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CRISIS DE HOMBRES
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1 LR ELECCION
PRESIDENCIflL
= DE 1915 =
+ IMPRENTA
© © O
UNIVERSITARIA
S H N T I R S O — 1 9 1 5 — B H N D E R H 130
+
+ Víctor Naranj o Jáuregui
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CRISIS DE HOMBRES
+ 1 Lñ ELECCION
PRESIDEMCIRL
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=== DE 1915 =
IMPREMIR UNIVERSITARIA
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CRISIS D E HOMBRES
i la Elección
Presidencial
— de 1915 —
por •==
S a n t i a g o d e Chile
Imprenta Universitaria
1915
SUMARIO:
Introducción
1. Orjía económica
II. Decadencia agraria
III. Industrialismo
IV. Espíritu de empresa
V. Estranjerismo
VI. Politiquería
VII. Depresión moral
VIII. Algunos hechos
IX. Problemas sociales
X. Los partidos políticos i el parlamentarismo
XI. Concentración liberal
XII. La coalicion
XIII. El candidato ideal
XIV. Algunos nombres i algunos hombres
XV. Don Juan Luis Sanfuentes
XVI. Un programa
XVII. La verdad en su lugar
XVIII. El otro
XIX. Cálculos electorales
XX. Conclusión
Prólogo
II
III
Ademas, esos mismos hombres de Gobierno no
han hecho gran cosa en favor de nuestro desarro-
llo fabril.
Nuestras importaciones de maquinarias, carrua-
jes, telas, muebles, etc., etc. suman anualmente
enormes cantidades de dinero que, sustraídas al ha-
ber nacional, van a aumentar la caja de los grandes
productores europeos, norteamericanos, etc. sin que
esas importaciones ños produzcan otro beneficio
— 17 —
IV
V
Nuestro espíritu profundamente «estranjerista»,
es decir, inclinado a admirar i adquirir todo lo que
viene de afuera, i a despreciar i apocar todo lo que
se produce dentro del pais, ha ahogado en la jene-
racion presente sus mejores iniciativas i sus mas
nobles hábitos de empresa. I dentro de este «es-
tranjerismo» que estrecha i limita I03 horizontes
de nuestro progreso, hemos preferido constante-
mente importar la mayoría de los artículos desti-
— 22 —
nados a la subsistencia del pais, en vez de impul-
sar el desarrollo de la producción manufacturera.
Hemos preferido esportar las materias primas que
aquí se producen, como óxido de hierro, cobre,
lana, cueros, etc., para adquirirlas de nuevo a pre-
cios exorbitantes trasformadas en máquinas, te-
las i zapatos, en vez de fabricar aquí esas máqui-
nas, esas telas i esos zapatos, a precios mas bajos i
de tan excelente calidad como los mejores del es-
tranjero.
Hemos preferido encargar las locomotoras i ma-
terial rodante a Estados Unidos, Alemania, Béljica,
Francia,—en un conjunto heterojéneo de tipos i ca-
lidades—en vez de impulsar ese noble esfuerzo
nacional que, a vía de ensayo, ha producido cinco
0 seis locomotoras mas simples i livianas, de poten-
cialidad de arrastre igual a las mejores estranjeras
1 de muchísimo ménos costo.
Mas aun; hemos preferido adquirir fuera del
pais los muebles para las oficinas públicas, i las
barracas para hangares de la Escuela Militar de
Aviación, cuando aquellos como éstos pudieron
hacerse en nuestras modestas fábricas nacionales
mejores i mas baratos.
¿A qué continuar? Conste sí que dentro de esta
tendencia «estranjerista» no hemos sabido com-
prender jamas que el ser una factoría del produc-
tor estranjero, el progreso nacional, eminentemente
nacional, es una ilusión.
I nuestro «estranjerismo» no sólo nos ha llevado
— 23 —
a entregar a capitalistas estranjeros la esplotacion
del salitre, del cobre, del yodo, del hierro, de la
pesca, de las maderas, etc., sino que también nos
ha impelido—con fuerza irresistible—a poner en
manos de estranjeros, en mucha parte, la enseñanza
pública, la provisión del ejército etc. El estranje-
rismo, pues, nos subyuga, nos causa vértigos. Ban-
cos, compañías de seguros, casas de préstamos, fá-
bricas, almacenes, etc. son en su mayoría estranje-
ros. I todo debe ser estranjero o provenir de es-
tranjeros para que tenga aceptación. Lo nacional es
repudiado; i el comerciante i el industrial i el mé-
dico i el profesor, etc., deben decir necesariamente
que sus productos son estranjeros aunque no lo
sean, o que sus estudios los hicieron en Europa o
Estados Unidos aunque jamas hayan salido fuera
del pais.
El primer factor en el desenvolvimiento económi-
co de un pueblo debe ser la firme voluntad de crecer
i de dominar, porque en la lucha del comercio inter-
nacional nunca se abre camino aquel pueblo que,
falto de ambiciones, tampoco tiene la entereza i
resolución suficiente de no dejarse gobernar.
I bien; ¿qué hemos hecho los chilenos por nues-
tra espansion económica en el campo de la concu-
rrencia internacional?
Miéntras los yanquis, los arjentinos, los brasile-
ros'i los peruanos enviaban i envian a Chile ajentes
comerciales con nombramiento oficial para estudiar
en el terreno nuestros productos, nuestros merca-
— 24 —
dos i nuestras leyes bancarias, aduaneras i ferroca-
rrileras, etc., rniéntras los arjentinos en su incansa-
ble tenacidad por adquirir un puerto en el Pacífico
jestionan un ferrocarril de Salta a Mejillones i ob-
tienen franquicias en la llamada «cordillera libre»
i nos envían sin control, cereales i ganado, vinos i
anarquistas, los chilenos, llamados irónicamente
por un príncipe alegre «los romanos de la América
del Sur» no nos hemos preocupado poco ni mucho
de la necesidad de espandir nuestro comercio en
todo el continente, i principalmente en las costas
americanas del Pacífico.
Nuestros hombres de gobierno no han creido ne-
cesario ni oportuno enviar ajentes comerciales fuera
del pais para estudiar los grandes mercados ameri-
canos i europeos, i saber qué productos chilenos
son de fácil colocacion en ellos, o qué productos es-
tranjeros conviene esportar a Chile, o sobre qué
bases ventajosas podrían suscribirse tratados de in-
tercambios comerciales con otros paises producto-
res (1), pero sí, con pretestos de una propaganda
VI
La «politiquería» con todas sus deformidades
absorbe intensamente a los hombres i a las cosas
de esta tierra. Nada se escapa a su dominio, ni na-
da es posible pensar ni hacer sin que el pensamien-
to i la acción individual o colectiva sean sometidos
a su poder.
Nuestra politiquería no es indudablemente la lu-
cha por el ideal i por el bien público que en otro
tiempo dió a este pais merecida reputación de ci-
vismo. Nuestra «politiquería» de hoi es la lucha
— 26 —
por el predominio i bienestar personales sobre toda
consideración de Ínteres jeneral, bajo la éjida de
programas sonoros i banderías partidaristas de un
simbolismo insinuante.
En Chile, donde es difícil comprender el valor
que representa el carácter individual; donde el Es-
tado es todo i el individuo es nada; donde la per-
sonalidad se diluye i desaparece en la irresponsa-
bidad colectiva; donde todo lo esperamos del Esta-
do: educación, asistencia médica, asilo, «ollas del
pobre», pensiones de gracia, jubilaciones, monte-
píos, etc., i donde poco aportamos por nuestra
cuenta al desarrollo económico del pais, no es raro
que la «politiquería» haya prendido en el alma na-
cional e incorporado intensamente a la vida jene-
ral de la República.
I en esta lucha de influencias e intereses perso-
nales, en que el triunfo es, por rigor, del mas fuer-
te, los neófitos, los que aspiran a subir, han debido
trasformar sus individualidades, desde el comienzo
de su carrera, a gusto de quien les paga. Su con-
ciencia de hombre ha debido ser vaciada en mol-
des fabricados en el laboratorio particular de los
grandes políticos, ahí donde se estienden las cartas
de recomendación i se piden al Ministro amigo, em-
pleos i granjerias fiscales para los protejidos.
Así, la ductilidad de los caractéres se ha hecho
evidente: el concepto del propio valer personal ha
venido a ménos, las voluntades hánse enajenado,
el de abajo es nada ante el de arriba todopoderoso,
— 27 —
i el criterio i la persona toda: talento, tranquilidad,
honor, se ha atado al carro de aquel en una triste
esclavitud moral.
De este modo, muchos escritores, i jueces i jefes
de oficinas i empleados subalternos, en un conjun-
to heterojéneo de individualidades sin independen-
cia moral apreciable, viven en permanente cauti-
verio, apocados, temerosos de no agradar lo bas-
tante i atentos a la orden mas insignificante, cual
presidarios que arrastran la cadena...
Todo lo exijimos i esperamos del Estado: em-
pleos bien remunerados de poca labor i de ninguna
responsabilidad personal; pasajes gratis por los fe-
rrocarriles hasta para los amigos i parientes; privi-
lejios i contratos aun cuando se burlen—para ello—
las leyes i reglamentos establecidos; comisiones a
Europa para estudios que se trasforman en paseos
i jolgorios libertinos; concesiones de terrenos en el
Sur para una colonizacion que no es tal o estable-
cimiento de industrias que no existen, etc. Todo
ello no importa ante la bondad paternal del Esta-
do, ante la enorme riqueza fiscal que en nuestra
insignificancia personal hemos centuplicado en nú-
meros, pero no en pesos efectivos.
— 28 —
VII
No es posible negar, pues, que el sentido moral
del pais se ha deprimido considerablemente en es-
tos últimos tiempos.
Nuestro pasado patriarcal se halla en plena li-
quidación; i las tradiciones evocativas de una épo-
ca histórica van siendo olvidadas entre las cosas
que fueron.
Hoi es lo mas natural del mundo hablar de ne-
gocios que en otro tiempo habríanse estimado de
dudosa lejitimidad; formularse recíprocas proposi-
ciones que entonces habrían provocado la ira de
las jentes bien nacidas; i celebrar arreglos de fami-
lia que en aquellos años habrían sido conceptua-
dos como un deshonor para los blasones i tradicio-
nes de la casa.
Ante este mal tan difundido, la sapcion social
desaparece, es cierto. Pero nadie puede negar a las
almas bien puestas este grito de protesta contra un
mal que amenaza jeneralizarse i constituir un or-
den establecido en la vida normal de la nación.
En el tiempo en que nuestros grandes patricios
fundaron la República i constituyeron un Gobierno
estable i sólido en la exelsitud de su amor al suelo
que los vió nacer, no hubo prevaricadores; ni se
— 29 —
acusó a ningún Ministro de Estado por violacion
de la Constitución i las leyes; ni se presenció el es-
pectáculo aterrador de que un representante del
pueblo se viera enjuiciado ante los Tribunales como
reo de delito común, o defendiera como abogado a
una compañía estranjera contra los sagrados inte-
reses del vecindario tan rudamente maltratado por
la honda crisis actual.
No habia por entónces inspectores fiscales, por-
que todos los empleados administrativos trabajaban
bajo bóvedas de cristal, i el ser empleado fiscal era
un timbre de honor.
Esa moral evidentemente se fué; pero el recuer-
do de aquella época, de aquella vida toda respeto,
toda honradez vivida tan plenamente en la socie-
dad chilena, despierta i vuelve a nosotros engran-
decida por los años trascurridos i singularizada ante
la contemplación del actual estado de cosas.
«Hoi existen tantos visitadores de oficinas de ha-
cienda, escribe un periodista distinguido (1), como
tesoreros hai en el pais. A pesar de esto, los robos
son tan numerosos que los jueces se hacen insufi-
cientes para conocer de todos ellos. I el sindicado o
acusado de robo, estafa, etc. hoi no se suicida ni
huye al estranjero; cuando ménos pretende otro
empleo mejor. Todo el mundo créese con derecho
a todo según las influencias de que se dispone. I
f —
VIII
En presencia de este mal que ha sido el síntoma
de la inevitable decadencia de nacionalidades me-
jor constituidas i que amenaza invadir i arrasar
con todo en este pais se han alzado voces autoriza-
das de protesta enérjica.
El Centro Liberal de Santiago, en su deseo de
revisar los rejistros de su partido, creyó de su de-
ber en 1912 abrir un amplio debate sobre sus hom-
bres dirijentes i llamar ante el Tribunal de honor
que habia de juzgarlos a los que resultaran culpa-
bles a fin de que se justificaran o en su defecto re-
nunciaran definitivamente a representar al partido
— 32 —
ante el Congreso Nacional. Según la detallada ver-
sión de las sesiones de aquel centro político, la ju-
ventud liberal acusó franca i rudamente a cuatro o
cinco diputados de su partido a los cuales se les
impugnaba gravísimos cargos como jestores admi-
nistrativos i otros.
Por otra parte, i miéntras un distinguido ex Mi-
nistro de Ferrocarriles (1) denunciaba ante la Cáma-
ra, en medio de la espectabilidad i admiración pú-
blicas, los mas vergonzosos peculados ferrocarrile-
ros en la adquisición de artículos para el consumo
de la Empresa a precios 5 ó 6 veces superior a los
fijados en plaza; i miéntras la prensa de Santiago
por su parte denunciaba los cuantiosos robos de
fierro viejo o la venta de este artículo, a precio
irrisorio, a una fábrica cuyo dueño era deudo cer-
cano de un alto jefe de la Empresa; el Gobierno
adquiría ochenta locomotoras de diversos tipos a
precios exorbitantes i que luego resultaron ina-
daptables a la trocha de la vía; i un ex-empleado
superior de los Ferrocarriles desperfeccionaba el
galpón de la Estación Alameda mediante una re-
paración técnicamente absurda.
I miéntras la Liga de acción cívica i el comité
I*
En Chile, el dinero ocupa inevitablemente el
puesto que, en los buenos tiempos de la Repúbli-
ca, estaba reservado al talento i a la honradez. I así
puede verse a mediocridades afortunadas en la si-
— 37 —
K
Los partidos, entroncados con las primeras ma-
nifestaciones de doctrinas políticas que hubo en
Chile, con hondas raices en la historia del pais, i
que, en razón de su existencia, dirijen el Gobierno
i la administración del Estado, no han intentado
siquiera combatir—ya que no curar—la profunda
depresión moral que aqueja a la nación. I por el
contrario, muchos de ellos, desmoralizada la ma-
yoría de sus hombres, han ahondado i difundido
este mal, imprimiendo el sello de su influencia
peligrosa en cada uno de sus actos: en el Congreso,
en el Gobierno i en el pueblo. I sus programas—
de una sonoridad seductora—han perdido poco a
poco el interés de que ántes gozaban, por la incon-
secuencia i contradicción que ha mediado siempre
entre las ideas i los actos de sus sostenedores.
Finiquitadas las cuestiones relijiosas que se
debatieron a mediados del siglo pasado entre los
dos grupos que condensaban las tendencias políti-
— 44 —
cas en que se hallaba dividida la opinion pública;
i consumadas las conquistas liberales con la dicta-
cion de las leyes del Rejistro Civil i Cementerio
Laico, era dable esperar quelos exaltados liberales
—dejando ya de mano las polémicas relijiosas
por ser propias de pueblos faltos de la libertad de
creencias i del mutuo respeto entre sus hombres—
orientaran sus actividades de partidos bien orga-
nizados hácia la realización de aquellos puntos de
sus programas que tuvieran relación con la situa-
ción social i económica del pais. Desgraciadamente,
los partidos, por intermedio de sus representantes
en el Congreso, o en el Gobierno, por intermedio
de sus Ministros, no han propendido, salvo honro-
sas escepciones, a la realización de aquellas obras
de bien público reclamadas—como hemos visto
ántes—por la opinion jeneral del pais i aconseja-
das por la esperiencia, la previsión i el buen sen-
tido.
En el fondo, todos los partidos adolecen de falta
de continuidad en su labor, de timidez en sus
resoluciones. Estamos, por ello, en el período de
las contemporizaciones bajo todos sus aspectos. Se
contemporiza i se transa en la dictacion de una lei
a gusto de unos pocos i en perjuicio de los mas
sólo para evitar daños a terceros. Igualmente se
contemporiza i se transa eu la remocion de un ofi.
cial del Rejistro Civil o en el nombramiento de un
Inspector de Policía.
«Los constituyentes del 33—dice el Eeñor No
— 45 —
Kl
En la actual administración, se ha dejado sentir
con mayor intensidad que en períodos anteriores
las deplorables consecuencias de la absorcion del
Ejecutivo por el Congreso i de la anarquía política
imperante.
— 50 —
La reacción era, pues, necesaria. El pánico i los
trastornos comerciales, la ruina i la pobreza jene-
ral a que nos precipitó la guerra europea sacudie-
ron nuestro abatido espíritu; la renovación de los
miembros del Congreso i de los Municipios, i la
elecion presidencial, fueron un incentivo i un toque
de llamada a los hombres honrados que aun tienen
fe en el porvenir de este pais. Necesitábamos, es
cierto, de estas recias sacudidas para iniciar la
reacción que nos era imprescindible; i la reacción
vino.
Las reacciones saludables en un pais donde se
ha claudicado de los antiguos principios adminis-
trativos i donde se han olvidado las viejas i nobles
tradiciones del pasado, no se obtienen ni pueden
obtenerse sino mediante la acción enérjica de los
hombres honrados i patriotas. Era, pues, de deber
que estos hombres honrados i patriotas se agrupa-
ran alrededor de una bandera: la reconstitución
económica de la República.
Así como ante el enemigo que amenaza la inte-
gridad territorial, los partidos i banderías desapa-
recen para dar paso a los defensores de la patria,
así también ante la ruina que amenazaba al pais,
debian desaparecer las enseñas políticas para dar
paso a los que verdaderamente son capaces de pro-
curar el bienestar i prosperidad de la nación.
Correspondióles a conservadores, nacionales i li-
berales democráticos el honor de esta jornada.
Estos tres partidos—unidos por un pacto político
— 51 —
trascendental—formaron la mayoría parlamentaria
requerida para dar al pais gobierno sólido i estable,
de acuerdo con las necesidades i exijencias nacio-
nales.
Empero, cierta prensa desafecta al actual Gobier-
no, ha tratado de desprestijiar esta combinación
política de coalicion. «Nada autorizaba la forma-
ción de esta mayoría parlamentaria» se dijo en un
principio; pero olvida quien esto afirme que la
Constitución i las leyes no autorizan en Chile otra
forma de Gobierno que aquel que se obtiene al
amparo de una mayoría parlamentaria. Hoi dia esa
prensa agrega: «El pais es liberal, por lo tanto el
Gobierno debe ser liberal».
Es justo. El liberalismo ha traído al pais las mas
nobles conquistas, desde el establecimiento de la
República hasta la difusión de la enseñanza, desde
la creación del rejistro civil hasta la fundación del
cementerio laico, desde la organización del patro-
nato del Estado hasta el derecho de profesar la re-
lijion que cada cual estime conveniente. Empero, en-
tendámonos. Si el ideal es el Gobierno liberal, no
quiere decir esto que ha llegado el caso de acome-
ter la realización de esos proyectos que siguen
consultándose en el programa de los partidos libe-
rales, como la separación de la Iglesia i el Estado i
otros. Aquel liberalismo de las luchas doctrinarias
ya pasó. El liberalismo que el pais desea que im-
pere es aquel que «no consiste en tener o no tener
relijion, dice Spencer, sino en dar a cada uno lo
— 52 —
que es suyo de acuerdo con la justicia, dejando
que las fuerzas vivas de la nación se desarrollen li-
bremente, sin precipitaciones ni violencias, en el
mutuo respeto de creencias i derechos, de hombres
i colectividades».
Sin embargo, no todos definen ni aceptan de este
modo el liberalismo; i he aquí la dificultad para la
formacion de un Gobierno de alianza liberal en el
cual los radicales, por ejemplo, habrían de exijir la
realización de algunos proyectos de su programa
que desde luego estimamos de inoportunos i talvez
peligrosos en la época actual.
I si una alianza liberal es imposible, un Gobier-
no de concentración liberal lo es también. La polí-
tica no es mas que el arte de lo posible i exijir a
los hombres i a los partidos mas de lo que pueden,
es ir contra lo imposible. Desde luego, un Gobierno
liberal que necesariamente habría de ser formado
por doctrinarios, nacionales i balmacedistas median-
te un vigoroso movimiento de estos tres partidos,
trepida, para realizarlo, en desacuerdos profundos,
inallanables, si se quiere, surjidos desde antiguo en-
tre doctrinarios i balmacedistas, i ahondados por
un sinnúmero de incidencias posteriores de carác-
ter grave. Ademas, han recrudecido los ataques de
los doctrinarios contra los balmacedistas por el he-
cho de que éstos no creen en el «derecho divino»
que se atribuyen los doctrinarios en la sucesión de
la Presidencia de la República. Como se ve, la
unión con un partido cuyos dirijentes están posei-
— 53 —
Kll
Nada autoriza para dudar del éxito que induda-
blemente alcanzará la actual combinación política
en el Gobierno del pais. Conservadores, nacionales
i liberales democráticos son tres prestijiosos parti-
dos que tienen un glorioso pasado que respetar, i,
ante sí, toda una vida que vivir al servicio de la
nación. Mueren i desaparecen los hombres, pero
los partidos, como sus pensamientos i acciones, so-
breviven e imprimen sobre su raza una marca in-
deleble. Portales, Montt i Balmaceda siguen siendo
para los suyos, faros que iluminan la atmósfera mo-
ral que los rodea, i cuyo espíritu continuará presi-
diendo los actos de estos partidos i las jeneraciones
que les sucedan.
Conservadores, nacionales i liberales democráti-
cos darán al pais un gobierno estable, sólido i fruc-
— 55 —
tífero. Para probar este aserto no es necesario ha-
cer frases sonoras. A la inversa de lo que afirma
cierta prensa respecto a que sólo los grupos libera-
les, por ser afines, son los llamados a hacer buen
gobierno, los partidos de la coalicion actual pueden
i deben realizar un gobierno liberal fuerte i compac-
to—como lo insinuaba El Mercurio—conservando
las garantías sociales para no causar perjudiciales in-
novaciones, un gobierno de evolucion, que enno-
blece al hombre que se levanta de las capas socia-
les mas humildes, i que arroja como escoria al que
decae de las mas altas situaciones; un gobierno como
el que nos recomendaba precisamente el ex-Presi-
dente Roosevelt en la Universidad de Chile al ha-
blarnos de la inconveniencia de las grandes refor-
mas, de las bruscas reformas i de la necesidad de
una constante progresión lenta i gradual en todas
las instituciones.
¿Por acaso no fué un Ministro conservador, el
señor Barros Errázuriz, quien liberalizó el servicio
relijioso en el Ejercito como seguramente no lo
habría hecho un Ministro liberal?
Conservadores, nacionales i liberales democráti-
cos harán Gobierno liberal, es decir, Gobierno de
progresión lenta i gradual: primero, porque en
ellos la reacción hácia las buenas prácticas admi-
nistrativas es evidente; segundo, porque los alien-
ta la firme resolución de hacer obra útil; i tercero,
porque cuentan con hombres capaces, honrados i
enérjicos, unidos por íntima amistad, por lealtad
— 56 —
indiscutible i por una uniformidad de propósitos
que es promesa i garantía de grandes bienes para
la República.
Ademas, hai que decirlo mui alto para que lo
sepan hasta los que se han sentido defraudados en
sus espectativas presidenciales ante esta fuerte
combinación de Gobierno, i lo sepan también los
que creen conculcados sus intereses por este vigo-
roso movimiento de opinion que se inicia para li-
bertar al pais de sus falsos Catilinas i sus voceros
de una falsa concentración liberal con que se en-
gaña a los ilusos: el advenimiento de la actual coa-
lición pone término a los Ministerios anodinos, a
las incertidumbres i contemporizaciones, a los Go-
biernos de todos i de ninguno en que hemos vivi-
do. Conservadores, nacionales i liberales democráti-
cos asumen sin timideces ni vacilaciones la respon-
sabilidad de la situación presente (1).
I por sobre el cúmulo de improperios i calum-
nias lanzados contra I03 dirijentes de la coalicion
con fines que todos conocemos; por sobre el oleaje
que se ajita violentamente a impulsos del encono i
del despecho, se yergue en ¡a roca de los procedi-
mientos intachables el Ministerio actual que, apé-
nas iniciado en el Gobierno, ya ha acometido con
éxito un plan de economías que era necesario, ha
obtenido el despacho de leyes de contribuciones
XIII
Es, pues, en esta situación en que la moral polí-
tica se halla deprimida en igual intensidad que
nuestro estado económico, cuando nos sorprende
una elección presidencial.
Aun caldea la atmósfera el ardor de la lucha
electoral del 7 de Marzo último, recrudecido ante
los aprestos de la próxima elección de Junio; auu
se encuentra la opinion pública bajo la impresión
de horror que causaron en ella los lamentables su-
cesos de Iquique, en que cayeron, víctimas de ini-
cuo atentado, seis modestos i honrados servidores
del órden público; i aun se oyen ios ataques contra
la llamada intervención electoral que se dirijieron
en todos los tonos al Gobierno del Excmo. señor
Barros Luco, como despedida a su administración.
— 58 —
I todos estos hechos que sobrecojen de espauto
o de pesar; todos estos males de órdeu económico,
social o político, no son en realidad sino efectos de
una causa mucho mas grave de lo que se cree.
Esta causa, digámoslo de una vez, no está en las
leyes ni en los rejímenes. Desgraciadamente ella
está en los hombres.
Porque son los hombres faltos de honradez, de
rectitud o de civismo los que han torcido la inter-
pretación de las leyes, han deprimido el réjimen
de gobierno i han maleado la administración del
Estado. Porque son los hombres en los cuales im-
pera el Ínteres personal por sobre el Ínteres públi-
co los que han desmembrado a los partidos, han
abatido sus enseñas i esterilizado su propia labor.
Porque son los hombres llenos de odios i ambicio-
nes los que han desquiciado i anarquizado la po-
lítica; han perseguido a los buenos elementos i
premiado i exaltado a las mediocridades.
I los pocos hombres honrados i capaces que tie-
ne este pais: o se abstienen de las luchas, abatidos,
acobardados en un voluntario retiro que semeja una
forzada relegación; o, mal comprendidos en sus
buenos propósitos, son torpemente execrados por
enemigos interesados en su contra.
Los primeros, pesimistas, rencorosos o indife-
rentes, no representan para la colectividad fuerza
o valor apreciable alguno; mas, los segundos, por
el contrario, si son tenaces i esforzados, serán siem-
pre un factor valioso i talvez decisivo en las horas
— 59 —
de prueba trascendental como la presente. «Son los
hombres, considerados individualmente, i el espí-
ritu de que están dominados, dice un escritor in-
gles—lo que determina la situación moral i la esta-
bilidad de las naciones».
Existen indudablemente en el pais hombres de
talento, preparación i honorabilidad insospecha-
bles. Los hai en el gobierno, en la administración
i en la prensa. Son hombres de estudio, de versa-
ción amplia i profunda. Empero, son en su mayo-
ría faltos de acción enérjica i continuada, de con-
fianza en el propio esfuerzo i valer personal. El
trabajo asiduo i arduo del diario o de la oficina les
ha exijido la mayor cuota de intelijeucia, de cono-
cimientos i de resistencia física, i no les ha permi-
tido, por otra parte, un sólo instante acometer su
independencia económica, formar o retemplar el
carácter que es la base del progreso individual i el
medio único para acometer cualquiera obra de
perfeccionamiento social, de apostolado moral, po-
lítico o económico en servicio del pais.
La lucha por la vida regula los ímpetus, abate
los esfuerzos i ahoga las protestas de aquellos in-
dividuos que, bien animados, tratan de rebelarse
contra un mal social, digamos, pero que carecen
de la independencia económica necesaria para
afrontar las persecuciones i odiosidades que ha-
brán de echarse encima. «Es preciso vivir, saber
vivir con los vivos» se ha dicho, i hai que disimu-
lar, contemparizar i callar. El mas apreciado es
— 60 —
aquel que sube i sube imperturbablemente la escala
de los ascensos administrativos o políticos a costa
de adulos i humillaciones, desentendiéndose de todo
i no admirándose de nada. «Oh! Fulano es un ga-
llo!» se dice de él, i el gallo sube i sube impertur-
bable, triunfador, agasajado i aplaudido con fe-
brilidad inconciente por los neófitos de hoi que
mañana serán también otros tantos gallos.
Así, pues, ante esta ruda i honda C R I S I S DE
H O M B R E S que ha producido los daños que presen-
XV
Pero el ciudadano que se impone con mayor
acentuación aun a la consideración nacional, como
candidato ideal a la Presidencia de la República, es
el señor don Juan Luis Sanfuentes.
I como este político ha sido el único sobre quien
se han emitido los mas variados i ardientes' con-
ceptos en su favor o en su contra; i, como cierta
prensa lo ha venido hostilizando, al mismo tiempo
que lo mostraba como el candidato ostensible de
los partidos coaligados, nos vamos a permitir es-
tendernos en algunas consideraciones por creerlas
necesarias para la formacion de un juicio aca-
bado i sereno respecto de este prestijioso servidor
público.
El señor Sanfuentes, dentro de su psicolojía sin-
gular, posee todas las características del director
de hombres: es enérjico, hábil, previsor; discreto
en el decir i resuelto en el obrar. Se inició en la
política ya en la edad madura, premunido de un
buen bagaje de esperiencias i observaciones que
una vida intensamente consagrada al trabajo i al
estudio habíanle permitido formar. I surjió. En
Chile donde los aspirantes son muchos i los prime-
ros puestos son pocos, sólo la perseverancia, la te-
nacidad, el talento, el dinero i las simpatías perso-
nales pueden abrir camino para subir a ocuparlos.
I los ocupó. Título profesional, apellido ilustre, for-
tuna adquirida honradamente i que incrementaba
dia a dia mediante su propio esfuerzo personal, ti-
no i conocimiento de los hombres fueron los fun-
damentos de su carrera. Los medios para luchar
en la política activa al servicio del pais los ha teni-
do el señor Sanfuentes en la confianza absoluta que
le inspira su propio esfuerzo personal, en su carác-
ter fuerte, vigoroso, i en la rectitud de sus proce-
dimientos. El señor Sanfuentes buscó i asumió
siempre responsabilidades, no rehuyó jamas nin-
gún puesto de sacrificio i supo, en todo momento,
encontrar i mantener dignas i leales amistades.
I así de este modo, los primeros puestos de prueba
i de "sacrificio en el partido, en el Congreso, en el
Gobierno, lo atraían por la fuerza de las cosas, con el
imán irresistible de las necesidades evidentes.
PROGRAMA
XVII
Hemos llegado, sí, al período de una campaña
política en que ninguna consideración de respeto
o de decoro individual nos detiene para com-
batir al que conceptuamos de enemigo, i a quien
la fantasía o la animadversión que nos inspira lo
hacen aparecer como una amenaza para determi-
nados intereses políticos o personales. Hemos lle-
gado al término preciso de esta jornada ya inicia-
da por los aprestos de las convenciones presiden-
ciales, de ámbos bandos, en que todo ataque es per-
mitido, por injusto o antojadizo que sea. Nada
detiene al político para hacer declaraciones desti-
nadas a impresionar al público i a los partidos en
un sentido determinado; ni nada detiene al perio-
dista apasionado para zaherir a unos en beneficio
de otros. Estamos, pues, en la época de los repor-
tajes, de las interjecciones, de los puntos suspen-
sivos... Estamos en plena lucha bizantina, en la
cual imperan el engaño, el cubiliteo i el bluf!
Mas que esto, estamos en el período de las aso-
nadas callejeras en que una juventud irreflexiva i
sin cultura que ayer vejó en Concepción al Jefe del
Estado i a su Ministro de Guerra, hoi no ha tenido
escrúpulo para apedrear la casa de don Antonio Hu-
neeus Gana, so pretesto de zaherir con los mas abo-
minables dicterios al señor Juan Luis Sanfuentes.
— 81 —
Al revés de lo que se asegura con fines que todos
conocemos, este prestigioso político no asistió al
Consejo de Ministros en que se acordó la destitu-
ción del señor Pinochet Le-Brun como medida dis-
ciplinaria de órden esencialmente administrativo,
como tampoco asistió jamas a las reuniones del Ga-
binete coalicionista de que formaron parte los se-
ñores Arturo Alessandri, Manuel Rivas Vicuña i
Jorje Matte G., hoi exaltados anti coalicionistas.
Sin embargo, los enemigos del señor Sanfuentes
han tomado pie de aquel acto gubernativo para
desencadenar en todo el pais—en forma inconve-
niente i poco leal al decir de El Mercurio—un mo-
vimiento popular como arma política.
«Las manifestaciones populares—manifiesta ese
diario—deben ser francas i no es franco mezclar la
medida administrativa fundada en las buenas
prácticas de todo gobierno constituido que se ataca
por muchos, con la cuestión presidencial que se
trata i debe ser tratada en otro terreno. Si hai mo-
tivos claros i de Ínteres público para atacar a un
candidato deben sacarse a luz con valentía; no es
natural que se esgriman armas ocasionales que son
de dos filos porque perturban el criterio público,
alarman las conciencias de algunos grupos sociales
de gran influencia i siembran en todas partes un
fermento de rebelión que debemos detener los
hombres de todos los partidos i de todas las creen-
cias.»
La mas insignificante medida administrativa que
— 82 —
hiera los intereses particulares de alguien, es atri-
buido sin discusión a la iniciativa del señor San-
fuentes; no así los buenos actos de gobierno en
favor de los intereses jenerales del pais que preci-
samente han tenido en este distinguido político
una entusiasta i decidida cooperacion. Como se ve,
no se aplica el mismo criterio para juzgar ámbos
casos, como lo aconsejan la lealtad, la rectitud, la
honradez.
«¡Sanfuentes!—escribe el señor Pinochet Le-
Brun (1), en oposicion a los detractores del jefe del
liberalismo democrático—yo no conozco a este dis-
tinguido político de mi patria. Sin embargo, creo
que de pocas personas debe abusarse tanto como
de él i estoi cierto de que mas de una injusticia se
ha hecho en nombre suyo sin que él haya tenido
conocimiento siquiera. Tememos a Sanfuentes i
no somos capaces de convertirnos en Sanfuentes,
es decir, en individuos con personalidad. No nos
atrevemos a hacer nada. I bien digo yo, tened
cada uno a vuestro Sanfuentes a quien debáis con-
sultar para cada uno de vuestros actos. >
Las jentes honradas sonríen ante la insistencia
de la alianza para introducir la discordia en el seno
de la coalicion i destruir así la candidatura del se-
ñor Sanfuentes que se abre paso triunfalmente; i
desestiman la actitud de aquellos liberales demo-
XVIII
Hasta hoi el otro (1) es un enigma; por lo cual
el desconcierto que se advierte en las filas aliancis-
tas es jeneral. Pero, la idea de unjir un candidato
que divida inevitablemente a los partidos coalicio-
nistas obsesiona a las mentes de la alianza. I ora es
el nombre del Vice-Almirante Montt el que se vo-
cea como enseña de combate alrededor de la cual
se espera ver agrupados necesariamente a todos los
partidos que en 1891 hicieron la revolución; ora es
el nombre de don Agustín Edwards el que se hace
circular calladamente como el poderoso talisman
que romperá inevitablemente a la coalicion.
Empero, ni don Jorje Montt desea ser un pretes-
to para conmover al pais eíi el recuerdo de anti-
guas disensiones i desafectos personales, ni el se-
ñor Edwards intenta combatir a su partido que tie-
ne compromisos de honor con los partidos de la
actual combinación de Gobierno.
Por otra parte, ni el señor Fernando Laicano ni
XIX
I así como e&tamos en plena época de los dicte-
rios, nos encontramos también en el período de los
cálculos electorales, de las llamadas «cuentas ale-
gres».
Por desgracia, o por felicidad diremos, las elec-
ciones en Chile ya no se hacen con números. El
señor Rivas Vicuña en reciente reportaje ha espre-
sado que la dictacion de la lei de elecciones vijente
es un gran paso hácia la corrección electoral. De lo
cual se infiere que el triunfo estará de parte de
aquel candidato que cuente con fuerzas electorales
efectivas. Esto está contradicho en parte por el
diputado señor Enrique O. Barbosa al asegurar
que el triunfo de don Arturo Alessandri en Tara-
pacá se debió principalmente al dinero.
La lucha que se libre en Junio próximo debe
ser de opinion, de convencimiento, no de cohecho
vil ni de componendas inaceptables. Es necesario
que en una lucha franca, leal, se sepa definiti-
vamente a favor de quien están los ciudadanos
honrados, a favor de quien están los electores del
pais.
No es del caso siquiera discutir si la alianza o
la coalicion tienen mas o ménos electores. Lo que
urje estudiar es qué bando político está mejor
organizado; está mejor preparado para una lucha
— 91 —
electoral. La disciplina, la cohesion son los únicos
medios para alcanzar éxito en una campaña polí-
tica. El bando que cuente con indiferentes o pesi-
mistas, con elementos perturbadores, disociadores,
no puede, en ningún caso, obtener el triunfo que
desee.
Los partidos de la alianza si están sólidamente
unidos, si tienen el convencimiento absoluto de
que todos sus hombres aceptan la política que se
pretende imprimir al pais, i las reformas que se
anhelan acometer; si tienen la certeza de que todos
sus elementos aceptan la campaña de hostilidad i
de difamación que se ha emprendido en contra del
Gobierno, i de los partidos que forman ia coali-
ción, pueden i deben confiar en el triunfo.
Empero, si en esos partidos hai vacilaciones,
desconfianzas i temores, si muchos de sus hombres
no aceptan la política de violencias que se intenta
implantar en el Gobierno de la República; si el
candidato que desean no lo encuentran entre ellos
pero sí en el de la coalicion, entonces, que se con-
venzan definitivamente que su éxito no está en
este mundo.
— 92 —
XX
Ponemos fin a estas pájinas que, en homenaje a
una causa justa, hemos escrito convencidos de que
hacíamos obra patriótica.
Talvez muchas de nuestras opiniones no sean
las de la totalidad de las jentes, especialmente de
aquellos que, en otros campos de la actividad i del
pensamiento, creerán ver en el homenaje de justi-
cia que hacemos a un gran ciudadano un ataque
a sus intereses i ambiciones personales; pero sí,
ellas encontraran eco en los hombres honrados; en
aquellos que aun luchan incansablemente por el
bienestar i engrandecimiento público, i en los que
en voluntario retiro i llevados de un hondo pesi-
mismo, se abstuvieron de las lidias políticas pero
que aun aman a su pais.
Nuestras opiniones encontrarán eco ademas en la
juventud estudiosa e intelijente, que forma sus in-
dividualidades i sus convicciones en la amplia lu-
cha del pensamiento, en el trabajo i en el claro
concepto del deber; i no en aquella juventud irre-
flexiva i manejable que—puesta al servicio de in-
tereses personales con mentores inescrupulosos—
vocea tumultuosamente por las calles perturbando
el orden público. I finalmente encontrará eco en
el alma del pueblo conciente i patriota que produ-
ce riquezas en la fábrica o en el campo o en las
— 93 —
minas, en aquel pueblo honrado que aun se con-
mueve al recuerdo de nuestro pasado heroico, i en
el cual no prenden ni las ideas disociadoras ni la
campaña de hostilidades i de desprestigio que se
hace en contra del gobierno, i en contra de honra-
dos ciudadanos.
Estamos eñ plena crisis de hombres i es preciso
reaccionar. Las instituciones por buenas que sean
no son suficientes para mantener el tipo de carác-
ter nacional. «Son los hombres—escribe un pensa-
dor—considerados individualmente i el espíritu de
que están dominados lo que determina la situación
moral i la estabilidad de las naciones». I para pro-
curar el perfeccionamiento del organismo nacional,
es necesario levantar el carácter de los individuos.
No serán ciertamente los pesimistas ni los pusilá-
nimes los que puedan acometer la reconstrucción
económica, política i moral del pais; porque esta
obra, esta grande obra, pertenece por entero a los
hombres honrados, enérjicos i capaces, pertenece a
los grandes caractéres. La época no es de contem-
placiones sino de acción enérjica i persistente.
Los cimientos del pais, hemos dicho, no están
carcomidos del todo. La reconstrucción no es difícil.
I esta obra reconstructiva que será para los que
vienen, acometámosla en un jesto de buena volun-
tad, de decisión, de conmocion patriótica, fija la
mirada en el porvenir. La vida de las naciones,
como la de los hombres, es un rico tesoro de espe-
riencias que, bien empleado, conduce al progreso.
— 94 —
La elección presidencial que se aproxima pondrá
a prueba el carácter nacional. Será en ese instante
solemne cuando se defina el porvenir de la Repú-
blica. Los ciudadanos concientes, honrados i patrio-
tas no deben olvidar que ese porvenir depende en
este caso de todos ellos. I los partidos que tienen
en sus manos la vida nacional, que poseen tradicio-
nes que respetar i un compromiso de honor que
cumplir, no deben olvidar que el juicio de sus actos
pertenece a la posteridad i a la Historia.
Obras del mismo autor
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