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SIGLO XX
INTRODUCCIÓN
Pero también esta centuria ha sufrido convulsiones terribles. Baste recordar las
dos guerras mundiales que han dejado millones de muertos; el comunismo que
triunfó y cayó, pero sólo después de haber hundido en la miseria a países enteros;
la situación de miseria en que viven millones de personas no sólo por el mal
gobierno, sino también por causa de una economía de mercado que olvida la
centralidad del hombre y de la familia.
I. SUCESOS
Problemas sociales
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a) Causas:
b) Consecuencias:
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La situación rusa era muy difícil. Los esclavos estaban abrumados por
impuestos imposibles de pagar y había un gran atraso técnico. La
precipitada concentración obrera provocada por la rápida industrialización
había hecho surgir un proletariado joven, combativo y muy consciente de
sus derechos. La dinastía zarista Romanov comienza a tambalearse cuando
el movimiento de masas erige sus propias instituciones; eran los soviets o
consejos de obreros. Incluso, la misma burguesía se mostraba muy crítica
ante la tremenda y costosa burocracia que regía el país, y ante el ejército
que había dado pruebas de ineficacia en la guerra contra el Japón. Ante el
malestar social el zar cede y permite la creación de un parlamento, pero
inicia una violenta represión. Finalmente, cuando introduce a su país en la
primera guerra mundial, firma su propia sentencia de muerte.
La dinastía zarista ha caído. Sin embargo, surge un poder paralelo: son los
soviets, que dominan la calle –formados por obreros y soldados-. Estos
soviets oscilan peligrosamente entre los mencheviques –apoyan al
gobierno constitucional-, y los bolcheviques. El 25 de octubre de 1917
viene la insurrección bolchevique, que triunfa fácilmente en san
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Movimientos fascistas
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“¡Viva Cristo Rey!” ¿Cómo fue la guerra cristera en México?
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Vino después Porfirio Díaz, que fue reelegido ocho veces en una farsa de
elecciones (1877 y 1910). En ese largo tiempo ejerció una dictadura de
orden y progreso, muy favorable para los inversores extranjeros –petróleo,
redes ferroviarias-, sobre todo norteamericanos, y para los estratos
nacionales más privilegiados. También en su tiempo aumentó el
latifundismo, y se mantuvieron injusticias sociales muy graves. Porfirio fue
más tolerante con la iglesia, sin embargo, dejó vigentes las leyes
persecutorias de la reforma, aunque él no las aplicaba. No obstante
mantuvo en su gobierno, especialmente en la educación preparatoria y
universitaria, el espíritu laicista antirreligioso.
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¡Pueblo valiente, pueblo con enorme fe! Este pueblo cristiano mexicano no
vio que el gobierno tenía muchísimos soldados y armamento y dinero para
hacerle guerra. Lo único que vio fue defender a su Dios, a su religión, a su
madre que es la Santa Iglesia; eso es lo que vio este pueblo. A estos
hombres no les importó dejar sus casas, sus padres, sus hijos, sus esposas
y lo que tenían; se fueron a los campos de batalla a buscar a Dios nuestro
Señor.
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poner a salvo por medios pacíficos. La defensa armada era el único camino
que les quedaba a los católicos mexicanos para no tener que sujetarse a la
tiranía antirreligiosa.
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Los frutos más espléndidos de la Cristiada son, sin duda, el ejemplo heroico
de obediencia y de fe de esos cristeros, que por Cristo Rey y por la Virgen
de Guadalupe hicieron todo lo indecible para proteger y defender la fe del
pueblo mexicano, obedeciendo al papa y a los obispos. Esa sangre
derramada por los cristeros no ha sido inútil; al contrario, ha fortalecido la
fe mexicana.
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El Maestro Cleto, como solían decirle con respeto y afecto, era un cristiano
muy piadoso232 . El 1 de abril de 1927 fue apresado con tres muchachos
colaboradores suyos, los hermanos Vargas, Ramón, Jorge y Florentino. “Si
me buscan, dijo, aquí estoy; pero dejen en paz a los demás”.
Fue inútil su petición, y los cuatro, con Luis Padilla Gómez, presidente local
de la A.C.J.M, fueron internados en un cuartel de Guadalajara. Allá
interrogaron sobre todo al Maestro Cleto, pidiéndole nombres y datos de la
liga y de los cristeros, así como el lugar donde se escondía el valiente
arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. Como nada
obtenían de él, lo desnudaron, lo suspendieron de los dedos pulgares, lo
flagelaron y le sangraron los pies y el cuerpo con hojas de afeitar. Él les
dijo: “Una sola cosa diré y es que he trabajado con todo desinterés por
defender la causa de Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero
sepan que conmigo no morirá la causa. Muchos están detrás de mí
dispuestos a defenderla hasta el martirio. Me voy, pero con la seguridad de
que veré pronto, desde el Cielo, el triunfo de la Religión y de mi Patria”.
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A fines del siglo XV los reyes Isabel y Fernando recibieron en premio, por su
celo a la Iglesia, el título antonomásico de católicos, y católicos serán todos
sus sucesores.
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El siglo XIX también fue un siglo difícil para la católica y cristiana España.
Las tropas napoleónicas sembraron la tierra española de liberalismo,
irreligiosidad y crueldad. Este siglo hirió profundamente a España. La
revolución de 1854, conspiraciones progresistas, y la bien lograda
revolución de 1868, triunfo de demócratas y masones. Se quiere un
monarquismo pero disociado del catolicismo. Vano y breve ensayo con
Amadeo de Saboya, de una dinastía entonces contraria a la Iglesia.
Prueban después una República que acaba en Monarquía. El carlismo da
fuertes aldabonazos, pero otra vez se pacta con los principios
revolucionarios, para lograr la consolidación de un trono restaurado.
También en este siglo, en 1898, España perdió Cuba y Filipinas. Esta
pérdida humillante era un presagio de graves desórdenes que estaban por
venir.
Así llegamos a las postrimerías del siglo XIX en que los socialistas y
anarquistas han hecho su aparición en el horizonte. Lucha heroica y
quijotesca contra el coloso norteamericano, pérdida de las colonias, triste
liquidación de un siglo para España lleno de desdichas y de amargos
recuerdos. Como herencia nos dejaba el liberalismo engañador, que a
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tantos fascinó con sus bellas apariencias de paz y de tolerancia, tan bien
aprovechadas por los eternos enemigos de la patria.
Así las cosas, cada día se agudizaban más y más las enemistades entre la
parte católica que ansiaba la monarquía, defensora de la cristiandad, y la
parte liberal, anticristiana y socialista, que quería para España una
República atea y comunista, siguiendo el modelo de la revolución soviética
de octubre de 1917. Este modelo comunista fascinó especialmente a las
masas obreras y campesinas, porque les prometían porvenir, bienestar,
abundancia de bienes. El partido comunista, aunque minoritario, era cada
vez más poderoso por estar apoyado por la III Internacional marxista-
leninista.
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Del lado contrario se verificó también un partido que defendía los valores
católicos y los ideales tradicionales y que reaccionó contra el marxismo
socialista, y que más tarde se llamará Frente Nacional.
Y, ¿qué pasó?
¿Por qué se llegó al extremo de tener que dirimir las diferencias mediante
el peor de todos los remedios, la guerra? ¿Fue el acto final del drama de
“las dos Españas” que venía viviéndose desde, quizá, el reinado de Carlos
III? ¿Fue el enfrentamiento de dos civilizaciones, de las “dos ciudades”, una
“cruzada” religiosa contra los “sin Dios”, según se expresaban algunos
obispos españoles de entonces? ¿Fue aquello la conclusión de una
sostenida lucha de clases, como quiere la interpretación economicista
marxista? ¿Fue una reacción patriótica contra el advenimiento de un
régimen marxista-leninista que parecía inminente? ¿Fue la insigne ineptitud
de gobernantes y gobernados, obsesionados con sus ideologías y sus
protagonismos más que con el bien común?
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Tales hechos no tienen disculpa. Sin embargo, hay que conceder que la
Iglesia española del siglo XIX y la del primer tercio del XX, que había
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La Iglesia no podía quedar neutral. El mismo Papa Pío XI, con su máxima
autoridad, dedicaba, en su encíclica “Divini Redemptoris” (19 de marzo de
1937), un largo párrafo a condenar la barbarie marxista española, que “no
se ha limitado a derribar alguna que otra iglesia, algún que otro convento,
sino que cuando le ha sido posible, ha destruido todas las iglesias, todos los
conventos e incluso todo vestigio de la religión cristiana, sin reparar en el
valor artístico y científico de los monumentos religiosos. El furor comunista
no se ha limitado a matar obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y
religiosas…y esta destrucción tan espantosa es realizada con un odio, una
barbarie y una ferocidad que jamás se hubieran creído posibles en nuestro
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siglo”.
Se habían desatado las furias del mal y de la venganza y, sobre todo, en los
primeros meses, en los dos bandos hubo quienes enloquecieron por el odio.
De creer a los historiadores más imparciales, el número de víctimas de la
zona nacional fue muy inferior al de la zona republicana. En las dos zonas
se hicieron esfuerzos por suprimir tales abusos, aunque se llegó demasiado
tarde. Cuando la guerra hubo terminado, la represión, por parte de los
vencedores, fue también excesiva y, en algunos casos, cruel. Ni siquiera al
decir que los obispos apoyaron a los nacionales, no significó que aprobaran
la crueldad y las acciones sin proceso legal, que también se dio por parte
de éstos.
El 18 de julio, Gil Robles, que había escapado por muy poco a la orden de
asesinato, estaba con los militares sublevados y había reunido medio
millón de pesetas para apoyarles. Franco no fue, indudablemente, el autor
del Alzamiento, que luego llegaría a acaudillar, pero nunca pensó en
permanecer en el otro bando si la sublevación finalmente se producía. En
aquellas horas había pocas posibilidades de elección espontánea: se estaba
clasificado de antemano entre los amigos o los enemigos.
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