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El jesuita Víctor Codina, de origen español, vive desde hace más de tres décadas en
Bolivia. Su identidad como teólogo latinoamericano se deriva de su experiencia pastoral
con comunidades de base y de su ejercicio docente en aulas de teología y otros espacios
formativos para laicos y consagrados. En muchos de sus escritos ha reflexionado sobre la
eclesiología del Vaticano II. Ahora comparte su mirada sobre el presente y el futuro de la
Iglesia en tiempos del papa Francisco.
R.- Claro, pero estos signos, si se toman en serio, ya encierran hechos. Cuando el Papa
quiere celebrar el Jueves Santo en una cárcel para jóvenes y les lava los pies a ellos y a
unas jóvenes –incluso a una musulmana–, esto es un hecho: estar al servicio de los demás,
de los que no tienen voz, cualquiera que sea su cultura y religión. Cuando viaja a
Lampedusa, quiere llamar la atención a toda la sociedad del drama de los emigrantes.
Cuando convoca a orar y ayunar por la paz en Siria, desea lanzar un grito profético contra
la guerra y a favor de la paz. Cuando afirma que el problema de la Iglesia es el hambre, el
paro juvenil, el abandono de los ancianos…, quiere mostrar un rostro de Iglesia abierta al
mundo, compasiva, no autorreferencial. Cuando dice que la Iglesia no puede quedarse
centrada en temas como el aborto, el divorcio y las uniones homosexuales, sino que tiene
que anunciar ante todo la alegre noticia de la salvación, está diseñando una imagen de
Iglesia evangélica, centrada en Jesús, con olor a Evangelio. Lo que pasa es que esto
tiene que acontecer tanto a nivel de Roma como a nivel nuestro, y ahí es donde nos
preguntamos: ¿cómo se puede materializar?
Reclamar el Concilio
Sin embargo, no podemos esperar que la renovación de la Iglesia venga solo de arriba.
Hemos de ser conscientes de que todos somos sujetos bautizados, con iniciativa, con
creatividad, con libertad, y debemos dejarnos llevar por el Espíritu sin esperar a que todo
venga de arriba. Hay suficientes semillas que el Concilio ha sembrado, y que el Papa ha
sembrado ahora, que dan cauces para avanzar. Las grandes reformas de la Iglesia han
venido ordinariamente desde abajo, de los pobres, de las mujeres, de los jóvenes, de los
indígenas, de los que no cuentan… Debemos escuchar a esta gente porque, a través de ella,
el Espíritu está clamando algo nuevo. En este sentido, debemos ayudar al Papa para que sus
signos, tan evangélicos, no queden puramente de parte de él, sino que nosotros, cada cual
en su lugar y contexto, hemos de llevar adelante estas grandes intuiciones evangélicas y del
Concilio.
Estos son temas intraeclesiales urgentes. Pero hay otros extraeclesiales: que los pobres
tengan realmente la prioridad, porque la Iglesia debe ser la Iglesia de los pobres.
También está el tema de la ecología, urgentísimo, y el de la lucha por la justicia, la paz y la
honradez. En La alegría del Evangelio, el Papa presenta todo un programa de acción
eclesial, de nueva evangelización, centrada en el anuncio del Evangelio en el desafiante
mundo actual, con un claro compromiso social de los cristianos, en un clima de alegría y
esperanza.
P.- ¿La teología latinoamericana tiene algo que aportar a la Iglesia universal en estas
cuestiones?
R.- A unos temas más que a otros, pero sí. De hecho, hay teólogos que han trabajado
algunos de estos aspectos. Por ejemplo, Carlos Schickendantz ha propuesto cambios
estructurales en la Iglesia respondiendo a la solicitud de Juan Pablo II de que le ayudaran a
repensar el primado de Pedro. Leonardo Boff ha relacionado a Francisco de Asís con
Francisco de Roma. En los temas de la mujer, en América Latina claramente hay
propuestas. Y en los temas de la ecología y de una Iglesia no solo de los pobres, sino más
fraterna y más sencilla también. Desde América Latina, toda la parafernalia del Vaticano,
con los nuncios, guardias suizos y tantas otras cosas propias de una corte barroca –no solo
alejada del mundo, sino de los pobres–, no se comprende. También se pide que el
magisterio se pueda entender. A Jesús le entendían, y a veces, muchas encíclicas papales
realmente son ininteligibles para el pueblo. Creo que hay que hacer un esfuerzo de
acercamiento al pueblo sencillo, que es el predilecto de Jesús y del Reino.
R.- El que el Papa consulte, ya hace posible la colegialidad. No es el Papa solo: es el él con
los obispos y, a la larga, tendrá que ser él con los obispos, el clero, los laicos y la Vida
Religiosa. Todos los que en la Iglesia tienen una voz han de colaborar. ¿Hasta qué punto
tratarán tantos temas? Hay que ser realistas. El Papa está muy condicionado por situaciones
del pasado y difícilmente muchas de estas asignaturas pendientes las podrá solucionar en
breve. Tendrá que crear unas condiciones para ir avanzando, quitando cerrojos de puertas y
abriendo ventanas. Tal vez tardarán en abrirse. Pero el Espíritu no cesa de soplar…