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Segunda reseña

Violeta Martínez Calle


Primer semestre de historia
Viernes 12 de junio del 2020

Krader, Lawrence. La formación del estado. Barcelona: Editorial Labor, 1972. 181 páginas.

Desde hace tres siglos, cuando la Ilustración irrumpió en el mundo barroco europeo, se vio
desvencijado el edificio de conocimiento que se había erigido durante el Medioevo y el
Renacimiento en torno a la sociedad, sus bases, valores y necesidades. El gobierno es, por
supuesto, una arista principal en la erección y consolidación de un pueblo, y por lo tanto uno de
los principales objetos en las discusiones de los ilustrados (cosa que, nos tomamos la libertad de
afirmar, se ha mantenido hasta hoy). En virtud del gran protagonismo que se le ha dado dentro
del marco de pensamiento y estudio de los grupos sociales, el investigador contemporáneo se
encuentra frente a una amplísima bibliografía que intenta explicar la naturaleza del gobierno, de
las instituciones de mando, de la subordinación, de las normas y las prohibiciones que rigen una
sociedad. En la intrincada discusión sobre el gobierno aparece un tema análogo a la manzana de
la discordia: el Estado. Teorías (con sus respectivas investigaciones y armatostes) han intentado
comprender la naturaleza del Estado desde las más diversas ramas del conocimiento. La
antropología política, de la mano del estadounidense Lawrence Krader (1919-1998), no es ajena a
la compleja discusión. Krader, conocido por las investigaciones que hizo en la Universidad Libre
de Berlín, escribió durante 1972 La Formación del Estado, libro que adoptaría un rol protagónico
en la discusión de las sociedades como instituciones estatales. La formación del Estado como
“proceso que desemboca en el nacimiento (del Estado)”1 es hilvanado por Krader a lo largo de
ocho capítulos que persiguen la tesis de que el Estado político es una institución que sólo existe
en ciertos grupos sociales, a pesar de que todos tienen sistemas políticos y gubernamentales. Para
elaborar su argumentación expone el estudio de sociedades simples, medias y complejas,
relacionando la formalidad y complejidad social y económica con el desarrollo en materia
gubernamental.
Krader introduce el libro planteando un acercamiento inicial a la relación entre el objeto
de estudio del libro (el Estado) y la materia desde la que lo vamos a estudiar (antropología
cultural). Desde el siglo XVIII, cuando se planteó la necesidad del “perfeccionamiento social” en

1
Krader, La formación del estado, 1972, pág. 11.
la turbulenta época de los revolucionarios franceses, el Estado asumió un rol protagónico. Dada
la creencia de que el sistema estatal era el reflejo de los valores de una sociedad, era congruente
la idea de un desarrollo simbiótico entre ambos: si el uno evolucionaba, el otro lo haría por
inercia. Krader presenta a partir de esta tesis una posición dividida: difiere, pero concuerda. A
pesar de que sostiene que “mediante el proceso de formación del Estado se crea una sociedad más
compleja”2, afirma que el Estado no está presente en todas las sociedades, sino que se debe a una
evolución social y su desarrollo lineal. Esto implica la transición periódica de una sociedad
simple y tribal a una compleja y formal en la que Estado es la institución gobernante. Es
imposible, sin embargo, hablar sobre un origen único del Estado: cada formación estatal, en los
distintos contextos, lugares y momentos ha ido formándose a la melodía de su desarrollo social
interno, sin depender del avance de otros o los modelos ajenos. Todos, sin embargo, se han
formado respondiendo a necesidades comunes, de manera que comparten características precisas,
como la integración de una población multitudinaria, la existencia de clases, estratos y grupos
sociales y la presencia de instituciones que regulen las actividades de los hombres. Actualmente,
sin embargo, hay un único modelo de Estado: la nación-Estado, común a todas las sociedades del
mundo actual, que ha ido adaptándose a lugares, ideologías y tiempos.
El primer capítulo del libro, “Una teoría antropológica del Estado”, es una suerte de
estado del arte sobre las teorías planteadas a propósito de la definición, la formación y las
características del Estado. Cabe resaltar para la comprensión de los capítulos posteriores la
mención que hace Krader a Robert Lowie, quien plantea que el Estado es una forma desarrollada
de asociación entre miembros de un grupo, o de diferentes grupos. Asimismo, hace continuas
referencias a Meyer con ánimos de refutar su afirmación de que “el Estado es un elemento
universal de toda organización social humana” 3. Krader se dedica entonces a entretejer una base
para sus propias apreciaciones a propósito del Estado, fundamentadas en concordancias y
discrepancias con las teorías de varios pensadores, como Harold Laski, Emile Durkheim, Max
Weber, Thomas Hobbes, entre otros. Ahora bien, en forma de recopilación sobre las teorías a
propósito del Estado, y articulándolas con sus propia visión y tratamiento del concepto, Krader lo
dibuja como “el órgano supremo de poder en cualquier sociedad en que se encuentre. Es un
órgano para la integración social, la regulación interna y la defensa frente al exterior” 4. De igual
manera afirma que la existencia de la institución estatal implica la delegación del poder a
instituciones que obren en nombre y en pos de sus intereses para mantener la soberanía y
2
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 14.
3
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 27.
4
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 49.
legitimidad dentro de sus límites territoriales. La sociedad es el objeto único de su servicio y la
única que acredita su existencia, permanencia y perpetuidad, de manera que es indispensable el
sentimiento de pertenencia entre los individuos. Ellos, sin embargo, tendrán relaciones desiguales
para con el Estado dado el precepto de estratificación social derivada de la distribución dispar de
la riqueza. Empero, todos deben cumplir con las normas de orden social impuestas y veladas por
el Estado, derivadas precisamente de la moralidad de la sociedad.
Cada sociedad tiene su propia forma de gobierno. En el segundo capítulo del libro, Krader
explora las más simples. Empieza exponiendo a los esquimales de Alaska, que viven de la caza
de ballenas y la pesca. “No tienen gobierno formal, ni organismos explícitos que los rijan” 5, cosa
que demuestra la sencillez en sus estructuras políticas, económicas y sociales. Cierta superioridad
económica se ve en la jefatura que mana del dueño de la embarcación durante las expediciones
balleneras, y una suerte de organización judicial se ejerce en los duelos de canciones para
dictaminar la culpabilidad o inocencia de un acusado. No obstante, la autonomía libertaria es su
modelo de vida permanente, cosa que implica el parvo nivel del contrato social, ergo la simple
estructura estatal que sobre él se cierne. La organización política de los aborígenes australianos y
los andamaneses muestra rasgos más marcados de formalidad: un grupo social se encarga de
llevar a cabo “los cometidos y las funciones gubernamentales” 6. En ambos casos, la gerontocracia
es el modelo de regencia; tienen concejos de ancianos que emiten decisiones unánimes. La
jefatura “ni se conserva, ni se transmite formalmente” 7, debido a que el modelo está sentado
sobre la tenencia y el reconocimiento social del prestigio individual. Un modelo político
igualmente simple, pero de carácter más formal, es el de la asociación; evidente, por ejemplo,
entre de los indios crow en las llanuras estadounidenses. Según Lowie, las asociaciones son el
“germen del Estado”8; se hacen entre individuos para la consecución de un objetivo común, sea
ceremonial, político o económico. Se establece entonces un orden político formal porque
implican el rompimiento de las organizaciones que antes existían en razón de parentesco y
vecindad. Del modelo de asociación pasa Krader a hablar sobre el segmentario. Utiliza al reino de
los shilluk como ejemplo. Basándose en las propuestas teóricas de Southall, Krader afirma que
entre ellos no hay órganos o figuras que integren el poder político y coercitivo de forma regular y
permanente. El poder, que teóricamente se le atribuía al rey, era realmente ejercido por el jefe
supremo de cada colonia, de manera que “no existían las atribuciones características de la

5
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 53.
6
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 54.
7
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 54.
8
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 55.
autoridad administrativa, ni tampoco los correspondientes poderes de designación o delegación”. 9
El tipo de segmentación política que Krader presenta a continuación es muy particular: en la
sociedad kpelle del noroccidente de África el gobierno está dividido entre las sociedades secretas
y el rey. Entre el rey y el jefe de la Poro (la sociedad secreta más prestigiosa) hay un contrapeso
político; “hay un equilibrio de fuerzas entre ambos”10. El jefe de la Poro, entonces, obra
constantemente conforme a los estamentos y responsabilidades que le corresponderían al rey, de
manera que ninguna institución o figura centralizó totalmente el poder político y por ende no
hubo una integración de la sociedad en torno a una autoridad única. Ni se puede hablar entonces,
en ninguno de estos casos, de la existencia de un modelo estatal.
Un paso más adelante que los kpelle se encuentra el Estado emergente de Ankole, en
África oriental, que Krader analiza en el tercer capítulo del libro. El título de Estado emergente
viene a colación a propósito del cumplimiento de las características básicas del modelo estatal.
En primer lugar, el poder se concentraba en torno de la autoridad central; el rey “tenía en sus
manos el poder supremo, contra el que no cabía apelación” 11. Este poder era a su vez delegado a
sus ministros y súbditos, quienes constituían el aparato político. Ahora bien, Ankole es un Estado
muy particular, y el único de su especie que Krader menciona en el libro: es un organismo
formado mediante la conquista. En el Valle del Rift vivía una comunidad agricultora llamada
bantú, que fue sometida por una sociedad ganadera: los bahima. “El reino Ankole fue una de la
serie de formaciones políticas que crearon los pueblos de pastores que emigraron del norte”12.
Con su superioridad en la guerra e implementando técnicas que usaban para el amansamiento del
ganado, los bahima lograron someter a los bantú y hacerlos tributarios. Se formó entonces una
división de castas entre ambos grupos, que los separaban en inferiores y superiores, no solo a
nivel social sino legal. Como hemos dicho, el rey era la autoridad que se erigía sobre todos ellos,
pero su figura representaba asimismo otra característica insoslayable del Estado: la de la
organización política unitaria del pueblo. El rey, su linaje de descendencia y el mito del origen
monárquico eran las figuras integradoras de la sociedad, que legitimaban al Estado, promoviendo
así el culto hacia la institución y distinguiéndola de la sociedad mediante la unión de los poderes
temporales y sagrados de la monarquía. Ahora bien, ya vimos las características de Estado con las
que cumple Ankole. Hubo una, sin embargo, que fue su talón de Aquiles: la integridad territorial.

9
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 65.
10
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 69.
11
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 78.
12
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 76.
Los jefes fronterizos “neutralizaban en gran medida el poder del rey” 13 y la vida del pueblo (que
contaba con poca especialización social) estaba escasamente restringida, sinónimo para Krader de
poca cohesión e interdependencia entre la sociedad y el gobierno. Aún así, y utilizando la
dominación de un grupo social sobre el otro como argumento principal, Krader sostiene que el
Ankole era un Estado.
Pasamos del poco renombre que tiene el reino Ankole al protagonismo del que gozan los
egipcios entre los arqueólogos e historiadores. Se ha dicho de ellos que formaron el primer
Estado de la historia, cosa que Krader desmiente en el cuarto capítulo. Lo que sí reitera
recurrentemente es que el imperio egipcio, contrario a Ankole, se erigió por desarrollo interno.
Ya desde la era predinástica se ven los visos de un Estado: había un orden social estratificado, los
sistemas de regadío unificaban parcialmente al territorio y había una continuidad cultural entre el
reino del Sur y del Norte. Menes logró unificar en el 3,400 a.n.e. a ambos reinos, consolidándose
así una dinastía que hacía las veces de autoridad central. El faraón significaba la unión de ambas
regiones de Egipto, y no la supremacía de una sobre la otra, pero además era él el unificador de
“los poderes temporales y divinos”14. Fue reuniendo cada vez más el culto de su pueblo, y
asimismo integrándolo en su figura: “lo que se veneraba era precisamente el poder absoluto del
monarca”15. Este fue el sustento y la fuerza de la formación del Estado egipcio: la delegación. El
darle el apoyo a la autoridad faraónica y reconocerla como tal constituye, por supuesto, la
delegación del poder por parte de la sociedad a la monarquía. Esta delegación primaria del poder
está seguida por otra de carácter secundario: “la delegación por parte del rey de su autoridad en
determinados campos específicos en favor de otras personas, es decir, la creación de cargos
públicos”16. El visir, el tesorero y el sumo sacerdote son ejemplos de esta delegación secundaria;
la mano extendida del poder del rey en el imperio y el primer aparato burocrático de la historia,
según Weber. Acorde al planteamiento de Krader en el prólogo del libro, la complejización de la
institución estatal va de la mano con el desarrollo social, y la experiencia egipcia lo comprueba:
se asentaron las diferencias entre las clases altas y las bajas, los límites territoriales fueron
claramente establecidos y se constituyeron los spat, unidades administrativas dependientes del
poder central manado por el rey. Esta división de la tierra en distritos invitó a la constitución final
del Estado, dado que la institución estatal se erigía como la “suprema institución integradora” 17.

13
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 84.
14
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 94.
15
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 99.
16
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 100.
17
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 97.
Esta visión sobre el Estado queda en evidencia al considerar las conquistas étnicas del imperio
egipcio; libios y nubios, por ejemplo, quedaron bajo su influjo, pero lo reconocieron de igual
manera como autoridad suprema, así que “la identidad étnica nació de la identidad política” 18. La
formación del Estado permitió entonces que la sociedad se unificara. Esta doctrina, según Krader,
“no es otra que la de la nación-Estado de nuestros días.”19
De Egipto viaja Krader al norte en el quinto capítulo, a la tierra de los eslavos. Hace,
asimismo, un viaje temporal dado que solo hasta el siglo IX, con razón del comienzo de las
fuentes escritas, empezamos a tener conocimiento de la formación del Estado eslavo. Los
primeros eslavos, pueblos agricultores, vivían organizados en tribus. Esta forma de vida era vista
por los grecorromanos como salvaje, sus textos son más que elocuentes al respecto. Procopio de
Cesárea escribiría en el siglo VI que los eslavos “se regían por un gobierno popular y compartían
comunitariamente la buena y la mala fortuna” 20, indicando así un comportamiento indiferenciado
entre los dirigentes y la gente común. Con el paso del tiempo, sin embargo, “la nobleza eslava fue
afianzándose y distinguiéndose cada vez más del pueblo (…) por su riqueza e importancia” 21.
Fueron expandiéndose hacia el oeste y el norte, estableciendo nuevas colonias, fundando
ciudades y afianzando el poder administrativo y religioso. La estabilidad que iba adquiriendo el
poder se hizo evidente en la diferenciación de clases en función de la riqueza, y el consecuente
establecimiento de una clase gobernante. Para el siglo IX la estructura política estaba
consolidada; había surgido un sentimiento de identidad. Sin embargo, la permanencia de los
Estados individuales era dificultosa, las sociedades se fusionaban, se separaban, formaban
estructuras políticas individuales y eran conquistadas por otras. Esta inestabilidad, curiosamente,
es según Krader un indicio de la transformación al modelo estatal. Las sociedades se asociaban y
organizaban en dominios políticos que reunían a individuos ya no por consanguineidad, sino en
torno a un estamento común. Estos grupos los dirigieron príncipes a partir del siglo X, y su
posesión fue análoga al aumento de la especialización laboral, exacerbando la brecha entre nobles
y plebeyos. Ahora bien, la dinámica de la formación del Estado en otros lugares del territorio
eslavo, como en Kiev, fue diferente. Los Varegos (eslavos de Kiev) hicieron un pacto con los
escandinavos para que los gobernaran y zanjaran el periodo de inestabilidad política que
amenazaba con resquebrajar su unidad. “El estado ruso surgió entonces de la combinación de

18
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 99.
19
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 102.
20
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 108.
21
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 111.
estos dos conjuntos de instituciones sociales”22. Aunque el ruso sea el más famoso de entre los
Estados eslavos, había muchos más, la mayoría complejos y con una autoridad consolidada. A
todos se les atribuye una característica común y es la conquista interna como base para su
consolidación y la erección de las organizaciones e instituciones que los legitimaran en el poder.
“Las fuerzas primarias de todo este proceso de formación del Estado fueron de carácter
autóctono: la centralización del poder real, la acumulación de riqueza en las ciudades y en los
feudos, la creación de un grupo de colaboradores personales y paniaguados del rey. Lo que todo
esto representa es un proceso de conquista interna.” 23 Los Estados eslavos consiguieron entonces
fijar la integridad cultural, étnica y territorial, sometiendo al pueblo a una autoridad central y
propendiendo su sentimiento de identidad; la gente empezó entonces a comprender que hacía
parte de un sistema político amplio que trascendía su aldea. El alfabeto, el comercio, el
cristianismo, los impuestos y la justicia establecieron un vínculo recio entre la sociedad y el
poder central, que ambos se esforzaban por mantener en la que era una relación simbiótica.
El gran Estado eslavo, con todo su aparato político y militar, no pudo contener a un
enemigo que se cernía en las estepas del sur: el Estado tártaro. Krader, quien durante años ha
estudiado a los mongoles, su organización social y consecuente formación estatal, se encarga de
exponerlos en el sexto y último capítulo. La de los mongoles es una historia hilvanada entre
pueblos: tuvieron siempre una estrecha relación con los chinos, dados los acuerdos de permuta e
intercambio de bienes agrarios y textiles por cabezas bovinas. Y es que los mongoles
constituyeron desde un comienzo una sociedad exclusivamente ganadera, organizada en tribus
que recorrían las estepas en su andar de nómadas. Un jefe, designado por su prestigio y edad, se
encargaba de administrar y regular las relaciones entre la población, que, tanto para bien como
para mal, estaba estrechamente unida por vínculos de consanguineidad. Las tribus “se agrupaban
en clanes y éstos a su vez en confederaciones” 24, que tenían a un príncipe como autoridad central.
Uno de estos príncipes ha trascendido las páginas de la historia y llegado a nuestros días: Gengis
Kan fue el artífice del Estado mongol. Durante 40 años “mediante alianzas, gestiones
diplomáticas o sencillamente mediante la fuerza, Gengis Kan fue ampliando gradualmente sus
dominios, y sojuzgando a sus rivales de las estepas” 25, hasta que en el 1190n.e. el pueblo lo
reconoció como kan (rey), consolidándose así el Estado tártaro. Ya, al igual que en el caso de los
egipcios, la piedra angular de la formación estatal estaba puesta: la delegación primaria del poder

22
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 120.
23
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 126.
24
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 138.
25
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 143.
integraba bajo la figura del kan la autoridad central. La delegación secundaria vino poco después,
a propósito de las bastas extensiones territoriales que estaban cayendo bajo influjo tártaro:
colaboradores y paniaguados se encargaban del ejercicio del poder y la administración desde
Rusia hasta China y Turquestán en nombre de Gengis Kan. A pesar de ser indirecto, el gobierno
del kan era absoluto, erigido sobre un sistema de leyes (edictos) debidamente estipuladas, y de
conocimiento público, que determinaban el rumbo de la vida pública y privada de sus súbditos.
Ahora bien, el modelo estatal tártaro vio sus ínfulas expansionistas y de consolidación
constantemente interrumpidas por la consanguineidad: el Estado, que es por definición una
institución impersonal, entraba entre los mongoles constantemente en conflicto por las
particularidades derivadas de un modelo de parentesco. “El desarrollo del Estado tártaro fue un
proceso encaminado a (…) conseguir igualdad de trato para todos” 26, cosa que fue beneficiosa no
solo para los miembros de un mismo grupo familiar, sino también para quienes observaban
credos diferentes, o incluso para las mujeres, que durante siglos habían vivido a la sombra de las
figuras masculinas. La concesión de libertades y derechos del Estado mongol en función de su
propio crecimiento dibujan precisamente la tesis de Krader de que el desarrollo en materia estatal
y social de un pueblo van siempre de la mano, evolucionando juntos y alimentándose el uno del
otro. Sienta, a su vez, al Estado mongol como el más complejo de los que se abordaron en el
libro.
En la última parte del libro, Krader se encarga de concluir y retomar ciertos
planteamientos expuestos a lo largo de los seis capítulos a propósito de la formación estatal y su
relación con el desarrollo social y económico. Rectifica, en primer lugar, que todas las
sociedades, tanto las que tienen Estado como las que no, están organizadas políticamente bajo un
cierto modelo de gobierno. La delegación es un aspecto necesario del proceso de formación
estatal, evidente entre los egipcios, los eslavos y los mongoles. Debe siempre mantenerse en la
senda de beneficio de la sociedad como único objetivo, dado que es ella la artífice del Estado.
Este es, por ende, siervo de sus disposiciones, juicios y criterios morales. Por supuesto estos
cambian de sociedad en sociedad, y consecuentemente de Estado en Estado porque no se puede
hablar de una génesis universal de los sistemas estatales; cada uno es hijo de un tiempo, un lugar
y unas condiciones específicas. Todas las sociedades que tienen sistemas estatales son complejas
y comparten ciertas características y necesidades políticas, económicas y sociales. Su poder lo
atesorará celosamente cada Estado, así como las prácticas, costumbres y esencia de su pueblo,
defendiendo a la sociedad para asegurar su propia perpetuidad. La defensa del Estado no es solo
26
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 158.
externa, sino interna, debe establecer ciertas reglas comportamentales para mantener la unidad y
la continuidad de la sociedad, porque de la existencia de ella pende él.
“El Estado consigue los mismos fines que las sociedades sin Estado, cosa que subraya la
continuidad de la especie humana, pero los consigue utilizando métodos diferentes, lo cual pone
en relieve la discontinuidad de la especie humana”27. Esta es la frase con la que Krader termina el
libro. No solo es diciente para afirmar que el texto en su totalidad es una sólida comprobación de
la tesis inicial, sino que también plantea una visión moderna a propósito de los modelos políticos
del pasado y del presente. El libro de Krader es una sencilla explicación a un tema tan amplio y
complejo como lo es la formación del Estado; permite comprender lo que somos visto desde
modelos anteriores, desde donde venimos. Pero a mi modo de ver, el valor principal del libro está
en la invitación que hace, no solo a la antropología política, sino a las otras ciencias del
conocimiento, a replantearse conceptos como el de “civilización”, “formalidad política” y
“sociedad compleja”; que durante siglos han forjado la visión, la concepción e incluso el destino
de pueblos y sociedades.

27
Krader, La formación del Estado, 1972, pág. 176.

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