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1. Introducción
* Larker,José Miguel y Pisarello Virginia, “El trabajo en las sociedades africanas subsaharianas durante el
período colonial”, en El mundo del trabajo en sociedades no capitalistas, Carina Giletta ... [et al.]. - 2a edición
especial - Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2015. ISBN 978-987-692-134-3. Libro digital, PDF,
Archivo Digital: descarga y online
http://www.fhuc.unl.edu.ar/olimphistoria/2016/El%20mundo%20del%20%20trabajo%20en%20sociedades
%20no%20%20capitalistas.pdf
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“si las ciencias sociales han de progresar en el siglo XXI, están obligadas a
superar su herencia eurocéntrica, que ha tergiversado sus análisis y su capacidad de
abordar los problemas del mundo contemporáneo” (Wallerstein, 2000: 98).
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2.1 Las sociedades precapitalistas del África Subsahariana
Los procesos que se dispararon a fines del siglo XIX, con la conquista del
continente africano por parte de los europeos estuvieron condicionados por una serie de
cuestiones. Para asirlas cabe preguntarnos: ¿cuáles eran las características de las
sociedades africanas que se vieron afectadas por el avance imperialista y por el
colonialismo europeo? ¿de qué vivían? ¿cómo se organizaban?
A pesar de la diversidad del relieve, los paisajes, el clima y las demás condiciones
naturales †, la gran mayoría de la población negra al Sur del Sahara “vivía de la agricultura
y la ganadería, trabajaba el hierro y estaba organizad[a] en amplios conglomerados
tribales y algunas formaciones estatales incipientes” (Dabat, 1994: 297). Las bandas de
cazadores recolectores ocupaban áreas pequeñas y marginales respecto del resto de la
población puesto que la expansión de los pueblos dedicados a la agricultura y a la
ganadería las habían arrinconado en la selva tropical (pigmeos) o en el extremo sur del
continente (son y bosquimanos). Entre el conjunto de las sociedades negras se
destacaban los habitantes de Eritrea, que habían logrado conformar un Estado y una
cultura originales a partir de la influencia egipcia, árabe, judía y bizantina.
Para Amselle y M'Bokolo lo que existía en el África precolonial era una especie de
“espacio internacional” o de “cadenas de sociedades.” Así las sociedades locales, con sus
organizaciones socio-económicas, lejos de estar replegadas sobre sí mismas “estaban
integradas en formas generales englobantes que las determinaban y les daban un
contenido específico” (Amselle y M'Bokolo; 1985: 17). Se trataba de sociedades que se
estructuraron a partir de espacios compartidos de intercambio, estatales, políticos y
guerreros, lingüísticos, culturales y religiosos.
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Las particularidades de cada uno de los espacios de intercambio estaban signadas
por la preponderancia de uno u otro reino. Los reinos y los imperios podían agrupar y
reagrupar a decenas de miles de aldeas y se extendían sobre superficies considerables
(son ejemplo de ello los reinos sudaneses del Ghana, Malí y Songhay, los reinos de la
costa de Guinea como el de Dahomey o los de la selva como el del Congo).
Todas las organizaciones sociales del África precolonial estuvieron sujetas a
procesos de composición, descomposición y recomposición. Surgieron y desaparecieron
sociedades englobantes que actuaron sobre sociedades englobadas. Los estados, reinos,
imperios y jefaturas ejercieron presión sobre las sociedades de campesinos de las aldeas,
obligaron a pagar tributos o desarrollaron razzias sobre ellas. En no pocos casos, las
relaciones tributarias o predatorias generaban movimientos de población hacia los
estados en calidad de esclavos que a su vez podían ser comprados y vendidos, junto a
otros objetos, en los espacios de intercambio.
La dinámica histórica de estas sociedades les ha dado a cada una de ellas sus
características particulares. El tráfico de esclavos producto del desarrollo de la trata con
los europeos y la participación africana en el comercio atlántico, que comenzó a hacerse
cada vez más intensivo a partir del siglo XVI y tuvo su momento de mayor despliegue
durante el XVIII, se limitó particularmente a la región del África Occidental-Central. Afectó
a toda la zona del golfo de Guinea, el Sudán Occidental (desde Senegal a Costa De Oro)
y la costa congoleño-angolana. Provocó una enorme sangría de población (que algunos
calculan que puede haber alcanzado entre los quince y veinte millones de personas)
afectando a las poblaciones más débiles, pero permitiendo la consolidación y cohesión de
las que se favorecieron del tráfico.
El tráfico de esclavos fue acompañado de la circulación mercantil y estimuló el
desarrollo de las actividades productivas internas, pero afectó profundamente a las áreas
y grupos con un grado de desarrollo material y simbólico más simple. En los reinos que se
dedicaron a la venta de esclavos fue surgiendo una proto-burguesía comercial,
dependiente de las autoridades de los reinos, que en algunos lugares daría origen a la
constitución de un núcleo de poderosos comerciantes privados.
Durante el tiempo que duró la trata de esclavos los europeos no penetraron el
continente, excepto los portugueses y los Boers en el extremo Sur. Lo que sí produjo la
presencia europea fue el desplazamiento de los ejes comerciales con lo que se vieron que
se beneficiados muchos de los reinos costeros, mientras que los estados y los
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comerciantes caravaneros del interior, que transitaban las zonas del Sahel y del Sahara
con rumbo a la costa mediterránea, sufrieron la pérdida de mercados de intercambio.
Podríamos decir entonces que, a fines del siglo XIX cuando se intensificó el
proceso de conquista del continente africano por parte de los europeos, las sociedades
africanas gozaban de un alto grado de autonomía y estaban integradas en redes o
“cadenas de sociedades” que englobaban unas a otras. A su vez, una parte importante de
ellas formaba parte del comercio interoceánico a través de la actividad comercial que
mantenían con los europeos y que, hasta principios del siglo XIX, se dio en un plano de
cierta paridad.
Por consiguiente, la historia precolonial africana es una historia muy poco conocida
todavía, queda mucho por investigar y dilucidar. Pese a todo ello, está claro que lejos de
tratarse de sociedades en las que nada cambiaba, estas se caracterizaron por un
dinamismo y una complejidad mayúscula.
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La unificación unificación del globo bajo el sistema capitalista propició el
establecimiento de un período de paz sin precedentes que daría lugar más tarde a una
era de catástrofes signada por las dos guerras mundiales que se sucedieron entre 1914 y
1945. En efecto, el fin de la era del imperio se encuentra signado por el inicio de la
primera guerra mundial.
En sus orígenes, en cambio, se ubica la Conferencia de Berlín, que supuso una
radical transformación en la historia africana. Entre noviembre de 1884 y febrero de 1885
se congregaron catorce países europeos, y ningún estado africano, con el objeto de
resolver las fricciones y problemas que suscitaba el avance imperialista sobre el
continente negro. Adoptaron una serie de medidas para garantizar la libertad de comercio,
la libre navegación por los ríos Níger y Congo y la prohibición de la esclavitud.
Reconocieron al Estado del Congo como propiedad privada de Leopoldo II, rey de
Bélgica, y ratificaron el principio de ocupación efectiva del territorio, según el cual era
necesario asentarse en el espacio para considerarlo propio. Sólo Etiopía y Liberia
conservaron la independencia, mientras que países europeos que se encontraban en
situaciones muy diversas participaron del botín africano. En la práctica ello implicó el
reparto de un continente vasto y poblado, que superaba con creces las dimensiones del
viejo continente.
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La posesión de colonias ultramarinas se transformó en una condición necesaria
para participar del concierto de las naciones civilizadas. Para justificar su avanzada, los
europeos adujeron que se trataba de una cruzada civilizatoria en la que se encontraban
involucrados en tanto portadores de los saberes occidentales. Estas representaciones se
encuentran vívidamente plasmadas en el conocido poema del premio nobel de literatura
inglés Rudyard Kipling titulado “La carga del hombre blanco” y publicado en su versión
definitiva en 1899, donde señala:
“Llevad la carga del Hombre Blanco.
Enviad adelante a los mejores de entre vosotros;
Vamos, atad a vuestros hijos al exilio
Para servir a las necesidades de vuestros cautivos;
Para servir, con equipo de combate,
A naciones tumultuosas y salvajes;
Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,
Mitad demonios y mitad niños.” (Kipling, 1899)
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el imaginario europeo de la época, que era reforzado desde la prensa y la literatura
dirigida a los estratos sociales cultivados y a las clases obreras de las metrópolis. Los
europeos se presentan como portadores del saber frente a los pueblos de los espacios
dominados, que son considerados salvajes.
Como vemos, el imperialismo fue un fenómeno que transvasó su faz geopolítica y
caló hondo en la cosmovisión de sus protagonistas. El historiador italiano Enzo Traverso
señala que en este período se encuentra la simiente del racismo que signó la emergencia
del Régimen Nazi en el siglo veinte. Las prácticas genocidas perpetradas por los
conquistadores no se agotaron en las hambrunas provocadas ni en las guerras donde los
colonizados fueron utilizados como carne de cañón. En efecto, “en la cultura occidental
del siglo XIX, “colonialismo”, “misión civilizadora”, “derecho de conquista” y “prácticas de
exterminio” eran, a menudo, sinónimos” (Traverso, 2003: 65).
África ocupó un lugar privilegiado dentro de las fantasías coloniales, en tanto
espacio conocido e ignoto a la vez, puesto que recién en este momento de la historia el
hombre blanco se adentró en el corazón del continente. Hasta entonces las enfermedades
y los peligros que entrañaba semejante aventura habían impedido esa hazaña. Del mismo
modo, los africanos, que eran considerados inferiores por motivos raciales, se vieron
involucrados en una trama de dominación y explotación en donde sus derechos fueron
sistemáticamente vulnerados.
En los inicios del dominio colonial europeo jugaron un papel fundamental las
compañías de carta, dado que los estados europeos estaban dispuestos a adquirir
colonias pero no a generar gastos en administración y control. Según Catherine Coquery
Vidrovitch “todo el mundo invocaba el mismo axioma fundamental: las colonias no debían
costar nada a la metrópoli. Al contrario, su fundamento legal era el de ser una fuente de
beneficios” (Coquery Vidrovitch, 1976: 61).
Las compañías de carta eran empresas dotadas de privilegios comerciales y
mineros y de derechos soberanos que les autorizaban a percibir los impuestos y a
mantener una fuerza armada y que, durante los últimos quince años del siglo XIX,
actuaron como máquinas de guerra y como empresas económicas. Llevaron adelante un
“imperialismo conquistador” con el que las metrópolis se apoderaron del control sobre los
territorios y las sociedades en África. No obstante, los abusos cometidos, la dilapidación
de los pocos capitales con que contaban y la incapacidad para hacerse cargo del control
de los territorios llevaron a su fin.
La historia de estas empresas fue breve, pero no así su herencia. Marcaron una
dirección para la realización de los negocios en el África que fue adoptada, una y otra vez,
por las empresas que a lo largo del tiempo actuaron sobre el terreno. En efecto, la quiebra
de estas entidades a comienzos del siglo XX implicó que los estados europeos se vieran
obligados a hacerse cargo directamente de sus colonias, concesionando tierras y
oportunidades de negocios a nuevos actores.
Según los períodos y los regímenes, estas firmas comerciales practicaron
diferentes tipos de explotación. Conforme a Coquery Vidrovitch, durante los primeros
tiempos y hasta la Primera Guerra Mundial prevaleció en gran parte del África la
“economía de pillaje.” El África Ecuatorial Francesa y el Congo fueron los dos lugares
donde este tipo de economía alcanzó el grado de desarrollo más elevado. Consistió en
explotar al menor coste posible un territorio inmenso, que ofrecía muchas riquezas
naturales, entre ellas, marfil y caucho. Estas empresas gozaban de la impunidad que les
daba el control monopólico de los mercados, lo que les permitía importar las mercancías
más mediocres y lo más caras posible a cambio de productos a los que se les otorgaba
un escasísimo valor monetario.
Los africanos se negaron a participar del sistema que se les imponía, pero fueron
obligados a través del trabajo forzoso que se les imponía para cumplir con las exigencias
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tributarias. Todos los varones africanos debían pagar el impuesto de capitación, que era
entregado en especie, es decir, en productos de recolección.
El tipo de empresa al que estamos aludiendo tenía un carácter estrictamente
comercial. Las inversiones que realizaban eran mínimas, por lo que no tenían nada que
amortizar y cada año los beneficios eran casi íntegramente distribuidos entre los
accionistas. Cuando las superganancias mermaban, podían optar, sin mayores pérdidas,
por abandonar el lugar.
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Esto puede entenderse de esa manera ya que las telas, los cauríes, las barras de hierro,
las varillas de cobre, la sal e inclusive las monedas extranjeras, se utilizaron previamente
como patrones para los intercambios y para establecer el valor de los productos, según
fuera su rareza o la utilidad adjudicada por las diferentes sociedades africanas. Estos
patrones para los intercambios nunca fueron garantizados ni controlados por un poder
estatal y solo sirvieron de manera distinta en las diversas regiones africanas en las que
eran utilizados. A partir de la monetización colonial se produjo una desmonetiz ación de
los antiguos signos monetarios y ello fue acompañado de profundísimos cambios.
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combinaban esos trabajos con migraciones estacionales que tenían por objeto ganar el
importe del impuesto o un ligero excedente. Para ello recorrían enormes distancias,
cruzando las fronteras, trabajando durante períodos más o menos largos, regresaban a
sus lugares de origen y volvían a partir. Pasaban años inmersos en esta vida migrante,
lejos de sus familias y comunidades de origen.
Varias eran las colonias que importaban mano de obra, si bien es cierto que la
Unión Sudafricana, Rodhesia, Uganda, Katanga, Liberia y Ghana eran las que requerían
más trabajadores. Mientras que otras colonias eran exportadoras, en grandes cantidades,
de mano de obra. Bechuanalandia (Botswana), Mozambique, Niasalandia (Malawi) y
Ruanda eran algunas de ellas. Se estima que para el año 1954 el 42% de los hombres
adultos de Niasalandia estaba trabajando fuera de la colonia y en 1957 las dos terceras
partes de los trabajadores de las minas de la Unión Sudafricana eran originarios de otros
territorios africanos. Stavenhagen, siguiendo un trabajo de Jack Woddis, nos dice que las
migraciones de los trabajadores africanos tenían seis características:
- Estaban compuestas por hombres casi exclusivamente adultos.
- Los contratos eran temporarios.
- La migración era repetida varias veces en la vida de un individuo.
- Los trabajadores viajaban generalmente distancias enormes.
- Las migraciones estaban ligadas a diversas formas de reclutamiento que
muchas veces no eran más que formas disfrazadas de trabajo forzado.
- La escala de la migración solía ser tan grande que provocaba desequilibrios
entre las poblaciones de la ciudad y las del campo, agravando la crisis agraria.
Este proceso cobró forma en un marco caracterizado por el desprecio deliberado
por la industrialización y la elaboración de las materias primas y productos agrícolas en
las colonias. En el espacio que nos ocupa se importaba todo, hasta los artículos más
sencillos y necesarios como los fósforos, las velas o los aceites comestibles que se
podrían haber producido fácilmente en África. Así los africanos se convirtieron en
consumidores de los artículos manufacturados de los países metropolitanos y en
productores de materias primas para la exportación. El profesor ghanés Albert Boahen
dice al respecto que “este desprecio total por la industrialización local que mostraron las
potencias coloniales debe considerarse como una de las peores fechorías del
colonialismo” (Boahen, 1984: 35).
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En un sentido semejante, Pierre Naville, en un estudio acerca de la estructura de
la industria y del comercio en África que realizó en 1952, decía planteaba que “los
capitalistas siempre han sido hostiles a la creación de industrias locales que permitan
transformar las materias primas in situ, contribuyendo así al enriquecimiento de estos
países; estas creaciones habrían arruinado los monopolios de las compañías
comerciales” (Stavenhagen, 1973: 73).
Sin embargo, y pese a lo que hemos apuntado, hacia el final del período colonial
se observaba que la industrialización estaba comenzando a producirse en algunos rubros.
El sector minero era el que aglutinaba el mayor número de obreros industriales
asalariados y, en algunos lugares, su porcentaje era importante respecto de la población
total. Se calculaba que entre un millón cuatrocientos mil y un millón quinientos mil eran
obreros asalariados en la industria del África negra sobre una población total de noventa a
noventa y cinco millones de habitantes. En ciertas colonias, como Ruanda, Rodhesia, el
Congo y la Unión Sudafricana la proporción de asalariados de las minas, el transporte y la
construcción era mucho más elevada que en otros países.
Pese a que no se favoreció el desarrollo industrial, no caben dudas que con el
colonialismo el ritmo de la urbanización se aceleró, haciendo crecer en tamaño a las
ciudades ya existentes y generando la emergencia de otras completamente nuevas. La
población de las ciudades aumentó sostenidamente a lo largo del tiempo. Por ejemplo, la
de Nairobi (Kenia), fundada en 1896 como depósito de tránsito para la construcción del
ferrocarril de Uganda, pasó de un pequeño número de personas a 13.145 en 1927 y a
más de 25.000 en 1940; la de Lagos (Nigeria) de 74.000 en 1914 a 230.000 en 1950 y la
de Dakar (Senegal) de 19.800 en 1916 a 92.000 en 1936 y 132.000 en 1945. El
poblamiento de las ciudades fue alentado porque en ellas se ofrecía un mejoramiento de
la calidad de vida respecto de lo que sucedía en el ámbito rural.
Los nuevos servicios sanitarios (hospitales y dispensarios), el mejoramiento de la
vivienda, las posibilidades de escapar a las diversas formas del trabajo forzado y el
incremento de las oportunidades de empleo estimulaban el abandono del campo y la
búsqueda de un lugar en la ciudad.
Sin embargo, el crecimiento de la ciudad a partir de la emigración continua de
jóvenes y mujeres hacia los centros urbanos en búsqueda de empleo y educación (y
muchas veces solo para huir del hambre, las epidemias, la pobreza y los impuestos que
debían pagar en el campo), conllevaba la existencia de una vida miserable para
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muchísimos de ellos. En ninguna ciudad se aceptaba a los africanos en condiciones de
igual respecto que a los europeos que las habitaban. La mayoría de los migrantes no
encontraba los empleos que se imaginaban al salir del ámbito rural. Generalmente
terminaban viviendo en hacinados en los suburbios y barrios marginales donde la mayoría
de sus pobladores no tenía empleo, sino que abundaban la delincuencia juvenil, el
alcoholismo, la prostitución, el crimen y la corrupción.
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actividad) que manipulaba los precios en su propio beneficio. Sin llegar al biocot, en
Nigeria también se organizaron los productores nativos. El Nigerian Youth Movement
dirigió sus acciones hacia las diez compañías que controlaban el 90% de las
exportaciones e impulsaron la creación del National Cacao Council.
Al final de la dominación colonial, en plena lucha por la independencia, el boicot se
convirtió en un arma muy importante. Los movimientos nacionalistas se nutrieron de
organizaciones que hicieron de esa forma de acción colectiva un medio que colaboró para
poner de manifiesto los reclamos y las necesidades de sectores urbanos y rurales.
Los sindicatos fueron fuertemente perseguidos, paralizados y combatidos desde un
comienzo por el poder colonial y solo comenzaron a aflorar en los años inmediatamente
anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña reconoció en su imperio el
derecho sindical hacia 1930. Antes se realizaron algunas huelgas en el Rand estimuladas
por el Industrial and Commercial Workers Union of Africa (ICU) y por el Partido
Comunista. Pero los resultados negativos de la táctica de resistencia pasiva y la creciente
severidad de la legislación paralizaron el movimiento.
La discriminación racial, la legislación que imponía la Coluor Bar y la brutalidad de la
represión en la Unión Sudafricana hizo que cada tanto se produjeran expresiones de
resistencia y reclamo. Hacia 1941 no había en Ghana sindicatos registrados pero en 1951
ya eran 41 y en 1957 la cifra superaba los 100. En Nigeria, se pasó de 50 en 1941 a 177
en 1955. En 1937 no había ningún sindicato reconocido en el África Occidental francesa
pero para 1955 la lista superaba los 350. En el África belga después de la Segunda
guerra Mundial se permitió la organización sindical.
La multiplicación de organizaciones obreras, sin embargo, no guardó correlato con el
crecimiento del número de afiliados. Como ejemplo podemos considerar que a inicios de
la década del cincuenta más de la mitad de los sindicatos de Nigeria tenía menos de 250
afiliados y lo mismo sucedía en Costa de Oro. La poca inclinación hacia la afiliación se
relaciona con el miedo que los trabajadores tenían hacia una patronal que consideraba
subversivos a los que se organizaban para defender sus derechos laborales. Esto
repercutía sobre las condiciones financieras de las organizaciones, que se veían con
muchísimas dificultades para poder encarar estrategias de acción. Además, la constante
afluencia de migrantes a las ciudades le permitía a los capitalistas disponer de un “ejército
de reserva” de trabajadores siempre disponibles. A esto tiene que sumársele la falta de
formación de los dirigentes sindicales, la creación de los “sindicatos amarillos” por parte
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de la patronal y la importación de las internas y divisiones sindicales por las que
atravesaban las centrales metropolitanas. En el África Francesa esto repercutió de
manera mucho más fuerte, pero en toda el África Subsahariana era muy difícil llevar
adelante acciones sindicales durante el período en cuestión.
No obstante, las organizaciones sindicales jugaron un papel clave en las luchas
nacionalistas que se desataron luego de la Segunda Guerra Mundial. Los sindicatos de
maestros, los ferroviarios y portuarios, los de correo y los que se conformaron en torno del
trabajo minero jugaron un papel fundamental en ello. En las colonias francesas se produjo
una tendencia hacia la conformación de centrales sindicales donde se vincularon
fuertemente estas organizaciones con los movimientos políticos. En el caso de las
colonias inglesas las cosas fueron distintas. Los sindicatos no lograron centralizar las
organizaciones, sino que su comportamiento fue mucho más autónomo y estuvieron más
ligados más a los problemas económicos que a los estrictamente políticos.
En este contexto, los sindicatos de las diversas colonias del África Subsahariana
acordaron en señalar que la raíz de todos los males era justamente el régimen colonial.
Iniciaron así un camino donde aunaron esfuerzos con las organizaciones de estudiantes,
de profesionales, con las corporaciones que representaban los intereses de los pequeños
y medianos comerciantes y empresarios africanos, con las iglesias y con los partidos
políticos, en la lucha contra el colonialismo y la búsqueda de la independencia en los años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
5- Conclusiones
Sin lugar a dudas, las consecuencias del colonialismo en materia social y laboral
fueron impresionantes: trabajo forzado, emigración laboral, cultivo obligatorio de
determinados productos, ocupación de la tierra por la fuerza, traslado forzoso de las
poblaciones con la consiguiente dislocación de la vida familiar, sistemas de prohibiciones
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de circulación, altos índices de mortalidad en las minas y en las plantaciones y brutal
represión de los movimientos de protesta y de resistencia que esas medidas generaron.
La incorporación al mercado laboral fue traumática para sus protagonistas, puesto
que alteró radicalmente la vida de las comunidades aldeanas nativas. En el caso africano,
el tradicional flujo de trabajadores del campo hacia la ciudad - que es una seña del
sistema capitalista a lo largo y a lo ancho del globo- se agudizó por las políticas
migratorias impulsadas por las metrópolis para desarrollar minas y plantaciones que se
encontraban ubicadas en espacios con escasez de mano de obra. Durante tres cuartos de
siglo las sociedades africanas se vieron forzadas a emprender una serie de migraciones
que transformarían la fisonomía del continente.
El nuevo orden colonial alteró profundamente los principios y valores sobre los que
se estructuraban la organización social existente. Bajo la dominación y la explotación de
los europeos, se hizo hincapié en los méritos y en los logros individuales. De esa manera,
perdía importancia el lugar dado al nacimiento en la estructura social “tradicional.” Albert
Boahen plantea que hacia 1930, “en lugar de la sociedad formada por las clases
tradicionales: aristocracia gobernante, elite instruida relativamente pequeña, pueblo llano
y esclavos domésticos, había nacido una nueva sociedad dividida más tajantemente que
antes en habitantes de las ciudades y del campo, unos y otros con distinta estratificación.
En esta nueva estructura la movilidad se basaba más en el esfuerzo y los logros del
individuo que en la adscripción a un grupo” (Boahen, 1984: 35).
En este contexto, la sindicalización y las luchas por el reconocimiento de los
derechos de los pueblos nativos se encontraron con una férrea represión por parte de las
metrópolis. Habrá que esperar hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial para que se
produzca el resquebrajamiento de los imperios ultramarinos que traerá como
consecuencia la declaración de las independencias africanas. Hasta entonces, los
derechos laborales de los trabajadores africanos seguirán siendo completamente distintos
de los de sus homólogos europeos.
6- Bibliografía
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