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Escuela Normal Superior De Querétaro.

Licenciatura En Enseñanza Y Aprendizaje Del Español

Semestre 1

Introducción al español

Licea López Daniela

Diciembre/2020

Cuento 1

La última prueba.

Emilia no sabía que le deparaba el destino cuando arribó a ese autobús que la llevó desde su natal ciudad hasta
Nuevo Laredo, Tamaulipas. El miedo y los nervios la traicionaban, quería bajar en la próxima parada y regresar a
la seguridad de su hogar, pero el recuerdo de la necesidad la mantenía firme. Hacía esto por su hija, si no era ella
nadie más lo haría. Llevaba casi diez horas dentro de ese camión y solo había comido un par de galletas sabía que
necesitaría fuerzas para llegar a su destino pero el nudo en el estómago no la dejaba ingerir nada más.

Un mes atrás una vecina y amiga suya a sabiendas de la difícil situación económica de Emilia, le contó que su
hermano fue en busca del sueño americano y que vivía muy bien desde entonces, le sugirió que hiciera lo mismo y
le dio el contacto del coyote que lo había cruzado. Parecía una idea descabellada pero no pasaron ni dos días
cuando Emilia decidió que sería lo mejor, no quería vivir toda su vida con un sueldo que apenas alcanzaba para
subsistir, justo esa semana tuvo que pedir prestado para comprar algo de víveres. Su hija ya no tomaba fórmula por
el elevado costo de esta, cuando había suerte tomaba leche entera y cuando no, una simple agua de arroz cocido
como sustituto era suficiente. Económicamente su madre Rosario no podía apoyarla, pero la dejo a cargo de su
pequeña hija junto con $ 2000 pesos que de algo le servirían en lo que llegaba a Estados Unidos.

El autobús se detuvo en la central, ya eran las 8:00 horas y el día prometía ser soleado y caluroso. Con paso firme
bajó y se dirigió hacia el punto de encuentro que el coyote por celular había indicado. Al llegar notó que otras diez
personas estaban allí por los mismos motivos que ella. Al parecer serían sus compañeros de “viaje”, todos
oscilaban entre los veinte y cuarenta años incluyéndose, a excepción de un joven que estaba segura no pasaba los
dieciocho años, tenía la cara infantil, cabello corto de no más de un centímetro de largo y de expresión amable. Se
acercó a él y preguntó si también esperaba al coyote a lo que él respondió:

—Sí, todos los que ves aquí lo estamos esperando. Por cierto soy Ramón ¿Cómo te llamas?—le inquirió el
muchacho.

—Emilia Guzmán—dijo con voz gruesa, tragó y prosiguió— oye ¿no eres muy joven para estar aquí?
—Tengo quince años, en mi tierra ya es edad suficiente para cruzar al otro lado—dijo sonriendo el joven.

Emilia no dijo nada, se sentó a un lado de Ramón hasta que llegó una camioneta algo oxidada y de ella bajaron dos
hombres, uno alto, con el rostro lleno de pecas, cabello rojizo y algo corpulento. El otro hombre un poco más bajo,
de tez morena clara y más delgado que el anterior, lucía una expresión hosca, llevaba una camiseta oscura y encima
una camisa, Emilia pudo notar que le faltaba un brazo y que portaba una “38” en la pretina del pantalón.

—Pongan atención—dijo el hombre del arma— yo soy Checo y ese grandulón es Mario. Nosotros nos vamos a
encargar de que crucen a salvo al otro lado. Para eso tienen que seguir mis órdenes, a partir de aquí abandonan toda
libertad y se ponen en mis manos, créanme que es por su bien.

—La ruta que manejamos es de las más cortas, son tres días y dos noches caminando por el monte, descansaremos
cuatro horas nocturnas para que no haya contratiempos. Si alguien se queda, por la circunstancia que sea, no
podemos esperarlo ni ayudarlo. Que quede bien clara esta última parte— dijo seriamente Mario— todos saquen el
dinero, cuando nos topemos con los encargados de la plaza yo les doy su parte y ustedes ni una palabra. Con esa
gente no se juega.

Todos comenzaron a pagar, y subieron a la camioneta que se internó entre los árboles, durante una hora
aproximadamente que duró el viaje, Ramón iba contando a Emilia que iba en busca de una vida mejor para sus
hermanos Su madre había muerto hacía un par de años atrás y su padre no podía mantenerlos a todos por lo que
dependían de él para poder sobrevivir.

Cuando por fin llegaron al punto de partida notó como dos vehículos salían de entre la naturaleza y descendían
varios hombres armados bloqueando el paso. Checo bajó del asiento del copiloto y saco un fajo de dólares, cruzó
algunas palabras con aquellos hombres y después de contar el dinero desbloquearon el paso.

— ¡Listo, vámonos que pa´ luego es tarde!— exclamó Mario.

Todos descendieron velozmente de la camioneta, Ramón sin despegarse de Emilia, formando una fila con Checo al
frente y el pelirrojo Mario al final. Comenzaron una caminata de velocidad moderada durante seis horas hasta
llegar a unos enormes árboles de grandes y verdes hojas en donde descansaron diez minutos. El clima se sentía
húmedo y caluroso. Debían ser cerca de las 17:00 horas, Emilia sentía que los muslos le escocían debido al
constante roce de la mezclilla del pantalón con su piel. Volteó y notó que el ánimo con el que todos iniciaron se
había esfumado, lucían algo cansados más no agotados.

Terminó el descanso y siguieron con su caminata hasta que llegó la oscuridad de la noche, las estrellas brillaban en
su máximo esplendor y Checo ordenó parar para descansar mientras él montaba guardia. A lo lejos se escuchaban
lobos aullando, Ramón observó su reloj de muñeca y dijo a todos que era media noche antes de recostarse sobre la
hierba y dormir.
A las 4:00 horas Emilia sintió como la sacudían para despertarla, se paró sintiendo cómo sus músculos adoloridos
se estiraban y prosiguió con la caminata. A medio día sacó su paquete de galletas a medio comer y ofreció a
Ramón quien aceptó gustoso. Cerca de las 14:00 horas sentía que no podía con la sed, veía que sus compañeros
pasaban por lo mismo pero el último trago de su botella lo había tomado hacía un kilómetro atrás. Comenzó a
mordisquearse la lengua para salivar y poder aguantar en lo que encontraban algún charco de donde pudieran
beber. No faltaba mucho para llegar al Río Bravo, escuchaba como corría poderosa el agua chocando con las rocas,
no pasaron ni quince minutos cuando se detuvieron frente a este. Mario saco una cámara de aire y entre las hojas
descubrió una cuerda algo gastada de grosor considerable que cruzaba el río. Uno por uno fue internándose en la
bulliciosa corriente y con la ayuda del grandulón cruzaban, al llegar a la orilla Checo lanzaba otra cuerda y los
ayudaba a subir por el lodoso borde.

Cuando el pelirrojo ayudaba a cruzar al último hombre, se escuchó cómo la cuerda cedió por el peso de ambos.
Inmediatamente Checo lanzó su cuerda, lazándole el brazo a Mario, mientras este sujetaba la cámara del borde
intentando acercar al hombre a su propio cuerpo. Todos corrieron a jalar la cuerda pero el brazo de Mario no
soportó mucho dislocándose al momento y la corriente era tan fuerte que por momentos hundía a los dos hombres,
más entre todos lograron sacarlos.

Checo examinó el brazo dislocado e intentó recolocarlo sin éxito, no quedó de otra que seguir adelante con su ruta.
Alrededor de las 22:000 horas se detuvieron a descansar, estaban a poco más de medio día de llegar al destino,
Ramón sentía una fuerte punzada en el tobillo pero en la oscuridad de la noche no lograba ver nada, probablemente
eran las ámpulas por el roce del calzado. Por su parte, Emilia sentía el líquido caliente entre los dedos de sus pies,
no necesitaba ver para saber que era sangre y pus de las llagas infectadas hechas en el camino. Pero lo que más le
preocupaba era que la sed no la abandonaba y no creía resistir otro medio día de caminata. A las 2:00 horas
siguieron su camino, y cuando el cielo empezaba a clarear notó como varios de sus compañeros a falta de agua
comenzaban a tomar su propia orina.

Ramón ya no tenía sensibilidad de la pantorrilla para abajo, al despertar esa mañana se revisó y notó dos puntitos
oscuros entre lo amoratado del tobillo, no se tenía que ser experto para saber que alguna serpiente lo había
mordido. Decidió guardar silencio para no alarmar al grupo y seguir sin contratiempos.

Como a las 10:00 horas Checo les indicó que estaban a punto de llegar a la carretera en donde un vehículo los
estaría esperando, y que ese era de los peores de los obstáculos de pasar.

—En esa zona hay una franja de “guachos” de migración. Nosotros vamos a pasarles por la lateral derecha
arrastrándonos por treinta metros, después de ahí todos deberán levantarse pero solo hasta la mitad, para que la
maleza nos cubra. Si tenemos suerte, unos metros antes de la carretera nos podremos levantar y correr cómo si no
hubiera un mañana. Tengan en cuenta que si algo sale mal y nos ven, ellos van a proceder de la manera en que
quieran. Nos ven como simple escoria ilegal —sentenció Mario.
Todos acataron las órdenes, comenzaron a arrastrarse cuidadosamente enterrándose pequeñas espinas en el
transcurso, Ramón ya no sentía su pierna derecha ni parte del torso, tenía la vista nublada y la fiebre a tope. Muy
dentro de sí, sabía que se encontraba en una situación difícil, y que pronto llegaría a ese punto sin retorno en donde
incluso consiguiendo algún antídoto no le haría efecto, principalmente por lo disperso que traía el veneno.

Casi a punto de llegar, Mario al no soportar el dolor de cargar su peso en el hombro dislocado se levantó antes de
tiempo. Al momento se escuchó un grito y un par de torretas se encendieron. Los habían descubierto. Emilia
inmediatamente se irguió y vio que a menos de veinte metros se encontraba una camioneta con las puertas abiertas,
sin dudarlo corrió cómo nunca en su vida dando un salto final para subir al vehículo. Tardaron en llegar los
siguientes tres, aún faltaban nueve personas incluyendo a Ramón y los dos coyotes. Observó la escena que se
desarrollaba entre la maleza, todos se habían dispersado y los agentes de migración habían detenido a dos. Cuando
ambos coyotes llegaron y el conductor estaba a punto de abandonar a los demás, un gritó se escuchó. Era Ramón
tratando de llamar la atención de los agentes para que los demás tuvieran oportunidad de huir, sabía que no le
quedaba mucho tiempo de vida, pues sentía cómo su corazón latía cada vez más despacio.

Parecía que había logrado su objetivo, mientras los agentes lo detenían sus demás compañeros lograron alcanzar la
camioneta que ya estaba en marcha. Ramón hizo un último contacto visual con Emilia regalándole una sonrisa y un
asentimiento de cabeza, antes de caer inerte en el suelo.

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