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Cuando nos preguntamos por qué ciertas reglas de conducta, por duras, molestas o

desagradables que sean, son obedecidas; qué es lo que hace transcurrir tan fácilmente la vida
privada, la cooperación económica y los sucesos públicos; en una palabra, en qué consisten la
fuerza de la ley y el orden en la sociedad salvaje, la respuesta no es fácil y lo que la
antropología ha podido decirnos dista de ser satisfactorio. Mientras se pudo sostener la teoría
de que el "salvaje" es realmente salvaje, de que éste sigue caprichosa y descuidadamente el
poco derecho que tiene, el problema no existía. Cuando esta cuestión adquirió verdadera
actualidad, cuando se hizo patente que lo característico de la vida primitiva es más bien la
hipertrofia que la carencia de reglas y leyes, la opinión científica viró en redondo; al salvaje se
le convirtió, no sólo en un modelo de ciudadano cumplidor de la ley, sino que se tomó como
axioma que, al someterse a todas las reglas y limitaciones de su tribu, el salvaje no hace más
que seguir la tendencia natural de sus propios impulsos; que de esta manera, por así decirlo,
se desliza fácilmente por la línea de menor resistencia. E

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