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La defensa en juicio
119. Generalidades
La defensa en juicio tiene tantas connotaciones que bien podría
aplicarse la noción para hablar de debido proceso, o de principios pro-
cesales sustanciales y adjetivos, o para referir al ejercicio activo de un
derecho contra la acción que otro promueve.
Sin embargo, tantas acepciones resultan propias de ampliaciones
que suscitaron la acumulación de contenidos, donde resulta claro que
en un primer tiempo el derecho de defensa se adopta como una suerte
de reacción contra el ataque, para ir afinando el concepto hacia lo implí-
cito y necesario de esa resistencia, hasta quedar radicado como garantía
individual y principio del proceso cualquiera sea la forma de desarrollo.
De este modo, el derecho de defensa que antes se vinculó para ca-
racterizar al debido proceso, hoy forma parte de él, mostrando aspec-
tos particulares que refuerza, como son la asistencia letrada idónea y
la prohibición de indefensión.
El nudo problemático que presenta el tema está, precisamente, en
esas dos facetas. La primera que relaciona al derecho de defensa como
una garantía individual del que enfrenta a otro que demanda o acusa;
y la restante para diferenciar los contenidos de la garantía respecto de
los que abarca el debido proceso.
En el primer terreno, algunos sostienen que
… la expresión defensa no es acertada para calificar, con carácter general,
a la actuación de una persona que se dirige a un tribunal, ya sea como
sujeto activo o como sujeto pasivo del proceso, para que se declare su
derecho en un caso concreto.593
593. Carocca Pérez, Alex, Garantía Constitucional de la defensa procesal, op. cit., p. 16.
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graves como los actos de terrorismo. En efecto, dice Gómez Colomer, […] “a través de
la exclusión del defensor se pretende acordar una medida, dirigida fundamentalmen-
te contra los abogados defensores, es decir, que no afecta en sí al derecho a la defensa
técnica, sino al carácter personal del mismo, pero que tiene repercusiones negativas
también sobre el inculpado, en virtud de la cual se da una imposibilidad para un abo-
gado defensor concreto, por diversos motivos tasados legalmente, de defender en un
proceso penal o en otros, a un imputado o imputados determinados […]. Para com-
prender el sentido de tal medida, hay que tener en cuenta que en Alemania el abogado
no es exclusivamente un representante subjetivo de los intereses del inculpado, sino
ante todo un órgano independiente de la administración de justicia, que está a su lado
como ayudante.
Los presupuestos para la exclusión vienen fijados legalmente con carácter taxativo
(España): Sospecha de cooperación punible; abuso de comunicación con el fin de de-
linquir; abuso de comunicación con el fin de atentar contra el establecimiento peni-
tenciario; puesta en peligro de la seguridad del estado, y cooperación en el delito de
terrorismo.
La exclusión tiene como efecto fundamental la prohibición del ejercicio del derecho
de defensa, en diversas modalidades, que se pueden resumir diciendo que queda ex-
cluido el defensor para todos los casos iguales por un tiempo determinado, pero ade-
más en tanto y cuanto la sospecha sea de comisión de un delito, se abre en su contra
un proceso penal en el que puede venir condenado, sanciones ambas perfectamente
compatibles, al igual que la medida disciplinaria que se le pueda imponer en el proce-
dimiento disciplinario que se abrirá igualmente…”.
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597. Cfr. Gozaíni, Osvaldo A., Derecho Procesal Constitucional - Amparo, Buenos Aires/
Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2002, p. 129. En verdad, la decisión del legislador de no
requerir la asistencia de letrado en los juicios de aparente sencillez procesal puede
resultar encomiable como deseo de acercar la justicia a los ciudadanos, pero advir-
tiendo que en esos juicios se ventilan intereses sociales, dignos de tutela, como el
derecho a la integridad física o el derecho a la vivienda en otros casos. Sin embargo,
cabe introducir alguna fisura en esa conformidad, observando que la ignorancia de
la técnica de defensa procesal puede conducir a apreciar la más grave indefensión
judicial de los derechos e intereses legítimos del ciudadano si se le permite caminar
por sí solo en el complejo laberinto jurisdiccional.
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598. Cfr. Hoyos, Arturo, El debido proceso, Bogotá, Temis, 1996, p. 26. “En casos penales
las enmiendas 6ª y 14 hacen obligatoria la asistencia de un abogado en estos casos,
pero en los casos civiles, la garantía constitucional del debido proceso no exige el nom-
bramiento de un abogado, y la Corte no ha desarrollado una doctrina en este sentido”.
599. Rodríguez García, Nicolás, Justicia gratuita: un imperativo constitucional, Granada,
Comares, 2000, p. 131. Sostiene el autor que “... El legislador es consciente de que el
ejercicio de la autodefensa en los supuestos en que así se permita puede derivar en una
indefensión para la parte que lo haga; por eso ha llevado hasta los últimos extremos
el reforzamiento de las garantías dirigidas a asegurar la defensa de las partes en el
proceso, posibilitando que el órgano jurisdiccional pueda solicitar el nombramiento
de Abogado y Procurador de oficio a la parte que quiera comparecer por sí misma si
esa actitud autodefensiva pone en peligro la igualdad de las partes en el proceso…”.
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600. Gimeno Sendra, Vicente, “La asistencia letrada al detenido ¿un derecho renun-
ciable?”, en Diario El País, España, 20/01/1983.
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601. Ídem.
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602. Cfr. Colección Responsabilidad profesional, Buenos Aires, Astrea, T. 1, 1995, p. 67.
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603. Bachmaier, Lorena, La asistencia jurídica gratuita, Granada, Comares, 1997, p. 12.
604. Cfr. Gozaíni, Osvaldo, Derecho Procesal Constitucional - Amparo, op. cit., p. 130.
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605. SSTC 43/1989, del 20 de febrero; 123/1989, del 6 de julio; 101/1990, del 4 de junio;
105/1995, del 3 de julio; 118/1997, del 23 de junio; 72/1999, del 26 de abril; 74/2001, del 26
de marzo; 59/2002, del 11 de marzo, entre otras muchas.
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606. Carocca Pérez, Alex, Garantía Constitucional de la defensa procesal, op. cit., pp. 52-53.
607. Alexy, Robert, Teoría de los derechos fundamentales, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1993, p. 189. El citado autor propicia un cuadro de derechos de de-
fensa del ciudadano frente al Estado que divide en tres grupos: a) el que está constitui-
do por derechos a que el Estado no impida ni obstaculice determinadas acciones del
titular del derecho; b) los derechos para que el Estado no afecte determinadas propie-
dades o situaciones del titular del derecho; y c) los derechos a que el Estado no elimine
determinadas posiciones jurídicas del titular del derecho.
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608. La vigencia de la garantía en todas las fases del proceso ha sido debidamente
establecida desde sus más tempranas sentencias por el Tribunal Constitucional es-
pañol, señalando que “... La Constitución, en su art. 24, consagra como derecho cons-
titucional fundamental y refuerza ese derecho de defensa. Este refuerzo supone que,
con carácter general, no solo en el conjunto del procedimiento, sino en cada una de
sus fases cuya resolución afecte a los derechos e intereses legítimos de una persona,
ésta debe ser oída y deben respetarse el resto de las garantías procesales a que alude el
apartado 2º del citado precepto constitucional”. STC 13/1981, del 22 de abril. En el mis-
mo sentido, SSTC 17/1983, del 11 de marzo; 118/1984, del 5 de diciembre; 109/1988, del
8 de junio; 89/1991, del 25 de abril; 156/1992, del 19 de octubre, etc. citados por Carocca
Pérez, Garantía Constitucional de la defensa procesal, op. cit., p. 82).
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de cualquiera que posea un interés simple. Esta nulidad no es subsanable, es decir, es in-
susceptible de confirmación (art. 1047 del Código Civil). Por otra parte, la nulidad relativa
solo es susceptible de ser declarada a petición de aquéllos en cuyo beneficio la estable-
cieron las leyes. Esta nulidad es susceptible de confirmación (art. 1048 del Código Civil).
En derecho internacional público la diferencia entre nulidad absoluta y relativa de un
tratado depende del tipo de normas que son violadas por este. Así, serán nulos de nuli-
dad absoluta los celebrados en contradicción con normas que integran el orden público
internacional (normas de ius cogens) o los celebrados con violencia sobre el estado o su
representante (lo cual también es un caso de violación de la norma de orden público que
prohíbe el uso de la fuerza). En cambio, serán de nulidad relativa los tratados que pre-
senten vicios en la capacidad o el consentimiento del representante del Estado que in-
tervino en su celebración. La primera no es subsanable mientras que la segunda sí lo es.
En derecho constitucional se desprende claramente de la letra de la Carta Magna que las
nulidades propias, que ella consagra expresamente, son absolutas, dado que en los tres
casos establece que son “insanables” y en el tercero (DNU) agrega expresamente el ca-
rácter absoluto de la nulidad. En el caso de las nulidades impropias debemos recurrir al
principio de supremacía de la constitución, a su carácter rígido y a su cualidad de norma
de orden público, dado que los tres estarían en peligro si se admitiera que un vicio que
afecta a la norma de máxima jerarquía del ordenamiento jurídico pudiera ser subsana-
do. En otras palabras, la distinción entre nulidad absoluta y relativa no existe en derecho
constitucional: todas son absolutas, las propias y las impropias. Debemos aclarar que en
algunos casos puede ocurrir que la norma nula sea confirmada por otra, pero esa norma
solo tendrá efectos desde el momento de la convalidación y no desde su dictado, con lo
cual no podemos afirmar que la norma sea subsanable: la norma sigue siendo nula, y lo
que se aplica es la norma posterior; por ejemplo un decreto delegado que exceda el mar-
co de la delegación pero que sea luego convalidado por el Congreso: en este caso lo que
se aplica es la ley posterior convalidante y no el decreto nulo que luego fue convalidado.
b) Nulidad y Anulabilidad: El Código Civil distingue entre actos nulos, cuando el vicio
es manifiesto, y actos anulables, cuando la declaración de nulidad debe estar prece-
dida de una investigación judicial (arts. 1038 y 1046). En derecho administrativo, en
cambio, la diferenciación entre actos nulos y anulables radica en el grado de afecta-
ción del derecho resguardado por el requisito viciado, y requiere siempre declaración
judicial. Si la irregularidad es grave, el acto es nulo, y si es leve, es anulable. Es de
destacar que en esta materia se identifican los actos nulos con la nulidad absoluta y
los anulables con la relativa, con lo cual no existen las dos clasificaciones de nulidad
del derecho civil. El acto administrativo anulable se caracteriza por lo siguiente: a) se
lo considera, prima facie, regular; b) tiene presunción de legitimidad y regularidad; y
c) la declaración de nulidad tiene efectos solo hacia el futuro.
En derecho constitucional la respuesta es un poco más compleja: a) En el caso de las
nulidades propias podemos distinguir claramente los casos en que se ha violado al-
guna de las normas constitucionales que las consagran (arts. 29, 36 y 99 inc. 3), con
lo cual, si adoptamos el criterio civilista, podemos afirmar que las nulidades propias
son siempre manifiestas y por lo tanto los actos son nulos y no meramente anulables.
El criterio administrativista, que distingue nulidad de anulabilidad según el grado de
afectación del derecho tutelado, no nos aporta ninguna solución dado que tanto las
propias como las impropias son susceptibles de afectar de modo leve o grave. b) Pero
en el caso de las impropias, es decir las que no están consagradas expresamente en el
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texto constitucional, el análisis es más arduo. Si tomamos como pauta lo decidido por
la Corte en el fallo “Fayt” ya citado, es evidente que las nulidades impropias admiten
la categoría de actos anulables puesto que el análisis que la Corte realizó para decidir
como lo hizo fue muy minucioso, basado en sutilezas y en un asunto que –como míni-
mo– era discutible. Ello demuestra que la nulidad no era manifiesta. Al mismo tiempo,
pueden existir casos de nulidades impropias donde el vicio es manifiesto, por ejemplo:
una ley sancionada por una sola de las cámaras del Congreso, cuya nulidad no admite
mayor discusión ni requiere investigación alguna.
Por lo tanto, concluimos que en el caso de las nulidades propias no es posible la dife-
renciación entre actos nulos y anulables, mientras que en las impropias sí lo es”.
616. Cfr. Carocca Pérez, Alex, op. cit., p. 378.
617. Ibídem, p. 383.
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621. Este deber se agudiza, desde luego, en el proceso penal, dada la trascendencia de
los intereses en juego (SSTC 41/1997, del 10 de marzo; 102/1998, del 8 de junio; y 91/2000,
del 4 de mayo), de forma que, aun en el caso de falta de previsión legal, no queda libera-
do el órgano judicial, e incluso al propio Ministerio Público, “de velar por el respeto del
derecho de defensa del imputado, más allá del mero respeto formal de las reglas proce-
sales” (STC 112/1989, del 19 de junio). Específica manifestación del derecho de defensa
son las facultades de alegar, probar e intervenir en la prueba ajena para controlar su
correcta práctica y contradecirla (por todas, SSTC 176/1988, del 4 de octubre; 122/1995,
de 18 del julio; y 76/1999, del 26 de abril), y muy concretamente la de “interrogar o ha-
cer interrogar a los testigos que declaren contra él”, facultad ésta que el art. 6.3 d) del
Convenio Europeo de Derechos Humanos reconoce a todo acusado como regla general
entre sus mínimos derechos; y de un tenor similar es el art. 14.3 e) del Pacto Interna-
cional de Derechos Civiles y Políticos (STC 10/1992, del 16 de enero, y 64/1994, del 28 de
febrero). La posibilidad de contradicción es, por tanto, una de las “reglas esenciales
del desarrollo del proceso” (SSTC 41/1997, 218/1997, del 4 de diciembre, 138/1999, del 22
de julio, y 91/2000), sin cuya concurrencia, debemos reiterar, la idea de juicio justo es
una simple quimera. Del derecho de defensa contradictoria, hemos dicho, son mani-
festaciones instrumentales los derechos a ser informado de la acusación, a utilizar los
medios de prueba, a no declarar contra sí mismo, o el derecho a no confesarse culpable
(STC 29/1995). Además, su carácter nuclear y estructural convierten la posibilidad de
contradicción en fundamento de las obligaciones judiciales de emplazamiento perso-
nal y congruencia, así como en exigencia de validez de la actividad probatoria, ya sea la
sumarial preconstituida (SSTC 200/1996, del 3 de diciembre; y 40/1997, del 27 de febre-
ro) o la practicada en el juicio oral. Se trata de un derecho formal (STC 144/1997, del 15 de
septiembre) cuyo reconocimiento no depende de la calidad de la defensa que se hubiera
llegado a ejercer (SSTC 26/1999, del 8 de marzo), de manera que puede afirmarse que
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622. Palacio, Lino, Derecho Procesal Civil, Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1979 (2ª ed.), T. I,
pp. 263-264.
623.Cfr. Meroi, Andrea, “Iura Novit Curia y decisión imparcial”, en Revista Ius et Praxis,
V. 13, N° 2, Santiago de Chile, 2007, pp. 379-390.
Donde cita a Picardi, Nicola, “Audiatur et altera pars. Le matrici storico-culturali del
contraddittorio”, en Riv. Trim. Dir. e Proc. Civ., 2003, N° 1, pp. 7-22.
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624. Peyrano, Jorge, “Lo urgente y lo cautelar”, en Jurisprudencia Argentina, 1995-I, 889.
Agrega Vargas, citando al profesor rosarino, que además, el proceso cautelar es “abier-
to” (es que cualquiera fuere la coyuntura correspondiente –si están reunidos los recau-
dos referidos– el interesado podrá postular exitosamente que se despache en su favor
una diligencia cautelar) y “sirviente” (puesto que solo puede existir en función de ase-
gurar las eventuales resultas de un proceso principal del cual es accesorio); mientras
que el proceso urgente es “autónomo” en el sentido que no es accesorio ni tributario
respecto de otro, agotándose en sí mismo (Cfr. Vargas, Abraham, Estudios de Derecho
Procesal, Mendoza, Ediciones Cuyo, T. I, 1999).
625. Rivas, Adolfo, “La Jurisdicción Anticipatoria”, ponencia presentada en el XVIII
Congreso Nacional de Derecho Procesal, Santa Fe, 1995, p. 21.
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626. Arazi, Roland, “El Proceso Civil de Fin del Siglo”, en Derecho Procesal en Vísperas del
Siglo XXI. Temas actuales en memoria de los profesores Isidoro Eisner y Joaquín Alí Salgado.
Buenos Aires, Ediar, 1997, p. 31.
627. Peyrano, Jorge, “Régimen de las Medidas Autosatisfactivas. Nuevas Propuestas”,
en Medidas Autosatisfactivas. Parte General, Buenos Aires, Rubinzal-Culzoni, 1999, p. 33.
Dice el autor: “Además, y apartándonos un tanto de nuestros planteos iniciales, hoy
creemos que si bien la regla es el despacho inaudita et altera pars de la medida autosa-
tisfactiva, puede aceptarse que en determinadas coyunturas el tribunal interviniente
puede arbitrar alguna suerte de módica sustanciación previa”.
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628. Suprema Corte de Justicia de Costa Rica, Sala III, Expediente 1739/92, del 01/07/92.
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629. La sentencia mencionada en la nota anterior resume las garantías del procedimien-
to en las siguientes: a) El principio de la amplitud de la prueba; b) El principio de legi-
timidad de la prueba; c) El principio de inmediación de la prueba; d) El principio de la
identidad física del juzgador; e) La publicidad del proceso; f) La impulsión procesal de
oficio; g) La comunidad de la prueba; h) El principio de valoración razonable de la prueba.
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