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Capítulo 1: Por qué construimos

La arquitectura tiene que ver con el poder. Los poderosos construyen porque eso es lo que les
toca hacer. Al nivel más básico, la construcción es una fuente de trabajo que sirve para apaciguar a
una mano de obra inquieta. Pero también es un buen reflejo de la capacidad y la firmeza –y
determinación- de los poderosos. Sobre todo, la arquitectura es un medio de contar una historia
sobre los que la construyen. (pág. 6)

La arquitectura es empleada por los dirigentes políticos para seducir, impresionar e intimidar. (pág
6)

Construimos con fines emocionales y psicológicos, además de por razones ideológicas y prácticas.
El lenguaje de la arquitectura es empleado tanto por los fabricantes multimillonarios de software
que financias museos a cambios de la oportunidad de exhibir poder como por dictadores
sociópatas. La arquitectura ha sido forjada por el ego, así como por el temor a la muerte, además
de por impulsos políticos y religiosos. Y, a su vez, les da forma. Intentar dar sentido al mundo sin
reconocer el impacto psicológico de la arquitectura en él es pasar por alto un aspecto fundamental
en su naturaleza. Sería como no tener en cuenta el efecto de la guerra en las tecnologías y
viceversa. (pág 10)

A diferencia de la ciencia y la tecnología, ambas presentadas convencionalmente como carentes


de connotaciones ideológicas, la arquitectura es una herramienta práctica y un lenguaje expresivo,
capaz de transmitir lenguajes muy concretos. Sin embargo, el significado de establecer el
significado político exacto de los edificios, y la naturaleza esquiva del contenido político de la
arquitectura, ha llevado a la actual generación de arquitectos de afirmar que su obra es autónoma,
o neutra, o bien a creer que si existe algo como una arquitectura claramente “política” se reduce a
un gueto aislado, no más representativa de los intereses de la arquitectura culta que un centro
comercial o un casino de Las Vegas (Pág 10 – 11)

Estamos acostumbrados a hablar de arquitectura en términos de su relación con la historia del


arte, o como un reflejo del cambio tecnológico, o como una expresión de tecnología social… Pero
ya no nos sentimos tan cómodos cuando se trata de entender las dimensiones políticas más
amplias de un edificio, el por qué existe en realidad, más que cómo existe. Es una omisión que
resulta sorprendente, dada la proximidad de la relación entre arquitectura y poder. La
arquitectura siempre ha dependido de la asignación de unos recursos muy preciados y de una
mano de obra escasa. Por eso su ejecución siempre ha estado en manos de los que tienen acceso a
los hilos del poder más que de los arquitectos. Si el Egipto de los faraones dedicó el excedente de
sus cosechas a la construcción de pirámides, en lugar de asignarlos en la construcción de
carreteras o la abolición de la esclavitud, no fue precisamente a un impulso creativo de los
arquitectos de los faraones. (Pág 12)

El arquitecto está predestinado a hacer cualquier cosa con tal de construir…la profesión del
arquitecto puede verse como la de alguien dispuesto a hacer un pacto faustiano (con el poder)
(pág 13).
…Entre otras cosas, el atentado a las torres gemelas del Wolrd Trade Center, impulsado por un
odio visceral, fue una aceptación literal del poder icónico de la arquitectura y un intento de
desestabilizar ese poder de una manera aún más contundente mediante la eliminación. El hecho
de que uno de los secuestradores que se puso al mando de los aviones fuera licenciado en
arquitectura no hace más que subrayar esta idea. (Pág. 13)

Capítulo 2: La larga marcha hacia el escritorio del dirigente

Hitler se había propuesto crear un sistema político, y necesitaba un mito de liderazgo para
acompañarlo…En las fantasías de Hitler, el Reich era un gobierno como lo había sido en tiempos
del imperio romano, o de los jefes de las tribus germánicas y de los reyes prusianos, pero
adaptado a los tiempos modernos. En realidad iba improvisando sobre la marcha… Y sus edificios
fueron empleados para poner a prueba reglas y rituales, por muy absurdas que fueran muchas de
ellas (pág. 33)

Hitler fue uno de los mejores exponentes del arte de la identidad corporativa y empleó la
arquitectura como principal herramienta para manipularla. Sus planes para la construcción de
ciudades alemanas, así como para la construcción de instituciones del partido y estatales en Berlín,
Munich y Nuremberg, pretendían reforzar el aura de autoridad e invencibilidad en torno a los
nazis, igual que los abrigos de cuero negro adoptados por SS, pero a una escala mucho mayor. De
un modo incluso más significativo, Hitler empleó la arquitectura para definir y plasmar su idea de
cómo debía ser un estado totalitario. El Berlín de Hitler habría sido una colmena comunitaria para
su enjambre de obreros y soldados vestidos de uniforme, con la reina líder colmada de satisfacción
en el centro. El individuo no contaba prácticamente para nada. (Pág 34)

Para Hitler la arquitectura era un instrumento propagandístico que debía emplearse para inspirar
a sus seguidores y oprimir a sus enemigos…”Que el valor de un monumento dependa de su
tamaño es una creencia básica de la humanidad” escribió Hitler (Pág. 37)

En lugar de ser una ciudad con posibilidades, un lugar de elección individual, la Berlín de Speer
(arquitecto de Hitler) sólo habría podido interpretarse de una manera: como una celebración al
poder que la había erigido. Hitler hablaba de una ciudad que debía impresionar “al campesino de
provincias que llega al gran palacio y se conmueve por lo que ve” .

¿Por qué la idea de que Hitler construyera su propia Roma nos resultaba tan inquietante? Tal vez
porque sabemos que si la hubiera acabado, habría conseguido lo que quería de verdad: dejar su
impronta en la historia de una manera que habría excluido el buen juicio o toda posibilidad de
disensión. (Pág 43)

Imaginar Germania construida es imaginar la victoria de Hitler. Lo uno no habría podido suceder
sin lo otro. Fue un intento de intimidar al resto del mundo, una campaña propagandística a una
escala sin precedentes, diseñada para exaltar y celebrar el régimen, para que los seguidores de
Hitler adoptaran su idea de lo que debía de ser Alemania. Su arquitectura reflejaba su afán de
poder y subyugación de los súbditos. “Aunque desaparezcan todos los documentos, de todos
modos los historiadores podrían leer la intención de Hitler de dominar el mundo en los edificios
del III Reich” escribió Speer. (Pág. 44)

Germania era el proyecto arquitectónico que Hitler quería desarrollar en Berlín pero que después
de 5 años de trabajos no se pudo concluir.

Capítulo 3: Paisajes del Poder

Los dirigentes totalitarios emplean la arquitectura como parte de su estrategia para demostrar
que están es una posición en la que son capaces de controlar los acontecimientos y que basta con
imponer su voluntad para cambiar la forma del mundo. Tanto Hitler como Stalin y Saddam Hussein
mostraron un profundo interés en los aspectos monumentales de los edificios nuevos que
caracterizaron a sus regímenes. Estaban continuamente estudiando maquetas arquitectónicas,
eligiendo distintos tonos de mármol y granito, y fotografiándose en poses dinámicas y resueltas
junto a planos de ciudades y maquetas arquitectónicas. (Pág. 48)

Capítulo 6: Inventar una nación

La arquitectura en su papel de constructora de naciones puede entenderse como una suerte de


uniforme militar, como una poderosa manera de señalar lealtades y aspiraciones, de mantener
unido a un bando y de intimidar al que se percibe como enemigo. En el diseño de los uniformes,
como en el diseño de los edificios, aparentemente se tienen en cuenta de talles prácticos y
funcionales, pero en realidad lo que se intenta es transmitir unos mensajes emocionales muy
concretos. El diseño de los uniformes pretende dar a los soldados un aspecto intimidatorio y de
estar organizados. Por eso en el siglo XIII los casacas rojas británicos lucían brillantes chacós
negros, o gorros de piel de oso, para parecer más altos. No sería una analogía muy sutil decir que
los edificios grandes o altos son más imponentes que los pequeños. Pero el hecho de que los
países pequeños inviertan en ampulosos edificios gubernamentales es simplemente una señal de
inseguridad más que una demostración de seguridad en sí mismos.

El color también es una señal importante. Antes el rojo era sinónimo de agresión militar, el azul
representaba la unión y el gris a la confederación, igual que diversos tipos de telas de camuflaje en
los uniformes actuales pretenden señalar intensiones bélicas y dar una imagen de organización
más que cumplir una verdadera función de ocultación. Antes se empleaban hebillas, correas y
charreteras para dar una imagen militar. Y ahora los uniformes tienen un exceso de bolsillos,
tachuelas y broches Velcro por la misma razón. Todo esto tiene su equivalente arquitectónico: las
escaleras y los pórticos, las puertas dobles y los planos con enfiladas son excusas funcionales para
lo que en realidad son indicios de estatus u otros indicadores de la identidad. (Pág. 121)
La arquitectura ha sido un medio empleado desde hace tiempo por países pequeños para
proyectar su presencia en el escenario internacional. Los catalanes y los finlandeses también
usaron la arquitectura radical para dar una imagen de sí mismos, para definir y reflejar una
identidad. La cuestión aquí siempre es de grado: ¿Hasta qué punto se trata de una creación
artificial consciente, y hasta qué punto es un verdadero reflejo de rasgos individuales, de un clima,
materiales y costumbres?

La mayor dificultad al crear una imagen convincente de una identidad nacional a través de la
arquitectura es que es un proceso esencialmente artificial que debe imitar características
supuestamente orgánicas. El clima y las materias primas locales sugieren determinadas respuestas
arquitectónicas, creando un lenguaje para el diseño que con el tiempo acaba considerándose
reflejo de una identidad nacional. Pero debido al impacto del cambio tecnológico y al comercio a
escala mundial de los materiales de construcción, por no hablar de la emigración de personas e
ideas, semejantes señales han dejado de pertenecer a una tradición arquitectónica práctica y se
han reducido a simples símbolos. Por ello la creación de una identidad por medio de la
arquitectura se convierte en un proceso totalmente consciente. (Pág 142)

Capítulo 7: La identidad en una era de incertidumbre

De todos los tipos de construcciones modernas, el aeropuerto, incluso más que el rascacielos, se
ha convertido en el centro de la rivalidad entre naciones, un símbolo de estatus así como un valor
económico potencialmente importante. Incluso cuando viajar en avión se ha convertido en una
experiencia vulgar, los aeropuertos siguen oscilando entre la búsqueda de reducción de costes y
de prestigio. (Pág. 143)

Capítulo 9: El Ego desatado

Antes de que por fin lo enterraran en el panteón familiar, Gianni Agnelli, el elegantísimo y
carismático patriarca de la FIAT, yació en capilla ardiente en el centro del Imperio de la empresa
de Turín. Miles de obreros de la fábrica de automóviles junto con sus familias, además de políticos
banqueros e industriales, pasaron ante el ataúd para presentarle sus últimos respetos como si
fuera un rey medieval. Esto no sucedió en una capilla revestida de mármol, ni en el clásico palacio
que se habría esperado del príncipe no coronado de Italia. Solo pocas semanas antes de su
muerte, Agnelli había presidido la inauguración de su regalo de despedida a su país, una galería
diseñada por Renzo Piano para albergar su colección personal de grandes éxitos de la cultura
occidental, una selección de trofeos del último milenio, adquiridos a lo largo de su vida y
presentados ahora a la nación como recuerdo. Nunca se definió oficialmente como mausoleo,
pero fue allí, la Pinacoteca de Lingotto, adonde llevaron a Agnelli antes de su entierro.

El deseo de Agnelli era un recordatorio conmovedor del antiguo uso de la arquitectura como
desafío a la mortalidad, como manera de forjar la memoria y como manejo de la psicopatología
del poder. El instinto fundamentalmente humano de dejar algún tipo de señal tras la muerte y la
íntima relación entre la arquitectura y el ejercicio del poder se vieron brevemente relegados por
las preocupaciones más llamativas de los años 1960. Durante un tiempo la arquitectura se vio
supuestamente liberada del peso de la tradición y las costumbres. En manos de Piano y otros
como él, empezó a considerarse un medio para buscar alternativas a las maneras convencionales
de hacer las cosas. (Pág. 187)

La arquitectura es medio que nos da la oportunidad de olvidar la precariedad de nuestra situación


por un momento, de crear al menos la ilusión de que hay un significado cuando la comparamos
con nuestra propia lógica interna y encontramos cierto sentido de correspondencia y
previsibilidad. No puede claro está, imponer orden en nuestro universo sin orden, pero en sus
propios términos la arquitectura sí ofrece la posibilidad de darnos un breve respiro de lo aleatorio.
La arquitectura puede dar un punto de referencia, que no permite dar nuestro lugar en el mundo.
La mayoría de los primeros intentos del hombre de dejar una huella duradera en su entorno
fueron básicamente arquitectónicos, y muestran claros indicios del impulso hacia la búsqueda de
una manera de relacionar la fugacidad de la carne y la sangre con la aparente eternidad de las
estrellas. Para ello se creaban plataformas planas de tierra, situadas en un paisaje ondulado y en
línea con el cielo, como si señalaran la relación entre la inteligencia del hombre y el mundo que
escapa a su comprensión. No podría haber un indicio más claro de la presencia humana, y del
ejercicio de su intelecto, que la muestra del contraste entre el orden y el desorden. (Pág. 195).

La arquitectura es capaz de alterar el clima y la luz. En ese sentido, tiene un poder que por primera
vez es medible. La piedra y el acero son más perdurables que la carne y la sangre. Con el tiempo, la
arquitectura adquiere la pátina y la resonancia de los acontecimientos que tuvieron lugar en su
interior, y también de la gente que lo ocupó. Los edificios son indicadores históricos que muestran
el paso del tiempo y los cambios de regímenes; no es de extrañar que los dirigentes totalitarios
siempre hayan tendido a destruir los edificios que los hacían sentirse incómodos o amenazados.
(Pág. 198).

Pero hay algo más en juego que el proceso de ver cómo se eleva una pared o cómo un espacio
adopta una forma. El atractivo de la arquitectura para quienes aspiran al poder político está en la
manera en que sirve para expresar la voluntad. Diseñar un edificio, encargar el diseño de un
edificio, es sugerir que éste es el mundo tal y como uno lo quiere. Ésta es la habitación perfecta
para dirigir un estado, un imperio comercial, una ciudad, una familia. Es la manera de crear una
versión física de una idea o una emoción. Es la manera de construir la realidad tal y como
queremos que sea, más que cómo es.
Por su escala y sus complejidades, la arquitectura es de lejos la más grande y la más
sobrecogedora de todas las formas culturales. Determina nuestra manera de ver el mundo y cómo
interactuamos entre nosotros. Para el cliente, es una oportunidad de sentir que ejerce un control
sobre los acontecimientos. Y para cierto arquitecto, ofrece la posibilidad de ejercer un control
sobre la gente. (Pág. 199)

Ernesto Rogers, arquitecto milanés y primo de Richard Rogers, exploró cuestiones parecidas de
una manera más abierta. Según él, mediante las manifestaciones arquitectónicas, es posible
colegir los valores y las aspiraciones de una cultura de una manera tan evidente que, a partir de los
objetos más sencillos producidos por una sociedad, incluso una cuchara, se puede deducir la
naturaleza de su artefacto de mayor tamaño, la ciudad.

La arquitectura está íntimamente controlada por su impulso por controlar. Ordenar, clasificar,
moldear la vida tal y como se vivirá en un espacio, coreografiar cada actividad dentro de cada
espacio, requiere cierta visión del mundo, una visión de la que es poco probable que predomine la
humildad. Existe la creencia arraigada de que el arquitecto ha tenido éxito si consigue que el
cliente acepte construir no solo algo que no entiende, sino algo que no quiere. Es una visión del
mundo producto de una profesión que ha desarrollado un concepto de sí misma semejante a un
sacerdocio, definida por un lenguaje críptico pero también por un complejo de inferioridad con
respecto a las demás formas culturales.

Por supuesto, la arquitectura tiene que ver tan con la vida como con la muerte. Forja nuestra
manera de vivir, aunque no lo haga de una manera tan directa como la creen ciertos arquitectos.
Tiene un objetivo práctico, pero también puede tener su razón de ser, como una metáfora de algo
más. Tiene que ver con el control, por la posibilidad que al parecer ofrece de imponerse por
completo a nuestro entorno personal y a las personas con las que compartimos, aunque solo sea
por poco tiempo. La arquitectura tiene la capacidad de enmarcar el mundo, excluyendo todo
aquello que el arquitecto no quiere que veamos. Dirige la luz, crea la relación entre el lugar donde
comemos y el lugar donde preparamos la comida. Naturalmente, cualquier arquitecto sensato lo
hace de una manera sensible. Podemos escribir en la cocina, podemos comer en el cuarto,
podemos dormir en el despacho. Pero la arquitectura ha creado un grano y una textura que
podemos seguir o bien pasar por alto. (Pág. 200).

La arquitectura tiene sus raíces en la creación de un refugio en un sentido físico, pero se ha


convertido en un intento de crear una visión particular del mundo, ya sea una casa individual o un
complejo de viviendas al estilo de anfiteatro romano, como hizo Ricardo Bofill en varias ciudades
francesas, y entre ese mismo arquitecto y los individuos que acaban viviendo allí (Pág. 201).
Capítulo 12: Los usos de la cultura

Las raíces del museo moderno, por mucho que se relacione con valores progresistas, están en dos
de los impulsos humanos más fundamentales: desafiar la muerte y glorificar el poder. El museo es
la síntesis del santuario y el monumento. Pero desde el principio el saqueo también ha
desempeñado un papel fundamental en su evolución. (Pág. 259)

Todos los países usan sus museos como parte de un repertorio de instrumentos que les permiten
definirse. (Pág. 262)

Ahora todo el mundo quiere un ícono. Quieren que un arquitecto haga lo mismo que hizo el
Guggenheim de Ghery para Bilbao y el teatro de la ópera de Jorn Utzon para Sydney. Cuando se
inauguró el Walt Disney Hall en Los Ángeles, en la mayoría de los discursos de la ceremonia de
inauguración se habló más de cómo la nueva sala de conciertos afectaría a la imagen de la ciudad
que de su acústica. (Pág. 264)

Capítulo 13: El síndrome del rascacielos

Hay un foto extraña y conmovedora de Minoru Yamasaki donde, aparentando la vulnerabilidad de


un niño, posa tímidamente delante del Wolrd Trade Center con una pequeña maqueta de las
Torres Gemelas en la palma de la mano como un juguete. Cuando se tomó esa foto ya no era
joven; bajo, y aún delgado, tiene una expresión triste…Lo extraño de la foto es que en la mirada
abatida de Yamasaki no se percibe la menor sensación de triunfo, ni siquiera de logro. Este hijo de
japoneses inmigrantes que nació en la pobreza de estados unidos no parece enorgullecerse de la
inmensidad de la huella que dejó en el arrogante horizonte de la ciudad más rica del mundo.

Es inevitable examinar la imagen en busca de indicios de algún tipo de significado bajo la


superficie, de algún augurio de los terribles sucesos del 11 de setiembre de 2001. Pero es inútil. A
lo mejor el día de la foto Yamasaki tenía resaxa, a lo mejor el fotógrafo lo había irritado o a lo
mejor estaba preocupado por problemas conyugales: podría ser cualquiera de estas posibilidades
o ninguna. O quizá le pesaba la respuesta hostil de sus colegas al diseño de las torres. Las
describieron como piezas de escultura minimalista infladas a una escala absurdamente
monstruosa. Las tacharon de deshumanizadoras porque reducían al individuo a la insignificancia
visual. No daban la menor pista acerca del tipo de actividades que tenían lugar en su interior.
Algunos consideraban que el simple concepto de rascacielos era un atavismo….En su angustia
palpable, Yamasaki no parece un hombre que se siente cómodo con la idea de haber diseñado el
edificio más alto del mundo. (Pág. 269)

Las torres (gemelas) fueron interpretadas como símbolos de poder y autoridad por los que
quisieron desafiar el poderío de Estados Unidos en el mundo. Se insinuó que eran la
personificación de los males del capitalismo. (Pág. 274)
El momento elegido para el atentado a las torres gemelas sin duda la dio la impresión de que los
terroristas habían seguido el debate y captado el mensaje del significado simbólico de la
arquitectura de los rascacielos. Uno de los secuestradores al mando de los atentados del 11 de
setiembre, Mohammed Atta, era licenciado de la facultad de arquitectura de el Cairo y estudiante
de postgrado de planificación urbana en Hamburgo. De haber sido abogado o ingeniero, o
programador de software, se podía haber pensado simplemente que era otro radical de clase
media desafecto. Pero su relación con la arquitectura parecía sugerir algo más. Era como si Atta
hubiera reconocido que lo contrario al deseo de construir era el intento de destruir. (Pág 276)

…Por supuesto, hay algo de ridículamente infantil en el deseo irracional de construir un edificio
alto sólo para que sea el más alto del mundo. Pero no parece que la idea de las grandes alturas
haya dejado de hacer volar la imaginación del mundo. Personas que se presentan a sí mismas
como hombres de negocios prácticos, racionales y extremadamente cautos se lanzan de cabeza a
construir estructuras cada cual más alta que la otra. Y sin embargo, pese a su ambición
manifiestamente infantil, las Torres Gemelas son identificables que Kuala Lumpur ha dejado de ser
una ciudad asiática anónima. (Pág 285)

Antes, al subir por una de las pocas y aisladas torres, uno se encontraba solo entre las nubes.
Ahora una persona que puede estar en la decimotercera planta y verse cara a cara con gente que
está en la decimotercera planta del edificio de la acera de enfrente. La estructura de la ciudad está
comprimiéndose hacia arriba, hacia el cielo. (Pág. 288)

Capítulo 14: Una afección incurable

La construcción no solo tiene la finalidad práctica de dar cobijo, ni de crear las infraestructuras
modernas de un estado. Aunque pueda parecer anclada en el pragmatismo, es una expresión
poderosa y extraordinariamente reveladora de la psicología humana. Tiene un significado tanto en
el rango más amplio como en el más personal. Es un medio de hinchar el ego humano a la escala
de un paisaje, una ciudad o incluso una nación.

Refleja las ambiciones, las inseguridades y las motivaciones de los que construyen y, por eso
ofrece un fiel reflejo de la naturaleza del poder, sus estrategias, sus consuelos y su impacto en los
que lo ostentan.

Lo que hace la arquitectura –como no puede ninguna otra forma cultural. Es glorificar y magnificar
al autócrata individual y confundir al individuo con la masa. Puede considerarse la primera y aún
así una de las más poderosas formas de comunicación de masas. Por eso floreció bajo tantos
sistemas políticos autocráticos. Y por eso tiende a atraer a los individuos poderosos que quieren
dejar su impronta. Tiene un impacto material e intelectual a la vez.
Es prácticamente imposible encontrar un autócrata del siglo XX que estuvo en el poder y que no se
haya embarcado en una campaña de construcción: desde Hitler y Mussolini hasta Stalin, Mao,
Saddam Hussein y Kim Il Sing. Incluso se llegó a decir que, para Hitler, la arquitectura no era
simplemente una herramienta para la creación del régimen nazi, sino que para él fue a revés: la
creación del régimen nazi también fue un medio para llevar a cabo sus ambiciones arquitectónicas
(Pág. 290-291)

A cierto nivel, la arquitectura nunca cambia. Pese a la apariencia de la contemporaneidad, la


arquitectura está íntimamente relacionada con las preguntas primordiales que nos planteamos en
nuestros intentos de conciliarnos con la idea de quiénes somos, qué somos y qué es la vida. La
arquitectura siempre tiene que ver con lo mismo: el poder, la gloria, el espectáculo, la memoria, la
identidad. Y, sin embargo, siempre está cambiando. Los procesos, los materiales, las escalas de
tiempo que dan forma a un edificio han variado. Nadie puede incorporar un lenguaje
arquitectónico para siempre.

Entender lo que nos motiva a construir, y también la relación escurridiza entre la arquitectura y el
poder, es básico para comprender nuestra existencia y puede ayudarnos a liberarnos de sus
aspectos más perniciosos.

La arquitectura ejerce una profunda fascinación en los individuos más egoístas, que se desviven
por usarla para glorificarse: los miembros multimillonarios de los consejos de administración de
museos, los constructores de rascacielos y los propietarios de mansiones. …Sean cual sean las
intenciones del arquitecto, al final se encuentran con que lo que lo define no es su propia retórica,
sino los impulsos que condujeron a los ricos y poderosos a contratar arquitectos y a intentar dar
forma al mundo. (Pág. 292)

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