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La guardería de Montoneros: Recuerdos de una infancia cubana

Año 3. Edición número 132. Domingo 28 de noviembre de 2010

Por Francisco Yofre

fyofre@miradasalsur.com

A su regreso al país, a fines de 1983, Virginia tuvo que ocultar que había vivido en Cuba y decir que
lo había hecho en México. (DIEGO MARTINEZ) || En La Guardería. El líder de Montoneros, Mario
Firmenich, en el centro con dos chicos en brazos, y otros miembros de la Organización, junto a una
veintena de hijos de militantes.

OTRAS NOTAS

“¿Cómo nos iban a recordar?”

Susana Brardinelli no sólo es la mamá de Virginia y de Diego Croatto. Es, nada más y nada menos
que la famosa “tía” de muchos hijos de militantes que pasaron por La Guardería. Ella fue la
responsable organizativa de ese lugar y asumió todas las tareas de atención y cuidado de los chicos.

–En aquellos tiempos me preocupaba mucho acerca de cómo nos iban a recordar los chicos, ya que era una
situación difícil. Por suerte, en los últimos años, me he cruzado casualmente con algunos de ellos y
guardan un recuerdo muy lindo de aquella guardería.

–¿Cómo llegaste a La Guardería?

“Íbamos por lo menos una vez por semana”

Roberto Perdía fue uno de los dirigentes más importantes de la conducción nacional de Montoneros
y uno de quienes más responsabilidad tuvieron al momento de organizar La Guardería.

–¿Hubo alguna discusión a nivel conducción acerca de las guarderías?

–Apareció como una lógica dentro del proceso que se fue dando. Hablamos con los cubanos y les
pareció bien. Llevamos a los chicos, inclusive arreglé el traslado de varios desde España. En
situaciones distintas se los fue llevando a La Habana. No me acuerdo la cantidad exacta, pero eran
alrededor de veintipico de chicos.

Dolor y satisfacción

La Guardería de La Habana fue una experiencia inédita, probablemente irrepetible, generada en el


marco de una situación de excepcionalidad. Éramos conscientes de la brutalidad genocida de la
dictadura, capaz de torturar a un niño para intentar obtener información de los militantes. Surgió así
la propuesta de La Guardería.

Virginia, hija de la lucha y la verdad

Virginia volvió a la Argentina a fines del ’83. Con su madre y su historia a cuestas. Se instalaron en
Quilmes y en marzo del 84 ya estaba en la escuela, con su guardapolvo blanco y su mochila, al lado
de otros chicos que habían nacido, como ella, en el ’76. Sin embargo, esos chicos criados en plena
dictadura, no podían tener ni idea de que, esa nena de rubios rulos y profundos ojos celestes había
vivido una historia increíble. Una historia que hoy cuenta con una memoria y una crudeza que
conmueve hasta las tripas.

Una película en construcción

La película está en etapa de preproducción. Por ahora se llama La Guardería, pero su nombre puede
cambiar si durante la investigación y el rodaje los realizadores encuentran alguna palabra que resuma
la idea. Como proyecto en elaboración, será presentado en el Doc Buenos Aires/Latin Side of the
Doc, que comienza pasado mañana en la Ciudad, y se extiende hasta el 3 de diciembre, en el marco
de Ventana Sur, el mercado organizado por el INCAA en alianza con el Marché Du Film del Festival
de Cannes.

Historia de una mujer que creció en tiempos de revolución

El suboficial retirado Victor Ibañez fue uno de los principales testimonios que aseguró que el cuerpo
de Mario Roberto Santucho, líder del ERP, había sido expuesto por los militares en el Museo de la
Subversión Juan Carlos Leonetti -inaugurado en 1979- junto a las pertenencias de otros caídos;
libros, panfletos, objetos y armas incautadas a los guerrilleros. El genocida Antonio Domingo Bussi,
creador de dicho Museo y quien exhibió el cadáver de Santucho, armaba escenas que representaban
la actividad guerrillera con maniquíes, vestidos según cada caso.

Entrevista a Virginia Croatto: “Era como si estuviéramos resistiendo en el País de Nunca Jamás para
volver algún día al paraíso”. Armando Croatto, padre de Virginia, inició su militancia como delegado
municipal en Avellaneda. Rápidamente se unió a la Juventud Trabajadora Peronista, brazo sindical de
Montoneros. El 17 de septiembre de 1979 fue asesinado cuando llegó a una cita cantada en Munro.
La cineasta fue uno de los niños de La Guardería, el lugar que organizó Montoneros en La Habana
para preservar la vida de los hijos de los militantes que volvieron al país en el marco de la
contraofensiva. Con 34 años, decidió contar cómo fue aquella experiencia

Año 1979, la conducción nacional de Montoneros lanza la Contraofensiva y cientos de militantes que
están en el exterior se preparan para volver al país.

Ya se sabía qué pasaba con los chicos cuando una familia era secuestrada. El horror de las
apropiaciones o las torturas a los pibes los termina ubicando como protagonistas de un conflicto que
heredan. Cuidar a los chicos era cuidar a la organización. Y por ello, la conducción de Montoneros
crea una guardería en La Habana, Cuba. Por allí, jugaron, rieron, lloraron y extrañaron más de 50
hijos de militantes. Vivieron su inocencia. Hoy han madurado y procesado aquellos momentos.

Virginia, hija de Susana y de Armando Croatto, ex diputado de la Juventud Peronista y miembro de la


organización Montoneros que participó de esa frustrada intención de regresar clandestinamente a la
Argentina, estuvo en La Guardería durante casi cuatro años. “Llegué con mi hermano y mi vieja a
principios de 1980. Ella fue su responsable desde ese año hasta fines de 1983. Pero La Guardería, en
realidad, funcionaba desde antes. A fines de 1978, Edgardo Binstock y Pinu, su esposa, fueron los
primeros responsables y mi mamá los reemplazó”.

–¿Cómo era convivir con la alegría y las malas noticias de desapariciones y muertes?

–Teníamos claridad que nuestros padres estaban exiliados, que estábamos ahí por un tiempo y que
íbamos a regresar a la Argentina. Extrañábamos mucho y sabíamos que nuestros viejos luchaban
para que pudiéramos volver. La caída o la muerte de los adultos no era un tema que se hablara todo
el tiempo entre nosotros. Sabíamos lo que teníamos que saber. No es que no se mencionara nunca,
pero no se tocaba todo el tiempo. En realidad, nos pasábamos casi todo el día jugando o paseando.
Nos divertíamos mucho aunque, claro, había momentos más difíciles. Un concepto clave para
nosotros fue que los grandes no nos mintieran. Se explicaba todo. Por supuesto que, de tal manera,
como para que lo entienda un chico, pero siempre con la verdad. Para los más pequeños, era algo
que se acercaba a los términos de La vida es bella, o sea algo más fantasioso, o entre la realidad y la
imaginación. Para los más grandes, era una explicación más real. Todo el tiempo estaba eso de
felicidad y tristeza. Me acuerdo de tener una foto de mi papá debajo de la almohada. Recuerdo
también haber visto el panfleto, una especie de volante que se hizo por la muerte de uno de los
papás de mis compañeros de guardería, y enterarme de eso ahí y ponerme a llorar sola en la
guardería. Tenía ocho años. Eso había que procesarlo de alguna manera. Todos teníamos un piso
de que sabíamos lo que pasaba, eso era duro, pero también había una ilusión de que no estaban
muertos, de que iban a aparecer. Pero la mayor parte del tiempo la pasamos bastante bien y nos
divertíamos mucho.

–¿A qué jugaban?

–En la infancia muchos juegan a la guerra. Para nosotros, esos juegos ten ían condimentos reales. Tengo un
recuerdo en el que estamos todos escondidos en el fondo del patio. Era muy divertido. Hicimos como
una carpita y juntamos palos, cosas de la basura, cachivaches en general. Era un poco bizarro.
Hacíamos una especie de organización. Los más grandes eran los que iban a ser los jefes y nosotros
éramos los soldaditos. Era como los indios y los vaqueros, pero en vez de ser los vaqueros éramos los
Montoneros que volvíamos por el bien del país, contra los malos que eran los militares claramente.
Luchábamos contra los malos en función de los buenos, que eran nuestros papás. Y lo que sucedía
es que acá pasaba todo lo bueno, acá había dulce de leche todo el tiempo, había asado todo el
tiempo, partidos de fútbol, la familia estaba acá. Era como si estuviéramos resistiendo en el País del
Nunca Jamás para volver algún día al Paraíso. Tengo como pinceladas de recuerdos. Me acuerdo de
subir a las rejas y hacer como si nos estuviéramos entrenando. En realidad éramos un grupo de niños
que quería volver como para ser fiel y leal a nuestros padres. También tengo recuerdos de jugar a
cosas más de nenas. Teníamos pececitos y juguetes de todo tipo. Había un patio enorme con juegos,
un tobogán, hamacas y calesita. Y muchas veces jugábamos en la calle con los cubanos. Nos
levantábamos, desayunábamos, nos íbamos a la guardería o al círculo (así se llama en Cuba a los
jardines de infantes) o la escuela. Yo hice primer grado allá. Había una combi chiquita del gobierno
que nos llevaba. Teníamos una infancia normal dentro de cierta locura. Sin embargo, todo cambió
cuando volvimos.

–¿Por qué?

–Porque recién llegada a la Argentina de La Habana tuve que ocultar que habíamos vivido en Cuba.
En mi barrio dije que había vivido en México. Yo muchos años pensé que iba a volver a la isla. Eso
era un poco raro. Esa cosa de por qué tengo que mentir, por qué tengo que ocultar o por qué tengo
que cuidarme. Ahí empecé a extrañar Cuba, porque yo era chica y allí la pasamos muy bien. Y venías
a un país donde había que ocultar. Mi mamá me cuenta que mi hermano le dijo: “¿Acá querías
volver?, ¿a este país querías volver?”. Eso me parece que nos pasó a todos un poco. Había como un
cuentito que en Cuba creíamos que era real.

–¿Crees que todos los chicos de La Guardería tienen la misma postura, estas cosas tan saldadas o
que hay mucho que está abierto?

–Con el grupo con que más me veo tienen las cosas más o menos saldadas. Yo insisto en que es más
costoso para alguien que se crió con un represor o con una familia que no le hablaba de política,
entender ciertas cuestiones. Y nosotros, hasta para discutirlo, siempre tuvimos la historia de la
política atrás. Una cosa es tener una explicación y poder pelearse con esa explicación, pero hay algo
con lo que pelearse. El problema está cuando los hijos de desaparecidos no tienen ni una explicación,
así sea para destruirla y reconstruirla. La contención del grupo. La Guardería se mostró como un
acierto claro. El vivir todos juntos y compartir la misma situación construyó lazos muy fuertes y ayudó
mucho. En aquel momento hubiera sido más difícil si una madre o padre se quedaban solos con sus
hijos en Cuba o México esperando que vuelva algún integrante de la Contraofensiva. El colectivo de
los chicos era como un grupo de contención ahí. La gente que estaba a cargo de La Guardería,
como mi vieja, eran personas que se encargaban de esto. Había algunos chicos que tenían
problemas, se hacían pis a la noche, estaban más caprichosos O lloraban mucho. Me imagino que
hubiera sido mucho más difícil si no estaba ese espacio de contención común para todos.

–¿Cómo interpretás la crítica de que muchos militantes se arriesgaron tanto que descuidaron a sus
familias, sobre todo, en la Contraofensiva?

–Cuando se empieza a crecer, es lógico pensar que hubiera estado mejor que mi padre se quedase
conmigo. Hay una necesidad de ser hija. Está bien que una se enoje, le reclame por qué no se quedó
conmigo. Pero después, empezás a entender la cosa más políticamente. A los 34 años, reivindico que
hizo lo que creía que había que hacer. Uno puede ser más o menos crítico sobre la elección política,
militar. A mí me parece que se jugó, y reivindico que creyó en lo que hacía, y que creyó en lo mejor.
Después pudo no haber sido la decisión más acertada, pero siento que no hay derecho a que yo me
ponga a juzgar, porque una cosa es analizar y otra es juzgar. Mi vieja decidió seguir en la lucha, pero
no volver a la Argentina, por ejemplo. Mis padres tuvieron decisiones distintas. Lo que reivindico es
que hicieron lo que creyeron más conveniente. Claro que llevo la ausencia. Cómo haces para no ser
hija de quien sos. Y sí, me hubiera gustado que mi papá hubiese estado toda la infancia conmigo. Y
en mi cumple de 15 o cuando iba a la playa, veía una nena jugando con un papá y decía por qué yo
no lo tengo.

–¿Y qué lectura hacés hoy?

–Es difícil poder leer los ’70 en clave de hoy. Hay como una cosa muy romántica que uno admira de
los ’70 que está buenísimo, y hay una cosa como lineal de poner mucho el cuerpo. Más allá de las
organizaciones, la gente ponía el cuerpo de una manera que se preservaba poco, por decirlo así.
Podemos pensar muchos ideales, mucha soberbia, mucho arrojo, mucho sacrificio, mucho martirio.
Es un cóctel de todo eso. Cuando digo que reivindico a mi viejo es porque tenía una idea y fue por
ella, y eso contempla la equivocación. Después, creo que la Contraofensiva fue un error. Creo, no sé
si mi mamá y mi hermano la comparten, que mi viejo no se bancó irse de la organización en 1979
con la cantidad de muertos que había, seguía pensando que la revolución era posible, y para eso
había que desarmar a la dictadura, lastimarla. Creo que, en lo personal, no se bancaba dar un paso al
costado y que los muertos debían pesar mucho para muchos compañeros, pensar que se podían
salvar ellos pero que había muchos que estaban desaparecidos era muy costoso. Quiero ser
cuidadosa en eso de pensar que está bien o mal que se hayan ido o quedado. Son decisiones muy
personales. Fue una cosa muy arriesgada, demasiado arriesgada, de todas las veces que había
entrado al país clandestinamente, ésa fue demasiado arriesgada.

Si me preguntás si hubiese hecho lo que hizo mi viejo, te digo que no. Pero soy mujer y creo que hay
otra relación con los hijos. Soy mujer en esta época. En aquellos años, los hombres tenían esa idea
de que su rol era resolver el país o resolver el trabajo, era una cosa externa, y ahora hay como algo
más compartido entre madre y padre. Yo no hubiera hecho lo que hizo mi viejo. Mi mamá hizo algo
parecido, pero no lo mismo. Siempre tuve una reivindicación crítica. Quizás en mí conviven las dos
cosas, pero lo pude procesar y está saldada esa deuda con mi viejo. Y sí, me hubiera encantado que
mi viejo conociera a mis hijos, que mi viejo me viera grande…

–Hoy maduraste y sos madre. ¿A los 16, a los 20, o a los 30 hubieras podido hacer esta película?
–Creo que éste es el mejor momento. Sí, seguramente la maternidad tiene que ver con eso también.
Mi miedo es no caer en una mirada lineal sobre Montoneros, en algo ligero. Yo me preguntaba qué
pasa si esto es leído sólo como un orfanato o “mirá los Montoneros, lo que hacían”. Para mí hay dos
lecturas peligrosas respecto de la película. Una es esa que decís: “Mirá, qué locos estaban esos tipos
que dejaron a sus hijos para venir acá”, sin entender el contexto de ese momento. El otro recorte es
decir: “Mirá los Montoneros, la conducción cuidó a sus hijos y no cuidó a los otros”. Yo insisto que
fue la construcción en un momento dado, lo que se pudo, y sí hubiera estado bueno que se cuidara
más gente. Y me parece que el momento histórico y personal me permiten no contar eso desde ahí,
y si alguno lo quiere pensar así, que se vaya al cuerno. Y después me daba miedo pensar qué van a
decir todos sobre esto, ¿mis compañeros de La Guardería estarán de acuerdo?, si les va a gustar. La
mía es una historia posible, otros podrán contar otra.

Miradas al Sur

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