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La guerra justa

Una guerra justa exige un círculo bien determinado y claro que


siente las bases respecto a las causas que justifiquen su iniciación, así
como también legítima autoridad, derecho y buena intención a quien la
promueve y rectitud en su desarrollo. Claro está que no le está permitido
a cualquiera emprender una guerra, sino solamente para rechazar las
injurias dentro de los límites de la justa defensa.

Bien lo apunta el Papa Inocencio remarcando que todas las


leyes y todos los derechos permiten a cualquiera defenderse y repelerla
fuerza con la fuerza así como su propia defensa1.

Justificar una guerra requiere a quien la emprende un buen fin


acompañado de una recta intención2, debido a que la virtud y el deber
son de tal naturaleza, que si les falta algún de sus números, pierden el
nombre de virtud y deber3. Ya que si posee la acción un buen fin, atara
consecuentemente las demás operaciones a la virtud del fin propuesto.

De vital importancia en esta materia que ahora abordamos, es la


de la intención que lleva consigo el que propone llevar a cabo una
contienda bélica porque en su interior peligra que todo el desarrollo de la
operación sea moralmente nefasto e injusto. San Agustín lo declara
diciendo: luchar en si no es delito; pero si es pecado luchar por el botín.
Lo mismo que nada tiene de crimen llevar a cabo el gobierno de una
nación, pero si es delito gobernar con afán de usura y fines poco
virtuosos. Así como también es el ansia de dominación y otras cosas
semejantes las que se condenan en las guerras4.

1
Concilio lugdunense.
2
Intensión respecto a lo propiamente militar como lo que atañe a las
leyes morales.
3
Dionisio.
4
San Agustín

1
Con presencia y fortaleza de ánimo se hace frente a una guerra
por causas justas y necesarias; actuando cuando el deber exija llevarla a
cabo, siendo propio del hombre magnánimo y valeroso afrontar el peligro
o imponer justicia cuando las circunstancias lo exijan. Así es que nunca
se debe apetecer a la guerra en sí, sino que solo cuando es razonable
aceptara con la esperanza de un gran bien o incluso cuando la contienda
es el único camino por donde se llega a satisfacer una necesidad vital de
tal o cual nación, como puede ser la recuperación de cierto territorio que
por derecho es legítimo recuperar por medio del uso de la violencia.

Muchos pensadores griegos a lo largo de la historia entregaron


el deber de la guerra no a cualquier pueblo, sino, solo a aquellos que eran
gobernados por hombres sabios y prudentes, considerando que bajo su
mandato los pueblos que dominaren serian regidos por la virtud y la
misericordia. Considerando que la ofensiva no fuera otra cosa que un
medio para alcanzar la paz e instaurar la virtud desterrada en ese
territorio.

Es por esto que la guerra debe emprenderse luego de una gran


deliberación y agotamiento de todo medio pacifico posible, sin ser
provocadas ni movidas por interés alguno. Bien lo marca san Agustín,
enseñando que la guerra debe ser una necesidad, para que de la
necesidad nos libre Dios y nos conserve en la paz, pues no se busca la
paz como medio para la guerra, sino la guerra como medio para la paz.

En solución, cerramos indicando que la justicia natural aplica al


derecho de guerra, tanto en concepto como en manifiesto.

Bien vendrá traer a presencia aquellas precisas palabras de Juan


Ginés de Sepúlveda5 que dicen así: la guerra justa es poder vivir en paz

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Nació en Córdoba (España) en el año 1490 y falleció en Ledesma en el
año1573 .gran teólogo y filósofo. Cronista del emperador Carlos V y
Felipe II, siendo también tutor de este último. Amigo de Hernán Cortés.
En el colegio de Bolonia (auspiciado por los Medici, Carpi, Gonzaga y
el Papa Clemente VII) se le encargo la traducción de toda la obra de
Aristóteles. Cabe destacar que se enfrentó personalmente con Martín
Lutero que por aquella época agito a Europa, a causa de su herejía

2
y tranquilidad con justicia y virtud, quitando a los malvados la facultad
de hacer daño y pecar, y velar por el bien público de nuestra
humanidad. Este es también el fin de todas las leyes justamente
promulgadas en una república recta y normalmente constituida

Deber de declarar la guerra

Toda nación se encuentra regida por un conductor, siendo este el


responsable de todo lo que se haga y se deje de hacer en su territorio. Es
por esto que no podemos hacer vista ciega a que junto a las guerras se
sitúan los responsables de declararla, esto es denunciar la injusticia por la
cual se corrompe la legislación, por medio de la cual se toma causa justa
para proceder a la guerra.

Bien sellamos que declarar la guerra corresponde


exclusivamente al príncipe, representante y modelo del poblado que
usando la autoridad que bajo Dios se muestra, debe hacer público
llamamiento a las armas por ser este emplazado una de las cosas que más
directamente atañen a la soberanía de la ciudad o nación.

San Agustín ya nos advirtió muy severamente que el orden


natural acomoda a la paz de los mortales exige a que la autoridad y
determinación para declarar la guerra resida en el príncipe6

Toda guerra que no ha sido formalmente declarada debe


considerarse como una contienda injusta, nos declara san Isidoro. Ya que

religiosa. Además fue testigo del saqueo de Roma, donde fallecieron


heroicamente varios guardias suizos por defender al papa Clemente VII
cuando se trasladaba del vaticano hacia el satell santangelo; motivo por
el cual se les entrego definitivamente la custodia del Santo Padre
6
Disputa contra fausto

3
el gobernante debe poseer legítima autoridad al momento de realizar el
llamamiento agresivo. Para que así, la razón del justo fin sea la cosa
principal, y la rectitud de la obra el efecto dominante de los demás.

Sentara Santo Tomas en la suma teológica que la guerra debe


ser declarada por la suprema autoridad, pues la persona particular no
tiene derecho para convocar a la ciudadanía, y en sus contiendas
particulares debe recurrir a la autoridad.

Es preciso enunciar que toda beligerancia que no ha sido


formalmente declarada o bien quien la declara no tiene autoridad
justificada, no ha de considerarse guerra sino defensa; cuya única
justificación debe medirse según las circunstancias de la legitima
defensa.

La guerra como derecho natural

Es necesario remarcar y decir que no todas las guerras están


prohibidas a los cristianos, si esta es para reparar la injusticia y sucederla
con la virtud. Más bien le está permitido a todo hombre por derecho
natural, pues hay que tener muy en consideración que si se hace por
derecho o ley natural se hace también por derecho divino y ley
evangélica.

No siempre es necesario ir a buscar las pruebas de esto con las


obras, ya nos decía san Agustín que basta con la preparación del
corazón de estar dispuestos a hacer lo que exija la ocasión o razón de la
ley natural. También llega a hora la sentencia de Graciano advirtiendo
que no otra cosa se nos manda por el derecho natural que lo que Dios
quiere que se haga, ni otra cosa que se nos prohíbe sino lo que Dios
prohíbe que se haga. Conforme a ello vamos encuadrando que toda ley
natural tiende a la salud y el bienestar en un pueblo o nación por medio
del ejercicio de su virtud; por consiguiente es preciso determinar que no

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solo se deben tomar las armas por un mero deber hacia Dios o la Patria,
sino también por una ley natural a la que todo hombre de bien debe
cumplir obligadamente. Así decimos que la recta razón y la recta
inclinación al deber, aceptando las obligaciones que la virtud imponga,
esto es y se llama ley natural.

San Pablo se refirió a los hombres que eran buenos entre los
paganos, y que a pesar de no ser cristianos guardan una recta conducta
causa de la ley natural, alagando que ellos son ley por sí mismos, porque
muestran la obra de la ley grabada en sus corazones. Continuado a ello
llega a hora aquel texto de san Cipriano donde visiblemente expresa que
la ley divina escrita en nada repugna a la ley natural, sino que tan
gravada esta por Dios en el alma racional la reprobación del mal y la
elección del bien, que de esto nadie puede alegar excusa, pues todos
tienen el discernimiento y poder para conseguir estas cosas.

Ha de ser que tan solo con la contemplación de la ley natural


podemos llegar al perfecto entendimiento de que en ciertas ocasiones es
justo y hasta moral el residir en la postura del suceso de una guerra justa.
Situando la sentencia de que la guerra nos es más que un medio para
alcanzar la paz y la justicia de la ley moral, que por naturaleza cada
hombre debe cumplir, incluso sin tener que recurrir a los plebiscitos de
pronunciamiento cristiano.

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