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6 Trastorno delirante crónico


Pedro Sánchez Gómez, Edorta Elizagárate Zabala
e Iñaki Eguíluz Uruchurtu

INTRODUCCIÓN

El trastorno delirante crónico se define, en la décima edición de la


Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10) (1), como trastorno de
ideas delirantes persistentes y, en la cuarta edición del Diagnostic and Statis-
tical Manual of Mental Disorders (DSM-IV-TR) (versión en castellano) (2),
trastorno delirante. Se trata de un trastorno mental caracterizado por la pre-
sencia de una o varias ideas delirantes conectadas entre sí y que persisten a
lo largo del tiempo y, en ocasiones, toda la vida.
La definición clínica de este cuadro se realiza en ambas clasificaciones
por exclusión, ya que fácilmente podría solaparse con otras enfermedades
mentales, de las cuales la esquizofrenia es la más próxima a él. Por eso, los
criterios diagnósticos se centran en características clínicas que permiten dis-
tinguir el trastorno delirante de otro tipo de enfermedades con presencia de
ideas delirantes.
Por un lado, se exige una duración mínima de presencia de ideas de-
lirantes para excluir los trastornos psicóticos agudos o las intoxicaciones
por sustancias. El DSM-IV-TR pide una duración mínima de un mes y la CIE-10
de 3 meses.
Las ideas delirantes deben presentarse de manera que se puedan dis-
tinguir de las que habitualmente aparecen en la esquizofrenia. La clasificación
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CIE-10 solicita la exclusión de las ideas delirantes típicamente schneiderianas de


primer rango, como son las ideas de control, la influencia o pasividad referidas
al cuerpo, los movimientos, los pensamientos, las acciones, las percepciones
delirantes, etc. El DSM-IV-TR exige que el contenido de las ideas delirantes no
sea extraño y que se base en experiencias que podrían ocurrir en la vida real.
Con esta misma intención de excluir la esquizofrenia, se pide que no
haya un cuadro de alucinaciones. Ambas clasificaciones admiten excepcio-
nes: el DSM-IV-TR afirma que pueden haber alucinaciones táctiles u olfativas
relacionadas con el tema delirante y la CIE-10 acepta excepcionalmente la
presencia de alucinaciones auditivas siempre que sean ocasionales, transito-
rias y no sean en tercera persona o comentando la propia actividad.

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Para evitar la confusión con las ideas delirantes de los trastornos afec-
tivos, la CIE-10 y el DSM-IV admiten la existencia de episodios depresivos
en el trastorno delirante pero exigen que las ideas delirantes persistan fuera
de las fases depresivas.
El DSM-IV señala un criterio adicional que entronca con la tradición
kraepeliniana: no debe haber un deterioro significativo de la actividad psico-
social, salvo por el impacto directo de la temática delirante. En este sentido,
bebe directamente de las fuentes de Kraepelin, quien, en su concepto de
paranoia, señalaba la ausencia de una evolución hacia el deterioro como
sucede en la demencia precoz. El sistema delirante estaba encapsulado, sin
afectar al resto de las funciones mentales. Este hecho era cardinal y separaba
conceptualmente a la paranoia o trastorno delirante de la esquizofrenia.
Se puede afirmar, en consecuencia, que la idea actual del trastorno
delirante deriva directamente del concepto de paranoia que propuso Krae-
pelin y que, conceptualmente, ambos son sinónimos. Durante décadas, la
paranoia desapareció en la psiquiatría y las personas con trastorno delirante
eran diagnosticadas de esquizofrenia. Se incluyó de nuevo como un trastorno
autónomo en el DSM-III, pero con una nueva denominación la de trastorno
delirante. Durante mucho tiempo, los términos paranoia, paranoide y para-
noico se habían empleado con distintos significados, tanto en el ámbito de
la psiquiatría como en el lenguaje común. Esto obligó a escoger un término
nuevo para evitar confusiones, que es el que ha llegado hasta la actualidad.
En las dos clasificaciones vigentes se recogen algunos subtipos de
trastorno delirante en forma de variedades que atienden a la temática del
delirio: persecutorio, celotípico, de grandiosidad, erotomaníaco y somático
de acuerdo con el DSM-IV. La CIE-10 enumera estos cinco subtipos (y deno-
mina hipocondríaco al somático) e incluye dos subtipos más: el litigante (o
querulante) y el autorreferencial.
Esta subdivisión recoge también la tradición kraepeliniana. Admite una
unidad en las características formales del trastorno delirante y una pluralidad
en los contenidos del delirio que generan subtipos de la misma enfermedad.
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CLÍNICA DEL TRASTORNO DELIRANTE

Las principales características clínicas del trastorno delirante son prác-


ticamente las mismas que Esquirol propuso hace dos siglos para lo que él
denominaba monomanía. El trastorno delirante, como se ha visto, está sub-
dividido en tipos de acuerdo con las clasificaciones CIE-10 y DSM-IV-TR,
recogiendo la tradición decimonónica que fue describiendo diversas entida-
des nosológicas atendiendo al contenido de la temática delirante. Hoy en día,
por el contrario, se han englobado en una única entidad –el trastorno deli-
rante crónico– y, de acuerdo con Munro (3), no se trata de tipos de enfer-
medad separados sino de variantes de un único tema psicopatológico.
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La clínica común a todos los subtipos del trastorno delirante puede ser
resumida en una serie de puntos principales:

• Los pacientes presentan un sistema delirante estable y persistente


que está relativamente encapsulado (3). Las creencias, emociones y
conductas relacionadas con ellas se mantienen aisladas y autoconteni-
das, y el resto de las áreas de la personalidad del paciente están pre-
servadas. Esto, como se señala a continuación, sucede especialmente
durante los primeros años de la enfermedad y es menos evidente a
medida que el cuadro se cronifica.
• Los pacientes viven inmersos en un alto sentido de la autorreferencia,
siempre relacionado con el contenido delirante que se sufre. Viven
algunos acontecimientos habituales de manera extraordinaria cuando
se ponen en relación con la temática delirante, hecho que sucede
con gran facilidad por la autorreferencialidad citada.
• El resto de las funciones mentales, no relacionadas con el trastorno
de los contenidos del pensamiento, están preservadas. No hay sig-
nos de alteración del curso del pensamiento, de la esfera emocional o
volitiva. Esto permite, especialmente en el inicio de la enfermedad,
mantener un grado de actividad social y laboral normal siempre que
éstos no interfieran con los contenidos delirantes. La ausencia de una
evolución deteriorante de las funciones mentales en el trastorno deli-
rante es nuclear en el concepto de la paranoia de Kraepelin e igual-
mente fundamental en los criterios diagnósticos actuales del trastorno
delirante crónico. Pero esta ausencia de evolución hacia el «defecto
esquizofrénico» se puso en duda desde poco después del propio Kra-
epelin, por lo que algunos autores, y durante varias décadas, han
negado la validez de este diagnóstico y consideran estos pacientes
como casos de esquizofrenia. Sin embargo, recientemente se han rea-
lizado numerosos estudios encaminados a evaluar la estabilidad diag-
nóstica del trastorno de ideas delirantes. Los porcentajes de estabili-
dad diagnóstica según apuntan Leal y cols. (4), se cifran en torno al
50-60 %, por lo que estos autores concluyen que la estabilidad diag-
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nóstica es suficiente como para mantener al trastorno de ideas deli-


rantes como una entidad independiente de la esquizofrenia.
• Los contenidos del delirio no suelen ser extraños a la cotidianidad de
la sociedad en la que el paciente está inmerso. La lógica formal
empleada por los pacientes suele ser muy coherente, pero las propo-
siciones suelen partir de premisas falsas. Esto, unido a la ausencia de
alteraciones formales del pensamiento, la alta carga emocional con la
que se vive el delirio, y la intensidad argumentativa de los pacientes,
pone en ocasiones en un compromiso al clínico que, en un princi-
pio, no puede desligar claramente lo real de lo delirante. Este punto
es discutido por Munro (3), quien considera que el principal criterio
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del DSM-IV-TR acerca de la «no extravagancia» de las ideas delirantes,


en ciertas ocasiones no suele ser cierto.
• El asunto de la presencia o alucinaciones en el trastorno delirante es
un problema no resuelto desde los comienzos. De acuerdo con
Munro (3), pueden aparecer alucinaciones que afectan a cualquier
modalidad, pero casi siempre son difíciles de valorar y de distinguir de
interpretaciones delirantes o ilusiones. Según este autor, hay que ser
cautos con el diagnóstico cuando las alucinaciones persisten y afectan
simultáneamente a más de una modalidad sensorial. El DSM-IV-TR
permite la presencia de alucinaciones en el trastorno delirante siempre
que sean táctiles u olfativas y siempre relacionadas con la temática
delirante. La CIE-10 subraya que debe haber ausencia de síntomas alu-
cinatorios, aunque se permite la excepción de voces alucinatorias de
forma transitoria y que no sean en tercera persona o en que se
comente la actividad del paciente.
• La percepción, o conciencia de la enfermedad por parte del paciente,
está casi universalmente ausente. El paciente niega en todo momento la
posibilidad de que sus creencias delirantes puedan ser falsas o pro-
ducto de enfermedad alguna. La mayor parte de estos pacientes se
niega a recibir asistencia psiquiátrica y pocos son los que acaban de
manera voluntaria en la consulta de un psiquiatra. En los momentos
de menos tensión, y cuando se reduce la carga emocional de las creen-
cias delirantes, los pacientes pueden aceptar de manera muy tangencial
la necesidad de recibir asistencia especializada, pero siempre por razo-
nes ajenas a los delirios, como pueda ser la depresión o la ansiedad.

Es importante realizar un análisis psicopatológico de las características


de los delirios en los trastornos delirantes, pues ello facilita alcanzar un diag-
nóstico certero. Se puede afirmar que el delirio de los trastornos delirantes
es único, ya que posee una serie de características formales peculiares y
exclusivas. Sin embargo, el delirio varía en función de sus contenidos y da
lugar a cada uno de los subtipos del trastorno delirante. Por eso, la descrip-
ción psicopatológica de la idea delirante en este trastorno se debe abordar
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desde el análisis de su estructura formal (que se realiza a continuación) y el


análisis de sus contenidos (que se estudia en el apartado de los subtipos de
trastorno delirante).

Características psicopatológicas
del delirio en el trastorno delirante

La fenomenología del delirio en los trastornos delirantes ha sido des-


crita por los autores psiquiátricos clásicos. Las características formales de
este tipo de ideas delirantes son enumeradas por Sánchez y cols. (5) quienes,
a su vez, condensan los trabajos de Ey (6) y Cabaleiro (7). De acuerdo con
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estos autores, el delirio de los trastornos delirantes tiene ocho características


psicopatológicas básicas:

1. Tiene carácter constitucional. El delirio de los trastornos delirantes no


surge como algo nuevo que irrumpe en la personalidad y marca una
ruptura biográfica, tal como sucede en la esquizofrenia. El delirio
tiende a surgir en una personalidad que ya daba muestras en su
pasado de rasgos que permiten comprender el delirio a partir de esas
características de la personalidad.
Algunos autores han señalado que estos rasgos de personalidad pre-
mórbidos consisten en «desconfianza, suspicacia, rigidez, egocen-
trismo, tendencia a realizar juicios erróneos motivados por una fuerte
carga de afectividad y pasión, cegados por una rígida en inflexible
tendencia a las normas y búsqueda de la justicia en causas en las que
se ven perjudicados y con una personalidad que hace uso de meca-
nismos de defensa típicamente psicóticos: negación, proyección y for-
mación reactiva» (8).
Kretschmer (9) señala otro perfil de personalidad sobre el que se
asienta posteriormente un subtipo de lo que hoy denominamos tras-
torno de ideas delirantes. Habla de las personalidades sensitivas como
personas tímidas, sensibles, ansiosas, escrupulosas e indecisas (terreno
abonado donde surgen los pensamientos obsesivos), inclinados a las
luchas de conciencia y muy sensibles a las reacciones de los demás.
Existe, de acuerdo con estos autores, una continuidad entre la perso-
nalidad del paranoico y el mismo delirio. En opinión de Cabaleiro (7),
el delirio aparece como resultado de un choque entre la personali-
dad y un acontecimiento vital conmocionante por el significado
impactante que este hecho tiene en la especial personalidad del deli-
rante. Sin embargo, esta continuidad entre un perfil de personalidad
premórbido y el trastorno delirante ha sido puesta en duda por Munro
(3), quien opina que se sobreenfatiza la importancia del trastorno de
personalidad previo a la aparición del trastorno delirante.
2. Tiene una estructura afectiva. El delirio de los trastornos delirantes no
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es sólo una cognición errónea sostenida con una fuerza extraordina-


ria, sino que va acompañado de una importante carga afectiva y de
pasión. No se da una progresiva desensibilización afectiva, como
sucede en la esquizofrenia, en la que el delirio va perdiendo su carga
de afectividad a medida que pasa el tiempo. Más bien al contrario, la
pasión con la que se vive la creencia delirante va progresivamente en
aumento y es precisamente cuando la persona se ve desbordada por
esta carga afectiva el momento en el que espontáneamente puede
solicitar asistencia médica.
3. Tiene características de delirio secundario. Esta característica es la
consecuencia lógica de las dos anteriores. Atendiendo al criterio de
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«comprensibilidad» jasperiano, el delirio de los desarrollos paranoides


es comprensible si tenemos en cuenta las características de la perso-
nalidad previa del paranoico y de cómo el delirio emana y se estruc-
tura paulatinamente a partir de estos rasgos de su personalidad, así
como los posibles sucesos vitales conmocionantes (si es que son iden-
tificables). Hay que recordar que, para Jaspers, el delirio primario
(propiamente esquizofrénico) es aquel que no se puede comprender
a partir de la personalidad del sujeto ni de las circunstancias vitales
que ha atravesado.
4. Está sistematizado. El delirio se presenta ante el observador de ma-
nera coherente, sin saltos lógicos o asociativos, por lo que no es fácil
encontrar contradicciones internas en el relato que permitan diferen-
ciarlo de un hecho real. Parte de premisas falsas, pero se elabora aten-
diendo a criterios lógicos y sin incoherencias argumentales aparentes.
Esta coherencia, unida a la alta carga de afectividad de quien lo narra
(además de la preservación de la personalidad que le permite esta-
blecer relaciones empáticas con quienes le rodean), hace que el deli-
rio pueda ser transmitido en ocasiones a personas sanas, como se ve
en las folie à deux. Es esta característica la que ha llevado a dos clíni-
cos franceses, Serieux y Capgras (10), a denominar esta enfermedad
como la «psicosis persuasiva». Así, el delirante prescindirá de todos
los datos que contradigan sus creencias delirantes o, lo que también
suele suceder, utilice todos los argumentos que tiene en su mano para
transformarlos de manera que le confirmen aún más en su delirio. No
sin acierto, los psiquiatras franceses han denominado a esta psicosis
como la locura razonante (5).
5. Hace uso de la interpretación errónea para su progresión. El delirio,
que comienza como una idea sobrevalorada, va adquiriendo la con-
sistencia y la intensidad del delirio típico haciendo uso de interpreta-
ciones patológicas que tratan de justificar la temática central. De esta
manera, el delirio progresa y se organiza lenta pero inexorablemente,
extendiéndose por continuidad, contigüidad y semejanza (8) al resto
de situaciones, lugares y personas que inicialmente habían permane-
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cido preservadas de ser incluidas dentro del delirio. Por esta razón se
ha denominado también «delirio de relación social».
6. Tiene carácter centrípeto y autorreferencial. Es una característica que
comparte con el delirio del esquizofrénico paranoide. En palabras de Ey
(6), el delirante paranoico se siente «el ombligo del mundo» en su
manera de contemplar la realidad y relacionarse con ella. Tanto lo que
ve como lo que no puede ver sirve para contribuir a argumentar en
favor de su delirio, además de interpretarlo de manera autorreferencial.
Sin embargo, a pesar de la similitud en este aspecto con los esquizo-
frénicos, Cabaleiro (7) destaca que aunque ambos tipos de enfermos
se convierten en el centro del mundo, el esquizofrénico no tiene capa-
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cidad de trascendencia, en palabras de Conrad (11), mientras que el


paranoico sí la tiene. Es importante recordar que para Conrad, tras-
cender significa cambiar «el sistema de referencias», es decir, de vernos
a nosotros mismos e incluso nuestra manera de contemplar el mundo
desde otro punto de vista o desde la «perspectiva» de otra persona.
7. Carece del carácter de vivencia impuesta. Esta característica le dife-
rencia del delirio esquizofrénico. La persona con un trastorno deli-
rante, al igual que el resto de las personas, vive todos sus actos psí-
quicos (pensamientos, sentimientos, etc.) como propios.
8. El tema común a todos los contenidos delirantes es el persecutorio. Para
Ey (6), todos los temas delirantes se pueden condensar en una sola
fórmula fundamental: la persecución. Estas personas pueden sentirse
«perseguidas» por una persona, por una entidad, por una enferme-
dad, por una parte de su cuerpo que funciona mal o presenta defor-
midades. Aunque esto está claro en muchos de los contenidos deli-
rantes que el paranoico puede adoptar, puede ser contradictorio en
algunas ocasiones, como es el caso de los delirios de contenido mega-
lomaníaco. En estos casos, Ey (6) y Cabaleiro (7) creen que, a pesar
de la grandiosidad, siempre habrá contenidos delirantes de persecu-
ción más o menos manifiestos. El delirante se sentirá envidiado o se
verá obligado a demostrar su valía frente a una cohorte de enemigos
que tratarán de difamarle.

Clínica cognoscitiva en el trastorno delirante

De acuerdo con la tradición psiquiátrica, se mantiene que en los


trastornos delirantes, el síntoma fundamental es la presencia de una idea
delirante sostenida de manera permanente a lo largo del tiempo y encap-
sulada, es decir, que no afecta al resto de las funciones mentales. Se asume,
siguiendo el criterio que Esquirol expuso para las monomanías, que las fun-
ciones intelectuales, emocionales y volitivas están preservadas en las per-
sonas con un trastorno delirante.
Esta hipótesis de la preservación de las facultades intelectuales no ha
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sido aún completamente descartada. No por la ausencia de pruebas, sino por


la ausencia de estudios, lo que supone un problema generalizado en el tras-
torno delirante. Sin embargo, algunos estudios apuntan a un déficit cognos-
citivo en estos pacientes.
En este sentido, Evans y cols. (12) no encontraron diferencias signifi-
cativas en la gravedad del deterioro neuropsicológico cuando se comparó a
un grupo de pacientes con esquizofrenia (enfermedad en la que sí existe un
claro deterioro) con otros con trastorno delirante. En otro grupo se encontró
un déficit en el procesamiento visual-espacial en pacientes con trastorno deli-
rante en comparación con personas sanas, pero que era menos grave cuando
se comparaba con personas con esquizofrenia (Hardoy y cols. [13]). En el
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estudio de Fujii y cols. (14), realizado exclusivamente en dos pacientes con


erotomanía se apreciaron déficit visuales-espaciales, así como problemas en
la flexibilidad cognoscitiva y aprendizaje asociativo.
Estos hallazgos son incompletos para poder asegurar, como se hace
en el caso de la esquizofrenia, que existe un deterioro neuropsicológico en el
trastorno delirante. Más si se tienen en cuenta los hallazgos contradictorios,
como los encontrados por Herlitz y Forsell (15), quienes compararon a per-
sonas geriátricas sanas con pacientes con trastorno delirante de la misma
edad, y no apreciaron diferencias en el rendimiento neuropsicológico salvo
en un discreto déficit de la memoria episódica.

SUBTIPOS DE TRASTORNO DELIRANTE

Subtipo persecutorio

El subtipo persecutorio es el ejemplo paradigmático de trastorno deli-


rante y a quien la gente común suele denominar como paranoia o paranoi-
cos. Estas personas viven en una situación de hipervigilancia constante y
susceptibilidad por encima de lo que suele ser habitual. En esta situación
emocional y cognoscitiva hay una gran facilidad para establecer relaciones
causales sin base empírica suficiente y la atribución de intenciones de mala fe
hacia el entorno inmediato.
Los pacientes perciben amenazas de persecución, que inicialmente
carecen de una procedencia definida y que pronto empiezan a ser atribuidas
a personas concretas. Con el tiempo, estas amenazas son trenzadas en ela-
boraciones más complejas e implican a adversarios próximos al paciente y
también a desconocidos. A medida que avanza la enfermedad, la tendencia
es a implicar dentro de la sistematización delirante cada vez a un mayor
número de personas.
El subtipo persecutorio suele acompañarse de elementos de narci-
sismo y grandiosidad. El paciente se siente el centro de atención de la inten-
ción malintencionada de un conjunto de personas y crea un mundo imagi-
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nario de personas que le tienen en el foco de su «perversa atención», lo cual


sería inexplicable para una persona común. Esto se acompaña de una actitud
generalmente arrogante y autosuficiente en la entrevista, que, en una impre-
sión superficial, podría confundirse con un trastorno narcisista de la perso-
nalidad o un cuadro maníaco.
En estas personas son especialmente prominentes el recelo, la irritabi-
lidad, la suspicacia y el comportamiento amenazante, y pueden tener com-
portamientos violentos, tanto de manera impulsiva como planificada (3).
El problema de las conductas violentas, agresivas y antisociales de
este subtipo de pacientes es un hecho que se da por sentado en la comuni-
dad psiquiátrica. Esto se debe claramente a un sesgo de selección, ya que
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aquellos pacientes con trastorno delirante que no muestran actuaciones delic-


tivas son muy renuentes a sentarse voluntariamente en la silla de una con-
sulta. Los clínicos sólo suelen tener contacto con aquellos que han cometido
un acto violento.
Sin embargo, la mayoría de pacientes mantienen la capacidad de inhi-
bición de conductas agresivas. A pesar de cierta reputación de violentos, sólo
una minoría acaba recurriendo a conductas agresivas (3). La aparición de una
conducta violenta se ve facilitada por situaciones que faciliten la desinhibi-
ción de comportamientos agresivos. Los más conocidos son las intoxicacio-
nes por alcohol y drogas.
Los pacientes que actúan de manera agresiva, cuando lo hacen de
manera planificada, lo suelen hacer obedeciendo a sus temores delirantes de
persecución, generalmente con la intención de protegerse de un peligro ima-
ginado o para «devolver el golpe» a la persona por quien se siente agredida.
Se desconoce la frecuencia y distribución del subtipo persecutorio.
Está presente en los dos sexos, aunque se describe con mayor frecuencia en
varones, probablemente como consecuencia de que son éstos quienes tienen
mayor facilidad para desplegar conductas violentas y, en consecuencia, aca-
bar en tratamiento psiquiátrico.

Subtipo querulante

Tal como lo define Munro (3), se trata de una variedad consistente


en personas que muestran un sentimiento profundo y persistente de haber
sido engañadas, y que buscan de manera interminable y repetida una com-
pensación personal y, con mayor frecuencia, un resarcimiento legal por la
vía judicial.
Este subtipo no es reconocido de manera independiente por la clasi-
ficación americana (DSM-IV-TR) pero sí lo es por la CIE-10. La psiquiatría
anglosajona lo suele reconocer como una variante del subtipo persecutorio.
Este cuadro ha recibido diferentes nombres: paranoia litigante, estado deli-
rante litigante, paranoia querulante, etc. (16).
Hay escasa literatura médica sobre este cuadro que llega raramente a
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las consultas médicas. Suele comentarse que tiene una escasa incidencia,
hecho no aceptado en otros ámbitos, como el legal, donde estas personas
actúan con más frecuencia. De hecho, en los países escandinavos y Alemania
hay disposiciones legales para proteger a los sistemas de administración de jus-
ticia del abuso que estas personas llegan a hacer de ellos. Se afirma que la pre-
valencia de este cuadro es mayor en aquellos países donde la población tiene
mayores posibilidades económicas o sistemas de justicia gratuita.
El caso suele empezar por motivos reales o no. Algunas personas pue-
den haber sufrido algún perjuicio real y haber sido recompensados de
manera insatisfactoria. El paciente entra pronto en una dinámica de conseguir
«justicia», y al no alcanzar nunca los objetivos requeridos, mantiene a la per-
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sona en constante actividad litigante. Estas personas centran el foco de su


atención en su actividad reivindicativa, y sostienen sus creencias con convic-
ción delirante negándose a aceptar argumentos legales contrarios a sus tesis
ni, tampoco, por la fuerza de los hechos.
Tal como señala Munro (17) la queja y el comportamiento inmediato
pueden parecer coherentes y racionales, pero con el tiempo su cualidad per-
sistente, inacabable y extraordinariamente demandante es lo que hace sospe-
char que esconda un trastorno psicopatológico bajo la presentación del cuadro.
Lo poco que se ha descrito acerca de este trastorno procede de oríge-
nes judiciales o forenses. Goldstein (18) ha descrito tres formas de presenta-
ción del trastorno delirante querulante: a) el defensor hipercompetente que
conoce y emplea la ley más allá de sus límites pero prescinde de su espíritu;
b) el paranoide en proceso de divorcio, quien, consumido por los celos, por-
fía por una venganza legal contra su esposa, contra sus abogados y hasta
contra los jueces, y c) el testigo querulante paranoide quien sostiene un liti-
gio inacabable a pesar de numerosos fallos judiciales adversos.
Ha sido una persona no psiquiatra quien ha propuesto una serie de
características conductuales que permitirían reconocer un delirante queru-
lante. Freckelton (19), que fue director de la Autoridad Policial de quejas del
estado de Victoria en Australia, y por su propia experiencia personal, pro-
pone las siguientes pistas para reconocer este trastorno: a) determinación
para conseguir su meta en contra de cualquier adversidad; b) facilidad
extrema para identificar cualquier obstáculo como una conspiración; c) espí-
ritu de cruzada interminable para desfacer entuertos y resolver injusticias
(muchas de ellas con una clara base real); d) especie de impulso consistente
en obtener un placer mórbido en porfiar por una causa en la creencia que
la idea de la rendición es inaceptable; e) asociabilidad y tendencia a discutir
en todo momento; f) la denominada aproximación en ametralladora, que
consisten en saturar el campo con múltiples quejas, y g) suspicacia durante
las entrevistas.

Subtipo celotípico
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Los celos son un sentimiento universal presentes en todos los seres


humanos y en todas las culturas. Esta omnipresencia, sin duda, apunta a la
importancia antropológica y psicológica que este estado mental tiene en el
funcionamiento de las sociedades y la regulación de los individuos dentro de
ellas. En lo que se refiere a los trastornos delirantes, el concepto de celotipia
se va a restringir a la más frecuente, que es la celotipia sexual: la creencia o
el temor de que la pareja o cónyuge le es infiel.
Munro (20) distingue tres tipos psicopatológicos de celos. El primero
es la celotipia normal que resulta comprensible si se tiene en cuenta la situa-
ción real del individuo y su intensidad es proporcionada una vez conocidas
las circunstancias reales y la sociedad en la que se desenvuelve la persona.
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El segundo tipo es la celotipia neurótica que difiere de la anterior en


su manifestación, ya que es excesiva y con conductas impulsivas. Por lo
general, en ella subyacen ideas sobrevaloradas de infidelidad que pueden ser
corregidas cuando la persona se enfrenta a pruebas contrarias a sus creen-
cias. En este sentido, no alcanzan la incorregibilidad de una idea delirante y
la persona no pierde el contacto con la realidad de manera permanente como
en un trastorno psicótico. Sin embargo, fácilmente resurgen al crecer en un
terreno abonado, como suele ser una personalidad con tendencia a la suspi-
cacia y al temor constante de ser abandonado. Estas personas pueden ser
peligrosas por la persistencia del cuadro y surge en trastornos mentales no
psicóticos, como suelen ser los trastornos de personalidad.
El tercer subtipo se refiere a la celotipia psicótica, donde una creencia
de infidelidad fija, incorregible a las evidencias o el razonamiento y de claras
características delirantes se acantona en la mente de una persona. Las acusa-
ciones suelen ser falsas, pero no es excepcional que la idea delirante surja
como una deducción razonable de una infidelidad real y devenga en una idea
delirante autónoma del hecho que la desencadenó. Por otro lado, tampoco es
infrecuente que la profecía se cumpla y que una persona delirante con celos,
ante el deterioro de su relación de pareja, viva de manera objetiva una infi-
delidad que suceda de manera sobrevenida. En estos casos es muy difícil para
el clínico deslindar si la celotipia es de carácter psicótico o no.
Las personas con celotipia delirante centran su vida y atención en la
infidelidad que creen estar sufriendo. Invierten buena parte de su tiempo en
encontrar indicios y supuestas pruebas de la infidelidad. Interpretan estímulos
neutros como pruebas de los hechos: ventanas entreabiertas que señalan al
amante la disposición para el encuentro, manchas en la ropa que se perciban
como restos de semen, etc. En ocasiones es difícil determinar si se trata de
una interpretación delirante o de una ilusión de carácter catatímico.
Munro (20) señala un hecho interesante que consiste en las vagas prue-
bas y argumentos inespecíficos que el delirante despliega cuando es cuestio-
nado por las razones de su extrema convicción. La evidencia siempre parece
estar a punto de aparecer, pero nunca lo hace del todo. Esto se acompaña de
una clara actitud encaminada a evitar dar los pasos que le conducirán a obte-
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

ner las pruebas definitivas de la culpabilidad o inocencia de su cónyuge. Este


hecho resulta poco comprensible en una persona tan convencida de la infide-
lidad de su pareja. Munro ve detrás de esta paradoja un déficit volicional sutil
que, inicialmente, estaba descartado en la definición de un trastorno delirante.
La celotipia psicótica está presente en ambos sexos, pero siempre se
destaca una mayor proporción de varones. Esto es improbable y podría expli-
carse por la mayor presencia de conductas agresivas en este sexo, así como
el mayor consumo de alcohol y drogas en varones, lo cual se ha asociado cla-
ramente a una mayor presencia de trastorno delirante.
Es importante destacar el gran riesgo de conductas violentas que
existe en esta variedad del trastorno delirante. La convicción delirante de
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 524

524 B. CLÍNICA

haber sido traicionado por la pareja genera importantes sentimientos de


indignación, rabia y venganza. Además, estas personas conviven con un
sentimiento de «justa indignación» que justifica cualquier intento de agresión
al ofensor (21). Además, la desinhibición conductual está facilitada aún más
en medios culturales donde la agresión al cónyuge infiel, y en sociedades
sexistas con especial virulencia al cónyuge femenino, está justificada, ampa-
rada o incluso legalmente legitimada. Aunque se desconoce el impacto que
este cuadro pueda tener en los actuales casos de violencia doméstica, algu-
nos autores, como Retterstol (22), han señalado que entre el 2 y el 4 % de
estos pacientes puede llegar a cometer un homicidio.

Subtipo somático

En este subtipo, los pacientes viven con la convicción delirante de


sufrir una enfermedad o un defecto físico, en la ausencia de evidencias obje-
tivas de su existencia o, si existe, en ausencia de una gravedad objetiva de la
supuesta deformidad. Esta variedad no fue incluida por Kraepelin dentro de
los subtipos de paranoia.
El subtipo somático del trastorno delirante intenta reunir bajo un
mismo epígrafe trastornos variopintos en su contenido que reúnen la carac-
terística común de presentarse en una estructura formal de un trastorno deli-
rante. Este cuadro ha ido recibiendo distintos nombres en función de su
contenido. Es más, el hecho de acudir a las consultas de dermatólogos, médi-
cos plásticos, especialistas en enfermedades infecciosas, más que a la de los
psiquiatras, ha contribuido a la dispersión del fenómeno y a que haya ido
recibiendo distintos epígrafes en función de la disciplina afectada.
Este subtipo se cataloga como somático en la clasificación DSM-IV-TR
y como hipocondríaco en la CIE-10. Otra denominación con la que se conoce
es psicosis hipocondríaca monosintomática.
La hipocondriasis es un síntoma inespecífico presente en gran número
de trastornos mentales. Son las características formales de su presentación las
que permitirán englobarla dentro de un trastorno delirante o en otro trastorno
mental. En este sentido, hay que volver a señalar que el subtipo somático
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

sólo se diferencia de cualquier otra variedad de un trastorno delirante en el


contenido del delirio, y el resto de las características formales son idénticas a
las del resto de subtipos.
Estos pacientes suelen quejarse de sufrir infestaciones, de percibir olo-
res corporales desagradables, de tener dolores constantes, cuya naturaleza
psicopatológica está aún cuestionada. En algunos casos parecen auténticas
alucinaciones olfativas o disestésicas; en otros, da la impresión de que se trata
de fenómenos ilusorios de tipo catatímico o interpretaciones delirantes de
fenómenos fisiológicos normales. De hecho, en Europa se tiende a pensar
que el fenómeno comienza como una auténtica alucinación a partir de la cual
se estructura una sistematización delirante, mientras que en Estados Unidos,
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 525

la opinión es que los fenómenos sensoperceptivos son interpretaciones deli-


rantes dentro de la sistematización delirante que vive el paciente (21).
Este subtipo afecta por igual a varones y mujeres (3) y tiende a pre-
sentarse más en personas solteras, separadas o viudas. El inicio es variable,
desde la adolescencia a la senectud. Raramente acuden a las consultas de
los psiquiatras y suelen frecuentar salas de dermatólogos y cirujanos plásti-
cos. El potencial agresivo de estas personas es muy bajo.
Dentro del subtipo somático, Munro (23) ha subdividido el cuadro en
cuatro variantes que se describen a continuación:

• Ideas delirantes que afectan a la piel. En esta variante, el paciente sos-


tiene que está infestado por organismos que por lo general tienen en
forma de gusanos, larvas e insectos que corren por debajo de la piel,
o que anidan estáticamente debajo de ella, o por debajo de las uñas. El
paciente interpreta de manera delirante manchas, cicatrices, surcos
fisiológicos o las fasciculaciones musculares subcutáneas como prue-
bas de la parasitación. Muchos pacientes presentan excoriaciones cutá-
neas como evidencias de un rascado que realizan para evitar un prurito
o, frecuentemente, para eliminar manualmente el supuesto parásito.
Este síndrome fue descrito por primera vez en 1938 por un psiquiatra
sueco, Ekbom, cuyo nombre fue empleado para bautizar esta variante
(síndrome de Ekbom). Esta entidad cobró interés exclusivamente en la
psiquiatría sueca y germana y recibió el nombre de psicosis hipocon-
dríaca monosintomática en atención a la temática delirante única del
cuadro. Munro, un psiquiatra canadiense, lo sacó a la palestra de la
atención mundial al proponer un tratamiento selectivo para este cua-
dro, como es el antipsicótico pimozida.
Estas personas reúnen las características de «personalidad conser-
vada» y «delirio encapsulado» de los trastornos delirantes. Es por ello
que expresan quejas bien definidas con alto poder de convicción que
durante una primera temporada pueden confundir a muchos médicos.
Ningún tratamiento médico acaba siendo efectivo y es cuando apare-
cen las sospechas de que se pueda tratar de un cuadro psiquiátrico. Ni
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

que decir tiene que cualquier intento de convencer al paciente de la


ausencia de parasitosis o de la necesidad de tratamiento psiquiátrico
será rechazado por éste ante la convicción delirante de sufrir una
infestación real.
Muchos de los casos surgen de manera brusca (a diferencia de otros
trastornos delirantes) a partir de picaduras reales de algún insecto, o
por fasciculaciones reales que se repiten en alguna parte del cuerpo,
o de manera residual tras presentar una neuralgia del trigémino o un
herpes zóster. Pronto, el cuadro delirante se independiza del precipi-
tante con el que comenzó y se hace autónomo, aunque desaparez-
can las lesiones médicas primigenias. No es extraño que el paciente
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526 B. CLÍNICA

acuda al servicio de urgencias con una caja de cerillas, un cenicero o


algún recipiente pequeño donde él dice haber capturado al insecto.
Habitualmente dentro de él sólo se encontrarán restos de jabón, par-
tículas de porquería, uñas del propio paciente, etc. En Estados Unidos
esta presentación se denomina signo del bote de píldoras y, en el Reino
Unido, signo de la caja de cerillas (23).
Dentro de esta variante, otra forma de presentación es la de personas
que tienen una sensación constante de ardor en la piel y las muco-
sas. Se ha sido denominado disestesia cutánea crónica (24). Puede ser
generalizada o localizada en forma de glosodinia o vulvodinia. Reúne
las características de queja monodelirante del síndrome de Ekbom.
• Ideas delirantes dismórficas. En esta variedad, los pacientes se pre-
sentan con la creencia delirante de presentar una deformidad o una
fealdad intolerable en alguna parte de su cuerpo. En ocasiones existen
rasgos de dicha deformidad (una nariz aguileña o unas orejas muy
separadas), pero la queja es desproporcionada e insistente, más allá
de lo que se considera razonable y es incorregible con cualquier razo-
namiento. De hecho, cuando consiguen una corrección quirúrgica de
la deformidad, insisten en nuevas intervenciones.
Las quejas más frecuentes suelen centrarse en el tamaño y la forma de
la nariz, las orejas prominentes, el tamaño de los pechos, por exceso
o por defecto, el tamaño de los genitales externos y las manchas cutá-
neas. Ni que decir tiene que existe una influencia cultural en la for-
mación de los contenidos de este delirio. El ejemplo más característico
es el del tamaño de la nariz: en los países occidentales predomina la
queja de tener una nariz excesivamente grande y en el sudeste asiá-
tico la de tener una nariz excesivamente pequeña. Tal y como señala
Munro (23), no es descartable que un pequeño subgrupo de trastor-
nos de alimentación esconda un trastorno delirante subyacente.
En la clínica es difícil distinguir algunos trastornos delirantes con delirios
dismorfofóbicos de trastornos de somatización graves. Algunos autores,
como McElroy y cols. (25), han propuesto la presencia de un continuo
entre ambas entidades mientras que otros, como Munro (3), subrayan
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

que existe una clara distinción categórica entre ambos trastornos.


• Ideas delirantes de olor o halitosis. En esta variante las personas tienen
la sensación de secretar olores desagradables de manera generalizada
o en partes localizadas (pies, genitales, axilas, boca). En algunos
casos, el paciente tiene la sensación de oler dichos hedores y teme
constantemente que personas de su entorno lo hagan también, des-
cribiendo con precisión las características del olor (sudor, orines,
heces, etc.). En otros casos, el paciente admite no oler nada, pero
llega a la convicción delirante de que en su entorno sí le están oliendo
por comentarios o gestos que él atribuye al desagrado que producen
sus olores corporales. Este cuadro ha sido denominado bromosis.
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 527

• Otros contenidos corporales. Otros ejemplos de esta variante son las


personas que solicitan de manera constante intervenciones dentales
ante la convicción delirante de sufrir alteraciones de la dentición,
personas que están convencidas de transmitir enfermedades infeccio-
sas, como la tuberculosis, o el caso de personas que están convenci-
das de que están contagiadas de enfermedades de transmisión sexual,
como el virus de la inmunodeficiencia humana.

Subtipo erotomaníaco

En la variedad erotomaníaca del subtipo delirante, el paciente mantiene


sentimientos eróticos y/o amorosos hacia otra persona y sostiene la convicción
delirante de que esa persona está profundamente enamorada de él o ella.
En ocasiones, este cuadro ha sido denominado psychose passionelle o
síndrome de Clérambault en honor al psiquiatra francés que lo describió
extensamente en 1942. De Clérambault propuso una distinción entre una ero-
tomanía primaria o pura que se corresponde con lo que hoy día se consi-
dera un trastorno delirante y la erotomanía como síntoma secundario de
otros trastornos mentales (3). De hecho en la actualidad se acepta que la ero-
tomanía es un síntoma inespecífico presente en numerosos trastornos menta-
les, incluido el trastorno delirante. En realidad se acepta que la mayor parte
de los pacientes que presenta este delirio recibe diagnósticos distintos al de
trastorno delirante (21).
Hay que señalar que la presencia de cuadros de erotomanía en tras-
tornos delirantes ya se había descrito años antes por Kraepelin en su descrip-
ción de la paranoia (26) Kretschmer, en 1927 (citado de Munro [27]) describió
lo que él denominó la psicosis de autorreferencia de las solteronas, en la que,
siguiendo su línea de pensamiento, enfatizaba las características de personali-
dad premórbida de estas personas y que se correspondería con lo que hoy
denominamos trastornos delirantes de tipo erotomaníaco.
En los casos de trastorno delirante de tipo erotomaníaco, además de
las características comunes a todo trastorno delirante, los pacientes se sienten
profundamente enamorados de otra persona, y sostienen de manera delirante
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

que esos sentimientos son recíprocos en contra de cualquier evidencia. Por lo


general, la otra persona es de un nivel social más elevado que el del paciente
y, en la mayor parte de las veces, cualquier persona consideraría que inal-
canzable para esa persona. Habitualmente suele tratarse de directivos, empre-
sarios, potentados, médicos y, en ciertas ocasiones, celebridades, políticos,
jefes de estado y personas famosas.
Es excepcional que haya habido un contacto íntimo que precipite el
cuadro. De hecho, en la mayor parte de las ocasiones, la persona amada des-
conoce que lo está siendo. Sin embargo, el paciente sostiene delirantemente
que esa persona inició la relación y que la mantiene a través de mensajes
ocultos, señales indirectas, etc. (3).
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528 B. CLÍNICA

Este autor señala una situación paradójica similar a la que ocurría en


el subtipo somático: aunque el paciente escribe cartas de amor o compra
regalos para la persona amada, rara vez los envía, y cuando existe la oca-
sión para un contacto real, el paciente lo evita y propone excusas absurdas
y justificaciones poco creíbles. Cuando se da el contacto real, el normal
rechazo que se suele derivar de la otra persona, es negado y racionalizado
con más explicaciones delirantes por parte del propio paciente.
En la mayor parte de las ocasiones, el paciente mantiene el resto de su
actividad mental preservada y con un grado medio de introspección que le
permite mantener ocultos estos pensamientos durante años, incluso a sus
parejas reales.
El tipo de sensaciones que mantienen a los pacientes unidos a sus
objetos de deseo suelen ser un combinado de ellos, en los que se mezclan
una atracción sexual clara con otro tipo de atracción de tipo sentimental.
Un porcentaje de pacientes sostiene que el vínculo es exclusivamente «pla-
tónico» (27).
Se admite la presencia ocasional de alucinaciones, casi exclusiva-
mente táctiles. Algunas personas aseguran que sus amantes les visitan por
la noche y les tocan mientras duermen. Este fenómeno ha sido denomina-
do síndrome del íncubo (28). No obstante, aquí se plantea el mismo pro-
blema de los casos anteriores de si estamos ante la presencia de auténticas
alucinaciones o se trata de interpretaciones delirantes enmarcadas en el
sistema delirante.
En la psiquiatría clásica se señalaba que la erotomanía era un cuadro
de presentación casi exclusiva en mujeres, particularmente en mujeres de
mediana edad o de viejas solteronas, que viven en soledad, con vidas amar-
gadas y cuya única fuente de satisfacción era a través de sentimientos eróti-
cos delirantes que vivían de manera vicaria hacia un amante imaginario (27).
Este prejuicio que ha predominado a lo largo de décadas se ha mantenido
por la influencia de psiquiatras como Kretschmer en Europa o Hart (29) en el
mundo anglosajón.
Sin embargo, en la actualidad se acepta la presencia de la erotomanía
en ambos sexos, tal como ya apuntó de Clérambault y han confirmado Golds-
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

tein (30) y Taylor y cols. (31). Se desconoce la frecuencia de aparición en


ambos sexos, así como su prevalencia o incidencia real. Sin embargo, está cla-
ramente descrito tanto en varones como en mujeres, así como sentimientos de
tipo heterosexual como homosexual (esta última en varones y mujeres).
El cuadro puede gestarse de manera larvada o súbita. Se ha descrito
una personalidad premórbida consistente en hipersensibilidad, retraimiento y
vulnerabilidad, acompañada de rasgos de presunción y pedantería, especial-
mente en mujeres (3). Este autor señala que no se dispone de pruebas empí-
ricas para sostener esta hipótesis y su pervivencia en la psiquiatría actual se
debe exclusivamente a la tradición e influencia de los primeros autores. Otros
investigadores no han confirmado este perfil de personalidad premórbido (32).
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 529

Kennedy y cols. (33) demostraron en su muestra de pacientes eroto-


maníacos una mayor presencia de sujetos aislados, desempleados y con
pocos contactos sociales.
Una vez aparecido, el cuadro tiende a la cronicidad, con respuesta
parcial a los antipsicóticos y escaso cumplimiento de los tratamientos por
falta de conciencia de enfermedad. Se ha descrito un agravamiento a medida
que pasan los años.
En esta variante hay un potencial agresivo por parte de los pacientes que
nunca hay que descartar. No es infrecuente que la persona reaccione con rabia
desmedida y violencia cuando constate un rechazo por parte de la persona
amada. El potencial de agresividad se incrementa en el sexo masculino y en
personas jóvenes, y más aún cuando hay un consumo concomitante de alco-
hol y otras sustancias que desinhiben el comportamiento de estas personas (3).
Un porcentaje de estos pacientes puede iniciar acciones de acoso hacia
la persona deseada. Inician un proceso de abordaje a sus objetos de persecu-
ción a través de cartas, correos electrónicos, regalos, seguimientos, llamadas,
acusaciones de hipocresía a la persona amada al no sentirse correspondido
por ella. Ni que decir tiene que estas conductas alarman extraordinariamente a
las personas seguidas cuando toman conciencia del acoso que están sufriendo.
Este comportamiento puede quedarse en este punto o seguir más adelante con
conductas claramente violentas: intentos de asesinato de la víctima o de sus
cónyuges, a quienes consideran como rivales, secuestros de estas personas o
incluso de sus hijos. Estas conductas son más frecuentes en la actualidad en
Estados Unidos, donde se cita que uno de cada cuatro casos de acoso finaliza
en actos de violencia significativa (21). Kennedy y cols. (33) en su muestra de
pacientes erotomaníacos del Reino Unido encontraron, por el contrario, menor
frecuencia de conductas agresivas o antisociales.
Munro (3) opina que las conductas de acoso en el caso de las mujeres
suelen ser menos letales, pero igualmente demoledoras. No es raro que muje-
res con un cuadro erotomaníaco saquen a la palestra acusaciones contra sus
personas amadas en medios de comunicación o lleven el caso a los tribuna-
les o a la empresa con acusaciones graves que, a menudo, impactan negati-
vamente en la vida familiar, laboral y social de las personas acosadas.
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

Este autor subraya que con frecuencia se producen delirios erotoma-


níacos con los psiquiatras encargados del tratamiento de estas personas. En
estos casos, es importante poner el caso en conocimiento de los compañe-
ros e iniciar un abordaje conjunto de diversos profesionales para prevenir
complicaciones futuras.

Subtipo de grandiosidad

En esta variante, la persona está delirantemente convencida de que


es una persona de valor extraordinario, o de que posee unas facultades
humanas por encima de lo normal, o de que disfruta de un carácter divino
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 530

530 B. CLÍNICA

del que ha sido escogido por Dios de manera especial y distinta al resto de
los seres humanos, o de que ha sido el creador de una idea, un concepto,
un ingenio, un descubrimiento científico o una obra artística.
Ésta es la variedad menos conocida de todas. Es la menos citada en
la literatura científica y, por supuesto, se desconocen su prevalencia e inci-
dencia reales. La admisión como una variante más del trastorno delirante se
debe a la influencia de los primeros autores, ya que Kraepelin la introdujo
dentro de su concepto de paranoia.
Las ideas megalomaníacas no son específicas del trastorno delirante.
Aparece en otros trastornos psicóticos, como la esquizofrenia, el trastorno
bipolar o la neurosífilis. Su forma de presentación permite encajarlo en un
trastorno delirante u otro trastorno mental.
Estas personas suelen mantener un aceptable funcionamiento dentro
de la comunidad y una práctica normalidad de las funciones mentales,
dejando aparte la temática del delirio. Por estas razones es excepcional
que acudan a las consultas de un psiquiatra, lo que explica el escaso cono-
cimiento que existe sobre estos pacientes. Aquellos con delirios relacio-
nados con temática mística-religiosa suelen encajar en grupos religiosos de
corte sectario o apocalípticos. Es habitual que, junto a los delirios de gran-
diosidad, aparezcan ideas delirantes de tipo persecutorio. Esto facilita la
creación de comunidades cerradas al resto de la sociedad, donde estas
personas pueden convertirse en líderes de grupos religiosos compuestos
por personas sugestionables que funcionan como un trastorno psicótico
compartido de masas (3).
Otro de los lugares donde suelen encontrarse este tipo de pacientes
es las convenciones de inventores y oficinas de patentes, donde, unido a su
convicción de haber descubierto algún ingenio definitivo para la humani-
dad, se añaden los delirios de conspiraciones determinadas a no reconocer
sus méritos o supuestos robos de patentes.
La evolución tiende a la cronicidad y el pronóstico es malo, en buena
parte debido a la negativa de los pacientes a seguir algún tipo de tratamiento
psiquiátrico.
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

OTROS TRASTORNOS PSICÓTICOS RELACIONADOS


CON EL TRASTORNO DELIRANTE

Síndromes de falsa identificación

En los síndromes de falsa identificación, los pacientes sostienen una


idea delirante relacionada con la identificación de una persona conocida
con otra desconocida, o viceversa, manteniéndose intacto el resto de la per-
sonalidad y siendo esta idea delirante encapsulada y sin relación con el resto
de funciones mentales que están preservadas.
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 531

Este delirio fue descrito parcialmente por Capgras y Reboul-Lachaux


en 1923 y su incidencia se ha considerado extremadamente infrecuente,
por lo que carece de un epígrafe diagnóstico propio en las enfermedades
mentales.
En su mayor parte, aparece en trastornos neurológicos, como un sín-
toma neuropsiquiátrico y asociado a anomalías específicas en el reconoci-
miento de caras (3). Pero también se ha descrito como delirio ocasional de
enfermedades mentales, como la esquizofrenia, las intoxicaciones por drogas,
los trastornos afectivos o las demencias. Sólo cuando aparece de manera
monosintomática y se reúnen el resto de las características del trastorno deli-
rante, es diagnosticado como tal en su categoría de «otros trastornos deliran-
tes» de la CIE-10 o de «subtipo inespecificado» de la DSM-IV-TR.
Este síndrome abarca diversas variedades temáticas que han sido
ordenadas de diferentes maneras. Aquí se ha escogido la de Munro:
• Síndrome de Capgras. Consiste en la creencia de que alguien de su
entorno más cercano ha sido sustituido por un doble casi exacto, pero
al que el paciente es capaz de reconocer como un impostor.
• Síndrome de Frégoli. En esta variedad, el delirio consiste en creer que
una o varias personas han modificado su apariencia para asemejarse a
familiares o personas parecidas con intenciones siempre malévolas.
• Intermetamorfosis. En este caso, el delirio consiste en la creencia de
que varias personas de su entorno han intercambiado sus identidades.
• Síndrome de dobles subjetivo. Aquí el paciente está convencido de que
existen dobles exactos a él. Este fenómeno guarda semejanzas con el
fenómeno Doppelgänger.
Weinstein (34) describió una serie de características psicopatológicas
interesantes sobre este síndrome:
• La falsa identificación no es indiscriminada. El número de personas,
lugares y objetos que son falsamente identificados son muy cercanos
a los pacientes.
• Hay una mezcla llamativa y paradójica entre la falsa identificación y, al
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

mismo tiempo, el reconocimiento implícito de la identidad de lo fal-


samente reconocido.
• La despersonalización suele coexistir con fenómenos de desrealiza-
ción, especialmente en el inicio del cuadro.
• La reacción del individuo a la falsa identificación está matizada por
factores psicológicos dependientes de su bagaje personal.
• Aunque las variantes se describen como entidades separadas, a menudo
hay una superposición de características de más de una variante.
Por lo general, los pacientes viven con extrañeza y temor intenso
estos fenómenos y no es descartable que aparezcan reacciones agresivas con-
tra las personas que se incluyen en el delirio.
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532 B. CLÍNICA

El cuadro se ha descrito en ambos sexos y en todas las edades, aun-


que con mayor frecuencia en edades medias y avanzadas. En ocasiones se
presenta junto a otros trastornos del reconocimiento, como en los fenómenos
de desrealización, y los pacientes tienen la sensación de que objetos y luga-
res que les eran familiares han dejado de serlo.

Folie à deux

La folie à deux ha sido recogida en el DSM-IV-TR como trastorno psi-


cótico compartido y en la CIE-10 como trastorno de ideas delirantes induci-
das. No se trata de una auténtica enfermedad mental autónoma y se refiere
a una situación interpersonal peculiar en la que una persona con un trastorno
mental, paciente primario, «transmite» alguno de los síntomas de su enferme-
dad mental a otra persona o paciente secundario.
Aunque el término hace pensar que se trata de un problema entre dos
personas, no es extraño encontrar en la clínica a un paciente primario con
dos secundarios (folie à trois) o con más personas (folie à plusieurs, folie à
ménage, etc.).
El trastorno psicótico compartido fue inicialmente descrito por Jules Bai-
llager en 1860, que lo denominó folie à communiquée. Años más tarde (1877),
Charles Lasègue y Jules Falret le dieron el nombre que perduraría como folie à
deux. Chaslin, en 1912 exploró la cuestión del contagio de las ideas delirantes
y concluyó que era un fenómeno infrecuente, en personas que vivían juntas,
particularmente cuando una de las personas era más débil que la otra (35).
Suele haber una relación de parentesco entre las dos personas, pues
normalmente viven juntas y además en una situación de aislamiento social.
Munro (3) señala una serie de condiciones que facilitan la aparición de una
situación de folie à deux:

• Impresionabilidad innata y dependencia psicológica, social y económica


marcada por parte del paciente secundario hacia el paciente «primario».
• Paciente «secundario» con una personalidad caracterizada por sugesti-
bilidad, escasa iniciativa personal, dificultades para una correcta eva-
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

luación de la realidad, etc.


• Cociente intelectual reducido en el paciente «secundario» en algunos
casos.
• Expresión de las ideas delirantes con altos grados de intensidad por
parte del paciente «primario».
• Una duración del tiempo adecuada para la transmisión de las ideas
delirantes.
• Aislamiento social.

En muchos casos, junto a las creencias delirantes compartidas, se


comparte igualmente una vivencia de perjuicio contra el exterior. Siempre
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 533

hay unos «ellos» en palabras de Munro que antagonizan de manera cons-


tante contra los pacientes en la mente de éstos. Esos antagonistas pueden
ser personas o entidades conocidas o carecer de definición concreta. Came-
ron (36) definió desde el punto de vista de la sociología, a estos grupos de
personas que comparten un delirio como seudocomunidad paranoide donde
«ellos» realizan una persecución contra el grupo que resulta evidente para
éstos pero no para el resto de las personas.
El aislamiento social impide al paciente «secundario» recibir informa-
ción de otras fuentes que no sean las que le proporciona el paciente «prima-
rio». Además, la desconfianza compartida hacia «ellos» permite mantener el
aislamiento de la comunidad creada.
El paciente «primario» puede ser una persona con un trastorno deli-
rante. Igualmente, la folie à deux se ha descrito en pacientes «primarios» con
esquizofrenia, trastornos afectivos y demencia, todos ellos con ideas delirantes.
Pero también se ha descrito en pacientes «primarios» con enfermedades no psi-
cóticas como el trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno somatomorfo o tras-
torno de personalidad histriónico-disociativo. En estos cuadros no se transmite
un síntoma psicótico, sino un síntoma obsesivo, hipocondríaco, etc. Por ello es
importante resaltar la objeción que Munro pone al diagnóstico de trastorno
psicótico inducido, porque no siempre lo que se transmite son ideas delirantes.
Gralnick (37), en 1942, propuso una clasificación de la folie à deux:

• Folie imposée. Se trata de la forma clásica en la que una persona psi-


cótica transmite una creencia delirante a otra persona que no sufre
un trastorno psicótico. La idea delirante desaparece en el paciente
«secundario» tras la separación.
• Folie simultanée. En esta situación aparece simultáneamente una idea
delirante idéntica compartida en dos personas con un trastorno psi-
cótico que parece comenzar al mismo tiempo y que mantienen un
contacto convivencial estrecho. Suele haber relaciones genéticas entre
los dos pacientes y la idea delirante suele persistir tras la separación
de los dos pacientes.
• Folie communiquée. Hay una transferencia de ideas delirantes de una
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

persona psicótica a otra, pero sólo después de un largo período de


resistencia del paciente «secundario». La idea delirante persiste tras la
separación.
• Folie induite. Se trata de nuevas ideas delirantes que se añaden a las
que el paciente «secundario» ya tenía por ser un enfermo psicótico y
que son transmitidas por la influencia de otro paciente delirante.

En la práctica clínica, tal y como señala Munro (38), sólo son relevantes
las dos primeras, pues las demás son variantes de la folie imposeé. Es importante
distinguir entre folie imposeé y folie simultanée ya que en el primer caso el tra-
tamiento del paciente «secundario» consistirá en su separación del primario. Así
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534 B. CLÍNICA

se romperá la situación de aislamiento y, con el tiempo, al recibir nueva infor-


mación el delirio irá cediendo espontáneamente. Sin embargo, en la folie simul-
tanée, tanto el paciente primario como el secundario son personas con un tras-
torno psicótico y ambos requerirán el tratamiento propio de esta enfermedad.

EVOLUCIÓN, PRONÓSTICO Y EPIDEMIOLOGÍA


DEL TRASTORNO DELIRANTE

En relación con la edad de inicio, tradicionalmente se ha pensado que


este cuadro comienza en edades medias o avanzadas de la vida. Sin embargo,
tal y como señala Munro (3), la enfermedad puede tener su edad de inicio
entre la adolescencia tardía y la edad adulta, con un inicio más temprano en
varones. Otros autores señalan, de acuerdo con su muestra de pacientes
hospitalizados, una mayor frecuencia de inicio en la segunda mitad de la
década de los 30 años (21). Un grupo japonés publicó unos resultados preli-
minares interesantes que apuntaban hacia una dependencia de la edad de
inicio del tipo de contenido delirante que sufra el paciente (39). La edad
de inicio más temprana se observaba en el subtipo somático, y la más tardía,
en el subtipo persecutorio. Hay que tener en cuenta que se trata de una
muestra con predominio de mujeres (3:1).
Es difícil establecer una estimación sobre la prevalencia e incidencia
de un trastorno tan esquivo a las consultas psiquiátricas y que, a menudo, se
confunde con la esquizofrenia. Kendler (40) concluye sobre una revisión de
la literatura médica, que el trastorno delirante supone entre el 1 y el 4 %
de los ingresos psiquiátricos. Este autor estima la incidencia entre el 0,7 y el
3 por 100.000 habitantes y la prevalencia entre 24 y 30 por 100.000 habitan-
tes. Se trata de cifras claramente inferiores a las que presenta la esquizofrenia.
En relación con el sexo, este mismo autor, en el estudio citado, señala
que en la mayor parte de estudios realizados hay un predominio de mujeres
sobre varones, aunque es difícil determinar si estos resultados representan a
la población real. Sólo se informa reiteradamente de una mayor proporción
de varones en la variedad persecutoria.
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

Hay pocos estudios que hayan analizado la frecuencia relativa de


cada uno de los subtipos del trastorno delirante. Someya y cols. (41) indican
que el subtipo persecutorio es el más frecuente (64 %), seguido de la varie-
dad celotípica (19 %).
La personalidad premórbida es variable: tiende a haber una mayor fre-
cuencia de personas con rasgos de tipo esquizoides y paranoides que con-
vierte a sus semejantes en personas «asociales». Igualmente, está descrita la
personalidad sensitiva que propuso Krestchmer. Sin embargo, hay casos de
trastorno delirante donde, retrospectivamente, no se pueden fijar rasgos
caracteriopáticos previos al inicio de la enfermedad. El trastorno delirante es
una enfermedad escasamente estudiada, entre otras razones, por la renuencia
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 535

6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 535

de las personas que la sufren a solicitar asistencia psiquiátrica. Es por ello que
la hipótesis de una personalidad premórbida patológica no se ha podido
aceptar o descartar. Igualmente, tampoco hay estudios que permitan concluir
si el trastorno de personalidad premórbido es un cuadro que predisponga a
las personas a desarrollar en el futuro un sistema de ideas delirantes (tal como
apuntaban Jaspers y Kretschmer), o sean simplemente síntomas prodrómicos
de la propia enfermedad. Hay que tener en cuenta que cualquier valoración
que sobre la personalidad premórbida se realice se determina de forma
retrospectiva con el sesgo que esta metodología introduce. Desconocemos,
además, el impacto que sobre los rasgos basales de personalidad pudiera
tener este trastorno una vez que se implanta y se desarrolla en cada paciente.
El inicio puede ser de insidioso o brusco. Cuando aparece de manera
aguda suele obedecer al impacto de un factor precipitante que el paciente
identifica como tal, y que en ocasiones el clínico no puede confirmar (p. ej.,
encontrar un mensaje de amor en el móvil de un cónyuge como inicio de
un delirio celotípico).
El curso suele ser crónico, con períodos de intensificación de las creen-
cias delirantes y con otros de atenuación de éstas. Es difícil precisar a qué obe-
decen estos ciclos. Por un lado, está la incidencia de las medidas terapéuti-
cas. Pero no todo se puede explicar en relación con los tratamientos. Puede
que la enfermedad siga un curso endógeno de reagudización-remisión como
otras enfermedades mentales. Pero también es cierto que factores estresantes
o precipitantes externos contribuyen claramente a la intensificación de las
creencias delirantes. En la aparición de precipitantes externos contribuye el
azar, pero también las respuestas que el paciente recibe de su entorno y que
obedecen al ambiente de hostilidad que estas personas crean en su alrededor
facilitando la aparición de respuestas igualmente hostiles hacia él (42).
El pronóstico es malo cuando se trata de una enfermedad crónica
que tiende a agravarse con la edad. Esto no se debe solamente a la intensifi-
cación de las creencias delirantes, sino a que éstas se van extendiendo y afec-
tando a áreas inicialmente preservadas de la persona y, por supuesto, al
impacto psicosocial que la enfermedad tiene en quien la sufre, que va siendo
mayor a medida que pasan los años.
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

En estudios de seguimiento se ha establecido que la mitad de los


pacientes sufre un curso continuo y sin remisiones. Un tercio se beneficia de
períodos de remisión y menos de un cuarto de los pacientes (21 %) tiene un
carácter único y episódico (43).
Algunos datos sugieren que el subtipo celotípico tiene un mejor pro-
nóstico que el persecutorio (DSM-IV-TR) y que, cuando en el subtipo perse-
cutorio se asocia a un acontecimiento estresante, el pronóstico mejora. Igual-
mente, el sexo femenino, el inicio antes de los 30 años y estar casado parece
mejorar el pronóstico (21).
Sin embargo, cuando se hace referencia a la respuesta al tratamiento
antipsicótico, el pronóstico cambia y es la variedad somática la que presenta
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 536

536 B. CLÍNICA

mejores respuestas a los fármacos. En menor medida, responden los subtipos


erotomaníaco, celotípico y persecutorio. La respuesta al tratamiento antipsi-
cótico de la variedad grandiosa o megalomaníaca parece ser nula (3).
El impacto que la enfermedad tiene sobre quienes la sufren es varia-
ble. En algunos casos, la intensidad de las ideas delirantes sobre la vida
social, familiar y laboral de las personas es tal que les impide desarrollar
una vida mínimamente estable. En este sentido, hay que subrayar que los
comportamientos desinhibidos y agresivos suelen ser más frecuentes en
varones (3), lo que les conduce a frecuentes y serios enfrentamientos con
la autoridad.
En buena parte de los casos, los pacientes pueden mantener una vida
social y familiar normalizada fuera de los ámbitos en los que el contenido del
delirio está implicado. Esto es especialmente evidente en los períodos en los
que la idea delirante está más atenuada. Sin embargo, en los períodos en que
aumenta su intensidad, la persona atraviesa por dificultades que pueden afec-
tar marcadamente su rendimiento social y familiar.
Se ha señalado una mayor presencia de solteros y separados o divor-
ciados entre los pacientes varones y mujeres con trastorno delirante y una
mayor presencia de viudas entre las pacientes mujeres (3).
Junto a estas dos variantes, del impacto psicosocial del trastorno deli-
rante se puede citar una tercera, que es menos frecuente: la hiperadaptación
al medio. Se da en casos de personas con delirios de persecución, políticos
o religiosos que encuentran un sitio en grupos religiosos sectarios, políticos
extremos, sindicalistas o, en el caso de los somáticos, en personas que hacen
de su relación con los medios sanitarios el centro de su vida.

ETIOLOGÍA

Es difícil aportar hipótesis etiológicas sobre el trastorno de ideas deli-


rantes cuando desconocemos su incidencia, su prevalencia y tememos que
una buena parte de las personas que sufren este cuadro está fuera del
alcance de cualquier investigador.
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

Una discusión sobre la etiología del trastorno delirante crónico se ve


distorsionada por la confusión entre síntoma y síndrome. Muchos autores,
cuando exponen sus hipótesis etiológicas están hablando de hipótesis sobre
la generación del delirio sin distinguirlo del síndrome del trastorno delirante,
dentro del cual, el delirio es un síntoma más. De hecho, para contribuir a la
confusión metodológica, buena parte de las hipótesis y de los estudios empíri-
cos sobre la formación de las ideas delirantes incluyen indistintamente a
pacientes con diferentes trastornos psiquiátricos (la esquizofrenia por supuesto)
donde aparecen ideas delirantes.
Se ha implicado a distintas áreas cerebrales en la formación del deli-
rio: regiones temporales o frontales en función de las modas del momento.
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 537

6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 537

Sin embargo, no hay un modelo satisfactorio aún de corte neurobiológico


que explique qué es lo que sucede en el cerebro de pacientes con ideas deli-
rantes. Tratando de explicar este vacío en nuestro conocimiento, algunos
autores han propuesto que el delirio es un acto de habla vacío (44). Este con-
cepto significa, entre otras cosas, que los delirios, en el momento en que
están totalmente formados, cristalizados y constituidos en un enunciado, ya
están vacíos de toda información referente a la señal neurobiológica que ini-
cialmente los generó.
De acuerdo con los postulados de este grupo, habría que acudir al
momento en que el delirio se forma en la conciencia para poder recabar
información sobre la señal neurobiológica que participa en la formación
del delirio (45).
A pesar de todo, muchos autores han propuesto hipótesis explicati-
vas de la formación de las ideas delirantes o del propio trastorno delirante
desde mecanismos neurobiológicos o psicológicos que se resumen a con-
tinuación.

Factores genéticos

Diversos estudios no han encontrado una mayor presencia de perso-


nas con esquizofrenia en familiares de pacientes con un trastorno delirante
(46, 47). Tampoco Munro (48) en su estudio de pacientes con trastorno deli-
rante de subtipo somático encontró mayor presencia de esquizofrenia en
sus familiares que en sujetos normales. No obstante, algún grupo, en contra-
posición con estos resultados, ha encontrado una mayor presencia de fami-
liares con esquizofrenia en pacientes con trastorno delirante (49). Kennedy
y cols. (33) también encontraron mayor presencia de trastornos psiquiátricos
en pacientes con la variedad erotomaníaca.
En estudios familiares se han apuntado relaciones genéticas con los
trastornos de personalidad de tipo paranoide y evitativa, pero esta hipótesis
no ha sido aún comprobada.
Morimoto y cols. (50), tras analizar los resultados de su propio estudio
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

sobre genética molecular de neurotransmisión dopaminérgica en estos pa-


cientes, proponen la hipótesis de que el trastorno delirante, particularmente
el subtipo persecutorio, pueda ser entendido como una psicosis dopaminér-
gica. Un polimorfismo de los genes DRD2 y DRD3 y/o el TH sería la base
genética que generaría un estado hiperdopaminérgico como elemento pato-
lógico que subyacería bajo la presencia de las ideas delirantes.
En resumen, de momento no se puede afirmar, a la luz de los resulta-
dos, que exista una relación genética entre la esquizofrenia y el trastorno de
ideas delirantes. Igualmente, aunque es sugerente la vinculación genética
entre este cuadro y algunos trastornos de personalidad, todavía no se dis-
pone de pruebas que permitan sostener esta hipótesis.
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 538

538 B. CLÍNICA

Factores neurobiológicos

En este aspecto, además de hallazgos aislados, carecemos de una


hipótesis explicativa de la génesis y el desarrollo de los trastornos delirantes
desde el punto de vista de la neurobiología.
En varios estudios se ha insistido en la presencia previa de un daño
cerebral traumático como antecedente en muchas personas con trastorno deli-
rante (3), aunque no se puede precisar, por falta de estudios, en qué medida
contribuye el daño cerebral a la posterior aparición de un trastorno delirante.
Se ha indicado que los propios cambios neurodegenerativos debidos
al envejecimiento normal del cerebro podrían explicar la aparición de casos
de trastornos delirantes en la senectud (51).
En relación con el consumo de drogas, desde hace décadas se ha esta-
blecido un vínculo entre el consumo crónico de alcohol y la presencia de celos
patológicos que acaba deviniendo en un trastorno delirante celotípico (52).
Este grupo estudió a un grupo de 207 varones con síndrome de dependencia
alcohólica y el 34 % presentó celotipia patológica durante las intoxicaciones por
alcohol, otros en estadios de sobriedad y otros en forma de trastorno delirante
celotípico. También el consumo continuado de anfetaminas (53) y cocaína (54)
se han asociado con la aparición de un trastorno de ideas delirantes.
Es ya conocida la asociación entre fármacos dopaminérgicos como la
L-dopa, metildopa, bromocriptina, etc., y la aparición de ideas delirantes cró-
nicas. Sin embargo, es difícil de determinar cuál es la posibilidad de que favo-
rezcan la aparición de un trastorno delirante, ya que se administran precisa-
mente a pacientes con enfermedad o síndrome parkinsoniano, donde ya
hay afectación cerebral.
Relacionado con esta hiperactividad dopaminérgica, Gorman y Cum-
mings (55) propusieron que en los casos de trastornos delirantes orgánicos
había una implicación de áreas temporales y límbicas donde pudiera existir
una hiperactividad de la neurotransmisión de la dopamina. Con la hipótesis
de la hiperdopaminergia enlazarían el estudio genético de Morimoto y cols.
(50) citado en el apartado anterior.
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

Aislamiento sensorial y social

Tradicionalmente se ha pensado que la sordera era un factor etiológico


de los trastornos psicóticos. Se ha creído que el aislamiento sensorial que genera
la hipoacusia podría favorecer las interpretaciones autorreferenciales y de per-
juicio de estímulos neutros en personas caracterialmente predispuestas a ello.
Esta asociación fue apuntada por Kay y Roth (56), quienes lo señala-
ron en el caso de la parafrenia tardía, y Cooper y cols. (57) para la esquizo-
frenia paranoide y para casos de lo que denominaron «psicosis paranoides».
Sin embargo, no hay pruebas concluyentes, a pesar de la creencia extendida
al respecto, de que se establezca un vínculo entre hipoacusia y trastorno de
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 539

6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 539

ideas delirantes (58, 59). En relación con la ceguera no se dispone de nin-


guna prueba al respecto.
También se ha indicado que hay situaciones sociales que generan ais-
lamiento, como precipitadores de ideas delirantes en algunas personas. Tal es
el caso de las denominadas psicosis de los emigrantes. Un grupo encontró una
prevalencia de hasta el 16 % de cuadros paranoides en emigrantes eslavos en
una ciudad del norte del Reino Unido frente a una prevalencia del 4 % en la
población nativa (60). Esta mayor incidencia de cuadros paranoides en pobla-
ción emigrante se ha atribuido a varios factores: una mayor carga genética en
la población que deja un país, la emigración selectiva de personas en situación
de riesgo para desarrollar estos cuadros, errores diagnósticos por problemas
interculturales o, directamente, el impacto de los problemas de adaptación a
una lengua y cultura ajenas en personas aisladas socialmente (61).
Un cuadro próximo a este último son las denominadas psicosis carcela-
rias, trastorno de dudosa entidad, ya que la población carcelaria, por distintas
razones, presenta una mayor probabilidad de desarrollar psicosis por factores
independientes de la reclusión carcelaria. No obstante, se desconoce el impacto
que el aislamiento sensorial y social pudiera tener en personas predispuestas.

Explicaciones cognitivas de la formación de delirios

Las hipótesis cognitivas planteadas y estudiadas sobre la formación de


delirios se centran casi de manera exclusiva sobre los delirios de tipo perse-
cutorio, además de manera inespecífica, y abarcan todas las enfermedades
mentales donde hay un tipo de estos delirios. En consecuencia, carecemos de
un modelo explicativo unitario para el conjunto del trastorno delirante.
De acuerdo con Blackwood y cols. (62), la formación de las creen-
cias sociales normales depende de dos factores: de la selección de informa-
ción social en el ambiente relevante para uno mismo y de los procesos in-
ferenciales que emplean esta información para determinar las intenciones
de los otros hacia uno mismo con la finalidad de guiar el propio comporta-
miento. Estos procesamientos inferenciales se basan en el acceso a informa-
ción almacenada en el esquema de sí mismo, un depósito de la experiencia
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

autobiográfica que incluye información sobre uno mismo, las relaciones con
otros y situaciones sociales y que determina lo que está codificado y cómo es
interpretado (63).
Se han propuesto sesgos en estos tres procesos (sesgo atencional,
sesgo atribucional y sesgo por razonamiento basado en precipitación a con-
clusiones) como el fundamento neurocognitivo en la formación de delirios
de persecución (62):

• Sesgo atencional. Que postula que las personas con ideas delirantes
de persecución atienden preferentemente a estímulos relacionados
con amenazas y tienden preferentemente a recordar episodios vitales
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 540

540 B. CLÍNICA

amenazantes (62). En estudios empíricos se ha demostrado que estos


sesgos atencionales dependen del estado del delirio, es decir, se
presta una atención excesiva a estímulos amenazantes cuando el
sujeto delira activamente pero no en la misma medida cuando cede
la intensidad del delirio (64).
• Sesgo atribucional. La denominada «teoría de la atribución» propor-
ciona un marco explicativo de cómo las personas establecen relacio-
nes causales para explicar su propio comportamiento y el de los
demás (63). Se ha demostrado que las personas normales emplean un
sesgo o «servidor del sí mismo» a la hora de explicar las causas de los
episodios (una atribución interna para los episodios positivos a
manera de sesgo «reforzador del sí mismo») y tienden a rechazar res-
ponsabilidad por los fallos (una atribución externa para los eventos
negativos a manera de sesgo «protector del sí mismo»). Estos sesgos
podrían servir para mantener la autoestima.
Los pacientes con delirios persecutorios parecen mostrar una exage-
ración de este sesgo atribucional «reforzador del sí mismo». En estu-
dios experimentales (62) estos pacientes muestran una exageración a
la hora de atribuir hacia uno mismo episodio favorables hipotéticos y
hacia el exterior episodios desfavorables hipotéticos.
Bentall (65) propuso que este sesgo atribucional tendría como función
principal preservar la autoestima por medio de limitar el acceso a la
conciencia de episodios negativos almacenados en la memoria semán-
tica. Esto ocurriría a expensas de aumentar las percepciones paranoi-
des negativas de las intenciones ajenas en las personas que empleen
este sesgo en exceso.
De alguna manera, el delirio persecutorio actuaría como defensa. Esta
hipótesis predice que en los pacientes delirantes debería encontrarse un
grado normal de autoestima explícita, pero también un grado bajo de
autoestima implícita o encubierta. En estudios transversales revisados
por Blackwood y cols. (62) parece haber un grado normal o alto de
autoestima explícita en los pacientes con delirios, lo cual no se replica
en estudios longitudinales. Sin embargo, no se han creado modelos
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

experimentales satisfactorios que estudien el grado de autoestima implí-


cita. Es por ello que estos autores concluyen que la hipótesis del deli-
rio persecutorio como defensa está aún lejos de ser probada.
• Sesgo por razonamiento basado en la precipitación a las conclusiones.
En este caso se postula que los pacientes paranoides han demostrado
un sesgo consistente en su razonamiento basado en la tendencia a
precipitarse a exponer conclusiones en las pruebas de razonamiento
probabilístico (62). Los modelos bayesianos aseguran que la confianza
de una persona en una creencia concreta aumenta o disminuye de
acuerdo con el valor de nuevas pruebas que va recibiendo (66). Hems-
ley y Garety propusieron que los pacientes con delirios tienen una
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 541

6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 541

mayor tendencia que los individuos normales a extraer conclusiones


basadas en pruebas equívocas y esto se ha estudiado en ensayos eva-
luados en una serie de estudios que emplean material afectivamente
neutral (62).
Sin embargo, cuando esta hipótesis se ha puesto a prueba, no se ha
podido verificar. Tras la revisión de estudios que realizan estos autores,
se concluye que los resultados orientan hacia la idea de que las personas
con ideas delirantes tienen un sesgo en la recolección de información
(buscan menos información antes de tomar una decisión) más que un
sesgo en el pensamiento probabilístico (los pacientes delirantes pueden
agregar información apropiadamente, generar hipótesis y probarlas).
Siguiendo por esta línea de pensamiento, Linney y cols. (67) hallaron
evidencias preliminares que apuntan a sesgos en la recolección de
información en los estados predelirantes, lo que sugiere que este tipo
de sesgo puede estar más implicado en la formación del delirio que
en su mantenimiento.
• Déficit en la capacidad para una teoría de la mente. Se denomina teo-
ría de la mente a la capacidad para inferir estados mentales (creencias,
pensamientos e intenciones) en otras personas de cara a predecir y
explicar su comportamiento (68). Los delirios de persecución podrían
reflejar falsas creencias sobre las intenciones y la conducta de otras
personas que podrían emerger de un déficit en la teoría de la mente.
Frith y Corcoran (69) han propuesto que un déficit en la teoría de la
mente subyace en el origen de los delirios de persecución, referencia
y falsas identificaciones, alucinaciones auditivas en tercera persona,
algunos aspectos de las alteraciones formales del pensamiento y tam-
bién síntomas negativos.
Sin embargo, tal y como proponen Blackwood y cols. (62), es difícil
encontrar pruebas empíricas que apoyen esta hipótesis, ya que los
resultados que se obtienen en la literatura científica y el uso de mode-
los experimentales para probar esta hipótesis difieren enormemente de
un estudio a otro. Aunque algunos estudios señalan que hay un déficit
en la teoría de la mente en pacientes con delirios de persecución, este
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

déficit no parece ser específico de la idea delirante y aparece como un


síntoma dentro del conjunto de síntomas de desorganización y pobreza
psicomotriz de la esquizofrenia, más que en el conjunto de síntomas
de distorsión de la realidad donde encajan las ideas delirantes.

Explicaciones psicodinámicas
en la formación de las ideas delirantes

No hay una explicación unitaria desde el punto de vista psicodiná-


mico que explique la aparición del trastorno delirante por el mismo problema
que afecta a las explicaciones cognitivas. Aclaran mejor la formación del con-
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542 B. CLÍNICA

tenido del delirio que su génesis en sí. Por otro lado, las hipótesis psicodi-
námicas se centran en cada contenido del delirio en concreto y hay tantas
hipótesis como contenidos. Esta ausencia de una hipótesis psicodinámica
unitaria para el trastorno delirante se agrava también porque cada autor psi-
codinámico propone su propia teoría, que son difícilmente compatibles unas
con otras. Por último, y esto las diferencia de las hipótesis cognitivas, nunca
o en raras ocasiones se han puesto a prueba, por lo que carecen de una
base empírica para su verificación o refutación.
En relación con los delirios persecutorios, Freud propone, en el aná-
lisis de los escritos autobiográficos del juez Schreber (70), que la paranoia
surge como consecuencia de mecanismos masivos y patológicos de negación
y proyección de tendencias homosexuales inconscientes reprimidas.
Desde la psicología del sí mismo, Kohut (71) asegura que la paranoia
surge como consecuencia de fracasos de empatía repetidos y daños narcisis-
tas en el desarrollo del sí mismo.

TRATAMIENTO DEL TRASTORNO DELIRANTE

A la hora de abordar el problema del tratamiento del trastorno deli-


rante, siempre aparece el fantasma de la intratabilidad de estos cuadros, pre-
sunción que ha estado presente durante décadas.

Objetivos del tratamiento

Es probable que la mayor parte de personas que presentan un tras-


torno delirante no acuda al médico para recibir tratamiento psiquiátrico o, si
realiza una primera aproximación, rápidamente abandone tanto los trata-
mientos como las consultas.
Esto obedece a varios factores: a) la falta absoluta de conciencia de
enfermedad; b) la encapsulación del delirio y la preservación del resto de fa-
cultades mentales que permiten al paciente realizar una vida adaptada social-
mente (con sus claras limitaciones) pero que le proporcionan autonomía
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

como para no tener que depender de la ayuda psiquiátrica, y c) una ausencia


de actos delictivos o antisociales en un importante porcentaje de los pacien-
tes que, al evitar conflictos con la justicia, les ahorra órdenes o autorizaciones
judiciales de tratamiento involuntario. Muchas de estas personas sobreviven
en su medio sin grandes conflictos, y exclusivamente son percibidas como
«raras» o «especiales» en su entorno inmediato.
Un porcentaje de estas personas acudirá a tratamiento. Por lo gene-
ral, obligadas por su entorno familiar, como consecuencia de algún acto
delictivo derivado de su actividad delirante o por complicaciones afectivas
como la depresión, frecuente en personas que se rodean de un ambiente
propicio para presentar reacciones de estrés crónico.
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 543

Ante la negativa de muchos pacientes a recibir asistencia psiquiátrica y


conociendo el escaso efecto terapéutico que nuestras medidas tienen en
pacientes que se oponen activamente a ellas o simplemente no las cumplen,
hay que valorar en primer lugar qué situaciones se beneficiarán de la asistencia
psiquiátrica. Hay tres situaciones claras en las que será necesaria una interven-
ción médica ineludible: a) por demanda del propio paciente; b) por orden judi-
cial del tratamiento como consecuencia de algún acto delictivo cometido por el
paciente, y c) en situaciones donde es más que probable un acto de violencia
hacia sí mismo u otras personas, ya sea de manera inminente o a medio plazo.
En este sentido, es importante hacer una estimación del riesgo de
violencia que pueda existir en cada paciente. Hay una serie de factores que
se han vinculado a mayor riesgo de agresividad y que están relacionados con
elementos desinhibidores de la conducta: a) edad joven; b) sexo masculino;
c) consumo de alcohol y otras sustancias, y d) daño cerebral de origen trau-
mático, vascular o tóxico debido al alcohol.
Algunos subtipos esconden un potencial de violencia mayor que
otros: el celotípico, el persecutorio y el erotomaníaco esconden mayor riesgo
que el somático. En un estudio realizado exclusivamente sobre una muestra
de pacientes erotomaníacos (pero que podría ser extrapolado a las otras
variantes), la presencia de múltiples objetos o personas como centro del deli-
rio y una historia de conducta antisocial grave y no relacionada con los de-
lirios erotomaníacos, predecían el 89 % de la peligrosidad de los pacientes
en el sexo masculino (72).
Teniendo en cuenta estos datos, y abandonando la meta de la desa-
parición completa de la sintomatología como objetivo principal, el trata-
miento de estos pacientes debe centrarse en un alivio suficiente de la inten-
sidad de los delirios como para que puedan continuar desarrollando una vida
autónoma y disminuya el riesgo de comportamientos autoagresivos y hete-
roagresivos a un mínimo razonable.
Para ello, es fundamental, en primer lugar, conseguir una alianza
terapéutica con cada paciente. Si esto se consigue, el ascendiente del médico
sobre el paciente será suficiente como para que éste mantenga un cumpli-
miento terapéutico con el tratamiento farmacológico y acepte aproximacio-
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

nes psicoterapéuticas.
Este primer paso se constituye en un escollo insalvable en buena
parte de los casos y supone un problema médico-legal importante cuando el
paciente genera situaciones de riesgo. Desafortunadamente, el sistema legis-
lativo español no proporciona herramientas legales adecuadas ya que la Ley
de enjuiciamiento civil no prevé autorizaciones de tratamiento involuntario
ambulatorio y el clínico tendrá que optar por solicitar autorización judicial
para un ingreso involuntario (arruinando la relación con el paciente y limi-
tando temporalmente sus derechos civiles) o permitir que el paciente aban-
done voluntariamente el tratamiento ambulatorio a expensas de los riesgos
que de esta situación se pudieran derivar. La decisión de un ingreso invo-
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544 B. CLÍNICA

luntario con la pertinente autorización judicial debe ser una medida extraor-
dinaria, adoptada exclusivamente en situaciones de riesgo intolerable, ya
que, como es sabido, es más que probable que el paciente abandone el tra-
tamiento en el momento del alta hospitalaria y renuncie a acudir a la consulta
del médico que ordenó el ingreso, por lo que volverá a una situación aún
peor de la que se partió.
Las medidas terapéuticas disponibles para estos pacientes descansan
sobre dos pilares: el tratamiento farmacológico y el psicoterapéutico.

Tratamiento farmacológico

No se dispone de estudios controlados a doble ciego que permitan


recomendar un tipo de fármaco u otro. El tratamiento farmacológico de elec-
ción que en la actualidad se está aplicando a pacientes con trastorno deli-
rante es el grupo de fármacos antipsicóticos.
La razón para la elección de estos fármacos es, obviamente, por ana-
logía con la mejoría que producen en los síntomas positivos de la esquizo-
frenia. Se han empleado prácticamente todos los neurolépticos clásicos,
publicados en estudios de caso único. De acuerdo con la revisión realizada
por Munro y Mok (73) sobre todas las publicaciones, se extraen las conclu-
siones que se exponen a continuación:
Si entendemos como mejoría o recuperación el «regreso a la función
completa con la remisión de los síntomas», cuando el diagnóstico es ade-
cuado y el paciente cumple con el tratamiento, la bibliografía informa de una
«recuperación completa» en el 50 % de los pacientes, más del 30 % de ellos
mostrará una mejoría sustancial pero menos que completa y el 20 % no mos-
trará mejoría con independencia del antipsicótico que se administre (73).
Munro y Mok (73) proponen, quizá de manera excesivamente entusiasta, que
cuando la pimozida es el antipsicótico empleado, casi el 90 % de los pacien-
tes se recupera completamente o mejora. Hay que recordar que estas cifras se
basan en estudios no controlados.
Tampoco se dispone de estudios sobre la eficacia de los antipsicóticos
atípicos en el trastorno delirante. Las comunicaciones sobre caso único ade-
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

lantan que puedan ser igualmente eficaces que los neurolépticos clásicos. No
obstante, la eficacia de unos y de otros está aún por demostrar. Se han publi-
cado casos de mejoría con clozapina (74) y risperidona (74, 75) especial-
mente en el subtipo somático. Recientemente se ha citado una mejoría en el
caso de una adolescente con erotomanía tras tratamiento con aripiprazol y
psicoterapia (76).
En cualquier caso, siempre se recomienda que se empiece por una
dosis baja del antipsicótico y se realice un aumento muy lento de la dosis.
Obviamente, es fundamental reducir la probabilidad de aparición de efectos
secundarios en un tipo de paciente que no necesita de muchas razones para
abandonar el tratamiento. Usar dosis bajas también está fundamentado por el
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 545

hecho de que se necesitan dosis menores de las que habitualmente se


emplean para tratar la esquizofrenia para conseguir efectos terapéuticos
sobre los síntomas psicóticos (50).
No hay estudios que traten del impacto de los neurolépticos de absor-
ción o liberación lenta o de la risperidona de liberación prolongada en el trata-
miento de estos pacientes, a pesar de que, a priori, parecen unos fármacos que
tienen especial indicación en personas con incumplimiento de los tratamientos.
También se han citado casos de mejoría en pacientes con trastorno deli-
rante tras la administración de antidepresivos. Se han empleado en el subtipo
somático y se han observado mejorías en estudios de caso único. Éste es el
caso de la clomipramina (77), la fluvoxamina (78, 79) y la paroxetina (80). De
manera anecdótica, también se ha citado un caso de mejoría de esta variedad
somática tras tratamiento con terapia electroconvulsiva, a pesar de que este tra-
tamiento no esté especialmente indicado en el trastorno delirante (81).
Merece especial mención el uso de la pimozida en el trastorno delirante.
La pimozida es un neuroléptico difenilbutilpiperidínico, con una acción potente
de bloqueo dopaminérgico postsináptico y baja afinidad por bloqueo noradre-
nérgico. Tiene una baja incidencia de efectos sedantes y de hipotensión ortos-
tática, pero tiene como inconveniente que prolonga el intervalo QT del elec-
trocardiograma. Su farmacocinética permite administrarlo en una única toma.
Este fármaco se ha utilizado en la variante somática del trastorno deli-
rante y su eficacia fue resaltada por primera vez por el psiquiatra canadiense
Alistair Munro. Desde entonces ha surgido un grupo de entusiastas en el
empleo de esta medicación en el trastorno delirante impulsados por este
psiquiatra. Estudios patrocinados por este autor señalan una mayor eficacia
de la pimozida en relación con otros neurolépticos a la hora de tratar a per-
sonas con un trastorno delirante (73).
La dosis propuesta de pimozida oscila entre 2 y 40 mg/día, con el rango
más típico entre 2 y 12 mg/día. Conviene empezar con la dosis mínima e ir
aumentando lentamente hasta alcanzar la dosis terapéutica. Esto es especial-
mente importante en estos pacientes por la incidencia de efectos secundarios,
que alentarían un pronto abandono del tratamiento. Munro (82) destaca que, en
su experiencia, los pacientes que responden al tratamiento lo hacen de manera
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

rápida y con una importante remisión de los síntomas, y mejoran incluso los ras-
gos de personalidad disfuncionales que se supone que existen de manera pre-
mórbida. De ser cierto, lógicamente, la idea de un trastorno de personalidad
premórbido en las personas con trastorno delirante caería por su propio peso.

Tratamiento psicoterapéutico

Al igual que los fármacos, no se dispone de ningún tipo de psicotera-


pia que haya demostrado su eficacia en el trastorno de ideas delirantes. No
hace falta insistir sobre la especial resistencia que estas personas oponen a
cualquier intento de «psiquiatrizar» sus creencias delirantes.
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 546

546 B. CLÍNICA

Hay un consenso general a la hora de afirmar que la psicoterapia de


corte introspectivo (como el resto de las terapias psicodinámicas) está espe-
cialmente contraindicada en estas personas.
La psicoterapia de corte cognitivo centrada en la modificación de las
creencias delirantes ha demostrado su eficacia en la corrección de los delirios
en otras enfermedades psiquiátricas (83), pero no así en el trastorno deli-
rante. Es bastante improbable que un paciente de este tipo acepte una modi-
ficación cognitiva salvo en casos excepcionales.
Las intervenciones psicoterapéuticas tienen que centrarse en estable-
cer y mantener la alianza terapéutica del paciente con el médico para que
sobreviva a lo largo del tiempo a pesar de las vicisitudes que, sin duda, sur-
girán con los años. Hay un porcentaje de pacientes que, sin aceptar nunca
lo patológico de sus creencias, sí consentirán con la toma y el seguimiento de
un tratamiento. Es un hecho paradójico, pero se produce con cierta frecuen-
cia en la clínica. Las razones de este fenómeno no están claras: una incon-
gruencia en el sistema cognoscitivo de los pacientes, una mejoría subjetiva
que les motiva a aceptar un tratamiento a pesar de negar que presenten
enfermedad alguna, una relación personal satisfactoria con su psiquiatra que
le impulsa a mantener las citas, etc.
Es obvio que cuanto mejor sea la relación con el psiquiatra, más
permeable será el paciente a cualquier intervención que éste realice. La
ascendencia moral sobre el paciente es indispensable para que éste obtenga
un beneficio de cualquier intervención psicoterapéutica.
Teniendo en cuenta que estos pacientes están sometidos a grados de
estrés y malestar superiores al del resto de la población, es importante inter-
venir en estos momentos, ya sea mediante técnicas de asesoramiento o de la
tradicional psicoterapia de apoyo.
Es de vital importancia reducir el grado de ansiedad y disforia que pue-
dan experimentar estas personas, ya que, sin duda, contribuyen a elevar la in-
tensidad del delirio, lo que generará importantes problemas comportamentales.
Hay que recordar que los pacientes con trastorno delirante, al igual
que algunos trastornos de personalidad, se ven inmersos en reacciones circu-
lares: su actitud de hostilidad hacia un mundo al que consideran amena-
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

zante generan en su entorno reacciones reales de hostilidad hacia él y que


le confirmarán en su posición inicial y, con toda seguridad, acrecentarán su
grado de ansiedad y sus ideas delirantes. Las intervenciones tienen que diri-
girse a romper estos círculos viciosos, ya sea con intervenciones directas
sobre el paciente, intervenciones sobre el medio cuando sea posible o ale-
jando temporalmente al paciente del medio, como por ejemplo, con un in-
greso hospitalario. Un porcentaje de pacientes, con los que exista una buena
relación terapéutica y en los momentos en los que el delirio no esté en su
momento de mayor intensidad, podrán beneficiarse de intervenciones de tipo
cognitivo que le permitan aceptar la existencia de estas reacciones circulares
y modificarlas en la medida que sea posible.
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 547

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL CONCEPTO


DE TRASTORNO DELIRANTE

A la hora de realizar una visión sobre cómo ha evolucionado la crea-


ción de esta enfermedad en el ámbito de la medicina es importante utilizar
el método de análisis histórico propuesto por Germán Berrios (84), que
señala la necesidad de la distinción del concepto, del término y de la con-
ducta para poder apreciar las evoluciones a lo largo de la historia de cada
uno de estos tres elementos. Como suele recordar este importante autor, los
tres elementos evolucionan en el tiempo de manera discordante y casi nunca
de manera paralela.
A lo largo del capítulo se han apuntado las contribuciones de algu-
nos autores clásicos en la nominación o descripción de algunas variedades
del trastorno delirante como, por ejemplo, la folie à deux. En esta sección se
intenta exponer de manera sucinta cómo se genera y establece el concepto
de trastorno delirante crónico tal como lo entendemos en la actualidad.
En la psiquiatría moderna, podemos señalar que Esquirol es la figura
más influyente en la creación de la idea de que existen personas afectadas
por una enfermedad caracterizada por la presencia de ideas delirantes de
manera continua. El alienista francés Esquirol (1772-1840) propone el término
monomanía para designar un síndrome caracterizado por una idée fixe, una
preocupación patológica única en una mente cuerda en el resto de los aspec-
tos (85). Berrios (86) define esta idea del trastorno de ideas delirantes de
Esquirol como una locura parcial.
De acuerdo con Kendler (87) la principal característica clínica de la
monomanía de Esquirol se centra en que es una condición limitada en su
impacto. Esta limitación se manifiesta en tres aspectos interrelacionados. En
primer lugar, el trastorno se reduce a una única facultad mental principal, a
diferencia de otros trastornos más generalizados como Esquirol describía en
lo que él entendía como manía o demencia. En segundo lugar, la anormali-
dad puede ser entendida como la consecuencia lógica de un único «principio
falso», esto es, buena parte de este trastorno se concibe como proveniente
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

de manera inteligible de un error único o un pequeño conjunto de ellos que


afectan al razonamiento, la capacidad lógica o la percepción. En tercer lugar,
desde una perspectiva exclusivamente comportamental, aparte de las áreas
asociadas con el trastorno, los individuos con monomanía piensan, razonan
y actúan como cualquier otra persona.
Esquirol distingue varios subtipos de monomanía. El subtipo de
monomanía «intelectual» (distinto de la afectiva o instintiva) es el que parece
ser el precursor de lo que después se denominó paranoia y en la actualidad
se conoce como trastorno de ideas delirantes.
Sin embargo, el tipo de conducta para el que Esquirol desarrolló esta
serie de conceptos y el término monomanía, hoy no hubiera sido diagnosti-
02-ROCA 2006 20/9/06 16:44 Página 548

548 B. CLÍNICA

cado de trastorno de ideas delirantes. De acuerdo con Kendler (87), la mayor


parte de las monomanías estudiadas por el autor francés se trataba de esta-
dios terminales de neurosífilis. Como vemos, en la génesis del concepto del
trastorno de ideas delirantes, no concuerdan el término, el concepto ni la
conducta anómala. Sin embargo, las ideas propuestas por Esquirol fueron
fundamentales para el desarrollo del concepto de paranoia que se fue ges-
tando a lo largo del siglo XIX.
El término paranoia o su predecesor inmediato en lengua alemana
verrücktheit sufre numerosas vicisitudes a lo largo del siglo XIX (88). En
ocasiones, sus límites semánticos se contraen y en otras se expanden has-
ta el punto de utilizarse para designar todo tipo de casos de locura deli-
rante y hasta alucinatoria (87). En la psiquiatría francesa, los trastornos de
ideas delirantes se consideraban en su mayor parte dentro de la teoría de la
degeneración.
El psiquiatra germano Krafft-Ebing (1840-1902), conectando con la tra-
dición francesa del concepto de degeneración, sitúa a la paranoia entre las
«degeneraciones psíquicas», y subraya que el trastorno ocurre «exclusivamente
en individuos manchados». La causa más común de esa «mancha» es la heren-
cia (87). Kendler destaca la importancia de Krafft-Ebing en el desarrollo del
concepto del trastorno de ideas delirantes en el asentamiento de seis con-
ceptos. El primero es que el principal síntoma de esta enfermedad son los
delirios o ideas delirantes. Los delirios de la paranoia de acuerdo con este
autor son sistematizados y metódicos (87).
En segundo lugar, Krafft-Ebing vuelve a subrayar la preservación del
resto de facultades mentales. Dejando aparte el delirio, el resto de la razón y
el juicio están por lo general intactos. Ni el intelecto ni las esferas psicomoto-
ras o emocionales están afectadas, a diferencia de otros trastornos mentales.
El tercer concepto de este psiquiatra es que los pacientes paranoicos
tienden a razonar correctamente partiendo de «falsas premisas». Todas sus
emociones y acciones pueden ser entendidas como manifestaciones de estos
delirios (87).
La cuarta idea es que las alucinaciones son comunes en estos pacien-
tes y la quinta idea es que el desarrollo del trastorno a menudo refleja la
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

personalidad subyacente de la persona afectada. El sexto y último concepto


se refiere al curso de la paranoia que tiende a ser invariablemente crónico,
con remisiones parciales que no se deben confundir con la curación. Este
trastorno, de acuerdo con Krafft-Ebing, no progresa como la demencia y en
los estadios terminales el juicio suele quedar intacto (87).
Es Kraepelin (1856-1926) quien establece y fija el término paranoia
al concepto clínico que viene gestándose a lo largo del siglo XIX y al tipo de
conducta que hoy día se denomina trastorno de ideas delirantes. Para este
autor, las ideas delirantes de la paranoia son construidas dentro de un sistema
coherente (87). Estas ideas delirantes están, en sus propias palabras, «siste-
matizadas, muy elaboradas mentalmente, uniformemente conectadas y sin
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 549

contradicciones internas groseras». De manera opuesta a como se presentan


en lo que él denominó dementia praecox, las ideas delirantes de la paranoia
nunca son incoherentes o sin sentido.
Kraepelin asume el concepto previamente descrito de que, a pesar
de las ideas delirantes crónicas, las personas con paranoia disfrutan de una
«perfecta preservación de un pensamiento ordenado y claro, de la voluntad
y de la conducta». Aunque la conducta y la actividad estén a menudo influi-
das por las creencias delirantes, en sí mismos, no están alterados (87).
En relación con el problema de la presencia o ausencia de las aluci-
naciones, en sus primeros escritos, Kraepelin asumió la idea de Krafft-Ebing
de que las alucinaciones, especialmente las auditivas, siempre estaban pre-
sentes en la paranoia, aunque sólo excepcionalmente eran clínicamente pre-
dominantes (87). Sin embargo, en la última edición de su tratado, Kraepelin
descartó que las alucinaciones ocurrieran en la paranoia.
A la hora de hablar del pronóstico de la enfermedad, Kraepelin
afianzó el principio de la cronicidad de la enfermedad y la ausencia de una
recuperación genuina. Desde entonces se ha mantenido la creencia de un
pronóstico de recuperación pobre y de la intratabilidad de esta enfermedad.
En un principio, Kraepelin consideró a la paranoia dentro del con-
cepto anatomoclínico de la enfermedad como concibió a la dementia prae-
cox. Sin embargo, en su octava edición ya adelantó una idea que tomaría con-
sistencia durante el siglo XX, esto es, que la paranoia, al igual que la histeria,
podría entenderse como el desarrollo de una personalidad anómala (87).
Paralelamente, y dentro de la psiquiatría francesa, Paul Sèrieux y
Joseph Capgras establecen en 1909 una entidad a la que denominan délire
d’interpretation y describen igualmente las características que en un primer
momento definían al trastorno delirante: a) delirios múltiples y organizados;
b) ausencia de alucinaciones; c) intelecto preservado; d) curso crónico, y
e) incurabilidad sin evolución defectual terminal (89).
Kretschmer (1888-1964), psiquiatra de la escuela de Tubinga, ya en el
siglo XX, ideó un síndrome con gran similitud conceptual con la paranoia krae-
peliniana. El síndrome del delirio sensitivo de referencia se caracterizaba por
el desarrollo de unas ideas delirantes de referencia, persecutorias y/o eróticas
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

en personas marcadas previamente por una personalidad sensitiva. La mayor


parte de los delirios no solía ser algo fuera de lo común. Las alucinaciones no
eran descartables pero raramente eran prominentes. El resto de las funcio-
nes mentales (voluntad, emoción, razonamiento) permanecía intacto así
como la personalidad en su conjunto. El pronóstico de este cuadro, de
acuerdo con Kretschmer, no era tan funesto como la paranoia kraepeliniana
y debía administrarse tratamiento psicoterapéutico.
Kretschmer rechazó el modelo de enfermedad para este trastorno (87).
Este cuadro emergía de una personalidad anormal sometida a cierta clase
específica de estrés. Este estrés, para ser patogénico, debía incidir sobre algún
punto vulnerable de la personalidad para que emergieran las ideas delirantes.
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550 B. CLÍNICA

Contemporáneamente con Kretschmer, Jaspers (1883-1969) realizó


una descripción sobre la psicopatología y el desarrollo patogénico de la
idea delirante próxima a las ideas del primer autor y que ha influido enor-
memente en la psiquiatría continental europea y particularmente en la es-
pañola (3). Jaspers establece el concepto de desarrollo que tan influyente
sería en la psicopatología posterior. De acuerdo con Eguíluz, Jaspers
entiende la patogénesis del trastorno de ideas delirantes como «un desplie-
gue interno de ciertos caracteres de la personalidad originaria, propios de
ésta desde un punto de vista posibilístico, y al cual contribuyen determina-
das circunstancias vitales que le son propicias» (90). En este sentido, el
delirio de los desarrollos paranoides es comprensible estáticamente (por su
coherencia interna) y genéticamente (teniendo en cuenta la personalidad
del sujeto y las circunstancias que le rodean). Esto sucede en contraposición
con el delirio de los procesos esquizofrénicos, donde el delirio es por defi-
nición incomprensible.
Durante buena parte del siglo XX tuvo una particular influencia la
visión de Freud (1856-1939) sobre la génesis psicogénica de las ideas deli-
rantes. De acuerdo con este autor, las ideas delirantes persecutorias surgían
de deseos homosexuales latentes. Hoy en día esta visión ha perdido influen-
cia en el conjunto de la comunidad psiquiátrica. Sin embargo, propuestas
freudianas tales como los mecanismos de proyección en la génesis del delirio
siguen manteniendo su vigencia en la explicación de la formación cognitiva
de la idea delirante de perjuicio.
¿Qué sucedió con la paranoia kraepeliniana durante el siglo XX? Pues
siguió un trayecto variable. En la psiquiatría española siguió estando pre-
sente, aunque casi de manera anecdótica en comparación con la presencia
predominante de la esquizofrenia en la psiquiatría contemporánea. En la
psiquiatría anglosajona y europea continental desapareció. La influencia de
Eugen Bleuler (1857-1939) fue determinante en este lance.
Tras la acuñación del término esquizofrenia por Bleuler y su defini-
ción clínica, los límites semánticos de esta entidad, así como los diagnósticos,
se ampliaron hasta absorber prácticamente todos los trastornos psicóticos.
Esto se debió a la obra del psiquiatra germano-suizo y a la interpretación que
® Grupo Ars XXI de Comunicación, S.L.

de su obra se hizo en Estados Unidos. En ello influyó también el hallazgo de


la evolución hacia la esquizofrenia de buena parte de los casos de parafre-
nia y paranoia diagnosticados por Kraepelin (3).
Por otro lado, el concepto de paranoia como entidad nosológica autó-
noma se tambalea pronto desde su fundación. El propio Kraepelin (91) reco-
nocía que sólo el 20 % de los pacientes inicialmente diagnosticados de para-
noia se mantenía como tal y no evolucionaba hacia el deterioro como la
demencia precoz. Poco después, en 1931, Kolle (citado en Leal y cols. [4])
revisó la serie de pacientes diagnosticados por Kraepelin de paranoia y
observó que más del 50 % de ellos había evolucionado hacia la esquizofre-
nia considerando a la paranoia como una forma más de esquizofrenia.
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6. TRASTORNO DELIRANTE CRÓNICO 551

La paranoia vuelve a ser rescatada del olvido por la psiquiatría nor-


teamericana en la década de 1970. En el DSM-III-R se aceptó la existencia
de una entidad caracterizada por la persistencia de ideas delirantes crónicas
y en la que permitía la presentación de alucinaciones, aunque de manera
no prominente. Esta vez se denominó trastorno delirante en la edición
DSM-IV-TR y simplemente como trastorno de ideas delirantes persistentes
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