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TEMA: LA FE QUE NOS HACE AMIGOS DE DIOS

BASE BIBLICA: HEBREOS 11:8-20; SANTIAGO 2.23.

Cuando queremos destacar a los hombres de la Biblia que vivieron con un propósito,
Abraham surge como un modelo a seguir. Por su vida de obediencia y fidelidad a
Dios, se le conoce como el “Padre de la Fe”. Tal título proviene por las características
que distinguieron su vida, desde de su llamado divino, hasta entregar a la
muchedumbre que salió de seno el gran legado de creer en el Dios verdadero, cuyo
nombre sería el Dios de Israel.

Abraham nos muestra que la vida que tiene verdadero sentido, que vale la
pena vivirla, es aquella donde la fe no es un mero ejercicio mental, o un
concepto religioso que heredado de nuestros ancestros, sino que tiene mucho
que ver con la devoción y la entrega al Dios que llama.

Un estudio de la vida de este gigante nos ayudará a entender lo importante que tiene
la fe como sistema de vida. Nos ayudará a ver que la fe no es un asunto de creer
solamente, sino de obedecer las demandas divinas, aun cuando estas sean
muy altas.

Consideremos, pues, los hechos de su fe. Sigamos en el camino de la fe de Abraham


desde que salió de su “tierra y de su parentela”, hasta llegar a ser el “padre de
muchedumbres”. Veamos por qué la fe es tan vital en una vida con propósito.
Descubramos los secretos de la fe para seguir a Dios.

I. ABRAHAM NOS MUESTRA UNA FE OBEDIENTE (vv 8)

La Biblia registra estas palabras, “siendo llamado, obedeció…”.

No hubo objeciones en aquel momento No hubo quejas. No hubo condiciones.


No hubo resistencia como la presentó Moisés. Con Abraham no pasó lo que a
menudo pasa con nosotros. No siempre a los que Dios está llamando obedecen. La
obediencia no es el asunto que más distingue a los hombres, incluyendo aun a
los que se consideran hijos de Dios. Hay una especie de “resistencia interna”
cuando se trata de obedecer a la voz de Dios.

Considere la forma cómo actuó Abraham cuando Dios le llamó.

Dios le había dicho que saliera de su tierra y de su parentela, y así lo hizo (Genesis
12.1-4).

Aquella salida tuvo que ser muy solemne y muy emotiva para el resto de la familia y
los amigos con que se crio Abraham. Tómese en cuenta la ocasión de la salida, con una
larga caravana de sus bienes y todos sirvientes. Mas aún, considérese lo que dice
Hebreos 11.8: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que
había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba”.
Cuando Dios llama y se le obedece, Dios respalda. Abraham obedeció en todo
a Dios. Pero la obediencia de Abraham no era a ciegas. Una de las cosas que
admiramos de este hombre de fe era su continua comunión con Dios, por lo que se
deduce que el secreto de su obediencia tenía mucho que ver con la relación cercana
que mantenía con su Dios.

Desde que salió de Ur de los caldeos hasta que murió, la Biblia nos enseña que Abraham
tenía un profundo apego por la adoración a Dios a través de la edificación de altares.

El primero que edificó fue cuando tuvo la aparición divina, mientras viajaba de Harán a
Siquem (Genesis 12.7). Del regreso de Egipto a Betel ofrece una oración (Genesis 13.1-
4.) De Betel a Hebrón, edifica un altar (Genesis 13.18). Cuando se enteró que Dios iba
a destruir a Sodoma y Gomorra, hizo una gran intercesión, y Dios, como si se tratara
de un padre compasivo y paciente, oye toda la exigencia de su petición para que no
destruyera a la ciudad pecadora (Genesis 18.23-32).

Pero sin duda que la cumbre de devoción a Dios tuvo que ser cuando edificó el altar
para sacrificar a su propio hijo. Y así vemos que su vida de oración hizo posible su vida
de obediencia.

Este modelo de obediencia nos desafía. Decimos que nos desafía porque no siempre
somos del todo obedientes. En algunas ocasiones el servicio que le prestamos al Señor
pareciera más un pago a su generosidad que una respuesta de amor por su caro
sacrificio. No puede haber una vida cristiana auténtica sin la obediencia.

II. ABRAHAM NOS MUESTRA UNA FE BASADA EN LAS PROMESAS (vv 9-10)

Si hubo alguien que creyó en las promesas del Señor fue Abraham. Hebreos nos da un
dato interesante sobre la fe de este hombre basada en las promesas divinas: “Por la
fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando
en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la
ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:9,
10). ¿Cuáles fueron las promesas que Dios le hizo a Abraham? ¡Muchas, en
especial el nacimiento de su hijo en su vejez! ¿Vio él cumplimiento de todas ellas? Por
supuesto que nos la vio toda, especialmente aquella donde Dios se proponía sacar de
él una enorme multitud, pero en creyó en todas ellas.

Para el cumplimiento de esta promesa fue necesario que Abraham creyera en otra,
quizás la más difícil de todas, que tendría un hijo en su vejez. Tal promesa fue objeto
de risa de parte de Sara y sin duda de preocupación por parte de Abraham, pues ya
Sara no podía concebir hijos. Pero fue en esta promesa donde aparece una de las más
grandes declaraciones acerca de nuestro Dios, cuando se dio la pregunta: “¿Hay para
Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de vida,
Sara tendrá un hijo” (Genesis 18.14).

Y esa promesa se cumplió, y estos dos abuelos tuvieron un hijo cerca de los cien años.
Se requiere de una fe audaz para creer en las promesas que Dios ya ha dispuesto.
Uno de los asuntos que distingue a las promesas del Señor, además de ser tan ciertas
y seguras, es que son grandes y completas.

Las promesas en la vida cristiana no han sido menos. Pedro nos habla de ellas
destacando dos asuntos de mucha importancia, al decirnos: “Por medio de las cuales
nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el
mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1.4)

Al creyente se le ha dado “preciosas y grandísimas promesas”. No hay nada


escaso de parte de Dios para nosotros. De la promesa dada a Abraham nos ha
venido un gran salvador, una gran salvación, un amplio perdón de pecados, una vida
eterna y una patria celestial.

Cuando se habla de nuestras necesidades, se nos ha prometido: “Mi Dios, pues,


suplirá todo lo que os haga falta conforme a sus riquezas en gloria” (Filipenses
4.19). Pero para ver el cumplimiento de tales promesas es importante que creamos en
ellas.

III. ABRAHAM NOS MUESTRA UNA FE PROBADA (vv 17-20)

Ningún gozo es más indescriptible que aquel que experimenta una pareja,
quienes después de tanto tiempo buscando a un hijo, se les concede la petición
de su corazón. Con Abraham y Sara tenemos que imaginarnos que el gozo de ambos
tuvo que ser de proporciones insospechables. Esperar hasta casi cien años para
tener un hijo es un asunto que desafía la imaginación y sacude el
razonamiento. Cuánto amaría Abraham y Sara a ese lindo bebé. Cuánta atención no
recibiría aquel infante. Cómo sería la fiesta que hizo Abraham el día que Sara le destetó.
El imaginarse aquel niño corriendo alrededor de la carpa; jugando con los animales, y
viéndole crecer hasta la adolescencia, tuvo que ser único para la feliz pareja. Pero un
día, a lo mejor mientras Abraham le hablaba a su hijo, Dios quiso probarlo, y le hizo
esta propuesta: “Toma ahora tú hijo, tú único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de
Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Genesis
22.2)

No sabemos de la reacción de Abraham en ese momento. Desconocemos su asombro


frente a tan dura prueba. La Biblia no habla de sus lágrimas, o si dormiría aquella noche
antes de ofrecer el holocausto. Solo nos dice que “Abraham se levantó muy de mañana,
y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac, su hijo; y cortó leña
para el holocausto, y se levantó, y se fue al lugar que Dios le dijo” v. 3. ¿Cómo
podemos imaginarnos aquella semejante prueba? Abraham mismo cortó la leña
para sacrificar a su hijo. Cada golpe que propinó al árbol, mientras sacaba los trozos
de leños, tuvo que golpear su corazón. El acto de envolver esa leña, tomar el fuego y
dejar listo el cuchillo (el que usaría para degollar los animales) para salir muy temprano,
tuvo que crear en el patriarca un estado de angustia.
A esto se unió los tres días de camino hasta llegar a la montaña. Pero para hacer más
duro aquella escena, Abraham puso sobre los hombres del joven Isaac la leña que
quemaría su propio cuerpo. Así, mientras caminaban, la tensión y el dolor de aquel
padre tuvo que ser muy alto. La cúspide de su tristeza vendría cuando su propio hijo le
hizo una pregunta, a lo mejor ingenua, pero la más difícil de responder en ese
momento: “Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió:
Heme aquí, mi hijo. Y él le dijo: He aquí el fuego y la leña; más ¿dónde está el cordero
para el holocausto?” v. 7.

Sin duda que Abraham estaba esperando esa pregunta, por seguro la última
que quería responder. Y aunque su respuesta reveló una vez más la grandeza
de su fe vv. 8, procedió a la ejecución de su hijo. Solo la cumbre de aquella montaña
era testigo de todos los pensamientos que estarían pasando por la mente de aquel
padre. Se acordaría de la ciudad de Ur donde muchos padres traían a sus hijos y lo
ofrendan en el altar de sus dioses. De este modo Abraham preparó el altar; solo que
aquel era único. En los anteriores había ofrecido víctimas, tales como: ovejas, becerros,
machos cabríos y tórtolas. En este altar estaría poniendo a su hijo, el sacrificio pedido
por su Dios. Así procedió a atar a su hijo. No sabemos si Isaac al principio se resistió
frente a lo que iba a pasar. Nos imaginamos que mientras iban de camino, Abraham le
dio la más dulce explicación de lo que iba a suceder por obediencia y amor a su Dios.

El acto final de la prueba llegó cuando Abraham levantó el puñal para degollar a su
propio hijo. Aquella prueba tuvo que sacudir todas sus fibras sensitivas, y estremecer
toda su alma. El hijo único y amado ofrecido en holocausto a su Dios. Cuando Dios vio
tan grande demostración de amor por él, detuvo la mano de Abraham, reconoció su
fidelidad, e hizo provisión para el holocausto.

¿Cuál es el fin de las pruebas?

Las pruebas tienen la firma misión de medir el tamaño de nuestra fe y revelar


cuánto amor tenemos por Dios. Con la prueba de Abraham queda claro que Dios
provee la salida en el momento más crítico de ella v.13.

CONCLUSIÓN:

Santiago nos da una especie de resumen sobre una “fe fundada en la esperanza” cuando
nos habla de la vida de Abraham. Nadie más nos presenta ese tema. Así nos dice: “Y
se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y
fue llamada amigo de Dios" (Santiago 2.23).

Con esta revelación sabemos que Dios tiene amistades especiales. ¿No te
alegras que el omnipotente, omnipresente, y omnisciente Dios escogiera sus amigos de
entre los humanos pecadores y no los ángeles y que encontrara uno quien pudo llamar
amigo sobre todo amigo? Abraham llegó a ser un amigo de Dios porque en él Dios
vio a un varón con una fe obediente, creyente en sus promesas y probado en
lo que más amada en su vida. El corazón de la fe es la obediencia, y eso fue lo que
Abraham hizo. Creer no basta, pues hasta los demonios creen y tiemblan; es necesaria
la obediencia. Cuando eso hacemos nos convertimos en amigos de Dios.

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