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niños y adolescentes
Por
Josephine Elia
, MD, Sidney Kimmel Medical College of Thomas Jefferson University
DATOS CLAVE
Los niños con riesgo de suicidio están deprimidos o ansiosos, abandonan sus
actividades, hablan sobre asuntos relacionados con la muerte o sufren cambios
repentinos de comportamiento.
Los miembros de la familia y los amigos deben considerar seriamente todas las
amenazas o intentos de suicidio.
Los profesionales de la salud tratan de determinar la gravedad del riesgo de
suicidio.
Son muchos más los jóvenes que intentan el suicidio que los que lo logran. Los Centros
para el control y la prevención de enfermedades proporcionaron la siguiente información
acerca de los estudiantes de secundaria en Estados Unidos en 2015:
¿Sabías que...?
El fracaso escolar
Sin embargo, ese tipo de eventos estresantes son bastante frecuentes entre los niños, y
raramente conducen a comportamientos suicidas si no hay otros problemas
subyacentes.
El suicidio es más probable en familias en las que los trastornos del estado de ánimo son
frecuentes, especialmente si existen antecedentes familiares de suicidio u otro
comportamiento violento.
Diagnóstico
Identificación del riesgo por parte de los padres, médicos, maestros y amigos
Prevención
Preguntar directamente al niño en riesgo sobre sus ideas de suicidio puede sacar a la luz
aspectos importantes que estén contribuyendo al malestar del niño. La identificación de
estos aspectos, puede, a su vez, propiciar intervenciones significativas.
En algunas comunidades existen líneas telefónicas de información y asistencia directa
con servicio ininterrumpido (ver Intervención en suicidios: Red nacional de prevención
del suicidio (en Estados Unidos, National Suicide Prevention Lifeline) ) que proporcionan
acceso rápido a una persona amable y comprensiva que puede dar un consejo inmediato
y asistencia para obtener más ayuda. Aunque es difícil comprobar que estos servicios
realmente reducen el número de muertes por suicidio, son útiles para orientar a los niños
y a sus familias a la hora de obtener los recursos adecuados.
Las siguientes estrategias pueden contribuir a reducir el riesgo de suicidio:
Obtener atención eficaz para los trastornos mentales y físicos, y para el consumo
de sustancias
Los programas de prevención del suicidio pueden ayudar. Los programas más efectivos
son aquellos que intentan asegurarse de que el niño tenga lo siguiente:
Una escuela u otra institución social que promueva el respeto por las diferencias
individuales, raciales y culturales
Tratamiento
A veces la hospitalización
Los niños que expresan pensamientos relacionados con el deseo de hacerse daño a sí
mismos o que intentan suicidarse necesitan una valoración urgente en el servicio de
urgencias del hospital. Cualquier tipo de intento de suicidio debe tomarse en serio,
porque un tercio de los suicidios consumados han tenido un intento de suicidio previo, en
ocasiones aparentemente trivial, como, por ejemplo, haciéndose arañazos superficiales
en la muñeca o tomando unos cuantos comprimidos. Cuando los padres o las personas
responsables minimizan un intento de suicidio fracasado, los niños pueden considerar
esta respuesta como un desafío y el riesgo de un suicidio subsiguiente aumenta.
Una vez que la amenaza mortal ha sido superada, el médico decide si es necesaria la
hospitalización del niño. Esta decisión depende del riesgo que corre al permanecer en
casa y de la capacidad de la familia para proporcionar apoyo y seguridad física al niño.
La hospitalización es la manera más segura de proteger al niño y por lo general se indica
si los médicos sospechan que el niño tiene un trastorno de salud mental grave, como la
depresión.
Los médicos tratan cualquier trastorno que pueda tener el niño y que contribuya al riesgo
(como la depresión o el trastorno bipolar ). Pero dicho tratamiento no puede eliminar el
riesgo de suicidio. Aunque ha habido preocupaciones referentes a que el tratamiento con
antidepresivos pueda aumentar el riesgo de suicidio en algunos adolescentes
(ver Fármacos antidepresivos y suicidio ), no tratar la depresión probablemente sea igual
o más peligroso. Los médicos controlan cuidadosamente a los niños que toman
antidepresivos y prescriben sólo pequeñas cantidades que no serían letales si se toman
todas al mismo tiempo.
Por lo general remiten al niño a un psiquiatra, que puede proporcionar el tratamiento
farmacológico adecuado y a un terapeuta, que puede proporcionar psicoterapia, así
como terapia cognitivo-conductual. El tratamiento es más eficaz si el médico de atención
primaria sigue participando.
Si el suicidio se consuma
Los familiares de niños y adolescentes que se han suicidado tienen reacciones
complejas, como el duelo, la culpa o la depresión. Sienten que sus actividades cotidianas
no tienen ya ningún propósito ni esperanza. Les resulta difícil continuar viviendo. El
asesoramiento o el consejo les ayudará a entender el contexto psiquiátrico del suicidio y
a reflexionar y reconocer las dificultades del niño antes del suicidio. Entonces, podrán
entender que el suicidio no fue culpa suya.
Todos los años hay tragedias en las que los niños disparan y matan a personas después de
haberlas amenazado. Cuando esto ocurre, todos se preguntan, "¿cómo pudo haber ocurrido?"
y "¿por qué no tomamos en serio la amenaza?"
La mayor parte de las amenazas que hacen los niños y los adolescentes no se llevan a cabo.
Muchas de dichas amenazas son la forma que tiene el niño de hablar para hacerse el tosco, o
fuerte, o para llamar la atención. Algunas veces estas amenazas son una reacción a daño
percibido, rechazo o ataque.
¿Cuáles de las amenazas hay que tomar en serio?
¿Cuándo es mayor el riesgo asociado con las amenazas de los niños y los
adolescentes?
Cuando un niño hace una amenaza seria no se debe de descartar como si estuviese hablando
en vano. Los padres, maestros y otros adultos deben de hablar de inmediato con el niño. Si se
determina que el niño está en peligro y el niño se niega a hablar, es argumentativo, contesta a
la defensiva, o contiúa expresando pensamientos y planes peligrosos, hay que hacer arreglos
para una evaluación inmediata por un profesional de la salud mental con experiencia en la
evaluación de niños y adolescentes. La evaluación de cualquier amenaza seria ha de ser hecha
en el contexto del comportamiento pasado del niño individual, su personalidad y los factores
causantes de estrés en el presente. En una situación de emergencia, o si el niño o la familia se
niegan a recibir ayuda, puede que sea necesario hacer contacto con la policía local para
conseguir ayuda o llevar al niño a la sala de emergencias más cercana para que sea evaluado.
Los niños que han hecho amenazas serias tienen que ser supervisados con mucho cuidado
mientras esperan la intervención del profesional. La evaluación inmediata y el tratamiento
apropiado continuo de los jóvenes que hacen amenazas serias pueden ayudar al niño en
problemas y pueden disminuir el riesgo de una tragedia.
Vea también:
Enrique Echeburúa
Correspondencia a:
Resumen
Abstract
The aim of this paper is to show the different clinical forms in which suicidal
behaviors manifest, put them in connection with various mental disorders, display
warning signs, analyze risk and protective factors and discuss the possible clinical
decisions that therapist can take. Relevant information about factors associated
with completed and attempted suicide is discussed. Therapeutic demand regarding
suicidal behaviors includes three types of patients: a) patients who have survived a
suicide attempt; b) patients who seek treatment because of persistent thoughts of
suicide; and c) patients with suicidal ideation but without having expressed it to
anyone. The empathic therapeutic alliance with the patient and collaboration with
family play a very important role. Therapeutic goals according to problems
frequently encountered in the clinic, as well as the need to focus on changing
modifiable factors to counteract the weight of non-modifiable factors, are
commented. Suggestions for future research are outlined.
Introducción
Sin embargo, muchas personas que llevan a cabo una conducta suicida no quieren
morirse (de hecho, son muchas más las tentativas suicidas que los suicidios
consumados), lo único que quieren es dejar de sufrir y por eso pueden estar
contentos de no haber muerto una vez que el sufrimiento se ha controlado (Spirito
y Donaldson, 1998).
Más allá de estas cifras oficiales, probablemente por debajo de las reales en un
10%-30% (Giner y Guija, 2014), el impacto psicológico de la conducta suicida
alcanza directa y dramáticamente a los familiares del suicida. No se puede dejar de
lado a los seres queridos de la persona que se ha matado. El suicidio es,
probablemente, la muerte más desoladora que existe. A los supervivientes, además
del dolor de la pérdida, les queda con frecuencia la vergüenza de revelar el motivo
real del fallecimiento y el sentimiento de culpa por lo que se pudo haber hecho y no
se hizo.
Suicidio y edad
Por último, el suicidio es más frecuente en personas ancianas, más si están solas,
deprimidas (lo que no siempre se diagnostica adecuadamente, al confundirse con el
deterioro cognitivo) y con enfermedades incapacitantes. Los ancianos pueden no
dar señales ni haber cometido tentativas previas de suicidio. Entre las motivaciones
de los ancianos figuran la soledad, en el caso de la pérdida de pareja o de
abandono de los hijos, la sensación de ser una carga para los demás y las
enfermedades crónicas graves, sobre todo cuando generan depresión, malestar,
incapacidad funcional y aislamiento social. Los ancianos realizan menos intentos
autolíticos que los jóvenes, pero utilizan métodos más efectivos al intentarlo, lo que
lleva a una mayor letalidad (Värnik, 2012).
Suicidio y sexo
La incidencia del suicidio entre las mujeres es tres o cuatro veces menor que entre
los hombres porque su habilidad letal o, lo que es más importante, su
determinación para provocarse la muerte resultan inferiores. Entre las posibles
razones de este hecho se encuentran la misión de la mujer como protectora de la
vida y su mayor rechazo hacia la violencia, por lo que recurre a métodos más
pasivos y silenciosos, tales como la intoxicación con fármacos o la inhalación de
monóxido de carbono.
Asimismo, los hombres son más impulsivos, tienen una menor tolerancia al
sufrimiento crónico, les cuesta más buscar ayuda ante el sufrimiento y están más
afectados por trastornos adictivos. En tanto, el mayor índice de suicidios masculinos
guarda relación con la forma en que el hombre vive sus dificultades personales: a)
el hombre soporta peor la soledad o la ruptura de pareja; b) no suele hablar de sus
problemas, por lo que no libera su carga de sufrimiento; y c) vive en general con
mayor estrés y angustia su actividad laboral (Echeburúa, González-Ortega, Corral y
Polo-López, 2011).
Las mujeres realizan tres veces más tentativas de suicidio que los hombres, pero
éstos consiguen consumar el suicidio tres veces más que las mujeres. Las
tentativas de suicidio entre las mujeres responden más a una llamada de atención,
especialmente entre las jóvenes, y muestran una propensión a este tipo de
conductas cuando están afectadas por problemas interpersonales graves (violencia
de pareja, abuso sexual, infidelidades reiteradas, etcétera).
En resumen, los suicidios consumados se dan más en hombres de cierta edad, con
una premeditación clara y con métodos expeditivos (ahorcamiento, precipitación o
armas de fuego), mientras que las tentativas de suicidio aparecen más en mujeres
jóvenes que recurren de forma impulsiva a la ingestión de fármacos y que revelan
con esta conducta extrema, a modo de mecanismo de huida, la existencia de un
problema emocional que les genera un gran malestar y que desborda sus recursos
de afrontamiento (Värnik, 2012).
A veces existe el suicidio por balance cuando una persona, a pesar de sus esfuerzos
prolongados durante mucho tiempo, llega a una situación económica, familiar o
social en que para ella la vida carece ya de valor y de sentido o en que se
encuentra sin fuerzas para afrontar más dificultades. Es decir, hay un hastío de la
vida y una pérdida radical del deseo de vivir (Bobes et al., 2011).
Los pacientes con depresión corren más riesgo de cometer suicidio en la fase inicial
del trastorno o cuando el tratamiento ya ha comenzado a surtir efecto o incluso
después del alta hospitalaria. Al deseo de aniquilarse se une su menor inhibición y
apatía; antes, en medio de la depresión, ni siquiera tienen fuerza para eso.
Además, la inhibición y apatía responden mejor al tratamiento, pero los
sentimientos profundos de desesperanza tardan más en desaparecer.
Si todas las personas que tienen un trastorno mental grave o que sufren un suceso
vital adverso de gran intensidad no acaban por suicidarse, ello quiere decir que hay
factores de riesgo y factores de protección que modulan la decisión adoptada. La
estimación del riesgo suicida de un paciente debe tener en cuenta este tipo de
factores (Ayuso-Mateos et al., 2012; Mann et al., 2005) (figura 1).
Figura 1.
Riesgo del comportamiento suicida (Mann et al., 2005, modifado).
Factores de riesgo
Factores de protección
La demanda terapéutica en relación con el suicidio está constituida por tres tipos de
pacientes: a) los que tienen ideación suicida pero aún no la han expresado
verbalmente; b) los que acuden a la consulta manifestando pensamientos suicidas
reiterados; y c) aquellos que han sobrevivido a un intento de suicidio (Bobes et al.,
2011).
Conclusiones
Hay algunos retos importantes en el ámbito de la investigación del suicidio para los
próximos años: a) detectar personas de alto riesgo y evaluar correctamente el
riesgo de suicidio con herramientas diagnósticas adecuadas; b) establecer
estrategias apropiadas de intervención basadas en la evidencia (Echeburúa,
Salaberría, Corral y Polo-López, 2010); c) diseñar programas específicos para
jóvenes y adolescentes, así como para personas ancianas; d) poner en marcha
medidas concretas dirigidas sobre todo a las personas más vulnerables, para
reducir los factores de riesgo (abuso de alcohol y drogas, exclusión social,
depresión y estrés); y e) proponer programas psicoeducativos efectivos, de tipo
preventivo, para familiares de personas que han cometido un intento de suicidio
(WHO, 2014).
Por último, hay que poner un gran énfasis en la prevención primaria con los niños y
adolescentes en la familia y en la escuela. Se trata de prestarles un apoyo afectivo
incondicional, de acostumbrar a los adolescentes a que pidan ayuda cuando la
necesiten y de enseñarles a afrontar emociones y situaciones negativas (porque los
adolescentes tienen una tendencia terrible a dramatizar). Se trata también de
evitar que un problema que se repite mucho, como el bajo rendimiento académico
o el consumo de drogas, se convierta en el único tema de conversación y de
aumentar las oportunidades de compartir con los hijos actividades gratificantes de
forma regular.
Referencias
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A medida que los niños se convierten en adolescentes, es más difícil para los padres
saber cómo se sienten y qué están pensando. ¿Cuándo los cambios de temperamento se
convierten en algo en algo de preocupación?
No esperemos a que los jóvenes vengan a nosotros con sus problemas. Toque a su
puerta, siéntese en la cama y dígale, “Te noto triste. ¿Hay algo de lo que te gustaría
hablar? Tal vez te puedo ayudar”.
Ver a un hijo tan perturbado podría romperle el corazón a cualquier padre. Sin embargo,
el enfoque inmediato debe ser consolarlo; después podrá expresar lo que usted siente.
En voz calmada puede decir, “Entiendo. Realmente has de sentir mucho dolor por
dentro".
7. Recomiende el ejercicio.
La actividad física tan simple como caminar o tan vigorosa como levantar pesas, puede
aminorar la depresión leve a moderada.