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Derecho a Recurrir el Fallo

ante un Tribunal Superior


Por Prof. Eduardo M. Jauchen
a) Disposiciones normativas
Según la normativa prevista por el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
en su artículo 14, inciso 5º: "Toda persona declarada culpable de un delito tendrá
derecho a que el fallo condenatorio y la pena que se le haya impuesto sean
sometidos a un tribunal superior, conforme a lo prescripto por la ley". Por su parte,
la Convención Americana sobre Derechos Humanos dispone en su artículo 8º, inciso
2º, letra h, que toda persona inculpada de un delito tiene "derecho de recurrir del
fallo ante juez o tribunal superior". Estas disposiciones son normas supremas no sólo
como instrumentos internacionales ratificados por el Estado sino además por haber
sido luego expresamente incorporados, mediante la reforma de 1994, a la
Constitución Nacional. Así, el derecho de recurrir la sentencia definitiva constituye
para el imputado una garantía constitucional expresa y autónoma.

Aunque con redacción diferente pero con idéntico contenido, de ambas


convenciones se extrae claramente que en el proceso penal la garantía del derecho
al recurso está exclusivamente reservada para el imputado contra quien se ha
dictado una sentencia condenatoria o bien, a pesar de ser absuelto, se lo ha
obligado a cumplir con una medida de seguridad o corrección. Desde la vigencia de
tales convenciones internacionales se produjo un cambio relevante en relación al
anterior principio de bilateralidad en las facultades recursivas del enjuiciamiento
penal. Así, actualmente, el Estado por medio de sus órganos judiciales carece de
toda posibilidad de intentar un recurso cualquiera contra la sentencia absolutoria
pretendiendo rever la misma a fin de continuar la persecución penal en procura de
una nueva resolución que, mutando la absolución ya obtenida por el justiciable,
pueda agravar su situación mediante una condena.

b) El Recurso acusatorio
La garantía de recurrir ante un tribunal superior que otorgan tanto la CADH como el
PIDCP está establecida sólo a favor del imputado condenado, quedando vedado
todo recurso acusatorio para los órganos estatales como también para los
particulares que en su carácter de querellantes hayan tenido intervención en el
proceso. En cuanto al actor civil, si bien la mayoría de las legislaciones procesales
admiten su intervención en el proceso y en consecuencia tendría aunque limitada
una facultad recursiva, actualmente la misma queda totalmente excluida ya que
cualquiera fuese el contenido de postulación importaría siempre una impugnación, al
menos parcial, de la sentencia absolutoria, por lo que, en razón de la directa
operatividad de las normas superiores de las referidas convenciones, las
disposiciones de los digestos procesales que le posibilitan al actor civil cualquier
facultad revisora ante un tribunal superior sobre las resoluciones desincriminatorias
devienen inconstitucionales. El derecho del imputado a recurrir la sentencia que lo
perjudica obedece al principio del doble conforme, según el cual, para que el Estado
pueda ejecutar legítimamente una pena contra una persona, si ésta la impugna es
menester la doble conformidad judicial como significativa de que mediante la
instancia de revisión, un tribunal superior, coincidiendo o discrepando con la
condena impuesta, le otorgue mayor legitimidad a la misma como acto jurisdiccional
del Estado y al mismo tiempo una mayor seguridad y tutela mediante la doble
verificación para la persona enjuiciada. Esta mayor legitimación se dará tanto
cuando el tribunal superior confirme la condena o la revoque absolviendo, porque la
anulación o revocación de la condena por un tribunal de mayor jerarquía, y
generalmente de mayor integración, como también su confirmación que implica dos
veces el mismo resultado con aumento en la probabilidad del acierto en la decisión,
confieren en cualquiera de los dos disímiles supuestos un aumento de legitimación
de la decisión judicial. Si actualmente aún se pretendiese afirmar la
constitucionalidad del recurso acusatorio, ello resultaría insostenible e impracticable
debido a que, partiendo de la base ya expuesta de que el imputado condenado
goza siempre de la garantía de recurrir el fallo condenatorio ante un tribunal
superior, si se concediese la posibilidad al acusador de impugnar recursivamente la
sentencia absolutoria y de este modo obtener ante el tribunal superior una condena,
contra esta resolución condenatoria le cabe siempre al imputado el derecho al doble
conforme, o sea, a recurrir la misma ante un tribunal superior de lo cual no puede
ser privado; de este modo aun suponiendo que hipotéticamente este nuevo tribunal
revocare la anterior condena obtenida por vía del recurso del acusador y éste
podría, a su vez, volver a impugnar esta absolución, el imputado continúa siempre
con el derecho a intentar nuevamente contra esta condena un recurso ante un
tribunal superior, derecho del cual no puede ser privado; de inmediato se advierte
que este absurdo mecanismo conduce inexorablemente al infinito, hipótesis
impracticable e inconciliable con la lógica jurídica que preside los procedimientos
judiciales que siempre deben tener un término. Además, indudablemente si se
permitiese que la parte acusadora pudiese practicar un recurso acusatorio con el
cual incluso se podría obtener la anulación del procedimiento de origen que
concluyó con una absolución, se estaría sometiendo luego al imputado a una nueva
persecución penal, lo que implicaría una inconcebible vulneración de la garantía
del ne bis in idem. Pero semejante despropósito, sólo imaginable, ya no puede
existir, no sólo por el absurdo puesto de manifiesto sino porque la vigencia de las
convenciones internacionales ha cambiado la concepción bilateral del recurso en el
proceso penal. Amén de los fundamentos expuestos, la razón de ser tiene aun
raigambre más profunda. En efecto, si la Constitución de la Nación Argentina ha
tomado como fuente la Constitución de los Estados Unidos, ese sistema importa un
mecanismo según el cual al formular la acusación, el Estado por intermedio de los
fiscales, asume de antemano que se provocará un juicio oral, público y ante un
jurado, como única oportunidad para intentar una condena; si el jurado absuelve,
declarando no culpable al imputado, el Estado carece de la posibilidad de intentar
un recurso acusatorio porque ello importaría el riesgo a una doble persecución
penal. En tal sentido, no se pueden ignorar las fuentes de nuestro Derecho
Constitucional y la estructura de proceso penal que en Argentina únicamente puede
comulgar con su Constitución. Sólo lo es aquel que se realiza públicamente, en
forma oral y continuada, con la presencia ininterrumpida del imputado, su defensor
y de los jueces del tribunal por jurados, cuya decisión absolutoria no puede ser
materia de recurso por los órganos acusadores del Estado ni por acusadores
particulares.

c) La ne reformatio in peius
Va de suyo, como ya se expuso más arriba, que del recurso del imputado nunca
puede traer aparejada, por parte del tribunal superior, una resolución que agrave o
perjudique aún más el alcance que tiene la sentencia condenatoria de origen, ello
así en virtud de la prohibición de la reformatio in peius.

Si bien la Corte argentina no se ha expedido expresamente sobre este tema hasta el


momento, cabe destacar que, tangencialmente, en un importante pronunciamiento
ha declarado que "las garantías emanadas de los tratados sobre derechos humanos
deben entenderse en función de la protección de los derechos esenciales del ser
humano, y no para beneficio de los Estados contratantes"; indica también
seguidamente, que la exclusividad que la Convención Americana otorga a toda
persona inculpada para poder recurrir a un tribunal superior importa una diferencia
establecida a favor del imputado como voluntad del constituyente a fin de rodear al
mismo de mayores garantías "sin que sea posible concluir que esta diferencia
vulnere la Carta Magna, pues es una norma con jerarquía constitucional la que
dispone tal tratamiento". En estos términos, la Corte puso claramente de manifiesto
que los derechos y garantías individuales como derechos humanos consagrados en los
instrumentos internacionales corresponden exclusivamente a las personas y no al
Estado. El amplio espectro de tales disposiciones, por el contrario, tiene
precisamente como origen, fundamento y finalidad poner límites al accionar del
Estado, como cristalización normativa en procura de evitar todo desborde,
arbitrariedad o autoritarismo. Así, actualmente el Estado ya no puede más intentar
fundar su poder desbordante en desmedro de los ciudadanos en la idea de que el
mismo como entidad no goza de tales garantías ni derechos individuales.

Si el imputado tiene derecho de solicitar por vía de recurso una revisión de la


resolución que lo desfavorece, garantía que se otorga y que puede ejercer a fin de
procurar un mejoramiento de su situación declarada en la resolución que impugna,
sería un contrasentido que el tribunal superior decida su recurso defensivo
empeorando aún más su situación. Lo previsto como derecho y garantía no puede
aparejar un desmedro. Si así fuese el imputado se vería constreñido a no recurrir la
sentencia injusta ante el temor de terminar sorprendido con una condena más
gravosa. La mayoría de los códigos prevén expresas normas que consagran el
principio de la ne reformatio in peius según la cual cuando se hubiere recurrido
solamente por el imputado o a su favor, la resolución del tribunal superior no podrá
modificar la resolución recurrida en su perjuicio.

d) Derecho al recurso como garantía exclusiva del imputado. Inconstitucionalidad del


recurso acusatorio. Sin perjuicio de la naturaleza, propósitos y características que
han tenido históricamente los recursos en todo procedimiento judicial, cabe aquí
poner el acento que en el proceso penal el derecho a recurrir el fallo es una garantía
de rango constitucional para el imputado. Contrariando este principio hay digestos
procesales argentinos que prevén en sus disposiciones la posibilidad del recurso
acusatorio, es decir, que contra la sentencia definitiva pueda deducirse recurso de
casación o apelación, según sea el sistema de la legislación, no sólo por el imputado
sino también por la parte acusadora, sea el querellante en los delitos de acción
privada o el Ministerio Público y el querellante conjunto en los delitos de acción
pública contra la sentencia absolutoria. Estas disposiciones devienen
inconstitucionales por cuanto según la Constitución y los tratados internacionales,
sólo se concede la garantía de recurrir la sentencia a "toda persona inculpada de
delito" o "declarada culpable de delito", conforme a los artículos 8.2.h de la CADH y
14.5 del PIDCP respectivamente. Resultando ello corroborado por la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos al dictaminar que el recurso es un medio
establecido a favor del inculpado, a quien se le permite "proteger sus derechos
mediante una nueva oportunidad para ejercer su defensa". Por lo que no sólo el
Estado se obliga a implementar un remedio procesal contra la sentencia definitiva
que posibilite al imputado recurrir ante un tribunal superior, como una garantía sólo
consagrada para él, no estando permitido que la parte acusadora pueda recurrir de
la sentencia, lo que además resulta inconstitucional por otros motivos, como se
expondrá seguidamente.

La garantía ampara a toda persona inculpada en tanto para poder ejecutarse contra


ella una sentencia condenatoria es menester contar con la doble conformidad de dos
tribunales que coincidan sobre la procedencia de la condena cuando el imputado así
lo peticione. De acuerdo al procedimiento y a la estructura orgánica que establezca
cada legislación, el primer tribunal será el de origen o primera instancia, el segundo
necesariamente debe ser un tribunal con jerarquía superior, que por su naturaleza
de composición y especialidad garantice en abstracto la idoneidad de una eficaz
revisión y contralor de la condena originaria. La confirmación del tribunal de alzada
en coincidencia total o parcial con la condena, además de otorgarle mayor
legitimidad, habrá permitido al imputado ampliar su amparo frente a la pretensión
del Estado para quebrar su estado de inocencia. La igualdad de criterio de dos
tribunales, o "doble conforme" como se lo denomina, aumenta la probabilidad de
que la decisión sea justa, o por el contrario, otorga la insoslayable posibilidad al
imputado para que un órgano judicial superior revise el acierto de la condena del
tribunal de origen y para el supuesto de que si la misma no se ajusta a derecho, por
cualquier causa que fuese, sea revocada o anulada. El coherente amparo de sus
derechos individuales se cierra si se comprende que lo peor que puede sucederle es
la confirmación de la decisión impugnada, la que debe quedar en los mismos
términos sin que, en virtud del principio del ne reformatio in peius, pueda el
tribunal superior agravar su situación. Ello así, porque, como veremos, el recurso de
la parte acusadora, previsto en algunas legislaciones y que es el único medio por el
cual puede cambiar en su perjuicio la resolución originaria, es inconstitucional.

Ello pone de manifiesto que, más allá de la expresa consagración de la garantía, en


normas de rango superior, como exclusiva para el imputado, su fundamento excede
la previsión normativa para encontrar apoyo en razones de lógica procedimental,
añadiéndose, a la ya expuesta, aquella que consiste en el hecho de que si se
posibilitara el recurso acusatorio cabría inducirse que también, o a consecuencia del
mismo, podría el tribunal de alzada resolver la nulificación de la resolución recurrida
en perjuicio del imputado, sea a pedido del recurrente acusador o bien de oficio, lo
cual resulta inconcebible desde que tal posibilidad resultaría frontalmente
atentatoria contra la garantía de la defensa en juicio, agravándose en el caso de
declaración oficiosa, supuesto en el que además se conspiraría contra la garantía de
la imparcialidad.

Por lo tanto, en aquellas legislaciones, como la argentina, en las que se prevén la


posibilidad de recursos acusatorios en el proceso penal, tales disposiciones son
inconstitucionales por cuanto en primer término se vulnera, como vimos, la garantía
de la defensa en juicio y de la imparcialidad; segundo, el ne bis in idem, según el
cual se proscribe la múltiple persecución penal, simultánea o sucesiva, por un mismo
hecho, conforme al artículo 14.7 del PIDCP en relación con el artículo 75, inciso 22
de la Constitución de la Nación Argentina. Y teniendo presente que en Argentina,
según su legislación, la garantía que prohíbe el doble juzgamiento está concebida no
sólo en amparo contra la doble condena sino más ampliamente contra la posibilidad
de doble persecución penal por el mismo suceso, esto es, contra el mero hecho de
afrontar el riesgo de la promoción y prosecución de una acción penal por idéntica
plataforma fáctica contra el mismo imputado, cualquier recurso acusatorio, ya sea
contra sentencia condenatoria o absolutoria, representa la posibilidad de un riesgo
de una condena más gravosa o de una revocación de la absolución por una condena,
respectivamente, lo que deviene inconstitucional por las razones expuestas.

En tercer término, en virtud de la prohibición de la ne reformatio in peius, regla que


prohibe al tribunal de alzada modificar la sentencia en perjuicio del imputado. Pues
si bien se ha interpretado que este principio sólo involucra los supuestos de
inexistencia de recurso del fiscal, equiparando incluso a este concepto los supuestos
en que el fiscal recurre por vía de adhesión al recurso del imputado y a los que el
fiscal de la alzada desiste del recurso interpuesto por el fiscal de origen, lo cierto es
que en atención a los fundamentos que sustentan la garantía recursiva del imputado
referente a la posibilidad de obtener el "doble conforme" de la sentencia, es dable
concluir sin lugar a error que "la plena vigencia de la prohibición –
imposibilidad absoluta de agravar la situación que resulta de la sentencia recurrida–
conduce a la negación del recurso acusatorio, en tanto el límite máximo siempre
estará constituido por la conformidad con la sentencia de condena originaria". La
conclusión es lógica desde que si el recurso está concebido como una garantía a
favor del imputado, nunca puede ser una vía para que otra parte empeore su
situación obtenida en la sentencia.

Por lo tanto, no cabe duda alguna que en todos los países que se han adherido al
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos o a la Convención Americana
sobre Derechos Humanos, máxime en Argentina que ambos, además, son parte de su
Constitución Nacional, el recurso acusatorio en perjuicio del imputado y todas las
normas procesales que así lo prevén son inconstitucionales.

e) Canales recursivos.
La legislación argentina ha establecido cuáles deben ser los mecanismos y canales
recursivos que el imputado ha de observar a fin de ejercitar su derecho a recurrir la
sentencia condenatoria ante un tribunal superior. Según la interpretación integrativa
que cabe extraer de diferentes pronunciamientos de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación argentina, el superior tribunal de la causa a los efectos de deducir el
recurso extraordinario de la ley 48 lo será el máximo organismo judicial que
corresponda a la jurisdicción de radicación originaria del proceso; este órgano
judicial debe ser a su vez el que haya dictado la resolución que se intenta revisar por
la Corte Suprema como requisito para que haya fenecido según la exigencia del
artículo 14 de la ley 48. De forma tal que frente a la sentencia definitiva del tribunal
de origen el recurso debe intentarse ante las Cámara de Casación en las Provincias y
luego sobre la resolución de estas ante los superiores tribunales locales en los
supuestos de justicia provincial, o bien ante la Cámara Nacional de Casación Penal
en los supuestos de la justicia federal. Éstos serán los superiores tribunales de la
causa a los fines del posterior recurso extraordinario ante la Corte nacional, de
modo que siempre es menester recorrer esa jerarquía de tribunales intermedios para
poder llegar a la Corte. Ésta ha declarado que ello obedece al propósito de
privilegiar la intervención de los tribunales intermedios pues ante ellos pueden
encontrar las partes la reparación de los perjuicios irrogados en las instancias
anteriores, además de posibilitar que el objeto a revisar por la Corte sea
seguramente un producto más elaborado.

También es indudable que siendo para el justiciable imputado una garantía


constitucional su derecho a recurrir el fallo condenatorio ante un tribunal superior, y
no estableciendo la CADH ni el PIDCP ninguna limitación ni restricción a tal garantía,
no pueden las leyes internas de un Estado fijar límites ni restricciones de ninguna
naturaleza.

f) La revisión amplia. La doctrina de la CSJN en el caso "Casal".


Durante mucho tiempo se entendió en la jurisprudencia nacional y provincial que el
recurso de casación como la primer y única vía impugnativa contra lo resuelto por el
juez o tribunal del juicio oral solo estaba limitado a enmendar las cuestiones de
derecho contenidas en la sentencia o resoluciones equiparables a ellas, o bien a
específicos requisitos procesales que condicionan la validez de esos actos decisorios.

Por ello siempre se adoptó el criterio restrictivo en relación a la admisibilidad de las


cuestiones a tratar, resolviéndose invariablemente que no eran susceptibles de
discutirse mediante el mismo las conclusiones de hecho del tribunal de juicio o la
valoración de las pruebas realizadas por el mismo , y que, por lo tanto, a diferencia
de lo que existe con el recurso de apelación, en la casación únicamente se admite la
posibilidad de que el tribunal realice un nuevo examen del objeto sólo bajo el
aspecto de una revisión jurídica.

Este temperamento extremadamente restrictivo debía sufrir un cambio en cuanto a


su alcance y una nueva visión del recurso de casación luego de la reforma
constitucional del año 1994 debido a que el mismo es el recurso que cabe contra la
sentencia del juez o tribunal oral y en consecuencia en virtud del derecho del
imputado condenado a tener un recurso ante un tribunal superior que revise su
condena a fin de obtener el "doble conforme" o bien la absolución o anulación de la
misma, ese temperamento restrictivo ya no comulgaba con tal garantía introducida
al ordenamiento jurídico nacional y con obligaciones internacionales.

Fue así que la Corte Suprema de Justicia de la Nación en el caso "Casal", por las
razones expuestas a las que se le añadieron los mandatos de la jurisprudencia de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos, declaró que en la legislación argentina
el recurso que debe satisfacer la referida garantía constitucional es el de casación.

Más allá de que el criterio restrictivo que siempre se le había otorgado a la casación
en cuanto al exclusivo propósito de revisar las cuestiones de derecho con el objeto
de unificar la interpretación de la ley se torna atentatorio de la garantía
constitucional en cuestión, lo cierto es que, además, una conceptualización
adecuada a los alcances que merece otorgarle al inciso 2do del art. 456 del Código
Procesal Penal de la Nación viene a solucionar en gran medida el problema si se
tiene en cuenta que a su vez uno de los motivos expresos de nulidad de la sentencia
es aquel en el cual le faltare o fuere contradictoria su fundamentación. Motivación
que conforme al sistema de valoración de la prueba que rige es el de la sana crítica,
esto es, de acuerdo a: las máximas del recto entendimiento humano, el principio de
logicidad mínima, razón suficiente, ausencia de contradicción, la psicología y la
experiencia. En este orden de ideas nada impide que de conformidad con tal
normativa y adoptando el criterio amplio que cabe asignarle a la casación, este
tribunal al resolver el recurso agote su capacidad de revisión con todo el esfuerzo a
su alcance para revisar todo lo que pueda revisar, o sea, por agotar la revisión de lo
revisable.

Lo revisable entonces, que ahora se debe añadir a todas las otras causales de
procedencia del recurso, es la valoración de las pruebas realizadas por el tribunal de
mérito y si estas se compadecen con los principios de la sana crítica y de la
adecuada fundamentación, todo lo cual, como vimos, antes le estaba vedado.

Ahora bien, el necesario otorgamiento de esta facultad de revisión amplia no puede


significar que tenga el alcance de incursionar en lo que conforme a la jurisprudencia
pretoriana de la Corte se denomina un examen sobre la arbitrariedad de la
sentencia con los alcances conceptuales que solo le corresponde hacerlo a la Corte
como máximo Tribunal en su revisión de constitucionalidad. Pero debido a la
concepción de una casación amplia, esta ya es ahora una instancia en la que pueden
resolverse cuestiones sin necesidad de que sea luego menester el recurso
extraordinario ante la Corte. Pues debiendo revisar la casación tanto los supuesto en
los que en la valoración de la prueba no se ha aplicado la sana critica como aquellos
en los que no se aplicaron correctamente, solo le queda a la Corte reservado
aquellos supuestos de arbitrariedad extrema en los que la sana critica no se haya
aplicado.

Ahora bien, luego de los conceptos vertidos, cabe discernir qué es lo que la Cámara
de Casación puede revisar teniendo en cuenta que la oralidad del debate se
caracteriza fundamentalmente por su desarrollo de viva voz, públicamente y con la
inmediación de todas los sujetos procesales y que debido a la escasa registración que
de lo actuado generalmente queda de los actos del mismo, desde no son obligatorios
para su validez en razón de su propia naturaleza, resulta aparentemente dificultoso
que el Tribunal de Casación pueda hacer una revisión completa de la sentencia del
Tribunal del juicio.

Cabe entonces aclarar que si bien se impone una revisión amplia ello no


implica revisión completa, obstáculo que obedece a la propia naturaleza del juicio
oral y a las garantías que el mismo ya ofrece por su publicidad y por la integración
colegiada del Tribunal de juicio en los delitos graves.

Por ende, el necesario esfuerzo y agotamiento de la capacidad de revisión que el


Tribunal de Casación debe realizar para satisfacer la garantía constitucional en
cuestión estará ceñida a todas aquellas cuestiones de las que de conformidad con el
contenido de la sentencia y del acta de audiencia permitan juzgar si la misma tiene
motivación suficiente conforme a la sana critica o si teniéndola es correcta o
incorrecta. O sea, en cuanto a la valoración de la prueba en tanto le
resulte posible por el contenido mismo de la sentencia, más no de aquellas
cuestiones que no surgiendo del pronunciamiento escapan a su factibilidad de
conocimiento por haber sido realizadas directa y únicamente en el ámbito de la
inmediación del debate y por lo tanto ninguna constancia exista de ellas.

Por ello no lo es exigible en el esfuerzo y agotamiento de revisión que la Casación


intente ingresar en circunstancias inverificables, que por haber sido el producto
directo y personal de la inmediación resulten imposible de merituar, ni que intente
escudriñar en ellas de oficio como tampoco ante las versiones de la parte
recurrente, pues en este caso se incurriría en el juzgamiento de extremos que no
constan en la causa con las nefastas consecuencias que ello traería aparejado.

No puede dejar de tenerse en cuenta que, más allá de su restringida naturaleza


jurídica y limitado contenido, el acta del debate puede servir en muchos casos como
acto útil que la realización del esfuerzo de revisión, pues ella permite verificar la
prueba producida y su utilización en la sentencia, confrontándola con el documento
que debe reflejarla. Ese cotejo resultará el tránsito obligatorio para verificar los
motivos de la casación formal no solo inherente a la motivación de la sentencia en
los actos del debate, sino también en cuanto a la observancia de los presupuestos
procesales. De especial ayuda serán entonces las menciones que el acta del debate
contenga sobre especiales manifestaciones de testigos, peritos o del imputado
cuando el Tribunal de oficio o a pedido de parte las haya ordenado. Sin embargo, va
de suyo que este es un derecho del cual no puede abusarse al punto tal de
transformar un debate oral en una audiencia "verbal y escrita" sistema propio del
juicio escrito y que precisamente conspira con la oralidad.

Por otro lado, en cuanto a la posibilidad que otorgan las normas de los digestos
procesales para que en causas con prueba compleja el Tribunal pueda disponer que
el Secretario resuma al final de cada declaración o dictamen la parte sustancial que
deba tenerse en cuenta, como también ordenar la grabación o la versión taquigráfica
o videograbación, total o parcial del debate, se ha sostenido que estas registraciones
no pueden constituir aporte de carácter probatorio; que no integran el acto del
debate y que solo pueden ser utilizadas por los integrantes del Tribunal en el
momento de la deliberación, razón por la cual no pueden ser agregadas al
expediente en salvaguarda de la oralidad.

Esta concepción no puede ya sostenerse por dos razones. La primera porque el


fundamento en el cual se sustentaba era que en virtud de la oralidad y su
consecuente inmediación el Tribunal del juicio era soberano en las decisiones sobre
las cuestiones de hecho y valoración de la prueba y en consecuencia irrevisables por
medio del recurso de casación, basamento que, como hemos visto, el fallo "Casal"
que le otorga al mentado recurso una necesaria revisión amplia no puede seguir
afirmándose. La segunda, porque sin perjuicio de lo expuesto, esa concepción
encerró siempre un error en cuanto no es correcto sostener que los resúmenes de
declaraciones no puedan integrar el acta de audiencia, ni que en dicha acta no
quede constancia de las grabaciones, videograbaciones o versiones taquigráficas que
en su caso se hubieren realizado, pues las normas que la permiten están dentro del
Capítulo de cada digesto que refiere específicamente al acta de audiencia, de modo
que en ella debe quedar constancia de que se ha realizado alguna de esas
registraciones, quién las efectuó, durante que tiempo y luego precintar, firmar y
sellar el soporte que las contenga.

Cuando la declaración o el dictamen resulten en alguna de sus partes de absoluta


relevancia para la causa, la constancia del resumen de la misma o de alguna frase
especial no solo puede ser dispuesta por el Tribunal sino también a pedido de
cualquiera de las partes, a las que el Tribunal no puede negar tal derecho salvo
supuesto de notoria impertinencia.

Por ello que esos resúmenes, deben integrar al acta de audiencia, como también en


la misma se debe dejar constancia de las grabaciones, filmaciones o versiones
taquigráficas que en su caso se hubieren realizado. Y a su vez las partes pueden
solicitar copia de ellas a los fines de realizar su adecuada defensa.

No cabe dudas entonces que no solo de lo que surja del contenido propio de la
sentencia sino también del contenido del acta de audiencia, y en algunas ocasiones
en que se efectúen registraciones como las mencionadas, pueden resultar de ayuda
para las parte y para el tribunal de Casación en su tarea de realizar la revisión
amplia de lo decidido.

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