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Biviana Hernández - El Neobarroso Camp de Perlongher - 2012
Biviana Hernández - El Neobarroso Camp de Perlongher - 2012
issn 0716-0798
Biviana Hernández
Universidad Austral de Chile
biviana.hernandez@postgrado.uach.cl
This article explores the poetic writing Néstor Perlongher (1949-1992), through aes-
thetic camp. For our purposes, a discursive strategy that translates to writing the
theoretical discussion of aesthetic representation as a political production mechanism
in the context of those practices (performative) of redefinition of the normative con-
struction of gender conventions. We will use this figure, then, as the axis discursive,
rhetorical, but respecting the theoretical and political discussion that is at its base, to
address neobarroc(s)a textuality of Perlongher as a significant proliferation writing (in
form), as body and violence (in content). A performance writing, criticism and politi-
cal resistance against the thought patterns and behaviors socially coded biopower or
biopolitics, which determine the control devices of sexuality.
Keywords: Néstor Perlongher, neobarroca writing, neobarroso, camp.
* Este trabajo forma parte de las actividades realizadas en el marco de una pasantía doctoral
en la Pontificia Universidad Católica de Chile, durante el primer semestre de 2011, con el
apoyo del Ministerio de Educación a través del Programa MECE Educación Superior, Proyecto
MECESUP AUS 0809; y del proyecto FONDECYT REGULAR Nº 1100446: “Neovanguardias
de la poesía hispanoamericana (1960-1988): heterogeneidades, mutaciones, migraciones”,
a cargo del Investigador, Dr. Oscar Galindo Villarroel.
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R. Echavarren
1 Su obra poética incluye: Austria-Hungría (1980), Alambres (1987), Hule (1989), Parque
Lezama (1990), Aguas aéreas (1990), El chorreo de las iluminaciones (1992), y la recopilación
Poemas completos (1997), hecha por Roberto Echavarren. Entre sus ensayos: El fantasma
del SIDA (1990), La prostitución masculina (1993) y El negocio del deseo (1999), que
luego fueron publicados conjuntamente en Prosa Plebeya (selección de Christian Ferrer y
Osvaldo Baigorria, 1997), y Papeles insumisos (selección de Reynaldo Jiménez y Adrián
Cangi, 2004). Los poemas aquí citados corresponderán a Poemas completos (1997), edición
de 2003, hecha por Roberto Echavarren.
2 Refiriéndose a Tengo miedo torero (2002), de Pedro Lemebel, Berta López arguye que la
lengua marucha no es sino la creación de un lenguaje propio, “dueño de una intensidad que
trae a la superficie una marginalidad de naturaleza sexual y donde el sujeto de la enunciación,
situado en el margen de la sociedad, se ve imposibilitado de escribir como los maestros de
su lengua, por lo que debe explorar otros medios lingüísticos, expresar otra sensibilidad y
otra línea de acción que permite nombrar, sentir y vivir el amor entre personas del mismo
sexo. Esta lengua homoerótica, homosexual “desterritorializa” el amor heterosexual e implica
no solo un programa vital sino también un proyecto político” (2005: 125).
3 En palabras del autor: “Algo que parece constitutivo, en filigrana, de cierta intervención
textual que afecta las texturas latinoamericanas: texturas porque el barroco teje, más que
un texto significante, un entretejido de alusiones y contracciones rizomáticas, que transforma
la lengua en textura (…) Digamos que el barroco se “monta” sobre los estilos anteriores por
una especie de “inflación de significantes”: un dispositivo de proliferación (…) saturación,
en fin, del lenguaje “comunicativo” (Perlongher 1993: 49-50).
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fue una revista de literatura, psicoanálisis y crítica literaria y de la cultura, fundada
en Buenos Aires por Germán García, y editada entre los años 1973-1977. En lo que respecta
al periodo de los 70-80s en Argentina, en que la cohesión de grupo fue casi inexistente,
el mismo Perlongher destacó la figura “marcante” de Leónidas y Osvaldo Lamborghini, así
como de los demás miembros del grupo de la revista, Luis Guzmán y Luis Thonis.
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Lo que explica para el autor que el poema neobarroso oculte algo más
obvio que su revelación del simulacro estético, social e histórico de la época.
Una deuda, bajo parodia, arguye, con el concepto de neobarroco acuñado
por Lezama Lima, mas no como algo a pagar cuanto a reconocer. Por lo que
no podría considerarse la propuesta neobarrosa como un movimiento esté-
tico organizado. Lo que existiría como antecedente de su “formación”, sería
simplemente la tentativa de “conjuntar” una serie de prácticas poéticas,
encaminadas a poner en cuestión una o varias concepciones de la poesía de
los últimos tres decenios del siglo XX.
5 Oscar Galindo ha identificado algunos de los ejemplos más notables de este nuevo repertorio
en las artes visuales y la poesía del periodo: “Diagonal Cero, Tucumán Arde, Nosferatu y El
Lagrimal Trifulca en Argentina, Hora Zero en Perú, el Infrarraelismo en México, El Techo de
la Ballena en Venezuela, el Nadaísmo en Colombia, CADA en Chile, aparecen en la escena no
solo como un quiebre en las disciplinas provocando expresiones heterogéneas y mutantes, sino
también que directa u obliteradamente expresan el gesto político de su ruptura (…) Los 60
dan lugar a un tipo de textualidad ambivalente, que cuestiona las dimensiones taxonómicas,
genéricas y disciplinarias convencionales. Con la generación de “los nuevos” en Perú (Antonio
Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Mirko Lauer) ingresan a la poesía hispanoamericana los aportes
de la tradición anglosajona y una preocupación sociológica, histórica y antropológica que
atraviesa el discurso poético en busca de nuevos mecanismos de representación de lo
real. En el caso de la poesía argentina de los 60 los críticos suelen coincidir en su marcada
tendencia al realismo, a las preocupaciones sociopolíticas, pero también supone abrirse a la
cultura de los mass media, el cómic, la publicidad. Fundamentales por su aporte renovador
fueron El saboteador arrepentido (1955) y Al público (1957) de Leónidas Lamborghini (…)
y Violín y otras cuestiones (1956) de Juan Gelman. En Chile la renovación y revisión de la
vanguardia se inicia con la publicación en el año 54 de Poemas y antipoemas de Nicanor
Parra; el 63 se publica otro libro fundamental: La pieza oscura de Enrique Lihn; también en
esta década aparecen los primeros libros de Oscar Hahn y Gonzalo Millán y al iniciarse los
70 los primeros poemas de Juan Luis Martínez y Raúl Zurita, aunque su poesía se desarrolla
con propiedad a partir de fines de esta década” (2009: 68).
6 Los autores que reúne la antología de Mallén bajo este membrete son: Carlos Germán
Belli, Carmen Berenguer, Coral Bracho, Gerardo Deniz, Roberto Echavarren, Eduardo Espina,
Reynaldo Jiménez, José Kozer, y David Rosenmann-Taub.
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7 Cf.el estudio crítico de Mallén, Con/figuración Sintáctica. Poesía del des/lenguaje (2002).
8 En su forma de uso corriente, el término procede de la sigla en inglés DRAG (dressed
as a girl), en alusión a los homosexuales que intentan representar, por su vestimenta y
maquillaje, una caricatura de mujer mediante el espectáculo o la actuación.
9 Moe Mayer (1994) define el camp como manifestación del discurso queer, en respuesta
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Recuérdese: “No queremos que nos persigan, ni que nos prendan, ni que
nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen,
ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que
queremos es que nos deseen” (Perlongher 1997: 43).
No lejos de esta lectura, José Amícola (2000) arguye que el camp implica
la exacerbación de una teatralidad para la que el arte pop habría creado sus
condiciones de posibilidad, en su aparición como vuelta de tuerca de una
ruptura que se venía dando desde la época de las vanguardias históricas12.
Mientras que Ludwing Giesz (1973) lo define como un artificio de segundo
grado en la parodia neobarroca, en tanto que teatralización hiperbólica de la
feminidad en la cultura gay de los 60, sobre todo con relación a las prácticas
performativas de carácter colectivo y político de la época (se refiere a las
drag queens con su demostración pública del travestismo y la homosexuali-
dad exagerada, reafirmando la tesis de Mayer). Prácticas que exaltarían su
potencial subversivo en el gesto de exponer la artificiosidad de las diferencias
de género, que, a la postre, terminarían por desestabilizar la frontera entre el
ámbito cerrado de la representación escénica (o de la recreación doméstica)
y el espacio público de la reivindicación política.
10 Valga confrontar la noción de camp con el término gender, entendido por Laqueur
(1990) como estatus social del sexo, y como principio estructurante o mecanismo social de
regulación, por Butler (1990). Recordemos que esta propuso la categoría de gender trouble
a partir de la marca relacional que asumía el cuerpo diferencialmente sexuado, en vista
de asegurar la identidad y, de ese modo, determinar todo lo que hubiere de discontinuo,
anómalo o incoherente en el sujeto.
11 El término se aplica a las prácticas homoeróticas entre lesbianas, en las que una parte
aprovechan el río revuelto son los grupos sediciosos sociales que han hecho de la imitación
también un mito: con ellos se impone su nueva autodenominación en la escena ahora
apelada ‘gay’” (Amícola 2000: 65).
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13 Ellunfardo corresponde a la lengua del arrabal porteño: “una mezcla de voces italiano-
castellanas característica del lumpen, a veces al borde de la delincuencia. Lengua un poco
en clave que pasa al tango y a la poesía urbana” (Sebreli 2000: 74).
14 En atención a la obra de Franz Kafka, Deleuze y Guattari (2001) se refieren a una literatura
menor como aquella que desarrolla una “minoría” (sexual, étnica, de clase) dentro de una
lengua mayor (la desterritorialización del idioma), al tiempo que una literatura donde todo
es político y en que todo adquiere un valor colectivo.
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15 La interpretación de Cangi (1996) sobre la estética del tajo y del tatuaje, tematizadas
por Perlongher en Prosa Plebeya, distingue dos cesuras de una lógica punzante: “(…) si la
inclinación al tatuaje robustece la pulsión ornamental, la pantomima y el travestismo (…)
la acción de tajear nos expone ante la pulsión destructiva y el mundo de sus desechos,
profundamente ritual y conectora entre la lengua y el cuerpo, entre la inscripción y la carne (…).
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¿Él o ella? o ¿se trata de un mismo cuerpo perseguido por la obscena gula
erótica sexual de la humanidad?, ¿un cuerpo que porta en sí los significantes
(biopolíticos) de los dos géneros?, ¿la representación del tatuaje como artificio
que robustece la pulsión ornamental, la pantomima y el travestismo? o ¿el
tatuaje que satura de artificio mimético y efímero –como el maquillaje– las
superficies del cuerpo, en una densidad compulsiva, hipertélica, amanerada
y de fasto? Decir si esto o lo otro no es tan importante como acotar que
no se trata de la identidad sexual del abyecto (élella), como tampoco del
tecnocuerpo que construye genéricamente el sujeto del deseo, pues, valga
recordar, que el de la escritura neobarroc(s)a de Perlongher será siempre
un cuerpo auto-biografiado y sin órganos. En él-ella (cuerpo y escritura) no
hay lugar para los sexos ni la diferenciación genérica, puesto que los cuerpos
ya han devenido otros; y en ellos, solo puede actuar la violencia del deseo
que es la única fuerza operante, presencia o acontecimiento puro, lo que
El tatuaje satura de artificio mimético y efímero –a la manera del maquillaje– las superficies
del cuerpo, en una densidad compulsiva, hipertélica, amanerada y de fasto, con propensión
a lo definitivo. El tajo, sin embargo –violencia reprimida del instinto, ritual efímero con su
aire de provisionalidad–, consigue expresar los dezhechoz al recuperar en el gesto el “jaleo”
y sus apetitos y pasiones” (1996: 72-73). Ello explica que lo que se “distribuye” alrededor
del tajo o aquello que erosiona sus bordes, sean los instintos, los “grandes apetitos”, los
humores y las pasiones del cuerpo: “El tajo se actualiza en cada cuerpo en relación con
los instintos que le abren el camino. La operación del tajeo hace pasar el plano deseante,
ese ‘entre’, como magma fluido de conexión y agenciamiento –reino de androginia– que
enloquece y desmelena la escritura” (1996: 73). Lo destacado es nuestro.
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17 Cangi advierte la inadecuación de remitir el travesti a una arqueología del cuerpo andrógino,
tal como lo entendiera Sarduy, situado en un tiempo adánico e, incluso, antes del tiempo
mismo y de la separación física de los sexos, en su indiferenciación latente, de donde el
travesti, como el transexual, aspiraría en estadios diferentes a una hipermujer, “uno por
vía del ornamento de modo mimético, el otro a fuerza de arreglos y artificios genéricos”
(2004: 22). Que el travesti sea el gran tema de la simulación barroca sarduyana, explica
para Cangi no solo la complacencia del autor cubano en reforzar un ícono femenino, sino
también su error de considerar lo andrógino (en su visión, más como cifra de un deseo
que postura homoerótica) en la misma arqueología del cuerpo travestido, por sugerir ese
reduccionismo y conservadurismo que advirtiera Echavarren al interpretar Cobra: “un relato
como este, que traduce el andrógino al homosexual, el homosexual al travesti y el travesti al
transexual –a la mujer modélica que no puede tener pene ni pies grandes– puede parecernos
conservador” (Cangi 2004: 22).
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19 “La abyección persiste como exclusión o tabú en las religiones monoteístas, particularmente
en el judaísmo, pero deslizándose hacia formas más “secundarias” como transgresión (de la
Ley) en la misma economía monoteísta. Finalmente, con el pecado cristiano encuentra una
elaboración dialéctica, integrándose como alteridad amenazadora pero siempre nombrable,
siempre totalizable, en el Verbo cristiano” (Kristeva 2006: 27).
20 Mediante las nociones de “verbo” y “carne”, Daniel Torres (2010) analiza un corpus de
textos de los escritores Enrique Giordano, Manuel Ramos Otero y Néstor Perlongher –a
los que denomina “maricones”, en un sentido deconstructivo del término– en torno a una
lírica homoerótica hispanoamericana, configurada desde la construcción cultural del sexo.
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por qué
seremos tan disparatadas y brillantes
abordaremos con tocado de pluma el latrocinio
desparramando gráciles sentencias
que no retrasarán la salva, no
pero que al menos permitirán guiñarle el ojo al fusilero
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Opera aquí la voz feminizada del travesti como sujeto andrógino22, antes
que “homosexual” u homoerótico, conforme la feminización de la escritura
en el sentido que suscribe Richard (2008), esto es, como una operación
que resulta cuando una poética o una erótica del signo desborda el marco
de retención/contención de la significación masculina con sus excedentes
rebeldes: cuerpo, líbido, goce, heterogeneidad, multiplicidad, etc., a fin de
impugnar la lógica del discurso de poder dominante. Una voz que se sitúa en
un lugar de crítica frontal al asumir el estereotipo gay “amariconado” desde
su cuerpo tatuado (o tajeado), para atacar por medio de la pregunta retórica
“¿por qué?”. Pregunta que pone en entredicho esa suerte de “encanalla-
miento” del sujeto ante los modelos de la sexualidad política y moralmente
correcta o establecida.
22 Para
Echavarren, el andrógino es una figura ambigua y mutante por la mezcla de atributos
de género: “un rostro imberbe y suave enmarcado por bucles y resaltado por maquillaje
puede volverse ambiguo hasta un grado vertiginoso, que no se asimila sin problemas al
de la mujer, ya que el resto de la vestimenta puede dejar adivinar un cuerpo de hombre”
(2007: 45).
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Para concluir
Obras citadas
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