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Comportamiento suicida en

niños y adolescentes
Por 
 

Josephine Elia
, MD, Sidney Kimmel Medical College of Thomas Jefferson University

Última revisión completa mar. 2019

DATOS CLAVE

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El comportamiento suicida es una acción destinada a lastimarse uno


mismo e incluye los gestos de suicidio, los intentos de suicidio y el
suicidio consumado. En la ideación suicida existen pensamientos y
planes de suicidio. Los intentos de suicidio son actos autolesivos que
podrían provocar la muerte, como, por poner un ejemplo, colgarse o
ahogarse.

 Un evento estresante puede conducir al suicidio en niños que sufren trastornos


de la salud mental como la depresión.

 Los niños con riesgo de suicidio están deprimidos o ansiosos, abandonan sus
actividades, hablan sobre asuntos relacionados con la muerte o sufren cambios
repentinos de comportamiento.

 Los miembros de la familia y los amigos deben considerar seriamente todas las
amenazas o intentos de suicidio.
 Los profesionales de la salud tratan de determinar la gravedad del riesgo de
suicidio.

 El tratamiento conlleva la hospitalización si el riesgo es alto, la administración de


fármacos para tratar otros trastornos mentales y el asesoramiento individual y
familiar.

(Véase también Conducta suicida en adultos.)


El suicidio es muy poco frecuente antes de la pubertad y es principalmente un problema
asociado a la adolescencia, en particular entre los 15 y los 19 años de edad, y a la vida
adulta. No obstante, el suicidio también se da en preadolescentes, y este problema
potencial no debe ser subestimado.

En Estados Unidos, el suicido es la segunda o tercera causa de muerte en adolescentes.


Se producen unas 2000 muertes al año por esta causa. Y aún debe tenerse en cuenta
que probablemente un cierto número de las muertes atribuidas a accidentes, como los
de vehículos y armas de fuego, sean en realidad suicidios.

Son muchos más los jóvenes que intentan el suicidio que los que lo logran. Los Centros
para el control y la prevención de enfermedades proporcionaron la siguiente información
acerca de los estudiantes de secundaria en Estados Unidos en 2015:

 El 17% de los estudiantes de secundaria consideraron seriamente intentar


suicidarse en el año anterior.

 El 13% elaboró un plan de suicidio el año anterior.

 El 8% de los estudiantes intentaron suicidarse una o más veces el año anterior.

 El 29% de los estudiantes lesbianas, gays o bisexuales (LGB) intentaron


suicidarse al menos una vez el año anterior, en comparación con el 6% de los
estudiantes de secundaria heterosexuales.

Con frecuencia, las tentativas de suicidio implican la existencia de cierta ambivalencia en


relación con el deseo de morir y suelen ser una forma de pedir ayuda.

En los adolescentes estadounidenses, los chicos sobrepasan a las chicas en suicidios


consumados en una proporción superior a 4 a 1. Sin embargo, las chicas son de 2 a 3
veces más propensas a intentar el suicidio.

¿Sabías que...?

El suicidio es la segunda o la tercera causa de muerte en adolescentes en


Estados Unidos.
Factores de riesgo
Los pensamientos suicidas no siempre conducen a la conducta suicida, pero son un
factor de riesgo para esta última. Varios factores influyen de forma característica en el
hecho de que los pensamientos suicidas se transformen en comportamientos suicidas.
Con frecuencia hay un problema de salud mental subyacente y un acontecimiento
estresante que lo desencadena. Entre los eventos estresantes se encuentran

 La muerte de un ser querido

 Un suicidio que ha tenido lugar en el colegio o en cualquier otro grupo de


compañeros

 El fracaso de una relación amorosa

 Un cambio de entorno familiar o habitual (escuela o vecindario) o el alejamiento


de los amigos

 Ser humillado por familiares o amigos

 Sufrir acoso en la escuela, especialmente para los estudiantes lesbianas, gays,


bisexuales y transexuales (LGBT)

 El fracaso escolar

 Problemas con la ley

Sin embargo, ese tipo de eventos estresantes son bastante frecuentes entre los niños, y
raramente conducen a comportamientos suicidas si no hay otros problemas
subyacentes.

Los problemas subyacentes más frecuentes son los siguientes:

 Depresión: los niños o los adolescentes con depresión tienen sentimientos de


desesperanza y de impotencia que limitan su capacidad para considerar
soluciones alternativas a problemas urgentes.
 Alcohol o consumo de drogas : el abuso de alcohol o el consumo de drogas
disminuyen las inhibiciones frente a acciones peligrosas y alteran la anticipación
de las consecuencias.
 Escaso control de los impulsos: los adolescentes, en particular los que
presentan un trastorno por comportamiento perturbador, como el trastorno disocial ,
actúan impulsivamente, sin pensar.
Otros trastornos mentales y físicos también pueden aumentar el riesgo de suicidio. Entre
ellos se incluye la ansiedad, la esquizofrenia, los traumatismos craneoencefálicos  y
el trastorno de estrés postraumático .
A veces, los niños y los adolescentes que intentan suicidarse están enfadados con
parientes o amigos, son incapaces de controlar la ira y dirigen su enfado contra sí
mismos. Desean manipular o castigar a otras personas («Se arrepentirán después de
que yo muera»). Las dificultades de comunicación con los padres pueden contribuir al
riesgo de suicidio.

En ocasiones, el comportamiento suicida se presenta cuando el niño imita las acciones


de otras personas. Por ejemplo, un suicidio al que se ha dado mucha publicidad, como el
de una persona célebre, a menudo viene seguido de otros suicidios o intentos de
suicidio. De igual modo, los suicidios por imitación ocurren en las escuelas o institutos.

El suicidio es más probable en familias en las que los trastornos del estado de ánimo son
frecuentes, especialmente si existen antecedentes familiares de suicidio u otro
comportamiento violento.

Diagnóstico
 Identificación del riesgo por parte de los padres, médicos, maestros y amigos

Padres, médicos, profesores y amigos ocupan una posición en la que es posible


identificar a los niños propensos a intentar el suicidio, particularmente los que han tenido
algún cambio de comportamiento reciente. Los niños y adolescentes con frecuencia solo
confían en sus compañeros, que deben ser fuertemente alentados a no guardar un
secreto que pueda conducir a la trágica muerte del niño suicida. Los niños que expresan
abiertamente pensamientos de suicidio tales como «Ojalá no hubiera nacido» o
«Quisiera dormir y no despertar» representan un riesgo pero, de la misma manera, los
niños con signos más sutiles, como retraimiento social, retroceso en el nivel escolar o
acciones de desprendimiento de posesiones favoritas, también sufren un riesgo
potencial.

Los profesionales de la salud representan dos papeles clave:

 Valoración de la seguridad del niño suicida y de la necesidad de hospitalización

 Tratamiento de los trastornos subyacentes, como la depresión o el consumo de


drogas

Prevención
Preguntar directamente al niño en riesgo sobre sus ideas de suicidio puede sacar a la luz
aspectos importantes que estén contribuyendo al malestar del niño. La identificación de
estos aspectos, puede, a su vez, propiciar intervenciones significativas.
En algunas comunidades existen líneas telefónicas de información y asistencia directa
con servicio ininterrumpido (ver Intervención en suicidios: Red nacional de prevención
del suicidio (en Estados Unidos, National Suicide Prevention Lifeline) ) que proporcionan
acceso rápido a una persona amable y comprensiva que puede dar un consejo inmediato
y asistencia para obtener más ayuda. Aunque es difícil comprobar que estos servicios
realmente reducen el número de muertes por suicidio, son útiles para orientar a los niños
y a sus familias a la hora de obtener los recursos adecuados.
Las siguientes estrategias pueden contribuir a reducir el riesgo de suicidio:

 Obtener atención eficaz para los trastornos mentales y físicos, y para el consumo
de sustancias

 Ser capaz de acceder fácilmente a los servicios de salud mental

 Conseguir el apoyo de la familia y de la comunidad

 Aprender formas de resolver pacíficamente los conflictos

 Limitar el acceso por parte de los medios de comunicación al contenido


relacionado con el suicidio

 Poseer creencias culturales y religiosas que rechacen el suicidio

Los programas de prevención del suicidio pueden ayudar. Los programas más efectivos
son aquellos que intentan asegurarse de que el niño tenga lo siguiente:

 Un ambiente de crianza alentador

 Un fácil acceso a los servicios de salud mental

 Una escuela u otra institución social que promueva el respeto por las diferencias
individuales, raciales y culturales

En Estados Unidos, el Suicide Prevention Resource Center  (Centro de Recursos para la


Prevención del Suicidio) enumera algunos de los programas, y la National Suicide
Prevention Lifeline  (1-800-273-TALK) (Teléfono Nacional de Ayuda para la Prevención
del Suicidio) ofrece intervención de urgencia para personas que amenazan con
suicidarse.
TABLA

Identificación de los niños y adolescentes en riesgo de suicidio

Tratamiento
 A veces la hospitalización

 Precauciones para prevenir futuros intentos

 El tratamiento de cualquier trastorno que contribuya al riesgo de suicidio

 La remisión a un psiquiatra y la psicoterapia

Los niños que expresan pensamientos relacionados con el deseo de hacerse daño a sí
mismos o que intentan suicidarse necesitan una valoración urgente en el servicio de
urgencias del hospital. Cualquier tipo de intento de suicidio debe tomarse en serio,
porque un tercio de los suicidios consumados han tenido un intento de suicidio previo, en
ocasiones aparentemente trivial, como, por ejemplo, haciéndose arañazos superficiales
en la muñeca o tomando unos cuantos comprimidos. Cuando los padres o las personas
responsables minimizan un intento de suicidio fracasado, los niños pueden considerar
esta respuesta como un desafío y el riesgo de un suicidio subsiguiente aumenta.

Una vez que la amenaza mortal ha sido superada, el médico decide si es necesaria la
hospitalización del niño. Esta decisión depende del riesgo que corre al permanecer en
casa y de la capacidad de la familia para proporcionar apoyo y seguridad física al niño.
La hospitalización es la manera más segura de proteger al niño y por lo general se indica
si los médicos sospechan que el niño tiene un trastorno de salud mental grave, como la
depresión.

El grado de seriedad de un intento de suicidio puede estimarse mediante diversos


factores, entre los cuales se encuentran los siguientes:

 Cuando el intento de suicidio no fue algo espontáneo, sino cuidadosamente


planeado (por ejemplo, el dejar una nota póstuma indica un intento planeado)

 Cuando se tomaron medidas para evitar ser descubierto

 El tipo de método empleado; por ejemplo, el uso de un arma significa mayor


probabilidad de muerte que la ingestión de pastillas

 Cuando efectivamente hubo lesión

 Qué estado mental tenía el niño cuando intentó suicidarse

Es de vital importancia distinguir el intento de suicidio de sus consecuencias reales; por


ejemplo, el adolescente que ingiere píldoras inofensivas que él cree mortales debe
considerarse en riesgo extremo.

Si la hospitalización no es necesaria, las familias de los niños que regresan a casa


deben asegurarse de no tener armas de fuego en el hogar y de que los fármacos
(incluidos los fármacos sin receta médica) y los objetos punzantes se encuentren en un
sitio seguro o bajo llave. Incluso con estas precauciones, evitar un suicidio es muy difícil,
y no existen medidas comprobadas para un prevención satisfactoria.

Los médicos tratan cualquier trastorno que pueda tener el niño y que contribuya al riesgo
(como la depresión o el trastorno bipolar ). Pero dicho tratamiento no puede eliminar el
riesgo de suicidio. Aunque ha habido preocupaciones referentes a que el tratamiento con
antidepresivos pueda aumentar el riesgo de suicidio en algunos adolescentes
(ver Fármacos antidepresivos y suicidio ), no tratar la depresión probablemente sea igual
o más peligroso. Los médicos controlan cuidadosamente a los niños que toman
antidepresivos y prescriben sólo pequeñas cantidades que no serían letales si se toman
todas al mismo tiempo.
Por lo general remiten al niño a un psiquiatra, que puede proporcionar el tratamiento
farmacológico adecuado y a un terapeuta, que puede proporcionar psicoterapia, así
como terapia cognitivo-conductual. El tratamiento es más eficaz si el médico de atención
primaria sigue participando.

Si el suicidio se consuma
Los familiares de niños y adolescentes que se han suicidado tienen reacciones
complejas, como el duelo, la culpa o la depresión. Sienten que sus actividades cotidianas
no tienen ya ningún propósito ni esperanza. Les resulta difícil continuar viviendo. El
asesoramiento o el consejo les ayudará a entender el contexto psiquiátrico del suicidio y
a reflexionar y reconocer las dificultades del niño antes del suicidio. Entonces, podrán
entender que el suicidio no fue culpa suya.

Después de un suicidio, el riesgo de suicidio puede aumentar en otras personas de la


comunidad, especialmente en los amigos y compañeros de clase de la persona que
cometió suicidio. Se dispone de recursos (como a toolkit for schools ) para ayudar a las
escuelas y comunidades después de un suicidio. Funcionarios de la escuela y de la
comunidad pueden organizar que estén disponibles profesionales de la salud mental
para consulta e información.

Las Amenazas de los Niños: ¿Cuándo hay que


Tomarlas en Serio?
No. 65 (Revisado 01/02)

Todos los años hay tragedias en las que los niños disparan y matan a personas después de
haberlas amenazado. Cuando esto ocurre, todos se preguntan, "¿cómo pudo haber ocurrido?"
y "¿por qué no tomamos en serio la amenaza?"

La mayor parte de las amenazas que hacen los niños y los adolescentes no se llevan a cabo.
Muchas de dichas amenazas son la forma que tiene el niño de hablar para hacerse el tosco, o
fuerte, o para llamar la atención. Algunas veces estas amenazas son una reacción a daño
percibido, rechazo o ataque.
¿Cuáles de las amenazas hay que tomar en serio?

Ejemplos de situaciones potencialmente peligrosas o de situaciones de emergencia con un niño


o adolescente incluyen:

 amenazas o avisos de que van a hacerle daño o van a matar a alguien


 amenazas o avisos de que se van a hacer daño o se van a matar
 amenazas de que se van a ir de la casa
 amenazas de que van a hacerle daño o van a destruir alguna propiedad.

Los siquiatras de niños y adolescentes y otros profesionales de la salud mental están de


acuerdo en que es muy difícil el poder predecir con completa certeza el comportamiento futuro
de un niño. El comportamiento pasado de una persona, sin embargo, es todavía una de las
mejores maneras de poder predecir el comportamiento futuro. Por ejemplo, un niño con un
historial de comportamiento violento o agresivo es más probable que lleve a cabo sus
amenazas y que se comporte de manera violenta.

¿Cuándo es mayor el riesgo asociado con las amenazas de los niños y los
adolescentes?

La presencia de una o más de las siguientes situaciones aumenta el riesgo de un


comportamiento violento o peligroso:

 comportamiento violento o agresivo en el pasado (incluyendo arranques o


arrebatos de rabia incontrolables)
 acceso a revólveres u otras armas
 llevar un arma a la escuela
 haber tratado de suicidarse o hacer amenazas de que se va a suicidar
 historial de comportamiento violento en la familia o de atentados de suicidio
 culpar a otros y/o incapacidad para aceptar responsabilidad por sus propias
acciones
 experiencia reciente de humillación, vergüenza, pérdida o rechazo
 forzar o intimidar a los pares o a niños menores
 un patrón de amenazas
 ser víctima de abuso o negligencia (física, sexual o emocional)
 ser testigo de abuso o violencia en el hogar
 evidencia de temas sobre la muerte o depresión en conversaciones, en
expresiones escritas, en la selección de sus lecturas o en trabajos de arte
 preocupación con temas y actos de violencia en los programas de
televisión, cines o teatros, música, revistas, tirillas cómicas, juegos de video
y el internet
 enfermedades mentales, tales como depresión, manía, sicosis, o desorden
bipolar
 uso del alcohol o de las drogas ilícitas
 problemas de disciplina en la escuela o en la comunidad (comportamiento
delictivo)
 destrucción de propiedad o vandalismo en el pasado
 crueldad con los animales
 incendio premeditado
 relaciones pobres con sus pares y/o aislamiento social
 envolvimiento con cultos o gangas
 poca o ninguna supervisión o respaldo por parte de los padres u otros
adultos que se preocupan o cuidan de él.

¿Qué se debe de hacer si los padres y otros están inquietos o preocupados?

Cuando un niño hace una amenaza seria no se debe de descartar como si estuviese hablando
en vano. Los padres, maestros y otros adultos deben de hablar de inmediato con el niño. Si se
determina que el niño está en peligro y el niño se niega a hablar, es argumentativo, contesta a
la defensiva, o contiúa expresando pensamientos y planes peligrosos, hay que hacer arreglos
para una evaluación inmediata por un profesional de la salud mental con experiencia en la
evaluación de niños y adolescentes. La evaluación de cualquier amenaza seria ha de ser hecha
en el contexto del comportamiento pasado del niño individual, su personalidad y los factores
causantes de estrés en el presente. En una situación de emergencia, o si el niño o la familia se
niegan a recibir ayuda, puede que sea necesario hacer contacto con la policía local para
conseguir ayuda o llevar al niño a la sala de emergencias más cercana para que sea evaluado.
Los niños que han hecho amenazas serias tienen que ser supervisados con mucho cuidado
mientras esperan la intervención del profesional. La evaluación inmediata y el tratamiento
apropiado continuo de los jóvenes que hacen amenazas serias pueden ayudar al niño en
problemas y pueden disminuir el riesgo de una tragedia.

Vea también:

See also: Your Child (1998 Harper Collins) / Your


Adolescent (1999 Harper Collins)

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ext. 154.

Las múltiples caras del suicidio en la clínica psicológica

The many faces of suicide in the psychological clinic

Enrique Echeburúa

Facultad de Psicología, Universidad del País Vasco (UPV/EHU), España

Correspondencia a:

Resumen

El objetivo de este artículo es mostrar las diferentes formas clínicas en que se


manifiestan las conductas suicidas, ponerlas en conexión con los diferentes
trastornos mentales, mostrar los signos de alarma y discutir las posibles decisiones
clínicas que se le ofrecen al terapeuta. La demanda terapéutica en relación con el
suicidio está constituida por tres tipos de pacientes: a) aquellos que han
sobrevivido a un intento de suicidio; b) los que acuden a la consulta manifestando
ideación suicida; y c) los que tienen ideación suicida pero aún no la han expresado
verbalmente. La alianza terapéutica empática con el paciente y la colaboración con
la familia desempeñan un papel muy importante. Se señalan los objetivos
terapéuticos en las diversas circunstancias y la necesidad de centrarse en el cambio
de los factores modificables para contrarrestar el peso de los no modificables. Se
indican algunas sugerencias para la investigación futura.

Palabras clave: suicidio, signos de alarma, trastornos mentales, factores de riesgo y


de protección, y objetivos terapéuticos.

Abstract

The aim of this paper is to show the different clinical forms in which suicidal
behaviors manifest, put them in connection with various mental disorders, display
warning signs, analyze risk and protective factors and discuss the possible clinical
decisions that therapist can take. Relevant information about factors associated
with completed and attempted suicide is discussed. Therapeutic demand regarding
suicidal behaviors includes three types of patients: a) patients who have survived a
suicide attempt; b) patients who seek treatment because of persistent thoughts of
suicide; and c) patients with suicidal ideation but without having expressed it to
anyone. The empathic therapeutic alliance with the patient and collaboration with
family play a very important role. Therapeutic goals according to problems
frequently encountered in the clinic, as well as the need to focus on changing
modifiable factors to counteract the weight of non-modifiable factors, are
commented. Suggestions for future research are outlined.

Keywords: suicide, warning signs, mental disorders, risk and protective factors,


therapeutic aims.

Introducción

Si bien la definición de suicidio parece relativamente clara etimológica y


conceptualmente (muerte producida por uno mismo con la intención precisa de
poner fin a la propia vida), el término resulta polisémico. De hecho, más allá del
suicidio consumado, las conductas suicidas que aparecen en la clínica psicológica se
presentan de forma muy diversa, responden a motivaciones distintas y requieren,
por ello, de vías de intervención también diferentes (Grupo de Trabajo, 2011).

El suicidio es una urgencia vital ubicada no sólo en un contexto biográfico de


pérdida de la salud de la persona, sino también de debilitamiento de sus redes
afectivas y sociales. Así, en la toma de decisiones de una persona que se implica en
una conducta suicida hay tres componentes básicos: a) a nivel emocional, un
sufrimiento intenso; b) a nivel conductual, una carencia de recursos psicológicos
para hacerle frente; y c) a nivel cognitivo, una desesperanza profunda ante el
futuro, acompañada de la percepción de la muerte como única salida. Por ello, el
suicidio no es un problema moral. Es decir, los que intentan suicidarse no son
cobardes ni valientes, sólo son personas que sufren, que están desbordadas por el
sufrimiento y que no tienen la más mínima esperanza en el futuro (Bobes, Giner y
Saiz, 2011).

Sin embargo, muchas personas que llevan a cabo una conducta suicida no quieren
morirse (de hecho, son muchas más las tentativas suicidas que los suicidios
consumados), lo único que quieren es dejar de sufrir y por eso pueden estar
contentos de no haber muerto una vez que el sufrimiento se ha controlado (Spirito
y Donaldson, 1998).

El suicidio constituye un problema de salud pública. Según la Organización Mundial


de la Salud (Värnik, 2012), cada año se suicidan en el mundo entre 800.000 y
1.000.000 de personas (tasa de 11.4 personas por cada 100.000 habitantes), lo
que sitúa al suicidio en una de las cinco primeras causas de mortalidad. Pero los
intentos de suicidio son 10 o 20 veces más numerosos. Hay más personas que
fallecen por su propia voluntad que la suma total de todos los muertos provocados
por homicidios y guerras, lo que no deja de resultar sorprendente. Por lo que a
España se refiere, todos los años se producen de 2.500 a 4.500 suicidios
consumados y en torno a 25.000-50.000 intentos de suicidio. La tasa de suicidios
consumados en España es seis veces mayor que la de víctimas de asesinatos (500-
600) y tres veces mayor que la de víctimas de accidente en carretera (1.131 en
2014), con la diferencia de que respecto a éstas no se percibe una reacción similar
(a nivel preventivo, por ejemplo) por parte de la sociedad (Sáiz y Bobes, 2014).

Más allá de estas cifras oficiales, probablemente por debajo de las reales en un
10%-30% (Giner y Guija, 2014), el impacto psicológico de la conducta suicida
alcanza directa y dramáticamente a los familiares del suicida. No se puede dejar de
lado a los seres queridos de la persona que se ha matado. El suicidio es,
probablemente, la muerte más desoladora que existe. A los supervivientes, además
del dolor de la pérdida, les queda con frecuencia la vergüenza de revelar el motivo
real del fallecimiento y el sentimiento de culpa por lo que se pudo haber hecho y no
se hizo.

El objetivo de este artículo es mostrar las diferentes formas clínicas en que se


manifiestan las conductas suicidas, ponerlas en conexión con los diferentes
trastornos mentales, mostrar los signos de alarma y discutir las posibles decisiones
clínicas que se le ofrecen al terapeuta en estas circunstancias.

Suicidio, edad y sexo

Las formas de presentación de las conductas suicidas en la clínica (en concreto, la


letalidad de la conducta, los métodos utilizados, las motivaciones específicas y el
riesgo de reincidencia) varían mucho en función de la edad y del sexo (Grupo de
Trabajo, 2011; Spirito y Donaldson, 1998).

Suicidio y edad

Si bien el suicidio se produce fundamentalmente en las edades medias de la vida,


hay actualmente dos picos crecientes en las cifras obtenidas: la
adolescencia/juventud (el 25% del total de suicidios consumados) y la vejez. A
medida que avanza la edad, la ratio entre las tentativas de suicidio y el suicidio
consumado es menor, lo que implica que en las personas adultas una gran parte de
las tentativas suicidas acaba por consumarse.

Por lo que a los adolescentes y jóvenes se refiere, los desencadenantes de la


tentativa de suicidio o del suicidio consumado son los siguientes: a nivel clínico, el
consumo abusivo de alcohol/drogas o la aparición de una depresión o de un brote
psicótico; a nivel ambiental, un entorno familiar y social deteriorado, un desengaño
amoroso (las tormentas emocionales son más intensas a estas edades), una
orientación sexual no asumida, el fracaso escolar reiterado o el acoso o ciberacoso;
y a nivel psicológico, la presencia de algunas características de personalidad, como
impulsividad, baja autoestima, inestabilidad emocional o dependencia emocional
extrema. Es decir, se trata mayoritariamente de chicos de carácter impulsivo y
agresivo, con depresión, ansiedad u otro tipo de psicopatología, que, además,
abusan del alcohol u otras drogas. Este es, a grandes rasgos, el perfil de los
adolescentes que acaban quitándose la vida. Ocurre, sin embargo, que muchos
adolescentes utilizan métodos menos efectivos, como la ingestión de fármacos o los
cortes superficiales en los antebrazos, que suponen una poderosa llamada de
atención respecto al malestar emocional en que se encuentran y que alteran la
dinámica familiar/social, pero que no entrañan un peligro directo para su vida, al
menos a corto plazo (Spirito y Donaldson, 1998).

A su vez, las personas adultas pueden experimentar una sensación de fracaso


personal, laboral y familiar o un reproche social que les sume en una profunda
desesperanza. Si a esta situación se añade la presencia de soledad, de una red
pobre de apoyo social, de trastornos mentales (depresión especialmente) o de
enfermedades crónicas incapacitantes o con mal pronóstico, estas personas
planifican el acto, lo realizan aisladamente y pueden usar métodos rápidos y
efectivos, tales como la precipitación, el ahorcamiento, el atropello por un tren o el
recurso a un arma de fuego.

Por último, el suicidio es más frecuente en personas ancianas, más si están solas,
deprimidas (lo que no siempre se diagnostica adecuadamente, al confundirse con el
deterioro cognitivo) y con enfermedades incapacitantes. Los ancianos pueden no
dar señales ni haber cometido tentativas previas de suicidio. Entre las motivaciones
de los ancianos figuran la soledad, en el caso de la pérdida de pareja o de
abandono de los hijos, la sensación de ser una carga para los demás y las
enfermedades crónicas graves, sobre todo cuando generan depresión, malestar,
incapacidad funcional y aislamiento social. Los ancianos realizan menos intentos
autolíticos que los jóvenes, pero utilizan métodos más efectivos al intentarlo, lo que
lleva a una mayor letalidad (Värnik, 2012).

Suicidio y sexo

La incidencia del suicidio entre las mujeres es tres o cuatro veces menor que entre
los hombres porque su habilidad letal o, lo que es más importante, su
determinación para provocarse la muerte resultan inferiores. Entre las posibles
razones de este hecho se encuentran la misión de la mujer como protectora de la
vida y su mayor rechazo hacia la violencia, por lo que recurre a métodos más
pasivos y silenciosos, tales como la intoxicación con fármacos o la inhalación de
monóxido de carbono.

Asimismo, los hombres son más impulsivos, tienen una menor tolerancia al
sufrimiento crónico, les cuesta más buscar ayuda ante el sufrimiento y están más
afectados por trastornos adictivos. En tanto, el mayor índice de suicidios masculinos
guarda relación con la forma en que el hombre vive sus dificultades personales: a)
el hombre soporta peor la soledad o la ruptura de pareja; b) no suele hablar de sus
problemas, por lo que no libera su carga de sufrimiento; y c) vive en general con
mayor estrés y angustia su actividad laboral (Echeburúa, González-Ortega, Corral y
Polo-López, 2011).

Las mujeres realizan tres veces más tentativas de suicidio que los hombres, pero
éstos consiguen consumar el suicidio tres veces más que las mujeres. Las
tentativas de suicidio entre las mujeres responden más a una llamada de atención,
especialmente entre las jóvenes, y muestran una propensión a este tipo de
conductas cuando están afectadas por problemas interpersonales graves (violencia
de pareja, abuso sexual, infidelidades reiteradas, etcétera).

En resumen, los suicidios consumados se dan más en hombres de cierta edad, con
una premeditación clara y con métodos expeditivos (ahorcamiento, precipitación o
armas de fuego), mientras que las tentativas de suicidio aparecen más en mujeres
jóvenes que recurren de forma impulsiva a la ingestión de fármacos y que revelan
con esta conducta extrema, a modo de mecanismo de huida, la existencia de un
problema emocional que les genera un gran malestar y que desborda sus recursos
de afrontamiento (Värnik, 2012).

Variantes de la conducta suicida

Las conductas suicidas se pueden manifestar de distintas formas en la clínica. Estas


diversas manifestaciones adquieren un modo de presentación específico y pueden
revelar en la persona afectada unas motivaciones, un pronóstico e incluso unas vías
de intervención que varían de unos casos a otros (Grupo de Trabajo, 2011).
A un nivel conductual, la conducta suicida puede mostrar diferentes caras: el
suicidio consumado, el suicidio frustrado, las tentativas de suicidio o parasuicidios y
los equivalentes suicidas. En el caso del suicidio consumado, el sujeto consigue
intencionadamente acabar con su vida. Por el contrario, en el caso del suicidio
frustrado, a pesar de que el sujeto tiene una intención inequívocamente suicida y
ha utilizado un procedimiento habitualmente letal (ahorcamiento, precipitación,
arma de fuego), el suicidio no se consuma por la inexperiencia del sujeto en el
manejo del método, por la rápida intervención de los servicios médicos, de la
comunidad familiar o social, o, simplemente, por azar (Spirito y Donaldson, 1998).

Mención aparte merecen las tentativas de suicidio o parasuicidios. La persona se


causa deliberadamente un daño, sin la intención aparente de quitarse la vida, con
consecuencias no-fatales, pero que pueden accidentalmente llevar a la muerte, y
con el recurso a procedimientos habitualmente no letales, como la ingestión de
fármacos o las autolesiones superficiales. El objetivo de esta conducta extrema es
manipular a personas próximas y producir cambios en el entorno. Se trata de una
llamada de atención con diversas finalidades: vengarse de alguien, mostrar lo
desesperado que se está, buscar ayuda, averiguar si alguien le quiere realmente,
huir temporalmente de algo insoportable o mostrar lo mucho que le quiere a una
persona. Con frecuencia el sujeto está en una posición ambivalente: desea morir si
su vida continúa de la misma manera y desea vivir si se producen cambios
significativos en ella (Blasco-Fontecilla et al., 2010).

Es importante en estos casos llevar a cabo el diagnóstico diferencial entre


el suicidio frustrado y el parasuicidio. En el primer caso se realiza una planificación
por adelantado, el método elegido es objetivamente muy peligroso y el sujeto se
arrepiente claramente por no haber conseguido su objetivo. Así, por ejemplo,
cualquier persona que planifique detenidamente su muerte o decida quitarse la vida
ahorcándose, ahogándose o mediante el uso de armas de fuego o con saltos al
vacío y no lo consiga, es muy probable que lo vuelva a intentar y lo logre.

A su vez, los equivalentes suicidas se refieren a conductas habituales en las que


una persona se expone voluntariamente de forma regular a situaciones de riesgo o
peligro extremo que escapan a su control, como la conducción temeraria de
vehículos o la implicación al límite en deportes de riesgo, o se involucra en
conductas que deterioran gravemente su salud, recurriendo, por ejemplo, al
consumo abusivo de alcohol o drogas.

A un nivel cognitivo, pueden aparecer las amenazas suicidas, que suponen una


ideación suicida específica expresada al entorno, pero en la que todavía no existen
conductas encaminadas a la consecución de la muerte. Sin embargo, las amenazas,
sobre todo cuando vienen acompañadas de un plan suicida, pueden predecir una
posible conducta suicida en un futuro cercano. Por último, la ideación
suicida, frecuentemente no expresada a otras personas, se refiere a pensamientos
sobre el suicidio que suelen ser duraderos en el tiempo. No se trata meramente de
una falta de ganas de vivir, sino de un deseo activo persistente de poner fin a la
vida.

En definitiva, el suicidio se mueve a lo largo de un continuo de diferente naturaleza


y gravedad, que oscila desde la mera ideación (idea de la muerte como descanso,
deseos de muerte, ideación suicida y amenazas) hasta la gradación conductual
creciente (gestos, tentativas y suicidio consumado) (Spirito y Donaldson, 1998).

Suicidio y trastornos mentales


El suicidio surge cuando la persona afectada siente que la vida es ya insoportable y
que la muerte es la única vía de escape, ya sea del dolor físico o emocional, de la
enfermedad terminal, de los problemas económicos, de las pérdidas afectivas o de
otras circunstancias, como la soledad o humillación. Si bien cerca del 80% de las
personas que consuman el suicidio están afectadas por un trastorno mental, no
siempre es así (Chesney y Goodwin, 2014; Federación Mundial para la Salud
Mental, 2010).

Suicidio por balance

A veces existe el suicidio por balance cuando una persona, a pesar de sus esfuerzos
prolongados durante mucho tiempo, llega a una situación económica, familiar o
social en que para ella la vida carece ya de valor y de sentido o en que se
encuentra sin fuerzas para afrontar más dificultades. Es decir, hay un hastío de la
vida y una pérdida radical del deseo de vivir (Bobes et al., 2011).

Los suicidios por balance se dan principalmente en personas mayores, que


consideran que en el futuro no van a enriquecer su proyecto de vida, que no van a
desarrollarse más ni ellos ni sus familias y que realizan un examen existencial y
vital con un tinte negativo y sin ninguna proyección de cara al futuro. Esta situación
se agrava cuando el estado de salud es negativo y les supone una limitación
importante en su vida cotidiana.

Hay ciertas variables que constituyen un factor de riesgo para la implicación en un


suicidio por balance (Baca-García et al., 2005): dimensiones de personalidad, como
la impulsividad y la rigidez cognitiva; estados afectivos, como la desesperanza;
distorsiones cognitivas, como la sobregeneralización en el recuerdo autobiográfico
negativo o las atribuciones de responsabilidad excesiva en los fracasos; estrategias
defectuosas de resolución de problemas; y, por último, algunas situaciones
familiares o sociales, como la soledad, la humillación o estar en un callejón sin
salida en las relaciones interpersonales.

Este riesgo aumenta cuando ha habido antecedentes de suicidio en la familia. De


hecho, en algunas familias existen lealtades invisibles, algo así como reglas
irracionales que se transmiten de padres a hijos a la hora de resolver conflictos.

Suicidio y trastornos mentales

La depresión, acompañada de una profunda desesperanza, y el trastorno


bipolar están presentes en, al menos, el 80% de los suicidios. El estado de ánimo
melancólico es destructor porque la depresión-soledad y la autoagresividad se
potencian entre sí y contrarrestan el deseo natural de vivir. Así, un 15%-20% de
las personas con depresión pueden intentar un suicidio, sobre todo cuando son
mayores, viven solas y han intentado suicidarse con anterioridad. A veces, la
depresión se asocia al dolor de una enfermedad física o miedo a tenerla en un
futuro próximo, como puede ocurrir en el caso del diagnóstico de un cáncer
maligno. Sin embargo, las enfermedades crónicas por sí mismas no llevan al
suicidio, sino que son un factor de riesgo sólo cuando se acompañan de
desesperanza (Federación Mundial para la Salud Mental, 2010; Grupo de Trabajo,
2011).

Los pacientes con depresión corren más riesgo de cometer suicidio en la fase inicial
del trastorno o cuando el tratamiento ya ha comenzado a surtir efecto o incluso
después del alta hospitalaria. Al deseo de aniquilarse se une su menor inhibición y
apatía; antes, en medio de la depresión, ni siquiera tienen fuerza para eso.
Además, la inhibición y apatía responden mejor al tratamiento, pero los
sentimientos profundos de desesperanza tardan más en desaparecer.

Los trastornos adictivos, como el alcoholismo, la dependencia de otras drogas y el


juego patológico, sobre todo en las fases avanzadas y cuando hay una alta
impulsividad de por medio, constituyen un factor de riesgo alto para el suicidio. En
estos casos los pacientes suelen presentar una depresión secundaria, asociada a la
falta de salida en una situación de deterioro físico y psicosocial que perciben como
insuperable (Echeburúa, Salaberría y Cruz-Sáez, 2014).

Los trastornos psicóticos están también muy asociados al suicidio. En general, el


25%-50% de los pacientes con esquizofrenia, condicionados por alucinaciones o
ideas delirantes, pueden intentar suicidarse alguna vez en su vida con métodos más
cruentos o atípicos, como el suicidio con un hacha o el autoapuñalamiento múltiple
con un cuchillo de cocina o con unas tijeras, y no avisan con antelación de sus
intenciones. En ellos se da el suicidio impulsivo, que surge de forma espontánea,
imprevista y sin deliberación previa. El riesgo es mayor en los jóvenes varones
durante la primera etapa de la enfermedad, en los pacientes con recaídas crónicas
y en los primeros meses después de un alta hospitalaria, así como en los psicóticos
que padecen además síntomas depresivos. Debido a que este trastorno es poco
frecuente en la población general (1%), no contribuye de forma importante a la
tasa de suicidio global (Popovic et al., 2014).

El trastorno límite de la personalidad (TLP), caracterizado por impulsividad e


inestabilidad emocional, está muy relacionado con los intentos y conductas
suicidas. Alrededor de un 10% de las personas con TLP se suicidan, mientras que el
otro 90% tan sólo amenaza con ello o lo intenta, incluso varias veces (Blasco-
Fontecilla et al., 2009; Esbec y Echeburúa, 2014).

Otro trastorno mental ligado con el suicidio es la anorexia, especialmente en


mujeres en las fases avanzadas del trastorno, cuando son ya adultas jóvenes y han
fracasado en el ideal inalcanzable de la perfección física. En el caso de las pacientes
con anorexia suele haber una comorbilidad con la depresión, que, a su vez, es
resultado del agravamiento del cuadro clínico, del aislamiento social, de la
depauperación personal y de la falta de esperanza en el futuro (Franko et al.,
2013).

El método de suicidio elegido puede dar luz sobre la intencionalidad de la persona


suicida, como ya se ha indicado, pero también puede relacionarse con la posible
existencia de un trastorno mental. Si bien el suicida recurre a los métodos que
tiene más a mano (el policía al arma de fuego; el habitante de la ciudad, a la
precipitación; el hombre rural, al ahorcamiento), cuanto más violento es el método
elegido, más incidencia de patologías psiquiátricas subyacentes suele haber (Grupo
de Trabajo, 2011).

En resumen, el suicidio es mucho más probable cuando está presente la depresión,


bien de forma pura (en la depresión mayor o en el trastorno bipolar) o de forma
comórbida con los trastornos adictivos o con la anorexia. En tanto, el riesgo de
suicidio está siempre presente en las personas diagnosticadas con un TLP y muy
frecuentemente en las afectadas por una anorexia. Ello no quita que haya suicidios
que resulten imprevisibles y, por tanto, muy difíciles de prevenir. En estos casos el
suicidio adquiere un carácter espasmódico, como una especie de acting out, un
impulso que se convierte en acto.

Signos de alarma de riesgo suicida


Los principales signos de alarma son los siguientes: los intentos previos de suicidio,
sobre todo si se ha recurrido a métodos potencialmente letales; los antecedentes
de suicidio en la familia; y la expresión verbal, más o menos explícita, de un
sufrimiento desbordante y del propósito de matarse (en forma de gestos o
amenazas suicidas), mucho más aún cuando hay una planificación de la muerte
(cambios en el testamento o notas de despedida) (Mann, Apter, Bertolote, Beautris,
Currier y Haas, 2005).

Todo ello se potencia cuando hay un agravamiento de un trastorno psicopatológico


o de una enfermedad crónica dolorosa o cuando se produce un aislamiento social
in-deseado. Acerca de las tensiones vitales múltiples, como la conflictividad
familiar, la pérdida de empleo y una situación económica desfavorable, el
descubrimiento de un escándalo político o económico, los desengaños amorosos o
el fallecimiento reciente de un familiar cercano, éstas tienen un valor predictivo sólo
en personalidades vulnerables con tendencias impulsivas y agresivas y con pocas
respuestas de afrontamiento (Blasco-Fontecilla et al., 2010).

A nivel cognitivo, la desesperanza, sobre todo cuando viene acompañada de


pensamientos suicidas reiterados (anticipación imaginaria de la muerte), es
probablemente el sentimiento más suicidógeno. De hecho, convendría invertir el
dicho popular de "mientras hay vida, hay esperanza " por "mientras hay esperanza,
hay vida". A veces la desesperanza puede venir acompañada de ira, rabia o deseos
de venganza. En estos casos hay una expresión de gran sufrimiento o de angustia
emocional.

Factores de riesgo y factores de protección

Si todas las personas que tienen un trastorno mental grave o que sufren un suceso
vital adverso de gran intensidad no acaban por suicidarse, ello quiere decir que hay
factores de riesgo y factores de protección que modulan la decisión adoptada. La
estimación del riesgo suicida de un paciente debe tener en cuenta este tipo de
factores (Ayuso-Mateos et al., 2012; Mann et al., 2005) (figura 1).

 
Figura 1.
Riesgo del comportamiento suicida (Mann et al., 2005, modifado).

Factores de riesgo

En las personas en riesgo puede haber algunos factores predisponentes, como


haber sufrido sucesos traumáticos en la infancia, tener una historia previa de
intento suicida o de suicidio en la familia, mostrar un nivel alto de impulsividad/
inestabilidad emocional o carecer de recursos de afrontamiento adecuados. Esta
predisposición puede interactuar con ciertos factores precipitantes, como la fase
aguda de un trastorno mental, los pensamientos suicidas, el fácil acceso a métodos
letales, el acoso o algún acontecimiento vital adverso reciente, sobre todo si genera
humillación profunda. La vulnerabilidad psicológica se acentúa si se suman ciertas
circunstancias psicosociales, como estar separado o sin pareja o verse obligado a
hacer frente a situaciones vitales estresantes intensas o duraderas, como una
enfermedad crónica, el abandono de sus seres queridos o la pérdida de estatus
social. En concreto, el aislamiento social es especialmente relevante en ancianos y
adolescentes (Blasco-Fontecilla et al., 2010).

Algunos de estos factores son modificables (trastornos mentales, situación de


estrés, estrategias de afrontamiento o aislamiento social), pero otros, sin embargo,
resultan in-modificables (sexo, edad, historia familiar, conducta suicida previa o
salud física) (Bobes et al., 2011; WHO, 2014).

El nivel de riesgo aumenta proporcionalmente al número de factores presentes, si


bien algunos tienen un peso específico mayor que otros en función de las
circunstancias individuales de cada persona.

Factores de protección

Muchas personas pueden estar afectadas a lo largo de su vida por sucesos


adversos, enfermedades crónicas dolorosas, trastornos mentales o situaciones de
soledad y, sin embargo, se muestran resistentes a los pensamientos y conductas
suicidas (Ayuso-Mateos et al., 2012).

Esta capacidad de resistencia se relaciona con algunas dimensiones de


personalidad, como una autoestima adecuada, una flexibilidad cognitiva o una
impulsividad controlada, con una estabilidad emocional y con unos recursos
psicológicos de afrontamiento apropiados, especialmente en el ámbito de la
resolución de conflictos o de las habilidades sociales. Asimismo, el repertorio de
valores del sujeto, de tipo religioso, espiritual o altruista, puede neutralizar hasta
cierto punto los pensamientos derrotistas o la ideación suicida (Mann et al., 2005).

Ciertos factores sociales y familiares desempeñan también un papel protector. Así,


por ejemplo, tener relaciones sociales ricas, estar integrado culturalmente, contar
con apoyo familiar y tener hijos pequeños (sobre todo, en el caso de las mujeres)
potencian la capacidad de resistencia ante el suicidio. Incluso los animales
domésticos (los perros especialmente) pueden constituir un escudo protector contra
las tendencias suicidas de sus dueños porque son expresivos, ofrecen compañía y
alegran a sus dueños (WHO, 2014).

Un factor protector de gran importancia es ponerse a tratamiento médico o


psicológico (y seguir adecuadamente las prescripciones terapéuticas) cuando una
persona está afectada por un trastorno mental grave o por un dolor crónico (WHO,
2014).

Decisiones clínicas en relación con el suicidio

La demanda terapéutica en relación con el suicidio está constituida por tres tipos de
pacientes: a) los que tienen ideación suicida pero aún no la han expresado
verbalmente; b) los que acuden a la consulta manifestando pensamientos suicidas
reiterados; y c) aquellos que han sobrevivido a un intento de suicidio (Bobes et al.,
2011).

La presencia o sospecha de ideación suicida requiere la atención a la posible


patología de base y la definición de los objetivos terapéuticos a corto plazo que se
van a abordar en la consulta: los pensamientos suicidas, la desesperanza o la
prevención de conductas suicidas. En la entrevista se debe favorecer la
comunicación de los síntomas, sentimientos y pensamientos del paciente, así como
facilitar que éste y sus allegados se impliquen en la toma de decisiones (Grupo
de Trabajo, 2011).
Si un paciente no expresa directamente pensamientos suicidas pero es un sujeto de
riesgo (con trastornos mentales graves, con enfermedades crónicas incapacitantes,
con intentos suicidas previos o con un profundo malestar emocional), hay que
preguntarle directamente por ellos. Esto no aumenta el riesgo de suicidio. Se trata
de valorar el grado en el que el sujeto ha transformado un vago deseo de morir en
una decisión concreta de matarse. De hecho, más del 50% de los suicidas
consumados expresan más o menos veladamente sus intenciones o han mostrado
signos de alarma a familiares o profesionales (Grupo de Trabajo, 2011).

Cuando un paciente consulta directamente por ideación suicida, la escucha


empática contribuye a aliviar el malestar emocional. La estrategia básica en estos
casos es el intento del terapeuta de restablecer algún atisbo de esperanza y
contrarrestar la anticipación imaginaria de su muerte con otras formas efectivas de
solución de problemas. El clínico debe favorecer el control, la autoestima y la
capacidad de hacer frente a los problemas, así como promover una mayor
participación e integración en el entorno familiar y social. La Organización Mundial
de la Salud da orientaciones específicas sobre la manera de preguntar, el momento
de hacerlo y el contenido de las preguntas (cit. en Grupo de Trabajo, 2011) (tabla
1).

Tabla 1. Recomendaciones de cómo, cuándo y qué preguntar sobre ideación


suicida.

Fuente: Organización Mundial de la Salud (WHO, 2014).

Si un paciente ha tenido ya un intento de suicidio, sobre todo si ha sido reciente, el


riesgo de consumación del suicidio aumenta en las semanas posteriores, por lo que
es preciso un seguimiento exhaustivo en las primeras semanas (ayuda terapéutica,
red de apoyo familiar y social, organizaciones comunitarias) y una atención
específica a los problemas psicológicos o trastornos mentales planteados. La
adopción de un método suicida letal, como el empleo fallido de un arma de fuego
por ejemplo, y la planificación por adelantado agravan el pronóstico y requieren
una intervención más intensiva, con el recurso a la hospitalización si es preciso. Es
muy importante prestar atención a la actitud después del intento y a la disposición
para el tratamiento. No es lo mismo manifestar alivio por ver que se está vivo,
sentirse arrepentido por lo hecho o agradecido a quienes le han ayudado, que
sentirse fracasado por no haber culminado el intento (Ayuso-Mateos et al., 2012;
Sáiz et al., 2014).

En todos los casos es importante prestar atención a la visión en el túnel. La persona


que entra en la lógica suicida no ve otra salida, por lo que hay que abrirle el
horizonte, hacerle ver que no está solo y que siempre hay caminos alternativos. Por
ello, hay que prestar atención específica a los problemas actuales del paciente, a
las situaciones de estrés, a los trastornos mentales, a las enfermedades físicas, al
consumo de alcohol/drogas y a la presencia de ideación suicida. Se trata de
potenciar las fortalezas del paciente y sus recursos de afrontamiento, así como de
consolidar el apoyo familiar, social y, en su caso, de los grupos comunitarios
(Chesney y Goodwin, 2014).

Sea cual sea el tratamiento psicológico utilizado, es recomendable promover la


formación de una alianza terapéutica sólida entre el paciente y el terapeuta y
contar con el apoyo del entorno. Los objetivos terapéuticos pueden centrarse,
según los casos, en las autolesiones, la ideación suicida, la desesperanza o las
conductas suicidas. Los tratamientos cognitivo-conductuales, basados en sesiones
individuales, son los que han mostrado mayor evidencia empírica, junto con la
terapia conductual-dialéctica en el caso de los pacientes aquejados de TLP (Tarrier,
Taylor y Gooding, 2008). La terapia interpersonal ha mostrado también ser útil en
adultos con conducta suicida, en mayores de 60 años con depresión e ideación
suicida y en adolescentes con riesgo de suicidio (Tang, Jou, Ko, Huang y Yen,
2009).

En ocasiones es necesaria la hospitalización del paciente en función de las


siguientes variables: la gravedad clínica del episodio; la planificación y letalidad del
plan; el riesgo suicida inmediato del paciente; la patología psiquiátrica de base o la
presencia de comorbilidades; y la falta de apoyo familiar o social (Grupo de
Trabajo, 2011).

Un último aspecto de gran interés en la clínica -y poco tratado sistemáticamente


hasta el momento- es el tratamiento del duelo de los familiares de las personas
suicidadas. Los allegados pueden mostrar sentimientos de culpa, preguntarse por
qué lo hizo o por qué no hicieron ellos algo más para evitar la muerte del suicida,
vivir lo ocurrido como una mancha en la familia y sentir otras muchas emociones
negativas, como angustia, vergüenza o autodesprecio, así como llegar a
experimentar el reproche de personas del entorno, lo que genera aislamiento y
estigmatización (Cerel, Mcintosh, Neimeyer, Maple y Marshall, 2014).

Conclusiones

El suicidio siempre ha estado rodeado de una aureola de silencio y de miedo al


efecto de contagio (del que, por cierto, no hay una evidencia empírica), pero esto
puede impedir los esfuerzos de prevención. Muchas personas que se quitan la vida
lo han hablado antes o avisan, de una forma u otra, de su posible suicidio.
Cualquier anuncio de muerte autoinducida debe encender siempre una luz roja de
alarma (Mann et al., 2005; Saiz y Bobes, 2014).
Al margen de la utilidad de las distintas escalas disponibles, tales como las Escalas
de Depresión de Beck (BDI-II) (ítem 7) (Beck, Brown y Steer, 1996) o Hamilton
(HDRS) (ítem 3) (1960) o la Escala de Desesperanza (Beck, Weissman, Lester y
Trexler, 1974), la entrevista clínica con el paciente y con los familiares desempeña
un papel muy importante para valorar adecuadamente el problema planteado
(Grupo de Trabajo, 2011).

Los objetivos terapéuticos deben centrarse en el cambio de los factores


modificables para contrarrestar el peso de los factores inmodificables y en la
inducción al paciente de algún tipo de esperanza y de control sobre su conducta
(Bobes et al., 2011; Saiz et al., 2014; Tarrier et al., 2008).

Hay algunos retos importantes en el ámbito de la investigación del suicidio para los
próximos años: a) detectar personas de alto riesgo y evaluar correctamente el
riesgo de suicidio con herramientas diagnósticas adecuadas; b) establecer
estrategias apropiadas de intervención basadas en la evidencia (Echeburúa,
Salaberría, Corral y Polo-López, 2010); c) diseñar programas específicos para
jóvenes y adolescentes, así como para personas ancianas; d) poner en marcha
medidas concretas dirigidas sobre todo a las personas más vulnerables, para
reducir los factores de riesgo (abuso de alcohol y drogas, exclusión social,
depresión y estrés); y e) proponer programas psicoeducativos efectivos, de tipo
preventivo, para familiares de personas que han cometido un intento de suicidio
(WHO, 2014).

Por último, hay que poner un gran énfasis en la prevención primaria con los niños y
adolescentes en la familia y en la escuela. Se trata de prestarles un apoyo afectivo
incondicional, de acostumbrar a los adolescentes a que pidan ayuda cuando la
necesiten y de enseñarles a afrontar emociones y situaciones negativas (porque los
adolescentes tienen una tendencia terrible a dramatizar). Se trata también de
evitar que un problema que se repite mucho, como el bajo rendimiento académico
o el consumo de drogas, se convierta en el único tema de conversación y de
aumentar las oportunidades de compartir con los hijos actividades gratificantes de
forma regular.

Referencias

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Diez cosas que los padres pueden hacer


para prevenir el suicidio

A medida que los niños se convierten en adolescentes, es más difícil para los padres
saber cómo se sienten y qué están pensando. ¿Cuándo los cambios de temperamento se
convierten en algo en algo de preocupación?

Es importante saber qué factores pueden poner al adolescente en riesgo del


suicidio. Invierta algo de su tiempo en leer estas 10 formas de ayudar a prevenir
que una tragedia ocurra. Entre más sepa, estará mejor preparado para entender
qué puede poner en riesgo a su niño.
1. No permita que la depresión o la ansiedad de un
adolescente aumente sin control.
Tal vez su hijo simplemente esté teniendo un mal día, pero podría ser algo más si dura
más de una par de semanas.

 Realidad: 9 de cada 10 adolescentes que se quitan la vida cumplían el criterio para un


diagnóstico de problemas o trastornos psyquiátricos o mentales, más de la mital de
ellos con trastornos del estado de ánimo, tales como la depresión o ansiedad.
Las personas deprimidas suelen aislarse, cuando en secreto están llorando para que se
les rescate. Muchas veces sienten demasiada vergüenza para comunicar su tristeza a
otros, incluidos a mamá y papá. Los hombres en particular pueden intentar ocultar sus
emociones debido a la creencia errónea de que exhibir vulnerabilidad es una muestra de
debilidad.

No esperemos a que los jóvenes vengan a nosotros con sus problemas. Toque a su
puerta, siéntese en la cama y dígale, “Te noto triste. ¿Hay algo de lo que te gustaría
hablar? Tal vez te puedo ayudar”.

2. Escuche a su hijo adolescente, incluso cuando no


está hablando.
No todos, pero la mayoría de los menores que están pensando en el suicidio (a lo que se
le llama ideación suicida) transmiten su estado mental atormentado por medio de
conductas conflictivas. Los estudios han descubierto que un rasgo común de las familias
destrozadas por el suicidio de un hijo o una hija es la mala comunicación entre los
padres y el hijo. Sin embargo, existen por los general tres o más factores o
circunstancias que están presentes al mismo tiempo en la vida del niño cuando él o ella
están pensando en quitarse la vida.

Estas incluyen, pero no se limitan a las siguientes:


 Pérdida mayor (por ejemplo, rompimiento de una relación o muerte)
 Abuso de sustancias
 Presión social o parte de pares
 Acceso a las armas de fuego
 Humillación pública
 Una enfermedad crónica
 Agresividad o falta de reflexividad
 Historial de suicidio en la familia
Si su instinto le dice que un adolescente podría ser un peligro para sí mismo, preste
atención a sus instintos y no permita que se quede solo. En este caso, es mejor exagerar
que restarle importancia. Lea: Como comunicarse con su adolescente.

3. Nunca ignore las amenazas de suicido como un


melodrama típico de los adolescentes.
Cualquier declaración escrita o verbal que diga "Me quiero morir" o "Ya no me importa
nada" debe considerarse con seriedad. Con frecuencia, los menores que intentan
suicidarse les dijeron a sus padres en repetidas  ocasiones que pretendían matarse. La
mayoría de la investigación sustenta que las personas que amenazan abiertamente con el
suicidio, en realidad no intentan hacerlo y que la amenaza es sólo un llamado
desesperado pidiendo ayuda. Aunque esto es cierto en muchos casos, ¿qué padre o
madre se arriesgaría a equivocarse.

Cualquiera de estas otras llamada de auxilio requieren de su


atención y acción inmediata y de pedir ayuda a un
profesional lo más pronto posible:“Nada me importa”.
 “Me pregunto cuántas personas vendrían a mi funeral”.
 “A veces quisiera solo dormirme y no volver a despertar”.
 “Todos estarían mejor sin mí".
 “No tendrás que  preocuparte por mí por mucho tiempo”.
Cuando un adolescente empieza a hacer comentarios poco disimulados como esos o
directamente admite que está pensando en suicidarse, intente no sobresaltarse (“¡¿Qué,
estás loco?!”) ni menospreciar (“¡Qué cosa más ridícula dices!”). Sobre todo, no le
diga, “¡No lo dices en serio!”; aunque es probable que usted esté en lo correcto. Esté
dispuesto a escuchar sin juzgar a lo que realmente está diciendo, que es: “Necesito tu
amor y atención porque siento muchísimo dolor y no puedo con esto yo solo”.

Ver a un hijo tan perturbado podría romperle el corazón a cualquier padre. Sin embargo,
el enfoque inmediato debe ser consolarlo; después podrá expresar lo que usted siente.
En voz calmada puede decir, “Entiendo. Realmente has de sentir mucho dolor por
dentro".

4. Busque ayuda profesional de inmediato.


Si la conducta de su hijo adolescente le tiene preocupado, no espere a comunicarse con
el pediatra. Contacte a un proveedor de salud mental en su localidad que trabaje con
niños para que le haga una evaluación a su niño lo más pronto posible para que su hijo o
hija puedan empezar a recibir terapia o asesoramiento si no corren el riesgo de hacerse
daño a sí mismos. Sin embargo, llame a la línea telefónica de ayuda o grupo de apoyo
en su comunidad o vaya a la sala de urgencias si usted cree que su niño está
considerando seriamente el suicidio o puede hacerse daño a sí mismo.   

5. Comparta sus sentimientos.


Hágale saber a su hijo que no está solo y que todos nos sentimos tristes o deprimidos a
veces, incluso las mamás y los papás. Sin minimizar su angustia, reconfórtelo
diciéndole que esos malos momentos no durarán para siempre. Dígale que las cosas
realmente van a mejorar y que usted puede ayudarle durante la terapia y otros
tratamientos para que las cosas mejoren para él o ella.

6. Anímelo para que no se aísle de la familia y los


amigos.
La mayoría de veces es mejor estar con otras personas que estar solo. Pero no lo obligue
si dice que no.

7. Recomiende el ejercicio.
La actividad física tan simple como caminar o tan vigorosa como levantar pesas, puede
aminorar la depresión leve a moderada.

Existen varias teorías que explican por qué:


 Hacer ejercicio hace que una glándula del cerebro libere endorfinas,  una sustancia que
se cree que mejora el estado de ánimo y reduce el dolor. Las endorfinas también
reducen la cantidad de cortisol  en la circulación. El cortisol que es una hormona que se
ha vinculado con la depresión.
 El ejercicio distrae a las personas de sus problemas y les hace sentir mejor de sí
mismos.
 Los expertos recomiendan ejercitarse de treinta a cuarenta minutos al día, de dos a
cinco días a la semana.
 Cualquier forma de ejercicio funciona; lo que es importante es que los jóvenes
disfruten la actividad y lo hagan de forma constante.
8. Anime a su hijo para que no se exija demasiado
por ahora.
Hasta que la terapia comience a hacer efecto, es probable que no sea momento para
asumir responsabilidades que podrían resultar abrumadoras. Sugiera que divida las
tareas grandes en tareas más pequeñas y manejables siempre que sea posible y que
participe en sus actividades que disfrute y que le causen menos estrés. El objetivo es
volver a fomentar la confianza y la autoestima.

9. Recuérdele a un adolescente que esté bajo


tratamiento que no espere resultados inmediatos.
La terapia conversacional o los medicamentos suelen tomar tiempo para mejorar el
estado de ánimo, por lo que no debe sentirse desilusionado ni culparse si no se siente
mejor de inmediato.

10. Si usted tiene armas de fuego en el hogar,


guárdelas en un lugar seguro o cámbielas a otro
lugar hasta que la crisis pase.
 Realidad: Suicido con armas de fuego entre los jóvenes estadounidense alcanzó su
mayor cifra en 12 años en el 2013, en los cuales la mayoría de las
muertes involucraban un arma de fuego que pertenecía a un miembro de la familia, de
acuerdo con un informe de el Centro Brady para Prevenir Violencia con Armas de
Fuego. Cualquiera de estas muertes podrían haber sido evitadas si el arma de fuego
no estuviera disponible.
Si sospecha que su hijo o hija es suicida, sería una buena medida mantener el alcohol y
los medicamentos bajo llave; incluso las medicinas de venta libre.
LAS DOCTORAS RECOMIENDAN - Podcast
Suicidio en las adolescentes latinas: ¡si no estaba preocupado, preocúpese! 
Dra. Edith Bracho-Sánchez, MD

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