Está en la página 1de 22

El trabajo en las sociedades africanas subsaharianas durante el período colonial *

José Larker y Ma. Virginia Pisarello

1. Introducción

África es un continente multiétnico que se divide en 54 países donde habitan


alrededor de mil millones de personas. Allí se habla una pluralidad de lenguas, entre las
cuales predominan el inglés y el francés, que son parte de la herencia colonial latente. Del
mismo modo, la impronta del imperialismo sigue vigente en el arbitrario trazado de las
fronteras que separan los distintos países, como así también en el “atraso” que
aparentemente signaría la realidad del continente africano en la actualidad.

La visión que habitualmente proyectamos sobre África se encuentra imbuida del


imaginario colonial europeo. En la esfera pública en general, y en la academia en
particular siguen circulando una serie de premisas eurocéntricas que obturan el abordaje
del mundo ubicado más allá del viejo continente. Estas premisas pueden sintetizarse de
este modo: 1) existen verdades científicas válidas en todo tiempo y lugar, 2) hay un único
modelo de desarrollo civilizatorio que reconoce diversas etapas o estadíos, y 3) el
progreso es el motor de la historia. Enlazados de este modo, los términos “universalismo”,
“civilización” y “progreso” expresan el canon de valores occidentales que fundamentó la
avanzada imperialista europea sobre África y sobre otros espacios.

Sin embargo esta perspectiva ha sido sistemáticamente cuestionada desde el final


de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y especialmente luego de la serie de
independencias africanas que tuvo como epicentro la década de 1960. Al respecto, el
eminente sociólogo Immanuel Wallerstein en el discurso de apertura de la ISA East Asian
Regional Colloquium celebrado en Seul, Corea, en noviembre de 1996, planteaba que:

* Larker,José Miguel y Pisarello Virginia, “El trabajo en las sociedades africanas subsaharianas durante el
período colonial”, en El mundo del trabajo en sociedades no capitalistas, Carina Giletta ... [et al.]. - 2a edición
especial - Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2015. ISBN 978-987-692-134-3. Libro digital, PDF,
Archivo Digital: descarga y online
http://www.fhuc.unl.edu.ar/olimphistoria/2016/El%20mundo%20del%20%20trabajo%20en%20sociedades
%20no%20%20capitalistas.pdf

1
“si las ciencias sociales han de progresar en el siglo XXI, están obligadas a
superar su herencia eurocéntrica, que ha tergiversado sus análisis y su capacidad de
abordar los problemas del mundo contemporáneo” (Wallerstein, 2000: 98).

La pesada trama colonial –que aún permea nuestras interpretaciones sobre la


historia del continente africano- sólo se puede desmontar a partir de un riguroso análisis
histórico enfocado en la larga, media y corta duración de los procesos que tuvieron lugar
en este espacio. Es por ello que a continuación realizaremos una breve periodización de
la historia africana en el marco del desarrollo del sistema capitalista atendiendo
particularmente al avance imperialista, para luego analizar las formas que adquirió el
trabajo en las sociedades africanas subsaharianas desde finales del siglo XIX hasta
mediados del siglo XX. Finalmente, nos preguntamos por las resistencias que ello
implicó, es decir, por las actitudes sociales desplegadas por los trabajadores nativos
frente a la penetración occidental en su espacio vital.

2- La incorporación del África Subsahariana al sistema capitalista mundial

El establecimiento del sistema colonial y la expansión del capitalismo pusieron en


marcha un proceso de cambios en las sociedades del África Subsahariana que la
modificaron profundamente. Sobre ello, coincidimos con Pierre Berteaux cuando dice que
“el período colonial de la historia africana –si prescindimos de las tentativas portuguesas
de la implantación en África del sur y de la penetración francesa en Senegal- ha sido
relativamente breve. Abierto alrededor de 1885 y cerrado alrededor de 1960, duró, por
tanto, tres cuartos de siglo, es decir, más o menos la vida de un hombre. Y, sin embargo,
cambió definitivamente la faz de África y remodeló el mapa político del Continente”.
También coincidimos con este autor en que el contacto de las sociedades africanas con la
“civilización europea” durante aquel período “fue fatal para ellas”, puesto que “rompió sus
formas tradicionales.” Pero no acordamos con el estudioso cuando plantea que “no es que
se pueda reprochar a los europeos el haber atentado deliberadamente” contra esas
sociedades (Berteaux, 1972:187).
Sin lugar a dudas, la ambición de aquellos por conquistar, colonizar y explotar a
los africanos fue evidente y no requiere de mayores esfuerzos para poder demostrarlo. Lo
cierto es que los europeos condujeron, con total conciencia de sus actos, las acciones
que posibilitaron incorporar plenamente a los africanos al sistema capitalista.

2
2.1 Las sociedades precapitalistas del África Subsahariana
Los procesos que se dispararon a fines del siglo XIX, con la conquista del
continente africano por parte de los europeos estuvieron condicionados por una serie de
cuestiones. Para asirlas cabe preguntarnos: ¿cuáles eran las características de las
sociedades africanas que se vieron afectadas por el avance imperialista y por el
colonialismo europeo? ¿de qué vivían? ¿cómo se organizaban?
A pesar de la diversidad del relieve, los paisajes, el clima y las demás condiciones
naturales †, la gran mayoría de la población negra al Sur del Sahara “vivía de la agricultura
y la ganadería, trabajaba el hierro y estaba organizad[a] en amplios conglomerados
tribales y algunas formaciones estatales incipientes” (Dabat, 1994: 297). Las bandas de
cazadores recolectores ocupaban áreas pequeñas y marginales respecto del resto de la
población puesto que la expansión de los pueblos dedicados a la agricultura y a la
ganadería las habían arrinconado en la selva tropical (pigmeos) o en el extremo sur del
continente (son y bosquimanos). Entre el conjunto de las sociedades negras se
destacaban los habitantes de Eritrea, que habían logrado conformar un Estado y una
cultura originales a partir de la influencia egipcia, árabe, judía y bizantina.
Para Amselle y M'Bokolo lo que existía en el África precolonial era una especie de
“espacio internacional” o de “cadenas de sociedades.” Así las sociedades locales, con sus
organizaciones socio-económicas, lejos de estar replegadas sobre sí mismas “estaban
integradas en formas generales englobantes que las determinaban y les daban un
contenido específico” (Amselle y M'Bokolo; 1985: 17). Se trataba de sociedades que se
estructuraron a partir de espacios compartidos de intercambio, estatales, políticos y
guerreros, lingüísticos, culturales y religiosos.

2.1.1 El comercio en las sociedades precapitalistas del África Subsahariana


Las vigorosas redes de intercambio de larga distancia que atravesaban el África
Subsahariana antes de la conquista europea revelan la existencia de una economía
africana que vinculaba unidades sociales de diferentes características. En ella se
amalgamaban espacios de producción basados en la división social del trabajo y áreas de
mercado y de circulación de monedas.

† En el África Subsahariana se observan cadenas montañosas, desiertos, llanos; se transitan


paisajes de sabanas, bosques, selvas y se vive bajo condiciones climáticas que van desde las
temperaturas y los regímenes de lluvias de carácter tropical hacia el ecuador hasta llegar a las
templadas y frías en el extremo Sur.

3
Las particularidades de cada uno de los espacios de intercambio estaban signadas
por la preponderancia de uno u otro reino. Los reinos y los imperios podían agrupar y
reagrupar a decenas de miles de aldeas y se extendían sobre superficies considerables
(son ejemplo de ello los reinos sudaneses del Ghana, Malí y Songhay, los reinos de la
costa de Guinea como el de Dahomey o los de la selva como el del Congo).
Todas las organizaciones sociales del África precolonial estuvieron sujetas a
procesos de composición, descomposición y recomposición. Surgieron y desaparecieron
sociedades englobantes que actuaron sobre sociedades englobadas. Los estados, reinos,
imperios y jefaturas ejercieron presión sobre las sociedades de campesinos de las aldeas,
obligaron a pagar tributos o desarrollaron razzias sobre ellas. En no pocos casos, las
relaciones tributarias o predatorias generaban movimientos de población hacia los
estados en calidad de esclavos que a su vez podían ser comprados y vendidos, junto a
otros objetos, en los espacios de intercambio.
La dinámica histórica de estas sociedades les ha dado a cada una de ellas sus
características particulares. El tráfico de esclavos producto del desarrollo de la trata con
los europeos y la participación africana en el comercio atlántico, que comenzó a hacerse
cada vez más intensivo a partir del siglo XVI y tuvo su momento de mayor despliegue
durante el XVIII, se limitó particularmente a la región del África Occidental-Central. Afectó
a toda la zona del golfo de Guinea, el Sudán Occidental (desde Senegal a Costa De Oro)
y la costa congoleño-angolana. Provocó una enorme sangría de población (que algunos
calculan que puede haber alcanzado entre los quince y veinte millones de personas)
afectando a las poblaciones más débiles, pero permitiendo la consolidación y cohesión de
las que se favorecieron del tráfico.
El tráfico de esclavos fue acompañado de la circulación mercantil y estimuló el
desarrollo de las actividades productivas internas, pero afectó profundamente a las áreas
y grupos con un grado de desarrollo material y simbólico más simple. En los reinos que se
dedicaron a la venta de esclavos fue surgiendo una proto-burguesía comercial,
dependiente de las autoridades de los reinos, que en algunos lugares daría origen a la
constitución de un núcleo de poderosos comerciantes privados.
Durante el tiempo que duró la trata de esclavos los europeos no penetraron el
continente, excepto los portugueses y los Boers en el extremo Sur. Lo que sí produjo la
presencia europea fue el desplazamiento de los ejes comerciales con lo que se vieron que
se beneficiados muchos de los reinos costeros, mientras que los estados y los

4
comerciantes caravaneros del interior, que transitaban las zonas del Sahel y del Sahara
con rumbo a la costa mediterránea, sufrieron la pérdida de mercados de intercambio.
Podríamos decir entonces que, a fines del siglo XIX cuando se intensificó el
proceso de conquista del continente africano por parte de los europeos, las sociedades
africanas gozaban de un alto grado de autonomía y estaban integradas en redes o
“cadenas de sociedades” que englobaban unas a otras. A su vez, una parte importante de
ellas formaba parte del comercio interoceánico a través de la actividad comercial que
mantenían con los europeos y que, hasta principios del siglo XIX, se dio en un plano de
cierta paridad.
Por consiguiente, la historia precolonial africana es una historia muy poco conocida
todavía, queda mucho por investigar y dilucidar. Pese a todo ello, está claro que lejos de
tratarse de sociedades en las que nada cambiaba, estas se caracterizaron por un
dinamismo y una complejidad mayúscula.

2.2 El avance imperialista en el África Subsahariana


A fines del siglo XIX el continente americano estaba integrado por una pléyade de
estados independientes, mientras que una importante porción de Asia y Oceanía formaba
parte del acervo colonial de las potencias dominantes. África era, en cambio, un
continente esencialmente desconocido, y por ende abierto a las aspiraciones imperialistas
de las principales potencias europeas y de aquellos países que tardíamente habían
llegado al “reparto colonial”, como Bélgica y Alemania.
Este proceso tuvo lugar en un momento clave de la historia mundial, habitualmente
conocido como “imperialismo” que se extendió entre 1875 y 1914. Durante estos cuarenta
años, que el reconocido historiador marxista Eric Hobsbawm denominó “La Era del
Imperio”, se establecieron las bases del devenir del siglo XX. En efecto, la primera y la
segunda guerra mundial, el nazismo y su saldo devastador, como así también las
trasformaciones radicales que supuso la instalación de un mundo bipolar sólo se
comprenden a la luz de este este momento fundante. En ese sentido, el historiador inglés
Peter Worsley precisa que: “El logro europeo de este período no fue simplemente una
repetición de viejos modelos de “imperialismo”; marcó el alba de una nueva era de la
historia humana, caracterizada por un imperialismo de nuevo tipo como respuesta a claras
y nuevas presiones económicas y financieras en la propia Europa. Y tuvo lugar como
resultado la unificación del globo en un solo sistema social” (Worsley, 1973: 17).

5
La unificación unificación del globo bajo el sistema capitalista propició el
establecimiento de un período de paz sin precedentes que daría lugar más tarde a una
era de catástrofes signada por las dos guerras mundiales que se sucedieron entre 1914 y
1945. En efecto, el fin de la era del imperio se encuentra signado por el inicio de la
primera guerra mundial.
En sus orígenes, en cambio, se ubica la Conferencia de Berlín, que supuso una
radical transformación en la historia africana. Entre noviembre de 1884 y febrero de 1885
se congregaron catorce países europeos, y ningún estado africano, con el objeto de
resolver las fricciones y problemas que suscitaba el avance imperialista sobre el
continente negro. Adoptaron una serie de medidas para garantizar la libertad de comercio,
la libre navegación por los ríos Níger y Congo y la prohibición de la esclavitud.
Reconocieron al Estado del Congo como propiedad privada de Leopoldo II, rey de
Bélgica, y ratificaron el principio de ocupación efectiva del territorio, según el cual era
necesario asentarse en el espacio para considerarlo propio. Sólo Etiopía y Liberia
conservaron la independencia, mientras que países europeos que se encontraban en
situaciones muy diversas participaron del botín africano. En la práctica ello implicó el
reparto de un continente vasto y poblado, que superaba con creces las dimensiones del
viejo continente.

Caricatura del hombre europeo dominante en África. https://elsigloxx.wikispaces.com/1.-


+Los+Imperios+Coloniales

6
La posesión de colonias ultramarinas se transformó en una condición necesaria
para participar del concierto de las naciones civilizadas. Para justificar su avanzada, los
europeos adujeron que se trataba de una cruzada civilizatoria en la que se encontraban
involucrados en tanto portadores de los saberes occidentales. Estas representaciones se
encuentran vívidamente plasmadas en el conocido poema del premio nobel de literatura
inglés Rudyard Kipling titulado “La carga del hombre blanco” y publicado en su versión
definitiva en 1899, donde señala:
“Llevad la carga del Hombre Blanco.
Enviad adelante a los mejores de entre vosotros;
Vamos, atad a vuestros hijos al exilio
Para servir a las necesidades de vuestros cautivos;
Para servir, con equipo de combate,
A naciones tumultuosas y salvajes;
Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,
Mitad demonios y mitad niños.” (Kipling, 1899)

La carga del hombre blanco. Caricatura de época


alusiva al poema homónimo de Rudyard Kipling, fines del siglo XIX.
http://lahistoriaesuniversal.blogspot.com.ar/

El mismo Kipling no era ni más ni menos que un ciudadano inglés nacido en la


India, sin embargo, la díada civilización/barbarie se anudan en su poema con el fin de
legitimar el imperialismo británico ejercido en su tierra natal y en otros sitios. Expresa allí

7
el imaginario europeo de la época, que era reforzado desde la prensa y la literatura
dirigida a los estratos sociales cultivados y a las clases obreras de las metrópolis. Los
europeos se presentan como portadores del saber frente a los pueblos de los espacios
dominados, que son considerados salvajes.
Como vemos, el imperialismo fue un fenómeno que transvasó su faz geopolítica y
caló hondo en la cosmovisión de sus protagonistas. El historiador italiano Enzo Traverso
señala que en este período se encuentra la simiente del racismo que signó la emergencia
del Régimen Nazi en el siglo veinte. Las prácticas genocidas perpetradas por los
conquistadores no se agotaron en las hambrunas provocadas ni en las guerras donde los
colonizados fueron utilizados como carne de cañón. En efecto, “en la cultura occidental
del siglo XIX, “colonialismo”, “misión civilizadora”, “derecho de conquista” y “prácticas de
exterminio” eran, a menudo, sinónimos” (Traverso, 2003: 65).
África ocupó un lugar privilegiado dentro de las fantasías coloniales, en tanto
espacio conocido e ignoto a la vez, puesto que recién en este momento de la historia el
hombre blanco se adentró en el corazón del continente. Hasta entonces las enfermedades
y los peligros que entrañaba semejante aventura habían impedido esa hazaña. Del mismo
modo, los africanos, que eran considerados inferiores por motivos raciales, se vieron
involucrados en una trama de dominación y explotación en donde sus derechos fueron
sistemáticamente vulnerados.

3- El trabajo en el África Subsahariana colonial

Los objetivos de la colonización consistieron en mantener el orden, evitar los grandes


gastos financieros y organizar la mano de obra, inicialmente para portear y más tarde para
la construir carreteras y ferrocarriles con objetivos comerciales. Ello llevó a que se
cambiaran los sistemas de justicia, se usara mano de obra forzada y se gravara
impositivamente a las personas (Betts, 1987: 351). Para poder hacerlo, se introdujeron en
África una serie de principios, instituciones, conceptos y prácticas con los cuales
cambiaron de raíz las sociedades que allí habitaban.
En este sentido, se destacaron la introducción de una economía monetaria, la
institución de la propiedad privada de la tierra, el monocultivo comercial, las migraciones
de trabajadores y el éxodo rural, la urbanización, la industrialización y la integración de las
diversas comunidades en nuevas estructuras político-administrativas. Para comprender
cómo esto fue posible, nada mejor que apelar a la reconstrucción de algunos de los
rasgos que caracterizaron el proceso de transformación.
8
3.1 El trabajo forzado en el marco de la “economía de pillaje”

En los inicios del dominio colonial europeo jugaron un papel fundamental las
compañías de carta, dado que los estados europeos estaban dispuestos a adquirir
colonias pero no a generar gastos en administración y control. Según Catherine Coquery
Vidrovitch “todo el mundo invocaba el mismo axioma fundamental: las colonias no debían
costar nada a la metrópoli. Al contrario, su fundamento legal era el de ser una fuente de
beneficios” (Coquery Vidrovitch, 1976: 61).
Las compañías de carta eran empresas dotadas de privilegios comerciales y
mineros y de derechos soberanos que les autorizaban a percibir los impuestos y a
mantener una fuerza armada y que, durante los últimos quince años del siglo XIX,
actuaron como máquinas de guerra y como empresas económicas. Llevaron adelante un
“imperialismo conquistador” con el que las metrópolis se apoderaron del control sobre los
territorios y las sociedades en África. No obstante, los abusos cometidos, la dilapidación
de los pocos capitales con que contaban y la incapacidad para hacerse cargo del control
de los territorios llevaron a su fin.
La historia de estas empresas fue breve, pero no así su herencia. Marcaron una
dirección para la realización de los negocios en el África que fue adoptada, una y otra vez,
por las empresas que a lo largo del tiempo actuaron sobre el terreno. En efecto, la quiebra
de estas entidades a comienzos del siglo XX implicó que los estados europeos se vieran
obligados a hacerse cargo directamente de sus colonias, concesionando tierras y
oportunidades de negocios a nuevos actores.
Según los períodos y los regímenes, estas firmas comerciales practicaron
diferentes tipos de explotación. Conforme a Coquery Vidrovitch, durante los primeros
tiempos y hasta la Primera Guerra Mundial prevaleció en gran parte del África la
“economía de pillaje.” El África Ecuatorial Francesa y el Congo fueron los dos lugares
donde este tipo de economía alcanzó el grado de desarrollo más elevado. Consistió en
explotar al menor coste posible un territorio inmenso, que ofrecía muchas riquezas
naturales, entre ellas, marfil y caucho. Estas empresas gozaban de la impunidad que les
daba el control monopólico de los mercados, lo que les permitía importar las mercancías
más mediocres y lo más caras posible a cambio de productos a los que se les otorgaba
un escasísimo valor monetario.
Los africanos se negaron a participar del sistema que se les imponía, pero fueron
obligados a través del trabajo forzoso que se les imponía para cumplir con las exigencias

9
tributarias. Todos los varones africanos debían pagar el impuesto de capitación, que era
entregado en especie, es decir, en productos de recolección.
El tipo de empresa al que estamos aludiendo tenía un carácter estrictamente
comercial. Las inversiones que realizaban eran mínimas, por lo que no tenían nada que
amortizar y cada año los beneficios eran casi íntegramente distribuidos entre los
accionistas. Cuando las superganancias mermaban, podían optar, sin mayores pérdidas,
por abandonar el lugar.

3.2 Las transformaciones sociales derivadas de la “economía de trata”


En el África Occidental, mejor que en cualquier otra parte, se practicó lo que el
geógrafo Jean Dresch llamó “economía de trata”, donde la mayor parte de los
trabajadores africanos participaron como cultivadores o recolectores (Rodney, 1987: 368).
Este tipo de actividad “singularmente primitiva y perezosa” consistió en reunir y
transportar hacia los puertos las mercancías en bruto que se producían en el país para
intercambiarlas por productos fabricados en el extranjero. Para ello se instalaron
almacenes a los que concurrieron los productores africanos con sus productos de
recolección o cultivados: cacahute, sisal o algodón, café o cacao según la zona. Una vez
vendidos los productos en ese sitio, los nativos provistos de dinero compraban los
artículos de exportación (Coquery Vidrovitch, 1976: 97).
La economía de trata se desarrolló donde no era posible la actividad minera ni la
colonización de poblamiento, y se asentó sobre las prácticas que se habían desarrollado
previamente en el marco de la trata esclavista. La mano de obra de obra barata de las
colonial fue conminada a producir los productos que necesitaba Europa. La explotación de
los palmares de Dahomey o la producción de aceite de palma destinado a la exportación
por parte de los igbos son ejemplo de ello.
En lugares relativamente próximos a la costa, “el colonizador podía formar una
estructura que permitiera la producción en gran escala de productos agrícolas tropicales
de exportación en las condiciones necesarias para interesar al capital central por esos
productos, es decir, siempre que la remuneración del trabajo fuera tan baja que esos
productos resultaran más baratos que los productos que podrían sustituirlos en el centro
mismo” (Amín, 1972: 18). Para ello fue necesario:
- La organización de un monopolio comercial a cargo de casas de importación-
exportación y la organización piramidal de la red comercial donde los libaneses
ocuparon las posiciones intermedias y los comerciantes africanos las subalternas.
10
- La obligación de los africanos convertidos en campesinos de tener que pagar
impuestos en moneda. De esa manera, tenían que trabajar para poder recibir un
salario en metálico y utilizarlo luego para cumplir con las exigencias tributarias.
- El apoyo político a quienes se apropiaban de una parte de las tierras y
organizaban migraciones internas de trabajadores hacia las zonas de plantación
(generando el abandono de regiones enteras).
- La alianza política entre los europeos y los grupos que controlaban el poder en las
sociedades musulmanas y tenían interés en comercializar el tributo que recibían
de los súbditos campesinos.
- La opción por la coerción administrativa: el trabajo forzado, en los casos donde los
medios mencionados precedentemente se revelaron insuficientes.
Bajo las condiciones descriptas, las sociedades africanas se integraron al sistema
capitalista mundial como entidades dependientes de las necesidades de los países
centrales. Se profundizaron los intercambios comerciales con los agentes extranjeros y se
desarticularon las economías precapitalistas basadas en la subsistencia aldeana.
Paralelamente, la mano de obra se fue incorporando al mercado de trabajo bajo las reglas
del capitalismo y conforme a las formas que el colonialismo iba imponiendo.
La economía basada en la utilización del nuevo sistema monetario que impuso la
colonización estuvo acompañada de una fiscalización sistemática y la recaudación de
impuestos en especies pero también en moneda; los cambios en las estrategias de
desarrollo agrícola africana (implementación de cultivos para obtener rentas, migraciones
de trabajadores “golondrinas”, etc.); el pago en salario en sustitución del trabajo forzado
(lo que contribuyó a la generalización de la circulación monetaria); la instalación de
entidades financieras y bancarias. Todo lo cual hizo que, por voluntad propia o por la
fuerza, los africanos tuvieron que entrar en el sistema monetario internacional. Dice
Walter Rodney que “como quiera que llegó, los africanos contemplaron la economía
monetaria como <<cosas de la vida>> -un nuevo orden que no podían cambiar, y al que
en muchos casos estaban preparados para recibir-. La nueva fase implicó una elección
entre las alternativas presentadas de ganarse la vida y participar en la economía impuesta
de producción de mercancías” (Rodney, 1987: 367).
En consecuencia, el proceso de monetarización colonial llevado adelante puede
definirse –siguiendo a Yoro Fall- “como una desestructuración de las formas
preexistentes de integración y de complementariedad económicas” (Yoro Fall, 2000: 12).

11
Esto puede entenderse de esa manera ya que las telas, los cauríes, las barras de hierro,
las varillas de cobre, la sal e inclusive las monedas extranjeras, se utilizaron previamente
como patrones para los intercambios y para establecer el valor de los productos, según
fuera su rareza o la utilidad adjudicada por las diferentes sociedades africanas. Estos
patrones para los intercambios nunca fueron garantizados ni controlados por un poder
estatal y solo sirvieron de manera distinta en las diversas regiones africanas en las que
eran utilizados. A partir de la monetización colonial se produjo una desmonetiz ación de
los antiguos signos monetarios y ello fue acompañado de profundísimos cambios.

3.3 Las migraciones forzadas en el marco de las economías mineras y de plantación


En el África Austral, desde la región de Katanga hacia el Sur, pasando por la
Rodhesia del Norte (luego Zambia), y en la Unión Sudafricana el eje del desarrollo
económico estuvo dado por la minería. Las principales inversiones que se realizaron en
África Subsahariana estuvieron orientadas hacia esta actividad y al montaje de la
infraestructura que ello requería. Así, una parte muy importante de los capitales invertidos
antes de 1914 lo fueron en equipamiento ferroviario y portuario.
Las explotaciones mineras provocaron importantes desplazamientos, creando
densas concentraciones de población en las cercanías de las minas. Las formas de
reclutamiento de trabajadores, las condiciones laborales y la permanencia de estos allí
variaron de acuerdo a las zonas y al momento. En los inicios, en las zonas de influencia
de Orange y Trans Vaal los trabajadores de las minas no permanecían más de tres meses
en el lugar, pero luego el trabajo se organizó en “vastas concentraciones”, como señala la
historiadora francesa Catherine Coquery Vidrovitch (Coquery Vidrovitch, 1976: 113). En
efecto, para combatir la comercialización ilegal de diamantes y luchar contra la deserción,
se crearon “compounds” alrededor de Kimberley (Sudáfrica) que fueron luego imitados en
otros sitios.
Los africanos quedaban confinados por un determinado tiempo de duración en
esos lugares y debían adquirir todo lo que necesitaban en las proveedurías de la
compañía para la que trabajaban. Así comenzaba a nacer el África miserable de los
bantustanes y del apartheid.
En cambio, en el Congo belga la incorporación espontánea al trabajo en las minas
fue excepcional. Hubo reclutadores que pagaban (cuando no amenazaban) a los jefes
tribales para conseguir trabajadores y también compraban hombres bajo condición de
esclavos hasta cerca del año 1930. No obstante, la mano de obra asalariada fue
12
acrecentándose con el tiempo, pasando de 47.000 en 1917 a 530.000 en 1939. La
mayoría de ellos trabaja en las minas, donde pese a que se fijaron normas para regular la
incorporación de nuevos trabajadores y mejorar las condiciones de trabajo, esto
prácticamente no sucedió.
Por otra parte, en el campo agrícola fueron los alemanes quienes llevaron la
delantera en el desarrollo de la “economía de plantación” hasta la Primera Guerra
Mundial. Esto sucedió particularmente en las colonias de Camerún y Tanganica, donde –
al igual que en otros lugares de África-, los empresarios y al Estado se enfrentaron a la
escasez de mano de obra y a la negativa de los nativos a participar de ese tipo de labor.
Para resolverlo apelaron al sistema de trabajo forzado.
Los lugares que conocieron un mayor desarrollo de este tipo de actividad fueron
aquellos en los que se contaba con mayor número de colonos blancos. En África del sur,
los Boers con poco capital debieron llevar adelante una explotación de tipo extensiva y de
escaso rendimiento apropiándose de las tierras que antes estaban bajo posesión negra.
En Kenia se invirtieron más capitales, lo que permitió llevar adelante la explotación
intensiva de maíz, café y sisal. En este país, los africanos fueron relegados a las tierras
menos favorecidas y recluidos en reservas.

3.4 La construcción de un proletariado urbano y rural


Como se observa, el desarrollo del comercio y de las relaciones laborales en las
que se utilizaba como elemento de cambio a la moneda fue estimulado también por la
instauración del impuesto monetario. La obligación de pagar el impuesto en moneda
conllevó la necesidad de trabajar a cambio de un salario. Esto pudo darse bajo la forma
de trabajo que libremente se ofrecía en el mercado o bajo el mecanismo del trabajo
forzoso. Estos procesos resintieron la economía de subsistencia y las viejas formas de
procurarse lo que se necesitaba para la reproducción de la vida material. La creciente
necesidad de obtener ingresos monetarios para hacer frente a la coerción nacida del
impuesto pareció a los teóricos de la época la fórmula para obligar a los africanos a
buscar trabajo y convertirlos en alguna de las diversas variantes de los trabajadores
asalariados agrícolas.
Luego de la Primera Guerra Mundial los estados coloniales suprimieron lo que
todavía quedaba del sistema esclavista. El azotamiento y los malos tratos físicos a los
africanos por parte de los empresarios europeos comenzaron a ser desaprobados y se
fue legislando para prohibirlos. Los estados coloniales hicieron lo posible por conservar el
13
monopolio sobre las formas legales de la violencia, potestad que antes habían depositado
en las compañías de carta. Al mismo tiempo, el estado colonial procuró dar seguridad a
los inversores y a los propietarios europeos. Los azotes por orden del patrón fueron
sustituidos por flagelamientos legales.
Los códigos laborales siguieron dando amplios poderes a los empleadores y las
instituciones estatales para actuar y exigir sobre los trabajadores. Uno de los ejemplos
más aberrantes lo encontramos en las prácticas del trabajo forzado y los castigos que su
incumplimiento imponía a los africanos de las colonias portuguesas.
El Código del Trabajo para los Indígenas de las Colonias implementado por el régimen de
Salazar en 1928 se mantuvo hasta la década de 1960 (Mateus, 2013: 63). En el, “la
ruptura de contrato era casi invariablemente tomada no como un delito civil sino criminal;
y la conclusión unilateral de contrato por parte de los trabajadores africanos se seguía
considerando <<deserción>>, con todas las implicancias militares del término” (Rodney,
1987: 366).
Por otra parte, hemos dicho más arriba que, como consecuencia de la
colonización, las tierras pertenecientes a la población indígena fueron expropiadas
sistemáticamente para ser ocupadas por colonos europeos (como en Kenia o África del
sur) o por las compañías extranjeras bajo formas de concesiones (como en el Congo
Belga o el África Ecuatorial Francesa). También, como en el caso del Reino de los Ashanti
en la colonia de Costa de Oro, se produjeron importantes transformaciones en la
propiedad de la tierra que permitieron la emergencia de terratenientes africanos que
tenían la propiedad privada de importantes extensiones de tierra. El proceso de
expropiación, apropiación y concentración de la tierra, como hemos visto, fue de la mano
de la expansión de las relaciones de tipo capitalista y, como consecuencia de todo ello, se
produjo la aparición de nuevas categorías sociales: el gran terrateniente, que como ya
hemos dicho podía ser una gran empresa o un individuo, según la zona; el campesino
propietario y las diversas variantes de trabajadores asalariados agrícolas. La aparición de
estos nuevos actores fue acompañada de la transformación de la agricultura de
subsistencia en una agricultura comercial para la exportación, adoptando en los países
tropicales la forma de monocultivo en gran escala (caña de azúcar, cacao, algodón, café,
sisal, etc.).
El proceso nos muestra que muchos africanos siguieron al principio de la era
colonial ligados a la comunidad aldeana y a la auto-subsistencia tradicional. No obstante,

14
combinaban esos trabajos con migraciones estacionales que tenían por objeto ganar el
importe del impuesto o un ligero excedente. Para ello recorrían enormes distancias,
cruzando las fronteras, trabajando durante períodos más o menos largos, regresaban a
sus lugares de origen y volvían a partir. Pasaban años inmersos en esta vida migrante,
lejos de sus familias y comunidades de origen.
Varias eran las colonias que importaban mano de obra, si bien es cierto que la
Unión Sudafricana, Rodhesia, Uganda, Katanga, Liberia y Ghana eran las que requerían
más trabajadores. Mientras que otras colonias eran exportadoras, en grandes cantidades,
de mano de obra. Bechuanalandia (Botswana), Mozambique, Niasalandia (Malawi) y
Ruanda eran algunas de ellas. Se estima que para el año 1954 el 42% de los hombres
adultos de Niasalandia estaba trabajando fuera de la colonia y en 1957 las dos terceras
partes de los trabajadores de las minas de la Unión Sudafricana eran originarios de otros
territorios africanos. Stavenhagen, siguiendo un trabajo de Jack Woddis, nos dice que las
migraciones de los trabajadores africanos tenían seis características:
- Estaban compuestas por hombres casi exclusivamente adultos.
- Los contratos eran temporarios.
- La migración era repetida varias veces en la vida de un individuo.
- Los trabajadores viajaban generalmente distancias enormes.
- Las migraciones estaban ligadas a diversas formas de reclutamiento que
muchas veces no eran más que formas disfrazadas de trabajo forzado.
- La escala de la migración solía ser tan grande que provocaba desequilibrios
entre las poblaciones de la ciudad y las del campo, agravando la crisis agraria.
Este proceso cobró forma en un marco caracterizado por el desprecio deliberado
por la industrialización y la elaboración de las materias primas y productos agrícolas en
las colonias. En el espacio que nos ocupa se importaba todo, hasta los artículos más
sencillos y necesarios como los fósforos, las velas o los aceites comestibles que se
podrían haber producido fácilmente en África. Así los africanos se convirtieron en
consumidores de los artículos manufacturados de los países metropolitanos y en
productores de materias primas para la exportación. El profesor ghanés Albert Boahen
dice al respecto que “este desprecio total por la industrialización local que mostraron las
potencias coloniales debe considerarse como una de las peores fechorías del
colonialismo” (Boahen, 1984: 35).

15
En un sentido semejante, Pierre Naville, en un estudio acerca de la estructura de
la industria y del comercio en África que realizó en 1952, decía planteaba que “los
capitalistas siempre han sido hostiles a la creación de industrias locales que permitan
transformar las materias primas in situ, contribuyendo así al enriquecimiento de estos
países; estas creaciones habrían arruinado los monopolios de las compañías
comerciales” (Stavenhagen, 1973: 73).
Sin embargo, y pese a lo que hemos apuntado, hacia el final del período colonial
se observaba que la industrialización estaba comenzando a producirse en algunos rubros.
El sector minero era el que aglutinaba el mayor número de obreros industriales
asalariados y, en algunos lugares, su porcentaje era importante respecto de la población
total. Se calculaba que entre un millón cuatrocientos mil y un millón quinientos mil eran
obreros asalariados en la industria del África negra sobre una población total de noventa a
noventa y cinco millones de habitantes. En ciertas colonias, como Ruanda, Rodhesia, el
Congo y la Unión Sudafricana la proporción de asalariados de las minas, el transporte y la
construcción era mucho más elevada que en otros países.
Pese a que no se favoreció el desarrollo industrial, no caben dudas que con el
colonialismo el ritmo de la urbanización se aceleró, haciendo crecer en tamaño a las
ciudades ya existentes y generando la emergencia de otras completamente nuevas. La
población de las ciudades aumentó sostenidamente a lo largo del tiempo. Por ejemplo, la
de Nairobi (Kenia), fundada en 1896 como depósito de tránsito para la construcción del
ferrocarril de Uganda, pasó de un pequeño número de personas a 13.145 en 1927 y a
más de 25.000 en 1940; la de Lagos (Nigeria) de 74.000 en 1914 a 230.000 en 1950 y la
de Dakar (Senegal) de 19.800 en 1916 a 92.000 en 1936 y 132.000 en 1945. El
poblamiento de las ciudades fue alentado porque en ellas se ofrecía un mejoramiento de
la calidad de vida respecto de lo que sucedía en el ámbito rural.
Los nuevos servicios sanitarios (hospitales y dispensarios), el mejoramiento de la
vivienda, las posibilidades de escapar a las diversas formas del trabajo forzado y el
incremento de las oportunidades de empleo estimulaban el abandono del campo y la
búsqueda de un lugar en la ciudad.
Sin embargo, el crecimiento de la ciudad a partir de la emigración continua de
jóvenes y mujeres hacia los centros urbanos en búsqueda de empleo y educación (y
muchas veces solo para huir del hambre, las epidemias, la pobreza y los impuestos que
debían pagar en el campo), conllevaba la existencia de una vida miserable para

16
muchísimos de ellos. En ninguna ciudad se aceptaba a los africanos en condiciones de
igual respecto que a los europeos que las habitaban. La mayoría de los migrantes no
encontraba los empleos que se imaginaban al salir del ámbito rural. Generalmente
terminaban viviendo en hacinados en los suburbios y barrios marginales donde la mayoría
de sus pobladores no tenía empleo, sino que abundaban la delincuencia juvenil, el
alcoholismo, la prostitución, el crimen y la corrupción.

4- La resistencia de los trabajadores frente a la penetración capitalista que


impuso el colonialismo europeo.

Ya hemos dicho que los objetivos de la colonización consistieron en mantener el


orden, evitar los grandes gastos financieros y organizar la mano de obra a los efectos de
satisfacer los requerimientos de la expansión capitalista. Para mayor presión, podemos
decir que el Estado colonial tuvo dos objetivos que resultaron ser contradictorios . Por un
lado, asegurar las condiciones para la extracción de productos y la acumulación de capital
por los intereses metropolitanos y, por otro, lograr un marco de orden y control efectivo
sobre la población indígena para la acumulación. Esto conllevó la necesidad de modificar
y recrear las estructuras sociales.
El Estado colonial actuó sobre fuerzas sociales que no se dejaron modelar al
antojo de los europeos, sino que lucharon y resistieron las imposiciones del colonialismo.
Por consiguiente, el proceso de transformación, destrucción y preservación de las
estructuras indígenas se fue dando bajo una amplia variedad de formas.
Los agravios que soportaron los africanos que se vieron sometidos a la
dominación y la explotación colonial fueron respondidos de diferente manera. Coquery
Vidrovich nos dice que se negaron a empadronarse, que hicieron lo posible por escapar al
pago de los impuestos, que se rehusaron a abastecer a los mercados obligatorios y a ser
deportados a otras tierras. Asimismo, la deserción de los ámbitos donde debían realizar
trabajos forzosos y la huida de las aldeas en búsqueda de zonas para refugiarse (en la
selva o en la montaña) fueron otras de las tantas estrategias utilizadas con el objeto de
escapar de la situación que se les intentaba imponer (Coquery Vidrovich y Moniot, 1976:
115).
La resistencia africana comenzó en el mismo momento en que se inició el avance
imperialista. Las luchas estallaron en todo el continente. Samori Turé resistió durante las
décadas de 1880 y 1890 la penetración francesa en el África Occidental, en el Sudán se
produjo el levantamiento Mahdista, en Lesotho una rebelión de los moorosi y otra en
17
África Oriental portuguesa. También se produjeron movimientos de resistencia en
diferentes lugares bajo poder de los ingleses. Tal es el caso de lo sucedido en el Sur del
continente donde los ndebele y los shona se levantaron en Rodhesia, los tlhaping en
Bechuanalandia y los zulú en Natal. Durante la primera década del siglo XX estallaron
movimientos de oposición en Costa de Marfil, en Tanganica (el movimiento maji-maji) y en
Ubangui Chari. Todas estas acciones de resistencia sufrieron una represión aterradora y
las poblaciones, en muchas ocasiones, fueron masacradas por millares.
Estas revueltas fueron impulsadas por los cambios que aceleradamente imponía la
dominación colonial y posteriormente por la crisis de los años treinta. Se trató de
“movimientos de masa de origen campesino, animados por un mesianismo profético que
sacralizó y popularizó las revueltas de la desesperación”, donde se resistía el nuevo poder
y las bases materiales e ideológicas sobre el que se ejercía. Se rechazaban las
imposiciones tributarias, la pérdida del control de la posesión de la tierra y las nuevas
formas de hacer el trabajo. Pero también se oponían al orden <<laico, burocratizado y
estratificado>> que imponía la colonización (Coquery Vidrovich y Moniot, 1976: 116). En
síntesis, por medio de estas acciones colectivas los nativos procuraron preservar el orden
precolonial o volver al mismo, y su fracaso significó el inicio del abandono de las viejas
creencias y de los valores sociopolíticos “tradicionales.”
Pese a la falta de estudios sobre el tema, se sabe que los primeros síntomas de
malestar en los sectores que se incorporaron a la economía moderna (los obreros
mineros, los asalariados de las ciudades, los productores campesinos, etc) aparecieron
muy pronto. Dentro de este marco, el boicot fue una pieza clave del repertorio de acciones
de lucha, aunque la única. El proletariado urbano y minero que fue emergiendo en el
proceso de incorporación de estas sociedades al sistema capitalista también fue
desarrollando los medios para poder expresarse y oponerse. Esto lo hizo
fundamentalmente a partir de los sindicatos.
Por ejemplo, inmediatamente después de la crisis que estalló en 1929 se produjeron
los primeros boicots de productores africanos. Preocupados por la gran caída de los
precios (el cacao, por ejemplo, descendió de 122 a 18 libras la tonelada entre 1920 y
1930) los productores rurales de Costa de Oro se unieron conformando la Gold Coast
Farmers’ Association. Esta asociación que surgió en 1938 fue dirigida por Jhon Ayew para
responder a las acciones de las compañías de exportación-importación (la United Africa
Co. controlada por Unilever, era una de las principales compañías dedicadas a esa

18
actividad) que manipulaba los precios en su propio beneficio. Sin llegar al biocot, en
Nigeria también se organizaron los productores nativos. El Nigerian Youth Movement
dirigió sus acciones hacia las diez compañías que controlaban el 90% de las
exportaciones e impulsaron la creación del National Cacao Council.
Al final de la dominación colonial, en plena lucha por la independencia, el boicot se
convirtió en un arma muy importante. Los movimientos nacionalistas se nutrieron de
organizaciones que hicieron de esa forma de acción colectiva un medio que colaboró para
poner de manifiesto los reclamos y las necesidades de sectores urbanos y rurales.
Los sindicatos fueron fuertemente perseguidos, paralizados y combatidos desde un
comienzo por el poder colonial y solo comenzaron a aflorar en los años inmediatamente
anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña reconoció en su imperio el
derecho sindical hacia 1930. Antes se realizaron algunas huelgas en el Rand estimuladas
por el Industrial and Commercial Workers Union of Africa (ICU) y por el Partido
Comunista. Pero los resultados negativos de la táctica de resistencia pasiva y la creciente
severidad de la legislación paralizaron el movimiento.
La discriminación racial, la legislación que imponía la Coluor Bar y la brutalidad de la
represión en la Unión Sudafricana hizo que cada tanto se produjeran expresiones de
resistencia y reclamo. Hacia 1941 no había en Ghana sindicatos registrados pero en 1951
ya eran 41 y en 1957 la cifra superaba los 100. En Nigeria, se pasó de 50 en 1941 a 177
en 1955. En 1937 no había ningún sindicato reconocido en el África Occidental francesa
pero para 1955 la lista superaba los 350. En el África belga después de la Segunda
guerra Mundial se permitió la organización sindical.
La multiplicación de organizaciones obreras, sin embargo, no guardó correlato con el
crecimiento del número de afiliados. Como ejemplo podemos considerar que a inicios de
la década del cincuenta más de la mitad de los sindicatos de Nigeria tenía menos de 250
afiliados y lo mismo sucedía en Costa de Oro. La poca inclinación hacia la afiliación se
relaciona con el miedo que los trabajadores tenían hacia una patronal que consideraba
subversivos a los que se organizaban para defender sus derechos laborales. Esto
repercutía sobre las condiciones financieras de las organizaciones, que se veían con
muchísimas dificultades para poder encarar estrategias de acción. Además, la constante
afluencia de migrantes a las ciudades le permitía a los capitalistas disponer de un “ejército
de reserva” de trabajadores siempre disponibles. A esto tiene que sumársele la falta de
formación de los dirigentes sindicales, la creación de los “sindicatos amarillos” por parte

19
de la patronal y la importación de las internas y divisiones sindicales por las que
atravesaban las centrales metropolitanas. En el África Francesa esto repercutió de
manera mucho más fuerte, pero en toda el África Subsahariana era muy difícil llevar
adelante acciones sindicales durante el período en cuestión.
No obstante, las organizaciones sindicales jugaron un papel clave en las luchas
nacionalistas que se desataron luego de la Segunda Guerra Mundial. Los sindicatos de
maestros, los ferroviarios y portuarios, los de correo y los que se conformaron en torno del
trabajo minero jugaron un papel fundamental en ello. En las colonias francesas se produjo
una tendencia hacia la conformación de centrales sindicales donde se vincularon
fuertemente estas organizaciones con los movimientos políticos. En el caso de las
colonias inglesas las cosas fueron distintas. Los sindicatos no lograron centralizar las
organizaciones, sino que su comportamiento fue mucho más autónomo y estuvieron más
ligados más a los problemas económicos que a los estrictamente políticos.
En este contexto, los sindicatos de las diversas colonias del África Subsahariana
acordaron en señalar que la raíz de todos los males era justamente el régimen colonial.
Iniciaron así un camino donde aunaron esfuerzos con las organizaciones de estudiantes,
de profesionales, con las corporaciones que representaban los intereses de los pequeños
y medianos comerciantes y empresarios africanos, con las iglesias y con los partidos
políticos, en la lucha contra el colonialismo y la búsqueda de la independencia en los años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

5- Conclusiones

Reflexionar sobre las formas de trabajo que se desarrollaron en las sociedades


africanas subsaharianas durante el período colonial nos permite comprender algunas
claves del “atraso” que aparentemente signa al continente africano en la actualidad. Como
planteamos en el trabajo, la piedra angular de esta situación se encuentra en las
características que tuvo la inserción del África Subsahariana dentro del sistema capitalista
mundial. La coerción fue la nota dominante de un proceso completo que presenta matices
regionales muy marcados.

Sin lugar a dudas, las consecuencias del colonialismo en materia social y laboral
fueron impresionantes: trabajo forzado, emigración laboral, cultivo obligatorio de
determinados productos, ocupación de la tierra por la fuerza, traslado forzoso de las
poblaciones con la consiguiente dislocación de la vida familiar, sistemas de prohibiciones
20
de circulación, altos índices de mortalidad en las minas y en las plantaciones y brutal
represión de los movimientos de protesta y de resistencia que esas medidas generaron.
La incorporación al mercado laboral fue traumática para sus protagonistas, puesto
que alteró radicalmente la vida de las comunidades aldeanas nativas. En el caso africano,
el tradicional flujo de trabajadores del campo hacia la ciudad - que es una seña del
sistema capitalista a lo largo y a lo ancho del globo- se agudizó por las políticas
migratorias impulsadas por las metrópolis para desarrollar minas y plantaciones que se
encontraban ubicadas en espacios con escasez de mano de obra. Durante tres cuartos de
siglo las sociedades africanas se vieron forzadas a emprender una serie de migraciones
que transformarían la fisonomía del continente.
El nuevo orden colonial alteró profundamente los principios y valores sobre los que
se estructuraban la organización social existente. Bajo la dominación y la explotación de
los europeos, se hizo hincapié en los méritos y en los logros individuales. De esa manera,
perdía importancia el lugar dado al nacimiento en la estructura social “tradicional.” Albert
Boahen plantea que hacia 1930, “en lugar de la sociedad formada por las clases
tradicionales: aristocracia gobernante, elite instruida relativamente pequeña, pueblo llano
y esclavos domésticos, había nacido una nueva sociedad dividida más tajantemente que
antes en habitantes de las ciudades y del campo, unos y otros con distinta estratificación.
En esta nueva estructura la movilidad se basaba más en el esfuerzo y los logros del
individuo que en la adscripción a un grupo” (Boahen, 1984: 35).
En este contexto, la sindicalización y las luchas por el reconocimiento de los
derechos de los pueblos nativos se encontraron con una férrea represión por parte de las
metrópolis. Habrá que esperar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial para que se
produzca el resquebrajamiento de los imperios ultramarinos que traerá como
consecuencia la declaración de las independencias africanas. Hasta entonces, los
derechos laborales de los trabajadores africanos seguirán siendo completamente distintos
de los de sus homólogos europeos.

6- Bibliografía

- Stavenhagen, Rodolfo Las clases sociales en las sociedades agrarias, Siglo


XXI, México, 1973
- Coquery Vidrovitch, C. Y Moniot, H. África Negra de 1800 a nuestros días.
Editorial Labor. Barcelona 1976.
21
- Yoro Fall “Colonización y descolonización en África: Dimensión histórica
dinámica en las sociedades”, en Historia de la colonización y de la
descolonización, Ficha de cátedra, Facultad de Filosofía y letras, Universidad
de Buenos Aires, 2000. Traducción.
- Bertaux, Pierre. Africa. Desde la prehistoria hasta los Estados actuales. Siglo
XXI. Madrid. 1972.
- Samir Amín “subdesarrollo y dependencia en África negra” en Historia de la
colonización y de la descolonización, Ficha de cátedra, Facultad de Filosofía y
letras, Universidad de Buenos Aires, 2000. Traducción.
- Mateus, Dalila Cabrita “el trabajo forzoso en las colonias portuguesas”, en
Historia, Trabajo y Sociedad, nº 4, 2013, pp. 63-87. ISSN: 2172-2749
- Rodney, Walter “La economía colonial”, en Boahen, A. Adu Historia general de
África VII. África bajo el dominación colonial (1880-1935), UNESCO/Tecnos,
Madrid, 1987. Cap. 14

22

También podría gustarte