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Los libros históricos.

Los libros históricos en el antiguo testamento tratan sobre la formación del pueblo de Israel, cuenta con una
cantidad de obras narrativas que hay en el AT. Los libros históricos narran la historia del pueblo de Israel.
Se basan en crónicas o anales históricos, pero no dan una visión científica de la historia, sino una perspectiva
de fe. Es una historia sagrada en la que los historiadores son teólogos que descubren la presencia salvadora
de Dios en el acontecer diario.
¿Qué es lo que cuentan estos libros? Son la continuación del pentateuco, el pentateuco le falta algo empieza
con la promesa de la tierra, pero no se cuenta la realización de esa promesa, en cambio el libro de Josué
cuenta como los israelitas se apoderan de la tierra de Canaán y como la reparten, por consiguiente el libro
continua la narración del pentateuco.
Josué
En forma esquemática, y épica a veces (6-8, 1-29; 9-10), describe la conquista rápida y total de Canaán por
Josué (2-12), si bien algunos textos (13, 1-6; 16, 10; 17, 12-16) y el libro de los jueces (c 1) nos dicen que
ésta fue larga y azarosa; además se le atribuyen victorias conseguidas por otros (12, 10). Su objetivo es
probar la fidelidad de Dios a su promesa de entregar (13-22) su tierra (3, 11; Lev 25, 23) en herencia a su
pueblo (Gen 12, 7; 15, 18; Dt 4, 1; 6, 10-15, etc.). Dios estará con Josué en esta empresa (1, 5-9), a
condición de que tanto él como el pueblo permanezcan fieles a la ley (1, 6-9; 23), reconociendo a Yahveh
como a su único Dios (24, 14-18, 21). En caso de mezclarse con las gentes del país y postrarse ante sus
ídolos (23, 12-16), Yahveh se irritará contra ellos, arrebatándoles con la cooperación de estas mismas gentes
la tierra buena que él les ha dado (1, 1-5; 23, 16), y en la cual Israel habita en calidad de huésped (Lev 25,
23). Todo el libro resalta el significado religioso de los acontecimientos; la conquista de Canaán por Israel y
su reposo en esta tierra es un episodio de la historia de la salvación, el cual apunta hacia el ingreso en el
reino de Dios (Mt 25, 34) y el descanso eterno en él.
Jueces
Pero una vez que muere Josué, inmediatamente se habla de una época posterior que es la época de los
jueces. La época de los jueces es una época caótica, facialmente podemos decir que la época es una heroica
donde unos grandes personajes de Israel salvan a Israel en los momentos de peligro, esa sería un poco una
visión de estos libros por ejemplo, Gedeón que salva de los madianitas, a Devora que salva al pueblo de
Sisara y los cananeos. Sansón que salva de los filisteos. Es una época heroica lo que se hace es recordar a
los grandes héroes del pasado. Pero cuando uno le detalladamente este libro se da uno que no tiene nada de
heroica esa época, lo que los autores quieren subrayar es como el pueblo recurre fácilmente a la idolatría. El
Dt inculco un solo Dios al que hay dar culto y no se puede dar culto a ningún dios extranjero y el pueblo está
dando culto a Baal- porque a Baal y a su esposa Astarté. Porque el pueblo al establecerse en la tierra
prometida se dedica a la agricultura y para la agricultura es necesario la lluvia y piensan que Yahvé es un
Dios capaz de salvar de Egipto y conducir por el desierto pero de lluvia a n entiende nada. Y entonces el
dios de la lluvia es el dios cananeo Baal, por consiguiente dan culto a Yahvé pero también dan culto a Baal
para que les garantice la lluvia, la fecundidad del ganado etc. Por tanto en el libro de los jueces se va
indicando como el pueblo comente continuamente el pecado de idolatría, dios los castiga a través de un
pueblo enemigo que lo invade y entonces cuando el pueblo ve lo que Dios le está haciendo, se arrepiente le
clama a Dios para que lo salve y entonces ya no confía en Baal sino que confía en Yahvé y entonces le pide
a Dios que los salve y Dios envía a un juez. Acabo de cierto tiempo van a dar culto a una cantidad enrome
de dioses, (Jefte) buscar texto bíblico. Encontramos fallas en los mismo jueces por ejemplo Gedeón, un juez
muy miedoso, que no confía en Yahvé y que le pide a Dios pruebas para decirse salvar a su y que termina
cayendo en el pecado de idolatría y esto llega al culmen en sansón un personaje mujeriego, que lo primero
que hace es casarse con una filistea, es decir todo lo que debe hacer un buen israelita, permanecer fiel al
señor y no casarse con ninguna mujer extranjera. Sansón no lo cumple. Los otros jueces aunque siempre
contaban con el pueblo para salvar a su pueblo…no se puede comentar que el libro de los jueces es
simplemente el relato de lo que ocurre entre Josué y la conquista de la tierra y la aparición de la monarquía.
Por tanto, libro de los jueces quiere remarcar e indicar que esa época es una época de una corrupción tan
absoluta que va a necesitar la aparición de la monarquía.
 Libro primero y segundo de Samuel. A base de las memorias de David (2 Sam 9-20; 3 Re 1-2), del
tiempo de Salomón, escribas, sacerdotes y profetas (Jer 18, 8) penetraron más profundamente durante la
historia de los reinos de Judá y de Israel en el sentido teológico de los acontecimientos que culminaron con
la entronización de David. Para este fin recogieron e interpretaron antiguas tradiciones sobre el tránsito del
período de los jueces a la monarquía (1 Sam 1-7), sobre la institución de la misma (1 Sam 8-11), sus
primeros pasos y vicisitudes (1 Sam 12-31) y su afianzamiento con David (2 Sam 1-8). Durante el exilio un
autor anónimo las compiló junto con otras de espíritu Deuteronomio (1 Sam 7 y 12; 4, 18; 2 Sam 2, 10-11;
5, 4-5; 7) para explicar la situación presente a la luz de la anterior historia religiosa. David es el punto
central de su meditación teológica, con derivaciones hacia el pasado y el porvenir. A diferencia de lo
sucedido antes (Saúl) y después (reyes de Israel y Judá), su persona y su reino no desplazaron a Yahveh, el
rey indiscutible de Israel, del cual David fue lugarteniente y representante visible. Con David la antigua
alianza se concreta en forma de reino de Dios. Éste, por el pacto (Sal 132, 17) con la dinastía de David,
cuyos descendientes son hijos adoptivos de Dios (2 Sam 7, 14), durará eternamente. Si ellos obran el mal,
«serán castigados con varas de hombres», pero la misericordia de Dios no se apartará de su pueblo por amor
a David (2 Sam 7, 14-15; Sal 89), de quien él hará surgir un vástago (Jer 23, 5), un Ungido del Señor que
ocupará el trono de Israel (Jer 33, 17). El pueblo cristiano descubre esos rasgos (Mt 12, 23; Jn 4, 29; 7, 40)
en el Mesías llegado en la plenitud de los tiempos (Gál 4, 4), el cual es hijo de David (Mt 15, 22; Mc 10, 47-
48), aunque superior a él (Mt 22, 44-45), y por la resurrección ha sido entronizado en su gloria regia y
constituido por Dios en «Señor y Cristo» (Hech. 2, 34-36).
Libros de los Reyes. Los compuso un autor anónimo en la cautividad para invitar a los exiliados a la
reflexión sobre las causas morales que acarrearon la trágica situación de Israel en tierras extrañas. Describen
a grandes rasgos, con ideas del Deuteronomio y de Jeremías, la marcha de los reinos de Judá e Israel a partir
de David hasta la cautividad. En el desarrollo de su tesis religiosa el autor cita los hechos más importantes,
que él ha recogido en diversas fuentes históricas, proféticas, sapienciales (1 Re 14, 19.29; 17, 1-2 Re 1-13) y
canónicas, enjuiciándolos a la luz de la teología de la alianza y de la teocracia. Esos hechos demuestran que
los reyes de Israel, empezando por el pecado de Jeroboam (1 Re 15, 26.29-30, 34, etc.) y siguiendo por la
idolatría formal (1 Re 16, 26), terminaron en el culto al Dios sirio Baal (1 Re 16, 25.30-33) y en la
deportación (721). Pocos reyes de Judá imitaron la conducta de su padre David (2 Re 18, 3; 22, 2); la
mayoría, o fueron remisos en abolir los lugares altos (1 Re 15, 11-14; 2 Re 14, 3-4), o fueron directamente
malos (2 Re 8, 18-19; 8, 27; 16, 2-4; 21, 2-6). Ese proceder explica por qué Dios los arrojó de su heredad (4
Re 23, 27). Pero el exilio es una pena medicinal. Ya la liberación y rehabilitación del rey Joaquín (2 Re 25,
28-29; Jer 52, 32-33) preanuncia que no faltará a Judá una lámpara que luzca perpetuamente (2 Re 8, 19) en
un futuro glorioso, cuando habrá un solo Dios, un solo templo, un solo pueblo y una nueva alianza, con una
comunidad israelita más espiritual que étnica, en la cual está prefigurada la Iglesia (Rom 11, 4).
Esdras y Nehemías. Relatan la vuelta del exilio y la reconstrucción del templo (Esd 1-6), la reparación de
los muros de Jerusalén y su repoblación (Esd 4, 6-23, Neh 1-13), así como el restablecimiento de la ley (Esd
7-10). En el exilio Israel meditó sobre su pasado, que se presentaba como un tejido de transgresiones. Su
historia y la acción de los profetas le invitaban a proyectarse hacia el futuro mirando a las experiencias del
pasado. Puesto que fue castigado por su infidelidad a los mandamientos de Dios, el resto de los justos se
decide a meditar más profundamente sobre el contenido de la ley, que se impone como norma de fe y
costumbres (Neh 10, 29-40). El sentimiento religioso se arraiga, el yahvismo se perfecciona, y se desarrolla
un culto sin relación al templo visible. De la cautividad saldrá un Israel con espíritu nuevo (Ez 11, 19) y
corazón nuevo (Ez 6, 9; 11, 19), el cual pactará una nueva alianza con Yahveh (Ez 11, 20; 16, 60-62). A
pesar del aislamiento se abren paso en Israel el universalismo religioso y un espíritu misionero. La vuelta a
su heredad por el decreto de Ciro (538) hace entrever el resurgimiento de un Israel más santo, más
purificado, con una concepción más espiritualizada del reino de Dios.
Libro primero de los Macabeos. Fue escrito en hebreo, entre el año 103 y 76 a.C., por un judío saduceo,
contemporáneo de los hechos narrados (175-135 a.C.) y ferviente admirador de los asmoneos, los cuales a su
juicio estaban predestinados para salir victoriosos de la lucha entre el helenismo (incluidos los judíos
sincretistas, 1, 12-16) y el yahvismo (5, 62). De aquél, personificado en Alejandro Magno, salió un «retoño
de pecado» (1, 11), Antíoco Epifanes, que desencadenó la rebelión y la resistencia judía por colocar la
«abominación (siqqes)  de la desolación» (mesbommem 1, 57; Dan 9, 27; 11, 31; 12, 11) sobre el altar,
desplazando con ello el Baal Shamem (Zeus Olympios), a Yahveh de su trono (O. EISsFELD, Baalsamem
und Yabvé, ZAW 57, 1939, 1-31). Confiando en que Dios los llevaría a la victoria final (2, 59-61; 4, 8-11;
30.55; 12, 15; 16, 3), muchos israelitas empuñaron las armas dispuestos a morir en defensa de su pueblo y
de su ley (2, 50.64). Dentro de la línea de Jue, Sam y Re, el autor describe las incidencias de la lucha desde
el punto de vista de su significado religioso. La situación trágica que se ha producido es un castigo pasajero
y medicinal; Dios lo ha impuesto por los pecados del pueblo (1, 66), infiel a la ley. Es obligación de cuantos
cumplen la ley cambiar la situación (2, 67), lanzándose activamente a esta empresa bajo la dirección de los
Macabeos, con fe en las promesas de la alianza, y así la lucha victoriosa hará posible el cumplimiento de la
ley y paralizará la obra de los pecadores (2, 48). Dios, artífice de la historia, ayudará al pueblo a conseguir el
triunfo. Por eso los israelitas, aunque no se atreven a pronunciar su nombre por un excesivo respeto, lo
invocan antes de los combates (3, 18-22; 4.10-11; 9, 48; 11, 71) y le piden consejo. Como carecen de profeta
(4, 46; 9, 27; 14, 41), ellos se atienen a la Torá (3, 48), la cual contiene la palabra de Dios y cuya
observancia asegura la continuidad del trono del David «por los siglos de los siglos» (2, 57) y la posesión
pacífica de la tierra prometida.
El libro segundo de los Macabeos, escrito en griego hacia el 120 a.C. por un judío alejandrino, describe en
un tono retórico y patético la lucha religiosa entre el judaísmo (2, 21; 8, 1) y el helenismo (4, 13) en torno al
templo de Jerusalén, desde el año 175 hasta el 160 a.C. Es un epitome de la obra en cinco tomos de Jasón de
Cirene (2, 20-23). El templo, el más célebre del mundo (2, 23), el santuario más importante de los judíos
(15, 18), ha sido saqueado y profanado por los reyes seléucidas y por los apóstatas judíos, aprovechándose
de que Dios estaba momentáneamente irritado por los pecados de su pueblo (5, 17). Pero la muerte de los
mártires aplacará la ira divina (4-7) y restaurará con todo esplendor el lugar santo (5, 20). Con la ayuda de
Dios (5, 21), Judas Macabeo sale victorioso de la lucha y lo purifica (8, 1-10, 9); los repetidos conatos de
profanarlo nuevamente fracasan (10, 10-13. 26; 14, 1-15.37). La purificación del templo fue solemnizada
con la fiesta de la Hanukkah (1, 9.18; 10, 1-8; 1 Mac 4, 36-39) y la muerte de Nicanor (15, 28-35) quedó
exaltada con la celebración del «día de Nicanor» (1 Mac 7, 45-50; 2 Mac 15, 36-37). Los enemigos del
templo fueron castigados (3, 24-29.39; 5, 7-10; 9, 1-28; 13, 6-8; 14, 33; 15, 28-35) y obligados a confesar la
santidad del lugar (3, 2; 13, 25). El triunfo de la ley, de la religión, del judaísmo es total. No cabe ningún
compromiso (4, 7-17) entre el helenismo impío y la ley santa (6, 23-28), el Dios santísimo (14, 36), el
sagrado templo (2, 22) y el pueblo santo de Dios (15, 24) y herencia suya (1, 26).
Dios pone sus ángeles buenos (11, 6; 15, 23) a servicio de los que luchan por la fe judía; los justos, ya
glorificados, interceden por ellos (15, 12-16); y, si los soldados caen en la lucha envueltos en alguna
impureza (12, 40), se benefician de las oraciones de los vivientes (12, 41-46) mientras esperan la
resurrección (7, 9; 9, 11-14; 14, 46) y la retribución en la otra vida (6, 26). En cambio, los impíos recibirán
en el juicio divino el justo castigo por su soberbia (7, 36). Los santos no sólo luchan por poseer aquí la tierra
prometida, sino también por una magnífica recompensa (7; 14, 45) en el mundo que empieza con la
resurrección, en el reino de los santos (Dan 12, 1-4).

Novelas históricas
A) El libro de Rut, por la genealogía de David (4, 22, obra de un glosador) y por las palabras < en el tiempo
en que gobernaban los jueces» (1, 1), fue sacado del canon de los ketubím (hagiógrafos) y colocado entre los
libros de los jueces y los de Samuel (LXX, Vg.) Fue compuesto en la primera mitad del s. v a.C. Su autor
describe la incorporación de Rut, aun siendo moabita, al pueblo hebreo por las leyes del goel y del levirato
(4, 1-12). Como reacción contra la ley de los matrimonios mixtos (Esd 9-10, Neh 13, 1-3.23-27), defiende
una posición más universalista, basándose en una antigua tradición familiar que consideraba a Rut como
abuela de David (4, 17; 1 Sam 22, 3-4). A diferencia de los hombres, Dios no rechaza a la moabita que le
escoge como Dios suyo (1, 16); más bien, viendo su fe, devoción y piedad filial, la incluye en la lista de los
ascendientes de David (Mt 1, 5), del que saldrá el Mesías, el cual será luz que ilumine a los gentiles y lleve
la salvación mesiánica hasta los confines de la tierra (Lc 2, 32; Is 49, 6.8 [LXX]).

b) Tobías. Este libro, obra de un autor anónimo (s. iii-zv a.C.), refiere una historia, inspirada en gran parte
en la Sabiduría de Ahikar, cuya finalidad es enseñar la providencia de Dios para con los que le sirven (12,
7). Aunque éstos sufran grandes calamidades, Dios les devolverá el bienestar, pues las desgracias no son
otra cosa que una prueba divina para acrisolar su virtud. Rafael se encarga de presentar a Dios sus oraciones
y buenas obras (12, 12-14, passim). El libro hace hincapié en la santidad del matrimonio. Inculca la oración,
el ayuno y todas las formas de caridad para con el prójimo (4, 319; 12, 6-10; 14, 8-11). Es un edificante libro
de familia, cuya lectura todavía no ha perdido nada de su actualidad.
c) El libro de Judit, barajando nombres, reales o fingidos, de personajes y lugares geográficos, describe la
acción del paganismo, personificado en Nabucodonosor, contra el yahvismo (6, 1-3). Pretende probar la tesis
de que nadie prevalecerá contra Israel, mientras éste se halle libre de culpa o pecado contra su Dios (5, 20),
pues Yahveh lo protegerá y estará con él (5, 21). De ahí que la esperanza del verdadero Israel en su Dios
deba ser ilimitada. Aunque Yahveh le azote, él no busca el castigo, sino la amonestación de sus servidores
(8, 27). Basta a Dios un instrumento tan débil como es una viuda para vencer sobre todos los imperios de la
tierra. Aunque el relato histórico puede ser una mera ficción, sin embargo, lo que el libro enseña es un
verdadero consuelo para los creyentes.
d) El libro de Ester. Consta de dos partes: la primera parte (1, 1-10, 4) y la deuterocanónica (10, 5-16, 24).
En la primera no se menciona explícitamente el nombre de Dios, en la segunda, sí. Esta segunda parte suele
intercalarse en el contexto de la primera, aunque no encaje perfectamente (3, 2-6 y 12, 6; 2, 9 y 11, 3; 6, 3 y
12, 5; 9, 20-28 y 16, 22). Con esta composición griega, la cual no tiene el carácter de una adición o de un
suplemento, Lisímaco, que la escribió al final del tiempo de los Macabeos (10, 13 ), quiso ofrecer a los
judíos de la diáspora en Egipto una obra que fuera más fácilmente legible en un ambiente helenista. Para ese
fin, además de traducir al griego el texto hebreo, suprimió los pasajes excesivamente hostiles a los gentiles
(9, 5-19), y así lo humanizó, dándole un carácter menos nacionalista y más religioso. A pesar de las
sorprendentes analogías con lo que Heródoto (3, 68-69) y el tercer libro de los Macabeos escriben, más que
de una historia propiamente dicha se debe hablar de una novela histórica, en la cual se enfrentan el judaísmo
y el paganismo, el Dios de Israel y la astucia y malicia humana. Las dos fuerzas antagónicas están
personificadas, respectivamente, en Mardoqueo, el judío (5, 13; 6, 10; 8, 7) y en Amán, el agagita (3, 10; 8,
3.5; 9, 24; 1 Sam 15, 9). A pesar del carácter religiosamente neutro del texto hebraico, se vislumbra en él la
fe en la divina providencia (4, 13-14; 3, 1; 4, 16) y en la acción eficiente de Dios sobre su pueblo. El Dios
justo no tolerará que los malos triunfen sobre los buenos. Esta protección divina con relación a Israel está
expresada en las palabras de Zeres, mujer de Amán, y de sus amigos: < Si el Mardoqueo ese, delante del
cual has comenzado a caer, es de la raza de los judíos, no lo vencerás, sino que acabarás de sucumbir ante
él» (6, 13). El aspecto sanguinario y nacionalista del libro se suaviza si tenemos en cuenta cómo su autor
hace más hincapié en el cambio de la situación por obra de Dios que en el desquite judío. El libro quiere ser
un aviso para todos los enemigos del pueblo judío, y a la vez pretende advertir a éste cómo su vida entre los
gentiles depende exclusivamente del apoyo divino, el cual no le faltará si él lo implora con fe y confianza.

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