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01 Cassirer
01 Cassirer
ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
Introducción a una filosofía de la cultura
14
Véase Cassirer, Die Begriffsform im mythischen Den-ken (Leipzig, 1921).
formas de la vida cultural humana en toda su riqueza y diversidad, pero
todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en lugar de
definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un
animal simbólico. De este modo podemos designar su diferencia
específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el
camino de la civilización.
(…………)
213
Heráclito, Fragmento 51, en Diels, Die Fragmente der Vorsokratiker (5a ed.). Véase
la trad. de Juan David García Bacca: Los presocráticos, ed. por El Colegio de
México. 1943.
214
Op. cit., Fragmento 54.
Es un hecho bien conocido que muchas de las accio nes que se llevan a
cabo en las sociedades animales no sólo igualan sino, en algunos
aspectos, hasta son superiores a las obras del hombre. Muchas veces se
ha observado que las abejas se comportan en la construc ción de sus
celdillas como perfectos geómetras, logrando la mayor precisión y
exactitud. Semejante actividad requiere un sistema muy complejo de
coordinación y colaboración, pero en todas estas realizaciones no en-
contramos diferenciación individual. Son producidas todas de la
misma forma y a tenor de las mismas leyes invariables; no queda lugar
para la elección o habilidad individuales. Unicamente cuando llegamos a
las etapas superiores de la vida animal tropezamos con las primeras
huellas de una cierta individualización. Las observaciones de Wolfgang
Koehler con los monos antropoides parecen probar que existen algunas
diferencias en la inteligencia y habilidad de estos animales. Uno de
ellos puede ser capaz de resolver una tarea que para otros resulta
insoluble; podemos hablar también de invenciones individuales, pero
todo esto carece de importancia para la estructura general de la vida
animal. Esta estructura está determinada por la ley bio lógica general a
tenor de la cual los caracteres adquiridos no son aptos de transmisión
hereditaria. Toda perfección conquistada por un organismo en el curso
de su vida individual se halla confinada a su propia existencia y no
influye en la vida de la especie. El hombre ha descubierto un nuevo
camino para estabilizar y propagar sus obras. No puede vivir su vida sin
expresarla. Los varios modos de expresión constituyen una nueva
esfera, poseen una vida propia, una espec ie de eternidad mediante la
cual sobreviven a la existencia individual y efímera del hombre. En
todas las actividades humanas encontramos una polaridad fundamental
posible de ser descrita de diversas maneras. Podemos hablar de una
tensión entre estabilización y evolución, entre una tendencia que
conduce a formas fijas y estables de vida y otra que propende a romper
este esquema rígido. El hombre gira entre estas dos tendencias, una de
las cuales trata de preservar las viejas formas mientras que la otra
intenta producir nuevas. Se da una incesante lucha entre tradición e
innovación, entre fuerzas reproductoras y fuerzas creadoras. Este
dualismo lo encontramos en todos los dominios de la vida cultural. Lo
que varía es la pro porción de los factores antagónicos. Ahora parece pre-
ponderar el uno, luego el otro. La preponderancia determina en un alto
grado el carácter de las formas singulares y presta a cada una su
fisonomía particular. En el mito y en la religión primitiva la
tendencia a la estabilización es tan fuerte que vence por completo al
polo opuesto. Estos dos fenómenos culturales parecen ser los poderes
más conservadores de la vida humana. El pensamiento mítico, por
origen y principio, es pensamiento tradicional, porque el mito no tiene
otro modo de comprender, explicar e interpretar la forma actual de la
vida humana más que conduciéndola a un pasado remoto. Lo que
arraiga en este pasado mítico, lo que ha sido desde siempre, lo que ha
existido desde tiempos inmemoriales, es firme e indudable. Supondría
un sacrilegio ponerlo en duda. Para la mente primitiva no hay cosa más
sagrada que la "santidad de los tiempos". Los tiempos prestan a todas
las cosas, tanto objetos físicos como instituciones humanas, su valor, su
dignidad, su categoría moral y relig iosa. A los efectos de mantener
esta dignidad, resulta imperativo continuar y preservar el orden humano
en la misma forma inalterable. Cualquier solución de continuidad
destruiría la verdadera sustancia de la vida mítica y religiosa. Desde el
punto de vista del pensamiento primitivo la más pequeña alteración del
establecido esquema de las cosas es desastrosa. Las palabras de una
fórmula mágica, de un conjunto o encantamiento, las fases de un acto
religioso, un sacrificio o una oración, tienen que ser repetidas en el
mismo orden invariable. Cualquier modificación destruiría la fuerza y
la eficacia de la palabra mágica o del rito religioso. La religión primi-
tiva no puede, por lo tanto, hacer sitio a ninguna libertad del
pensamiento individual. Prescribe sus reglas fijas, rígidas e
inviolables no sólo para toda acción humana sino también para todo
sentimiento. La vida del hombre se halla bajo una presión constante.
Se encuentra confinada en el círculo angosto de exigencias positivas y
negativas, de consagraciones y prohibiciones, de observancias y tabúes.
Sin embargo, la his toria de las religiones nos enseña que esta primera
forma del pensamiento religioso, en modo alguno expresa su sentido real
y su fin. También en este caso encontramos un avance continuo en la
dirección opuesta. El vínculo con que sujetaba el pensamiento mítico
y religioso primitivo a la vida humana va aflojándose poco a poco y
parece, a lo último, haber perdido su fuerza vinculatoria. Surge una
nueva forma dinámica de religión que abre una nueva perspectiva fresca
de la vida moral y religiosa. En semejante religión dinámica los poderes
individuales han cobrado preponderancia sobre los meros poderes
estabilizadores. La vida religiosa ha alcanzado su madurez y su libertad;
ha roto el conjuro de un tradicionalismo rígido. 215
Si del campo del pensamiento mítico y religioso pasamos al del
lenguaje encontraremos, en diferente forma, el mismo proceso
fundamental. También el lenguaje representa uno de los poderes
conservadores más firmes de la cultura. Sin este conservatismo no llega-
ría a cumplir su misión principal, la comunicación. Ésta requiere reglas
estrictas. Los símbolos y las formas lingüísticas deben poseer estabilidad y
persistencia para resistir la influencia disolvente y destructora del tiempo.
215
Para más detalles, véase supra, cap. VII, p. 135.
Sin embargo, el cambio fonético y semántico no constituyen rasgos
accidentales del desarrollo del lenguaje; por el contrario, representan
condiciones inherentes y necesarias del mismo. Una de las razones
principales de este cambio continuo reside en el hecho de que el lenguaje
tiene que ser trasmitido de una generación a otra. No es posible esta
trasmisión por la mera reproducción de formas fijas y estables. El proceso
de adquisición del lenguaje implica, siempre, una actitud activa y
productiva. Hasta las equivocaciones del niño son muy características a
este respecto. Lejos de ser meros fallos producidos por un poder
insuficiente de memoria o reproducción son las mejores pruebas de su
actividad y espontaneidad. En una etapa relativamente temprana de su
desarrollo, parece que el niño ha cobrado cierto sentimiento de la
estructura general de su lengua materna sin poseer, sin embargo, ninguna
conciencia abstracta de las reglas lingüísticas. Emplea palabras o frases que
nunca ha oído y que constituyen infracciones de las reglas morfológicas o
sintácticas. Pero, precisamente, en estos ensayos es cuando aparece su
agudo sentido por las analogías. Prueba en ellas su habilidad para captar
la forma del lenguaje en lugar de contentarse con reproducir únicamente
su materia. Por lo tanto, la trasmisión de un lenguaje de una
generación a otra no se puede comparar nunca con la simple trasmisión
de la propiedad por la cual una cosa material cambia de posesión sin
alterar para nada su naturaleza. En sus Principios de la historia del
lenguaje Hermann Paul hace hincapié en este punto. Muestra con ejemplos
concretos que la evolución histórica de una lengua depende en un alto
grado de estos cambios lentos y continuos que tienen lugar en la
trasmisión de las palabras y de las formas lingüísticas de padres a hijos.
Según Paul, hay que considerar este proceso como una de las razones
principales de los cambios fonéticos y semánticos. 216 Percibimos
claramente la presencia de dos tendencias diferentes, una que lleva a la
conservación y otra a la renovación y rejuvenecimiento del lenguaje. Sin
embargo, apenas si podemos hablar de una oposición entre estas dos
tendencias. Se hallan en perfecto equilibrio; constituyen los dos
elementos y condiciones indispensables de la vida del lenguaje.
Un nuevo aspecto del mismo problema tenemos en el desarrollo del arte.
En este caso parece que el segundo factor, el de la originalidad, el de la
individualidad, el del poder creador, parece prevalecer de un modo defi-
nitivo sobre el primero. En el arte no nos contentamos con la repetición
o la reproducción de formas tradicio nales. Sentimos una nueva
obligación; introducimos nuevos patrones críticos. Mediocribus esse
poetis non di, non homines, non concessere columnae, dice Horacio en
su Arte poética (la mediocridad de los poetas no está permitida ni por
216
H. Paul, Prinzipien der Sprachgeschichte (4a ed. 1909), p. 63.
los dioses ni por los hombres ni por las columnas que sostienen las
tiendas de los libreros). Pero, en realidad de verdad, también la tradición
desempeña un papel importante. Como en el caso del lenguaje, las
mismas formas son trasmitidas de una generación a otra. Los mismos
motivos fundamentales del arte retornan una y otra vez. Y, sin
embargo, todo gran artista verdadero hace, en cierto sentido, época.
Nos percatamos de este hecho cuando comparamos nuestras formas
corrientes del lenguaje con el lenguaje poético. Ningún poeta puede
crear un lenguaje enteramente nuevo. Tiene que adoptar las palabras y
tiene que respetar las reglas fundamentales de su lengua. Pero, a todo
esto, el poeta no sólo les presta un nuevo giro sino también una nueva
vida. En la poesía, las palabras no son significativas sólo en una
forma abstracta; no son meros indicadores con los que tratamos de
designar ciertos objetos empíricos. Tropezamos, por el contrario, con una
especie de metamorfosis de nuestras palabras comunes. Cada verso de
Shakespeare, cada stanza de Dante o de Ariosto, cada poema lírico de
Goethe tiene su sonido peculiar. Dice Lessing que es tan difícil robar un
verso de Shakespeare como robar la clava de Hércules. Y, lo que es más
asombroso, un gran poeta nunca se repite. Shakespeare hablaba una
lengua que nunca había sido oída antes y cada carácter shakespeariano
habla la propia incomparable e inconfundible. En Lear y en Macbeth, en
Bruto o en Hamlet, en Rosalinda o en Beatriz, escuchamos este lenguaje
personal que es el espejo de un alma individual. Sólo así puede expresar la
poesía todos esos innumerables matices, todos esos visos delicados del sen-
timiento, imposibles de manifestar con otros modos de expresión. Si el
lenguaje tiene necesidad de una renovación constante en su desarrollo no
encuentra fuente mejor ni más honda que la poesía. La gran poesía
practica siempre una incisión aguda, una cisura definitiva en la historia del
lenguaje. La lengua italiana, la inglesa, la alemana no eran las mismas a
la muerte de Dante, de Shakespeare y de Goethe que el día de su
nacimiento.
Las teorías estéticas sintieron y expresaron siempre la diferencia
existente entre los poderes conservadores y creadores de los que
depende la obra de arte. En todos los tiempos se ha dado una tensión y
conflicto entre las teorías de la imitación y las de la inspiración. Afirma la
primera que la obra de arte tiene que ser juzgada de acuerdo con reglas
fijas y constantes o de acuerdo con los modelos clásicos. La segunda
rechaza todas las pautas o cánones de belleza. La belleza es única e
incomparable, es la obra del genio. Esta concepción, después de una larga
lucha contra teorías clasicistas y neoclasicistas, predominó en el siglo
XVIII y preparó el camino a la estética moderna. "El genio —dice Kant
en su Crítica del juicio— es la disposición psíquica ingénita (ingenium) a
través de la cual la naturaleza dicta sus reglas al arte." Es un "talento
para producir aquello para lo cual no se pueden dictar reglas definidas:
no es una mera aptitud para lo que puede ser aprendido mediante una
regla. Por lo tanto, su primera propiedad ha de ser la originalidad".
Esta forma de originalidad constituye la prerrogativa y la distinción del
arte; no puede ser extendida a otros campos de la actividad humana. A
través del genio, la naturaleza no prescribe reglas a la ciencia sino al
arte; y a éste, sólo en la medida en que es un arte bello. Podemos
hablar de Newton como un genio científico; pero en este caso hablamos
sólo metafóricamente. "Por esto debemos aprender muy bien todo lo
que Newton ha puesto en su obra inmortal sobre los principios de la
filosofía natural, por muy grande que fuera la cabeza requerida para
descubrirlos; pero no podemos aprender a escribir poesía inspirada por
muy explícitos que sean los preceptos del arte y por muy excelentes que
sean sus modelos." (Crítica del juicio, secs. 46-47.)
La relación entre subjetividad y objetividad, entre individualidad y
universalidad no es la misma en la obra de arte que en la obra del
científico. Es cierto que un gran descubrimiento científico lleva
también el sello del espíritu individual de su autor. En él no sólo
encontramos un nuevo aspecto objetivo de las cosas sino también una
actitud individual de la mente y hasta un estilo personal. Pero todo esto
posee una significación psicológica y no sistemática. En el contenido
objetivo de la ciencia se olvidan y borran estos rasgos individuales, pues
uno de los propósitos principales del pensamiento científico reside en la
eliminación de todos los elementos personales y antropomórficos. Según
las palabras de Bacon, la ciencia trata de concebir el mundo ex analogía
universi y no ex analogía hominis. 216
La cultura humana, tomada en s u conjunto, puede ser descrita como
el proceso de la progresiva autoliberación del hombre. El lenguaje, el
arte, la religión, la ciencia constituyen las varias fases de este
proceso.
En todas ellas el hombre descubre y prueba un nuevo poder, el de edificar
un mundo suyo propio, un mundo ideal. La filosofía no puede renunciar
a la búsqueda de una unidad fundamental en este mundo ideal Peno
tiene que confundir esta unidad con la simplicidad. No debe ignorar las
tensiones y las fricciones, los fuertes contrastes y los profundos conflictos
entre los diversos poderes del hombre. No pueden ser reducidos a un
común denominador. Tienden en direcciones diferentes y obedecen a
diferentes principios, pero esta multiplicidad y disparidad no significa
discordia o falta de armonía. Todas estas funciones se completan y
complementan, pero cada una de ellas abre un nuevo horizonte y muestra
un nuevo aspecto de lo humano. Lo disonante se halla en armonía
216
Cf. Bacon, Novum Organum, Libro L, Afor. XLI.
consigo mismo; los contrarios no se excluyen mutuamente sino que son
interdependientes: "armonía en la contrariedad como en el caso del arco
y de la lira".