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La restauración de los judíos

El regreso y la construcción del templo en tiempos de Ciro y Cambises.-

El decreto de Ciro, que marcó el principio de un nuevo período en la historia de los judíos, fue
promulgado en Ecbatana durante el primer año de su reinado (Esd. 1: 1). Si se calcula esto desde la
caída del Imperio Babilónico según el cómputo judío, de otoño a otoño, pudo ser en el verano del
hemisferio norte, en 537 AC (ver págs. 99, 100).

El decreto fue promulgado en dos formas. Una, había de ser proclamado públicamente (2 Crón.
36: 23; Esd. 1: 2-4). La segunda forma era más bien un documento con indicaciones para uso oficial
solamente. El decreto público disponía (1) la reconstrucción del templo de Jerusalén, (2) el retorno
voluntario de todos los cautivos hebreos a Judea, y (3) la dádiva de ayuda pecuniaria para los
judíos que regresaban de parte de sus compatriotas que preferían permanecer donde estaban, así
como también la ayuda de ambos gentiles. Por otra parte, el decreto oficial (1) disponía
instrucciones y especificaciones exactas respecto al nuevo templo proyectado, (2) ordenaba que
se costeara la construcción con fondos reales, y, (3) daba la orden de, devolver a los judíos los
utensilios disponibles que pertenecieran al templo anterior (Esd. 6: 3-5). Había una razón por la
cual el contenido del decreto, que no se anunció públicamente, no se incluyera en el documento
público. Algunas de sus disposiciones no tenían importancia para el público; además, el haber
anunciado que el rey estaba dispuesto a sufragar los gastos, podría haber influido para que los
judíos y sus amigos restringieran sus dádivas.

Ciro también designó a un judío de sangre real, llamado Sesbasar o Zorobabel, como gobernador
de la provincia de Judea, que formaba parte de la satrapía de "Más allá del río", la gran división del
imperio que comprendía todos los países que estaban entre el río Eufrates y Egipto. A este nuevo
gobernador se le dieron todos los utensilios del antiguo templo de Jerusalén que se hallaron en
Babilonia. En unión con Jesua (o Josué), descendiente del último sumo sacerdote oficiante del
templo salomónico, y otros 9 ó 10 hombres principales (Esd. 2: 2; Neh. 7: 7), Zorobabel hizo todos
los preparativos para el regreso a la antigua patria. Más de 42.000 exiliados respondieron a la
invitación de Ciro y estuvieron dispuestos a regresar a Judea.

La lista detallada de Esd. 2 revela que la mayoría de los judíos había logrado preservar sus
documentos genealógicos durante su cautiverio y así podía probar sus derechos y títulos en su
patria. Los repatriados que no eran eclesiásticos están clasificadas en 17 unidades familiares
constituidas por unos 100 hasta casi 3.000 hombres en cada una, y se enumeraron 15 grupos
según unidades basadas en su ciudad o pueblo de origen. De estas unidades, la menos numerosa
contaba con 42 hombres y la más numerosa con 1.254. Además había un grupo llamado "los hijos
de Senaa" -3.630 hombres- que puede haber estado formado por gente pobre (ver com. Esd. 2:
35), y 652 hombres que habían perdido todos sus documentos con los que podrían haber
comprobado sus derechos en la congregación judía. De los repatriados eclesiásticos, más de 4.000
sacerdotes pertenecientes a 4 familias se unieron con Zorobabel, y también un número
desconocido de sacerdotes pertenecientes a 3 familias que no podían comprobar sus derechos al
sacerdocio. En contraste con el gran número de sacerdotes (4.389), es notable que sólo un
pequeño número del personal subalterno del templo (733) estuviera dispuesto a regresar. La
razón de esta renuencia puede deberse a que Ezequiel había predicho que los levitas serían
degradados en el futuro servicio del templo para que hicieran trabajos manuales
comparativamente humildes por su apostasía en el período preexílico (Eze. 44: 9-16). Además los
judíos que regresaron fueron acompañados por unos 7.500 siervos y cantores (Esd. 2: 64, 65).

Si el decreto de Ciro fue promulgado en el verano u otoño, del hemisferio norte, de 537 AC
(véanse las págs. 99, 100), el viaje se inició quizá en la primavera del año siguiente, 536 AC, pues
ésta era la estación más indicada para los viajes. Los ejércitos mesopotámicos acostumbraban
partir de su patria en primavera para sus campañas al exterior. Esdras comenzó su viaje de
regreso, unos 80 años más tarde, en la primavera, y llegó a Jerusalén unos tres meses y medio
después de su partida de Babilonia. La gran caravana de los seguidores de Zorobabel, unos 50.000
individuos que tenían alrededor de 8.000 bestias de carga que transportaban sus bienes, deben
haber necesitado por lo menos tanto tiempo como Esdras para llegar a Jerusalén, y tal vez
arribaron a su patria en el verano. Como todos los grandes ejércitos, deben haber seguido el curso
del Eufrates hasta alcanzar aproximadamente al paralelo 36, o habrán atravesado hasta Arbela el
territorio que perteneció a Asiria, para seguir lo que hoy es la frontera entre Siria y Turquía. Desde
allí deben haber cruzado el desierto del norte de Siria por casi 160 km. hasta el río Orontes, con el
oasis de Alepo en medio de esa tierra sedienta. Después de llegar al Orontes, pudieron haber
seguido por el camino del interior, o por el otro que iba por la costa de Fenicia y Palestina. Si
usaron el primero, siguieron el río Orontes hasta sus fuentes; luego continuaron hacia el sur a
través del altiplano que se halla entre la cadena del Líbano y del Antilíbano (incluso los montes
Hermón y Amana), y finalmente cruzaron Galilea y Samaria antes de llegar a su destino.

Después de llegar a Jerusalén, celebraron primeramente un servicio de agradecimiento en el cual


los principales de la congregación presentaron una cuantiosa ofrenda. Los repatriados se
dispersaron entonces para reocupar las tierras de sus antepasados. Al principio del año nuevo, se
reunieron en Jerusalén para la dedicación de un altar de los holocaustos recién levantado, para el
comienzo del servicio de sacrificios diarios y para la celebración de las fiestas del 7.º mes. En esta
ocasión se trazaron planes también para la reconstrucción del templo y se hicieron contratos con
los sidonios y tirios para obtener la madera necesaria, y con albañiles y carpinteros para realizar el
trabajo proyectado (Esd. 2: 68 a 3: 7).

El verdadero trabajo de reconstrucción del templo no se inició hasta el siguiente año. Para la
colocación de la piedra fundamental se escogió el mismo mes en que Salomón había comenzado a
construir el primer templo (Esd. 3: 8; 1 Rey. 6: 1). Esta fue una ocasión de gran alegría para los
judíos fieles que habían esperado este día por muchos años. Sin embargo, los planos mostraron
que el nuevo templo con sus edificios auxiliares no competiría en tamaño ni esplendor con el que
Nabucodonosor había destruido, razón por la cual lloraron algunos de los más ancianos que en su
juventud habían visto el templo de Salomón (Esd. 3: 8-13).

Después que se hubo iniciado el trabajo en el templo, comenzaron dificultades con los
samaritanos, quienes eran una fusión de varias nacionalidades traídas al territorio del anterior
reino de Israel en diversas ocasiones por diferentes reyes asirios. Procedían de varias regiones
conquistadas pertenecientes al imperio asirio. Servían a sus propios dioses paganos, junto con
Jehová, cuya adoración habían añadido a su culto pagano cuando llegaron a Palestina (ver 2 Rey.
17: 24-33). Sin duda ya eran hostiles, porque cuando los judíos regresaran de Babilonia reclamaron
sus propiedades ancestrales, algunas de las cuales quizá habían sido ocupadas por los samaritanos
durante los años del cautiverio de Judá. Los samaritanos no sólo fueron expulsados de esas tierras,
sino que se les negó toda participación en la reconstrucción del templo y todo derecho en los
servicios religiosos de Jerusalén. Los judíos que regresaron habían aprendido la dura lección de
que confraternizar con los que adoran ídolos lleva a la idolatría, y la idolatría había causado la
catástrofe de 586 AC. Cuando los celosos judíos así demostraron que habían aprendido su lección
de los años de cautiverio en Babilonia y anunciaron firmemente a sus vecinos septentrionales que
no tendrían nada que ver con ellos, se produjo una ruptura de relaciones que nunca se arregló
(Esd. 4: 1-3).

El resultado de esta decisión fue una activa hostilidad de los samaritanos. " "Pero el pueblo de la
tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara" " (Esd. 4: 4). Otra razón de
la disminución de la actividad en la construcción fueron los "consejeros" a quienes los samaritanos
"sobornaron ... contra ellos" (Esd. 4: 5), quienes sin duda habían logrado detener los pagos de los
prometidos fondos reales. Quizá después de la muerte de Daniel no hubo nadie en la corte que
favoreciera la causa judía y defendiese sus intereses en horas de crisis. Al renovar el decreto de
Ciro, Darío incluyó amenazas y disposiciones financieras en caso de que no se lo acatara; eso
parece indicar que se había enterado de que habían desvirtuado el decreto de Ciro (Esd. 6: 8-12).

Los judíos, por otra parte, no habían demostrado bastante fe para afrontar con valor sus chascos.
En vez de presentar al enemigo un frente unido y decidido, procuraron defenderse
individualmente lo mejor que pudieron, levantaron sólidas casas para ellos y dejaron inconcluso el
trabajo en Jerusalén. Esta falta de fe en la causa de Dios trajo como consecuencia castigos divinos
tales como inflación, sequía y malas cosechas (Hag. l: 6, 11). Sin embargo, parece que se había
hecho algo de trabajo en el sitio del templo durante los reinados de Ciro y Cambises, pues
sabemos por los judíos durante el reinado de Darío, que desde "entonces " [el tiempo de Ciro] "
hasta ahora se edifica, y aún no está concluida" (Esd. 5: 16).

Cuando Cambises atravesó Palestina camino de Egipto en 525 AC, representantes de los judíos
deben haberlo encontrado en algunas de las ciudades costeras, para reiterarle su constante
lealtad. No hay pruebas, pero los documentos judíos de Elefantina, Egipto, indican que Cambises
favorecía más a los judíos que a los egipcios, como puede verse cuando destruyó el templo egipcio
de Elefantina, si bien dejó intacto el vecino templo judío en la misma isla. Por lo tanto, tenemos
razones para concluir que no hizo nada hostil contra los judíos repatriados. Cualquier frustración
que hubieran experimentado en su trabajo debe haber sido provocada por funcionarios
subalternos y por sus vecinos palestinos, que pueden haber creído que no se castigarían las
actividades hostiles contra los judíos, porque el rey estaba lejos en sus campañas militares. Esos
enemigos de los judíos también conocían la gran impopularidad de Cambises en todo el imperio y
sabían sacar ventaja de ese sentimiento antimonárquico, como lo veremos al tratar la siguiente
fase de la historia, la interrupción de toda construcción judía en tiempo del usurpador Esmerdis.

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