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MITO: “Me va a dar un ataque al corazón”.

Esta creencia es una de las más extendidas, debido a


que las palpitaciones y la taquicardia son los síntomas más comunes cuando experimentamos
ansiedad o pánico. La persona que lo sufre tiene la ferviente creencia que va a sufrir un infarto.

Realidad: Estos síntomas son parte normal de la respuesta de lucha-huída de nuestro organismo


(activación del sistema nervioso simpático) ante una situación que se consideramos peligrosa,
son una consecuencia de una activación emocional, no de que se está sufriendo un infarto. ¿No te
convence? Quizás deberías saber que:
 En primer lugar, los principales síntomas de un infarto son el dolor en el pecho, la falta
de aire y, ocasionalmente, palpitaciones y desmayo. Estos empeoran con el ejercicio o el
esfuerzo y desaparecen con bastante rapidez cuando estamos en reposo. En cambio,aunque
los síntomas de los ataques de pánico pueden intensificarse durante el ejercicio (el corazón
bombea más fuerte), ocurren con igual frecuencia durante el reposo.
 En segundo lugar, las enfermedades cardiácas suele producir grandes cambios eléctricos
en el corazón que pueden apreciarse fácilmente en un electrocardiograma (ECG). Por el
contrario, el único cambio que se aprecia en el ECG durante los ataques de pánico es un
aumento de la frecuencia cardiaca.
 Por último, el estrés, la ansiedad o el pánico no provocan por sí solos ataques
cardíacos. Los principales factores que aumentan la probabilidad de sufrir un infarto son:
tener una enfermedad cardíaca o arterial importante (que se detecta con rapidez en un
examen médico), la hipertensión arterial, el consumo de tabaco y el nivel elevado de
colesterol en sangre, resultado de dietas poco saludables, hipercalóricas y/o ricas en grasas
animales o colesterol. Existen otras variables que pueden contribuir, por asociación a las
variables anteriores como son los antecedentes familiares de enfermedad coronaria, el
sobrepeso, el sedentarismo, la excesiva competitividad a hostilidad, el consumo excesivo de
estimulantes o alcohol, la diabetes y el estrés.
 Es cierto que el estrés crónico y la ansiedad excesiva o el pánico pueden aumentar el
riesgo de angina de pecho o infarto de miocardio, pero sólo en personas que padecen ya una
enfermedad cardíaca; también, cuando conducen a hábitos inadecuados para manejarlos
(p.ej., consumo excesivo de tabaco, comidas excesivas o ricas en grasas) o a hipertensión
arterial. Ahora bien, por sí solos no dan lugar a ataques cardíacos. Si hubiera hábitos
negativos de respuesta ante el estrés o la ansiedad, sería necesario abandonarlos y aprender
estrategias más adecuadas para manejar el estrés o la ansiedad.

MITO: “Me voy a asfixiar o ahogar”. Es frecuente que uno respire más rápido de manera más
profunda cuando está muy ansioso. Esto es normal, forma parte también de la respuesta de
emergencia, ya que nuestro cuerpo necesita más oxígeno para luchar o huir del peligro. Pero si no
se lleva acabo la lucha o la huida lo que ocurre es que entramos un estado de hiperventilación o
sobrerrespiración, es decir, respiramos un volumen de aire mayor del que necesita nuestro
organismo. Como consecuencia, se produce una disminución del dióxido de carbono en la sangre
que a su vez, reduce la actividad del centro del reflejo respiratorio en el cerebro que hace
que descienda la frecuencia respiratoria porque entiende que hay mucho oxígeno, ¿para qué
más?. De este modo, surge el efecto paradójico de falta de aire y sensación de ahogo.

Realidad: Es imposible axfisiarse o ahogarse. De hecho, el intentar compensar esta sensación


respirando de manera voluntaria más fuerte hace que siga el estado de hiperventilación y la
sensación de falta de aire. ¿Qué debemos hacer?:
 Pues respirar de manera lenta, regular (inspira entre 3 o 4 segundos, mantén el aire 1 y
suéltalo lentamente entre 3 y 4 segundos también) y diafragmáticamente. Jamás se va a
producir un estado de dejar de respirar completamente. En el peor de los casos, el mantener
la hiperventilación durante un largo periodo de tiempo podría conducir a una pérdida de
conocimiento, no a una asfixia, pero eso es algo extremadamente raro. Además, en caso de
que ocurriera, no sería algo malo, estaría cumpliendo una función adaptativa, ya que así se
restablecería el funcionamiento equilibrado de los distintos sistemas corporales implicados,
entre ellos la respiración.

MITO: “Me volveré loco/a”. La creencia de que uno puede volverse loco por un ataque de pánico
o a consecuencia del mismo descansa en ciertos síntomas que sufren las personas durante los
ataques tales como la sensación de irrealidad, la visión borrosa, el ver lucecitas o puntitos blancos,
confusión mental, etc.

REALIDAD: Estos síntomas son característicos y normales de la reacción de lucha – huída, de la


reacción de emergencia ante una situación externa o interna que se considera peligrosa. No tienen
nada que ver con la locura. Cuando se habla de locura, la gente suele hacer referencia a un
trastorno mental grave llamado esquizofrenia. Esta se caracteriza por pensamientos y lenguaje
incoherentes y sin sentido, creencias delirantes (por ejemplo, que los demás pueden acceder a
nuestra mente o que nuestros propios pensamientos son impuestos por seres de otros mundos ) y
alucinaciones (por ejemplo, oír voces o ver personas que no existen).
Hay que tener en cuenta varias cosas:
 La esquizofrenia es un trastorno que suele aparecer en la adolescencia o al comienzo de la
juventud (la edad de inicio promedio en hombres está entre los 15  y los 25 años, y en
mujeres entre los 25 y los 35 años). No aparece de repente, sino que se va desarrollando
gradualmente y, desde luego, no como consecuencia de una historia de ataques de pánico.
 La esquizofrenia presenta cierta prevalencia hereditaria: Un niño con padres sin
trastornos tiene un 1% de posibilidades de padecer esquizofrenia, pero si tiene un hermano
con este desorden las probabilidades aumentan al 8%. Si es uno de sus padres quien la sufre
hablamos de entorno a un 12% de posibilidades de desarrollarla y si ambos padres sufren
esquizofrenia la probabilidad aumenta al 39%. 
 Es un trastorno mental muy poco frecuente, su prevalencia se sitúa entre el 0’3% y el 3’7%
dependiendo del país del que 
 hablemos. De modo que si no tienes la vulnerabilidad genética correspondiente, no
sufrirás esquizofrenia, por mucho estrés que padezcas. Una cosa son los trastornos de tipo
emocional, tal como los ataques de pánico o la depresión, y otra muy distinta
lostrastornos psicóticos; estos no son nunca una consecuencia de los anteriores.
 Las personas que padecen esquizofrenia suelen presentar algunos síntomas leves tales
como pensamientos inusuales o lenguaje florido, durante la mayor parte de sus vidas, de
modo que si estos no han estado presentes en tu vida es altamente improbable que vayas
a sufrir esquizofrenia. Además, si has sido entrevistado por un psiquiatra o un psicólogo,
sabría si es probable que vayas a desarrollar un trastorno psicótico.

MITO: “Voy a perder el control” . Algunas personas creen que van a perder el control durante los
ataques de pánico. El significado de “perder el control” tiene una lectura distinta para cada
persona: puede ser hacer cosas extrañas o ridículas, correr sin rumbo, gritar, proferir
obscenidades, romper cosas, quedarse totalmente paralizado y no ser capaz de moverse, hacerse
daño a sí mismo (tirarse por la ventana) o a otros, etc.

REALIDAD: Esta sensación de pérdida de control no se corresponde con la realidad. Las


personas que sufren ataques de pánico no pierden el control; en el peor de los casos, escapa de la
situación hacia un sitio que consideran más seguro, lo cual no es precisamente una falta de
control. Es un acto consciente que responde a la sensación apremiante de la huída. Como hemos
dicho, el ataque de pánico no es más que la respuesta de emergencia ante un peligro percibido
(que no tiene por qué ser real), de modo que se favorece la respuesta de huida. Es posible que uno
tenga alguna sensación de confusión o irrealidad, pero se conserva siempre la capacidad de pensar
y actuar de cara a ponerse a salvo. La reacción de emergencia no produce parálisis ni va dirigida a
hacer daño ni a sí mismo ni a personas que no constituyen ninguna amenaza. No sería adaptativa
para nuestra supervivencia ni para la de nuestro grupo.

MITO: “Voy a desmayarme”. Nuevamente esta creencia va en función de los síntomas que
experimentas. Las personas que experimentan mareo, vértigo o sensación de inestabilidad
durante los ataques de pánico pueden tener miedo a desmayarse o perder el conocimiento.
REALIDAD: Para que tenga lugar un desmayo debe haber un descenso del ritmo cardíaco y una
bajada notable de la presión arterial. Pero debes de saber que cuando se experimenta una fuerte
ansiedad o pánico, ocurre todo lo contrario: el ritmo cardíaco y la presión sanguínea
aumentan. ¿Cómo se explica entonces la sensación de mareo? Nuevamente como parte de la
reacción de emergencia ante el peligro, la distribución sanguínea cambia, el corazón envía más
sangre hacia los músculos (para poder correr o luchar) y relativamente menos al cerebro. Esto
significa que hay una pequeña caída de oxígeno en el cerebro (inofensiva) y esta es la razón de que
uno pueda sentirse mareado. Sin embargo, esta sensación no significa que uno se va a desmayar,
ya que la presión sanguínea global es alta, no baja.
 Muchas personas que tienen esta creencia es porque han sufrido desmayos
anteriormente, pero cuando analizamos lo que ocurrió, por lo general no se encontraban
ansiosas en el momento de los desmayos. Estos fueron debidos probablemente a cambios
hormonales, virus, hipoglucemia, hipotensión arterial, visión de sangre/heridas, etc., El
problema es que no fueron conscientes del verdadero motivo y posteriormente interpretaron
su sensación de mareo al estar ansiosos como evidencia de que se iban a desmayar.  Esta
interpretación errónea favorece asimismo la ansiedad y la sensación de mareo, la aumenta.
 La fobia a la sangre y/o a las heridas es el único trastorno de ansiedad en el que puede
ocurrir que la persona se desmaye, esto se debe a que se produce una bajada del ritmo
cardíaco y la presión sanguínea tras una leve subida inicial. Si se sufre de esta fobia y a su vez
de trastorno de pánico, el desmayo sólo es probable ocurra ante la sangre y/o heridas.

¿Qué hacer si me he desmayo con anterioridad? Pues lo conveniente es que compares las


sensaciones que preceden a un desmayo real con las que experimentas durante un ataque de
pánico. Si te fijas bien nunca son las mismas. Antes de desmayarse, la gente siente
frecuentemente que se está desvaneciendo; es como un alejamiento progresivo de la realidad,
como ir sumiéndose en un sueño. Se ve venir. En cambio, durante un ataque, la gente es
terriblemente consciente de sus intensas sensaciones de mareo y de otras posibles sensaciones
acompañantes.

MITO: “Me va a dar un colapso nervioso” . Algunas personas creen que durante un ataque de
pánico sus nervios pueden llegar a agotarse, como una subida de tensión eléctrica. Creen que
esto les puede llevar a un estado de postración extrema o de desmayo.

REALIDAD: La respuesta de emergencia se debe principalmente a la activación del sistema


nervioso simpático, la cual es contrarrestada antes o después por el sistema nervioso
parasimpático. Este impide que el sistema simpático siga funcionando siempre a un alto nivel de
actividad. Ten presente que los nervios no son como los cables eléctricos, que pueden
sobrecargarse e incluso quemarse con la excesiva tensión eléctrica, y la ansiedad jamás puede
llegar a agotarlos, dañarlos o consumirlos.
 Lo peor que podría ocurrir durante un ataque es que una persona se desmaye durante
unos momentos, con lo cual el sistema simpático dejaría de estar en un estado de
sobreactivación y el cuerpo volvería a su estado normal. Sin embargo, es muy raro que las
cosas lleguen a este extremo y, si llegan, es para beneficio del propio cuerpo. Hasta el
desmayo en casos muy particulares es adaptativo y “bueno” para nosotros.
 Otra fuente de preocupación que tienen algunas personas es que los ataques repetidos de
pánico aumentan la probabilidad de tener un colapso nervioso en el futuro. Recuerda que  ni
la ansiedad ni el pánico dañan físicamente los nervios.
Tener claro lo que nos pasa e interpretar adecuadamente los síntomas eliminando los miedos
irracionales e infundados nos puede ayudar a minimizar el impacto negativo de la ansiedad

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