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Valentina Coccia
Diario ‘El Espectador’, 6 de septiembre de 2019
En este camino de reflexiones sobre los distintos usos del arte me he encontrado con varios ejemplos
conmovedores y elocuentes, percibiendo que el arte realmente tiene el poder de sanar y de
transformar. En el caso de Colombia la guerra y la violencia nos han aquejado durante mucho
tiempo, y los distintos artistas han aprovechado el conflicto armado como materia prima de sus
creaciones. Desde este punto de vista, el arte ha servido para generar consciencia en aquellos que
no hemos sido afectados directamente por la guerra. La confrontación con la violencia de nuestro
país nos incita a la reflexión y nos lleva a la empatía. No obstante, este círculo no está completo si la
práctica artística no incide directamente en las vidas de aquellos que han sido afectados por el
conflicto o de aquellos que han sido agentes del terror. De esta forma, me pregunto: ¿cómo puede
ayudar la práctica artística a las víctimas o a aquellas personas que están en riesgo de serlo? ¿Cómo
puede ayudar el arte a aquellos que han sido agentes de violencia o que se encuentran en posición
de llegar a serlo?
En este caso, las artes cumplen un importante papel dentro de la educación para la paz. En este
marco, el análisis de las implicaciones de la estructura violenta en la sociedad, la reflexión sobre los
tipos de violencia que existen y la elaboración de propuestas de resolución de conflicto, juegan con
la enorme capacidad de las artes para permitirle a víctimas y victimarios el reintegro a la sociedad.
Esto se da, en primer lugar, porque el arte es una importante herramienta de comunicación. A través
de la pintura, la danza, el teatro, la música o la fotografía podemos dar voz a ideas, necesidades,
emociones o pensamientos en un lenguaje universal y comprensible para todos. Además, para llegar
a este resultado, las poblaciones tienen que elaborar una reflexión previa que parte del análisis y
superación de la estructura violenta. En segundo lugar, las artes ayudan a forjar y plasmar una
identidad. A través de sus herramientas se reelabora la narración del pasado, y se rescata aquello
que puede ser valioso pensando en la visibilidad que las poblaciones quieren tener frente a los
demás.
Hace una semana visité la biblioteca Luis Ángel Arango, donde tuve la oportunidad de escuchar al
maestro Baudilio Cuama, el rey de la marimba, el luthier del pacífico, el músico más importante de su
región. Hablaba con sabiduría y contaba su historia con los ademanes típicos de la experiencia. En su
voz resonaba el currulao, pero sobretodo, la paz; y es que la paz del maestro Baudilio viene de haber
sido una víctima de la violencia. Dos de sus hijos fueron asesinados por grupos armados y al maestro le
fue aconsejado salir de Buenaventura. Pero decidió quedarse: el arte de la marimba podía beneficiar
a muchos jóvenes y evitar que se infiltraran en prácticas violentas. El maestro Baudilio finalizó con
alegría y orgullo diciendo: “Hoy en día muchos jóvenes tienen en sus manos una marimba en lugar de
un arma de fuego”. Los aplausos estremecieron el auditorio.
El arte propaga la paz: no solo porque ofrece una alternativa de vida para muchos, sino porque
además permite que los actores del conflicto puedan replantearse su identidad, reflexionar sobre la
resolución de sus problemas y, sobre todo, porque les otorga la oportunidad de darse a conocer
comunicando su identidad y su realidad al resto del mundo. Un aplauso para aquellos maestros de
arte que dedican sus vidas a esta labor.
En efecto, el confinamiento nos muestra una vez más que los derechos económicos, sociales y
culturales, como el derecho a la alimentación, el derecho a la salud, el derecho a la vivienda, el
derecho al trabajo o el derecho a la educación son tan cruciales como los derechos civiles y
políticos. No olvidemos que las autoridades nos recuerdan constantemente que la finalidad del
confinamiento y las acciones de barrera sanitaria (distanciamiento físico, lavado de manos, etc.) es
proteger el derecho a la vida de todos y cada uno de nosotros y expresa así el valor que se da a la
vida humana en nuestras sociedades. Sin embargo, ¿qué sucede con las personas que pertenecen a
grupos socialmente excluidos, que están particularmente en riesgo de contagio, por ejemplo, las
personas hacinadas en barrios de chabolas sin agua corriente? ¿Qué sucede con la protección
efectiva del derecho a la vida de esas personas cuando las medidas sanitarias son materialmente
imposibles de aplicar para ellas debido a la violación previa de sus derechos sociales (falta de
vivienda, trabajo, alimentación, acceso al agua potable)? O también, por citar un ejemplo de
Ginebra, ¿cumple realmente un Estado sus obligaciones en materia de derechos humanos cuando
los agentes de policía de ese Estado intervienen para detener una operación de distribución de
alimentos a centenas personas necesitadas? ¿Es aceptable que en los países ricos decenas de
millones de personas estén necesitadas? ¿Es tolerable que hoy en día casi la mitad de la humanidad
se vea privada, en mayor o menor medida, de la satisfacción de sus necesidades básicas
(alimentación, agua, vivienda adecuada, trabajo decente, educación…)?
Estos ejemplos nos recuerdan que la violación de un derecho humano puede poner en peligro el
disfrute de todos los demás. Así pues, la denegación, de jure o de facto, del derecho a la vivienda
tiene consecuencias dramáticas en cascada y provoca múltiples violaciones de los derechos
humanos en las esferas del empleo, la educación, la salud, los vínculos sociales, la participación en la
toma de decisiones (privación de los derechos civiles, entre otras).
Los Estados, en virtud de sus compromisos internacionales, están obligados a proteger, promover y
cumplir todos los derechos humanos de todas las poblaciones bajo su jurisdicción, en primer lugar de
las más vulnerables (menores, población de edad, refugiadas y refugiados, migrantes, población con
discapacidades, etc.). También deben abstenerse de violar los derechos humanos de otras
poblaciones que viven bajo la jurisdicción de otros Estados mediante medidas como los embargos de
alimentos o de productos médicos. Además, los Estados que disponen de medios deben ser solidarios
con quienes, por diversas razones (desastres naturales, epidemias, falta de recursos o de capacidad
técnica, etc.), no pueden garantizar el disfrute de los derechos humanos por parte de sus
poblaciones.
Sin embargo, en la práctica, se pueden observar violaciones masivas de los derechos humanos en
todos los continentes. La actual crisis sanitaria no ha cambiado la situación; por el contrario, ha
puesto de relieve una vez más la disparidad entre los países y dentro de ellos en cuanto a su
capacidad para reaccionar y adoptar medidas sanitarias adecuadas. Por ejemplo, algunos Estados
han declarado un confinamiento estricto y han impuesto el uso de máscaras a toda su población,
mientras que otros han sido mucho menos estrictos o se han refugiado inicialmente en la negación de
la propia epidemia. El hecho de que el mundo de la salud no conozca aún suficientemente todas las
características del virus en cuestión puede explicar en cierta medida esas diferencias, pero que
principalmente están relacionadas con los medios de que disponen los Estados y su posicionamiento
ideológico.
En efecto, para algunos Estados, la economía tiene que funcionar a toda costa (independientemente
del sector y de su utilidad social en una situación de emergencia), ignorando los peligros de la
pandemia para los trabajadores afectados y la salud pública, mientras que al mismo tiempo dichos
Estados no tienen capacidad para ofrecer a su población productos médicos y/o alimentarios.
Además, la mayoría de los países se ven privados de una red de atención de la salud digna de ese
nombre, incluso en Occidente.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? En la raíz de la misma se encuentran las decisiones
económicas y políticas tomadas, voluntaria o involuntariamente, en las últimas décadas. Estas
decisiones han excluido al Estado del ámbito económico y han reducido los recursos presupuestarios
asignados al sector público, en particular en el ámbito de la salud. El papel de los Estados se ha
limitado (más o menos) a cuestiones de seguridad y a la represión de su propia población, que a
menudo exige justicia social y protesta contra la destrucción de su entorno vital. (…)
Hoy en día, tanto los jóvenes como los menos jóvenes se movilizan para la protección del medio
ambiente, afirmando con razón que la justicia ambiental y la justicia social están íntimamente ligadas.
La aplicación efectiva de todos los derechos humanos permitirá a las generaciones actuales y futuras
avanzar en esta dirección. Es urgente exigir que todos estos derechos sean efectivamente aplicados.
Reflexión a cargo de los docentes Alexander Silva León y Luis Orlando Prieto
Villamarín, Docentes del Colegio Venecia a través de video en YouTube.
1. Lee los dos textos del Foro sobre “El Arte y la Educación Para la Paz” y
“Aplicación de los Derechos Humanos en la Pandemia”
2. Ver video de profesores del Colegio Venecia.
3. Reflexiona en un párrafo de 8 renglones y con tus propias palabras, lo que te
llamó la atención de las lecturas, debes escribir lo qué piensas de lo que dicen
los dos textos y el video de los profesores, pensando en lo que significan para
tu vida en este momento.
4. En el cuaderno debes tener una de estas modalidades de participación en el
Foro, en la que expreses el contenido de las temáticas vistas: Fotografía
inédita, Dibujos en cualquier técnica, Pintura, Cuento, Poesía o Canción.
Proceso de Evaluación:
La evaluación se hará entregando al correo electrónico
miguelcabrera@usantotomas.edu.co la foto de las páginas del cuaderno donde
hiciste la actividad. Envíen las guías quincenales en un solo correo marcando el
asunto con la materia, curso, nombre del estudiante. Ejemplo: Ciencias Sociales, 803,
Carlos Valderrama. Yo retroalimento a tu correo.
Anexos:
➢ Los que se encuentran en la lectura de esta guía.
➢ Video en enlace de YouTube.