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Facundo Gionto – Seminario de Cultura Popular y Masiva (UBA). Cátedra: Pablo Alabarces. 2do Cuatrimestre 2020.

“Manuelita La Tortuga (María Elena Walsh) – Pablo Pujol (2010).

No se puede entender el entusiasmo transformador de los años 60 sin considerar a la infancia como condición sine
qua non (sin la cual no) de la revolución. En el espíritu de la década rebelde, la infancia se nos presenta como la más
verosímil de las utopías: esos niños que hoy escuchan y cantan, miran y dibujan, juegan y aprenden habitarán un
mundo mejor. Para ello deberán ser niños en la plenitud de la palabra. Ser niños liberados de viejos esquemas
tutelares, a la vez que niños conducidos por la senda del cambio.
Las canciones infantiles de María Elena Walsh contribuyeron grandemente a ese cambio, o al menos al deseo de
ese cambio. Al igual que Mafalda y el Capitán Piluso. Me estoy refiriendo a la oferta cultural que supimos aprovechar
los niños de aquél entonces y lo mejor de esa oferta mantuvo su vigencia plenamente. Hoy las expectativas se han
moderado, pero Mafalda se sigue leyendo y los discos de María Elena Walsh se siguen escuchando.
Aunque posiblemente El mundo del revés sea la más lograda, me centraré en Manuelita La Tortuga porque esta
canción es definitivamente clásica. Desde su creación en 1962 (se grabó en 1963), la historia de Manuelita nos ronda
sin decaimiento.
“Manuelita vivía en Pehuajó pero un día se marchó. Nadie supo bien por qué a Paris ella se fue. Un poquito caminando
y otro poquito a pie”.
Esta versificación de la literatura antigua infantil, aunque la infancia no es algo tan antiguo como parece. Todos esos
autores (Jean La Fontaine y sus fabulas, los relatos de los hermanos Grimm, el Pinocchio de Collodi) produjeron una
literatura con una finalidad moralizante. Tematizaron el miedo, le dieron forma infantil para que los primeros
infantes y seguramente sus progenitores e institutrices internalizaran las normativas de la vida en sociedad. Fueron
escritos para enseñar que no hay que mentir, ni desobedecer, ni desear aquello que no está a nuestro alcance.
Nada normalizador parece tener la tortuga Manuelita, salvo que aquella breve moraleja -que parece ser un consejo
de sentido común- sobre lo necesario de viajar a París para estar mejor. En lo que sigue hay una clara mofa al deseo
afrancesado de los argentinos, deseo del que la propia María Elena no está del todo a salvo:
“Tantos años tardó en cruzar el mar, que allí se volvió a arrugar y por eso regresó vieja como se marchó, a buscar a su
tortugo que la espera en Pehuajó”.
El humor de María Elena no está ausente de esta canción por la que se cruzan palabras de hoy con las de ayer, la
capital de Francia con un pueblo de la provincia de Buenos Aires y el ansia viajera de una tortuga con la paciente
fidelidad de un tortugo. Con los años, la realidad terminó rubricando el humor de aquella canción, tal vez de modo
involuntario: una inmensa escultura de Manuelita adorna la entrada de Pehuajó, mientras que París sigue con su torre
Eiffel.
En la grabación original se escucha la guitarra de Jorge Panitsch marcando un tanguito. María Elena no sólo canta muy
bien; tiene una voz increíblemente natural, ajena a todo aderezo o sentido de la ornamentación. Siempre se habla de
la calidad literaria de Walsh, pero sus canciones son las que más impacto han producido. Consultado por La Nación,
Fito Páez dio en la tecla al afirmar que las melodías de María Elena son muy precisas, de un tipo de precisión
absolutamente mozartiana. En sus canciones no hay notas de más. Pero habría que agregar que esa precisión resulta
ser tan propia como heredada: tan de ella como de siglos de música popular. Y de la otra.
La exactitud melódica de Manuelita La Tortuga está influida por raíces del mundo del folclore argentino, música
española, trovas de la Europa Mediterránea y la musicalidad inglesa y un toque sutil heredado por sus ancestros
irlandeses. Walsh aprendió desde chica por transmisión familiar. Luego agregó la influencia francesa de George
Brassens.
De lo señalado anteriormente se desprende algo que no creo deba darse por sobreentendido: María Elena Walsh
no se sujeta a ninguna tradición en particular. Y eso es muy de los años 60. Sus canciones parecieran autoexcluirse
del memorial de los géneros patrios, más allá de ese aire de tanto que le imprime el acompañamiento de Panitsch.
Fue tango en Manuelita y serían cosas muy diferentes (guajira, son, zamba, twist y lo que a ella se le ocurriera) en
otras canciones.

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