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DANI RODRIK

Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard


University’s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The
Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economyand,
most recently, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science.
SEP 10, 2015

Los economistas frente a la economía

CAMBRIDGE – Desde que a finales del siglo XIX, cuando la economía, que cada
vez recurría más a las matemáticas y la estadística, adquirió pretensiones
científicas, sus profesionales han sido acusados de una diversidad de pecados.
Las acusaciones –incluidos el orgullo desmedido, la desatención de los fines
sociales, aparte de los ingresos, la atención excesiva a las técnicas formales y los
fallos al predecir los acontecimientos económicos más importantes, como, por
ejemplo, las crisis financieras– han solido proceder de personas ajenas a ella o
de unos heterodoxos marginales, pero últimamente parece que incluso los
principales teóricos de la disciplina están descontentos.

Paul Krugman, premio Nobel que también publica artículos en una sección fija
de un periódico, ha convertido en un hábito las críticas muy severas a la última
generación de modelos de macroeconomía por haber desatendido las anticuadas
verdades keynesianas. Paul Romer, uno de los iniciadores de la nueva teoría del
crecimiento, ha acusado a algunos nombres destacados, incluidos el premio
Nobel Robert Lucas, de lo que llama “matematicidad”; utilizar las matemáticas
para enturbiar en lugar de aclarar.

Richard Thaler, distinguido economista conductista de la Universidad de


Chicago, ha reprochado a los profesionales pasar por alto el comportamiento en
el mundo real a favor de modelos que dan por sentado que las personas son
optimizadoras racionales y el profesor de Finanzas Luigi Zingales, también de la
Universidad de Chicago, ha acusado a sus colegas especialistas en finanzas de
haber extraviado a la sociedad al exagerar los beneficiosproducidos por el
sector financiero.
Esa clase de examen crítico por parte de los grandes nombres de la disciplina es
saludable y digna de beneplácito: en particular, en una disciplina que con
frecuencia ha carecido en gran medida de autorreflexión. También yo he
dirigido criticas a las vacas sagradas de ella –la libertad de mercados y el libre
comercio– con bastante frecuencia.

Pero hay una desconcertante connotación en esa nueva ronda de criticas que se
debe explicitar... y rechazar. La de la economía no es la clase de ciencia en la que
pueda haber jamás un modelo auténtico que funcione mejor en todas las
situaciones. La cuestión no es la de “llegar a un consenso sobre qué modelo es el
correcto”, como dice Romer, sino la de discernir qué modelo es el mejor para
aplicarlo en una situación determinada y eso siempre será un arte y no una
ciencia, sobre todo cuando se deba hacer la elección en el presente.

El mundo social difiere del físico, porque es producto del hombre y, por tanto,
casi infinitamente maleable. Así, pues, a diferencia de lo que ocurre en las
ciencias naturales, la economía avanza científicamente no substituyendo
modelos antiguos por otros mejores, sino ampliando su conjunto de modelos,
cada uno de los cuales arroja luz sobre una contingencia social diferente.

Por ejemplo, ahora tenemos muchos modelos de mercados con una


competencia imperfecta y una información asimétrica. Dichos modelos no han
dejado anticuados o irrelevantes sus predecesores, basados en una competencia
perfecta. Simplemente nos han hecho comprender mejor que unas
circunstancias diferentes requieren modelos diferentes.

De forma similar, los modelos conductistas, que hacen hincapié en la adopción


de decisiones heurísticas, nos hacen analistas mejores de las circunstancias en
las que esas consideraciones pueden ser importantes. No desplazan los modelos
de las opciones racionales, que siguen siendo aquellos a los que recurrir en otras
circunstancias. Un modelo de crecimiento aplicable a países avanzados puede
ser una guía deficiente en países en desarrollo. Los modelos que hacen hincapié
en las esperanzas y aspiraciones son a veces los mejores para analizar los niveles
de inflación y de desempleo; otras veces, los modelos con elementos
keynesianos darán un resultado superior.
Jorge Luis Borges, el escritor argentino, escribió en cierta ocasión un relato –de
un solo párrafo– que tal vez sea la mejor guía para el método científico. En él
describió una tierra lejana en la que la cartografía –la ciencia de la confección de
mapas– se llevaba hasta extremos ridículos. Un mapa de una provincia era tan
detallado, que tenía el tamaño de toda una ciudad. El mapa del Imperio ocupaba
toda una provincia.

Con el tiempo, los cartógrafos se volvieron aún más ambiciosos: confeccionaron


un mapa que era una reproducción de todo el Imperio. Como observa
irónicamente Borges, las generaciones posteriores no vieron utilidad práctica
alguna en un mapa tan aparatoso, por lo que quedó pudriéndose en el desierto,
junto con la ciencia de la geografía que representaba.

La tesis de Borges sigue escapándoseles a muchos científicos sociales: la


comprensión requiere la simplificación. La forma mejor de reaccionar ante la
complejidad de la vida social no es la de idear modelos cada vez más detallados,
sino la de aprender el funcionamiento de los diferentes mecanismos causales,
uno cada vez, y después averiguar cuáles son más pertinentes en una situación
particular.

Utilizamos un mapa, si vamos en automóvil de casa al trabajo y otro, si viajamos


a otra ciudad. Sin embargo, si vamos en bicicleta o a pie o pensamos tomar el
transporte público, necesitamos otras clases de mapas.

Orientarse entre modelos económicos –elegir el que funcione mejor– resulta


considerablemente más difícil que elegir el mapa adecuado. Los profesionales
utilizan una diversidad de métodos empíricos oficiales y oficiosos y con diversos
grados de pericia. En mi libro de próxima publicación Economics Rules, critico
la enseñanza de la economía por no equipar adecuadamente a los estudiantes
para el diagnóstico empírico que dicha disciplina requiere.

Pero los críticos internos de la profesión se equivocan al afirmar que la


disciplina se ha extraviado porque los economistas aún no han logrado un
consenso sobre los modelos “correctos” (sus preferidos, naturalmente).
Debemos apreciar la economía en toda su diversidad –la racional y la
conductista, la keynesiana y la clásica, la mejor y la que le sigue
inmediatamente, la ortodoxa y la heterodoxa– y dedicar nuestra energía a
mejorar nuestra capacidad para elegir el marco aplicable en cada ocasión.

Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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