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Alternativa a Suez
En términos comerciales la ruta del norte entre Hamburgo y Shanghái es 4.900km más corta que
la que pasa por el canal de Suez. Eso significa no solo unos diez días menos de navegación,
frente a los 34-40 de media actuales por Suez (la necesidad de rompehielos, el mal tiempo y los
obstáculos previsibles no permiten avanzar a la misma velocidad que por aguas cálidas), sino
también un ahorro en combustible y gastos de personal, menor contaminación y un
abaratamiento de los seguros, al tratarse de zonas sin piratería (de momento).
Aunque todavía Suez sigue siendo la vía prioritaria, accidentes como el bloqueo provocado este
año por el buque Ever Given y el progresivo deshielo ártico han llevado a Rusia a declarar que
para 2035 esa ruta del norte puede ser plenamente operativa. De momento, en febrero pasado,
el buque GNL Christophe de Margerie completó por primera vez la ruta del Mar del Norte de
Rusia en pleno invierno desde Sabetta (Rusia) hasta Jiangsu (China).
Rusia es, con diferencia, el país mejor situado para beneficiarse de ese potencial negocio. Más
del 60% de la región ártica está ubicada en territorio ruso y también alberga más del 80% de toda
la población. Aunque sería irreal concluir que pronto esa ruta pueda reemplazar a la de Suez,
resulta obligado tomarla ya en consideración, aunque nada sustancial será posible hasta que se
construyan infraestructuras a lo largo de esas costas −puertos, ferrocarriles, redes eléctricas,
aeropuertos…−, tanto para atender las necesidades de buques y tripulaciones en tránsito, como
para poder mover las mercancías entre los productores y los consumidores. De momento,
aunque Rusia estima que son necesarios unos 200.000 millones de dólares (165.000 millones
de euros) hasta 2050 para crear esas condiciones competitivas, de los que 87.000 ya tendrían
que estar invertidos para 2024, el hecho es que hasta el pasado año tan solo se habían
contabilizado 14.000 en inversiones reales (72.000 y 11.500 millones de euros,
respectivamente).
Por lo que respecta a las potenciales riquezas almacenadas en su subsuelo, se estima que la
región podría albergar más del 30% de todo el gas y al menos el 13% todo el petróleo por
descubrir y rentabilizar en el mundo. Y también en este caso Rusia, que plantó su bandera a
4.261 metros bajo el Polo Norte en agosto de 2007, sobresale como el potencialmente más
beneficiado, dado que se entiende que el 80% del total está en territorio que Moscú reclama
como propio. También aquí se repite el mismo problema de falta de infraestructuras para
rentabilizar esa enorme potencialidad y aunque ya hay proyectos en marcha −como el de gas
natural licuado de Yamal− no parece que ni Rosneft ni Gazprom se animen todavía, a la espera
de incentivos y ventajas fiscales que pueda ofrecer el Kremlin.
A partir de esos indicios, y cuando quedan todavía muchas dudas por despejar, resulta inmediato
constatar que aumenta la presión y la codicia de diferentes actores interesados en colocarse en
posiciones de ventaja a corto plazo (cabe recordar que Donald Trump incluso anunció su
intención de comprar Groenlandia en 2019). Y el problema, entre otros, es que hasta hoy tan
solo existe un organismo, el Consejo Ártico, escasamente dotado para gestionar adecuadamente
los intereses en juego. El Consejo fue creado hace ahora 25 años (Declaración de Ottawa, 1996),
con un perfil estrictamente de cooperación en asuntos medioambientales y desarrollo sostenible,
excluyendo explícitamente los temas de seguridad militar. A él pertenecían inicialmente las seis
comunidades indígenas de la zona, junto a Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia,
Islandia, Noruega, Rusia y Suecia. Posteriormente, desde mayo de 2013, se han añadido China,
Corea del Sur, India, Italia, Japón y Singapur, como Estados miembros observadores.
En su última reunión, celebrada en Reikiavik los pasados días 19 y 20 de mayo, Rusia asumió la
presidencia rotatoria para los dos próximos años, dando a conocer, por primera vez en la historia
del Consejo, un plan estratégico para los próximos diez años, centrado en luchar contra el
calentamiento global, preservar la paz y la cooperación en la lucha contra el cambio climático, la
ciencia y la seguridad. Una forma todavía disimulada de entrar en el tema de la seguridad y la
defensa, con una propuesta concreta de reiniciar las reuniones regulares entre los jefes militares
de los Estados miembros (suspendidas desde la anexión rusa de Crimea, en 2014) y otra para
celebrar una Cumbre de jefes de Estado y de gobierno durante su presidencia.