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“Lo que estábamos viendo no tenía sentido.

Un Marcus adelante, un
Marcus atrás. Eran dos. Literal y físicamente, dos.

—Hijo de perra… —gruñó Matt, preparándose para desenfundar el


revólver.

El Marcus herido siguió gritando y balbuceando insultos, mientras el otro


avanzaba hacia nosotros con extrema y atemorizante calma.

Estaba aún a decenas de metros de nosotros. La luz de la luna delineaba


su esbelta figura y se reflejaba en el metal del bate que portaba.

—¡¿Qué hacemos?! —grité a Matt.

Él volteó a mirar a nuestro invitado no deseado, quien no salía corriendo


solo porque claramente le habían roto la pierna, y luego me miró a mí.

—No tengo idea —suspiró, con clara preocupación en el tono.

Tomó con fuerza la empuñadura del revólver y lo apuntó al Marcus que


tenía intenciones asesina, quien aceleró el paso.

Noté el temblor en la mano de Matt. No me transmitía confianza alguna.

Corrí hacia la puerta principal y salí, para enfrentarme directamente a él.


Matt intentó detenerme, pero lo ignoré. Me acerqué a Marcus hasta estar a
pocos metros de él.

—¡¿Qué mierda vienes a buscar aquí?! —lo encaré.

—Oh, no te sientas tan especial. No vengo a buscarte a tí. No esta vez —


aclaró Marcus, intentando apartarse.

Yo me volví a poner frente a él.


—¡No te tengo miedo!

Su ceño se frunció y la sonrisa se le borró.

—A lo mejor tengo que ahorcarte de nuevo para que te dejes de molestar


—dijo, entre dientes.

—Tú no quieres matarme. Si así fuera, lo habrías hecho hace mucho —lo
enfrenté.

La noche se sentía rara. Los grillos estaban mudos, mas el viento soplaba
con fuerza. La inseguridad era la única constante frente a ese maldito
psicópata.

Su expresión se deformó para mostrar una sonrisa enfermiza. Sus ojos


parecían salirse de sus órbitas.

—No te recomiendo intentar adivinar lo que quiero, Athena —rió.

Acto seguido, alzó el bate y amagó a golpearme. Apenas vi esto intenté


salir del medio, pero de igual forma el garrote impactó con fuerza mi rodilla
izquierda.

Automáticamente todo mi cuerpo se vino abajo. Un temblor violento se


extendió por mi espalda y extremidades, el choque de mis huesos y el
pesadísimo metal me dejó sorda, muda y ciega.

El dolor era indescriptible e insoportable. Me tomé la pierna con ambas


manos. Carecía de la fuerza necesaria para gritar.

Luego, se escuchó un disparo. Marcus volteó la cabeza, con mortífera


intención. Matt falló el tiro.
Al instante, una segunda detonación. Marcus perdió el equilibrio, retrocedió
y cayó de rodillas al suelo. No podía ver con claridad, el dolor me nublaba
la vista.

Levanté la mirada para verle el rostro a Marcus, para encontrar que parte
de su cabeza había sido volada por el disparo.

Un gran hoyo en su ojo desembocaba en parte de su nuca y sien,


completamente abiertas. Cantidades ridículas de sangre escapaban a
chorros de sus violentas heridas.

Volteó a mirarme, con su destrozado rostro, y finalmente cayó de cara al


césped.

Los ojos me lloraban. Una expresión de horror había quedado plasmada


en mi rostro. La mandíbula me temblaba, la piel me picaba.

Oí como Matt se acercaba corriendo a mí. El mundo se volvía borroso a mi


alrededor.

Sentí a duras penas los brazos del cocinero a mi alrededor. Un cosquilleo


intermitente emanaba del calor de su piel. La pierna me estaba matando.

No tenía palabras para describir lo que acababa de ver. Todo parecía


distante. Sentía que me iba. Todo se volvía negro. Todo se caía.

No puedo recordar nada más.

Sonidos distantes, conversaciones encerradas.

Movimiento. Luz. Colores.

Sueños perdidos entre los rincones de mi memoria.


El sol me da en la cara.

Veo que alguien me mira.

Está frente a mí. Es un chico.

Lo conozco. Claro…

Es mi hermano.

—¿Estás bien? —pregunta.

No puede ser. No tiene sentido.

—¿D-Derek? ¿Eres tú? —tartamudeo.

Alzo mi mano y la apoyo en su rostro. Siento el relieve de su piel.

—Claro que soy yo. ¿Qué te ocurre? ¿Qué haces durmiendo en el jardín?
—pregunta.

Me incorporo levemente y miro a mi alrededor. Todo luce muy vivo. Los


colores son tan… vibrantes. Las nubes sobre mi cabeza lucen
extremadamente esponjosas, el césped bajo mis brazos y piernas me hace
cosquillas.

Me duele la cabeza. Me siento un poco mareada.

Me pongo de pie. Estoy descalza.

Suspiro, nerviosa.

Matt…
—No sé… No sé qué pasó.

Derek me mira, extrañado.

—¿A qué te refieres?

Me centro en las facciones de su cara, sus ojos, su boca, su cabello.

No lo puedo creer.

Siento como mis ojos se empapan y comienzan a llorar. Soy capaz de


distinguir cada sensación.

Me acerco a él y me dejo caer sobre él, abrazándolo con fuerza. Las


puntas de mis dedos clavadas en su espalda.

Él corresponde al abrazo, confundido.

—Derek, eres… ¿Eres real…? —sollozo en su pecho.

—Estoy bastante seguro de que sí. ¿Qué tienes? —pregunta.

—Nada… —limpio mis lágrimas en su ropa—… Solo un mal sueño.

Yo no estoy hablando. Recién entonces soy consciente.

No pertenezco ahí.

No pertenezco aquí.

Ese no es mi hogar.

Este no es mi hogar.

¿Qué significa esto?


¿Qué significa esto?

Sentí como si me metieran en un lavarropas y lo pusieran a máxima


potencia. O tal vez, una montaña rusa muy extrema.

Un nonillón de imágenes aparecía por mi cabeza por cada mil millonésima


de segundo que pasaba. Colores que ninguna persona había visto antes
constataban el imposible y dinámico paisaje frente a mis ojos.

Estaba siendo arrastrada por todo el multiverso porque mi lugar era


erróneo. Viajaba a través del mismo tejido de la existencia, viendo nacer y
morir galaxias y estrellas a mi alrededor.

Presencié el encender y apagar de las más grandes mitologías y


religiones; vi el caer de las más legendarias deidades y el alzar de los más
oscuros panteones.

Observé los primeros pasos del primer hombre y los últimos suspiros
moribundos del último anciano.

Y en ese torbellino cuántico de campos metafísicos superpuestos, mi


consciencia parecía desparramada por todas partes, desesperada por
aterrizar en su lugar correspondiente.

Caí en un agujero celeste, me deslicé por sus paredes paradójicas; viví mil
vidas y morí mil muertes, once millones de veces.

Treinta y siete grados, cuarenta y nueve minutos, cincuenta y dos


segundos; Norte. Ciento siete grados, cuarenta minutos, cero ocho
segundos; Oeste.

Llegué.
Abrí los ojos. Observé lo que me rodeaba. Una habitación de hotel.
Escuché la voz de Matt y de Marcus en el fondo.

Suspiré. Las manos me temblaban.

Intenté incorporarme, pero un agudísimo dolor en mi pierna me detuvo de


hacerlo. Llevaba puesto un yeso. ¿Me la había roto?

Observé el cielo desde la ventana. Era de día, solo que tarde. Estaba
nublado. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?

Me sentía diferente. Algo había cambiado.

Eso que vi, Derek… No podía quitármelo de la cabeza. Eso no podía ser
un sueño. No tenía sentido.

Algo raro había ocurrido.

Necesitaba respuestas.

~•~

Capítulo escrito por Nahuel

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