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Escrito por José Luis Sánchez Valverde.

Costa Rica

Esbozo de un nuevo método o trivialidades inconsecuentes expuestas en dos partes que degeneran en bizantinismo y
que en el fondo hablan de un tal Pieper o algo así.

-El objeto de la filosofía:

Luego de decirnos en qué consiste la filosofía, este autor nos señala el problemático asunto de mostrar cuál es el objeto
de que se ocupa, así como la psicología, la física, etc. Se ocupan (o se hacen llamar ciencias) de algo específico, la
filosofía por su parte, a simple vista no tiene un objeto específico; ‘filosofar significa reflexionar sobre la totalidad de lo
que nos aparece, con vistas a su última razón y significado’ (Pieper (1979)12). Además de esto agrega que ‘consiste en
preguntar, en discutir preguntas, en realidad de reflexionar sobre una sola pregunta’ (Pieper, 14).
Pero, cabe preguntarse ¿si esto es filosofar, ese filosofar de qué cosa se ocupa? Pieper responde de nuevo ‘la totalidad,
es eso lo que nos ocupa ’. La totalidad escapa de la ciencia que solo se ocupa de abstracciones (en hegeliano), de ser
acertada nuestra hipótesis de que ‘todo esto’ es igual a ‘totalidad’, y esto a su vez entendido según el acervo hegeliano
(aunque haya sido dicho por Whitehead), entonces la filosofía es de carácter meta-discursivo, es una actividad que sobre
pasa los ámbitos y los une y los trata de entender, por otra parte es necesario admitir(según nuestra lectura) que la
‘totalidad de lo que se nos presenta’(Pieper,16) es un número definido de cosas (perceptualmente hablando), pero
ontológicamente es indefinido; esto es, nuestro conocimiento, lo que se nos presenta en tanto percepción, aquello de lo
cual decimos que es una cosa, es decir el fenómeno de la cosa. Decimos que es ontológicamente indefinido por analogía
con los números racionales, en tanto que estos son no discretos. Por decirlo así, un mueble es una cosa, pero está
formada de indefinidos pedazos, los cuales, sé que existen pero juntos conforman un fenómeno, en este caso la
percepción de un mueble.
Pero volvamos al tema: la totalidad es el objeto del filosofar, esa totalidad se identifica por percepciones que ‘oponen
resistencia’ intelectivamente hablando. ‘Significa que yo tropiezo con ello que doy con ello, que lo hallo delante de mí,
que se ha enfrentado como objectum, como objeto’ (Pieper, 17).
Ante la objeción que ingenuamente se presenta, y que sugiere la no inclusión del que piensa las cosas, es fácil de
enfrentar, por supuesto el sujeto que piensa es parte de la totalidad, tanto así que yo puedo dirigir mi pensamiento y
filosofar sobre mí mismo.
Nos parece una conclusión valida y sostenible que de esa totalidad no está todo pensado: ‘si no que más bien parece
haber algo todavía que no sale sin más a la superficie’ (Pieper, 18).
Como se ha dicho ‘las pruebas no lo son todo, la manera de interpretarlas aporta por lo menos la mitad del éxito en la
investigación’ (Dostoievsky, 114).
Las cosas en tanto hecho están en frente de nosotros, ellas solo son, pero lo que podemos decir o pensar de ellas recae
en una gama indefinida de cosas.
El ansia de saber aparece aquí como determinante, nos empuja a preguntar y a hacer nuestro mejor esfuerzo por
responder.

-El estilo como objeto:

El esquema de la disputatio medieval es, aunque arduo de llevar a cabo, relativamente sencillo de entender: consiste en
establecer un problema, con ello una respuesta preliminar y a partir de ello debatir, discutir y sugerir objeciones por
parte de los que participan, ya sea ataque o defensa de la hipótesis.
Es simpático saber que la pregunta pasa desapercibida de las críticas, es decir, se trata de impugnar la hipótesis, pero no
la pregunta en su planteo o alcance o consecuencias o en importancia: ‘en primer lugar se formulaba con la mayor
precisión posible una cuestión que se quería discutir, acompañada de una propuesta de solución, a veces solamente
entrevista’ (Pieper, 11).
Se asume entonces que la pregunta está bien planteada, que es importante. Vemos que en esta forma, la pregunta nos
marca los límites de la disertación y todo su desarrollo va para adentro, como una espiral, dando vueltas nos lleva al
núcleo.
Pero entonces, ya conociendo y habiendo practicado este estilo en varias ocasiones y además considerarlo razonable y
expositivamente adecuado. ¿Existe necesidad de cuestionarlo o repensarlo, y si se puede, cambiarlo o mejorarlo? si ya lo
tenemos, es decir, en tanto tal, esta manera de exponer y pensar las cosas, ¿qué razón nos hace que lo empujemos al
devenir y con ello al cambio? La razón, es decir la necesidad (y con ello se demuestra la existencia) puede estar en la
misma psicología (aunque no necesariamente) y la conformación propia del sujeto, entonces puede ser tanto el ansia
inacabable de saber, como el asombro, como dice Murillo: ‘para que algo como el espectáculo del cielo estrellado nos
produzca asombro, independientemente si estamos viviendo en un contexto mítico o racional, es necesario que ese
algo nos sea en cierta manera conocido y en otra desconocido’(murillo(1982)16).
Bien podría ser cualquier otro determinante como la necesidad, el miedo, la incertidumbre etc. Se contemplan entonces
al menos dos, pero para nosotros no serían las únicas razones que nos empujan a cuestionar, repensar y cambiar.
La necesidad existe evidentemente, ya sea por cuestiones subjetivas (y no arbitrarias… bueno o hasta arbitrarías, es una
razón en todo caso) o por un impulso externo de aquello que se nos presenta y opone resistencia.
Pero las necesidades, del que piensa y que lo empujan a repensar y cuestionar tanto método como reflexión, se ha vsito
que se explica por los factores emocionales (amor, ansia de saber, curiosaidad, asombro)¿entonces vamos en camino a
afirmar que las emociones son la que nos impulsan a pensar y discutir?¿son las emociones determinantes del pensar?,
en este caso, nos ha llevado a cuestionar la disputatio medieval el hecho de saber si hay necesidad(ya sabemos que sí)
de hacerlo, son solo las ganas de saber y repensar el asunto y no permanecer en la ortodoxia.
Aquí Descartes nos puede ayudar, o al menos se presta para ser incluido; tenemos el pensar que demuestra mi
existencia, se separa en dos, así la res pensante se divide en varios modos que son englobados en: el modo afectivo-
volitivo y el intelectivo, en ese sentido amplio de pensar cabe tanto, la emoción, la voluntad aquellas facultades que me
ayudan a entender (la imaginación por ejemplo).
La cuestión aquí es que lo que acabamos de introducir nos afirma y nos amplía la pregunta hecha; las emociones son
determinantes del pensar al ser parte del pensar, pero aun así no son las únicas, podemos decir con Descartes, queda la
voluntad y la facultad intelectiva.
Pero esto nos lleva ante un conflicto con el mismo Pieper: ‘el filosofar es más bien una actitud humana fundamental,
frente al mundo, actitud que en gran manera es ajena a toda posición y disposición elegidas a voluntad’ (Pieper, 25).
Entendiendo la voluntad como asentimiento hallamos que la voluntad no participa en el filosofar en tanto repensar,
discutir y objetar. Es que el ‘filosofar no es una cosa que se puede aprender, en todo caso, no se puede aprender como
se aprende una lengua extranjera (…)es decir mediante la adquisición de conocimientos, mediante un ejercicio
practicado metódicamente, mediante la repetición y así sucesivamente’(´pieper,26).
Esto es inquietante, suena a determinación, parece que lo único que nos hace filosofar es una actitud no elegida y
dirigida por las emociones que son parte del pensar, debemos dar por evidente que las emociones no son provocadas
por una intensión del individuo: Todo esto corresponde a un mecanismo que escapa del sujeto en tanto que no es su
voluntad que la controla; es decir, estoy feliz no porque este que piensa lo quiere así sino porque hay algo afuera que
hace que se sienta así.
Peor aún es el entorno que me dice (determina) el pensar puesto que el asentir no lo provoco yo, lo provoca algo fuera
de mí y la formación particular de mi carácter.
Esta visión de la filosofía es un poco cruel, el yo parece aquí eliminado, suena como la ficción de la realidad, la ficción de
que sea lo que yo quiero que sea.
¿Es esta la esencia inmutable de la filosofía?, consideramos que no, acordémonos que los hechos solo son, y lo que
pensamos de ellos depende de nosotros, las pruebas no son todo, ellas no hablan, no oponen resistencia, y si lo hay es
porque mi entendimiento no logra penetrar en ellos.
La filosofía en tanto tal, como producto de la actividad inquisitoria del pensar y preguntar; si la disputatio sigue un
esquema dialéctico,(por decirlo así) que trata de hallar la verdad a través de los impedimentos, también es necesario
tener en cuenta lo contrario de lo que se ha dicho; es decir lo que no se ha dicho, la versión no oficial, el filosofar no solo
se ocupa de lo que es y que es sino también de lo que no es, en tanto posibilidad de ser sustentado en la cosa. La
disputatio es un estilo que me dice lo que no es a través de su procedimiento; hipótesis y problema llevando en ello las
objeciones.
Es como un relieve; se resalta lo que se quiere destacar para observar en ella la forma, pero si nos fijamos a su alrededor
de aquello que no es y limita el ser, ¿no es importante también para saber lo que es?
Esto nos lleva a preguntarnos ¿Por qué así no de otro modo? Esto tanto para la filosofía y para el disputatio.
Es difícil salirse de lo habitual y ver las cosas de otro modo, claro, nos hemos metido en un nudo; hemos perdido la guía
pero hemos constatado la absoluta necesidad de la filosofía, tanto discutir, debatir, pensar, y sobrepasar los límites de lo
que es, contemplar aquello que no se ve, es decir el no es, aquello que no opone resistencia porque no es, porque nadie
lo ha contemplado.
Puede ser una variante de la pegajosa pregunta heideggeriana del porque el ser y no la nada. Una manera de
comprender y pensar ese estado no existente y del que no sabemos que es, es por medio de la finalidad ¿qué queremos
lograr? Aunque se califique la finalidad como perteneciente al mundo pragmático o el consecuencialismo en cualquiera
de sus formas, pero ¿no es el mundo de las cosas en las que vivimos? ¿Acaso es una traición a la filosofía ocuparse de
aquello que en tanto cosa la tenemos al frente pero nuestras lecturas no nos han dicho algo distinto de lo que se
presenta, teniendo como guía aquello que queremos o esperamos?
Ya en ese punto se ha perdido la dirección l de nuestro reflexión, podemos verle a distancia, pero podría decirse que no
está conectado con nuestro tema principal ¿si no está conectado de alguna forma, como llegamos ahí, por
discontinuidad acaso? ¿Cómo una cosa nos lleva a la otra si están desconectadas? Se puede decir aquí que la razón se
ha perdido, que es una mera divagación, un intento de filosofar, y que puede resultar en una teratogenia argumentativa,
aquí lo que nos preguntamos es que ¿si nuestra razón solo se ha dejado ir, un intento de soltarse de paradigma aquel
del disputatio, sin poder ver aún la salida, y aquella visión cruel de la filosofía, cómo es que llegamos a una pregunta así,
sino es por la conexión que hay entre esas cosas y aquellas?
¿Dirigí yo el pensamiento, cuál razón es la que habla, la oficial y la que es o la no oficial y la que no es porque no se ha
descubierto, por ello se le resta validez ontológica acaso?
Nos hundimos cada vez más, hay aún muchas preguntas, y las respuestas nos arrojan a otras preguntas, están
conectadas, algo intolerable casi para cualquier filosofo (o para la razón que es), ahora la razón que no es 'es', mi razón
ahora divaga en la terrible espiral psicodélica que hemos creado, y que nos dice que está girando cuando puede ser un
engaño y solo estar quieta ¿Cuál razón es esa? ¿La no filosófica se vuelve filosófica, lo oculto de las cosas?... la única
certeza aquí es la ansia de saber: ‘filosofar y ‘estudiar filosofía’ son dos cosas diferentes, una de las cuales puede ser
obstáculo para la otra’ (Pieper, 26)

Referencia:

Dostoievski. F (S.F).Crimen y castigo (introducción: León Macheno) Madrid: Edimat

Murillo. R (1982). Tres temas de filosofía. San José, costa Rica: EUNED

Pieper. J (1979).Defensa de la filosofía (versión castellana de Alejandro Esteban Lator Ros, cuarta
edición).Barcelona: Herder

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