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El tambor de piel de piojo

– ¡Oh, qué piojito tan mono! Lo guardaré en una caja de madera y lo cuidaré yo misma.
La madre, que consentía todos los caprichos de su querida hija, aceptó a
regañadientes. Elena  lo metió  en una caja dorada y lo cuidó y alimentó con esmero
hasta que se hizo tan grande como un gato. La niña estaba emocionada, pero ocurrió
una desgracia: el tamaño era tan poco habitual para un insecto, que el pobre un día
reventó.
La princesita se puso muy triste porque era su mascota y ya no se imaginaba la vida
sin él. Envuelta en un mar de lágrimas, se lamentaba:
– Ha sido culpa mía por darle tanta comida… ¡Yo sólo quería que no le faltara de nada!
¿Qué voy a hacer ahora?
La madre la vio tan disgustada que, abrazándola muy fuerte, le dijo:
– Utilizaremos su piel para fabricar un tambor, y así, cada vez que lo toques,
recordarás a tu querido amigo ¿Qué te parece?
 A la niña se le iluminó la carita ¡Era una idea fantástica!
Esa misma tarde, el artesano real fabricó un lindo tambor de piel de piojo que sonaba
fuerte y afinado. Elena lo cogió y ya no se separó de él ¡Se pasaba horas y horas
tocándolo dentro y fuera del palacio!
Un día, el rey y la reina descansaban en el salón de la chimenea mientras escuchaban
los continuos redobles del tambor.
– Querido, nuestra hija está entusiasmada con su nuevo juguete ¡Seguro que nadie se
imagina que está hecho con piel de piojo!
– Tienes razón, amada esposa… ¿Sabes?  ¡Se me ocurre una idea muy divertida!
Haré una apuesta con todos mis súbditos.
– ¿Una apuesta? ¿Qué quieres decir?
– Pues que daré una gran recompensa a quien consiga adivinar de qué está hecho el
tambor de la niña, pero eso sí: todo aquel que venga y no lo sepa, deberá pagarme
una moneda de oro.
– ¿Tendrán que darte una moneda de oro si fallan?
– ¡Claro, mujer!  ¡Como es imposible acertar, nos haremos inmensamente ricos! ¿No te
parece una idea genial?…
A la reina le pareció bien. Acumularían mucha riqueza sin esfuerzo ¿Qué más se podía
pedir?  ¡Era un plan perfecto!

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