, ahí viene otro automóvil.

Puedo ver el equipo, sé que es el ojo. No puedo huir, debo permanecer


tranquilo, debo deshacer. Puedo desinformar, encubrir los hechos, darles el
giro que más me convenga, puedo y tengo que hacerlo. No soy más que un
ejecutivo cansado, meditando en los bosques. Eso es todo.

Lo sorprendente es que no han venido a interrogarme acerca de la fuga de


gas en Burma, la plaga en Honduras, ni siquiera por la tempestad por la leche.

103
El télex revelador

Quieren entrevistarme para una sección sobre el estilo de vida de los eje-
cutivos. Estos tontos incautos. Esos don nadie pedigüeños de tonterías. ¡Ja!

Camino y respondo, camino y respondo. Escriben notas y toman unas


cuantas instantáneas con flash. Es como lanzarles sardinas a las focas. En unos
cuantos minutos, habremos terminado. ¿Qué es ese ruido? ¡No me digan que
de nuevo es esa maldita cosa en el sótano! Dios, ya suena más alto. Seguro
lo están oyendo.

Me voy a la cocina, alejándolos de la puerta, tan tranquilo, tan indiferente.


Y hablo más alto, por encima del traqueteo, del castañeo, ¡pero cada vez suena
más fuerte y más rápido y más incesante!

¡Es indudable que lo oyen, los idiotas tienen que oírlo! ¿Lo están
ignorando, se están burlando de mí, me están torturando? Suena como una
ametralladora. ¿Cómo pueden seguir con esta comedia? ¿Cuándo lo admitirán
por fin? ¡Estilos de vida, mis polainas! ¡Han venido a crucificarme!

Ya no puedo ni pensar siquiera. ¿Qué están diciendo? ¿Por qué se ríen?


¿Están esperando a que se acabe un rollo completo de papel, listando todos
los espeluznantes detalles? ¿Están grabando mis gestos, mi nerviosismo, mi
sudor? ¿Se están divirtiendo con esto ... clavándome a la pared, viéndome
retorcerme?

¡Está bien, está bien! ¡Me rindo! ¡Bajen las malditas escaleras y vean el
télex! Ahí está todo, hasta el último detalle, estoy seguro. ¡Anótalo todo,
maldito ojo hambriento!

Pero no se mueven: fingen que los asombra mi arranque.

Aquí, les grito, bajen aquí y acabemos de una buena vez. ¡Lean todo lo
relativo al costo de mi codicia! Escriban sobre los sobornos y el mantenimien-
to retrasado, escriban sobre los embarques de fórmula a la media noche, de
las prácticas desleales vendiendo productos a precios regalados, para desalen-
tados de la alimentación al pecho y volverlos adictos a la basura que produ-
cimos!

104
El télex revelador

¡Cuenten cómo desbaratamos los sembradíos indígenas, cómo obligamos


a los agricultores de subsistencia a cultivar excedentes enormes, de plantas
que no sirven para nada ahí! ¡Díganlo todo, chicos y chicas, díganselo todo
al maldito mundo! ¡Pero apaguen ese condenado télex, en este mismo instante!
¡Ya tienen suficiente evidencia para ahorcarme diez veces!

Callados ahora, me siguen, dispuestos a hacer lo que yo les diga. Llegamos


al aparato, encienden un reflector, y ahí está. Silencioso, sin papel, nada. Está
bajo una cubierta de telarañas. No ha funcionado hace años. No ha funcionado
esta noche. Y mientras me doy cuenta de mi error, terminan los terribles
martilleos en mi cabeza. El ruido ha terminado. Y la habilidad. Me han
descubierto.

*
* *
Al terminar, el prisionero descartó la voz y los ademanes del protagonista de
la historia y esperó. El tiempo se deslizó lentamente. No llegaba ningún
sonido de atrás de la cortina. Me ha descubierto, pensó. El diablo se ha dado
cuenta del plagio. El temor lo dominó por completo. En eso, se oyó la voz.

-¡Cuentos de hadas! -exclamó en tono burlón-. Tan sólo cuentos de


hadas. ¡Cuentos para niños!

-¿Perdón señor?

-¿Te suena conocido, imbécil? -preguntó Satanás en tono severo, de


profesor.

-Estoy confandido. Creí que le gustaba Poe.

-Tienes muy mala memoria, idiota. Yo sin embargo, recuerdo todo.


Incluso recuerdo haber leído a Poe. Me acuerdo de El Corazón Revelador.
-Enseguida, el demonio empezó un resumen apresurado de esa parábola.

-Un hombre asesina a otro porque desprecia su ojo. Descuartiza a la


víctima y oculta las partes debajo de los tablones del piso. Pero lo atormenta

105
El télex revelador

el sonido de los latidos del corazón muerto y la vergüenza descubre al villano.


Tu cuento es una sombra misteriosa de ese relato.

Aterrado por el descubrimiento, el prisionero se hundió en la desespera-


ción. Entonces, el diablo pronunció una declaración. -Te has robado la
sabiduría de Poe -concedió-, pero eso no es vergonzoso. El pecado es
ignorar la sabiduría, no el usarla.

-¿Estoy libre, entonces? -preguntó el prisionero, con un rayo de


esperanza apareciendo repentinamente en su entristecido rostro.

El prisionero pudo oír que el demonio respiraba profunda y ásperamente


y supo que se acercaba la hora de la sentencia. En efecto, la espera fue breve.

-Lo mismo que el personaje del cuento de Poe, has arrancado los tablones
de tu vida y has visto lo que está debajo. Has escuchado, como debemos
hacerlo todos, los latidos de nuestro propio palpitante corazón. Y -el
demonio hizo una pausa- has reintroducido la vergüenza a la práctica
gerencial. ¡Largate! -le gritó-. ¡Estás descubierto! ¡Te has liberado a ti
mismo!

Reflecto entregó el prisionero a un demonio asistente quien lo escoltó fuera


del aposento y después se acercó a la cortina de Satán, la incredulidad
reflejada en el rostro.

-¿Puedo preguntar humildemente, señor, por qué se permite escapar a


ese desalmado? ¡Ese hombre es un monstruo, mi príncipe pútrido, una víbora!
Más nefasto que yo, o ... -titubeó- o incluso usted.

-Era, Reflecto -respondió Satán- era un monstruo. Pero ahora es


bueno. Ahora tiene conciencia. Y una serpiente con conciencia es una
serpiente sin colmillos. Es poco más que un gusano inofensivo. Deja que se
arrastre hasta el exterior.

-Oh, detestable duque de la pila de desechos -proclamó Reflecto-. ¡Su


sabiduría se multiplica! ¡Con cada historia, su esplendor se extiende más allá
de todos los limites!

106
El télex revelador

-Por favor, por favor -murmuró Satanás-, dime algo que no sepa,
¿quieres? Vete ahora y vuelve con otro gerente con cerebro de gusano.

Una vez que salió Reflecto, el demonio sacudió la cabeza y susurró para
sí mismo. -Lo conozco desde hace siglos y es mi mejor hombre. Sin embargo,
Reflecto todavía no sabe de qué se trata esto. ¡No soy yo quien necesita la
sabiduría, sino ellos! Sigo siendo el profesor y sigo enseñando. Sólo que en
una forma más efectiva y satisfactoria. -Aún se reía cuando se abrió la puerta
y entró un estudiante fresco.

-.

107
l
CAPÍTULO OCHO

LA MUJER CATARATA
(Visiones de un líder)

"Adelante, sólo el cobarde se queda atrás y es una locura volver


la mirada hacia la Ciudad del Pasado".

-Kahlil Gibran, Words' of Life

Después de escuchar, de siete de los prisioneros, ejemplos de errores


administrativos, equivocaciones y corrupción de las corporaciones moder-
nas, Satán necesitaba oír algo más edificante. Esperaba que Reflecto le
llevase un mensajero de esperanza, de heroísmo, alguien cuya actuación
hubiese sido la correcta. Por tanto, si bien esperaba una diferencia, cuando
empezó a hablar el prisionero número ocho, su sorpresa fue considerable.
Esta voz era extraña. Suave y enérgica a la vez.

El prisionero número ocho era otra mujer. El emperador del infierno se


levantó del trono al oírla y se inclinó contra el velo, entrecerrando los ojos
a través del apretado tejido para verla mejor. Algo debe estar sucediendo en
la tierra, -pensó, frotándose las manos regocijado-. Una mujer en ocho es
una novedad. ¿Pero dos?¿ Podría ser esto una tendencia?¿ Estarían a punto
de abrirse las compuertas?

-¿Está cambiando allá arriba? -preguntó-. ¿Las están recibiendo


bien? ¿Están preparados para el cambio?

-Algunos lo están, otros no. Los líderes osados lo respaldan. Los tímidos
se aferran al pasado como niños a las faldas de sus madres, o fanáticos a un
mito fallido.

109
La mujer catarata

-¿Así que los hay osados, eh? -preguntó Satanás, con un claro matiz de
escepticismo en la voz-. ¿Sabes tú, mujer, qué es la valentía?

-Yo soy valentía -respondió ella.

-Y orgullo, también se podría añadir -replicó Satán en tono de mq-


fa-. Pero en cuanto a tu valentía, ya lo veremos. Percibo una cierta
deferencia, un aire altivo en tu personalidad. La valentía consiste en decirles
a las personas lo que no quieren oír. La verdadera valentía, tanto en un
hombre o en una mujer, significa enfrentarse a las verdades difíciles. ¡Al
demonio con los que se ofenden! El verdadero liderazgo enfrenta lo descono-
cido, confronta lo inesperado. Dime -susurró-, ¿estás preparada para eso?

-Estoy preparada para enfrentar mi futuro, si a eso se refiere.

-Enfrentar el futuro no es una señal de valentía -recalcó Sata-


nás-. Incluso los cobardes encogidos de miedo en celdas de la prisión,
condenados a morir al amanecer, tienen que enfrentar el futuro. Todos tienen
que hacerlo. Pero sólo unos cuantos pueden hacer el futuro. Sólo los valientes
pueden modelar el mañana, cambiarlo, darle forma de acuerdo con su
voluntad. El resto son meros pasajeros en el río del tiempo.

-Es curioso que use esa metáfora -comentó la prisionera-: el tiempo


como un río.

-La metáfora del tiempo como río es tan antigua como -Herodoto -le
explicó, el rostro todavía apretado contra la tela, su atención clavada en las
respuestas de la cautiva.

-Pero en ninguna parte del mundo dispuso el ritmo de un río el pulso de


la vida con tanta intensidad como en el antiguo Egipto -replicó ella-. Dado
que el desbordamiento del Nilo era tan cíclico y predecible, la vida era
lánguida y los reinos duraban siglos. El cambio era una simple fluctuación
anual, no un salto cuántico.

110
La mujer catarata

-Espero que tu historia esté plagada de cambio, resistencia, visiones y


calamidad -le advirtió Satán-. Me canso de los errores administrativos.
¡Cuéntame una historia original!

Y así fue. Ella lo llevó al antiguo Egipto, a las cataratas del Nilo y de
regreso nuevamente. Le habló de heroísmo y el triunfo de lo nuevo.

E n el Imperio Medio de Egipto, surgieron dos ciudades a lo largo del río


Nilo. Ambas, ciudades comerciales, flanqueaban el bendito río a cada lado,
situadas entre los altos peñascos de al pie de una extensa meseta. A la
izquierda, a medio camino río arriba, desde el delta hasta las cataratas, se
hallaba Estabile, la primera ciudad. Y, directamente enfrente, estaba Flux,
su contraparte. Convivían en próspera armonía, proporcionando cada una
descanso y comercio a los mercaderes del río en igual medida. La vida era
buena en ambas, y la razón era el Nilo.

Alrededor del año 2000 a.C., en la ciudad de Estabile, una joven doncella
fue seducida por el hijo del rey y dio a luz a un niño. Pero el rey, Tradici-on,
se enfureció. Con el fin de consolidar la paz entre las dos ciudades, tenía en
mente dar a su hijo en matrimonio a una princesa de Flux. Y, en consecuencia,
actuó impulsado por la ira.

La doncella fue llevada a rastras hasta la orilla del río y se le arrancó al


niño de los brazos. Tradici-on le preguntó a una multitud de mercaderes,
barqueros, ebrios de las tabernas y estibadores, "¿Qué debe hacerse con
ella?" Y le respondieron, "Arrójala al río y acaba con ella, porque es
perversa".

Pero justo antes de que se cumpliera esa sentencia, Tradici-on mismo tomó
al nií1o, lo levantó por encima de la cabeza y lo estrelló contra un poste del
muelle para después lanzarlo al agua. Enseguida, ordenó a su verdugo que le
sacara los ojos a la madre y la arrojara, igual que al niño, al aceptante Nilo.

Cegada y gimiendo de dolor. la mujer cayó al agua, luchó por respirar e

111
La mujer catarata

imploró a la multitud que le ayudara a encontrar a suhijo. Yun cruel chistoso


gritó, "Está vivo y va a la deriva río arriba", cuando, en realidad, el niño
estaba muerto e iba arrastrado río abajo hacia el delta y el mar.

La acongojada mujer nadó ciegamente contra la suave corriente llamando


al niño por su nombre y, una vez que desapareció de la vista, la multitud se
dispersó y regresó a las tabernas, al barrio de las prostitutas y la olvidó.
Tradici-on, disfrutando el ejemplo, hizo que se esculpiera en una columna
pública, con escritura hierática, lo siguiente: "La mujer perversa con ojos de
cataratas va en camino de las cataratas del Nilo". Y pensó que la inscripción
era muy poética.

La vida continuó en las ciudades, como siempre, con el flujo y reflujo del
Nilo. El Nilo realimentaba los campos fértiles a lo largo de su ruta, desde las
cataratas hasta el mar, y las franjas de tierra en sus riberas se vo 1vían
exuberantes y verdes, mientras que todo lo que se encontraba más allá de la
inundación de sus aguas era desierto.

La mujer catarata nadó contra la corriente durante sesenta días y sesenta


noches, implorando a la oscuridad en cada aliento por su hijo' perdido.
Mientras avanzaba e impulsaba el agua con sus brazadas, empezó a sentirla
más fría, la corriente más rápida. El río se estaba estrechando.

Sintió el flujo de los tributarios al vertirse en el gran río; y siguiendo la


corriente más fría, continuó remontando el río hasta su fuente. Una mañana
llegó a las descendentes y espumosas cataratas, y descansó. Ahí se constr'uyó
una humilde morada para albergar los años de dolor y soledad que tenía ante
ella. Y ahí habitaba, reflexionando y escuchando los sonidos de la caída del
agua.

Cada afio, los campesinos a todo lo largo del Nilo esperaban la periodi-
cidad de su desborde y adaptaban sus ciclos de vida a la del río. La mujer
catarata empezó a aventurarse en una pequeña balsa de carrizos, partiendo de
la fuente del río, con recorridos cortos al principio y después más largos,
según adquiría destreza.
i
1,
112
l
La mujer catarata

Cuando pasaba delante de los labradores en los campos, éstos le pregun-


taban: "¿Cuánto tiempo falta para que se desborde el río?". Y ella respondía:
"Después de que Ralos haya saludado cuarenta y dos veces".

Sus predicciones eran excepcionalmente precisas y aquellos que depen-


dían del Nilo se maravillaban con la visión de esta visionaria ciega. Pero ella
vivía en la fuente y escuchaba lo que ninguna persona vidente podría oír.
Escuchaba al río y sus matices de cambio. Su oído era tan agudo que podía
leer el agua, conociendo los·volúmenes a partir de los remolinos y borboteos
y suspiros.

Una mañana oyó un mensaje en el balbuceo de los pequeños manantiales


alimentadores en la montaña y preparó su balsa para un largo viaje. Iría hasta
Estabile y Flux y advertiría a sus habitantes. Ya que la mujer catarata percibía
lo que un campesino ocupado o un rey soberbio no podían ver. Se venía un
desbordamiento monumental. Ella les avisaría.

Durante todo el recorrido, los campesinos le gritaban sus preguntas. Pero


cuando les decía la terrible catástrofe que se avecinaba, sonreían y volvían a
su trabajo. Sabemos que se acerca un desbordamiento, se decían a sí mismos,
ya que eso sucede todos los años. Los desbordamientos son la vida, son
constantes y vienen y van con gran regularidad. Lo que no sabían es que hay
de desbordamientos a desbordamientos.

Cuando la mujer catarata llegó a Estabile, aseguró su b~alsa y dando


traspiés por las ahora desconocidas calles, se dirigió a los alojamientos del
rey. Un viejo guardia la reconoció de años atrás y la arrastró del cabello hasta
la vivienda de Tradici-on.

El tiempo no había embotado la enemistad del rey. Aun cuando trató de


advertirle sobre el desbordamiento y le rogó que protegiera la ciudad, Tradici-
on permaneció imperturbable. "Esa no es noticia", le dijo desdeñosamente;
"nada es nuevo aquí. No cambiaremos nuestro comercio ni alteraremos
nuestras costumbres. ¡Esto es Estabile, no Flux!".

113
La mujer catarata

Tradici-on ordenó a sus maestros funerarios que se prepararan para sacarle


las entrañas en la mañana. Sería vaciada, tratada con cera, y reiienada con
papiros para entregarla al paraje donde se enterraba a los indignos. Tradici-
on actuaba así porque oraba al mundo de la muerte y deseaba apaciguar a
Osiris y a los dioses menores del pasado.

La mujer catarata fue azotada y encerrada en un sótano bajo el palacio


cerca de los muelles. El final de su vida llegaría el día siguiente, con el arribo
de Ra.

No obstante, mientras la mujer se refugiaba medrosa en un rincón obscuro


y húmedo, esperando su destino en la ya habitual soledad, se presentó un
sonido. Al principio extraño, pero después familiar e indicador. Oyó agua y
descifró su ubicación y dirección. Al levantar una baldosa del piso del sótano,
la mujer catarata tocó un caño en operación, y en un instante estaba dentro
y viajando rápidamente hacia su descarga: el Nilo.

Cuando salió a la superficie, en el frío anochecer, escuchó sonidos de


alborozo y la acción de remos en las cercanías. El gran rey Dinámico, señor
de Flux, se hallaba en una de sus majestuosas naves, recorriendo el río con
entretenimiento y deleite. Los remeros descubriernn a la mujer que flotaba y
la subieron a bordo.

-Dadle alimentos y ropa -dijo Dinámico a sus sirvientes- y llevadla a


nuestra orilla. La recibiré en la mañana. -Y así se hizo.

Rompieron el ayuno juntos, compartiendo miel y pan y conocimiento.


Dinámico recibió la noticia del inminente apocalipsis.

-¿Pero cuando ocurrirá eso? -preguntó el buen rey.

La mujer catarata contó con los dedos y hurgó en su memoria y respondió:

-Cuando Ra te haya saludado veintisiete veces, el río subirá y continuará 1


subiendo y cubrirá todos los muelles, los bazares y las bodegas. Los riscos

114 1
1
La mujer catarata

donde descansa tu ciudad quedarán sumergidos. Y perecerá tu pueblo, a


menos que se trasladen a la meseta alta, más allá de la franja de tierra fértil.

Ésta era una noticia terrible y Dinámico se estremeció, ya que el traslado


a la meseta ocasionaría el cese inmediato del comercio y la permanencia en
el desierto sería dura y difícil para los mercaderes y sus familias. No obstante,
Dinámico creía en Ra, en el dios sol, y creía en el río. Y al contrario del tirano
al otro lado de las olas, Dinámico creía en el futuro. Dictó que se preparara
la ciudad y envió inspectores y exploradores por encima de los riscos y a la
meseta.

Los habitantes de Flux protestaron y opusieron cierta resistencia a la


medida y se llegó a cuestionar el liderazgo de Dinámico cuando no estaba
presente. Un culto particular, los Recalcitrantes, opuso más objeciones. Los
Recalcitrantes señalaban el costo del traslado, la alteración de los hábitos
comerciales y la ventaja competitiva que el movimiento daría a sus rivales en
Estabile. Fueron tantas sus quejas y amenazas que la mujer cataracta, a quien
habían llegado a odiar en corto tiempo, huyó temerosa al nacimiento del río,
a la fuente del Nilo.

Cuando los comerciantes observaron el abandono de los muelles en Flux


y a la población cargada con sus pertenencias camino al desierto, se lo
comunicaron a los mercaderes de Estabile, quienes se regocijaron ante la
noticia.

-Son unos idiotas -declaró Tradici-on-. ¡Aceptan la clarividencia de


una bruja ciega! -Y tal como había previsto, los seguidores de Tradici-on
duplicaron sus ingresos al incrementar su comercio.

Con el trascurso de los días. Flux cada vez se enfrentaba a más dificultades
para mantener a su población. Los Recalcitrantes se multiplicaron, las quejas
se Juplicaron y empezaron a notarse las privaciones. Ra salía y se ponía y el
río continuaba inalterable. -Cuando no hay nada a la vista -confió Dinámico
a sus lugartenientes-, la visión es más importante.

115
La mujer catarata

Así que persistieron y se completó el traslado. Ahí esperaron, en el calor


y ei polvo, mirando dolorosamente todos los días, a la floreciente ciudad de
Estabile al otro lado del río. La situación se volvió más crítica.

En la mañana del día vigésimo séptimo, Dinámico caminó hasta la orilla


del río y observó a Estabile con pena. Hemos sido unos tontos, pensó. Hemos
~
especulado sobre lo que sucederá. Y ahí -continuó- está Estabile, próspera '
~

y satisfecha. Ellos especularon sobre lo que sucede. Ellos han sido más ¡'
j

~
inteligentes. En eso, algo llamó su atención. l
Era una cosa insignificante, nada más que una cáscara de nuez de nogal f
que flotaba a gran velocidad. Pero Dinámico contuvo la respiración y se metió
al río y recogió la nuez de la corriente. Esto es, pensó regocijado. ¡La 1
predicción se ha cumplido!
i
1

La mujer catarata conocía las plantas que crecían en la parte más elevada
del Nilo y le había dicho a Dinámico que los nogales producen sus frutos en
ramas más altas. Cuando se arrastra la fruta del nogal, había dicho, el 1
desbordamiento es inminente. Dinámico subió corriendo el acantilado, por J
1

delante de los muelles abandonados y las bodegas vacías y reunió a su pueblo


al borde de la meseta para que presenciaran la devastación que causaría el río
l
l
en el valle.

Y ocurrió, en efecto, con una dimensión superior a sus más terribles


j
sueños. Desde el sur rugieron paredes de agua y las riberas del Nilo no
pudieron contenerlas. El ruido de la catástrofe era casi ensordecedor, y los
enfurecidos torrentes acarreaban los desechos de vida de todas las aldeas y de
'
t
la ciudad, desde las cataratas hasta el delta.

Un grito sofocado proveniente de muchas gargantas surgió de la multitud


cuando, ante sus ojos, Estabile y sus habitantes fueron sorprendidos por el
suceso. Permanecieron en silencio y admiración, salvados por la previsión de
una proscrita, y reforzada por la visión de un gran líder.

Finalmente, los invadió un gran júbilo y emprendieron bailes y cantos.


Todos ellos, es decir, excepto los Recalcitrantes. Éstos estaban mucho más

116
l
La mujer catarata

sombríos. Derramaron muchas lágrimas y empezaron a desvanecerse en la


nueva ciudad, procurando no ser vistos.

Cuando Dinámico retiró la mirada de la horrible destrucción de Estabile


y los restos de la antigua ciudad de Fux, sonrió-. -¡Por el futuro! -gn-
tó-. ¡Por la ciudad del futuro!

*
* *
-Un cuento muy emocionante -pronunció Satán tan pronto como terminó
la prisionera-. Muy original, muy motivador.

La prisionera número ocho guardó silencio, en espera de la sentencia. El


demonio formuló una pregunta final. -¿Entonces, era Dinámico un gran
líder?

-Comparado con su contraparte al otro lado del río, ese cerdo llamado
1

Tradici-on, ciertamente lo era.

-¡Error! -explotó el demonio-. ¡Error! ¡Error! ¡Error! ¡Yo había


llegado a pensar que eras inteligente y resulta que eres tan estúpida como
todos los demás!

La prisionera enrojeció de enojo y apretó las mandíbulas. Sus palabras


salieron en dentelladas tensas, agudas. -Supongo que me podría explicar ...

-¡Espera un momento, bruja! -la interrumpió el diablo-. ¡Diantres!


¿Todos ustedes son tan sensibles? -La prisionera no dijo nada. El demonio
continuó, lleno de autosatisfacción, regodeándose en un aire de superioridad.

-Dinámico fue un buen hombre y un rey justo, estoy de acuerdo. Pero el


hombre era un administrador, no un líder. Un administrador consigue que las
personas hagan lo que todos saben que debe hacerse. Un administrador
controla las cosas, mantiene a su gente en una sóla línea. Eso fue lo que hizo,
pero no significa que fuese en líder. Ésa es la diferencia entre Reflecto y yo,
¿no lo ves? Él se ocupa de que todo funcione con eficiencia, él mantiene la

117
··.,;;+o~_.

--e 4
·l...
Ú1 mujer catarata

actividad en el infierno. Pero yo, yo soy el único con visión. ¡Yo soy quien ve
lo que viene, lo que es nuevo, lo que tiene que cambiar!¡ Yo soy Lucifer, mujer!
¡El líder del infierno!

En tono condescendiente ahora, como si hablase con un niño, se dirigió


a ella de nuevo. -Vayamos ahora al núcleo de tu problema. Has adornado
tu respuesta de nuevo, aún te asusta confrontar la verdad. ¡Y dijiste que eras
tan valiente! :l
'
Gruñó despectivo, dejando que surtiera efecto su perorata, y después
bramó. -¡Ahora maldita sea, habla como una campeona! ¿Quién era el 1
verdadero líder en tu historia? -Su respuesta fue inmediata y feroz.

-¡La mujer catarata, vieja gloria con cuernos! Ella tuvo la visión, ella vio
el futuro, fue ella quien logró que la población hiciese lo que nunca habrían
l
j

hecho sin ella. Consiguió su adhesión a un horizonte desconocido. Ella los j


convenció de que ignoraran sus temores y rompieran con sus cómodas
costumbres. ¡Ella los libró de sus cadenas, sus prejuicios, su tímida y
paralizante arrogancia! ¿Estás satisfecho, aliento de rata? l
1
Reflecto, quien había estado escuchando al otro lado de la puerta, pensó
que era el momento para entrar de nuevo. Cuando sus pisadas resonaron f
sobre el azufre, el demonio emitió una orden. -Reflecto -gruñó- saca de 1
aquí a esta reina del hielo antes de que se derrita. f
-¿A dónde la llevo? -preguntó el asistente con casco-. ¿Al Hades
especial para Damas?

-¡No, no! -respondió Satán-, a la celda de transferencia. Lo último que


necesito es otra arpía en el infierno.

Salieron apresurados y cuando se cerró la puerta tras ellos, Reflecto


susurró a la mujer. -Por lo general, él no es así -admitió-. Está de mal
humor. Normalmente es un tipo cariñosísimo.

La mujer se detuvo y lo miró fijamente, una mirada que penetró su traje


protector y le congeló el corazón. Dándose cuenta al instante de lo torpe de

118
1
1
La mujer catarata

sufras e, Reflecto la escoltó a la celda de espera y regresó al aposento de Satán


sin una palabra más.

Satanás, mientras tanto, reflexionaba nuevamente sobre la historia de la


mujer; y cuando volvió su asistente, el demonio se puso en pie de un salto,
como si le hubiese caído un rayo. Vociferó una orden que se escuchó en el otro
lado del infierno. -¡Reflecto!

En un instante el acólito se hallaba ante él, con su traje metálico reflejando


flamas y chispas.

- ¿Sí, mi malignó amo?

-¡A partir de este momento, se me conocerá por un solo título! -anunció


Satán-. Soy un convertido al cambio. ¡Ahora soy el Maestro del Cambio del
Infierno/

-¡Tráeme el organigrama -demandó- y el manual de recursos huma-


nos, los procedimientos, el plan estratégico, los presupuestos anuales, el
programa de calidad y el plan de mercadotecnia, de inmediato!

-Pero señor, er, es decir, pero Maestro del Cambio -interpuso Reflecto-
tal vez debe ria actuar con más moderación en este asunto. Es mucho le que
hemos construido durante los milenios. Sentimos orgullo y fe en la forma en
que funcionan aquí las cosas. Podría ser imprudente ...

-¡Al demonio con todo eso! -gritó el diablo-. ¡Todo va a cambiar, ahora
mismo!

-Pero el terror de la transformación, Maestro del Cambio, los peligros


son muy grandes, los pecadores no están preparados, los ...

-¡Vayamos al grano, deslumbrante zoquete. /1\1e espera una gran


cruzada!

-Sólo escuche un cuento más, maestro de la rnutación, er, quiero decir,


Maestro del Cambio -Reflecto imploraba ahora, las manos unidas, el temor
desenfrenado-. ¡Se lo ruego!

119
La mujer catarata

-Una historia més, entonces. ¡Pero que sea breve! ¡Tengo que rehacer
un mundo!

Reflecto exhaló un suspiro de alivio y corrió a la puerta. -Traigan al


especialista,. en cambio de cultura -vociferó Reflecto a los guardias en
espera-. ¡Y dense prisa!

120
,'

CAPÍTULO NUEVE

EL CAMBIO DE CULTURA
DE CONSTANTINO
(El maestro del cambio del infierno)

"Sólo unos cuantos pueden conservar el justo medio, y no


eliminar lo que los antiguos establecieron correctamente, ni
despreciar las justas innovaciones de los modernos".

-Francis Bacon, Novum Organum

-Soy un emperador impaciente -advirtió Satán-, y se me dice que tú eres


un especialista en cultura corporativa. Se me dice también que tú asesoraste
a los altos ejecutivos en este asunto del cambio. Sin embargo, debo advertirte
que yo tengo mis propios métodos para poner en práctica un nuevo orden de
las cosas. El irnpacto y la sorpresa serán mis tácticas. ¡Urt carrzbic profurzdo,
irreversible, implacable! Ése es el único camino.

-Hay un santo que coincidiría con usted -sugirió el prisionero número


nuev.e.

-¿Qué? ¿Cómo te atreves a compararme con un santo? ¡Haré que te


empalen en una pica al rojo vivo!

-Pues me haría un gran favor -respondió con toda calma el prisione-


ro-, ya que así no tendría que ser testigo de torturas más crueles.

-¿Qué quieres decir?

-El destino de su organización. El caos que aparentenzente ha resuelto


desencadenar.
··~

El cambio de cultura de Constantino

-¡Yo me río en la cara del caos, imbécil!¡ Yo soy el lvfaestro del Cambio
del Infierno!

-Tal vez sería conveniente que escucharas acerca del Maestro del
Carnbio del Cielo.

-¡Eso lo tengo que oír! Empieza, reptil.

E n el año 324 d.C., un aspirante mago del cambio tomó juramento como
emperador de Roma. Su nombre era Constantino y adoraba al Rey Sol, mismo
que ordenó que se imprimiera en sus monedas y, en determinado momento,
llegó a interesarse en esa nueva cosa llamada cristianismo. Al final, este
hombre impuso el cristianismo como la religión oficial del imperio romano,
y con ello, cambió la historia del mundo. Los templos paganos fueron
saqueados, sus rituales prohibidos. Se persiguió a miles y el campesino común
tenía que adaptarse a una nueva serie de dioses e ideas, le gustasen o no. Hay
de cambios de cultura a cambios de cultura. Éste fue el mayor.

*
* *
-Y ahora -el prisionero número nueve hizo una pausa- contaré la historia
desde la perspectiva de alguien que la vivió. Hablaré en primera persona.

-¿Por qué?¿ Cuál es el truco en este caso? -preguntó el demonio.

-La primera persona es más adecuada -respondió el prisionero-. Todo


cambio ocurre en un nivel personal. Todo cambio actúa sobre y por
individuos. Debe oír de éste.

El demonio gruñó impaciente, luego se recargó en el trono para escuchar.


-Adelante -suspiró.

* *

124
El cambio de cultura de Constantino

Soy un hombre humilde, sentado aquí en el frío y la humedad, escribiendo con


una pluma de ave en el papel que me proporcionaron los bondadosos monjes.
Está oscuro afuera, en Alemania, y me temo que en todo el mundo. Por lo
visto, éste es el nuevo mundo, y yo no formo parte de él. La vela no es más
que un cabo, como mi vida. Dedicaré la corta duración de ambos a los
recuerdos. Recuerdos de antes y después del cambio.

Encerrado y enrejado dentro de esta celda subterránea, soy un prisionero,


pero uno agradecido, ya que aunque mi cuerpo está restringido, mi alma es
libre. Antes de venir aquí, la situación era a la inversa, para mí y mi aldea.
Nuestros cuerpos gozaban de libertad para trabajar y dormir y caminar, pero
nuestras almas estaban esclavizadas. De las dos condiciones, he elegido ésta.
Limitado físicamente, libre en espíritu y contemplación. Pues aún soy un
hombre, y los hombres no pueden vivir de otra forma.

Teodoro, me llamaban, pero no yo, ya que cuando nací se me puso Thoris,


antes del cambio. Mi nombre proviene de Thor, y empuñaba su sagrado
martillo sobre el yunque del sagrado Templo del Sol. Yo era sacerdote,
adivinador de las intenciones del Dios Sol. Leía las entrañas de las bestias y
los huesos de las aves y le decía al pueblo cuándo plantar y cuándo cosechar.
Nunca pasamos hambre, entonces.

Sobre nuestro templo se alzaba el Dios Sol en toda su gloria, radiante en


piedra y en ocasiones ceremoniales, engalanado con guirnaldas de abeto y
acebo. Cuando se iban a celebrar matrimonios, dejaba caer el martillo, se
escuchaba el redoble y éste atraía a la gente al templo. Y el hombre y la mujer
se unían en amor y esperanza, y la gente bailaba y cantaba, elevando sus
plegarias a Afrodita y la diosa de la fertilidad: la Madre Tierra.

Se colocaban huevos en lugares ocultos, lo que simbolizaba los nacimien-


tos esperados y se sacrificaba a la criatura más prolífica: la liebre. Era una
época de expectativas, de una Madre Tierra madura, de nacimiento.

Las moradas albergaban a la Madre Tierra, pequeñas efigies de ella por


todas partes, con vientre abultado, enormes senos y la alegría de la fertilidad

125
El cambio de cultura de Constantino

en su semblante. Era una mujer fecunda, una creadora de milagros, la fuente


de toda la vida. Era como la tierra cuando recibía nuestras semillas, y tan
generosa como ella. Y la adorábamos, y a la tierra, y a las mujeres entre
nosotros.

La nueva estación para sembrar era la época de la Madre Tierra, de la


liebre, el huevo y el principio. Se labraban nuestros campos, nacían nuestros
animales. Despertábamos al nuevo año y nos afanábamos hasta la época del
gran disco, la luna naranja, otoño. Una vez cosechados los cultivos, nuestro
júbilo seguro, orábamos por un invierno benigno, guardábamos provisiones,
apuntalábamos nuestras moradas. Y traíamos al árbol que nunca muere.

Este árbol era otro dios, ya que sus hojas eran perennes, siempre verde.
En fos días más oscuros, con la nieve y el viento encolerizados sobre los
campos y las provisiones menguando y la caza olvidada, mirábamos el árbol
que nunca muere y sabíamos que nosotros mismos no moriríamos.

Después, a mediados del invierno, se llevaba al árbol al templo y se cubría


con velas y cintas y nueces y bayas. Ésta era la época de la muerte.
Determinábamos que nos pasaría por alto, como sucedía con el árbol, y
despertaríamos de nuevo, en la primavera, con la Madre Tierra. Y un nuevo
sol, alto y cálido. Y alimentos frescos y más niños.

Así nos conducía el ciclo. Del nacimiento a la muerte, resurrección,


revitalización, fertilidad, una gran entrega, una previsión, una permanencia.
Así fue nuestra vida durante miles de generaciones. Ésa fue nuestra creencia,
desde los principios del tiempo. Antes de Constantino.

Empezó en el año 312 d. C., en las vísperas de una enorme batalla.


Constantino tuvo una visión mientras preparaba a sus guardias alemanes y sus
ejércitos fronterizos. Les ordenó que retiraran el emblema del Dios Sol de sus
escudos y penachos y que pelearan bajo la insignia del cristianismo. Él ganó
la batalla. Nosotros perdimos nuestro mundo.

A partir de entonces, ei culto al sol sólo se toleró con muchas restricciones


y Constantino otorgó extensas tierras y privilegios para esta nueva iglesia y

126
El cambio de cultura de Constantino

la proclamó como la única. Pero, por supuesto, dado que vivíamos en una
alde::i tranquiia en ei bosque, no sabíamos nada de estas razones. Todo lo que
supimos fue gracias a los soldados.

Eran nuestros y les dimos la bienvenida. Después, cabalgaron hasta el


templo y me arrastraron del yunque y derribaron el relieve en piedra del sol.
"De hoy en adelante" -ordenaron-, "¡seréis cristianos!"

Somos un pueblo amable, acostumbrado al ritmo de las estaciones y los


símbolos de nuestro mundo, y nos preguntábamos qué importancia tendría
esto. Como representante, le pregunté al hombre que estaba al mando. -Eso
es todo lo que sabemos -gritó desde su corcel.

-¡Seréis cristianos y nada más! -Dicho eso, espolearon sus monturas y


cabalgaron por la colina, hacia la siguiente aldea y el siguiente templo.

Así que erigimos sobre la puerta del templo la insignia que nos habían
dejado y continuamos orando al Rey Sol, y comerciando con monedas del rey
Sol y adorando a la Madre Tierra y al árbol que nunca muere. Somos personas
complacientes. No deseamos hacerle daño a nadie.

En eso, llegó a la aldea otro séquito, protegiendo a un visitante. Un


sacerdote cristiano, quien profesaba lealtad a un obispo que residía a cientos
de kilómetros de distancia. -Soy Rigor, el representante del real y único Dios
-anunció- y tú, Thoris, ¡quedas despedido!

-¿Pero quién celebrará los matrimonios y ocultará los huevos y leerá las
entrañas y adornará el árbol que nunca muere? -pregunté, temblando.

-¡Esos cultos están prohibidos! -respondió en voz alta, como para que
se enterara todo el pueblo-. Ahora tenemos nuevos dioses y nuevos rituales.

-Te ruego nos hables de ellos.

-Eso es todo lo que sé -respondió-. Estoy bajo la autoridad de


Constantino y él dictará instruccíones al respecto en una fecha posterior.

127
El cambio de cultura de Constantino

De este modo, Rigor tomó posesión del templo y empezó a efectuar


cambios. Primero derribó el árbol que nunca muere e hizo que fuera
arrastrado a una pira y quemado. El humo atrajo a los pobladores de la aldea
y a los campesinos, quienes se quedaron horrorizados ante lo que vieron.
Rigor no les prestó ninguna atención. -¡Son paganos ignorantes! -arengó
éJ la multitud- y les he traído la luz.

-¿Pero ahora que ha muerto el árbol que nunca muere, qué nos brindará
consuelo durante las épocas de desolación -preguntó uno los pobladores en
tono de lamento- cuando se acerca el viento aullante y los lobos aullantes?

-Eso es todo lo que sé -respondió-. Estoy bajo las órdenes de Cons-


tantino y él dictará sus instrucciones a ese respecto en una fecha posterior.

Mientras se dispersaba la estupefacta multitud, sentí sus ojos posados en


mí y el dolor de su vacío. Levanté las manos sobre los hombros e indiqué que
no había respuesta ni tregua. Y pensé para mí mismo que el ritmo se ha
alterado y se ha roto el ciclo.

Entonces, Rigor se dedicó a visitar las moradas de los habitantes de la aldea


-
y ahí descubrió iconos y altares a la Madre Tierra. Con gran aversión, los
arrancó de sus sagrados lugares y vociferó que la Madre Tierra era una
prostituta libertina.

-Instalaremos a la virgen en su trono -declaró-. Nosotros lloramos y


sacudimos la cabeza.

¿Cómo nos traerá fecundidad una vngen, campos fértiles, vida del
vientre? ¿Cómo podrán nuestras mujeres imitar a una virgen? ¿Cómo
empezará nuestra primavera, se multiplicarán nuestros animales, se renova-
rán nuestras vidas? ¿La virginidad no es una negación? ¿No es acaso la
ausencia de la fuerza de la vida? Estas preguntas se las formulé a Rigor.

-La cópula es bestial -me dijo-. Es de la tierra. -Pero yo ya sabía esto


último y por eso respetábamos ese milagro, era de la tierra. Pero, según Rigor,
era SUCIO.

128
,'

El cambio de cultura de Constantino

-La tierra es basura, y eso es malo.

¡Estábamos confundidos! La tierra era limpia, era buena, producía vida.


Antes de Constantino.

Sucedió que nuestro pueblo, confundido y sin dioses, avanzó a tropezones


durante un año. Plantamos y cosechamos exiguamente, sin deseo y sin
esperanza. Y Rigor hizo que se colocara a la Virgen en el trono de la Madre
Tierra y unas cruces de madera plana remplazaron al árbol que nunca muere.
Se nos ordenó que celebráramos la muerte en la primavera y el nacimiento a
la mitad del invierno.

Y se prohibieron los sacrificios de corderos y patos, ¡pero en cambio,


debíamos celebrar el sacrificio de un hombre-dios de Jerusalén! ¿Por qué
estaba mal sacrificar a un cordero y sin embargo era correcto celebrar el
sacrificio de un hombre santo? Se me preguntaba una y otra vez. No sabía la
respuesta, así que le pregunté a Rigor.

-¡Porque Constantino así lo ha establecido! -respondió. Entonces,


desistí de mi interrogación, ya que las respuestas eran más desconcertantes
que las preguntas. El mundo se volvió incoherente; se soltaron los hilos de la
trama de nuestra vida.

Al poco tiempo llegaron los soldados y reunieron a los hombres jóvenes


y los llevaron a combatir a los descreídos al otro lado de las montañas. Y las
cosechas fallaron y la población fue a las colinas para restaurar sus almas y
sus mundos. Pero Rigor los obligó a regresar en contra de su voluntad y se
ahorcó a muchos y la may1Jría fue crucificada. En tributo, supongo, al nuevo
dios de Constantino.

Fue entonces cuando yo abandoné la aldea, refugiándome en los oscuros


caminos y, por.último, los acólitos de Rigor me encontraron, también, y me
encerraron aquí, en esta celda. Y más me valió que así fuera, ya que el infierno
reina en la tierra en Alemania.

129
El cambio de cultura de Constantino

Y ahora han surgido facciones de este nuevo cristianismo. Un líder


cristiano, Ario, ha proclamado que el Hijo no comparte la divinidad con el
Padre en el cielo, y en consecuencia, Constantino ha convocado a un concilio
ecuménico. Y Atanasia de Alejandría se ha enfrentado a Ario en creencias y
en guerra, ocasionando más divisiones. El cristianismo se está astillando, e
incluso Constantino está construyendo un nuevo centro en Bizancio. ¿Quién
ganará? ¿Dónde será el centro?¿ Y qué ocurrirá en Roma? No hay respuestas.

No hay esperanza, ni futuro. ¿Qué pasará con esos seres sonrientes,


apacibles, que rogaban por hijos y cosechas y se cobijaban en las oscuras
noches del bosque con la esperanza del árbol que nunca muere? Les he
preguntado a los bondadosos monjes.

Pronto terminará, me dicen. Se establecerá el cambio, ya que se está


imponiendo con la espada y la antorcha. Y la tierra nunca volverá a ver los
árboles engalanados a la mitad del invierno, ni los huevos ocultos de la
primavera. Estos rituales, admiten, han sido borrados. Si no este año, el
siguiente. Con toda certeza, para el año 350 d.C., más o menos, habrán
desaparecido estos vestigios del pasado.

Pero algunas noches, todavía oigo el sonido del martillo de Thor, hasta
hace poco tan perteneciente a mi corazón, resonando por esos muros de piedra
y elevando mi alma con sus campanilleos. Los monjes dicen que ahora son
campanas, de torres que se erigen sobre los templos. Suspiro y supongo que
están desapareciendo los últimos vestigios del mundo que conocí.

P01 eso los registro como recuerdos, imágenes efímeras, fantasmales y


dolorosas. Y acepto que cuando se lean estas palabras en cualquier afio y en
cualquier lugar, el cristianismo habrá borrado todo y habrá salido triunfante.
Estoy seguro. lector, que nunca has oído hablar del árbol que nunca muere,
todo enjoyado con fe, ni de la liebre y el huevo en la primavera de esperanza.
Estoy seguro de que. el cambio terminó.

*
* *

130
El cambio de cultura de Constantino

-¿Este Constantino -preguntó el diablo- era tan tonto como para pensar
que podía rehacer el corazón y la mente de la gente de un día para otro?
¿Ignoraba acaso que los líderes inteligentes jalan a sus seguidores, en vez de
empujarlos?

-Creía en su causa -aventuró el prisionero número nueve.

-Sí, por supuesto. Pero eso no importa si no logra que los demás también
crean en ella.

-¿Aún desea convertirse en el Maestro del Cambio del Infierno? -pre-


guntó el prisionero.

-¡Yo soy lo que se me antoja! -gritó Satán-. ¡Pero puedes estar seguro
de que nunca imitaré al Maestro del Cambio del Cielo/

-¿Entonces, príncipe de las tinieblas, todavía crees en el cambio masivo,


impactante?

Satanás guardó silencio, y después expresó su conclusión cuidadosa-


mente:

-Thoris me ha enseñado que el cambio en sí no es malo, ya que es un


suceso neutral. Cuando se aplica en armonía con las esperanzas y aspiracio-
nes de la gente es, de hecho, bueno y correcto. Thoris y su pueblo estaban
acostumbrados al cambio -el cambio de estación-, los nacimientos y las
muertes, las ausencias de las manadas de animales de caza. Sin embargo, el
robarle a uno sus visiones, el aplastar aquello en que se ha creído en el
pasado, sin remplazarlo sensata e inmediatamente, y sin integrar a los
creyentes en las bondades de la nueva fe, eso -y no la tierra- es lo sucio.

-¿Y qué ha aprendido acerca de la naturaleza humana? -inquirió el


prisionero.

-Yo conoz,co la naruraleza humana mejor que nadie -afirmó el demo-


nio-. Conozco la perversidad y el orgullo que afectan a tantos. No obstante,
en el fondo de todo ser humano, existe zmafuerza más potente en movirniento;

131
El cambio de cultura de Constantino

así ha sido siempre. No es la perversidad o el orgullo. Es el propósito. La


gente no vive para trabajar y tributar. La gente vive por propósitos. No es
posible destruir el propósito sin remplazarlo primero. De otro modo, se
termina en un mundo infernal, habitado por almas perdidas, deambulantes,
que se dejan llevar por la corriente, sin ningún objetivo -desamparadas y·
desesperadas.

-Lo sé -comentó el prisionero-. He visto su organización; hice el


recorrido de sus operaciones. Labores penosas y monótonas, dolor sin
sentido, una fuerza de trabajo de zombies con la mirada vacía.

-¡Éste es el infierno, idiota! ¿Qué esperabas? -Y añadió con sor-


na-. ¡Lo diseñé yo mismo, a propósito! Pero aquí en el infierno tenemos un
rlicfw,_¿¡--que-al-igw;i-l~ todos-nuestros dichos, -re-relaciona con el juego: Se

puede remplazar una vela, pero sólo cuando se ha transferido la llama


primero. En caso contrario, el mundo se hunde en la oscuridad.
j
-No es diferente de los cambios organizacionales irreflexivos que se '
hacen en la tierra -sugirió el prisionero-. El propósito es extremadamente 1
perecedero. A los cuerpos se les puede pedir que hagan. cosas nuevas en !'
formas nuevas pero, con frecuencia, las almas son dejadas en el abandono.
l.
El demonio desvió su atención del prisionero durante un momento, y casi
enseguida, desde el interior de la cortina protectora, surgió un lamento en
tono agudo. ,

-¡Reflecto! ¡Llévate a este hombre de aquí! ¡Me obliga a pensar


demasiado!

-Sí, oh Maestro del Cambio, como diga -llegó la respuesta desde el otro
lado de la puerta.

-Y, Reflecto.

-¿Sí, su majestad Maestro del Cambio?

-¡Suspende la tontería esa de Maestro del Cambio! ¡Y devuelve estos


procedimientos y gráficas al lugar donde los encontraste!

132
CAPÍTULO DIEZ

LOS PENSAMIENTOS DE
HAMBRE DE LOS ESCLAVOS
(El peligro del éxito)

"El peligro del pasado era que los hombres se volvían esclavos.
El futuro presenta el peligro de que los hombres se conviertan
en robots".

-Erich Fromm, Tener o ser

Reflecto se mantenía en posición de firmes, con su nuevo cautivo a su lado.


Ninguno de los dos se movía, en espera de que el diablo comenzara la
inquisición.

-Afi asistente ha estado leyendo tu historia por encima de tu hombro


-empezó Satán-. Es un maestro del espejo en el techo. Me dice que tu relato
es emocionante, aun cuando también sugiere que has compuesto un extenso
relato, uno que abarca siglos.

-Es verdad, oh retorcido profesor -respondió Reflecto-. Este prisione-


ro abarca desde Shakespeare hasta Julio César. Dibuja un inmenso tapiz de
pecado, salpicado con sangre. Lo adereza con esclavitud, rebelión, tortura,
apuestas, guerra, destrucción, sexo, ¡casi todo lo que le gusta!

-Sí, sí -murmuró Satanás, culebreando en su trono en anticipado delei-


te-. Normalnzente empezamos estas sesiones con un interrogatorio, pero esta
vez lo omitiremos. Estoy ansioso por oír la historia. Anhelo conocer tus
pensamientos, esclavo. Empieza.

135
Los pensamientos de hambre de los esclavos

Reflecto se alejó del ejecutivo y se retiró a una banca en la oscuridad,


deseoso también de escuchar el cuento. El prisionero se aclaró la garganta
del vapor sulfuroso y empezó a hablar.

Shakespeare pone en boca de Julio César las siguientes palabras: "Rodéame


de hombres gruesos, y tales que de noche duerman bien. He allí a Casio, con
su figura esbelta y hambrienta. Piensa demasiado y tales hombres son
peligrosos". Y el perverso tirano tenía la razón, ya que la esbeltez de
pensamiento y el hambre por el futuro es peligroso para aquellos que han
engordado con el estado actual de las cosas. Y fue la daga de Casio la que hizo
su punto final en los idus de marzo.

*
* *
-¿Pero qué tiene eso que ver con la historia por contar? ¿Qué relación
guarda con el liderazgo, torpe? -Lo interrumpió Satán. La respuesta del
prisionero fue rápida.

-Esto: que sólo dirigirán aquellos que ambicionan elfuturo. Los esbeltos.
Los hambrientos. Aquellos cuya conducta es representativa de las palabras
que Shakespeare escribió para Casio: "Ni prisiones sin aire, ni recios
eslabones de hierro, pueden detener la fuerza del 2spíritu ".

-¿Así que para hablar de líderes, debemos hablar de prisioneros? -pre-


guntó Satán, bufando con cinismo-. ¿Para hablar de libertad tenemos que
hablar de esclavos?

-Y para referirnos a todos éstos en la época del imperio romano, no


podemos pasar por alto a un gran hombre -respondió el prisionero-.
Espartaco. Este esclavo no leyó a Shakespeare; el bardo se inspiró en él. Y
llamó la atención de Shakespeare. En la obra sobre Julio César, escribió,
"Cada esclavo tiene en su propia mano el poder para cancelar su cautiverio".
Éste es el pensamiento de hambre de esclavos como Espartaco. Conduce a

136
Los pensamientos de hambre de los esclavos

noches en vela para los césares, y nuevos amaneceres para el resto de


nosotros.

-¡Ahí está otra vez con Shakespeare! -gimió el demonio-. ¡Este imbécil
ha confandido el infierno con una clase de literatura de preparatoria!

-Eso es fácil de entender -comentó Reflecto desde las sombras.

-¡No necesito un comediante! -vociferó Satán-. ¡Necesito un narrador


de cuentos! Prosigue con la historia y deja a Shakespeare faera de ella.

Y así se hizo. Casi.

*
* *
Era una época en la que los gigantes recorrían por la tierra. Pompeyo, el gran
general romano, había alcanzado la victoria en toda España. Piratas y
atracadores recorrían los mares y capturaban esclavos y los vendían a los
romanos, quienes se deleitaban con su esclavitud y sus matanzas. Y los
romanos se acostumbraron a los esclavos y establecieron una escuela de
gladiadores en Capua para entrenar a estas almas torturadas a pelear en
combate. No se trataba de que combatieran contra enemigos, ni era para la
gloria de Roma, sino por el placer perverso que derivaban al verlos morir
como diversión.

Espartaco era un soldado romano y constantemente pensaba en la libertad.


Mientras otros se resignaban a su destino y servían a Pompeyo, ya fuese como
esclavos o soldados, Espartaco tenía hambre de más. Desertó del ejército y
huyó de los romanos que lo persiguieron. Para su desgracia, lo atraparon e
hicieron esclavo. Pero el hombre conservó su espíritu, luchando constante-
mente contra su cautive ro. Cuando se dieron cuenta de ello, Espartaco se
convirtió en _gladiador.

Se le entrenó en Capua, con pica y red y tridente y cuchillo. Fue enfrentado


con enormes hombres robustos de Corinto y Cartago y Etiopía y Egipto. Y

137
Los pensamientos de hambre de los esclavos

Espartaco peleó como un león, porque llevaba fuego en el corazón. Empezó


a llamar la atención de los visitantes a la escuela, y empezó a extraer fuerza
de sus convicciones.

Dos de tales visitantes eran muy jóvenes, de pie ante los recintos de los
es el a vos, observando a los gladiadores en el interior. Siendo ambos patricios
y, deseosos de apostar a los resultados de las competencias, trataban de
esmerarse en la elección de los futuros ganadores en sus propias guaridas.

En uno de los fosos estaba Espartaco, pero no llamó la atención de los dos
jugadores. Espartaco era esbelto, no enorme. Los demás eran competidores
más atractivos: grandes y corpulentos mastodontes, elegidos por su fuerza
física.

Los visitantes se trasladaron después a la arena de práctica y observaron


unos cuantos encuentros. Espartaco se enfrentaba a su instructor, un esclavo
liberado llamado Muestra. Cuando Muestra desafiaba a un luchador estudian-
te, la mayoría de las veces lo humillaba. La humillación tenía el propósito de
despertar el rencor en el perdedor y volverlo más mezquino para los
verdaderos encuentros que seguirían.

Para este duelo, a Espartaco se le dio una daga y una pica, y Muestra
portaba un hacha y una red de cota de malla. Al principio, dieron vueltas uno
en torno al otro, frente a los escasos espectadores, y después, Muestra empezó
a mofarse de Espartaco.

-Te aprisionaré con la red -le gritó- ¡y veremos la libertad con que
puedes pelear[

Pero Espartaco no se dejó intimidar, dando vueltas silenciosamente con


esa mirada esbelta y hambrienta que empezó a llamar la atención de nuestros
dos visitantes.

En eso, Muestra. lanzó la red con gran esfuerzo, ya que era grande y
pesada, cruzó por el aire y se acercó a Espartaco. Pero Espartaco era enjuto
y ágil y con toda facilidad dio un salto y dejó que pasara por debajo de él.

i38
Los pensamientos de hambre de los esclavos

Enojado, Muestra atacó a Espartaco y se enzarzaron en una lucha a brazo


partido, blandiendo pica contra hacha. De pronto, el hacha cortó la pica en
dos, y Espartaco se quedó solamente con una daga corta.

Al ver su ventaja, Muestra lanzó un aullido de triunfo y átacó, blandiendo


el hacha sobre su cabeza. Con un simple movimiento hacia un lado, Espartaco
lo dejó pasar con todo y su furia y Espartaco salió indemne.

-¡Te partiré en dos! -maldijo Muestra-, dando un giro y recuperando


la compostura. De repente, se detuvo, inmóvil en su lugar, con una daga
sobresaliendo de su vientre.

Espartaco la había lanzado a treinta pasos y tomó a Muestra por sorpresa.


Inmóvil Muestra no estaba mortalmente herido. Mientras lo atendían otros
gladiadores, Muestra volvió a maldecir a Espartaco. -Has roto ias reglas. No
puedes lanzar la daga; no es una flecha. ¡Es sólo para combate cuerpo a
cuerpo!

Sin embargo, Espartaco no le prestó atención. A él no le interesaban las


reglas, ya que éstas lo esclavizaban. Años antes, Espartaco había prometido
solemnemente rebelarse contra las leyes de opresión. Sencillamente había
visto una ventaja y la había aprovechado. -Cualquier esclavo que ve ventaja
y no la aprovecha -respondió Espartaco-, merece ser esclavo_.

Los dos visitantes estaban impresionados, pero por razones diferentes.


Uno prometió apoyar a Espartaco si alguna 'fez se le llevaba al coliseo en
Roma para los grandes juegos. El segundo deseaba presenciar esa competen-
cia también, pero sólo para ver muerto a Espartaco. Este esclavo es demasiado
inteligente, demasiado hambriento, pensó.

Llegó la fecha, años después, en que se encadenó a Espartaco a un


contingente de competidores y se le envió al coliseo. Como era la costumbre,
la noche anterior al encuentro, a todos los gladiadores se les servía un
banquete y se les daba buey asado y envases de piel con vino y alimentos de
toda clase. Pero mientras los otros se atascaban, Espartaco comió moderada-
mente, en silencio. Aún seguía esbelto y deseaba permanecer así. Tenía

139
Los pensamientos de hambre de los esclavos

hambre, pern no de las migajas que se arrojaban a los esclavos, sin importar
su sabor. Él tenía hambre de libertad.

Los juegos comenzaron, con diez encuentros por día. Espartaco, delgado
y rápido, entró en la arena de la pelea, primero contra Hominus, una bestia
de Egipto. Y a que se trataba de un combate preliminar, había poco público.
No obstante, el astuto y voluntarioso Espartaco despachó rápidamente a
Hominus, y a continuación aparecieron los peleadores más pesados y gigan-
tescos. Para entonces, ya se había congregado una multitud.

Los dos jóvenes apostaron fuertemente, ya que ambos habían nacido


nobles, con grandes bolsillos. Y cuando Espartaco dejó atónita a la multitud
llegando hasta el décimo encuentro, apostaron uno contra el otro. Uno
respetaba a Espartaco y el otro lo despreciaba. Y el respetuoso salió más rico,
mientras que el despectivo se retiró despreciando aún más a Espartaco.
Porque Espartaco ganó.

Los espectadores estaban asombrados y a Pompeyo le llegó la noticia de


que un hombre delgado había triunfado sobre los bravucones más fornidos.
Pompeyo envió por Espartaco. -Pongánlo al servicio de mi esposa -ordenó
Pomoevo- iDUes a ella le agradan los esclavos delb0 ados! -Y riendo a
.l. "" IJ..

carcajadas, Pompeyo agitó la mano y a Espartaco se le condujo a las cámaras


reales y se le ordenó que cumpliera con el deseo del emperador. Aun cuando
muchos esclavos hubiesen obedecido gustosamente, ya que la esposa era
agraciada y amable, Espartaco no lo hizo. Él tenía hambre, pero no de la carne
de la esposa de otro hombre. Él sentía hambre por la satisfacción de su
espíritu. Ansiaba la libertad. Cuando estuvo a solas con la emperatriz,
Espanaco se excusó con el fin de prepararse para el libertinaje de la noche,
y se deslizó por una ventana y escapó.

A través de la noche huyó en alas de la esperanza y el temor. A través de


las calles de Roma, oscuras ahora, excepto por el ocasional farol de una
taberna o un burdel. Atravesó corriendo todo esto, hasta las orillas de la gran
ciudad y se desvaneció en las colinas. ¡Espartaco era libre~

140
Los pensamientos de hambre de los esclavos

En la espesura, encontró a otros con historias similares y un puñado lo


siguió de regreso a Capua, a la escuela de gladiadores. Ahí abrió las puertas
de las celdas de los esclavos y cientos salieron a la noche y siguieron a
Espartaco hasta el Vesubio, la gran montaña de fuego.

En los meses siguientes, otros esclavos oyeron hablar de Espartaco y


huyeron para unirse a él. Miles se enlistaron en sus conspiración y, pronto
Espartaco tuvo un ejército.

Y uno muy fiero, por cierto. Dado que todos sus miembros eran esclavos
escapados y todos tenían hambre de libertad y odiaban el pasado. Todos
estaban seguros de que les aguardaba la tortura y la muerte si los capturaban,
así que combatían como demonios del infiern0. Atacaban los puestos remotos
del ejército y obtenían armas y provisiones y volvían victoriosos al Vesubio.

Entonces, los romanos enviaron ejército tras ejército en represalia y con


la orden de aplastar la revuelta de los esclavos, pero aun así Espartaco y sus
seguidores los rechazaron y conservaron su libertad. Por todo el imperio, los
romanos empezaron a seguir las hazañas de estos esclavos, divertidos al
principio, después pasmados y, más tarde, con la firme determinación de

No obstante, los esclavos prófugos eran esbeltos y hambrientos; y


contándose por millares, no podían ser detenidos. Atacaban en respuesta, y
cuando se les superaba en número, huían para atacar otro lugar a la siguiente
oportunidad. Los ciudadanos romanos estaban pasmados. Se les había dicho
que sus ejércitos eran invencibles y aquí la chusma los estaba humillando. ¡Y
los combates no se apegaban a la tradición!

Desesperados, buscaron un gran general que formara un ejército más


grande y aplastara la revuelta. Pero Pompeyo, su héroe, había partido para
España y no era posible recurrir a él. En consecuencia, Craso, un millonario
oportunista, ofreció tomar el estandarte contra los insolentes y castigarlos por
ofender la tradición de la esclavitud y la propiedad de los patricios.

141
Los pensamientos de hambre de los esclavos

Mientras tanto, Espartaco se enfrentaba a otras dificultades. Su grupo de


revolucionarios se estaba volviendo complaciente. Empezaron a nombrar
generales por su cuenta y pelear entre ellos por puestos e insignias, protocolo
y títulos. Acumularon una gran cantidad de botines y los trasportaban
penosamente de un campo al otro. Y los campos mismos se convirtieron en
grandes ciudadelas, sólidas y defensivas, como una mejor protección y
seguridad para su creciente riqueza. Y, en una acción que se repetiría
innumerables veces en la historia de las revoluciones, aplastaron a aquellos
entre ellos que insistían en más cambios, en mayores libertades. Perdieron el
hambre y adquirieron el engreimiento de los satisfechos.

Podemos derrotar a cualquiera, en cualquier momento, afirmaban y


querían enfrentarse a Craso a campo abierto para combatir con sus legiones
cuerpo a cuerpo. -Ésa es su forma de pelear -advirtió Espartaco-, no la
nuestra. Nosotros atacamos de noche, en grupos pequeños, igual que un lobo
hambriento. No contamos con la suficiente gente para pelear al estilo de los
toros cebados. -Y discutían sobre este punto alrededor de muchas hogueras
en los campamentos.

Al final, Craso tuvo suerte. Los hombres de Espartaco se sentían tan


satisfechos y tan arraigados que empezaron a pensar como los romanos,
rivalizando por proteger sus botines y establecer sus nombres. En contra de
las órdenes de Espartaco, los antiguos esclavos se congregaron para una
confrontación con el ejército romano. Se enfrentaron con Craso en un campo,
concentrándose en la forma convencional, desafiando a las legiones de Roma
con sus propias legiones. Y, en la forma convencional, la superioridad en
número los derrotó.

Espartaco murió y a seis mil de sus seguidores se les crucificó a la orilla


del largo camino hasta Roma. Los discípulos de Espartaco imitaron a Roma
misma: un novato triunfa y se vuelve degenerado y perverso y vanidoso.

Las ironías se acumularon sobre más ironías. Pompeyo, quien había estado
en España, regresó rápidamente, desclavó a rebeldes crucificados y se llevó

142
,'

Los pensamientos de hambre de los esclavos

algunos para que desfilaran por las calles de Roma. ¡Y llegó a la ciudad antes
que Craso! Así, la población ofendida otorgó a Pompeyo, espectador de todo
el conflicto, los laureles y honores y se le llamó "el Grande".

Pompeyo fue nombrado cónsul, se unió al partido de Craso y los dos se


aliaron con un tercero, un hombre joven: Julio César. La realidad es que César
era un jugador.

Durant~ su juventud, había visto a Espartaco en los fosos de práctica en


Capua. Lo había visto en Roma, cuando Espartaco derrotó a diez antagonistas
en un día. César había apostado contra él entonces con uno de sus mejores
amigos. Ese amigo era Casio, el hombre con la mirada esbelta y hambrienta.
Casio, quien pensaba demasiado y no podía dormir por las noches. Y quien,
al igual que Espartaco, no temía romper las reglas. Ni usar una daga de modo
inesperado.

Ése es del deber de un líder. Sea hombre o mujer, esclavo o libre, su tarea
consiste en llevar al resto a una tierra que es diferente, a circunstancias
desconocidas. Arrebatar el futuro de las garras de los que están saciados con
el presente. Y para ese fin, no puedes ser feliz con las condiciones esta-
blecidas. Debes tener hambre por lo nuevo.

Debes defender el derecho de los demás a un futuro, como Espartaco. Y


esto, algunas veces, significa rebelarse contra el presente. El liderazgo no
consiste en mantenerse en la fila y repetir las frases de aquellos que duermen
bien por las noches. El liderazgo se manifiesta dando un paso hacia delante,
creando frases nuevas y estando dispuesto a defenderlas.

Si le preguntásemos a Espartaco, Shakespeare o incluso a Casio para


resumir estos saltos por la literatura y la historia, la respuesta sería muy clara:
Nunca pierdas el respeto por quienes te siguen. Nunca te satisfagas. Nunca
pienses que posees a las personas. Alienta siempre la insatisfacción con lo que
es. Nunca castigues a aquellos que anhelan el cumplimiento de sus ambicio-
nes.No esperes que tus líderes provengan del grupo en el poder, o que piensen
con liderazgo o que acepten las formas predominantes.

143
Los pensamientos de hambre de los esclavos

Busca a los marginados, los rebeldes, aquellos con la mirada esbelta y


hambrienta. Y si los ves que practican cosas nuevas y conciben ideas nuevas,
no apuestes en su contra. Ponlos a cargo de tus compañías, tus ejércitos, tus
nac10nes.

¿Al fin y al cabo, quién es esclavo y quién es libre? ¿La persona con poder
y sin sueños, o la persona sin más poder que los sueños? Los obesos con el
presente "y tales que de noche duerman bien". ¿O los esbeltos y hambrientos,
demasiado inquietos y demasiado llenos de visiones para descansar?

*
* *
Terminar así, con una pregunta en vez de una conclusión, era arriesgado, y
el prisionero lo sabía. Era imposible predecir cómo respondería el diablo, o
si respondería siquiera. Ahora parecía que su captor estaba reflexionando,
pensando, ya que el prisionero podía oír suspiros y gruñidos sordos, el sonido
de un puño que golpeaba en una mesa, y después, a través de la cortina llegó
un "¡Ah-ja!" apagado.

-Tu sentido de la oportunidad es abrumador -declaró el diablo-. ¿Por


qué saltaste de Shakespeare a Espartaco y de regreso nuevamente? ¡Recorris-
te más distancia que un profesor que ha tomado anfetaminas!

-Usted dijo que quería lecciones perdurables -respondió el prisione-


ro-. De las que resisten el paso del tiempo. Y ésta es eterna.

-Sí, sí, desde luego -contestó Satán. Y siguió un silencio. El prisionero


habló de nuevo.

-¿Me puedo ir ahora? ¿Queda liberado este esclavo?

-¡No ran aprisa, sapo! Tengo una prueba más para ti. Una pregunta, en
realidad. Y es la siguiente: ¿Por qué te traje aquí?

-lvfuy sencillo, señor -respondió el prisionero- para castigarme, junto


con todos los demás. Fui culpable, como César, de colocar a mi alrededor

144
Los pensamientos de hambre de los esclavos

solamente a los obesos y felices. De contratar para mis departamentos a puros


aduladores y elegir a mis asesores entre la clase acomodada, los que están
satisfechos con las condiciones reinantes.

-Para un hombre que puede escribir un cuento profundo, eres tan lerdo
como el que más -siseó Satanás. Un suspiro de disgusto ondeó el oscuro velo.
Enseguida, se oyó una profunda inhalación, como la de un profesor impa-
ciente a punto de sermonear a un agresivo menor.

-¡No estoy interesado en castigarte, tonto! Cuando tengas la oportuni-


dad, dale un vistazo a este lugar. Tengo asesinos, sujetos que han maltrado
a niños, ladrones, violadores, caníbales, incluso. ¡No necesito castigar a un
manojo de renacuajos de cuello blanco! Te traje aquí para enseñarte algo. Te
traje para que te sintieras atemorizado, con los nervios de punta, cautivo,
hambriento. ¡Nunca habrías escrito esa obra maestra en la tierra, sentado en
tu cómoda oficina, protegido y seguro! -Durante unos momentos, dejó que
sus palabras surtieran efecto, y después continuó con su arenga.

-¿Satisfecho con las condiciones reinantes? ¡Ese eras tú, farsante! Te he


instruido al traerte aquí. Te convertí en un esclavo hambriento. Al aprisionarte,
liberé tu mente. Cuando se sujetó tu cuerpo con cadenas, se liberaron tus
pensamientos. ¡Tu alma escapó de su placentera jaula!

-¿Usted tramó esto ?-preguntó el prisionero-.¿ Fue usted quien me dio


esa mirada esbelta y hambrienta?¿ Quién me impidió dormir en las noches?
¿Sólo para inducirme a escribir esta historia desde la perspectiva de un
esclavo?

-¿Qué escribiste en la tierra? -preguntó Satán-. ¿Qué importante


contribución hiciste a la literatura administrativa? ¿Produjiste alguna
perspectiva original?

La respuesta fue el silencio. El prisionao estaba mudo de asombro.

-Ese es exactamente rni punto -dijo el demonio-. Cuando, o debería


decir, si acaso regresas a la tierra, serás un gladiador corporativo competi-

145
Los pensamientos de hambre de !os esclavos

tivo. Te he otorgado la bendición de los pensamientos hambrientos de los


esclavos.

-¿Qué quiere decir con si acaso regreso? -demandó el prisionero, lleno


ahora de confianza y en espera de un indulto bien ganado-. ¡Me he roto e!
espinazo trabajando! ¡He adelgazado veinte kilos y no he dormido durante dr;;s
semanas! ¿Cuánto sufrimiento se necesita para alcanzar definitivarnente la
sabiduría?

La siniestra mano de Satán surgió de la cortina y set1aló amenazadorarnente


a su asistente, a Reflecto. --Se dan casos -rnurmuró- en que se requiere una
eternidad.

Ambos salieron del aposento del dernonio, Reflecto con una mueca de
disgusto por el insulto, y el prisionero perplejo. Una vez fuera, rnientras
caminaban por el humeante corredor, el ejecutivo le preguntó a su guardián
por qué role raba tanto mal trato de su jefe.

-Oh, eso -dijo Reflecto- eso no es nada. Ya estoy acostumbrado. En


los primeros días, era mucho peor. Solía golpearme en la cabeza con un rnazo
de madera de vez en cuando.

-¿Para qué demonios? -preguntó el prisionero.

-Castigo -le dijo Reflecto-. Y por nostalgia. -Cuando percibió la


conjúsión ante sus palabras, Reflecto aizadió rápidamente-, pero esa fue otra
historia.

14ó
CAPÍTULO ONCE

ABEJAS ASESINAS
(Cómo se inició la consultarla)

"El primer adivino fue el primer pillo que se encontró


al primer tonto".

-Voltaire, Ensayo sobre las costumbres

-¿Cuántos de estos insectos nos faltan todavía? -inquirió el demonio a


Reflecto.

-Sólo dos, su maligna majestad. Uno en particular parece ser muy


entendido en la materia.

-¡Mándalo al diablo, cretino! Ya he oído bastante.

-Pero señor, nos puede enseñar algo nuevo.

-¡Imposible! -replicó Satán-. ¡Ya lo he oído todo! ¡Lo sé todo!


Pregúntame lo que quieras, vasallo. ¡Ahora soy un experto en los negocios,
un maestro de la administración! -El demonio estiró la mano y tomó una
tablilla de piedra y empezó a leer las notas que había grabado en ella.

-Sé todo lo que hay que saber acerca del poder y procedimientos. ¡Lo
aprendí directamente de Hammurabi! No te quepa la menor duda, también sé
tomar decisiones. Conozco los secretos de la isla de Pascua, la CIA y sé que
Edgar Alían Poe murió en Baltimore. Pregúmame sobre el liderazgo, sobre
Shakespeare o los Shakers. ¿Y la innovación? Pregúntame acerca de la
comida rápida y el Tíbet. O de administración por participación, visión,
formación de consenso. Burocracia y toro.

149
Abejas asesinas

-Pero señor, nadie puede saber jamás lo suficiente -rogó Reflecto-. Yo


también he escuchado esas historias, del otro lado de la puerta. Tal vezfalta
algo. Tal vez nos sería útil un poco de cautela o ... me atrevo a decir ... ¿un
poco de humildad?

-¿Para qué? -demandó Satán-. ¡Que me condene si alguna vez me


disculpo por ser el administrador más sabio que existe! Vaya, soy un maestro
del cambio, un gurú del control de costos, un experto en calidad. ¿Por qué
tengo que escuchar a alguien? Podría incluso cobrar honorarios bastante
altos por compartir todos estos secretos. ¡De hecho, debería ser consultor en
administración de empresas!

-No lo discuto, señor. Cuenta con la capacidad para elevar a la


chicanería a un plano superior.

-Bueno, ¿entonces, para qué molestarme con este próximo prisionero?

-Es consultor en administración de empresas, señor. Tal vez le pueda


ofrecer unos cuantos consejos útiles.

-Hummm. ¿Consultor en administración de empresas, dices?¿ Cómo lo


sabes?

-Trae un traje arrugado, un portafolio y está a más de 80 kilómetros de


distancia de su oficina. Además, en el camino a la celda para escribir, me robó
el reloj, y después me cobró mil dólares por decirme la hora.

-¡Un consultor sin duda! -exclamó el diablo-. Con un demonio. ¡Dile


que enrre!

-A1i historia es de la Edad Media -empezó el consultor-. Pero no de la


que usted podría sospechar. Me refiero a la primera Edad Media, de la cual
son pocos los que conocen algo al respecto, excepto mis clientes, por
supuesto.

-Omite los prelúninares y cuenta la historia -ordenó Satán-. ¡Y no


enciendas el medidor! -El consultor continuó, ahora leyendo de sus breves
!lO!ClS.

150
Abejas asesinas

La mayoría de nosotros sabemos de la Edad .Media por medio del estudio


de la historia. Fue el periodo desde el año 4 76 d.D., hasta el 1000
aproximadamente, cuando se anquilosó el conocimiento y se estancó el
desarrollo social. Pero pocos están enterados de la otra Edad Media, la que
empezó con cataclismos y emigraciones masivas por todas parte·s de la
civilización occidental y, durante la cual también se extinguió la sabiduría.
Ésta es una historia de esos siglos terribles y de esa pérdida irreparable.

Esta era empezó mucho antes, alrededor del año 1200 a.C. En Grecia se
la conoce misteriosamente como época de las Invasiones Dóricas. Platón, más
tarde, se refirió al continente perdido de Atlántida, pero los geólogos actuales
sugieren que fue consecuencia de la erupción volcánica de la isla de Tera en
el mar Egeo. Sobrevinieron enormes migraciones y una mezcla entre pueblos
antes distintos. El resultado fueron guerras, hambre y la destrucción de
civilizaciones con siglos de antigüedad.

La Acrópolis estaba en llamas, el delta del Nilo saturado, la costa de Israel


destrozada. Desde Asiria a Macedonia y hasta Sicilia, imperaba el caos. Se
aniquiló la frágil estructura de las sociedades y reinó la oscuridad. No fue sino
hasta el nacimiento de la Grecia clásica, cientos de años más tarde, con Platón
y Aristóteles y el resto, que resurgió el intelecto.

Yo soy consultor en administración de empresas y, por supuesto, tengo


una teoría especial que vender. No fueron volcanes, ni un maremoto, ni los
ataques violentos de bárbaros los que apagaron la luz del pensamiento. Fue
algo diferente. ¡Fueron Abejas Asesinas[ Todo empezó con un hombre como
usted.

Provenía de Tebas, sm empleo u oficio adecuado. Sin embargo, era


garboso y afable. Vestía con elegancia y portaba una tablilla cilíndrica. En la
tablilla inscribía la información que recogía en sus viajes. La llamaba "tabli-
dex", y la cuidaba con gran esmero. ·

Era natural de una aldea de campesinos conocida como Barniz, y debido


a su constitución angular y corto lapso de atención, sus pocos amigos lo

151
Abejas asesinas

llamaban Ligero. Conforme viajaba hacia Knosos, en Creta, esperando


encontrar aigún cretino, Ligero Barniz, se dirigió a una vinatería.

Ahí, después de asegurar su tabli-dex, Ligero Barniz se unió a dos


parroquianos en una mesa. Uno de ellos era comerciante en vinos y estaba
forrado de dinero. El otro era un hombre solitario, de nombre Pitágoras. El
comerciante en vinos estaba muy animado e invitaba a todo mundo. Ligero
Barniz sonrió y acercó una silla. Le gustaba el vino, en efecto, pero le
encantaba cuando era otro quien pagaba.

El vino y las palabras empezaron a fluir entre ellos, ambos magníficos sin
duda. -¿De dónde proviene este néctar? -preguntó Ligero Barniz. Y el
comerciante, con voz de borracho, admitió que era de la tierra de los Hititas,
cerca del gran mar interior. Barniz salió a atender las necesidades de la
naturaleza, y rápidamente inscribió esta localidad en su tabli-dex. Podría ser
valiosa, pensó, pero más tarde.

Pitágoras realizaba un viaje desde Atenas a Egipto, uno que había


efectuado muchas veces antes. En su forma peculiar, el viejo bebedor expresó
sus propios pensamientos, con palabras como hipotenusa, trigonometría y
coseno. Después, desde una tangente, Pitágoras dibujó unas extrañas figuras
en un secante para el vino, llenas de ángulos y medidas. Cuando Pitágoras
salió a descargar necesidades, Barniz se guardó el secante en su abrigo.

Y la noche terminó de este modo, el comerciante vacío de monedas,


Pitágoras vacío de orina y Barniz lleno de ideas.

Barniz reservó un pasaje para la tierra de los Hititas y partió hacia allá en
la mañana. Ahí conoció un maestro constructor y de nuevo se sentó con un
desconocido a beber, y robar. El constructor sabía del vino Hitita, como todos
los habitantes de esa tierra, y después de que habló de fermentación, acidez
e injertos cepas, Barniz hizo otros apuntes en su tabli-dex.

-¿Conoces de trigono~etría? -preguntó Barniz. Y su conocimiento,


adquirido de Pitágoras, se io vendió al constructor en una enorme suma. El
constructor estaba emusiasmado y soñando en grandes templos y elegantes

152
Abejas asesinas

obras públicas que podrían edificarse con las matemáticas que había adqui-
rido. Aún tenía más preguntas pendientes, pero la noche había caído sobre
ellos y Barniz y su tabli-dex ya habían partido antes de que se les diese
respuesta. Barniz iba con destino a Atenas.

En la sombra de la Acrópolis, encontró a un orador público, llamado


Salón. Y Salón estaba disertando sobre democracia, gobierno, libertad. Al
principio, Barniz lo tomó por un chiflado, pero sacó su tabli-dex y, de
cualquier modo, grabó las ideas, por si acaso.

Más tarde, ese mismo día, encontró a un agricultor que cultivaba uvas,
quien haría rico a Barniz a cambio de los secretos del vino Hitita. Pero cuando
el agricultor preguntó acerca de los tipos de tierra, métodos de siembra y el
uso de la uva pasa, Barniz musitó algo entre dientes y se perdió entre la
multitud. Partió hacia Egipto.

En la desembocadura del Nilo, se congració con el sirviente de un


funcionario público. -Llévame con tu líder -solicitó-, ya que soy experto
en gobiernos y esta cosa llamada democracia. -Y así se hizo. Barniz comió
con el gobernador en una nave, iluminada con velas y oportunidad.

-Háblame de esta democracia -empezó el gobernador- pues mi


asistente asegura que tú la inventaste y la pusiste a prueba en Atenas. - Y
Barniz afirmó que esto era cierto y cerró otro trato provechoso. El navío en
que navegaban era pesado y grande, y sin embargo, flotaba con gracia sobre
las olas. ¿Cómo era eso posible? se preguntaba, la mayoría de las naves son
ligeras y pequeñas, si no se hunden. Para explicar este misterio, el agradecido
gobernador presentó a Barniz con Arquímedes, el hechicero.

De Arquímedes, Barniz aprendió de desplazamientos, gravedad específi-


ca, masa y peso. Las palabras carecían de significado y su importancia era
incierta, pero Barniz no se detuvo por ello. Las apuntó en la tabli-dex.

Y cuando Arquímedes y el gobernador, en su entusiasmo por aplicarla,


desearon discutir los riesgos y el precio de la democracia, Barniz buscó la

153
Abejas asesinas

forma de caerse accidentalmente por la borda en la oscuridad. Desde luego,


su tabli-dex iba con él.

Así prosiguió, esta farsa itinerante. Y es que Barniz estaba perdido en


cuanto se le desgastaba el brillo. La profundidad de su conocimiento de
cualquier tema, ya fuese trigonometría, vendimia, democracia o la dinámica
de fluidos, era superficial. Como una abeja, pasaba de flor en flor, llevando
polen desde una variedad de planta a otra, sin saber nunca lo que transportaba
o sus implicaciones futuras.

Al igual que una abeja, su tabli-dex estaba inscrito con zumbidos:


conceptos clave, precisos y actuales, un tanto incomprensibles, que sonaban
bien, y eran buenos, en cierto y limitado grado. Pero Ligero Barniz siempre
escapaba con el oro y el polen adicional antes de que pudiesen aplicarse. Y
de esa forma, las esporas de la devastación fueron transportadas de una tierra
a otra. Ya que Ligero Barniz, el agente del apocalipsis, el progenitor de la
oscuridad, era un hombre que afirmaba portar la luz.

Inevitablemente, sus clientes, interesados en el progreso y desesperados


por mejoras, empezaron a descifrar los zumbidos de la abeja asesina.

En la
-'-,..
tierra de Jo.;: J-ljtjtq.;:
_,. .:..- ,., .._; ...._,..,..._,.,...__._,,
lo.;: mae<:trn<: rnnstrnrtnrPS e>rigiprr,n gr'JndPS
... "-J .o...i..o. .._.,;.. .... '--''-' _..._,, .... ..,. \..l'"'-'"-\.VL- '-'LJ. J.-J..VJ.J. .l.UJ..l '-'

pirámides inspiradas en la trigonometría. En Grecia, en campos enteros se


abandonó el cultivo del trigo y la cebada para dedicarlos a la uva. En Egipto,
se reorganizaron los consejos del gobierno y se vio amenazado el liderazgo
formal del faraón.

La historia guarda silencio respecto al acontecimiento que disparó la Edad


Media de la antigüedad. Algunos dicen que fue el colapso de templos y
monumentos y moradas por todo el dominio Hitita. Algunos señalan la
hambruna en Grecia, cuando los viñedos estériles no produjeron fruto y las
multitudes hambrientas y enfurecidas luchaban por lo poco que quedaba de
trigo y cebada. Y, desde luego, en el tranquilo reino del Nilo estallaron
disturbios civiles y anarquía, con levantamiento tras levantamiento entre las
multitudes.

154
Abejas asesinas

Pero para entonces, Ligero Barniz, el indescifrable rey de la consultoría


antigua, se había ido desde tiempo atrás. Con los bolsillos llenos y su tabli-
dex abarrotada, desapareció. La leyenda dice que la última vez que se le vio
viajaba hacia el continente que pronto se hundiría, Atlántida, para vender su
conocimiento de Arquímedes. Para impartir los conceptos básicos de la
flotación.

Si éste fuese el final, sería suficientemente horrible. Pero no lo es, ya que


el método de Ligero Barniz no pasó inadvertido. Ciertas pandillas de bandidos
lo espiaron mientras zumbaba de un lado a otro y tomaron sus propias notas.
Como langostas, hicieron su madriguera en la tierra, sólo para reaparecer
años después, incluso milenios.

Algunas abejas asesmas durmieronnasrauél siglo XX, para resurg1r y


contaminar el mundo de los negocios y el comercio. No con tabli-dexes, sino
con portafolios y rolodexes, girándolos constantemente, en busca de un nuevo
cliente a quien clavarle el aguijón.

Así es como se extingue el conocimiento y se detiene el progreso. No con


aprendizaje, sino por presiones. No con investigación profunda y cuidadoso
análisis, sino con la adquisición de una moda administrativa. Y así es como
termina el arte administrativo. •
No con una explosión, sino con un zumbido.

*
* *
Al oír el final de esa aterradora.historia, Reflecto se deslizó en el aposento
y se colocó detrás del onceavo prisionero. El demonio estaba comentando
sobre una cosa u otra; Reflecto no pudo enterarse de todo. Sin embargo, su
tono era demasiado claro, aun cuando su expresión estaba oculta. El demonio
estaba resignado, tal vez escarmentado incluso, por lo que acababa de
escuchar.

155
Abejas asesinas

-Llévatelo -decretó Satán-. ¡Muy lejos!

Reffrcto vio una oportunidad y se apresuró a aprovecharse del estado de


ánimo del demonio.

-¿Y los demás, señor? ¿No deben irse, también?

-No he decidido aún sobre su liberación -declaró el demonio-.


Además, si he contado correctamente, todavía queda uno. Pero este consul-
tor, caramba, debería guardarlO en el infierno por pura crueldad perversa.

-¿Pero señor, qué pasó con su oferta? Todos se quedan o todos se van.

-¿Desde cuándo estoy obligado por mi palabra, Reflecto?

La ansiosa sonrisa de Reflecto se convirtió en un entrecejo fruncido, la


frente perlada con sudor. Pensó por un momento y después habló a la
presencia trás el oscuro velo.

-Muy bien, señor. Déjelos a todos aquí. Estoy seguro de que le serían
útiles para dirigir su organización.

-Reflecto -respondió Satanás-, algunas veces dices las cosas más


¡
estúpidas. En ocasiones me pregunto si debí dejarte allá arriba con el
proyector de diapositivas.

Reflecto sonrió detrás de su máscara. A veces deseaba que el demonio


hubiese hecho justo eso. Entonces, tal vez, sólo tal vez, tendría otra
oportunidad de vivir en la tierra. Su imaginación se apoderó de él mientras
consideraba la deliciosa posibilidad. Las fiestas, el vino, las mujeres. Un
grito lo sacudió de regreso a la realidad.

-¡Mándame al siguiente payaso! -vociferó el demonio-. ¡Acabemos de


una vez con este dolor y sufrimiento!

Enseguida Satán caminó hasta su bóveda de películas, sacó una o dos y·


empezó a proyectar filmes antiguos en la pared de su cubil.

156
Abejas asesinas

Reflecto tomó la oportunidad -y al prisionero por el brazo- y se dirigió


rápidamente hacia la puerta corno un perro escaídado. Casi habían atrave-
sado el umbral cuando se oyó la voz del denzonio detrás de ellos.

-Y tú, señor consultor. ¡No olvides devolverle su reloj a Reflecto!

157
¡---- ·------· . . ----------
1
l

-·--·--··-···------- - - - - - - - t t - - - ¡ - - - - - - r r - - - - - -

\
CAPÍTULO DOCE

LA CONFESIÓN DE SAN
AGUSTÍN
(Llegando a los límites de la administración)

"Pero la doctrina que deseas, el dogma absoluto, perfecto, que


por sí mismo proporciona la sabiduría, no existe. En cambio,
debes anhelar la perfección de ti mismo. La divinidad dentro de
ti, no en ideas y libros. La verdad se viy~,_¡1o~_enseña".

-Hermann Hesse, Magister Ludi

La habitación para escribir estaba casi desierta, excepto por un único


penitente que estaba sentado encorvado sobre su escritorio, garabateando en
el mohoso silencio. Con su destino, así como el de once más que esperaban
en la celda de transferencia, pendiente de un hilo, el último eJ¡ecutivo
·alternaba la mirada de su cuaderno al reloj en la pared. La hora del juicio
se acercaba y él estaba luchando con una trama convulsa y un resultado
incierto. Reflecto se encontraba en un rincón tútalmente oscuro y le habló a
través del humo.
I

-Espero que estés evitando matanzas y catástrofes --le advirtió-.


Después de oír historias de épocas aterrorizantes y lugares éxoticos, de
pestilencia y conflagración, de sacrificios humanos y terror, el viejo necesita
algo tranquilizante. Llévalo a un lugar apacible, a un santuario.

La salvaje escritura, se detuvo. Reflecto continuó. -Deja a un lado las


imágenes de destrucción y desorden. En cambio -sugirió-, aborda el
terreno de la conciencia humana .

• 159
La confesión de San Agustín

-¡lvfaldita sea! -gritó el prisionero. Siguió el sonido de papel que se


rasga y después varias bolas de papel arrugadas volaron desde el cubículo,
estallando en llamas al caer sobre el piso supercaliente y desapareciendo en
hume-. ¡Ahora me le dices! ¡Estaba justo a la mitad de crear todo este asunto
del armagedón!

-Hey, hey -le dijo Reflecto-. Calma. ¡Tranquilo, hombre!

-¿Tranquilo? -vociferó el prisionero-. ¿Tranquilo? Llevo treinta


páginas de mi tercer borrador. ¡He puesto terremotos, quemas en la hoguera,
inundaciones, enjambres de langostas, y los cuatro jinetes desbocados por
todo el mundo! Por no mencionar el hecho de que si no es diabólicamente
gracioso o perversamente sabio, me expongo a arder en el infierno para
siempre, con once gandules más saltando eternamente sobre mi esqueleto por
haberlos jodido. ¿Y ahora viene un robot de asbesto y me dice que me
tranquilice?

-Empieza de nuevo -le respondió Reflecto, tratando de sonar reconfor-


tante-. Tenemos tiempo suficiente. El demonio está viendo películas en su
guarida, y no te recibirá hasta dentro de una hora más o menos.

-¡Oh, qué alivio! -gimió el doceavo prisionero-. Llevo dos semanas


chapoteando entre sangre, despojos sanguinolentos, historia, mitos y litera-
tura,- y ahora me dices que lo abandone todo y me tranquilice, que rne
despache una historia apacible en una hora.

--Tal vez más -respondió Reflecto-. Depende de cuántas películas vea


rm amo.

-¡Estupendo! Dime, robo-diablo, ¿qué tipo de películas le gustan al


viejo? -preguntó el prisionero, apoyando el lápiz y con la mente impaciente
por obtener una clave acerca de cómo podría complacer a Satanás.

-Oh, lo de costumbre -suspiró Reflecto-. El Exorcista, La Profecía,


Viernes 13, Pesadilla en la Calle dei Infierno, esa clase de temas. Pero su
favorita, la que ve cuando está harto de carnicería, podría sorprenderte.

160
La confesión de San Agustín

-¿Oh, sí? ¿Cuál puede ser?

--Una vieja cinta en blanco y negro. Una sin violencia ni destrucción. Se


llama Doce hombres y un destino.

-¡Vaya coincidencia!

-En efecto -concedió Reflecto-. Toda la película transcurre en una


habitación, con muy poca acción, sencillamente diálogo y juicio. Es una obra
de pasión, en cierto modo. Un examen del hien y el mal, de conciencia,
misericordia, perdón. Podrías tomar en cuenta todo eso.

De pronto, el prisionero apretó el lápiz y atacó el cuaderno con pasión.


-¡Demora al bastardo lo más que puedas! -clamó-. ¡Creo que ya lo tengo/

Mientras Reflecto escoltaba al último narrador dentro del cubil de Satán,


la oscuridad y la bruma se iluminaban con parpadeantes luces que surgían
desde atrás de la oscura cortina. Después, el sonido de un rollo de película
que se termina y sale del proyector, seguido por el agudo chasquido de un
interruptor, apagando el proyector del demonio y hundiendo el aposento en
oscuridad. Oyeron que el demonio trepaba de regreso a su trono y supieron
que la hora del juicio había llegado.

-¿Es éste el último de los insectos? -salió la voz de la cavidad de Luc~fer.

-En efecto, oh cruel crítico de cine -anunció Reflecto-. El último de los


doce hombres.

-¿A dónde me vas a llevar, narrador? -preguntó Satán.

-Señor -respondió Reflecto-, su relato nos lleva al centro de un


angustiado ...

-¡Cállate, tonto/ Me estoy dirigiendo al mortal. ¿No puede él hablar?

Reflecto le dio un ligero codazo al prisionero y le susurró. -¡Contéstale,


hombre!

161
La confesión de San Agustín

-Le voy a llevar muy lejos de todo esto, señor -musitó entre dientes el
último ejecutivo-. Entraremos en los terrenos del alma humana. No obstante,
no es un viaje tranquilo, ya que ahí habitan todos los horrores que aparecen
en las pesadillas, con frecuencia más amenazantes y terribles. Es un reino de
opresión, y huir no bosta para escapar. No podemos huir de nuestras dudas;
no podemos escaparnos de nosotros mismos. No existe una salida fácil ni un
alivio directo para una mente angustiada. El único recurso es la confesión.

-¿Cómo intentas hacer todo eso con un cuento corto, basura? -demandó
el diablo.

-En dos partes -replicó el prisionero-. La primera parte contiene una


exhibición, una apertura del corazón a w;a angustiosa pesquisa. La segunda
.. ....... ~..pa.r.Je..-rontie1uz-Una....r.e.v.e...laafm,u.¡:¡ final de la luc-ha-t-en--kl·c-eneiencia. Y al
igual que en las obras más abrasadoras en el escenario, se requieren muy
poca ambientación. Lo importante es el diálogo, todo lo demás es distracción.
Y el diálogo es entre confesores, ya que la palabra se aplica a ambos actores:
el que se confiesa y el que escucha una confesión. La obra lleva como nombre,
"La confesión de Agustín".

-Arghh! -gruñó el demonio-. Agustín. He oído de él. Es un ... un ... un


santo. La última palabra la escupió como si fuese un coágulo de bilis. •

"-Sí, de él se trata -dijo el prisionero-. Murió en el año 430 d. C., pero


no sin antes escribir varios libros clásicos. Sin embargo, estaba plagado de
ambigüedad, su obra llena de sugerencias y contradicciones.
I
-Nunca leí.nada suyo -siseó el demonio-. Pero he escuchado once
cuentos que también estaban plagados de ambigüedad y llenos de sugeren·
cias. ¿Qué importa uno más?

-¿Puedo proseguir, entonces, sin "miserabilidad "?

·-Desde luego -respondió Satanás con falsa cordialidad-. Que empiece


la exhibición. Que se aparezca la revelación.

162


La confesión de San Agustín
,,
R1 es un ejecutivo; su vestimenta lo dice, y su portafolios. Pero sobre todo
su apariencia. Está encorvado, derrotado. Su rostro es un mapa de esfuerzos
y atención al detalle. Se sienta pacientemente en el reclinatorio esta lluviosa
noche de invierno, esperando, con una destreza adquirida en muchos
aeropuertos, durante muchos años. El último en la fila, es el siguiente en
turno.

La tenue luz de la catedral disminuye con cada nube que pasa, e incluso
las viudas con velos negros, agachadas por su pena, salen, una a una. En eso
se abre la puerta del confesionario y un penitente abandona el templo sin ser
visto.

El confesor le espera ahora, ajustándose el cuello blanco bajo la negra


sotana. Y el otro confesor se pone de pie, deja el portafolios, y se sacude la
camisa blanca bajo el traje negro. Se encontrarán en una caja oscura. Se
arrodillaran juntos, con sólo un burdo velo entre ellos, estos confesores.

-Bendígame, Padre, porque he pecado. La culpa me agobia y he venido


a ser juzgado.

-Lo veremos en su momento, illJO. Sin embargo, la exposición debe


preceder a la expiación. Primero debes describir tus trasgresiones y después
dejaremos que unjuez más aito decida sus implicaciones. Por favor comienza
conforme al ritual. ¿Cuanto tiempo ha pasado desde tu última confesión?

-Me he confesado dos veces en las últimas semanas, pero no estoy seguro
de que cuenten. La primera fue con un terapeuta, la segunda con un cantinero.
Me desahogué con ambos, pero aún sigo abrumado. He venido a usted como
último recurso.

-Muy acertadamente, ya que éste es el lugar para desahogarse. El


terapeuta sólo abordaría las influencias e impresiones, con tu conformación
por el pasado. Y el cantinero, en su simpatía, hablaría de acciones y sucesos,
de quién hizo qué cosa. Aquí tomaremos un camino alternativo.

163
~J. confesión de San Agustín

-Debemos hablar de intenciones, de deseos, de por qué has hecho estas


~osas. Te has recostado en un diván, hijo, y te has sentado a una barra. Ahora
.legaremos a la esencia del asunto. Ahora debes arrodillarte en el reclinatorio.
?or favor, desahógate.

-Cien hombres y mujeres trabajan para mí, Padre y les he fallado. He sido
..:.n líder deficiente, un mal administrador. No los he desarrollado, ni me he
zanado su afecto y admiración. No soy apto para supervisar. No soy
idecuado.

-Pero te apresuras a tu propio juicio, hijo mío. Has llegado a conclusiones


~in confesarte. Debemos descubrir las razones determinantes de tu autorre-
::.riminación. Debemos revelar los particulares. ¿Qué es exactamente lo que
ias hecho?

-Supongo que más bien se trata un caso de omisión, de lo que no he hecho.


?ara empezar, mi gente constantemente comete errores y son incapaces de
isumir su responsabilidad. Tengo que revisar todo lo que hacen, y la mayoría
ie las veces, volverlo a hacer yo mismo. Si no estuviese ahí para vigilarlos
corregirlos, nunca harían nada bien.

-En ocasiones, yo siento lo mismo. Pero eso no es importante. ¿Qué más?

-No estoy poniendo un ejemplo. Mi forma de pensar no está tomando eco.


Parece que cada uno tiene una motivación diferente y nada parecida a como
soy yo. Cuando yo era un empleado, ¡creía en la compañía! Me quedaba en
ia oficina hasta que terminaba el trabajo, sin importar la hora que fuese. Sentía
que mi empleo era más importante que todo lo demás, con excepción de mi
fe y mi familia. Pero mi gente se guía por intereses en deportes, recreación,
relaciones, sucesos actuales. No he transmitido mi dedicación. No los he
inducido a que crean en la forma en que yo creo. No soy un líder.

-Te repito, hijo rufo, deja los juicios a mí y a mi jefe. Pero dime, ¿los has
abandonado por su diferencia? ¿Los has protegido y defendido, o los has
sencillamente dejado de lado?

164
La confesión de San Agusrín

-Tal vez ése sea mi mayor triunfo, Padre, ya que los he protegido en gran
medida. Vaya, este año me negué a promover a dos mujeres que no estaban
preparadas para las demandas de la administración. Planeo nutrirlas, adies-
trarlas con el tiempo. No quiero que fracasen. Me intereso por ellas, sí, lo
hago.

-¿Las cien personas carecen de objetivos? ¿Son descuidadas o desintere-


sadas?

-Para mí lo son. Tienen metas, es cierto; pero no están tan enfocados


como debieran, y es mi culpa. Algunos quieren mayores ingresos, otros
oportunidades de educación y otros, más experiencia profesional. No existe
un terreno común entre ellos. Si uno valora la oportunidad para aprender, el
otro quisiera más tiempo libre. Pero mi tarea consiste en fusionar a todos en
una unidad efectiva. No lo he logrado.

-No estoy familiarizado con esta labor de la administración, y no estoy


seguro de entender los pecados que enumeras. ¿Dónde encuentras los
lineamientos, las medidas de santidad? ¿Dónde están las sanciones? ¿En la
Biblia, las Sagradas Escrituras?

-Oh Padre, lo siento, pero en los negocios nos guiamos por evangelios
adjuntos. Asistimos a universidades y estudiamos al pie de profesores.
Compramos los libros de más éxito y aprendemos los siete pasos para la
excelencia, los secretos de liderazgo de los directores generales exitosos.
Leemos revistas cuando viajamos en avión y asistimos a semmanos y
similares. Algunas veces éstos son confusos y divergentes, pero algunos
puntos fundamentales de la administración nunca cambian.

-¿Y cuáles podrían ser ésos?

-Los líderes eficaces transfieren sus objetivos al grupo. Establecen


ejemplos imposibles de ignorar. Incorporan su visión al criterio de cada
miembro del grupo: Cuidan y nutren a sus trabajadores, desarrollándolos por
senderos de carreras definidas. Concentran el esfuerzo del grupo y consolidan
las fuerzas del grupo.

165
La confesión de San Agustín

-¿Ése es el objetivo de la administración, entonces? ¿Estampar los


mismos objetivos en tantas personas diferentes y asegurarse de que sus
habilidades son equivalentes y sus perspectivas paralelos? Perdóname, pero
esto me recuerda el seminario.

-Desde luego, Padre. Es la única forma de lograr la excelencia. La única


forma de asegurar la calidad, de fomentar el servicio, de hacer cualquier cosa
por medio de otros. Es la única razón para tener administración.

-Juicios de nuevo, hijo mío. Estás deseoso de juzgar, ¿no es así?

-¿No se debe a mi entrenamiento y cargo? ¿No es lo que se supone que


debo hacer?

-Ah, ahora llegamos al final de la descarga de tu corazón. Ahora llegamos


a la segunda etapa, la revelación. Y si bien soy un simple sacerdote parroquial
e ingenuo en cuanto al mundo de los negocios, creo que te llevo ventaja en
el camino a la revelación.

-Ayúdeme, entonces, Padre. Quiero decir, ¿cuál es mi penitencia?

-Retrocede y espera un poco, hijo mío. Todavía no llegamos ahí.


Debemos explorar lo que has revelado. Y empezaré donde tú terminaste, en
el tema del juicio y tu insistencia de juzgar que es tu trabajo.

-¿Bueno, acaso no es así?

-Ahora te daré la respuesta más sencilla que recibirás de mí: No.

-¿Qué quiere decir?

- Tú no eres el juez de los cien seres humanos que empleas. Eres un


representante de su patrón, nada más. No hay razón para que te veneren, te
sigan, o siquiera les agrades. Ellos tienen dioses, santos, amantes y héroes;
y los eligen libremente. Ellos no te eligieron. Simplemente eligieron trabajar
para ti.

-¿Entonces? ¿No tienen que inspirarse en mí? ¿No tienen que adoptar mis
objetivos, reflejar mis ideales?

166
La confesión de San Agustín

-Absolutamente no, y estás equivocado al dar por sentado que lo harán.


Pero has pecado en otras formas, aunque no me apresuraré a detallarlas. Son
específicas, así que las abordaré por separado.

-¿Nos llevará esto toda la noche? Lo que quiero decir es que tengo una
cena de negocios y debo ponerme al día con el sistema electrónico de recados.

- Vete entonces y demuestra tu incapacidad para dirigir. Un líder que no


puede formularse a sí mismo preguntas penetrantes y examinar sus motiva-
ciones no tiene derecho a planteárselas a otros, o proporcionarles sus propias
motivaciones.

-Tiene razón, supongo. Pero nunca he leído un libro de negocios que


recomiende la confesión o el autoanálisis. Parecen ocuparse de a quién usar,
a quién manipular. Dan la impresión de que la introspección es para los
pusilámines, que examinar tu propia conciencia es un ejercicio para perde-
dores.

-Relájate, hijo mío. He oído llorar a muchos pilares de la industria en el


mismo sitio donde estás arrodillado. Pero la confesión no es un esfuerzo por
examinar a los demás, como tus libros de negocios. Es un intento por hacerse
uno mismo.

-Dígame entonces, francamente, ¿qué debo hacer?

-Primero, considerar tus pecados. La mayoría son simples. Cuando


sugieres que tu gente no puede hacer nada bien sin que tú estés mirando sobre
sus hombros o rehaciéndolo tú mismo, es pecado tuyo, no de ellos. Debes
aprender a permitirles que se equivoquen. Les estás robando, hijo mío, les
estás robando la experiencia del error y negándoles la oportunidad de
aprender de ellos. Éste es el pecado de limitación.

-¿Qué más?

-Estás imponiendo tus intereses y motivaciones en aquellos cuyos


incentivos pueden basarse en otros deseos. Es factible que tengan que
desempeñarse de acuerdo con ciertos estándares, pero es vanidoso de tu parte

167
La confesión de San Agustín

el esperar que se desempeñen debido a tus estándares. Deja que los estimulen
sus propios temores y anhelos, no los tuyos. Éste es el pecado de imposición.

-¿Ac2.so no debemos tener una misión común?

-Una misión común, sí, pero no una motivación común. Esto nos conduce
a tu tercer pecado: ei pecado de identificación. Estás tratando de consegüir
que sean tú, y no pueden ni deben. Ellos son ellos mismos, cada uno diferente.
El hecho de que trabajen juntos no significa que deban ser uno y el mismo.
Tú eres tú, hijo mío, deja que ellos sean ellos.

-Pero algunos de ellos no están calificados, no están preparados para


avanzar.

- Y a admitiste eso antes y me causa gran aflicción, como estoy seguro que
les causa a ellos. Has pecado de nuevo, el pecado de protección. Debes
permitirles que progresen más allá de ti, o más allá de tu apreciación de ellos.
Tus impresiones sobre ellos se convierten en sus ataduras, hijo, y eso es
injusto.

-Parece que todo lo que hago, lo hago para ayudarlos y moldearlos,


Padre. ¿Hay algo malo en ello? ¿Es malo tratar de moldearlos en una unidad?
De ser así, ¿cuál es entonces mi trabajo?

-Es incorrecto y pecaminoso el adoptar el papel de Dios, con la facultad


para transformar arcilla en seres humanos. Cuando un empleado ingresa a tu
organización, no llega como una masa flexible en espera de unas manos
firmes. Cada uno viene con talentos especiales y diversos, aptitudes únicas,
personalidades extraordinarias y deseos variables. Tu tarea consiste en
capturar esta diversidad y cultivarla, no arrancarla de raíz.

-¿Es pecado exigir una cultura común?

-Sí, y una abominación el presumir que tú eres su diseñador. Has pecado


de nuevo, hijo mío. Has cometido el pecado de homogenización. ¿Compren-
des ahora la gravedad de tus transgresiones?

168
La confesión de San Agusrín

-Limitación, imposición, identificación, protección, homogenización.


Sí, ahora los comprendo. Pero el próximo lunes en la mañana, cuando esté
de vuelta en la oficina, no estoy seguro de que las recordaré todas, o si les
encontraré mucho sentido.

-Pues ahí, hijo mío, es donde intervengo yo. Ahora entramos a una nueva
fase de la confesión: la segunda parte, por así decirlo. Es el momento de la
recapitulación. Tengo un método para hacer esto. ¿Te gustaría oírlo?

-Por supuesto, Padre. Me siento un tanto perdido.

-¿Has leído a San Agustín, hijo mío?

-Es posible que haya comprado el casete. ¿Qué ha escrito últimamente,


Padre?

No mucho, al menos no durante los últimos mil seiscientos años más o


menos. No obstante, en su época tuvo unos éxitos sobresalientes, el primer
lugar en la lista de los libros de mayor venta. Uno de esos libros se llamó La
ciudad de Dios. En esta obra, San Agustín sugiere que en la tierra, en la ciudad
del hombre, no se puede encontrar la perfección. Dice que es imposible
construir la ciudad de Dios en la tierra, que sólo puede existir en el cielo.

-Y ése es tu problema, querido ejecutivo. Te esfuerzas demasiado por


construir la ciudad de Dios en tu organización; y con toda esta plática de
administración y liderazgo, estás intentando imponerte como el arquitecto.

-Permite que tu gente cometa errores, administrador. Mi gente peca,


Dios lo sabe. A pesar de rnis mejores esfuerzos, sé que es inevitable. No
esperes la perfección. ¿A mí, como sacerdote, me gustaría ver a mi
congregación tan libre de pecado y tan devota como yo? Ciertamente; es
natural. Pero esperarlo sería anormal, y requerirlo, pecaminoso.

-Tengo poco tiempo, Padre, pero no debo irme sin recibir mi penitencia.
¿Qué debo hacer para expiar estos pecados?

169
La cor.fesión de San Agustín

-Tu castigo es muy sencillo y directo. Y se ajusta a la trasgresión. Te exijo


que ieas La ciudad de Dios. La encontrarás oscura, incluso aburrida; y eso
será bueno. Porque no querrás vivir en la ciudad de Dios, y tal vez su lectura
te recuerde que la ciudad del hombre es el único sitio para trabajar. Tan
imperfecta como pueda ser, es todo lo que tenemos.

-¿Es el libro fácil de leer? ¿Es una fórmula para el éxito?

-Como dice San Agustín en su último párrafo, "Puede ser demasiado para
algunos, muy poco para otros".

-Quizá sea eso lo que recuerde, Padre, acerca de la administración. Que


nada es idóneo para todos y que es tonto el tratar de que así sea. Ya sea
motivación, intereses, habilidades, o incluso mi estilo administrativo, puede
ser demasiado para algunos y muy poco para otros.

-¡Ahora has visto la Revelación, hijo mío! Ya está completa tu confesión.


Entiendes que nadie puede administrar sin conocer los límites de la adminis-
tración. Ahora eres sabio y capacitado para dirigir a otros.

Cada confesor bendijo al otro, se pusieron de pie, salieron del oscuro


recinto de madera por puertas opuestas, tomando direcciones opuestas. Un

profundidades de la catedral. El otro hombre de negro se retiró bajo el sistema


de transpone y dentro de las ruidosas calles de comercio.

Uno regresó a la ciudad de Dios. Uno regresó a la ciudad del hombre.


Ambos llegaron al destino correcto.

* *
Tan pronto como se des1/aneció la voz del prisionero, Reflecro, presa de un
paroxismo de impaciencia. empezó a parlorear con su amo.

-¿ Excelenre, eh?¿ Escenas en blanco y negro?¿ Poca acción?¿ Trans-


curre en una habiración? ¿El diálogo es lo irrzporrame? ¿Tranquila?¿ Qué le

170
La confesión de San Agustín

pareció, su excrecencia? ¿Qué opina?¿ Exquisita, verdad?¿ Perfecta, no lo


cree?

Satán se levantó del trono y alzó sobre la cabeza los brazos huesudos.
-¡Basta de ese ofensivo parloteo! ¡He aprendido suficiente' ¡He alcanzado
los límites de la administración! -bufó. En eso, del centro de su.alma surgió
en ulular de sirena una pregunta, penetrante, dolorosa. ¿A dónde deberá
enviarlos?

Los amenazadores ecos de sus gritos resonaron por toda la caverna.


Reflecto y su encargo vibraron con la potencia de esa petición. Volvió la
calma. Entonces, el demonio continuó, su voz tensa por la angustia.

-¿A dónde deberá enviarlos? Están en la ciudad del Pecado. ¡La ciudad
de Dios está descartada!

Reflecto se levantó en la punta de los pies, su traje reluciendo aún más


mientras temblaba anticipadamente. El prisionero doce permanecía inmóvil,
envuelto en una extraña calma.

Cada uno consideraba las alternativas, el peso del juicio inminente, la


suerte de los demás cautivos, encogidos de miedo en el limbo de la celda de
resguardo. En eso, llegó la respuesta.
,
-Los enviaré -gritó Satanás- a la Ciudad de .... -Justo entonces, a
mitad de la frase, en lo alto estalló un rayo y la luz inundó el húmedo foso.
El prisionero se sintió cegado; se cerraron sus párpados y flotó hacia atrás,
ligero como una pluma, reconfortado. El silencio cayó sobre él. En eso, el I

tenue quejido de los dos motores de jet acariciaron sus oídos.

171
"Y uno de los
serafines voló hacia mí, en su mano
una brasa ardiente ...
Con ella tocó mi boca y dijo ...
quitada está tu iniquidad".
-Isaías 6: 6-7

"Y cada una de esas palabras


sonó verdadera y brillaron
como brasas ardientes
vertiendo de cada página
como si estuviese escrito en mi alma".
-Bob Dylan
EPÍLOGO

Un par de estelas ondeadas aparecieron sobre los cielos de Denver. Abajo,


tres controladores de tráfico aéreo estaban inclinados sobre un monitor, sus
ojos deslumbrados por una señal parpadeante.

-¡Ahí está! ¡Es AspenAir 409! -exclamó uno.

--¡Vaya, me lleva el diablo, Wilson! Trata de establecer contacto con ellos


por radio.

Mientras el joven controlador extendía la mano para tomar el micrófono,


uno de íos arónitos supervisores dijo entre dientes al otro. -¿Puedes creer la
velocidad a la que vuela ese pájaro?

-Esa nave parece una exhalación, hombre. ¡Va como alma que lleva el
diabio!

A bordo del AspenAir 409, los ejecutivos sintieron un cambio en la altura


y despertaron. Frotándose los ojos, miraron nerviosos a izquierda y derecha.
Ninguno dijo una palabra.

A través del intercomunicador, el piloto les daba instrucciones para


abrochar sus cinturones y prepararse para el aterrizaje en Stapleton. Al tocar
tierra, recogieron sus pertenencias personales y se pararon en el pasillo. Sin
esperar a que el avión terminara de rodar, se congregaron ansiosos a la salida,
pisándose los talones unos a otros, respirando intranquiios en el cuello dei que
estaba delante. La nave se detuvo, se abrió la puerta, y un asistente de tierra
empujó una escalinata móvil hasta la puerta del avión. Los ejecutivos salieron
en tropel, casi presas del pánico.
Epílogo

El piloto permaneció al pie de la escalinata mientras salían, despidiéndose


de cada uno. v agradeciéndoles que hubiesen elegido su vuelo. La mavoría
, -' V J .__...

prestó poca atención a esta cortesía. Todos tenían prisa. Había lugares a los
que tenían que ir, y lugares de los cuales huir.

No obstante, el último en salir observó el cabello plateado y amplia sonrisa


del piloto. Se detuvo al pie de la escalinata y estrechó la mano del aviador.
Cuando lo hizo, se le subió la manga al piloto, revelando una desagradable
quemadura de segundo grado justo encima de la muñeca. Y un elegante reloj,
también. La clase de reloj que podría tentar a alguien a robarlo. Si ese alguien
fuese lo suficientemente perverso.

De pie bajo la nieve que caía, la brillante chaqueta de vuelo plateada,


reflejando las muchas luces parpadeantes y las señales direccionales puntean-
do la pista, el piloto deseó a este último pasajero la mejor de las suertes.

-¿Qué destino llevas ahora? -preguntó el pasajero.

-Creo que volaré a Las Vegas esta noche. Tengo que ponerme al día en
cuanto a diversión, tal vez vea un encuentro de box, o me dé una vuelta por
las carreras.

-¿Por qué no me permites invitarte una cena antes de que te vayas, o al


menos una copa? ¿En recuerdo de los viejos tiempos?

-Gracias, pero tengo un poco de prisa. Además -añadió cerrando un


ojo-, tengo una buena provisión de pescado y vino en la cabina. -Enseguida,
el piloto preguntó-, ¿Y usted? ¿A dónde le llevará la noche?

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tierra de la ignorancia. Rondaré tras los bribones de los negocios.

-¿Enseñando, supongo?

-Siempre enseñando, Reflecto. Siempre.

El pilotó saludó. -Llame si necesita mi ayuda, señor. -Después titubeó


y añadió--, pero deme unas cuantas semanas para divertirme un poco,
¿quiere? Voy a hacer algunas diabluras.

174
Epílogo

El profesor sonrió y sacudió la cabeza. Después. mirando al piloto que


estaba a punto de cerrar la puerta de la cabina, gritó de pronto. -Cuando se
fueron, sólo conté once. ¿Dejamos alguno atrás?

-Sí señor. Usted ocupó su lugar. En realidad, al hombre le gustó el


infierno. Dijo que lo prefería, de hecho. ¡Dijo que los habitantes eran más
amistosos y el trabajo más honesto!

-¿En serio?

-¡Absolutamente! La última vez que lo vi estaba pidiendo un ejemplar del


Journal y buscando una buena salchichonería.

-¿El hombre de Wall Street?

-Sí. Creo que también era abogado.

Cuando el piloto ocupó su asiento y los motores zumbaron de nuevo, el


último ejecutivo, presidente del inframundo, deambuló despacio por la pista,
todo sonrisas, diciéndose entre dientes. -¿Y quién dice que n.o hay justicia
en el infierno? -preguntó. Después, soltó una risotada y emitió un profundo
aullido diabólico que se mezcló con el rugido del jet que partía.

175

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