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Restos

Según Rank, el motivo del envejecimiento-rejuvenecimiento producido por el espejo ha


sido transferido aquí al propio rostro de Spikher (Rank, 1982: 46), cuya inestabilidad puede
asociarse, claro está, a su aversión hacia los espejos; el hecho de que su rostro no se refleje
allí no solo evoca lo diabólico, ese pacto con “fuerzas malignas” que lo ha privado de su
imagen (motivo también frecuente en los relatos sobre el doble), sino que lo angustiante
radica en que el espejo no puede reflejar ya su yo (Ibídem), y entonces el personaje no
puede reconocerse ni afirmar la propia identidad.

Vemos hasta aquí cómo se van hilvanando durante este episodio ciertos elementos
que anuncian el clímax del encuentro con el doble que se da, como hemos dicho, en la
crisis final del protagonista. La idea de repetición emerge una y otra vez durante el
(re)encuentro con Julia, pero además aparece otro elemento que alimenta ese estado de
turbación que va in crescendo en el protagonista: nos referimos al sueño.

En este caso también se nos presentan dos niveles del relato: por una lado, el de los
hechos lineales, donde Deodatus y Haberland viven las circunstancias que los definen como
dobles, al ser permanentemente confundidos el uno con el otro; en otro nivel, hacia el final,
se nos describen sucesos del pasado que arrojan luz sobre lo que antes resultaba extraño o
inexplicable en el otro nivel de los hechos.

Podemos retomar aquí algunas consideraciones sobre el género fantástico, puesto


que varios de los momentos de los relatos en que vemos emerger manifestaciones de lo
siniestro coinciden con aquello que aporta a la narración su carácter extraño. Es decir, los
episodios en que podremos hallar cómo la percepción de lo doble produce un sentimiento
siniestro son los que, a la vez, sostienen aquella extrañeza o incertidumbre que, para
Todorov, es esencial a la hora de caracterizar a un relato de fantástico.

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