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¿Quién debe levantar la inmunidad parlamentaria? ¿Los propios congresistas? ¿El Poder
Judicial? ¿Debe suprimirse este mecanismo de protección? ¿Qué dice el derecho comparado al
respecto? Ofrecemos en este artículo algunas pistas al respecto.
Ha sido aprobada en la Comisión de Constitución del Congreso una de las dos reformas
constitucionales propuestas por el Poder Ejecutivo: la que impide la postulación a cargos
públicos de personas condenadas en primera instancia a pena privativa de la libertad, por
delito doloso. La segunda, aún pendiente, busca que la inmunidad parlamentaria no sea un
mecanismo de impunidad.
Ya en anterior ocasión nos hemos ocupado de la inmunidad parlamentaria. Está claro para la
ciudadanía que ella no puede entenderse como un privilegio, para encubrir a quien ha
cometido delito. Se trata tan solo de una garantía procesal, cuyo propósito es impedir el juicio
o el arresto por motivaciones políticas.
Así, el artículo 152° de la Constitución de Bolivia señala: “Las asambleístas y los asambleístas
no gozarán de inmunidad”. El artículo 61° de la Constitución chilena, por su parte, admite la
acusación y privación de la libertad a diputados y senadores bajo procedimiento especial,
cuando lo autoriza en pleno el denominado Tribunal de Alzada de la jurisdicción respectiva,
con la posibilidad de apelación ante la Corte Suprema. La Constitución colombiana en su
artículo 158° usa una fórmula semejante a la precedente: “De los delitos que cometan los
congresistas, conocerá en forma privativa la Corte Suprema de Justicia, única autoridad que
podrá ordenar su detención”.
Una variante ante las posiciones expuestas –levantamiento del fuero en el propio Congreso o
en el Poder Judicial– puede hallarse en el artículo 137° de la Constitución del Ecuador, que
mantiene la potestad de levantamiento de la inmunidad en el Parlamento, pero limitándola en
el tiempo: “Si la solicitud en que el juez competente hubiera pedido autorización para el
enjuiciamiento no fuere contestada en el plazo de treinta días, se la entenderá concedida”.
En efecto, durante la sesión plenaria se debatieron los proyectos de ley 7133 y 7607, que
proponen modificar los artículos 450, 452, 453 y 454 del Código Procesal Penal, a fin de
adecuarlos a la Ley 31118, Ley de Reforma Constitucional que Elimina la Inmunidad
Parlamentaria, y para establecer la competencia del órgano que resuelve la apelación en el
proceso especial por razón de la función pública.
Refirió en el caso del artículo 452 del Código Procesal Penal, referido al ámbito del
procesamiento por delitos comunes presuntamente cometidos por los congresistas, el
defensor del Pueblo y los miembros del Tribunal Constitucional, desde que asumen el cargo
público y hasta que vence el periodo de vigencia del mandato para el que son elegidos o
designados o son separados de manera definitiva del cargo, son de competencia de la Corte
Suprema de Justicia de la República.
La propuesta legislativa plantea también modificar el numeral 7 del artículo 450 del Código
Procesal Penal, con el siguiente texto legal: «Contra las decisiones emitidas por el Juzgado
Supremo de Investigación Preparatoria y la Sala Penal Especial Suprema procede recurso de
apelación, que conocerá la Sala Suprema que prevé la Ley Orgánica del Poder Judicial. Contra
la resolución de vista no procede recurso alguno».
Es decir, los mismos jueces que resuelven en apelación los incidentes generados durante la
investigación preparatoria, como la prisión preventiva, llevarán adelante el juicio oral.
“El proceso penal, en estos casos, se rige por las reglas del proceso común, con excepciones
previstas en el presente artículo. En la exposición de motivos de la referida iniciativa se señala
que la propuesta busca adecuar las reglas del proceso penal para los congresistas, el defensor
del Pueblo y los miembros del Tribunal Constitucional a la Ley de Reforma Constitucional que
elimina la inmunidad parlamentaria”, manifestó la legisladora Leslie Villón.
Su colega, Carolina Lizárraga Houghton (PM), dio a conocer su preocupación sobre el proyecto
en mención, señalando que dicha norma debería ser más integral para este caso, indicando
que es un avance en este tipo de reformas y que requiere su apoyo.
Los parlamentarios Isaías Pineda Santos (Frepap), Lenin Bazán Villanueva (FA), entre otros
representantes, también coincidieron en señalar la importancia de la norma, toda vez que este
mecanismo legal ayuda a precisar los procedimientos legales y administrativos en relación con
la inmunidad parlamentaria en el país, entre otros aspectos vinculados a este caso.
Es un buen ejercicio recordar las razones que dieron origen a las garantías institucionales, una
de las cuales es la inmunidad parlamentaria. La historia es rica al respecto y nos permitiría
reflexionar sobre su valía, así como también desalentar aventuras irreflexivas o reactivas. En
ese sentido, el origen inglés de la inmunidad parlamentaria estuvo inicialmente ligado a los
nobles y al clero, pero mediante el Bill of Rights de 1698 el Parlamento le impuso esta
condición a la Corona británica. En Francia se acogió en 1789 mediante la Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano y posteriormente en la Constitución francesa de 1791.
Sin embargo, durante la “época del terror” de Robespierre se derogó dicha prerrogativa con el
argumento del principio de igualdad y que había que dar justicia rápida y debida al pueblo.
Una vez concluida esta oscura etapa en la historia francesa, se volvió a la normalidad con el
retorno de inmunidad.
Desde sus orígenes la inmunidad fue entendida como una garantía cuyo objetivo era proteger
a los integrantes del Parlamento para poder equilibrar el poder del Ejecutivo, es decir, como
un instituto útil para mantener el equilibrio de poderes. Sin embargo, no se puede negar que el
mal uso de esta garantía también podría significar impunidad, lo que desdibujaba su forma de
prerrogativa a privilegio, esto es, a un mecanismo de protección personal (lo cual sí está fuera
de toda exigencia constitucional).
Los constitucionalistas dedicados a su estudio indican que justamente sirvió de resguardo a los
parlamentarios ante las posibles denuncias penales maliciosas motivadas por los
apasionamientos políticos o intrigas particulares. Si en el Perú de hoy estas deleznables
prácticas han sido proscritas, no tiene sentido mantener la prerrogativa de la inmunidad solo
por tradición. Pero si todavía existen, lo que convendría es reforzarla dotándola de límites
precisos que impidan los extremos de ligereza o de abuso. Entre estos límites, uno
trascendental sería determinar el alcance efectivo y razonable en el tiempo o la suspensión de
la prescripción de la acción penal o el plazo para resolver los pedidos de levantamiento de
inmunidad.
Por la misma razón de ligereza o abuso en el uso de esta garantía institucional, también
debería revisarse la misma prerrogativa para miembros del Tribunal Constitucional, el defensor
del pueblo y la que alcance a los funcionarios de alto nivel en relación a los delitos de función.
El riesgo de hacer mal uso de las garantías institucionales estará siempre presente, puesto que
cuando del poder político siempre existen quienes tratan de perturbar el funcionamiento de
los órganos del Estado. Nada mejor que la historia para recordar nuestros desafíos actuales.