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014 Cardegna
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CARDEGNA
ANTICONCEPTIVOS Y PATERNIDAD
RESPONSABLE
Entre la multitud de artículos, publicados a propósito de las píldoras anovulatorias,
hemos escogido el presente para dar a conocer a nuestros lectores la cuestión
controvertida. Tiene sobre otros la ventaja de poner en evidencia tanto los aspectos
oscuros de la doctrina tradicional, como los de las nuevas fórmulas propuestas, y de
mostrar, a la vez, la norma que actualmente debe regir la conducta moral católica y las
esperanzas concebidas para el futuro. El autor presenta su artículo como una modesta
contribución a la discusión de los teólogos, esperando que servirá de estímulo a la
reflexión, cada vez más profunda, sobre el problema moral del control de la natalidad.
La cuestión abordada podría resumirse así: ¿Hay que rechazar las píldoras
anovulatorias como un medio ilícito de anticoncepción o aceptarlas como medio lícito
de ejercer la paternidad responsable?
EL PROBLEMA DE LA ANTICONCEPCIÓN
Un estudio detenido de los documentos de Pío XI y de Pío XII sobre esta materia nos
muestra que los argumentos pontificios contra la anticoncepción se basan en el principio
del designio divino o de la institución divina. Dios ha establecido un plan determinado
para el comienzo de la vida humana. Este plan se concreta en la estructura natural del
acto conyugal y del proceso generativo y no está en la mano del hombre el alterarlos de
forma sustancial. Esto se aplica a las técnicas anticonceptivas que intervienen
sustancialmente tanto en la estructura natural del acto conyugal como en los procesos
biológicos requeridos para que haya concepción.
El fundamento último de esta prohibición reside en que estas acciones son el preludio
natural de la obra de Dios, que es la creación de un alma espiritual e inmortal.
Esto nos obligará a analizar algunos de estos casos, para determinar de una forma más
precisa qué es lo que constituye una intervención sustancial en la inviolabilidad del acto
conyugal y del proceso generativo.
Todos estos ejemplos incluyen métodos destinados a ayudar la fecundidad. Pero existen
también casos en los que la intervención del hombre en el acto conyugal o en el proceso
generativo va dirigida a reducir la fecundidad o a evitar. por completo la concepción.
Así por ejemplo, la copula dimidiata, según muchos moralistas, no constituye un
pecado para aquellos que tienen una razón proporcionadamente grave para no desear
más hijos, por más que mediante esta práctica intentan directamente reducir las
posibilidades de concepción. Tampoco el uso de drogas, que disminuyen el deseo
sexual, es considerado inmoral por muchos moralistas, aunque la intención directa sea
aminorar la atracción sexual, para fijar el número de la familia en un límite razonable.
También hay que tener en cuenta los casos de rapto, que parecen permitir a la mujer un
dominio directo sobre sus facultades reproductoras debido a circunstancias especiales.
Una mujer que ha sido violada está autorizada moralmente a tomar medidas
anticonceptivas después del suceso. En casos de peligro de rapto está autorizada a usar
diafragmas anticonceptivos, e incluso en la actualidad se ha aceptado la opinión de que
en tales circunstancias puede tomar drogas anticonceptivas.
Todos los casos citados son defendidos, al menos como probables, por un buen número
de moralistas católicos. Pero esto suscita muchas cuestiones sobre el significado de
intervención sustancial y accidental en la inviolabilidad del acto conyugal y del proceso
generativo; y la dificultad aumenta a medida que se presentan nuevos casos.
Muchos moralistas siguen defendiendo que el único dominio del hombre sobre el acto
conyugal consiste en él uso y en el no uso. Esta norma explica suficientemente la
moralidad de la práctica de la continencia periódica, pero difícilmente nos servirá para
explicar los casos antes enunciados. ¿Dónde hay, pues, que colocar la línea de
separación entre lo lícito y lo ilícito en esta materia? Aunque, cómo hemos ya apuntado,
sea difícil el trazar esta línea, ello no nos ha de llevar a pensar que no existe ninguna
certeza en la moral católica sobre estas cuestiones. Con todo, no hemos de negar que
incluso las definiciones y prohibiciones que, a primera vista, parecen ser más claras y
precisas, examinadas profundamente, dejan entrever grandes lagunas y problemas
difícilmente solubles.
Quizás ayudará a arrojar luz sobre estos puntos la distinción, ya apuntada por los Papas;
entre técnicas anticonceptivas, que destruyen la integridad esencial del acto conyugal, y
técnicas que intervienen en la facultad generadora (esterilización). La doctrina pontificia
contra las primeras es mucho más tajante que contra las segundas.
FELIX F. CARDEGNA
LOS ANOVULATORIOS
Su acción
Esta distinción, entre las injerencias en el acto conyugal y las que afectan a la facultad
generadora, ha sido uno de los puntos capitales en la controversia sobre el uso de las
píldoras (y otros productos) de acción anovulatoria como medio lícito de ejercer, en
determinadas circunstancias, una paternidad responsabilizada. Para centrar la discusión,
enunciaremos brevemente toda la gama dejos métodos más corrientes empleados en la
actualidad para el control de la natalidad.
Aquí, según algunos, se verifica lo mínimo esencial para que haya acto conyugal (lo
cual no quiere decir que sean procedimientos lícitos).
Sin embargo, lo que Janssens intenta probar es la continuidad existente entre la práctica
del ritmo y el uso de los progestógenos, de forma que, si aquélla puede ser justificada,
no sólo por razones terapéuticas, sino por otras razones de suficiente peso (v. g. razones
sociales, económicas, eugenésicas, etcétera), también el uso de los progestógenos puede
ser justificado por razones semejantes.
FELIX F. CARDEGNA
Arguye así:
Algunas dificultades
La objeción inmediata a esta posición es el insistir en la diferencia entre el uso del ritmo
y el de progestógenos. En el primer caso, se trata del uso o no uso; en el segundo, hay
una intervención de tipo químico en la función generativa que detiene la ovulación, es
decir, hay, una mutilación, una esterilización temporal y esto sólo está permitido con
fines terapéuticos. Permitir el uso de progestógenos por motivos sociales, económicos,
psicológicos o demográficos iría contra todos los principios de la moral sobre la
esterilización.
Pero, puesto que la noción de esterilización necesita aún una considerable precisión
desde un punto de vista moral, queda un amplio campo abierto a la investigación en esta
materia. Además hay que tener en cuenta que la acción de las píldoras anovulatorias es
FELIX F. CARDEGNA
El acto conyugal tiene una doble vertiente: su carácter creador de una nueva vida, y su
naturaleza como expresión del amor mutuo y de la entrega total entre los esposos. Una
vez admitida la licitud en determinadas circunstancias de la práctica del ritmo -que
subordina el aspecto procreativo al de entrega y amor- ¿por qué no conceder los mismos
derechos al uso de anovulatorios, cuando la práctica del ritmo es impracticable o no
controlable de forma cierta?
La doctrina pontificia prohíbe tajantemente todo acto que destruya la esencia del acto
conyugal, como son las prácticas anticonceptivas enumeradas en otro lugar, y a fortiori
las prácticas homosexuales. Todos estos actos destruyen no sólo el aspecto procreativo
del acto conyugal, sino también su simbolismo como expresión de mutuo amor y
entrega entre los esposos.
FELIX F. CARDEGNA
Esta entrega, que exige todo amor humano, en el caso del amor conyugal tiene un modo
singular de manifestarse en la entrega absoluta y sin reservas del acto conyugal. De aquí
se deduce que si los esposos introducen restricciones, el acto queda viciado en sí mismo
y pierde su cualidad de entrega mutua y total.
Esta línea de argumentación, además, nos acerca a los moralistas no católicos, que de
buena gana prefieren el uso del ritmo al de los anticonceptivos, y se atreven a afirmar
que el uso de estos últimos cesará en el momento en que se perfeccione la continencia
periódica de forma que el periodo de continencia sea más breve y más fácil de
determinar.
Dejando aparte esta argumentación, la clave para resolver el problema está en lo que
antes ya hemos apuntado, es decir, la distinción entre las prácticas que interfieren en el
acto conyugal y las que interfieren en la facultad generadora. Todo lo que destruye la
estructura del acto conyugal es intrínsecamente malo y, por tanto, siempre ilícito. Esta
distinción pide una definición bien precisa del acto conyugal. La definición, que
actualmente se acepta, es: "un acto apto de por sí para la generación". Según esta
definición, ciertamente muy parcial y pobre, (le falta el elemento de amor entre los
esposos), quedan excluidas inmediatamente las formas anticonceptivas en las que no se
da propiamente acto conyugal (retirarse el varón y uso de preservativos); también, como
es natural, quedan eliminadas las prácticas homosexuales. Pero el uso de progestógenos
no tiene mayores dificultades que la práctica de la continencia periódica.
Consecuencias
Queda finalmente por discutir el punto clave donde reside la dificultad por ahora no
resuelta. Supongamos el caso de una mujer que se hallara en las circunstancias antes
señaladas en las que, según la teoría de Janssens, le fuera licito el uso de progestógenos;
pero supongamos que desde el punto de vista médico tal uso fuera desaconsejable. ¿No
parece que en tal caso lógicamente se debería permitir a esta mujer el utilizar los medios
oclusivos o incluso la ligadura de las trompas de Falopio? ¿Qué diferencia hay, en
cuanto al cumplimiento de la definición de acto conyugal, entre el uso de los
progestógenos y estos otros medios? Y notemos que si el uso de los métodos oclusivos
FELIX F. CARDEGNA
Naturalmente, es mucho más claro acudir a la norma del uso o no uso y al criterio
procreativo para juzgar de la licitud de la conducta matrimonial; es una norma más
segura y menos expuesta a abusos que la basada en el sentido de entrega mutua del acto
conyugal. Pero esta atracción por una norma fácil y medible, puede inclinarnos a
demasiada lentitud en la búsqueda del criterio moral, y no se puede negar que, hasta
hace poco, la ética matrimonial católica ha pecado en la apreciación de las relaciones
conyugales, dando poca importancia a los delicados aspectos personales de las mismas.
Hay que señalar, finalmente, que incluso los moralistas que permiten en determinadas
circunstancias el uso de progestógenos, están muy lejos de pensar que han llegado a la
meta definitiva. Están trabajando por encontrar un criterio objetivo y satisfactorio de
moralidad, y este esfuerzo merece de nuestra parte el más profundo respeto.
PATERNIDAD RESPONSABLE
Definición
A esta labor de los moralistas ayudarán, sin duda, algunas consideraciones sobre la
noción de paternidad responsable. La podemos definir como "aquel deseo por parte de
un matrimonio de tener tantos hijos como sea capaz de engendrar, alimentar y educar en
una vida humana y cristiana". Esta mentalidad es diametralmente opuesta a la
anticonceptiva, que establece de una vez para siempre tener uno o dos hijos, y no más,
sin hacer referencia a los valores sobrenaturales y sólo mirando la propia comodidad y
bienestar económico.
La pregunta que se han de formular constantemente los esposos a medida que pasan los
días, los meses y los años de vida conyugal es: "¿Podemos engendrar un nuevo hijo y
educarlo en una vida humana y cristiana?". Quizás hoy la respuesta será no, quizás será
mejor, y aun necesario, esperar. Puede ser que un año después la respuesta sea: sí,
debemos tener otro hijo.
Pero, ¿qué factores hay que considerar al tomar esta decisión? Factores humanos, tales
como la salud física de la madre o del hijo, el estado psicológico de la madre, los
ingresos, la .vivienda, la educación. Hay que tener también en cuenta los factores
sobrenaturales: la fe, la creencia en nuestro último fin bienaventurado y no sólo en la
vida cómoda, el amor y su perpetuación a través de los hijos, y otros muchos... Un
célibe no puede enjuiciar estos factores con tanta preparación como los esposos, que
están enfrentados cada día con ellos. Por este motivo el sacerdote debe centrar su labor
en la formación, cada vez más profunda, de los esposos, para que éstos tomen sus
propias decisiones en el terreno de la paternidad.
Pero ¿qué es lo que debe hacer un matrimonio cristiano que se vea obligado a limitar el
número de sus hijos a uno o dos, por lo menos en el momento presente?. Habiendo
tomado su decisión fielmente en la presencia de Dios, deben hacer frente ahora al
problema de cómo continuar en su decisión con aquella misma fidelidad inicial. Han de
intentar en primer lugar conseguir el dominio requerido para la práctica del ritmo, si les
resulta posible. En segundo lugar se ha insinuado el uso de las píldoras anovulatorias,
tal como lo exporte Janssens y hemos ampliamente explicado, caso de que la práctica
del ritmo les resulte impracticable. La moralidad de este medio no ha quedado
definitivamente establecida y está pendiente en estos momentos de la decisión
pontificia. Entretanto, los anovulatorios no pueden usarse con este fin, aunque caben
otros usos lícitos de los mismos. Si la Iglesia declara lícito el uso de los anovulatorios
para lograr la paternidad responsable, será porque se habrá visto que actúan de forma
esencialmente distinta a los anticonceptivos, que destruyen la estructura natural del acto
conyugal.
Algunos temen que, si se permite el uso de las píldoras, se producirán abusos, como
consecuencia de un uso indiscriminado de cualquier tipo de anticonceptivos. En todas
las cosas siempre es posible el abuso, y hay que procurar corregirlo;: pero la sola
posibilidad del abuso por parte de algunos -que por lo demás también lo cometen
actualmente- no nos parece razón suficiente para privar a los católicos de buena
voluntad de un posible medio lícito de ejercer responsablemente su paternidad.
FELIX F. CARDEGNA
Tampoco hay que temer que los buenos católicos, que han soportado las cargas de una
familia numerosa, por ser fieles a la interpretación tradicional de la doctrina católica, se
van a sentir molestos, caso de que sea permitido el uso de las píldoras. Dejando aparte
algunos casos, ciertamente se lamentarán de que los avances médicos y los
consiguientes juicios morales no se hayan producido antes, pera se podrán alegrar,
porque sus hijos recogerán los frutos de tales adelantos.
Conclusión
Sin embargo, ¿qué hay que decir, de la doctrina de Pío XI y Pío XII referente a la
materia que estamos tratando? Concretándonos al uso de las píldoras anovulatorias,
existe sólo una intervención de Pío XII dirigiéndose a los hematólogos el 12 de
septiembre de 1958, tres semanas antes de su muerte. En su discurso el Papa excluye el
uso de las píldoras anovulatorias tal como fue propuesto por Janssens y otros en los
últimos años. ¿Qué hay que decir sobre este punto?. En primer lugar nadie dice que este
juicio del Papa sea infalible; sin embargo es auténtico magisterio. Por ello el teólogo
debe reflexionar sobre este magisterio y someter sus puntos de vista al juicio de la
Iglesia. Algunos teólogos piensan que en 1958 esta cuestión fue propuesta en tales
términos que no había otra respuesta posible más que la que dio Pío XII. Actualmente,
sin embargo, con cinco o seis años más de reflexión, el verdadero estado de la cuestión
ha quedado mucho más precisado en sus implicaciones fisiológicas y psicológicas.
Quizás ahora existe la posibilidad de una respuesta distinta.
En cualquier hipótesis, sea esto verdad o no, Paulo V I trató ;claramente este problema
en su discurso de 23 de junio de 1964. El Papa dejó perfectamente sentado que por
ahora siguen en vigor las normas de Pío XII. Sin embargo añadió: "mientras no nos
sintamos obligados en conciencia a cambiarlas". Luego el cambio es posible.
Nadie puede predecir el futuro y todos los católicos están dispuestos a acatar el juicio de
la Santa Sede en esta materia. Pero séanos permitido expresar nuestra esperanza. Confío
en que la Iglesia condenará de nuevo, y con vigor, todo tipo anticonceptivo que destruya
FELIX F. CARDEGNA
la esencia del acto conyugal entre los esposos, pero que se abstendrá de pronunciarse
sobre la cuestión de las intervenciones en el sistema generativo, es decir, que permitirá a
los teólogos reflexionar más profundame nte sobre el significado del sexo y sobre el
concepto de esterilización. Yo espero, además, que el uso de las píldoras, tal como fue
propuesto por Janssens, será permitido por la Iglesia, al menos como sentencia probable
entre los teólogos y permitida en la práctica.
Notas:
1
Contemporary Moral Theology 2: Marriage Questions (Westminster, Md. 1963) pp.
365 ss.
2
L. Janssens, «Morale conjugale et progestogènes», Ephemerides theologicae
Lovanienses, 39,(1963) 787-826. El juicio moral absoluto sobre el uso de progestógenos
depende de hechos que no han sido esclarecidos aún suficientemente respecto a su
actuación. Se ha insinuado la existencia de otros dos factores, que obstaculizarían la
concepción: un influjo en el endometrio desfavorable a la anidación y la secreción de un
muto cervical impenetrable al esperma. Se ha procurado evitar estos inconvenientes
mediante una combinación de estrógenos. En todo caso corresponde a la ciencia médica
establecer conclusiones ciertas al respecto. La discusión del texto supone que los
progestógenos actúan únicamente inhibiendo la ovulación. Si algún día se los substituye
por técnicas mejores y menos discutibles moralmente, los progestógenos habrán servido
al menos, y en ello estriba su importancia, para reexaminar la cuestión central del
ámbito a que se extiende el dominio directo del hombre sobre sus facultades
reproductoras.