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VIKTOR E.

FRANKL:
APUNTES BIOGRÁFICOS Y BIBLIOGRÁFICOS

Viktor Frankl, creador de la logoterapia


(Viena, 1905 - 1997)
VIKTOR E. FRANKL: EL HOMBRE

Viktor Frankl, poco después de salir


liberado de los campos de concentración

Nace en Viena el 26 de marzo de 1905; muere el 2 de septiembre de 1997 a


los 92 años de edad.

Hijo de un matrimonio judío observante de la tradición. Recibe una influencia


ideológica, sobre todo moral, del judaísmo. Tuvo dos hermanos; Walter y
Stella.

Desde adolescente le impactan profundamente los problemas existenciales de


los jóvenes. Después de la primera guerra mundial se hace sensible a
situaciones que los afligen, tales como: el derrumbe de valores tradicionales y
de la familia, la pérdida de la fe, la depresión, los suicidios y la sensación de
vacío. Realiza sus estudios de preparatoria. 1916-1924

En 1925 Organiza los Centros de Consulta para los jóvenes afectados por la
post-guerra abordando temas tales como suicidio, fuga de hogares,
depresiones, etc. Colabora en una organización sindical a favor de los jóvenes
trabajadores. Allí entra en amistad con sus maestros los Dres. Oswald
Schwarz y Rudolph Allers.

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En 1926 Ingresa al círculo de colaboradores de Alfred Adler. Publica
"Psychotherapie und Weltanschaung".

Realiza sus estudios de Medicina; Neuropsiquiatría, tratando de entrar en la


comprensión del alma humana. Empieza a ejercer en 1940 cuando se hace
cargo de la clínica neurológica del Hospital Rotschild en Viena.

La anexión de Austria por los nazis (1938) corta violentamente la carrera y la


vida familiar de Frankl. En diciembre de 1941 se casa con Emmy Grosser (a
quien llamaba cariñosamente Tilly). En ésa época era jefe del Departamento
de Neurología del Rothchild Hospital, en Viena.

Decide quedarse en su ciudad natal, y en septiembre de 1942 es deportado


con su familia al campo de concentración de Terezín, en las afueras de Praga,
ocho meses apenas después de haberse casado. Se inicia así lo que él llama el
"Experimentum Crucis para el prisionero número 119,104".

El 18 de Julio de 1947 se casó con Eleonore Schwindt (Elly), de quien se ha


dicho que es el calor que acompañó a Frankl hasta su último momento con
enorme dedicación y con quien integró lo que él mismo llamó "un felíz
matrimonio ecuménico". En diciembre de aquel año nació Gabrielle su única
hija.

Es nombrado Profesor Asociado de Neurología y Psiquiatría de la Facultad de


Medicina de la Universidad de Viena.

En 1948 se gradúa como Doctor en Filosofía (su segundo doctorado).


Presentación de su tesis "La presencia ignorada de Dios".

Radio Austria contrata a Frankl por dos años en 1952 para hablar sobre
psicoterapia de manera comprensible para el público en general.

En 1957 Frankl viaja a EE.UU. por primera vez durante tres


semanas, de una costa a otra, siendo relator en 19 universidades americanas
y 75 asociaciones científicas.

Martín Heidegger lo conoce en 1959 comparten ideas y trabajan juntos en


ellas.

En 1961conoce a Gordon Allport, quien lo recomienda y es nombrado


profesor de la Universidad de Harvard.

En 1965 en invitado como conferenciante para un acto conmemorativo por


cumplirse los 600 Años de la Universidad de Viena

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Él es el ejemplo viviente de que una persona puede cortar la cadena de la
maldad: el poeta Hans Weigel, que lo conoció muy bien ha dado su testimonio
respecto a ésto:... ‘él estaba libre de todo impulso de venganza, de desquite...
sus compatriotas lo habían humillado, torturado..., él cambió la vestimenta del
campo de concentración con el guardapolvo blanco del médico y les brindó
auxilio como médico sacerdote’.

Una frase esencial del pensamiento de Frankl es que la vida tiene sentido aún
en las peores circunstancias.

En esas condiciones adversas extremas le da forma a su teoría de la


Logoterapia, la terapia de la búsqueda del sentido.

Fue invitado a impartir diferentes cátedras en las Universidades de Harvard,


Stanford, Pittsburg y Dallas. En más de 175 Universidades Frankl impartió
conferencias, una de ellas fue la Universidad Iberoamericana en México en
1978; el título de la conferencia fue “La voz que clama en demanda de
sentido”.

Recibió 27 Títulos Honoris Causa.

La última fecha que estuvo en México fue en 1987 invitado por Gente Nueva.
En la ciudad de Guadalajara impartió una conferencia a los jóvenes.

Publicó más de 28 obras. Sus libros fueron traducidos a más de 18 idiomas


incluyendo el castellano.

Tuvo dos nietos; Alexander y Katya.

Haddon Klimberg Jr., periodista americano que le hace entrevistas en sus


últimos dos años de vida publica en 2002 el libro que lleva por titulo: La
llamada de la vida. En este texto ofrece un reportaje de la vida personal de
Frankl y de su relación con Elli su amada esposa con la que convivió más de
50 años.

Solo una persona como él, en las condiciones de vida de él, podía haber
creado la Logoterapia.

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ESCENAS DE LA VIDA DE VIKTOR EMIL FRANKL

Viktor Frankl, escalando para


superar su temor a las alturas

M. A. Noblejas. 1994. Logoterapia. Fundamentos, principios y aplicación.


Una experiencia de evaluación del "logro interior de sentido". Tesis Doctoral.
Fac. CC. Educación. Univ. Complutense de Madrid.

Infancia.

"Entre los recuerdos más preciosos del pequeño Viktor estaba el de un


despertar matutino en el frescor del verano: incluso antes de abrir los ojos a
la luz del nuevo día se sintió invadido por un beatificante sentimiento de
seguridad y ternura. Cuando abrió los ojos vio que su padre estaba
inclinado sobre él y le sonreía. Aquel verano fue particularmente fecundo en
emociones: el hogar de los Frankl era frecuentado por una amiga de la
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familia que se ocupaba de problemas educativos; experimentaba mucho
cariño por Viktor que la acosaba a preguntas, de tal modo que mereció, por
parte de ella, ser nombrado 'el pensador'.

Con la primera guerra mundial y el hundimiento del Imperio, la familia


Frankl sufrió una grave crisis económica. Después de Viktor había nacido
otro hermano y una hermana. En Südmähren, pueblo natal del padre, los
tres niños tuvieron que mendigar el pan y quizá robaron calabazas por los
campos". (Bazzi y Fizzotti, 1989, pg. 14).

"Experimentum crucis". Antes del internamiento.

"En medio de la tragedia de aquella situación (invasión alemana de Austria)


recurrió a todo con el fin de sabotear las leyes que imponían la eutanasia; se
dedicó con tenacidad a todo aquello que podía sostener la moral de sus
compatriotas, convirtiéndose incluso en organizador de los momentos de
oración.

Esperando escapar de la terrible suerte, a principios de 1942 se había


casado con Tilly, una joven judía que conocía desde hacía tiempo, pero hacia
el final de aquel mismo año las cosas empeoraron (...). Viktor y Tilly se
habían quedado en Viena y los ancianos señores Frankl insistían para que
(...) se pusieran a salvo. La idea de poder finalmente difundir las
conclusiones de sus investigaciones y la posibilidad de garantizar una
existencia serena a su familia -la mujer esperaba un hijo- le impulsaban a
marcharse, pero experimentaba toda la angustia de dejar a sus padres
solos frente a un destino cruel.

De todos modos buscó y obtuvo un visado para los Estados Unidos, pero
cuando tuvo el salvoconducto en sus manos, no logró decidirse. Una noche
soñó con una muchedumbre de deportados necesitados de sus cuidados y
creyó que su puesto era aquél y no los Estados Unidos. Una tarde salió de
casa absorto en sus pensamientos y, escondiendo bajo su abrigo la estrella
amarilla, entró en la catedral de Viena, donde permaneció largo rato en
oración. Cuando volvió a casa, vio sobre la radio un pedazo de mármol. Su
padre le explicó que lo había recogido detrás de las ruinas de la sinagoga.
En él estaba grabada una letra del alfabeto hebreo que pertenecía a las
tablas en que estaba grabado el Decálogo; aquella letra se usaba sólo para
el cuarto mandamiento, que trata del respeto hacia los padres. Viktor lo
interpretó como la respuesta que buscaba y decidió dejar caducar el visado
para los Estados Unidos.

El apresamiento sobrevino en noviembre de 1942 y, en el momento de


separarse de su mujer, Viktor resuelve otro conflicto moral: Tilly era una
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mujer muy hermosa y quizá la salvación de su vida podría depender de
ceder ante las lisonjas de los SS. Según su opinión, se presentaba un dilema
entre el mandamiento: 'No matarás' y el otro:'No cometerás adulterio'. Si no
la desligaba anticipadamente de la fidelidad conyugal, se sentiría
corresponsable de su muerte. Por esto le dijo: "Conserva la vida a toda
costa. Haz cualquier cosa con tal de poder sobrevivir'. Le pareció que la
excepcionalidad de aquella situación exigía tal opción." (Bazzi y Fizzotti,
1989, pg. 22).

Campo de concentración (Frankl, 1988. 9ª ed.).

"Este relato trata de mis experiencias como prisionero común, pues es


importante que diga, no sin orgullo, que yo no estuve trabajando en el campo
como psiquiatra, ni siquiera como médico, excepto en las últimas semanas...
Yo era un prisionero más, el número 119.104, y la mayor parte del tiempo
estuve cavando y tendiendo traviesas para el ferrocarril" (pg. 15-16).

Internamiento en el campo.

"Unas 1500 personas estuvimos viajando en tren varios días con sus
correspondientes noches; en cada vagón éramos unos 80. Todos teníamos
que tendernos encima de nuestro equipaje, lo poco que nos quedaba de
nuestras pertenencias. Los coches estaban tan abarrotados que sólo
quedaba libre la parte superior de las ventanillas por donde pasaba la
claridad gris del amanecer". (pg. 19).

"Como el hombre que se ahoga y se agarra a una paja, mi innato optimismo


(que tantas veces me había ayudado a controlar mis sentimientos aun en las
ocasiones más desesperadas) se aferró a este pensamiento: los prisioneros
tienen buen aspecto, parecen estar de buen humor, incluso se ríen, ¿quién
sabe? Tal vez consiga compartir su favorable posición.

Hay en psiquiatría un estado de ánimo que se conoce como la 'ilusión del


indulto'..." (pg. 20).

"Nadie podía aceptar todavía el hecho de que todo, absolutamente todo, se


lo llevarían. Intenté ganarme la confianza de uno de los prisioneros de más
edad. Acercándome a él furtivamente, señalé el rollo de papel en el bolsillo
interior de mi chaqueta y dije: 'Mira, es el manuscrito de un libro científico.
Ya sé lo que vas a decir: que debo estar agradecido de salvar la vida, que
eso es todo cuando puedo esperar del destino. Pero no puedo evitarlo, tengo
que conservar este manuscrito a toda costa: contiene la obra de mi vida.

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¿Comprendes lo que quiero decir?'. Si, empezaba a comprender. Lentamente,
en su rostro se fue dibujando una mueca, primero de piedad, luego se
mostró divertido, burlón, insultante, hasta que rugió una palabra en
respuesta a mi pregunta, una palabra que siempre estaba presente en el
vocabulario de los internados en el campo: '¡Mierda!'. Y en ese momento toda
la verdad se hizo patente ante mí e hice lo que constituyó el punto
culminante de la primera fase de mi reacción psicológica: borré de mi
conciencia toda vida anterior" (pg. 24).

"Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se nos hizo patente:


nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos (incluso sin
pelo); literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia
desnuda. ¿Qué otra cosa nos quedaba que pudiera ser un nexo material con
nuestra existencia anterior? Por lo que a mí se refiere, tenía mis gafas y mi
cinturón, que posteriormente hube de cambiar por un pedazo de pan." (pg.
24).

"Las ilusiones que algunos de nosotros conservábamos todavía las fuimos


perdiendo una a una; entonces, casi inesperadamente, muchos de nosotros
nos sentimos embargados por un humor macabro. Supimos que nada
teníamos que perder como no fuera nuestras vidas tan ridículamente
desnudas. Cuando las duchas empezaron a correr, hicimos de tripas
corazón e intentamos bromear sobre nosotros mismos y entre nosotros.
¡Después de todo sobre nuestras espaldas caía agua de verdad!" (pg.26).

"Lo desesperado de la situación, la amenaza de la muerte que día tras día,


hora tras hora, minuto tras minuto se cernía sobre nosotros, la proximidad
de la muerte de otros -la mayoría- hacía que casi todos, aunque fuera por
breve tiempo, abrigasen el pensamiento de suicidarse. Fruto de las
convicciones personales que más tarde mencionaré, la primera noche que
pasé en el campo me hice a mí mismo la promesa de que no 'me lanzaría
contra la alambrada'. Esta era la frase que se utilizaba en el campo para
describir el método de suicidio más popular..." (pg. 27).

"Pasados los primeros días, incluso las cámaras de gas perdían (...) todo su
horror; al fin y al cabo, (...) ahorraban el acto de suicidarse." (pg. 28).

La vida en el campo

"El prisionero pasaba de la primera a la segunda fase, una fase de apatía


relativa en la que llegaba a una especie de muerte emocional". (pg. 31).

"Estuve algún tiempo en un barracón cuidando a los enfermos de tifus; los


delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientes estaban agonizando.
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Apenas acababa de morir uno de ellos y yo contemplaba sin ningún
sobresalto emocional la siguiente escena, que se repetía una y otra vez con
cada fallecimiento. Uno por uno, los prisioneros se acercaban al cuerpo
todavía caliente de su compañero. Uno agarraba los restos de las hediondas
patatas de la comida del mediodía, otro decidía que los zapatos de madera
del cadáver eran mejores que los suyos y se los cambiaba. Otro hacía lo
mismo con el abrigo del muerto y otro se contentaba con agenciarse -
¡imagínense qué cosa!- un trozo de cuerda auténtica. Y todo esto yo lo veía
impertérrito, sin conmoverme lo más mínimo. Pedía al 'enfermo' que retirara
el cadáver. Cuando se decidía a hacerlo, lo cogía por las piernas, (...) y lo
arrastraba (...). Acto seguido nos distribuían la ración diaria de sopa. (...).
Mientras mis frías manos agarraban la taza de sopa caliente de la que yo
sorbía con avidez, miraba por la ventana. El cadáver que acababan de
llevarse me estaba mirando con sus ojos vidriosos; sólo dos horas antes
había estado hablando con aquel hombre. Yo seguía sorbiendo mi sopa. Si
mi falta de emociones no me hubiera sorprendido desde el punto de vista del
interés profesional, ahora no recordaría este incidente, tal era el escaso
sentimiento que en mí despertaba". (pg. 32-33).

"Por extraño que parezca, un golpe que incluso no acierte a dar, puede, bajo
ciertas circunstancias, herirnos más que uno que atine en el blanco. Una vez
estaba de pie junto a la vía del ferrocarril bajo una tormenta de nieve. A
pesar del temporal nuestra cuadrilla tenía que seguir trabajando. Trabajé
con bastante ahínco, repasando la vía con grava, ya que era la única forma
de entrar en calor. Durante unos breves instantes hice una pausa para
tomar aliento y apoyarme sobre la pala. Por desgracia, el guardia se dio
media vuelta y pensó que yo estaba holgazaneando. El dolor que me causó
no fue por sus insultos o sus golpes. El guardia decidió que no valía la pena
gastar su tiempo en decir ni una palabra, ni lanzar un juramento contra
aquel cuerpo andrajoso y demacrado que tenía delante de él y que,
probablemente, apenas le recordaba al de una figura humana. En vez de
ello, cogió una piedra alegremente y la lanzó contra mí. A mí, aquello me
pareció una forma de atraer la atención de una bestia, de inducir a un
animal doméstico a que realice su trabajo, una criatura con la que se tiene
tan poco en común que ni siquiera hay que molestarse en castigarla.
(...)

El aspecto más doloroso de los golpes es el insulto que incluyen. En una


ocasión teníamos que arrastrar unas cuantas traviesas largas y pesadas
sobre las vías heladas. Si un hombre resbalaba, no sólo corría peligro él,
sino todos los que cargaban la misma traviesa. Un antiguo amigo mío tenía
una cadera dislocada de nacimiento. Podía estar contento de trabajar a
pesar del defecto, ya que los que padecían algún defecto físico era casi
seguro que los enviaban a morir en la primera selección. Mi amigo se
bamboleaba sobre el raíl con aquella traviesa especialmente pesada y
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estaba a punto de caerse y arrastrar a los demás con él. En aquel momento
yo no arrastraba ninguna traviesa, así que salté a ayudarle sin pararme a
pensar. Inmediatamente sentí un golpe en la espalda, un duro castigo, y me
ordenaron regresar a mi puesto. Unos pocos minutos antes el guardia que
me golpeó nos había dicho despectivamente que los 'cerdos' como nosotros
no teníamos espíritu de compañerismo". (pg. 34-35).

"... cuando en el curso de nuestra diaria búsqueda de piojos, veíamos


nuestros propios cuerpos desnudos, llegada la noche, pensábamos algo así:
Este cuerpo, mi cuerpo, es ya un cadáver, ¿qué ha sido de mí? No soy más
que una pequeña parte de una gran masa de carne humana... de una masa
encerrada tras la alambrada de espinas, agolpada en unos cuantos
barracones de tierra. Una masa de la cual día tras día va
descomponiéndose un porcentaje porque ya no tiene vida." (pg. 40).

"Una mañana vi a un prisionero, al que tenía por valiente y digno, llorar


como un crío porque tenía que ir por los caminos nevados con los pies
desnudos, al haberse encogido sus zapatos demasiado como para poderlos
llevar. En aquellos fatales minutos yo gozaba de un mínimo alivio; me
sacaba del bolsillo un trozo de pan que había guardado la noche anterior y
lo masticaba absorto en un puro deleite". (pg. 41).

"Cuando los prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstas eran las más
sinceras que cabe imaginar y, muy a menudo, el recién llegado quedaba
sorprendido y admirado por la profundidad y la fuerza de las creencias
religiosas. A este respecto lo más impresionante eran las oraciones o los
servicios religiosos improvisados en el rincón de un barracón o en la
oscuridad del camión de ganado en que nos llevaban de vuelta al campo
desde el lejano lugar de trabajo, cansados, hambrientos y helados bajo
nuestras ropas harapientas. (...)

A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en la vida


del campo de concentración aún era posible desarrollar una profunda vida
espiritual. No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una
vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo
endeble), pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de
aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y
libertad espiritual. Sólo de esta forma puede uno explicarse la paradoja
aparente de que algunos prisioneros, a menudo los menos fornidos,
parecían soportar mejor la vida del campo que los de naturaleza más
robusta". (pg. 43-44).

"Mientras marchábamos a trompicones durante kilómetros, resbalando en el


hielo y apoyándonos continuamente el uno en el otro, no dijimos palabra,
pero ambos lo sabíamos: cada uno pensaba en su mujer. De vez en cuando
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yo levantaba la vista al cielo y veía diluirse las estrellas al primer albor
rosáceo de la mañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja
de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien
vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome
con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que
el sol del amanecer. Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida
comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y
proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de
que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre.
Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que
la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la
salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo
el hombre,desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la
felicidad -aunque sea sólo momentáneamente- si contempla al ser querido.
Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin
poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo
es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente -con dignidad- ese
hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen
del ser querido. Por primera vez en mi vida podía comprender el significado
de las palabras: 'Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la
gloria infinita'. (...)

No sabía si mi mujer estaba viva, ni tenía medio de averiguarlo (durante


todo el tiempo de reclusión no hubo contacto postal alguno con el exterior),
pero para entonces ya había dejado de importarme, no necesitaba saberlo,
nada podía alterar la fuerza de mi amor, de mis pensamientos o de la
imagen de mi amada. Si entonces hubiera sabido que mi mujer estaba
muerta, creo que hubiera seguido entregándome -insensible a tal hecho- a la
contemplación de su imagen y que mi conversación mental con ella hubiera
sido igualmente real y gratificante: 'Ponme como sello sobre tu corazón...
pues fuerte es el amor como la muerte' (Cantar de los Cantares, 8,6.). (...)

A medida que la vida interior de los prisioneros se hacía más intensa,


sentíamos también la belleza del arte y la naturaleza como nunca hasta
entonces. Bajo su influencia llegábamos a olvidarnos de nuestras terribles
circunstancias. Si alguien hubiera visto nuestros rostros cuando, en el viaje
de Auschwitz a un campo de Baviera, contemplamos las montañas de
Salzburgo con sus cimas refulgentes al atardecer, asomados por las
ventanucas enrejadas del vagón celular, nunca hubiera creído que se
trataba de los rostros de hombres sin esperanza de vivir ni de ser libres. A
pesar de este hecho -o tal vez en razón del mismo- nos sentíamos
transportados por la belleza de la naturaleza, de la que durante tanto
tiempo nos habíamos visto privados. (...)

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Mientras trabajaba, hablaba quedamente a mi esposa o, quizás, estuviera
debatiéndome por encontrar la razón de mis sufrimientos, de mi lenta
agonía. En una última y violenta protesta contra lo inexorable de mi muerte
inminente, sentí como si mi espíritu traspasara la melancolía que nos
envolvía, me sentí trascender aquel mundo desesperado, insensato, y desde
alguna parte escuché un victorioso 'sí' como contestación a mi pregunta
sobre la existencia de una intencionalidad última. En aquel momento y en
una franja lejana encendieron una luz, que se quedó allí fija en el horizonte
como si alguien la hubiera pintado, en medio del gris miserable de aquel
amanecer en Baviera". (pg. 45-48).

"Mi suerte se vio incrementada (...). Al cuarto día de mi estancia en la


enfermería y a punto de ser asignado al turno de noche -lo que habría
supuesto mi muerte segura-, el médico jefe entró apresuradamente en el
barracón y me sugirió que me ofreciese voluntario para desempeñar tareas
sanitarias en un campo destinado a enfermos de tifus. En contra de los
consejos de mis amigos (y a pesar de que casi ninguno de mis colegas se
ofrecía), decidí ir como voluntario. Sabía que en un grupo de trabajo moriría
en poco tiempo y si tenía que morir, siquiera podía darle algún sentido a mi
muerte. Pensé que tenía más sentido intentar ayudar a mis camaradas
como médico que vegetar o perder la vida trabajando de forma improductiva
como hacía entonces. Para mí era una cuestión de matemáticas sencillas y
no de sacrificio". (pg. 55-56).

"Pasé una última visita rápida a todos mis pacientes (...). Me acerqué a un
paisano mío (...). Con la voz cascada me preguntó: '¿Te vas tú también?'. Yo
lo negué, pero me resultaba muy difícil evitar su triste mirada. Tras mi
ronda volví a verlo. Y otra vez sentí su mirada desesperada y sentí como
una especie de acusación. Y se agudizó en mí la desagradable sensación
que me oprimía desde el mismo momento en que le dije a mi amigo que me
escaparía con él. De pronto decidí, por una vez, mandar en mi destino. Salí
corriendo del barracón y le dije a mi amigo que no podía irme con él. Tan
pronto como le dije que había tomado la resolución de quedarme con mis
pacientes, aquel sentimiento de desdicha me abandonó. No sabía lo que me
traerían los días sucesivos, pero yo había ganado una paz interior como
nunca antes había experimentado. Volví al barracón, me senté en los
tablones a los pies de mi paisano y traté de consolarlo; después charlé con
los demás intentando calmarlos en su delirio". (pg. 63).

"Por segunda vez, mi amigo y yo decidimos escapar. Nos dieron la orden de


enterrar a tres hombres al otro lado de la alambrada. (...). Hicimos nuestros
planes (...). Después de tres años de reclusión, me imaginaba con gozo cómo
sería la libertad, pensaba en lo maravilloso que sería correr en dirección al
frente. Más tarde supe lo peligroso que hubiera sido semejante acción. Pero
no llegamos tan lejos. (...) venía un delegado de la Cruz Roja de Ginebra y el
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campo y los últimos internados quedaron bajo su protección. (...). Ya no
teníamos necesidad de salir corriendo ni de arriesgarnos hasta llegar al
frente de batalla. (...)

El guardia que nos acompañaba (...) se volvió de pronto extremadamente


amable. Vio que podían volverse las tornas y trato de ganarse nuestro favor:
se unió a las breves oraciones que ofrecimos a los muertos antes de echar
tierra sobre ellos. Tras la tensión y la excitación de los días y horas
pasados, las palabras de nuestras oraciones rogando por la paz fueron tan
fervientes como las más ardorosas que voz humana haya musitado nunca".
(pg. 64-65).

"Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres


que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el
último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número,
pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar
todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la
actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio
camino". (pg. 69).

"Fundamentalmente, pues, cualquier hombre podía, incluso bajo tales


circunstancias, decidir lo que sería de él -mental y espiritualmente-, pues
aún en un campo de concentración puede conservar su dignidad humana.
Dostoyevski dijo en una ocasión: 'Sólo temo una cosa: no ser digno de mis
sufrimientos' y estas palabras retornaban una y otra vez a mi mente cuando
conocí a aquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y
muerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca se pierde.
Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos y la forma en que los
soportaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no
se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito".
(pg. 69-70).

"El hombre tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro:


sub specie aeternitatis. Y esto constituye su salvación en los momentos más
difíciles de su existencia, aun cuando a veces tenga que aplicarse a la tarea
con sus cinco sentidos. Por lo que a mí respecta, lo sé por experiencia propia.
Al borde del llanto a causa del tremendo dolor (tenía llagas terribles en los
pies debido a mis zapatos gastados) recorrí con la larga columna de
hombres los kilómetros que separaban el campo del lugar de trabajo. El
viento gélido nos abatía. Yo iba pensando en los pequeños problemas sin
solución de nuestra miserable existencia. ¿Qué cenaríamos aquella noche?
¿Si como extra nos dieran un trozo de salchicha, convendría cambiarla por
un pedazo de pan?. (...). ¿Qué podía hacer para estar en buenas relaciones
con un 'capo' determinado que podría ayudarme a conseguir trabajo en el
campo en vez de tener que emprender a diario aquella dolorosa caminata?
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Estaba disgustado con la marcha de los asuntos que continuamente me
obligaban a ocuparme sólo de aquellas cosas tan triviales. Me obligué a
pensar en otras cosas. De pronto me vi de pie en la plataforma de un salón
de conferencias bien iluminado, agradable y caliente. Frente a mí tenía un
auditorio atento, sentado en cómodas butacas tapizadas. ¡Yo daba una
conferencia sobre la psicología de un campo de concentración!. Visto y
descrito desde la mira distante de la ciencia, todo lo que me oprimía hasta
ese momento se objetivaba. Mediante este método, logré cierto éxito,
conseguí distanciarme de la situación, pasar por encima de los sufrimientos
del momento y observarlos como si ya hubieran transcurrido y tanto yo
mismo como mis dificultades se convirtieron en el objeto de un estudio
psicocientífico muy interesante que yo mismo he realizado". (pg. 75-76).

"Había sido un día muy malo. (...). Hacía unos días que un prisionero al
borde de la inanición había entrado en el almacén de víveres y había robado
algunos kilos de patatas. (...). Cuando las autoridades del campo tuvieron
noticia de lo sucedido, ordenaron que les entregáramos al culpable; si no,
todo el campo ayunaría un día. Claro está que los 2500 hombres prefirieron
callar. (...). Los estados de ánimo llegaron a su punto más bajo. Pero el jefe
de nuestro barracón era un hombre sabio e improvisó una pequeña charla
sobre todo lo que bullía en nuestra mente en aquellos momentos. Se refirió a
los muchos compañeros que habían muerto en los últimos días por
enfermedad o por suicidio, pero también indicó cuál había sido la verdadera
razón de esas muertes: la pérdida de la esperanza. Aseguraba que tenía
que haber algún medio de prevenir que futuras víctimas llegaran a estados
tan extremos. Y al decir esto me señalaba a mí para que les aconsejara.

Dios sabe que no estaba en mi talante dar explicaciones psicológicas o


predicar sermones a fin de ofrecer a mis camaradas algún tipo de cuidado
médico de sus almas. Tenía frío y sueño, me sentía irritable y cansado, pero
hube de sobreponerme a mí mismo y aprovechar la oportunidad. En aquel
momento era más necesario que nunca infundirles ánimos. (...)

Seguidamente hablé del futuro inmediato. Y dije que, para el que quisiera
ser imparcial, éste se presentaba bastante negro y concordé con que cada
uno de nosotros podía adivinar que sus posibilidades de supervivencia eran
mínimas (...). Pero también les dije que, a pesar de ello, no tenía intención de
perder la esperanza y tirarlo todo por la borda, pues nadie sabía lo que el
futuro podía depararle y todavía menos la hora siguiente. (...) Por ejemplo,
cabía la posibilidad de que, inesperadamente, uno fuera destinado a un
grupo especial que gozara de condiciones laborales particularmente
favorables, ya que este tipo de cosas constituían la 'suerte' del prisionero.

Pero no sólo hablé del futuro y del velo que lo cubría. También les hablé del
pasado: de todas sus alegrías y de la luz que irradiaba, brillante aun en la
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presente oscuridad. Para evitar que mis palabras sonaran como las de un
predicador, cité de nuevo al poeta que había escrito: '(...), ningún poder de la
tierra podrá arrancarte lo que has vivido'. No ya sólo nuestras experiencias,
sino cualquier cosa que hubiéramos hecho, cualesquiera pensamientos que
hubiéramos tenido, así como todo lo que habíamos sufrido, nada de ello se
había perdido, aun cuando hubiera pasado; lo habíamos hecho ser, y haber
sido es también una forma de ser y quizá la más segura.

Seguidamente me referí a las muchas oportunidades existentes para darle


un sentido a la vida. Hablé a mis camaradas (que yacían inmóviles, si bien
de vez en cuando se oía algún suspiro) de que la vida humana no cesa
nunca, bajo ninguna circunstancia, y de que este infinito significado de la
vida comprende también el sufrimiento y la agonía, las privaciones y la
muerte. Pedía a aquellas pobres criaturas que me escuchaban atentamente
en la oscuridad del barracón que hicieran cara a lo serio de nuestra
situación. No tenían que perder las esperanzas, antes bien debían conservar
el valor en la certeza de que nuestra lucha desesperada no perdería su
dignidad ni su sentido. Les aseguré que en las horas difíciles siempre había
alguien que nos observaba -un amigo, una esposa, alguien que estuviera
vivo o muerto, o un Dios- y que sin duda no querría que le decepcionáramos,
antes bien, esperaba que sufriéramos con orgullo -y no miserablemente- y
que supiéramos morir. (...). Mis palabras tenían como objetivo dotar a
nuestra vida de un significado, allí y entonces, precisamente en aquel
barracón y aquella situación, prácticamente desesperada. Pude comprobar
que había logrado mi propósito, pues cuando se encendieron de nuevo las
luces, las miserables figuras de mis camaradas se acercaron renqueantes
hacia mí para darme las gracias, con lágrimas en los ojos. Sin embargo, es
preciso que confiese aquí que sólo muy raras veces hallé en mi interior
fuerzas para establecer este tipo de contacto con mis compañeros de
sufrimientos y que, seguramente, perdí muchas oportunidades de hacerlo".
(pg. 82-84).

Después de la liberación

"No podíamos creer que fuera verdad. ¡Cuántas veces, en los pasados años,
nos habían engañado los sueños!. Habíamos soñado con que llegaba el día
de la liberación (...). Y entonces un silbato traspasaba nuestros oídos -la
señal de levantarnos- y todos nuestros sueños se venían abajo. Y ahora el
sueño se había hecho realidad. ¿Pero podíamos creer de verdad en él?". (pg.
90).

"Un día, poco después de nuestra liberación, yo paseaba por la campiña


florida, camino del pueblo más próximo. Las alondras se elevaban hasta el
cielo y yo podía oír sus gozosos cantos; no había nada más que la tierra y el
- 15 -
cielo y el júbilo de las alondras, y la libertad del espacio. Me detuve, miré en
derredor, después al cielo, y finalmente caí de rodillas. En aquel momento
yo sabia muy poco de mí o del mundo, sólo tenía en la cabeza una frase,
siempre la misma: 'Desde mi estrecha prisión llamé a mi Señor y él me
contestó desde el espacio en libertad'.

No recuerdo cuanto tiempo permanecí allí, de rodillas, repitiendo una y otra


vez mi jaculatoria. Pero yo sé que aquel día, en aquel momento, mi vida
empezó otra vez. Fui avanzando, paso a paso, hasta volverme de nuevo un
ser humano". (pg. 91).

Nota sobre estas citas:

"Fue escrito (este documento) en diciembre de 1945 a pocos meses de la


liberación, bajo la intensa emoción experimentada por la comprobación de la
muerte en el campo de concentración de su padre, su mujer y su hermano;
en cuanto a su madre, la había visto personalmente entrar en la cámara de
gas. A causa del dolor se sumergió durante nueve días en un aislamiento
catártico y dictando su historia intentó renacer. Este escrito, respecto a otros
que explican la misma trágica experiencia, tiene una originalidad que
merece ser subrayada. El autor se coloca en el punto de vista profesional,
intentando objetivar al máximo la tarea tratada. Más que un relato de las
atrocidades de los campos es un documento sobre la anulación de las
personas implicadas en las mismas, comprendidos los Kapos y los SS. En el
centro de la atención está sobre todo la propia vivencia personal de
sobrevivencia ética sostenida por la inquebrantable convicción de que el
hombre puede, en cualquier condición de vida, encontrar un significado
digno para su propia situación. Por ello puede afirmarse que el
'experimentum crucis' fue para Frankl análogo a lo que Freud llamó
autoanálisis". (Bazzi y Fizzotti, pg. 21).

Escenas posteriores

En el Primer Encuentro Latinoamericano de Logoterapia (1989):


"Antes de iniciar formalmente mi presentación, quisiera confortarles con
ciertas anécdotas que les voy a ir dando acerca de mi propia vida. Por
ejemplo, hace dos semanas estuvimos doce austriacos hablando por
televisión durante cuatro horas y tuve que hablar de mi propia vida. El
programa se titulaba: 'Testigos de Nuestros Tiempos'. En dicho programa
tocamos el tema de los cuarenta años de la Segunda República Austriaca; a
mi público le conté muchas cosas que carecen de interés para ustedes, entre
otras, que de joven tuve la oportunidad de conocer a dos emperadores, uno
austriaco y otro alemán; también les conté que durante la Primera Guerra
- 16 -
Mundial me vi en la situación de mendigar pan para los campesinos y que
conocí a personajes muy importantes como Adolf Eichmann y Joseph
Mengefeld". (pg. 9).

"... un estudiante de Perls en California dijo una vez que dicho autor atacaba
enérgicamente en sus libros a un señor de apellido Frankl, diciendo que el
análisis existencial de Frankl no era existencial, ni nada. Sin embargo, fue
Martín Heidegger quien al ir a Viena por sólo dos días, expresó el deseo de
visitar a una sola persona: a un tal señor Frankl. Pueden ustedes imaginar
qué profunda tristeza hubiera yo experimentado si Perls hubiera gustado de
mí y en cambio Heidegger hubiera dicho: no me interesa ese señor!". (pg.
12).

"Yo mismo he tenido ejemplos de personas que estaban por conseguir o


habían conseguido su Sentido, a los cuales he podido emular, y los acabo de
mencionar: Sigmund Freud y Martín Heidegger. Esto no implica, como
ustedes bien lo saben, que apruebe las teorías de Freud, sino que observaba
lo que ocurría en la década de los veinte, cuando Freud era ridiculizado e
ignorado en Viena. Él no se dejó intimidar y continuó fiel a su causa, siguió
la obra de su vida. En cuanto a Heidegger, fui testigo de la enorme
influencia en la filosofía europea que ejerció la primera parte de su libro,
publicado en 1927. Fue un libro breve: 'Ser y Tiempo'. Años después
concluyó la segunda parte de dicho libro y cuando fui a visitarlo
personalmente vi en su casa, sobre unos estantes, totalmente diseminadas,
las hojas del segundo manuscrito, las cuales nunca permitió que se
publicaran pese al tremendo éxito que tuvo la primera parte. A él no le
importaba la publicidad ni la popularidad, jamás sucumbió a la fama, a la
publicidad ni al elogio, siempre se mantuvo fiel a sí mismo rehusando
publicar la segunda parte". (pg. 13).

"Maslow es muy amigo mío y debo estar agradecido por ello; él publicó una
vez un artículo en el cual decía que estaba totalmente de acuerdo con Viktor
Frankl, respecto a que la Voluntad de Sentido era la necesidad primaria de
la vida. En cambio, yo no estaba totalmente de acuerdo con su teoría de la
Autorrealización, porque siempre he sostenido que ésta solamente se
consigue a través de la Autotrascendencia. Me inclinaba a estar de acuerdo
con Karl Jaspers, el gran filósofo existencialista, que decía que el hombre se
convierte o se hace a través de la causa de la que él se apropia; por cierto,
Jaspers se mostró muy afectuoso conmigo cuando lo visité en Basilea.
Ahora, él que habla los va a honrar con algo que no ha contado nunca en
público ni ha escrito antes, de lo cual mi esposa es fiel testigo. Estando en el
estudio del Dr. Jaspers, él me expresó que había leído todos mis libros, pero
que el libro que había escrito acerca de los campos de concentración era uno
de los pocos grandes libros de la humanidad". (pg. 14).

- 17 -
"... yo no sentí culpabilidad alguna de sobrevivir a los campos de
concentración, pero sí sentí la responsabilidad de sobrevivir. Se lo explicaré
en una forma anecdótica; (...). Cuando el Papa Pablo VI me recibió en
compañía de mi esposa en una audiencia especial, me dirigió unas palabras
muy gratas pero no necesariamente merecidas, ante las cuales tuve una
profunda reacción y rápida respuesta. Le dije al Papa que sus palabras me
habían entristecido, porque él sólo veía y mencionaba lo que yo había
realizado en mi vida, pero que mientras oía sus palabras cada vez cobraba
más conciencia de lo que yo debía haber hecho y no hice. Adicionalmente le
dije que por favor tenía que entender que alguna persona que sí había
estado en el andén del tren de Auschwitz, -y que había sido bendecido con
la gracia de sobrevivir a pesar de la relación 1 a 29, que era la tasa de
sobrevivencia,- ese individuo debía preguntarse diariamente si había sido
merecedor de esa gracia, y si había aprovechado día tras día la oportunidad
de haber hecho lo que tenía que hacer, y que lamentaba mucho que esa
persona tendría que contestar que no lo ha hecho siempre, o por lo menos no
totalmente". (pg. 16-17).

- 18 -
Viktor Frankl, mirando desde su ventana
el paisaje de la ciudad de Nueva York

BIBLIOGRAFÍA DE VIKTOR FRANKL

Viktor E. Frankl Títulos / Ediciones

Frankl, Viktor El hombre en busca de sentido.


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Ed. Herder, Barcelona, 1994.
Frankl, Viktor Logoterapia y Análisis Existencial.
Ed. Herder, Barcelona, 1990.
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Ed. Herder, Barcelona, 1984.
Frankl, Viktor La idea psicológica del hombre.
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Frankl, Viktor Logoterapia en la práctica médica.
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Frankl, Viktor El hombre en busca del sentido último.
Ed. Paidós, España, 1999.
Frankl, Viktor Lo que no está escrito en mis libros.
Ed. San Pablo, Bs As.
Frankl, Viktor Fundamentos y aplicaciones de la Logoterapia.
Ed. Paidós

Otros Autores Títulos / Ediciones

Acevedo, Gerónimo El modo humano de enfermar.


Ed. FAL, Bs As, 1994.
Acevedo, Gerónimo La búsqueda de sentido y su efecto terapéutico.
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Brito Crabtree Los Nuevos Caminos De La Libertad.
Luis Ramon Diana. (México).
Bazzi Tullio y Guía de la Logoterapia.
Fizzotti Eugenio Ed. Herder.
Del Rio A., Libertad, Responsabilidad y Educación.
German- Santelices c., Ediciones Tabor No. 13. Chile
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Fabry, Joseph Señales del camino hacia el sentido.
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Fabry, Joseph y Lukas Tras las huellas del logos.
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