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Universidad Nacional del Litoral Literatura Argentina I

Facultad de Humanidades y Ciencias Dubaz Indira, Spizzo Giuliana

Para el desarrollo del presente trabajo práctico se ha seleccionado como corpus el


texto Ejércitos imaginarios de Rodolfo Fogwill. Para abordar el análisis del mismo se plantea
la siguiente hipótesis: los relatos que componen el texto se construyen a partir de
procedimientos (tematización del proceso de escritura y una articulación-desarticulación
simultánea del hacer-creer) que operan en función de desarticular representaciones fijadas en
la construcción de un macro-relato social. En el gesto de desmontar la convención se signa la
impugnación de imágenes fijadas en la memoria colectiva.

De acuerdo con White (2003), las narrativas históricas:

Logran dotar a los conjuntos de acontecimientos pasados de significados, además de


cualquier comprensión que ellas provean, apelando a leyes causales putativas a través
de la explotación de las similitudes metafóricas entre los conjuntos de
acontecimientos reales y las estructuras convencionales de nuestras ficciones. (p. 126)

En este sentido, la construcción de macro-relatos para la Historia de las naciones se


articula en toda la esfera social (política, jurídica y económica) que se sustenta en una
macro-dimensión cultural. Los imaginarios que emergen responden a la necesidad de toda
sociedad de crear representaciones desde las cuales construir identidad. Es a partir de estas
consideraciones que se puede hablar de la categoría de memoria (Rotker, 1999). Esta
depende de marcos sociales cuya funcionalidad toma la dirección de la hegemonía de cada
período. En este sentido, para constituirse como memoria, el pasado tiene que ser articulado
desde relatos del presente. En la misma línea, Lotman (1996) plantea que:

La memoria cultural como mecanismo creador no sólo es pancrónica, sino que se


opone al tiempo. Conserva lo pretérito como algo que está. Desde el punto de vista de
la memoria como mecanismo que trabaja con todo su grueso, el pretérito no ha
pasado. (p.110)

Por lo tanto, aquellos sentidos instaurados en la memoria de una cultura, crecen y


forman la “memoria común” de una colectividad. El recuerdo en tanto invocación subjetiva
está atravesado por lo social, se actualiza en tanto es ubicado en los marcos sociales.
A raíz de las consideraciones precedentes se organiza la lectura de algunos cuentos de
Ejércitos Imaginarios en función de dos fechas: 1810 y 1976. En contexto argentino estas
funcionan como íconos (White, 2003) en tanto se ha construido y reproducido una trama que
permite vincularlos a relatos históricos anclados en la memoria social. Respecto de ambas
marcas temporales se actualizan relatos en la medida en que forman parte del macro-relato
cultural que constituye los marcos sociales de la memoria. Aquí la memoria opera uniendo
aquellos significados, prácticas y valores construidos dentro de la tradición selectiva. Al
observar en los cuentos que componen el volumen una dimensión meta-escritural que se
articula en la tematización del proceso de escritura, ésta y la tradición se vuelven objeto,
estrategia que pone en evidencia el carácter de artificio de la modalización del hacer-creer.

“Memorias de paso” comienza con un adverbio de tiempo que puesto en relación con
la fecha introducida, marca un desplazamiento: “Después oímos hablar del Cabildo de Mayo
y de la invasión de los ingleses (...) pero por 1810 yo tenía 11 años (...)”. El relato del mito
fundacional de la nación argentina se actualiza en la lectura, en tanto forma parte de las
representaciones fijadas en el imaginario social, compartido por una comunidad. Luego,
desde la conjunción adversativa se despliega el relato del yo respecto de una experiencia de
memoria. Construido desde un presente, el pasado se construye en la escritura ligado a la
primera persona y se pone en paralelo a las imágenes fijadas en torno a la revolución. Con el
fin de dotar de significación a las narrativas históricas y de modalizar hacia un hacer-creer1, el
mito fundacional sobre el que se construye la memoria e identidad nacional fue desarrollado
por la élite letrada del siglo XIX. Su proyecto literario estuvo al servicio de la invención del
territorio y los sujetos para la nación, representaciones que emergen en los textos literarios
del período2. A partir de ello, las operaciones discursivas contenidas en estos textos, son
tomadas e interpretadas dentro de una tradición selectiva3 que en este caso conecta prácticas,
significados y valores para constituir imaginarios sociales. Respecto de estos imaginarios, el

1
En Lecciones sobre la filosofía de la historia de Hegel se comprende que “sólo hay necesidad de narrar y
mostrar la coherencia y clausura de ciertos acontecimientos cuando existe un sujeto social que exige
legitimación, esto es, un sistema legal (el estado) en contra o a favor del cual pudieran producirse los agentes
típicos de una narración.” (Tozzi, 2003:27)
2
Las representaciones signadas en la memoria colectiva podemos leerlas en los procesos de significación
generados en El matadero de Esteban Echeverría; Facundo de Domingo F. Sarmiento; Una excursión a los
indios ranqueles de Lucio Mansilla
3
“En el conjunto de una sociedad, y en todas sus actividades específicas, la tradición cultural puede verse como
selección y reselección continuas de ancestros. Se trazarán determinadas líneas, a menudo a lo largo de cien
años, y luego, de improviso, una nueva fase del crecimiento las eliminará o desdibujará, para trazar otras”
(Williams, 1961: 61)
desfasaje que inaugura “Memorias de paso” abre la posibilidad de pensar en una puesta en
tensión de la pretensión de verdad única, objetiva y universal de las representaciones que ha
forjado el discurso historiográfico sobre un pasado nacional. En ese sentido, se legitima la
autoridad del discurso literario en tanto productor de conocimiento.

Por otra parte, en este cuento en particular, la tematización del cambio de género que
se observa a nivel del enunciado, da pie a una lectura respecto de cuáles han sido las voces
autorizadas para construir memoria. Es decir, se interpela que quienes construyen las
ficciones narrativas del Siglo XIX sean una élite de hombres blancos cuyo dispositivo
escritural proyecta una nación de iguales donde la igualdad implica la eliminación de la
alteridad.
En la intertextualidad de este texto con Orlando de Virginia Woolf, y la marca desde
el enunciado del nombre del narrador “Virginia” al comienzo del relato se logra desplazar
aquellas imágenes alegóricas para rehacer el imaginario construido por el macro-relato de las
élites criollas. Hay elementos de la memoria de la colectividad que en un momento de la
historia se destinan al olvido, pero “cambia el tiempo, el sistema de códigos culturales, y
cambia el paradigma de memoria-olvido. Lo que se declaraba verdaderamente existente
puede resultar «como si inexistente» y que ha de ser olvidado, y lo que no existió puede
volverse existente y significativo.” (Lotman,1996:110)

De este modo, la teoría positivista del progreso y la idea de configurar los relatos
históricos apelando a la trama narrativa para generar la idea de continuidad entre hechos
aislados, “es realmente antihistórico, ya que hace caso omiso del papel activo de la memoria
(...)” (Lotman, 1996:109). Por otra parte, White (2003) alude que ningún acontecimiento
histórico puede por sí mismo construir un relato, solo se tiene acceso a elementos del mismo.
Así al tomar los siguientes fragmentos de “La larga risa de todos estos años”, se hipotetiza
que lo que se construye es el resultado de la configuración de sucesos que organizan una
memoria escritural y de la inscripción de los discursos sociales en el discurso literario:

“(...) aquellos años setentaicinco, setentaiséis, y hasta bien entrado el año mil
novecientos setenta y ocho, después del último verano.” (Fogwill, 1983: 9)
“Sucedió en 1975. Estaba intervenida la universidad y echaban a los profesores
porque en la facultad había tolerado a los grupitos de estudiantes que se mezclaron
con la guerrilla.” (p. 19)
“Le conté lo que ocurría en la Universidad y hablé de mis temores por mí, por
Franca.” (p. 20)
“Creo que todos vieron lo que fue pasando durante aquellos años. Muchos dicen que
recién ahora se enteran. Otros, más decentes, dicen que siempre lo supieron, pero que
recién ahora lo comprenden. Pocos quieren reconocer que siempre lo supieron y
siempre lo entendieron, y que si ahora piensan o dicen pensar cosas diferentes, es
porque se ha hecho una costumbre de hablar o pensar distinto, como antes se había
vuelto costumbre aparentar que no se sabía, o hacer creer que se sabía, pero que no se
comprendía.” (p. 20)

Luego, otra serie de cuentos apelan al pasado desde el presente de la enunciación y, en


ese sentido, delinean una colección de imágenes que, articuladas, apelan a una memoria que
se crea en la propia escritura.

En “Muchacha punk”, “La cocinita mágica de un gallo en Córdoba” y “Reflexiones”


resulta sustancial la operación de vaciamiento de la historia, articulada en la tematización del
proceso de escritura. Los pasajes desde la enunciación al enunciado (y viceversa) constituyen
la advertencia respecto de que aquello que se lee es discurso. Lo que resulta adscribible al
nivel de la historia se sintetiza en “yo escribo”, “yo relato”, “yo transcribo”. Por tanto, se
desmonta la lógica de una secuencia de acción inicio-problema-desenlace como principio de
organización del relato, solo se puede acceder a elementos del mismo. Se pone en evidencia
la perspectiva que direcciona el relato y la imposibilidad de construir un conocimiento
verdadero y objetivo respecto de aquello que se relata. En este sentido, se traza una línea de
continuidad en la lectura.

Como se observa en “La cocinita mágica de un gallo en Córdoba”, la memoria se


configura desde el presente hacia el pasado desde la escritura. El cuento comienza: “Había
una vez una nena que se llamaba Paula y vivía en una casita muy linda en el campo (...)”
(p.77); se ubica en un pretérito respecto del presente que mediante la enunciación enunciada,
se comprende que quien está “contando” la “historia de Paula” está ubicada en otro tiempo y
espacio dentro del enunciado. De allí las analepsis respecto del momento cero del relato:
“Antes hablaban en otro idioma en las iglesias” (p.77) “No, a los fideos no. Los fideos de la
mamá. ¿Sigo contando?” [el subrayado es nuestro] (p.79). La distinción entre pasado y
presente se articula también a partir de la cantidad de hechos sucedidos entre un tiempo y otro
dando cuenta que se tematiza el simulacro de enunciación del aquí y ahora del presente de la
historia, frente al pretérito configurado en el enunciado. Poniendo en evidencia que la acción
adscribible al nivel de la enunciación es contar:

“—Te sigo contando: y el gallito entonces volvió a vivir en su cajita bajo la cama de
esa mujer.
—¿Qué mujer?
—La Nena Paula del cuento, porque mientras vos te dormías creció, se hizo señorita,
y le pasaron un montón de cosas” (p.94)

De lo expuesto hasta aquí se concluye que la categoría de memoria permite trazar una lectura
en tanto desde el presente de enunciación se articula un pasado, con sus imágenes y
representaciones. Dos fechas disparan la actualización de relatos vinculados a la memoria
construida en torno de la nación argentina. Estos relatos se inscriben en el texto literario para
ser desmontados. Luego, se lee otra serie de cuentos (de la cual se analizó una muestra) desde
la premisa de que constituyen fragmentos de una memoria que se está construyendo en la
propia escritura.

Bibliografía literaria

Fogwill, R. (1983) Ejércitos imaginarios. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

Bibliografía consultada
Lotman, Y. (1996) “La memoria a la luz de la culturología” en La semiosfera I. Semiótica de
la cultura y del texto. Frónesis cátedra. Universitat de Valéncia.
Rotker, S. (1999) Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina. Buenos Aires, Ariel.
White, H. (2003) El texto histórico como artificio literario. Barcelona, Paidós.

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