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FELIX F.

CARDEGNA

ANTICONCEPTIVOS Y PATERNIDAD
RESPONSABLE
Entre la multitud de artículos, publicados a propósito de las píldoras anovulatorias,
hemos escogido el presente para dar a conocer a nuestros lectores la cuestión
controvertida. Tiene sobre otros la ventaja de poner en evidencia tanto los aspectos
oscuros de la doctrina tradicional, como los de las nuevas fórmulas propuestas, y de
mostrar, a la vez, la norma que actualmente debe regir la conducta moral católica y las
esperanzas concebidas para el futuro. El autor presenta su artículo como una modesta
contribución a la discusión de los teólogos, esperando que servirá de estímulo a la
reflexión, cada vez más profunda, sobre el problema moral del control de la natalidad.
La cuestión abordada podría resumirse así: ¿Hay que rechazar las píldoras
anovulatorias como un medio ilícito de anticoncepción o aceptarlas como medio lícito
de ejercer la paternidad responsable?

Contraception, the pill, and responsable parenthood, Theological Studises, 25 (1964)


611-636

EL PROBLEMA DE LA ANTICONCEPCIÓN

Un estudio detenido de los documentos de Pío XI y de Pío XII sobre esta materia nos
muestra que los argumentos pontificios contra la anticoncepción se basan en el principio
del designio divino o de la institución divina. Dios ha establecido un plan determinado
para el comienzo de la vida humana. Este plan se concreta en la estructura natural del
acto conyugal y del proceso generativo y no está en la mano del hombre el alterarlos de
forma sustancial. Esto se aplica a las técnicas anticonceptivas que intervienen
sustancialmente tanto en la estructura natural del acto conyugal como en los procesos
biológicos requeridos para que haya concepción.

El fundamento último de esta prohibición reside en que estas acciones son el preludio
natural de la obra de Dios, que es la creación de un alma espiritual e inmortal.

Si examinamos ahora una serie de soluciones aceptadas por la moral católica en el


campo de la ética sexual, nos encontraremos con que a primera vista algunas parecen
permitir intrusiones en el terreno de la inviolabilidad del acto conyugal y de los
procesos naturales que lo acompañan.

Esto nos obligará a analizar algunos de estos casos, para determinar de una forma más
precisa qué es lo que constituye una intervención sustancial en la inviolabilidad del acto
conyugal y del proceso generativo.

En su volumen sobre Cuestiones Matrimoniales1 , los PP. J. Ford, S. I. y G. Kelly, S. I.,


citan los siguientes ejemplos de ejercicio probablemente lícito de un dominio directo del
hombre sobre las funciones reproductoras: el uso de condones perforados para obtener
semen en orden a examinar la fecundidad del varón; y en la inseminación artificial,
impropiamente dicha, el uso de cuchara cervical o el uso de una jeringa después del acto
conyugal para recoger el semen depositado en la vagina e introducirlo más hacia el
fondo del aparato genital de la esposa.
FELIX F. CARDEGNA

Todos estos ejemplos incluyen métodos destinados a ayudar la fecundidad. Pero existen
también casos en los que la intervención del hombre en el acto conyugal o en el proceso
generativo va dirigida a reducir la fecundidad o a evitar. por completo la concepción.
Así por ejemplo, la copula dimidiata, según muchos moralistas, no constituye un
pecado para aquellos que tienen una razón proporcionadamente grave para no desear
más hijos, por más que mediante esta práctica intentan directamente reducir las
posibilidades de concepción. Tampoco el uso de drogas, que disminuyen el deseo
sexual, es considerado inmoral por muchos moralistas, aunque la intención directa sea
aminorar la atracción sexual, para fijar el número de la familia en un límite razonable.

También hay que tener en cuenta los casos de rapto, que parecen permitir a la mujer un
dominio directo sobre sus facultades reproductoras debido a circunstancias especiales.
Una mujer que ha sido violada está autorizada moralmente a tomar medidas
anticonceptivas después del suceso. En casos de peligro de rapto está autorizada a usar
diafragmas anticonceptivos, e incluso en la actualidad se ha aceptado la opinión de que
en tales circunstancias puede tomar drogas anticonceptivas.

Todas estas, cuestiones se han avivado últimamente con el descubrimiento de las


píldoras anovulatorias. Varios moralistas permiten el uso de estas píldoras para suprimir
la ovulación durante el período de la lactancia ya que, según ellos, la ovulación en este
período es anormal. Lo mismo se puede decir de la supresión directa de una segunda
ovulación (si es que tuviera lugar), una vez sentada la hipótesis de que la naturaleza
intenta una sola ovulación durante cada período menstrual.

Finalmente, también han insinuado varios moralistas que la directa y completa


eliminación de la ovulación y la fecundidad en una mujer, pasado el tiempo normal de
la menopausia, no sería ilícita.

Todos los casos citados son defendidos, al menos como probables, por un buen número
de moralistas católicos. Pero esto suscita muchas cuestiones sobre el significado de
intervención sustancial y accidental en la inviolabilidad del acto conyugal y del proceso
generativo; y la dificultad aumenta a medida que se presentan nuevos casos.

Muchos moralistas siguen defendiendo que el único dominio del hombre sobre el acto
conyugal consiste en él uso y en el no uso. Esta norma explica suficientemente la
moralidad de la práctica de la continencia periódica, pero difícilmente nos servirá para
explicar los casos antes enunciados. ¿Dónde hay, pues, que colocar la línea de
separación entre lo lícito y lo ilícito en esta materia? Aunque, cómo hemos ya apuntado,
sea difícil el trazar esta línea, ello no nos ha de llevar a pensar que no existe ninguna
certeza en la moral católica sobre estas cuestiones. Con todo, no hemos de negar que
incluso las definiciones y prohibiciones que, a primera vista, parecen ser más claras y
precisas, examinadas profundamente, dejan entrever grandes lagunas y problemas
difícilmente solubles.

Quizás ayudará a arrojar luz sobre estos puntos la distinción, ya apuntada por los Papas;
entre técnicas anticonceptivas, que destruyen la integridad esencial del acto conyugal, y
técnicas que intervienen en la facultad generadora (esterilización). La doctrina pontificia
contra las primeras es mucho más tajante que contra las segundas.
FELIX F. CARDEGNA

LOS ANOVULATORIOS

Su acción

Esta distinción, entre las injerencias en el acto conyugal y las que afectan a la facultad
generadora, ha sido uno de los puntos capitales en la controversia sobre el uso de las
píldoras (y otros productos) de acción anovulatoria como medio lícito de ejercer, en
determinadas circunstancias, una paternidad responsabilizada. Para centrar la discusión,
enunciaremos brevemente toda la gama dejos métodos más corrientes empleados en la
actualidad para el control de la natalidad.

En un extremo, podríamos citar la práctica de retirarse el varón y el uso del condón. En


estos métodos no hay simplemente acto conyugal. En segundo lugar, está el uso de
cualquier tipo de medio oclusivo destinado a detener, o incluso a destruir, el esperma
del varón y evitar que penetre en el útero.

Aquí, según algunos, se verifica lo mínimo esencial para que haya acto conyugal (lo
cual no quiere decir que sean procedimientos lícitos).

Existe, además, el sistema de lavado después de la cópula y también el método


quirúrgico de ligar en la mujer las trompas de Falopio, para impedir el paso del óvulo y
su posible fecundación. (Dejamos aparte aquí los métodos de esterilización del varón,
ya que no tienen relación con nuestro problema).

En tiempos recientes, con el perfeccionamiento de las píldoras anovulatorias, es posible


un método químico para detener la ovulación, de forma que no se desprende ningún
óvulo del ovario y se evita así la fecundación.

Finalmente, existen los métodos de continencia periódica (método del ritmo) o el de la


continencia total.

En un artículo muy conocido sobre moral conyugal y el uso de progestógenos, L.


Janssens defendió que en los casos en que el método del ritmo es lícito, pero es
impracticable o no suficientemente seguro, puede ser reemplazado por el uso de las
píldoras anovulatorias, señalando bien claro que deben ser empleadas dentro de los
límites de una generosa fecundidad1 . No tratamos aquí del uso de los progestógenos
durante varios meses para regular el ciclo y, de esta forma, poder practicar el ritmo de
una manera más segura, sino del uso continuado desde el día 5 al 25 de cada ciclo,
sustituyendo el método del ritmo cuando éste es impracticable o poco seguro 2 .
Janssens subraya mucho las condiciones indicadas, ya que, según él, no hay que acudir
a las drogas cuando la práctica del ritmo es suficientemente segura, e insiste en la
conveniencia de trabajar por perfeccionar éste último procedimiento.

Sin embargo, lo que Janssens intenta probar es la continuidad existente entre la práctica
del ritmo y el uso de los progestógenos, de forma que, si aquélla puede ser justificada,
no sólo por razones terapéuticas, sino por otras razones de suficiente peso (v. g. razones
sociales, económicas, eugenésicas, etcétera), también el uso de los progestógenos puede
ser justificado por razones semejantes.
FELIX F. CARDEGNA

Arguye así:

En el curso de cada ciclo menstrual, si no se usan anovulatorios, madura un óvulo y


queda libre, pero no puede ejercer su poder reproductivo si no es fecundado, en cuyo
caso se desintegra y desaparece. La eficacia de la práctica del ritmo consiste en
combinar diligentemente el período fecundo del óvulo y del espermatozoide en orden a
obtener, de la forma más segura una cópula estéril. En resumen, podríamos decir que
este método consiste en colocar intencionadamente un obstáculo temporal, para evitar la
fecundación del óvulo (de forma semejante a como otras técnicas, anteriormente
descritas, colocaban un obstáculo espacial para el mismo fin).

Caso de utilizar progestógenos J. Rock pondera dos puntos especialmente importantes:


En primer lugar, los progestógenos dejan el ovario en estado de reposo, de manera que
no madura ningún óvulo. De esta forma, el óvulo no se pierde -como en el caso de la
práctica del ritmo- sino que permanece en el ovario capaz de desarrollarse cuando cese
la administración de progestógenos, en el momento en que el matrimonio juzgue su
deber hacer uso generoso de su fecundidad. En segundo lugar, el uso de progestógenos
exalta la fecundidad de la mujer desde el momento en que cesa de tomarlos (este
tratamiento ha dado buenos resultados en determinados casos de esterilidad).

Janssens aplica estas consideraciones a uno de los problemas más importantes en el


control de la natalidad: el espaciado de los nacimientos, justificable casi siempre por
razones objetivas. Si el matrimonio se decide por practicar el ritmo, ha de controlar
perfectamente el momento en que empieza de nuevo la ovulación y, mientras no deseen
un nuevo embarazo, han de practicar la cópula .con un plan que permita la
desintegración y no fecundación del óvulo. Si, en cambio, la mujer decide tomar
progestógenos a partir del tiempo de reposo subsiguiente al nacimiento, puede
prolongar este tiempo de reposo en la actividad del ovario, sin pérdida de ningún óvulo,
hasta el momento en que deje de tomar los progestógenos, cuando el matrimonio desee
procrear de nuevo. De la misma manera que nadie sostiene que la continencia periódica
sea una esterilización directa, tampoco el uso de progestógenos para prolongar la fase de
reposo post partum, con vistas a espaciar los nacimientos, puede ser tenida como acción
mala en sí misma; concluye, por lo tanto; que sólidas razones objetivas pueden legitimar
este control, además de las razones de orden terapéutico.

Algunas dificultades

La objeción inmediata a esta posición es el insistir en la diferencia entre el uso del ritmo
y el de progestógenos. En el primer caso, se trata del uso o no uso; en el segundo, hay
una intervención de tipo químico en la función generativa que detiene la ovulación, es
decir, hay, una mutilación, una esterilización temporal y esto sólo está permitido con
fines terapéuticos. Permitir el uso de progestógenos por motivos sociales, económicos,
psicológicos o demográficos iría contra todos los principios de la moral sobre la
esterilización.

Pero, puesto que la noción de esterilización necesita aún una considerable precisión
desde un punto de vista moral, queda un amplio campo abierto a la investigación en esta
materia. Además hay que tener en cuenta que la acción de las píldoras anovulatorias es
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considerablemente distinta a la de la esterilización quirúrgica, a la cual atienden


primariamente nuestros principios morales.

La presente discusión quedaría zanjada si se probara que el uso de las píldoras


propugnado por Janssens constituye uno de los tipos de esterilización directa prohibidos
por la moral católica. Pero podría también concluirse que no es en absoluto una
esterilización o, al menos, que es un tipo dé esterilización temporal directa, que puede
permitirse por razones eugenésicas, sociales, económicas, psicológicas o demográficas,
de la misma forma que lo puede ser por razones fisiológicas.

En este último caso la esterilización prohibida de la mujer debería definirse no como la


supresión de la capacidad de concebir, sino como la supresión de la capacidad normal o
natural de concebir, entendiendo estas palabras no simplemente desde un punto de vista
puramente biológico, sino desde un punto de vista humano. Es decir, que el ciclo de
veintiocho días, con una ovulación en cada ciclo, puede ser la fecundidad normal de una
mujer desde un punto de vista biológico, pero que su dominio sobre este cielo de
fecundidad se extiende hasta el punto de poder cambiar esta periodicidad fisiológica, si
se dan suficientes razones de orden superior desde un punto de vista humano integral.
(Esto podría ser una ampliación sugerente del principio moral "sólo es licito mutilar las
partes en bien del todo", en el sentido de "sólo es lícito mutilar las partes por el bien
integral de la persona", de consecuencias humanamente mucho más ricas).

A mi entender, en el esfuerzo por relacionar el uso de las píldoras anovulatorias con la


práctica del ritmo reside la clave para resolver, desde un punto de vista aceptable para
los católicos, el difícil problema del control de la natalidad.

Riqueza del acto conyugal

El acto conyugal tiene una doble vertiente: su carácter creador de una nueva vida, y su
naturaleza como expresión del amor mutuo y de la entrega total entre los esposos. Una
vez admitida la licitud en determinadas circunstancias de la práctica del ritmo -que
subordina el aspecto procreativo al de entrega y amor- ¿por qué no conceder los mismos
derechos al uso de anovulatorios, cuando la práctica del ritmo es impracticable o no
controlable de forma cierta?

Dos dificultades parecen oponerse a esta extrapolación. En primer lugar el temor de


muchos moralistas de que, una vez separado el uso del sexo de su finalidad procreativa,
desaparezca toda moral sexual, y de aquí deba aceptarse cualquier tipo de
anticoncepción -como prácticas que permiten la satisfacción mutua- e incluso también
los actos de homosexualidad. La otra dificultad es la enseñanza pontificia en este punto.

La doctrina pontificia prohíbe tajantemente todo acto que destruya la esencia del acto
conyugal, como son las prácticas anticonceptivas enumeradas en otro lugar, y a fortiori
las prácticas homosexuales. Todos estos actos destruyen no sólo el aspecto procreativo
del acto conyugal, sino también su simbolismo como expresión de mutuo amor y
entrega entre los esposos.
FELIX F. CARDEGNA

Ahora bien, en el caso de la continencia periódica se conserva el significado esencial del


acto conyugal al servicio del amor entre los esposos, y lo mismo parece que podemos
decir del uso de progestógenos, íntimamente ligado a la práctica del ritmo.

Los moralistas antes citados negarán que se dé este simbolismo si no se da la actuación


completa de la facultad sexual. Es difícil dar una prueba positiva que aclare este punto,
pero quizás un ejemplo admitido por todos arrojará luz desde un ángulo de visión
negativo. Supongamos el caso de una mujer que ha pasado el tiempo de la menopausia;
no puede ya concebir. Supongamos, además, que tiene una infección vaginal o uterina
irritable por el esperma del varón. Ningún moralista permitirá al esposo el uso de un
preservativo y tener de esta forma relaciones con su esposa. ¿Por qué razón?. La razón
de esta prohibición no será ciertamente el que el acto no sea de si apto para la
generación, ya que de todos modos la mujer es estéril. Tenemos aquí necesidad de
acudir a un criterio de moralidad distinto del de la generación, sin duda a la capacidad
del acto conyugal para expresar la entrega mutua incondicional de los esposos.

Esta entrega, que exige todo amor humano, en el caso del amor conyugal tiene un modo
singular de manifestarse en la entrega absoluta y sin reservas del acto conyugal. De aquí
se deduce que si los esposos introducen restricciones, el acto queda viciado en sí mismo
y pierde su cualidad de entrega mutua y total.

Esta línea de argumentación, además, nos acerca a los moralistas no católicos, que de
buena gana prefieren el uso del ritmo al de los anticonceptivos, y se atreven a afirmar
que el uso de estos últimos cesará en el momento en que se perfeccione la continencia
periódica de forma que el periodo de continencia sea más breve y más fácil de
determinar.

Dejando aparte esta argumentación, la clave para resolver el problema está en lo que
antes ya hemos apuntado, es decir, la distinción entre las prácticas que interfieren en el
acto conyugal y las que interfieren en la facultad generadora. Todo lo que destruye la
estructura del acto conyugal es intrínsecamente malo y, por tanto, siempre ilícito. Esta
distinción pide una definición bien precisa del acto conyugal. La definición, que
actualmente se acepta, es: "un acto apto de por sí para la generación". Según esta
definición, ciertamente muy parcial y pobre, (le falta el elemento de amor entre los
esposos), quedan excluidas inmediatamente las formas anticonceptivas en las que no se
da propiamente acto conyugal (retirarse el varón y uso de preservativos); también, como
es natural, quedan eliminadas las prácticas homosexuales. Pero el uso de progestógenos
no tiene mayores dificultades que la práctica de la continencia periódica.

Consecuencias

Queda finalmente por discutir el punto clave donde reside la dificultad por ahora no
resuelta. Supongamos el caso de una mujer que se hallara en las circunstancias antes
señaladas en las que, según la teoría de Janssens, le fuera licito el uso de progestógenos;
pero supongamos que desde el punto de vista médico tal uso fuera desaconsejable. ¿No
parece que en tal caso lógicamente se debería permitir a esta mujer el utilizar los medios
oclusivos o incluso la ligadura de las trompas de Falopio? ¿Qué diferencia hay, en
cuanto al cumplimiento de la definición de acto conyugal, entre el uso de los
progestógenos y estos otros medios? Y notemos que si el uso de los métodos oclusivos
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o esterilizantes se sigue como una consecuencia lógica de permitir el uso de los


progestógenos, ningún moralista católico podría aceptar tal uso como licito.

Dejando aparte si en las técnicas oclusivas o en la esterilización quirúrgica se cumple


suficientemente la definición de acto conyugal, Janssens ha insinuado otro camino para
disociar el uso de los progestógenos de estas otras prácticas. En el caso de los
progestógenos el ovario queda sometido a un estado de reposo, de forma que no hay
maduración ni desprendimiento de ningún óvulo. En el caso de las prácticas oclusivas o
de esterilización el óvulo se desprende, pero queda bloqueado y obligado a
desintregarse: hay ciertamente aquí una distinción de tipo fisiológico. Pero ¿basta esta
distinción para que haya una diferencia esencial desde el punto de vista moral? ¿No
ocurre también en la práctica del ritmo que el óvulo se desintegra?

Los esfuerzos para eliminar la esterilización quirúrgica y el uso de medios oclusivos,


como consecuencias de permitir, el uso de progestógenos, son todavía muy débiles,
quizás por estar demasiado fundados en un orden meramente físico. Esta es una de las
lagunas sobre las que hay que procurar proyectar luz en el futuro.

Naturalmente, es mucho más claro acudir a la norma del uso o no uso y al criterio
procreativo para juzgar de la licitud de la conducta matrimonial; es una norma más
segura y menos expuesta a abusos que la basada en el sentido de entrega mutua del acto
conyugal. Pero esta atracción por una norma fácil y medible, puede inclinarnos a
demasiada lentitud en la búsqueda del criterio moral, y no se puede negar que, hasta
hace poco, la ética matrimonial católica ha pecado en la apreciación de las relaciones
conyugales, dando poca importancia a los delicados aspectos personales de las mismas.

Hay que señalar, finalmente, que incluso los moralistas que permiten en determinadas
circunstancias el uso de progestógenos, están muy lejos de pensar que han llegado a la
meta definitiva. Están trabajando por encontrar un criterio objetivo y satisfactorio de
moralidad, y este esfuerzo merece de nuestra parte el más profundo respeto.

PATERNIDAD RESPONSABLE

Definición

A esta labor de los moralistas ayudarán, sin duda, algunas consideraciones sobre la
noción de paternidad responsable. La podemos definir como "aquel deseo por parte de
un matrimonio de tener tantos hijos como sea capaz de engendrar, alimentar y educar en
una vida humana y cristiana". Esta mentalidad es diametralmente opuesta a la
anticonceptiva, que establece de una vez para siempre tener uno o dos hijos, y no más,
sin hacer referencia a los valores sobrenaturales y sólo mirando la propia comodidad y
bienestar económico.

Para un matrimonio católico la paternidad plenamente responsable importa una


generosa decisión constantemente renovada frente a un llamamiento de Dios. La
necesidad de dar esta respuesta no cesa nunca hasta que han pasado para ese matrimonio
los días de fecundidad.
FELIX F. CARDEGNA

La pregunta que se han de formular constantemente los esposos a medida que pasan los
días, los meses y los años de vida conyugal es: "¿Podemos engendrar un nuevo hijo y
educarlo en una vida humana y cristiana?". Quizás hoy la respuesta será no, quizás será
mejor, y aun necesario, esperar. Puede ser que un año después la respuesta sea: sí,
debemos tener otro hijo.

Pero, ¿qué factores hay que considerar al tomar esta decisión? Factores humanos, tales
como la salud física de la madre o del hijo, el estado psicológico de la madre, los
ingresos, la .vivienda, la educación. Hay que tener también en cuenta los factores
sobrenaturales: la fe, la creencia en nuestro último fin bienaventurado y no sólo en la
vida cómoda, el amor y su perpetuación a través de los hijos, y otros muchos... Un
célibe no puede enjuiciar estos factores con tanta preparación como los esposos, que
están enfrentados cada día con ellos. Por este motivo el sacerdote debe centrar su labor
en la formación, cada vez más profunda, de los esposos, para que éstos tomen sus
propias decisiones en el terreno de la paternidad.

Un matrimonio concreto, después de seria reflexión y humilde súplica al Espíritu Santo


para pedir su luz (quizás también después de haber consultado), decide que sólo puede
educar un hijo en las condiciones debidas. Otro matrimonio, después de cuatro hijos,
decide que deberla tener un quinto hijo. Para éstos el rehusar cl quinto hijo sería
irresponsable (lo cual no es siempre sinónimo de pecado, -sino un apartarse del ideal
cristiano). Lo que pide Dios a cada matrimonio es distinto para cada uno de ellos y
puede variar, cuando cambien las circunstancias.

Medios para ejercerla

Pero ¿qué es lo que debe hacer un matrimonio cristiano que se vea obligado a limitar el
número de sus hijos a uno o dos, por lo menos en el momento presente?. Habiendo
tomado su decisión fielmente en la presencia de Dios, deben hacer frente ahora al
problema de cómo continuar en su decisión con aquella misma fidelidad inicial. Han de
intentar en primer lugar conseguir el dominio requerido para la práctica del ritmo, si les
resulta posible. En segundo lugar se ha insinuado el uso de las píldoras anovulatorias,
tal como lo exporte Janssens y hemos ampliamente explicado, caso de que la práctica
del ritmo les resulte impracticable. La moralidad de este medio no ha quedado
definitivamente establecida y está pendiente en estos momentos de la decisión
pontificia. Entretanto, los anovulatorios no pueden usarse con este fin, aunque caben
otros usos lícitos de los mismos. Si la Iglesia declara lícito el uso de los anovulatorios
para lograr la paternidad responsable, será porque se habrá visto que actúan de forma
esencialmente distinta a los anticonceptivos, que destruyen la estructura natural del acto
conyugal.

Algunos temen que, si se permite el uso de las píldoras, se producirán abusos, como
consecuencia de un uso indiscriminado de cualquier tipo de anticonceptivos. En todas
las cosas siempre es posible el abuso, y hay que procurar corregirlo;: pero la sola
posibilidad del abuso por parte de algunos -que por lo demás también lo cometen
actualmente- no nos parece razón suficiente para privar a los católicos de buena
voluntad de un posible medio lícito de ejercer responsablemente su paternidad.
FELIX F. CARDEGNA

Tampoco hay que temer que los buenos católicos, que han soportado las cargas de una
familia numerosa, por ser fieles a la interpretación tradicional de la doctrina católica, se
van a sentir molestos, caso de que sea permitido el uso de las píldoras. Dejando aparte
algunos casos, ciertamente se lamentarán de que los avances médicos y los
consiguientes juicios morales no se hayan producido antes, pera se podrán alegrar,
porque sus hijos recogerán los frutos de tales adelantos.

Es un hecho que todo avance, en cualquier tipo de ciencia, va suscitando


constantemente al hombre actual nuevos problemas en su vida moral. No nos duele; nos
alegramos de ello. La vida se va haciendo cada vez más compleja, pero también más
seductora. Por supuesto que esto pide innumerables decisiones en el orden moral que en
el pasado no existían; pero esto no es un mal; sólo puede ser causa de ansiedad para las
personas inmaduras. Ahora bien, esto pone claramente de manifiesto la necesidad de
formar conciencias, cada vez más maduras, en el orden humano y en el orden cristiano.
Una de las tareas más urgentes de la Iglesia contemporánea es la educación de los
creyentes hacia una auténtica madurez cristiana. Cuanto más aumenten en número e
importancia las decisiones que hay que tomar en la vida, mayor madurez de conciencia
se necesita para vivir, o, al menos, para vivir rectamente. Tales conciencias nunca temen
los cambios en la Iglesia. Saben de sobra que tales cambios han formado siempre parte
de la misma; que la Iglesia es un cuerpo vivo, siempre en crecimiento, nunca estático.
Su desarrollo se realiza bajo la dirección del Espíritu Santo; su ritmo es más lento o más
rápido según los diversos tiempos, pero nunca es arbitrario, caótico o destructivo.
Necesitamos mucha confianza, una confianza bien fundada, en los aspectos dinámicos y
creadores de la vida de la Iglesia en el mundo actual.

Conclusión

Sin embargo, ¿qué hay que decir, de la doctrina de Pío XI y Pío XII referente a la
materia que estamos tratando? Concretándonos al uso de las píldoras anovulatorias,
existe sólo una intervención de Pío XII dirigiéndose a los hematólogos el 12 de
septiembre de 1958, tres semanas antes de su muerte. En su discurso el Papa excluye el
uso de las píldoras anovulatorias tal como fue propuesto por Janssens y otros en los
últimos años. ¿Qué hay que decir sobre este punto?. En primer lugar nadie dice que este
juicio del Papa sea infalible; sin embargo es auténtico magisterio. Por ello el teólogo
debe reflexionar sobre este magisterio y someter sus puntos de vista al juicio de la
Iglesia. Algunos teólogos piensan que en 1958 esta cuestión fue propuesta en tales
términos que no había otra respuesta posible más que la que dio Pío XII. Actualmente,
sin embargo, con cinco o seis años más de reflexión, el verdadero estado de la cuestión
ha quedado mucho más precisado en sus implicaciones fisiológicas y psicológicas.
Quizás ahora existe la posibilidad de una respuesta distinta.

En cualquier hipótesis, sea esto verdad o no, Paulo V I trató ;claramente este problema
en su discurso de 23 de junio de 1964. El Papa dejó perfectamente sentado que por
ahora siguen en vigor las normas de Pío XII. Sin embargo añadió: "mientras no nos
sintamos obligados en conciencia a cambiarlas". Luego el cambio es posible.

Nadie puede predecir el futuro y todos los católicos están dispuestos a acatar el juicio de
la Santa Sede en esta materia. Pero séanos permitido expresar nuestra esperanza. Confío
en que la Iglesia condenará de nuevo, y con vigor, todo tipo anticonceptivo que destruya
FELIX F. CARDEGNA

la esencia del acto conyugal entre los esposos, pero que se abstendrá de pronunciarse
sobre la cuestión de las intervenciones en el sistema generativo, es decir, que permitirá a
los teólogos reflexionar más profundame nte sobre el significado del sexo y sobre el
concepto de esterilización. Yo espero, además, que el uso de las píldoras, tal como fue
propuesto por Janssens, será permitido por la Iglesia, al menos como sentencia probable
entre los teólogos y permitida en la práctica.

Notas:
1
Contemporary Moral Theology 2: Marriage Questions (Westminster, Md. 1963) pp.
365 ss.
2
L. Janssens, «Morale conjugale et progestogènes», Ephemerides theologicae
Lovanienses, 39,(1963) 787-826. El juicio moral absoluto sobre el uso de progestógenos
depende de hechos que no han sido esclarecidos aún suficientemente respecto a su
actuación. Se ha insinuado la existencia de otros dos factores, que obstaculizarían la
concepción: un influjo en el endometrio desfavorable a la anidación y la secreción de un
muto cervical impenetrable al esperma. Se ha procurado evitar estos inconvenientes
mediante una combinación de estrógenos. En todo caso corresponde a la ciencia médica
establecer conclusiones ciertas al respecto. La discusión del texto supone que los
progestógenos actúan únicamente inhibiendo la ovulación. Si algún día se los substituye
por técnicas mejores y menos discutibles moralmente, los progestógenos habrán servido
al menos, y en ello estriba su importancia, para reexaminar la cuestión central del
ámbito a que se extiende el dominio directo del hombre sobre sus facultades
reproductoras.

Tradujo y condensó: LUIS VICTORI

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