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Cultura del reproche

Los reproches, como las tapas, se han puesto de moda. Con la sinceridad como coartada se ha
abierto el grifo y el personal ya no tiene miramiento alguno a la hora de echarse en cara lo que
sea. Todo, menos flores.

Ocurre entre cónyuges, amigos, colegas, y también entre malos jefes y empleados. El criticón
vocacional siempre encuentra excusas para recriminar algo a alguien por nimio que sea. Y
además, como ocurre con las tapas, el censurador también dispone de una extensa y variada
oferta de reproches: fríos, calientes, ácidos o directamente crueles, dependiendo de la mala
uva del reprochador y de si este opta por actuar en el mismo momento, o se reprime y te lanza
la crítica emponzoñada horas más tarde, generalmente delante de terceros.

Las consecuencias de esta falta de tacto, de consideración por el otro son, sin embargo,
nefastas para cualquier tipo de relación. Los reproches sistemáticos quiebran la confianza y
minan la autoestima de quien los tiene que sufrir, con consecuencias más que previsibles:
amistades que se rompen, parejas que se distancian, empleados que abandonan... Fracasos
relacionales que en parte podríamos evitar si nos reserváramos también unos minutos para
ensalzar los aspectos positivos del otro, que siempre los hay. Eso sí, hay que querer
encontrarlos.

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