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Título: El deber de lealtad de los directores y las actividades en competencia con la sociedad
Autor: Marcos, Fernando J.
Publicado en: LA LEY 04/07/2017, 04/07/2017, 4 - LA LEY2017-D, 101
Cita Online: AR/DOC/1584/2017
Sumario: I. El deber de lealtad y diligencia del buen hombre de negocios como estándar y como límite.— II.
Reseña del fallo. Principales cuestiones tratadas. — III. Las limitaciones a la actuación de los directores y las
figuras articuladas por la ley. — IV. La actividad en competencia con la sociedad: presupuestos y alcances. —
V. Algunas reflexiones finales.
I. El deber de lealtad y diligencia del buen hombre de negocios como estándar y como límite
1. Cuando la ley impone al administrador de una sociedad el deber de desempeñarse con lealtad y diligencia
propias de un buen hombre de negocios, no está haciendo otra cosa que fijar un patrón de conducta debida que
debe guiar y caracterizar a la vez, el comportamiento de quien o quienes deben velar por un patrimonio ajeno
cuyo cuidado y gestión le fueron confiados, en post del cumplimiento de los objetivos y fines del ente.
Precisamente ese verdadero cardinal que representan el estándar que, con algunos matices, pero sin que ello
modifique la substancia en ambos casos, prevén tanto la ahora Ley General de Sociedades y, a su turno, el
Código Civil y Comercial para las personas jurídicas privadas, tiene un contenido axiológico indudable, pues
pretende impregnar e influir de manera contundente la actuación de aquellos que ocupan cargos como
administradores (directores, gerentes, miembros de una comisión directiva, etc.), sujetos estos a quienes les
exige, una conducta regida por la ética en todos los tramos de su desempeño al frente de la organización.
Pero la tutela de la persona jurídica privada en general o de la sociedad en particular, además de las de sus
socios, no agota en la actualidad el objetivo final de las normas societarias involucradas en esos menesteres, en
cuanto pretenden un obrar caracterizado —en mi opinión— por una calificada buena fe y diligencia,
consecuencia del mayor deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de los asuntos que le son puestos a
su cargo (véase art. 1725 del Código Civil y Comercial — antes art. 902 del Código Civil).
Precisamente ese deber de diligencia considerado a partir de la naturaleza, calidad y contenido del plan
prestacional que comprenden las obligaciones que debe cumplir un administrador, se integra a su vez por
diversos deberes, tales como el deber de conocimiento —adquirir aquellos necesarios para llevar adelante las
funciones que le son encomendadas—, el deber de gestión —obrar como un buen hombre de negocios—, el
deber de información —definitivamente necesaria y vital para conducir los negocios que debe llevar adelante—
y el deber de vigilancia —está a su cargo el control de toda la gestión y administración en la medida que ello
resulte posible, de sus subordinados, etc.— (1).
Sin duda alguna, el administrador o, en particular, el director de una corporación, debe obrar cumpliendo la
ley, los estatutos y los mandatos de la asamblea, no solo en nombre de aquella —lo que hace a su función como
representante del ente—, sino fundamentalmente "en el interés de la asociación" (2).
Pero hoy en día, sostener que únicamente esto determina y sirve para parametrizar lo que debe hacer y lo
que se espera que haga un administrador, significaría soslayar una realidad social, económica y jurídica, que
superó ampliamente la clásica visión que ponía el acento en los beneficios que la sociedad debía otorgar a sus
accionistas, para ingresar en un nuevo modelo que exige "una conducta a responsable de la empresa, tanto en los
negocios como en el trato con todos sus integrantes, con la sociedad y con el medio ambiente en general" (3).
De este comentario, que no quise dejar de plantear por su actualidad, se sigue que aquellos que dirigen una
compañía o una organización económica (4), también están alcanzados por esta nueva perspectiva que desde
hace tiempo —pues no es nuevo— se viene afirmando, dado que también se va a esperar que el comportamiento
de quienes las dirigen se ajuste a estos nuevos objetivos y fines que se esperan de la empresa, en su proyección
como un actor económico y social relevante en el marco de la comunidad en la que está inserta y opera.
2. Ahora bien, de acuerdo a lo que se ha señalado en estos primeros párrafos, para poder efectuar un
abordaje correcto de tema convocante, o sea, de la actividad en competencia con la sociedad desplegada por su
director o directores, resulta innegable que no se puede perder de vista en todo momento el principal e
inexcusable deber de lealtad y de diligencia, que como se adelantó, también reproduce —aunque naturalmente
sin brindar un parámetro abstracto como lo hace la norma societaria— el art. 159 del Código Civil y Comercial,
al imponérselos también a los administradores de las demás personas jurídicas privadas, ratificando de esta
manera, la impronta —en principio— subjetiva del factor de atribución que debe aplicarse para evaluar, llegado
el caso, la responsabilidad de estos sujetos.
Por su parte —como se sabe—, la ley 19.550 en su art. 59 impone a los administradores el deber de obrar
con lealtad y diligencia, con el agregado del modelo abstracto del buen hombre de negocios, el cual sirve de
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marco referencial de la conducta "debida".


Esta directriz que la Ley General de Sociedades —incluso luego de sus recientes e importantes reformas
producidas por las leyes 26.994 y 27.290— continúa manteniendo como criterio de exigibilidad y de valoración,
fue caracterizado por Halperín, como un verdadero "estándar jurídico para apreciar la debida diligencia" de los
administradores y juzgar adecuadamente su conducta, aunque el citado autor se encargó de dejar en claro, que
ese modelo "establece un criterio objetivo de comparación pero no una responsabilidad objetiva" (5),
reafirmando así la aplicabilidad de la imputabilidad subjetiva como factor de atribución de responsabilidad en
esta materia.
No obstante, se debe destacar que después de la unificación de nuestro derecho privado producida por la ley
26.994, cuando de las circunstancias de la obligación, de lo convenido por las partes, del estatuto o de lo
mandado por la asamblea de accionistas como órgano de gobierno de la sociedad, surge que el administrador
debe obtener o alcanzar un resultado determinado (obligaciones de resultado), el factor de atribución es
objetivo, lo que importa un cambio significativo en materia de imputabilidad y de criterios de atribución de
responsabilidad (art. 1723 del Código Civil y Comercial).
Se debe tener presente que en los casos antes señalados, se "configura una pauta de corte objetivo que
genera responsabilidad por la mera infracción al orden jurídico en general o al particular que regula la vida
societaria" (6), con independencia de la conducta (intencional o culposa) del administrador; lo que de por sí no
implica que siempre que esto pase el factor de atribución debe ser objetivo, pues se deberá estar al tipo de
obligación en cada caso, pues la ley no se desentiende de un hecho evidente que determina que el criterio
subjetivo sea la regla: que el administrador "se desenvuelven dentro de un mercado de riesgo constante" (7).
Y si bien es cierto que la obligación de gestión de los negocios de la corporación se traduce, en mayor
medida, en típicas obligaciones de medios (art. 774. inc. a del Código Civil y Comercial), donde es el factor o
criterio subjetivo (culpa o dolo) al que corresponde acudir, no se puede dejar de mencionar aquel trascendente
cambio en materia de responsabilidad civil que impacta decididamente también en el ámbito del derecho
societario, en el cual, resultan aplicables todas las normas que informan el derecho de daños, con excepción de
aquellas que la ley especial disponga (conf. su art. 1709 del Código Civil y Comercial) (8).
Concretamente, los administradores "al desempeñar las funciones no regladas de gestión operativa
empresaria, deberán obrar con la diligencia de un buen hombre de negocios (LS art. 59), tomado como modelo,
diligencia que se deberá apreciarse según las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar (Cód. Civ.,
art. 902). La omisión de tal diligencia [...] hará responsable al administrador societario por los daños y
perjuicios causados, lo que constituye la responsabilidad por la culpa leve in abstracto", además de responder
por culpa grave y dolo (9).
Esto permite sostener que el plexo normativo que se inicia en la Ley General de Sociedades con los arts. 59
y 274 (que no fueron modificados por la ley 26.944), se complementa con los arts. 1723, 1724 y 1725 del
Código Civil y Comercial.
Este marco legal de aplicación, obliga —según se expresó— a confrontar la diligencia debida por parte de
ese administrador o representante societario, con la naturaleza de la obligación y las circunstancias de las
personas, el tiempo y el lugar (art. 1724 del Código Civil y Comercial), como así también, con el deber jurídico
genérico de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas (art. 1725 del Código Civil y Comercial).
De esta manera, se puede considerar en su justo término la conducta obrada por el agente que se considera
responsable (administrador o representante) desde la perspectiva que brinda el paradigma del art. 59 de la ley
19.550 (buen hombre de negocios) que señala cuál es la conducta debida.
Como se puede ver, la aplicación del criterio subjetivo y de la apreciación de la culpa en abstracto, para
poder evaluar adecuadamente la diligencia específica exigida al administrador, requiere de su valoración en
concreto" (10).
En definitiva, el deber de obrar con lealtad —fidelidad, buena fe— y la diligencia de un buen hombre de
negocios, es un punto de referencia obligado que, como fue señalado al comienzo, busca fijar una pauta de
conducta ética necesaria, un arquetipo, no solo para el normal desarrollo de los negocios, sino principalmente,
para tutelar adecuadamente los intereses corporativos, de los accionistas y, sin duda alguna, también de los
propios acreedores de la compañía y de los terceros; porque la indebida actuación de quienes gestionan, sea a
causa de su negligencia o mala fe, puede ocasionar perjuicios y menoscabar el patrimonio de la sociedad, el cual
conforma la garantía común a la hora de responder las sus obligaciones sociales (arts. 242 y 743 del Código
Civil y Comercial).
Planteados estos principales conceptos y principios que delinean —desde el punto de vista de la ley

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vigente— cuál es el marco conceptual y normativo dentro del cual se deben desempeñar los administradores de
una sociedad, se puede ahora avanzar y comprender con mayor claridad las razones que justifican que la ley
prohíba a los directores la realización de ciertos actos, actividades o conductas, aspectos que serán analizados en
el punto siguiente.
Pero antes de continuar con dicho tema, se presentará en el capítulo siguiente una relación del fallo que
origina este comentario.
II. Reseña del fallo. Principales cuestiones tratadas
En la sentencia aquí bajo estudio (11), la sala D de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial,
fundamentalmente a partir del voto del doctor Pablo Heredia, trató un interesante caso donde el centro de la
escena fue la conducta desleal de los directores de una sociedad anónima (Vireyes Agropecuaria S.A.), quienes
—tal como luego se tuvo por probado— actuaron en competencia y en perjuicio de la compañía que
administraban, utilizando para ello una sociedad de responsabilidad limitada (El Enlace SRL) —constituida
cuando la primera registraba un importante endeudamiento financiero—, en la que además de ser socios, uno de
ellos oficiaba de gerente.
Las consecuencias dañosas denunciadas cuyo resarcimiento procuraba la demandante se derivaban del
aprovechamiento de negocios que le correspondían o que en otras circunstancias, hubiesen sido concertados con
Vireyes Agropecuaria SA —particularmente de no haber existido la otra compañía—, pero que los
administradores demandados llevaron adelante con la nueva sociedad que formaron, sin autorización previa y
expresa de la asamblea de accionistas, y argumentando que la primigenia firma con su sistema de explotación
agrícola tradicional no se había adaptado a la realidad económica del país, lo que podía afectar el rendimiento de
los negocios.
Presentadas las principales cuestiones que fueron consideradas por la Sala D y para permitir una mejor
compresión del desarrollo de un proceso complejo como fue el que da origen a esta reseña, comenzaré por decir
que la demanda fue entablada por la sociedad accionaria citada contra sus dos ex directores y contra una
sociedad que fue constituida por estos junto con otro socio más —la SRL—, y que sirvió para realizar y facilitar
los negocios que merecieron el cuestionamiento por parte de la accionante, sobre cuya celebración y ejecución
sustentó su pretensión.
Precisamente a causa de lo señalado anteriormente, la acción perseguía la reparación de los daños y
perjuicios generados por el accionar doloso de tales administradores, pretensión que naturalmente hizo
extensiva y en forma accesoria a la firma codemandada, en este último caso, con apoyo en el art. 54, tercer
párrafo de la ley 19.550, procurando que se declarara inoponible o que se levantara la personalidad jurídica de la
última al único fin de imputarle directamente a dicho ente su responsabilidad solidaria por tales daños. Ello,
porque esta firma había resultado ser un recurso utilizado por aquellos directores demandados, del que se
valieron para violar la ley y frustrar los derechos de la accionante (tercero).
Lo cierto es que dicha demanda fue rechazada por el juez de grado, quien al referirse a los alcances del
concepto de actividades en competencia expresado en el art. 274 de la ley 19.550, sostuvo que tal supuesto no se
da por "la mera identidad del objeto social" (12), es decir, que no alcanza para que tal situación se configure con
que las sociedades donde se desempeña el director reconozcan en sus respectivos objetos sociales actividades
similares o que las realicen en forma esporádica, sino que debía tratarse en ambos casos, de una actuación cierta,
materializada en forma concreta, o sea, de negocios u operaciones que no fueran circunstanciales.
Luego de desestimar la existencia de actividades en competencia, el juez también hizo hincapié en el
conocimiento que tenían los socios y empleados de la sociedad anónima respecto de la actuación de los
directores involucrados en la sociedad de responsabilidad limitada demandada.
Apelada la sentencia por la actora, el debate transitó por diversos puntos de sustancial importancia, entre los
que se destacaron especialmente los que giraron alrededor de la interpretación que el juez a quo había dado al
precepto del art. 273 de la ley 19.550 y, particularmente cómo apreció los hechos relatados y acreditados,
especialmente mediante una importante prueba testimonial e informática que reveló la existencia y contenido de
diversos correos electrónicos.
También se analizó detalladamente la conducta de los ex directores, dado que el fallo de primera instancia
había entendido que tampoco se configurada la concurrencia desleal y en competencia imputada a los
demandados a título de dolo.
Otro aspecto que se trató fue el vinculado a si había existido conocimiento por parte de los socios de la
actividad de los directores en la otra firma y la relevancia de una eventual autorización tácita.
La Cámara al resolver y, en lo sustancial, revocó la sentencia de grado y condenó a los demandados a
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reparar los daños y perjuicios causados a la actora Vireyes Agropecuaria S.A., como consecuencia de la
actuación desleal y en competencia desplegada por sus ex directores y por a la sociedad El Enlace SRL, que
sirvió como vehículo o recurso para violar la ley y los derechos de terceros, en este caso, de la propia actora, por
lo que se le extendió la condena. Todo ello, naturalmente, con más las costas del proceso.
Para llegar a esta solución, la Sala D no apoyó la tesis en la que se basó el a quo, pues consideró que bastaba
para que se dé el caso previsto por el art. 273 de la ley 19.550, con que se pudiera constatar la existencia de
actividad concurrente objetiva independientemente de que se haya producido o no un daño, o sea, al margen de
"una efectiva confrontación en el mercado", atento a que estas actividades en competencia pueden estar
referidas tanto a aquellas contempladas por el objeto social que se hubieren llevado a cabo realmente, como a
las que no fueron ejecutadas pero que están mencionadas en aquél. En el proceso considerado, se pudo
establecer que existía una superposición de objetos sociales, porque ambas sociedades estaban habilitadas para
desempeñarse en explotaciones y negocios agrícolas. Además se tuvo por demostrado que no estaba
diferenciada la actividad de ambas empresas.
Sólo se pudo establecer que variaba el modelo de ejecución del negocio, pues mientras que la sociedad
actora arrendaba campos y se financiaba con aportes irrevocables de los accionistas (modelo tradicional), la
sociedad de responsabilidad limitada demandada se nutría de inversores (pool de siembra).
También se acreditó que los administradores demandados, además de haber sido directores de la actora
cuando se realizó la actividad que se consideraba en competencia —cargo que mantuvieron hasta la celebración
de la asamblea que dispuso su remoción—, también eran mandatarios de Vireyes Agropecuaria SA y empleados
en relación de dependencia.
Es útil tener presente que en dicho acto asambleario, además de disponer la remoción de los directores, se
les notificó su despido con causa y se decidió promover contra éstos la acción social de responsabilidad que
prevé el art. 276 de la ley 19.550, cuyos principales fundamentos fueron, y cito: "I) celebración entre El Enlace
SRL y terceros de varios contratos de aparcería o arrendamiento rural, comprensivos de unas 30.000 has., en
prácticamente la misma zona en la que Vireyes Agropecuaria SA arrendaba unas 48.000 has.; II) utilización de
los empleados de la actora para laborar en los campos objeto de tales contratos de aparecería o arrendamiento;
III) explotación de otros campos ubicados en Córdoba, San Luis, Chaco y Entre Ríos sembrándose idénticos
cultivos que en las tierras arrendadas por Vireyes Agropecuaria SA; IV) acuerdo de un "joint venture" con
Molinos Río de la Plata SA ; V) aprovechamiento de los proveedores de insumos de la actora, beneficiándose
con descuentos por volumen; VI) inducción a clientes de Vireyes Agropecuaria SA para contratar con El Enlace
SRL, incluso por medio de presentaciones comparativas; VII) Utilización de bienes, personal y estructura de la
actora para desviar negocios a favor de El Enlace SR.; VIII) utilización de fondos de la actora para pagar
despidos de personal que inmediatamente fue tomado por El Enlace SRL (fs. 261/270)" [Sic].
Vale destacar que todos estos hechos, en mayor o menor medida, fueron considerados probados por la
Cámara al resolver, contrariamente a lo decidido por el juez de primera instancia.
Como ya lo señalé en este punto, en el voto del Dr. Heredia se hace un cuidadoso y muy razonable análisis
de la prueba colectada, en especial, de la declaración de diversos testigos y del dictamen donde se da cuenta del
resultado de la peritación informática que se realizó sobre los correos electrónicos de los ex directores
imputados, donde quedaba expuesta la maniobra dirigida a realizar negocios en competencia desleal y en
perjuicio de la sociedad que debían administrar con lealtad y con la diligencia de un buen hombre de negocios
(art. 59 de la ley 19.550).
Incluso, se probó la existencia de tratativas con una firma de primera línea del mercado, relacionadas con un
proyecto de siembras compartidas de girasol y soja para los ciclos 2000/2010, tema este para nada menor por la
envergadura de esta última compañía.
Para no excederme en el relato, remito al lector al texto de la sentencia que se comenta, donde se hace una
pormenorizada descripción de los aspectos más trascendentes de las declaraciones y de los mencionados
e-mails.
Se demostró también que El Enlace SRL fue creada por estos últimos y otro socio más (cónyuge de la
directora demandada) en un momento en que la sociedad actora se encontraba atravesando problemas de
endeudamiento —circunstancia esta que fue acertadamente resaltada por en el voto del Dr. Heredia—, y cuando
los directores, cuyo comportamiento se cuestionó, cumplían funciones como tales y como mandatarios en la
firma actora, "privilegiando mediante la realización de actos en competencia la satisfacción de un interés propio
antes que el de la sociedad que administraban" [Sic].
Tampoco se justificó el accionar de los imputados, por el hecho de que el modelo de explotación de Vireyes

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Agropecuaria SA no era el adecuado frente a la coyuntura económica y que por este proporcionaba utilidades
menores a las potencialmente posibles.
Aun así —se aclaró en el fallo—, los administradores debieron abstenerse de negociar, pues ello era
contrario a la obligación legal emanada del art. 59 de la ley 19.550 que fija el patrón de conducta debido y que
permite comparar en concreto la conducta obrada por los destinatarios del precepto. Y al hacerlo, obraron
dolosamente perjudicando a la sociedad cuyo directorio integraron contemporáneamente a la época en se dieron
todos los demás hechos.
El otro tema de significativa importancia que fue abordado por la Sala D es si existió o no conocimiento por
parte de los accionistas de la actora de los negocios otrora caracterizados como "en competencia" y, en su caso,
si de ello se puede derivar una tácita autorización que permita exculpar a los directores cuestionados.
Recuérdese que cómo encionamos antes, en la sentencia de primera instancia se entendió que estaba
probado que los socios de Vireyes Agropecuaria S.A. sabían y consintieron el accionar de los ex directores en
El Enlace SRL.
Sobre esto, la apelante cuestionó la decisión del juez a quo por entender que no se ajustaba a lo normado por
el art. 273 de la ley 19.550, norma que no prevé la autorización tácita, a lo que agregó que de la prueba
colectada no surgía la existencia de ningún conocimiento por parte de los mencionados socios.
Por su parte, la Alzada entendió a partir de la prueba testimonial producida, que si bien los socios de la
actora tomaron conocimiento desde por lo menos julio de 2009 sobre las operaciones de El Enlace SRL, ello no
dispensa de la autorización expresa que dispone el citado art. 273 de la ahora Ley General de Sociedades.
Finalmente se concluyó en la sentencia de Cámara, que los directores demandados habían provocado daños
y perjuicios a la actora, los que fueron reconocidos y cuantificados en función de los rubros pretendidos por la
sociedad damnificada.
Fue así que integraron el resarcimiento, las indemnizaciones laborales correspondientes a los despidos
directos de dos ingenieros que trabajaban para actora —quien debió afrontar dicho pago— y que al día siguiente
fueron contratados por El Enlace SRL, como así también, los daños derivados del uso que los demandados
hicieron de la estructura administrativa (recursos humanos y materiales) de la actora en beneficio de El Enlace
SRL, los que fueron reconocidos con un alcance más limitado que el pretendido y en la medida del beneficio
obtenido por los accionados.
Se hizo lugar parcialmente al resarcimiento por el aprovechamiento de oportunidades de negocio desviados
a El Enlace SRL, pero solo cuando se pudo demostrar que se trataron de negocios ofrecidos a la actora o que
ésta pudo tener interés real en ellos.
Vale aclarar que la votación por mayoría del fallo obedece a que dos de los jueces no adhirieron solo a un
punto propuesto en su voto por el Dr. Heredia, relacionado con la posibilidad de integrar el monto del
resarcimiento con cualquier eventual indemnización que se tuviera que pagar a los ex directores, quienes habían
promovido juicio por despido en sede laboral. Es decir, la posibilidad de repetir estas eventuales sumas que se
tuvieran que pagar, dando ello lugar a lo que se denomina una sentencia abierta.
Fue así, que con esta excepción, la Sala D por mayoría, revocó la sentencia de primera instancia e hizo lugar
a la acción de responsabilidad entablada, condenando a los demandados al pago del resarcimiento de los daños y
perjuicios provocados a la actora Vireyes Agropecuaria SA, con más las costas del proceso.
Hasta aquí el relato de los principales hitos del caso, que provocarán las reflexiones que serán expuestas en
los capítulos que siguen.
III. Las limitaciones a la actuación de los directores y las figuras articuladas por la ley
1. Fijados en el cap. I de este trabajo los parámetros dentro de los cuales se debe mover y actuar el
administrador de una sociedad, es posible comenzar a aproximarse al estudio de la actuación en competencia
que prevé el art. 273 de la ley 19.550, que es uno de los típicos supuestos de transgresión al deber genérico de
lealtad y de actuar teniendo en miras el interés social —este último como "directriz axial" (13)—, mandatos estos
que delimitan el cauce dentro del cual deben ejercer sus funciones los directores de una corporación.
Para ello, es de utilidad recordar los detalles y derivaciones del complejo caso societario considerado por la
Sala D que hemos narrado resumidamente con anterioridad, el cual ha dejado a la vista los aspectos y cuestiones
más relevantes vinculados a la conducta desleal del administrador que actúa en competencia con la sociedad que
gestiona.
Como punto de partida, se puede señalar a modo de concepto preliminar general, que está prohibido a los
directores realizar actos de cualquier naturaleza que, directa o indirectamente, signifiquen o representen una
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violación de las normas legales (14), en particular, de las que contienen Ley General de Sociedades y, en su caso,
el Código Civil y Comercial para las personas jurídicas privadas, preceptos que solo resultan de aplicación a las
sociedades, cuando se cumplen las pautas que dispone el orden de prelación normativo establecido en el art. 150
de dicho Código (15).
Siguiendo esta preceptiva general que fue enunciada anteriormente, el legislador societario incorporó
expresas reglas limitativas de la actuación de los directores de las sociedades anónimas —también lo hace en
relación a la sociedad colectiva y a la sociedad de responsabilidad limitada, como luego se indicará—, las que
no son más que una consecuencia directa de los deberes que pesan sobre estos sujetos, tal como se lo viene
analizando a lo largo de estas líneas.
El objetivo de estos particulares límites que la ley impone a la actuación de los integrantes del órgano de
administración es amparar a la sociedad y a sus socios (16) evitando o, por lo menos, intentando evitar, que se
generen perjuicios como consecuencia del "empleo abusivo del cargo" (17) por parte de los directores, a partir de
la información estratégica o de otra índole, o del aprovechamiento de negocios que llegan a su conocimiento,
precisamente por su posición como administrador societario y en el ejercicio de su función como tal.
Se erigen así como especiales conductas no sólo no admitidas sino, además, reprochadas en cuanto a sus
consecuencias, las que se describen en los arts. 271, 271 y 273, todos de la ley 19.550.
Se trata de la prohibición de contratar con la sociedad, de la actuación en interés contrario y de la actividad
en competencia, que encuentran su razón de ser en el deber de obrar con lealtad y diligencia propios de un buen
hombre de negocios, modelo abstracto que en el caso de los directores de una sociedad se traduce en la de un
buen administrador societario, de conformidad con lo que prevé el ya citado art. 59 de la ley 19.550, que
representa la llave del sistema en lo que respecta al tratamiento de la conducta y responsabilidad de los
administradores.
Me referiré brevemente a continuación a los primeros temas tratados por los arts. 271 y 272 de la ley 19.550,
para luego ingresar finalmente en el tópico que motiva este comentario, la actividad en competencia.
2. Aparece en primer lugar la prohibición de contratar con la sociedad (art. 271, ley 19.550), que en su
versión original vedaba al director celebrar todo tipo de contratos y sancionaba a los concertados en violación a
dicha manda con su nulidad absoluta (18). Esta norma fue atemperada en cuanto a sus alcances y efectos por la
ley 22.903 —que le dio su actual redacción—, pues permitió al director celebrar con la sociedad los contratos
que sean de la actividad en que ésta opera y siempre que tales acuerdos se lleven a cabo en las mismas
condiciones en las que se pactarían con un tercero, pero no en una situación menos favorable (19).
Para aquellos casos en los que no se den las condiciones antes apuntadas, la celebración del contrato
requiere de la autorización previa del directorio —naturalmente, sin que el administrador interesado participe de
la toma de decisión— o de la sindicatura si no existiese quórum, para luego dar cuentas de estos actos a la
asamblea.
Sucede que la prohibición absoluta de contratar que preveía el texto anterior resultaba innecesariamente
rigurosa. Es que para nada afectaba a la sociedad que el director contratase con la misma, en la medida que no
causara perjuicio a esta última y lo hiciera en las mismas condiciones que con los demás (terceros) (20). Para
advertirlo basta un ejemplo muy simple, como el que se daría si un director de una empresa de telefonía celular
contrata varias líneas telefónicas para su familia, de acuerdo a los mismos planes con los que habitualmente se
comercializan los productos y servicios con otros consumidores o usuarios.
Respecto a la suerte de aquellos contratos celebrados sin la autorización del directorio o de la sindicatura
—en su caso—, si la asamblea no los ratifica, serán sancionados con nulidad (ahora relativa).
En cualquiera de los supuestos descriptos, si la asamblea desaprueba los contratos, los directores, incluso la
sindicatura, serán responsables en forma personal y solidaria por los daños causados al ente societario.
3. Sigue ahora el turno del interés contrario (art. 272, ley 19.550), es decir, cuando se presenta lo que se
conoce como un conflicto de intereses entre el director y la sociedad, situación que obliga al primero a
comunicarlo en forma inmediata al directorio y a los síndicos y, principalmente, a abstenerse de intervenir en
toda deliberación, pues lo que pretende la norma es evitar —aunque en los hechos esto resulte tan fácil o claro
de resolver— que el director interesado ejerza su influencia en los demás integrantes del órgano de
administración a la hora de decidir.
La norma concluye, advirtiendo que el incumplimiento de lo preceptuado hará incurrir al sujeto involucrado
en la responsabilidad del art.. 59 de la ley 19.550, algo que es natural, porque el tópico que trata el art. 272
citado representa la expresión más clara y elocuente de la aplicación del deber de obrar con lealtad que impone
de manera inderogable la Ley General de Sociedades a todos los administradores en general.
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Esta figura del interés contrario, reconoce como antecedente el art. 345 de Código de Comercio, que
disponía que "el director que en una operación determinada, tenga en nombre propio o como representante de
otro, interés contrario a la sociedad, debe avisarlo a los demás directores y síndicos, y abstenerse de toda
deliberación sobre dicha operación".
Como se puede advertir, el texto del art. 272 de la ley 19.550 prescribe e impone a los directores un claro
deber legal del cual emanan dos obligaciones distintas pero íntimamente vinculadas. La primera, una obligación
de hacer, que se traduce en el hecho positivo de tener que comunicar al directorio y al síndico cuando se
presente una situación que da lugar la aparición de un interés contrario al de la sociedad; y la otra, una
obligación de no hacer, que consiste abstenerse de intervenir en la deliberación que se desarrolle en el órgano
que integra, para evitar influenciar u obtener ventajas como fruto de su intervención (21).
Como lo aclara Nissen, la norma antes mencionada está vinculada con la prohibición de votar que pesa
respecto de los accionistas que también son directores, en los temas relacionados con su gestión o cuando se
trata su remoción o su responsabilidad (art. 241, ley 19.550) y con la prohibición de contratar con la sociedad,
salvo que se den las condiciones que fija el art. 271 de la ley 19.550 para otorgar validez a tales actos (22),
conforme fue visto en el punto anterior de este capítulo.
Comparto el criterio del autor citado, cuando afirma que el interés contrario al que hace mención el art. 272
puede afectar tanto al propio director como terceros vinculados a él (23), lo que resulta ajustado a la finalidad de
la norma que persigue tutelar el interés social imponiendo obligatoriamente a los directores comportamientos
éticos elementales para el normal y sano desarrollo de los negocios sociales.
Por lo demás, este era el criterio finalista que proponía el derogado art. 338 del Código de Comercio en su
segundo párrafo, el cual se relacionaba con el mencionado art. 445 de dicho código que al referirse a la
prohibición de negociar o contratar con la sociedad, extendía este impedimento a la actuación por cuenta propia,
sea en forma "directa o indirectamente"; lo que obligaba al director a denunciar su interés y abstenerse de toda
deliberación sobre dicha operación o negociación (24), por lo que tampoco podía integrar el quórum ni votar,
dado que la ley busca evitar que "la influencia moral" que su concurrencia a la reunión puede producir en los
demás integrantes del cuerpo (25).
En resumen, este conflicto se configura cuando surge un interés del director contrario al de la sociedad que,
es importante destacar, puede ser directo (interés personal directo), lo que sucede cuando el administrador
obtiene o puede obtener una ventaja o beneficio en del negocio, o indirecto, si ese beneficio se logra por
interpósita persona (26).
Por esta razón, en cualquiera de los casos, lo que se produce —si el director persiste y prioriza su interés por
sobre el social— es un incumplimiento al deber de lealtad que le impone al administrador el art. 59 de la ley
19.550, por lo cual, también aquí deberá responder ilimitada y solidariamente hacia la sociedad, los accionistas
y terceros, de acuerdo a lo dispuesto por el art. 274 de la ley societaria antes referida.
3. Queda finalmente para considerar la actividad en competencia, supuesto que por tratarse del que fuera
objeto de consideración en la sentencia comentada, analizaré en extenso y por separado.
IV. La actividad en competencia con la sociedad: presupuestos y alcances
Prestaré a continuación singular atención al supuesto que contiene el art. 273 de la ley 19.550, disposición
que regula las actividades en competencia con la sociedad, prohibición que no reconoce antecedentes ni en el
derogado Código de Comercio, aunque sí en el Anteproyecto Malagarriga-Astiria y en el Anteproyecto de 1967,
como lo recordaba Otegui (27).
Concretamente, la norma que acabo de referir, veda al director toda posibilidad de participar, por cuenta
propia o de terceros, en actividades en competencia con la sociedad.
La única excepción se da si la asamblea le concede en forma expresa su autorización, bajo pena de incurrir
en la responsabilidad que prevé el art. 59 de la ley 19.550, o sea, de tener que responder de manera personal,
ilimitada y solidaria por los daños y perjuicios que ocasione, sea por acción, como por omisión.
Similar prohibición se presenta en la Ley General de Sociedades, en el art. 133 para la sociedad colectiva y
en el art. 157, tercer párrafo, para los gerentes de las sociedades de responsabilidad limitada.
Lo descripto anteriormente, nuevamente aparece en escena el interés de la ley por tutelar a la sociedad y los
accionistas, limitando la actividad personal de los directores, al afirmar la exigibilidad hacia estos del deber de
lealtad (28), de fidelidad y de obrar con buena fe en post del interés social, como pilar indiscutido del sistema en
este tópico.
De manera semejante, como ya lo indicamos, también protege el interés de los acreedores sociales, pues al

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evitar perjuicios patrimoniales para la sociedad derivados de ese accionar que la norma reprocha, se custodia la
integridad del patrimonio social que es la garantía de tales acreedores.
Del contenido del art. 273 referido al comienzo de este punto, se desprenden como requisitos para que se
pueda estructurar esta específica barrera en la actuación de los directores: a) que se trate de una actividad en
competencia y b) que el director lleve adelante esa actividad sin contar con la aprobación de la asamblea de
accionistas.
La actividad en competencia que es objetada por la norma, puede ser llevada a cabo por el director en
persona (actividad personal) o por intermedio de terceros, en este último caso, mediando una sociedad en la cual
aquel se desempeñe como tal, con independencia que sea o no socio de la misma, lo que no cambia para nada
las cosas, salvo que se trate de una sociedad anónima unipersonal, tema al que luego me referiré.
Respecto a esto, Messineo, citando el art. 2390, primer apartado del Código Italiano, destacaba que "estaba
prohibido al administrador ejercitar actividad en competencia (con la de la sociedad), por cuenta propia o de
terceros", para señalar al referirse a la razón por la cual esa competencia era considerada desleal, que ello
sucedía porque era "ejercitada por persona que puede beneficiarse con el secreto de la hacienda del que ha
tenido conocimiento en el gobierno de una sociedad, para aprovecharse del mismo en daño a esta última y en
ventaja de otra sociedad, o propia, o de terceros" (29).
En otros términos, como los administradores de una sociedad y a causa del ejercicio de su cargo, toman
necesaria e inevitablemente —porque hace a su función— conocimiento de diversa información sobre
oportunidades de negocios (corporate opportunity) que son ofrecidos a la sociedad por su posicionamiento en el
mercado, por sus capacidades o prestigio ganados con el correr de los años, no pueden prevalerse de estos datos
para realizar por sí o por interpósita persona, negocio alguno compitiendo con la sociedad que administran.
Y si lo hacen, cualquiera que fuera la excusa, incurren en infracción al ordenamiento societario, en especial,
a lo normado por el art. 59 de la ley 19.550.
Precisamente, en el cumplimiento con la gestión operativa a cargo del directorio destinada a materializar en
los hechos el cumplimiento del objeto social de la compañía, sus integrantes deben abstenerse en todo momento
de realizar cualquier actividad que pueda afectar los derechos e intereses de la sociedad, pues "la apropiación de
esa oportunidad de negocio por el administrador constituye un acto ilegítimo y una violación al deber de
lealtad" (30).
Otro aspecto de suma importancia es establecer si para determinar la existencia de estas actividades en
competencia, se deben considerar aquellas que se encuentran descriptas e integran el objeto social, con
independencia de su efectiva ejecución habitual o esporádica por parte de la sociedad; o solo las que
efectivamente son desarrolladas habitualmente como parte de su giro ordinario.
Definir un criterio en este punto es por demás trascendente, porque permitirá decidir si una actividad en
particular está alcanzada o no por el recepto bajo estudio, como paso previo para activar su aplicación a un caso
concreto.
Nótese que, en la sentencia comentada, el distinto posicionamiento que se asumió, hizo que el fallo de
primera instancia rechazara la demanda y, posteriormente, la Alzada —sosteniendo la otra postura— lo revocara
e hiciera lugar parcialmente a la demanda.
Como fue descripto en la reseña del fallo de la Sala D, el juez a quo decidió respecto a este tema que solo
merecían consideración las actividades de la sociedad que integran su objeto social, en la medida que se
relacionen con la actuación real y habitual, dejando de lado aquellos negocios realizados en forma esporádica o
excepcional por no formar parte de las operaciones ordinarias de la sociedad que se dice afectada por la
competencia desleal (31).
Por su parte, la Cámara tomó el camino contrario que, útil es adelantar, es el que viene proponiendo desde
hace tiempo por la doctrina societaria mayoritaria, que se enrola en la posición para la que basta la designación
de la actividad en el objeto social para activar la tutela frente al director desleal, sin que la efectiva realización
de la misma por la sociedad cambie las cosas.
Entre quienes apoyan esta línea de pensamiento se encuentran Halperín, quien al igual que Otaegui —ambos
citados, entre otros, en la sentencia que es objeto del presente comentario—, coinciden en sostener que para
determinar la existencia o no de una actividad en competencia, se deben tener en cuenta todas aquellas
descriptas en el objeto social, aun cuando estas no se ejecuten (32).
Verón también se inclina por entender que la competencia se refiere a las actividades que despliega el
director que coincidan con las que integran el objeto social de la corporación cuya dirección ejerce, al margen

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que aquellas sean desempeñadas efectivamente por la sociedad (33), criterio al que también se suma Martorell
(34).

Otro de los argumentos citados en el fallo para sostener que la existencia de competencia desleal se da por el
solo hecho que el director realice una actividad que se encuentre listada en el objeto social —aunque esta sea
una de aquellas que habitualmente no realizada por la sociedad—, es que la ley 19.550 exige que dicho objeto
sea "preciso y determinado" (art. 11 inc. 3º), dando a ello una trascendencia que, en mi opinión, tiene
relativamente, de acuerdo a lo que se puede advertir en la lectura de los estatutos de las sociedades constituidas
en la República Argentina.
Lo planteo en estos términos porque, si bien es verdad que nuestro régimen legal societario no admite los
objetos sociales indeterminados o genéricos, y que desde hace algunos años la autoridad de aplicación fue más
exigente en relación a este tema, en rigor de verdad, operan en el mercado innumerables sociedades con objetos
sumamente amplios, en los que el calificativo de "preciso y determinado" no es más que una expresión de
deseos.
No se puede ignorar que muchos contratos sociales o estatutos contienen objetos comerciales, industriales,
inmobiliarios, etc., redactados en forma tan genérica, que lejos están de poder ser calificados de precisos y de
determinados, con la exactitud y cuidado que el art. 11 inc. 3º de la ley 19.550 parece demandar. Así,
encontramos diariamente objetos tan amplios —especialmente de sociedades constituidas hace más de quince o
veinte años—, que prácticamente pueden comprender todo tipo de actividades comerciales, industriales, de
exportación e importación, etc.
Igualmente no planteo esto para defender la posición que sólo ve como atendibles a las actividades que son
ejercidas por la sociedad, sino para advertir, que en la aplicación de la posición que protege directamente a todas
aquellas por el solo hecho de estar contenidas en un objeto social, se debe analizar cada caso en forma concreta
(art. 1º del Código Civil y Comercial), con suma prudencia y razonabilidad, para no afectar el libre ejercicio de
la actividad empresarial.
En ese orden, resulta atendible para evitar abusos, que exista "la efectiva posibilidad de la competencia" (35),
cuya exigibilidad no se opone a la protección de las actividades que describe el objeto sino que, muy por el
contrario, puede aportar un criterio de evaluación útil para el juzgador.
Es que no se podría hablar seriamente de "competencia" si, por ejemplo, una sociedad se dedica al comercio
textil en la Ciudad de Buenos Aires y su director, por sí, se desempeña en ese rubro en la Ciudad de Mendoza,
plaza donde la sociedad nunca tuvo en miras operar.
Sobre la actividad del director desleal y, tal como fue expresado, queda alcanzada por la norma que se viene
analizando en este acápite, tanto su actuación personal, como aquella que es realizada por intermediarios, sea
esta por cuenta propia —del administrador— o de terceros, en forma habitual o esporádica (36).
Párrafo aparte merece la salvedad que contiene el art. 273 de la ley 19.550, cuando exime de responsabilidad
al director en caso de haber existido una autorización expresa por parte de la asamblea, acto que por su
contenido y fines, debe tener lugar en el marco de una asamblea extraordinaria (37), como lo entiende la doctrina
en su mayoría.
Se debatió en el caso resuelto por la Sala D —según se relató— si el conocimiento por parte de los socios
sobre la actividad en competencia, aunque no surja de un acto asambleario, era suficiente para suplir el recaudo
de la autorización expresa y por asamblea, a que hace mención el precepto referido anteriormente.
Con relación a esto, creo que la ley es absolutamente clara en su redacción como para que quede alguna
duda sobre la exigibilidad de una asamblea para autorizar la actividad en competencia que pretende realizar el
director.
Nada permite sostener que puede ser reemplazada por el conocimiento, aun cierto y probado, que pudieran
tener los socios de la actuación cuestionada por parte del administrador, porque la norma que requiere una
decisión concreta de parte del órgano de gobierno de la sociedad, no deja margen para argumentar en favor de la
autorización tácita.
Además, esa asamblea autorizante debe "ser previa al comienzo de la actividad en competencia, pues tal es
el alcance de la expresión "autorizar" que emplea la norma" (38). Es que si el legislador hubiera querido dar la
posibilidad de aprobar —pues ya no sería autorizar— lo actuado, "tendría que haber utilizado ratificar, que se
define como confirmar lo hecho" (39).
Para Halperín, la autorización debe ser previa, porque la actividad en competencia representa un grave
quebrantamiento de la lealtad debida por el administrador (40)

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Otros autores como Verón (41), entienden que puede ser posterior, fundamentalmente, porque así como la
asamblea puede autorizar previamente la actividad, también puede confirmar lo actuado por el director.
Pero esta última postura no encuentra apoyo en la letra de la ley, cuyos términos —del art. 273 de la ley
19.550— son claros y no admiten dudas. Siendo así, no resulta admisible una interpretación de la norma que
prescinda del texto legal (art. 2º Código Civil y Comercial), pues ello importaría transgredir la primera fuente de
hermenéutica que es su letra (Fallos: 324:2780).
Sin embargo, también se debe tener en cuenta, que si la actividad en competencia desplegada por el director
es, a la postre, confirmada por unanimidad por la asamblea de accionistas, no se puede negar que siendo la única
consecuencia prevista la responsabilidad emanada del art. 59 de la ley 19.550, todo el accionar contrario a
derecho realizado por el administrador, quedaría neutralizado por la decisión unánime de los socios.
Hablo de unanimidad porque si solo fuera una "confirmación" por mayoría, la conducta desleal generada por
la competencia del director no dejaría de estar configurada, dado que el director cuestionado no se puede
beneficiar por el quitus, atento a los límites que establece el art. 275 de la ley 19.550, permitiendo al accionista
afectado que no confirmó el accionar del administrador, promover la acción individual de responsabilidad.
Queda por último destacar que la conducta del administrador, que dé lugar a la actividad en competencia y
que a partir de ella cause daño a la sociedad, puede ser dolosa, o sea, ser fruto de un acto deliberado e
intencional o caracterizarse por reflejar un proceder manifiestamente indiferente frente a los derechos e intereses
de la corporación e, incluso, culposa, por haber obrado con grave negligencia desatendiendo el paradigma del
buen hombre de negocios.
De esta manera y dentro de las posibilidades materiales que permite este comentario, se han presentado los
temas principales que fueron abordados en la sentencia de la Sala D vinculados con la actividad de los
directores en competencia con la sociedad, cuyos presupuestos sustanciales y alcances, han sido analizados en
sus aspectos más relevantes.
V. Algunas reflexiones finales
Después de presentar los deberes y directrices que la Ley General de Sociedades pone a cargo de los
administradores para tutelar el interés social, de haber repasado los supuestos que el legislador previó como
prohibiciones y límites a la actuación de aquellos, en especial, de la actuación en competencia con la sociedad
—tema que principalmente dio origen a este trabajo—, emerge como una primera y casi obvia conclusión, que
el ordenamiento procura de esa manera, no solo marcar un camino, sino también, afianzar la protección de la
sociedad y de sus accionistas, previendo e impidiendo que se den situaciones y comportamientos que considera,
y con razón, lesivos para la buena, ética y sana conducción de los negocios de la corporación.
En cuanto a la sentencia, que fue el disparador, pero también, la base del análisis de la temática que aquí fue
abordada, se debe destacar el meduloso voto del Dr. Pablo Heredia, el cual ha permitido adquirir una clara
visión del caso y, particularmente, de la prueba producida en la causa, cuyo pormenorizado tratamiento dejó a la
vista, no solo los principales aspectos relacionados con la actividad en competencia con la sociedad enrostrada a
sus directores, sino principalmente, la configuración en el caso de esa conducta ilícita cometida por los
administradores en perjuicio de la sociedad, para lo cual se valieron de una sociedad de responsabilidad limitada
utilizada como vehículo para consumar su acción antijurídica.
Desde el plano conceptual, coincido en general con el desarrollo, tratamiento y alcances que le fue dado al
precepto del art. 273 de la ley 19.550, más allá de algunas precisiones que se fueron dando a lo largo del
desarrollo de este comentario.
Es para resaltar la definición que da la sentencia al planteo de inoponibilidad de la personalidad jurídica de
la sociedad demandada, para imputarle a esta última la responsabilidad por los daños causados a la actora por
sus propios socios (inoponibilidad pasiva inversa), teniendo en consideración para ello, que esa sociedad —la
SRL— fue el recurso del que se valieron los ex directores demandados para violar la ley.
Pero retomando el tema principal que hemos considerado, es decir, la actuación en competencia, quiero
insistir en que si bien, en principio, es acertado el criterio que la define partiendo del contenido puro y simple
del objeto social de la sociedad afectada — con independencia de su efectivo desempeño o desarrollo—, es
necesario que los hechos bajo estudio en cada caso se aprecien y consideren con prudencia, para no caer en
errores y ver "competencia" donde no la hay.
Esto no es un tema menor, especialmente si se tiene en cuenta lo que señalamos respecto de los objetos
sociales que muchos estatutos poseen, a pesar de la manda legal que ordena que éstos tengan una precisión y
determinación que no siempre es tal.

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Insisto en que cuando se está ante una de estas situaciones —no fue la de la sentencia tratada, por cierto—,
un criterio útil y que puede evitar decisiones no queridas por nuestro ordenamiento, es verificar si "la
competencia" entre el director o directores y la sociedad a la que pertenecen, es en los hechos cierta o posible y,
de ser así, si se puede verificar la misma con algún grado razonable de certidumbre y de posible realización.
De otra forma, se trataría de evaluar una competencia "en abstracto", hipotética, y sinceramente no
considero que ese sea el fin de la norma contenida en el art. 273 de la ley 19.550.
Sobre la posibilidad de que la asamblea autorice expresamente al director para que realice una actividad que
pueda ser calificada como en competencia con la sociedad, se puede afirmar que el texto del precepto citado
anteriormente no deja dudas sobre su exigibilidad y sobre la imposibilidad —ante la claridad de su redacción—
de acudir a la figura de la autorización tácita, derivada del conocimiento y tolerancia por parte de los socios de
la actuación del director, sea esta personal o no, por cuenta propia o de terceros.
Sin embargo, esto puede representar un problema en muchos casos, como es el de sociedades cerradas o de
familia propiamente dichas que, dicho sea de paso, comprenden a la mayoría de las sociedades que operan en
nuestro país. En estas, muchas veces se relajan ciertas exigencias legales y buenas prácticas societarias, dando
lugar a una informalidad que, si bien no es para nada recomendable, no deja de ser una realidad verificable
cotidianamente.
Nuevamente el cuidado y la razonabilidad deben primar para arribar a un pronunciamiento justo (art. 3º,
Código Civil y Comercial).
Para terminar, quiero dejar algunas inquietudes que servirán de meros disparadores para futuros análisis.
Me refiero específicamente a la viabilidad y aplicación de los supuestos que contiene los arts. 271, 272 y
273 de la ley 19.550 en una sociedad anónima unipersonal (SAU), incluso en las nuevas sociedades por
acciones simplificadas (SAS) que también pueden ser constituidas por un solo socio y a las que se aplica
supletoriamente la ley 19.550 (arts. 33 y 34, ley 27.349).
A partir de este escenario, y cuando solo nos encontramos ante un patrimonio especial afectado bajo un
"ropaje societario" —de eso se trata en realidad—, porque no se quiso o no se pudo emitir una norma específica
que trate la figura del empresario persona humana con responsabilidad limitada, me pregunto si ante la ausencia
de pluralidad de socios que es lo que define conceptualmente a una "sociedad" (42), es correcto hablar de la
existencia de un "interés social" que merezca protección como tal.
Seguramente resultaría más propio, especialmente para proteger a los acreedores de esta sociedad
unipersonal y a los terceros, hablar de tutela del patrimonio especial que integra la sociedad unipersonal.
También desde esta perspectiva, cuando la persona del director de una SAU o de una SAS coincide con la
del "socio" único, ¿puede haber actuación en competencia con "la sociedad"?
Y si la hubiere en los supuestos antes mencionados, o si quisiera realizar una actividad que compita con la
sociedad, ¿el accionista único se podría dar a sí mismo una autorización válida para que, siendo a su vez único
director, pueda competir con la sociedad?
Todo un tema que debe insertarse en el campo de la protección del patrimonio como garantía de los
acreedores, más que desde la visión que provee el derecho societario, pensado indudablemente para atender los
derechos, intereses y necesidades de la pluralidad, de los acreedores sociales y terceros.
Como se puede ver, sólo son puras dudas y algunas primeras —pocas— ideas que van surgiendo en torno a
esta nueva realidad societaria que se avecina.
(1) MORO, Emilio F., "Culpa en la administración de sociedades comerciales", Buenos Aires, Ed. La
Rocca, 2013, ps. 375-383.
(2) FERRARA, Francisco, "Teoría de las Personas Jurídicas", Eduardo Ovejero y Maury (trad.), Granada,
Ed. Comares, 2006, p. 581.
(3) JUNYENT BAS, Francisco, Sociedad y Empresa. Las reglas del buen gobierno, nuevas tendencia en
ordene a la sociedad informal, intervención y responsabilidad, acciones societarias y concursales, Buenos Aires,
El Derecho, 2006, p. 10.
(4) El propio Código Civil y Comercial en el art. 320 distingue, aunque sin brindar un criterio demasiado
claro, entre "actividad económica organizada, empresa, o establecimiento comercial, industrial, agropecuario o
de servicios".
(5) HALPERÍN, Isaac, "Sociedades Anónimas", (edición actualizada y ampliada por Julio C. OTAEGUI),
Buenos Aires, Ed. Depalma, 1998, ps. 547-548.

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(6) MUGUILLO, Roberto A., "Conflictos Societarios", Buenos Aires, Ed. Astrea, 2009, p. 252.
(7) DOBSON, Juan I., "Interés Societario", Buenos Aires, Ed. Astrea, 2010, p. 144.
(8) El tema de la prelación normativa y de las reglas aplicables en materia de responsabilidad civil lo he
tratado en "La responsabilidad societaria y concursal, frente al derecho de daños y los cambios generados por la
unificación", en la Revista Código Civil y Comercial, Buenos Aires, Ed. Thomson Reuters La Ley, 2016, Año
II, nº 10, nov. 2016, ps. 189-212.
(9) OTAEGUI, Julio César, "Administración Societaria", Buenos Aires, Ed. Ábaco de Rodolfo Depalma,
1979, p. 133.
(10) OTAEGUI, J. C., op. cit., p. 133; RICHARD, Efraín Hugo, "Insolvencia Societaria", Buenos Aires,
Ed. Lexis Nexis, 2007, p. 291; JUNYENT BAS, Francisco, "Órganos. Conflictos societarios en general y en
sociedades abiertas. Convergencia del régimen de responsabilidad societario y concursal en el nuevo Código
Civil y Comercial", en El Derecho Societario y de la Empresa en el Nuevo Sistema de Derecho Privado, XIII
Congreso Argentino de Derecho Societario y IX Congreso Iberoamericano de Derecho de la Empresa,
Mendoza, Ed. Advocatus, 2016, t. 2, ps. 1259-1265; NISSEN, Ricardo A., op. cit., t. I, ps.653-659; BORETTO,
Mauricio, Responsabilidad Civil y Concursal de los Administradores de las Sociedades Comerciales, Buenos
Aires, Ed. Lexis Nexis, 2006, ps. 143-144, entre otros.
(11) CNCom., sala D, autos "Vireyes Agropecuaria S.A. c/ Stein, Alberto Carlos y otros s/ Ordinario",
expediente 10.423/2010, 20/12/2016 (radicado en el Juzgado Nacional de Ira. Inst. en lo Comercial nº 1,
Secretaría nº 2 de Capital Federal).
(12) Del fallo de primera instancia. Se puede consultar en www.pjn.gov.ar.
(13) JUNYENT BAS, F., Sociedad y Empresa. Las reglas del buen gobierno..., p.37.
(14) SASOT BETES, Miguel A. - SASOT, Miguel O., "Sociedades Anónimas. El órgano de
administración", Buenos Aires, Ed. Ábaco, 1980, p. 301.
(15) BARREIRO, Marcelo - FERRO, Carolina y otros, "La prelación normativa del art. 150 del Código
Civil y Comercial", en El Derecho Societario y de la Empresa en el Nuevo Sistema de Derecho Privado, XIII
Congreso Argentino de Derecho Societario y IX Congreso Iberoamericano de Derecho de la Empresa,
Mendoza, Ed. Advocatus, 2016, t. 1, ps. 41-50. Los autores tratan detalladamente en esta ponencia la relación
entre los conceptos de normas de orden público, imperativas e indisponibles, a tenor de lo que disponen los arts.
150 y 1709, ambos del Código Civil y Comercial de la Nación.- También se puede ver nuestro trabajo citado en
la nota ocho (8).
(16) HALPERÍN, Isaac, "Sociedades Anónimas", (edición actualizada y ampliada por Julio C. OTAEGUI),
Buenos Aires, Ed. Depalma, 1998, p. 535.
(17) Exposición de motivos, ley 19.550.
(18) OTAEGUI, Julio C., "Administración Societaria", Buenos Aires, Ed. Ábaco de R. Depalma, 1979, p.
291.
(19) ZUNINO, Jorge O., "Régimen de Sociedades Comerciales", Buenos Aires, Ed. Astrea, 1988, p. 246.
(20) SASOT BETES, M. A. - SASOT, M. P., op. cit., ps. 302-303.
(21) ARECHA, Martín - GARCÍA CUERVA, Héctor M., "Sociedades Comerciales", Buenos Aires, Ed.
Depalma, 1976, p. 396.
(22) NISSEN, Ricardo A., "Ley de Sociedades Comerciales 19.550 y modificatorias, comentada, anotada y
concordada", Buenos Aires, Ed. La Ley, 2010, t. 3, p. 254.
(23) Ibídem, p. 255.
(24) ZAVALA RODRIGUEZ, Carlos J., "Código de Comercio y Leyes Complementarias", Buenos Aires,
Ed. Depalma, 1964, t. I, p. 424. ZALDIVAR, Enrique y otros, "Cuadernos de Derecho Societario", Buenos
Aires, Ed. Abeledo Perrot, 1976, p. 516.
(25) HALPERÍN, I, op. cit., p. 537.
(26) DOBSON, J. I., op. cit., p. 163.
(27) OTAEGUI, J. C., op. cit., ps. 293.294.
(28) NISSEN, R. A., op. cit., T. 3, p. 261.
(29) MESSINEO, Francesco, Manual de Derecho Civil y Comercial, Santiago Sentís Melendo (trad.),

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Buenos Aires, Ed. EJEA, 1955, T. V, p. 471.


(30) JUNYENT BAS, F., Sociedad y Empresa. Las reglas del buen gobierno..., p. 38.
(31) SASOT BETES, M. A. - SASOT, M. P., op. cit., ps. 323-324: "...la LSC no prohíbe la competencia
por la competencia misma, sino la competencia concreta y específica que resulte de pasar un director a efectuar
operaciones del tipo de las que, normalmente y en forma habitual, realiza la sociedad" [...] "Actividad en
competencia ... es toda actividad del director, ejercida a título particular y no como integrante del órgano de
administración, que implica realizar, en un mismo mercado, las operaciones esenciales que en él efectúa la
sociedad en forma regular y reiterativa y que, por definición, sin integrativas del objeto social".
(32) HAPERÍN, I., op. cit., p. 543, OTAEGUI, J. C., op cit., p. 297.
(33) VERÓN, A. V., op. cit., t. II, p. 807.
(34) MARTORELL, Ernesto E., Los directores de las sociedades anónimas, Buenos Aires, Ed. Depalma,
1994, p. 381.
(35) ARECHA, M. y GARCÍA CUERVA, H. M., op. cit., p. 397.
(36) HALPERÍN, I., op. cit., p. 543, NISSEN, R. A., op. cit., t. 3, p. 262, OTAEGUI, J. C., op. cit., p. 297.
(37) VERÓN, Alberto V., Sociedades anónimas de familia, Buenos Aires, Ed. Depalma, 1979, t. II, p. 807.
ZALDIVAR, Enrique, MANOVIL, Rafael M., RAGAZZI, Guillermo E. y ROVIRA, Alfredo l., Cuadernos de
Derecho Societario, Buenos Aires, Ed. Abeledo Perrot, 1976, T. II 2da. parte, p. 515.
(38) NISSEN, R. A., op. cit., t. 3, p. 262.
(39) SASOT BETES, M. A. - SASOT, M. P., op. cit., p. 326-327.
(40) HALPERÍN, I., op. cit., p. 543. ZALDIVAR, E. y otros, op. cit., t. II, 2da. parte, p. 515.
(41) VERÓN, A. V., op. cit., t. II, p. 808.
(42) Todas las acepciones del diccionario de la RAE definen a las sociedades desde y a partir de la
pluralidad de sujetos.

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